Como un accidente de
tráfico prospectivo en el que disimulas tu falta de autoestima apretando con fuerza el
acelerador.
Y todo sigue su curso
los platos sucios llenos
de canas y cucarachas
los melocotones chillando
los gatitos muriendo
ahogados ante el jolgorio de los niños
la araña jugando con la
mosca
todos unidos por el prepucio de la existencia
por el horror de unos ojos de cartón
reptando por las hendiduras de la mente.
Frío. Lluvia. Un par de botellas
de vino. Y una cerveza.
Me siento solo, desprotegido
encenagado por la pútrida
y noctívaga luz del monitor
masturbándome con cómicas
ensoñaciones de nada
ridículo ante la descarnada realidad,
ante la tosquedad lírica de esa imagen perfecta
de tu boca, tu piel, tu coño...
Cierro los ojos,
carne
podrida incapaz de lamentarse por las malas decisiones
el amor, esa cosa patética
pero, ¿y si fuera diferente?
una promesa que dure más
de cinco segundos
un te quiero en el momento adecuado
una mano que no desafine
cuando busque la caricia
algo más que mi semen recorriendo tu garganta,
muriendo sin memoria en tu estómago.
En ese momento, al otro
lado de la ciudad,
un cerebro salta desde un
quinto piso y forma en el asfalto la huella dactilar de la polla de Dios.
John Dullaghan investigó y
recopiló cintas durante siete años para desarrollar el documental
“Bukowski: Born Into This”. Empieza con Bukowski pidiendo una botella de vino frente
a un micrófono abierto durante una de sus tantas lecturas. Se propuso retratarle sin usar una voz en off, a través de relatos de
conocidos, amigos y personalidades, a través de sus propios poemas y cuentos.
Es interesante cotejar
ficción y realidad y decidir si Jane Cooney Baker, la musa inspiradora de sus más desgarradores poemas de amor, era una rubia con estilo un poco loca, o bien
una mujer con exceso de peso y sin sofisticación, tal como la recuerda Muto – un
ex compañero de la oficina de correos.
El documental recorre
también su infancia desdichada, las terribles palizas de su padre, y su forma de
asumirlo. Bukowski concluye con la siguiente frase: “Mi padre me enseñó a escribir, cuando te pegan durante tanto
tiempo desarrollas la tenacidad para expresar tus ideas a tu manera. Fue un gran maestro de la literatura, me enseñó el
significado del dolor, del dolor sin sentido”
El documental es bastante
objetivo, lleno de contrastes, da toda la información y deja que el
espectador se forme su propia opinión, sin necesidad de idealizar o esconder
nada. Como ejemplo, hay un momento en una entrevista que Bukowski lee el poema
“The Shower” y se pone a llorar delante de la cámara al recordar una separación
reciente. El viejo Buk, tratando de leer, quebrado, arruinado por una mujer,
contrasta con el siguiente momento. A Barbet Schroeder le costaba conseguir
financiamiento para la película Barfly y decidió hacer un
documental sobre Bukowski en su casa. En una de esas filmaciones se ve a un Bukowski
bastante borracho y beligerante, discutiendo con quien luego sería su esposa,
Linda lee. La discusión va subiendo de tono, hasta que Bukowski, completamente
ofuscado y cegado de celos, le da una patada y la insulta. En la siguiente
toma se ve a Linda, mucho más mayor, comentando la situación, y explicando que
fue la primera y última vez que sucedió algo parecido.
Cabe destacar también la
participación de Bono, Tom Waits y Sean Penn.
En
1985, Barbet Schroeder consiguió convencer a Bukowski para hacer el guión de Barfly, una
película basada en su vida. Pero faltaba dinero, hubo muchos problemas –todos se
reflejan en su libro “Hollywood”- y para ayudar con la financiación fue con su
equipo de grabación a casa de Buk durante unos meses a rodar un documental
sobre él. Grabaron más de sesenta y cuatro hora de conversación.
La
dinámica era sencilla, cámara en primera persona, un pequeño comentario que
daba pie a Bukowski a hablar durante unos minutos sobre un tema concreto o
algún episodio de su vida. El resultado fueron cincuenta y dos pequeños
monólogos independientes que no esconden grandes secretos para el que conoce su
obra, casi siempre autobiográfica, pero que al ser contados directamente por
él, sin mediación del papel, resultan más cercanos, más ricos en matices.
El
poeta nos habla desde su habitual misantropía de los malos tratos que sufrió en
su infancia, de su solitaria adolescencia, de su vida como vagabundo, de sus
múltiples trabajos o de sus peleas, cuenta anécdotas, filosofa, divaga e incluso lee alguno de sus poemas. Pero de lo que nos habla sobre todo es de alcohol, mujeres y el proceso creativo. En los escasos
capítulos que no consisten en un plano medio o un primer plano de Bukowski
hablando y dando largos tragos de vino o cerveza, visitamos junto a él los
diferentes escenarios de Los Ángeles en los que transcurrió su vida.
Otro
excelente documental para conocer un poco mejor a este gran escritor y poeta.
Charles
Bukowski. Es uno de los escritores estadounidenses más
influyentes, y símbolo del "realismo
sucio" y la literatura independiente. Tiene mala fama, literatura de
adolescentes que quieren revolcarse en el fracaso, sin demasiado vocabulario,
asustados por las novelas decimonónicas. Es posible que sea así, hablamos de un
alcohólico, alguien con una infancia de malos tratos, adolescencia de paria, misántropo,
nihilista, con farragosas relaciones sentimentales. Sin embargo su literatura autobiográfica, su lirismo bronco, remueve el alma. Hay un haiku “Cuando el espíritu se desvanece, aparece la
forma”. Él nunca dejó que eso pasara.
¿Hasta que punto se puede
representar su sordidez, el malditismo de sus personajes en pantalla?
Basada en el libro de
relatos “Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones” y sobre todo en el primero de
ellos, maravilloso por cierto, “La chica más guapa de la ciudad”, bajo la
dirección de Marco Ferreri, el actor Ben Gazzara nos presenta al más lírico de
los avatares de Bukowski de esta trilogía, empeñado en sus tres obsesiones:
beber, escribir y follar; vida y obra inseparables; el arte como sublimación de un estilo de vida peligroso, pero con poso de sensibilidad. La protagonista femenina, Cass, Onerlla Muti preciosa, es perseguida por la locura, por el deseo del dolor como olvido, un ángel de renuncia, desapego, proclamando con sus actos una independencia de la vida que nadie puede penetrar.
Sin embargo la película
peca de ser demasiado personal, surrealista, no recoge el ambiente Bukowskiano, tiene un ritmo demasiado lento, incluso tosco.
El siguiente título se
centra en el ámbito vital favorito de los personajes de Bukowski: el bar. Barfly, mosca de bar, reiterada disposición a
deambular alrededor de estos sitios, dando tumbos, gorroneando bebidas, perdiendo el tiempo sin remordimientos. Hank, encuentra su "hogar" entre bebedores impenitentes, camareros hostiles, la sordidez de esa encolada desesperación, la peleas al terminar la noche en el callejón trasero.
El Hank de esta historia es
Mickey Rourke. Nadie estaba convencido con su elección, no quería ensayar, y venía
penado por todas las excentricidades de las grandes estrellas. Y es cierto que resulta excesivo, histriónico. Pero de las tres películas es mi interpretación favorita. Quizás porque Rourke constituye en sí mismo un ejemplo de actor
autodestructivo; destinado a ser un símbolo sexual durante los ochenta y
después de grandes películas como “El corazón del Ángel o “Manhattan Sur”, prefirió meterse en el boxeo profesional destrozando a la vez su cara y su carrera. Quizá aporta al personaje ese oscuro deseo de ser castigado que
tienen algunos boxeadores, donde no importa ganar o perder, sino resistir, resistir
siendo consciente de lo inútil del acto, superando así la ética del triunfo.
El guión es del propio
Bukowski y la dirección de Barbet Schroeder. Más tarde aprovechó la experiencia para escribir
una nueva novela: Hollywood, una mirada ácida a ese ecosistema y el agriado sueño americano.
El último largometraje es
una adaptación de su novela Factotum, en ella encontramos al Hank
repartidor de hielo, empleado de fábrica, vendedor de un almacén de bicicletas
y jugador en el hipódromo, entre otras ocupaciones. Se trata del Hank
escritor rechazado y alcohólico, intermitente en sus
relaciones amorosas, ajeno a cualquier responsabilidad y amante de las
palabras. Convencido de que su destino es la escritura, por convicción y sobre
todo porque no sabe hacer otra cosa. Como tal siente “las palabras no como algo
valioso, si no como algo necesario”.
La interpretación de Matt
Dillon nos trae a un Chinaski más prosaico, menos grandilocuente, atrapado entre situaciones absurdas y muestras de estupidez social. Es la película
más accesible para el público en general, sin el tono lisérgico de Ordinaria
Locura, y con mucha menos suciedad y abandono que Barfly. El final,
recitando uno de sus mejores poemas, hace que olvides los momentos de tedio que
acompañan muchos momentos del visionado, y el talante demasiado suavizado de los personajes.
La reformulación rebajada
de todos los tópicos del malditismo Bukowskiano –sobre todo para la gente que
nunca ha leído ninguno de sus libros-, toma forma en esta serie de televisión
de la cadena Showtime, Californication. Hank Moody, un escritor alcohólico, mujeriego
e irreverente se muda a Los Ángeles para la adaptación de una de sus novelas.
Peleas absurdas, visitas a la cárcel intermitentes, promiscuidad y demás
aderezos del mito literario explorado por el Hank original son usados en esta comedia que oscila entre el homenaje y la parodia. Al principio me fastidió verla. Luego, en la segunda temporada, tomándola como algo
ajeno, me pareció incluso entretenida.
Se escucha a veces la frase: “Las personas necesitan amor”. Pero no
es cierto, las personas necesitan triunfar, marcarse un objetivo que tenga algún sentido para ellos y lograrlo. Y aunque también podamos incluir el amor en la ecuación, no resulta del todo imprescindible.
La soledad es un bozal, un garito de madrugada lleno de
caras desencajadas, luces estroboscópicas, escapadas al baño, pollas taladas,
coños encaneciéndose, pequeñas embarcaciones de carne fagocitadas por la euforia falsa y la frustración. Dicen que es más erótico el talento malogrado, como una mosca de
fruta teniendo un ataque al corazón, como si la música solo fuera la risa de los muertos.
Tuve un sueño. Estaba sobre mí a horcajadas, entraba en ella como en
un abismo de hiel y carne, en lentas embestidas que provocaban pinceladas de color en su rostro. Era algo bueno, cálido, como estar en una
playa desierta bajo un hermoso cielo azul sin nubes. Pero también sentía
un vacío, y no sabía lidiar con ello, ¿acaso solo eras una boca manchada de carmín, un vestido de
flores por encima de la cintura, un pedazo de carne en el que entrar y salir
amparado por la oscuridad de ceniza que nos rodeaba?
Me desperté sobresaltado. Y en medio de ese precipicio de frío y soledad que era mi cama, solo había palabras.
Kilómetros.
Distancias. Islas y pieles que se resumen en una canción llena de afinidad,
como la que escucho ahora en el iPod. Pero no consigo distraerme, es como el
paisaje, pasando demasiado lento, intransigente a mi ansiedad. El libro dormita
en el bolso incapaz de substraerte de mi cabeza, la compulsión es imaginar cómo
será tu olor, el sabor de tu cuello, los paisajes de helechos que dibujarán en
mi piel tus manos de astillas. Ya no hay vuelta atrás.
El
autobús llega. Te veo ahí, arrugado contra la pared, un libro en la mano, alto,
negro cuervo, observando con displicencia a la gente de tu alrededor. Tanto
tiempo esperando, y ahora tan cerca, a unos pocos pasos de nuestro primer
encuentro. Me siento invadida por el pánico, casi tropiezo al bajar. Sonríes de
forma cálida e insinuante y abres los brazos para recibirme. Maldito tramposo.
Me cuelgo de tu cuello y te abrazo. Me siento en celo teniéndote tan cerca, y
cuando tu mano derecha baja insinuante por mi espalda no puedo resistirlo y te
beso. Otra promesa incumplida. Te acaricio, me empotro contra tu cuerpo. Siento
tu deseo, no podemos postergarlo.
Cierras
la puerta del baño de la estación, me bajas los pantalones, las bragas, me
empujas con prisa contra la pared de azulejos fríos. No esperes, sáltate los
putos preliminares, ya nos besaremos después, ya fingiremos sentimientos con el
atrezzo adecuado. Ahora solo quiero que me la metas sin compasión, animalidad,
que me doblegues con tu polla, que busques un hogar dentro de mí y me arrases
sin piedad.
Una
locura. Salimos de allí vergonzosos, como dos niños pillados en falta. Cogemos
un taxi.
Al
llegar a tu casa todo continúa. Me desnudas con calma, te tomas tu tiempo para
aprender la geografía de mis lunares. Me agarras de las tetas sin romanticismo,
demasiado fuerte, muerdes mis pezones, aumentas el placer-castigo de mis puntos
débiles. Me tumbas en la cama y me abres, pasas tu lengua por mis labios, mi
clítoris, me penetras con esos dedos largos y enfermos mientras tiras del pubis
con los dientes; cuando estoy llegando al orgasmo introduces otro dedo para
sentir el espasmo, ese espasmo que me atraviesa y convierte mi espalda en un
arco perfecto, el único puente con olor a mar donde el suicida nace a la vida.
Lo prolongas con la lengua, excitado por mis gemidos desinhibidos.
Enciendes
velas mientras me calmo. Te la empiezo a lamer, a chupar, lleno mi garganta de
nausea que nunca se cumple, me follas la boca con más ritmo. Deslizo un dedo en
tu culo, tus huevos hinchados impactan en mi cara. No te corras, no, quiero más.
Me tiras al suelo, coges una vela y deslizas gotas de cera sobre mi ombligo.
Cada gota la acompañas con una embestida rápida y dura.
Mis
contracciones horadan tu polla. Me das la vuelta, asfixias mis pechos contra el
colchón, me separas las nalgas y me la metes por detrás con fuerza, sin
miramientos. Ahogo un pequeño grito y aprovechas para obligarme a chupar tus
dedos, como si fueran la polla de un invitado, no importa, soy tuya, sumisa y golfa.
Friccionas. Entras. Sales. Brusquedad. Dolor. Pero sobre todo Placer. Mucho
placer. Noto como te dejas llevar, tu peso sobre mí, ese espasmo tan brutal de
nuevo. ORGASMO. Te corres, me inundas, me pueblas. Para siempre ya no me parece mucho tiempo. Me mientes y susurras
jadeante palabras de amor. Victoria pírrica de mi ego ciclotímico.
Madrugada
de otoño, calor sofocante en el interior, dos suicidas follando al borde del
abismo, a punto de caer. Y a pesar de ello, aferrados el uno al otro.
Teníamos un juego en
común. Y como precaución, por si en algún momento las cosas se ponían demasiado
intensas y nos implicábamos demasiado, también una palabra de seguridad. Al
final hice trampas y me enamoré, y lo que en un principio me parecía una
palabra banal, aséptica, se convirtió más tarde en algo odioso, triste, una
metáfora de tu frialdad, de tu desasimiento, de tu incapacidad para
corresponderme.
Aprendí a decirla de
tantas y tantas formas diferentes que al final terminé convirtiéndome en ella.
Pasaron dos vidas, y al
fin, exangüe y desconocido, te anuncié el final del juego. Despedida y exilio.
Y fue ahí, demasiado tarde
para todo, cuando al fin te atreviste a pronunciar mi nombre.
**
Ruido blanco. Estoy
delante del espejo. Vamos a darles un motivo real para el rechazo. Anestesio mi
cara con un par de inyecciones y empiezo a cortar, surcos monstruosos,
desligando la piel del músculo, sabor metálico, mutilación, las grietas de mi
carne sonríen.
Empieza a temblarme el
pulso, sigo cortando, desgarrando, eliminando carne de mi rostro. Evisceración
de un ojo, sacarlo, jugar con el, aplastarlo en la mano. La náusea me hace
perder el equilibrio, voy a desmayarme, el horror palpita, caigo en la
oscuridad.
Una pesadilla. Un poco de
vesania. Sin matemáticas. Como un Jamais vu. Su fantasma pasea por el teclado con su característica torpeza y borra
la siguiente frase. Nos ha hecho un favor a todos.
*** El búho parpadeaba su otoño en mi cabeza,
ensuciando, desflorando, asesinando,
una erección, un cuerpo, unos labios,
cuando mi cerebro se suicidó.
Se arrojó por el balcón de la página en blanco,
a los pies de un verso.
Fue un gesto inútil,
pues solo contenía soledad, excremento y cenizas.
Y mientras lo contemplaba aplastado ahí abajo,
apareció una niña sonriente, se recogió su falda, y meó encima de él.
Insomnio. Soledad. Reducto
de lucidez e ira. Brindis a ese suspiro entrecortado de romanticismo que
contiene el secreto de la nada. La luz pútrida del monitor -astillas en los
ojos-, masturba sombras chinescas sobre el teclado. Mi vecino moribundo lleva
tosiendo toda la noche. No ha sido un buen día para nadie. Quizás un buen salto
sea lo único que necesitemos para dejar atrás a los monstruos hambrientos. Pero
los puentes con olor a mar siguen estando demasiado lejos.
Soy una costra de
oscuridad desaliñada, un pedazo de carne con alucinaciones de humanidad, incapaz
de encontrar el orden correcto en las llamadas, manchando los márgenes con
muescas de esperanza.
Enciendo un cigarro. Cualquier
dirección es valida si nunca ignoras las coincidencias. Recuerdo los ojos
verdes de mi gato. Escucho a Van Gogh gritando: "Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue
menoscabada”. Triste. Loco. Trágico. Bebo un poco más de vino. Cierro los
ojos. Imagino que salgo a la calle. Hace frío. Me escondo aun más en el gabán.
Voy al local de siempre.
Ella sigue allí. Veintisiete
años. Pequeña como sus pechos. Herida. Se nota en la forma que tiene de
esconderse tras el humo de su cigarro, tras una risa demasiado fuerte, tras esa
copa que apenas saborea. Una soledad perfumada con ansias de complacer. Aun no
sabe amar con el coño, sus espinas no hacen daño. Habla de Amélie, de rechazos
que no entiende, obcecada, friccionando ataques falsos de euforia, eligiendo el
melodrama de labios resecos y palabras alquiladas.
Nunca supe hacer
equilibrismos entre palabras y deseo, pero hubiera inventado mil formas nuevas de
ahogarme entre tus piernas y de romper la continuidad de este infierno si solo
hubieras…
Tengo un corazón de
viento, por eso llevo piedras en los bolsillos,
para anclarme a la tierra
y a tu sombra,
para completar el puzzle
de cristales rotos,
para acuchillar los muros con
mi poesía,
para besar a los arboles y
compartir sus secretos,
para hablarles del color
de tus ojos,
de tu cuerpo desnudo,
cual pájaro aterido,
y de mis miedos de virgen
apocada,
o puta enamorada.
Y los monstruos de dientes
afilados siguen ahí,
debajo de la cama, en el
precipicio de mi mente.
Y yo quiero volar,
desvestir con saliva el cinismo de tu voz,
cabalgar con mordiscos
todas tus noches de insomnio,
y saciar mi hambre en ti, mientras robamos rosas del jardín de la Muerte.
*
Después de observar su
obra Dios vomita ante el espejo y llora. El llanto reverbera en el mundo. Los
ateos fornican sin escuchar su reclamo, pero las monjas y los clérigos, con los
dientes amoratados de ira, le atacan sin piedad, le golpean, clavan cruces
afiladas en sus ojos, le desmembran y arrojan sus piernas y brazos a la hoguera de donde brota un humo azul verdoso. La sangre tiñe de crepúsculo el cielo y, por
la noche, su despojo alimenta a los perros. Finalmente, después de eones de agonía,
muere cubierto de gusanos y moscas, un barrizal de mierda y libertad que gotea
sobre nosotros durante el otoño e inspira obras inmortales.
*
Teníamos en la infancia el
corazón lleno de plumas,
el unicornio nos esperaba
tras la puerta de niebla,
debajo de las mantas
siempre había ventanas a otros mundos,
donde la muerte no existía
y todos sabían volar.
¿Cuándo quedó todo atrás,
olvidado, cercenado?
¿Cuándo dejaste de mirar al cielo,
entumecido por la tiranía del reloj, de su tic-tac inmisericorde?
Es la una de la madrugada y estoy totalmente alcoholizado. Leo una
entrada sobre la infancia y me gustaría poder sumergirme en esa especie de
nostalgia proustiana sobre el tiempo perdido, ¿cuáles fueron las decisiones
erróneas, las encrucijadas que jodieron mi evolución normal? En el fondo somos
cristal, frágiles, deformados estereotipos encauzados en una forma concreta y
vendible.
A veces todo se va a la mierda y no puedes controlarlo, echas un trago
más de la cuenta y tu piel vibra en manos de una epifanía artificial, un
atrezzo sentimental que provoca que el tiempo se dilate y los
sentimientos te desborden. Y a pesar de la cadena de montaje –alienación,
numeración, catalogación, infierno infinito-, sigues pensando en ella, en su
coño lleno de masoquismo existencial. Y gritas: "Conmigo serías infeliz, soy incapaz de ir más allá,
solo sirvo en pequeñas dosis, de visita, un simple punto y aparte, una triste nota a pie de página".
¿Y a pesar de eso quieres que te siga follando con mis
palabras…?
***
Te imagino masturbándote delante del espejo, de pie, arqueada. Mis
dedos te sorprenden, te bajan del todo las bragas arrancando tu timidez, deslizándose
dentro de ti, dedos largos llegando hasta el límite de tu carne. Con la otra
mano, de forma cruda y poco romántica, te pellizco los pezones; te muerdo el
cuello, ese pequeño hueco que tanto te gusta a diez centímetros de. Te giras y me montas, tus pechos
balanceándote, tienes ese gesto de adolescente follando en público. Subes.
Bajas Subes. Bajas. ¿Cuánto hace que no
te follan en condiciones? Recorro tu espalda con mis manos; te meto el
pulgar en el culo y noto por el espasmo de tu cara que estás cerca del orgasmo.
Hay un momento de esos que te gustan: beso largo, lenguas y manos entrelazadas,
cadencia, caricias, fusión de soliloquios, gemidos cada vez más fuertes; y por
fin el orgasmo, contracciones duras, como tatuajes sobre mi polla. Placer.
Placer. Placer…
Chapoteo en un teclado lleno de semen mientras sigues arqueándote en
mi cabeza. ¿Qué más quieres? Todo. Lo
sé. Pero solo puedo darte una noche. Eterna. Efímera. Pero solo tuya.
*** La nada, envuelta en su esperma blanco, reza al recuerdo del hombre que fui,
el pájaro llora y cae abatido desde la azotea de tus labios,
la vida es un vaso vacío, una boca que me mastica entre sus dientes.
La razón parpadea ante el espejo, como una flor desnuda por el viento,
mi polla es una cruz de despojos, una lámpara de deseo que ilumina, tiembla, y muere ante la cabellera oscura y eterna de Ligeia, sacrificándome a la usura del tiempo (y la locura) solo por un verso más.
Un verso que nace poseído por el miedo, arrodillado ante el silencio,
una cabaña de piel que observa a las serpientes sonriendo desde el cielo.
Pero ya es demasiado tarde: las piedras han ganado la guerra a las flores y han bañado de vida muerta las calles.
“El amor salva, durante un tiempo da sentido a tu
vida, te levantas feliz de la cama por la sensación de tener un hogar en
alguien. Una especie de redención existencial.”
Las cosas están yendo
demasiado rápido, casi de forma incontrolable, Isabel tiene un magnetismo
animal. Intento poner toda la ternura que puedo en mis besos, quiero saborear
el momento, disfrutarlo, va a ser nuestra primera vez. La despojo de la ropa
poco a poco, todo en ella es disoluto, nos tiramos en la cama, exploro con
meticulosidad cada rincón de su cuerpo con mi lengua, mis labios, mis dedos,
gestos repetidos, pero que en ella me cortan la respiración. Le digo que la
quiero. Me muerde el labio, sus ojos verdes me rozan el alma y siento que las
palabras ya no son necesarias entre nosotros, como si lleváramos años esperando
esto. No puedo resistirlo más, me coloco encima y la penetro. Siento sus
contracciones, su humedad, su mano en mi pelo estirándolo con fuerza, su voz,
sus piernas rodeándome, haciéndome mover, cambiar de postura. Contemplo como
gime, desinhibida, libre, entregada, No puedo creerme que sea mía, que me haya
elegido. Febril la beso por todas partes, en el cuello, en la cara, en el pelo,
como si estuviera esculpiendo poemas. Me parece que tiene su orgasmo y me dejo
llevar. Me mantengo dentro de ella, no quiero separarme, la abrazo como si
quisiera fundir nuestros cuerpos.
La despedida ha sido un
poco fría, pero no importa, estoy casi seguro. Es ella.
Isabel
“A los hombres les gusta masturbarse con mi cuerpo, niños
sucios e insatisfechos. Demasiadas palabras y nada de amor. Pero reconozco que
me he adaptado a esa situación, me gusta esa animalidad que vuelcan en mi cuerpo
antes de eyacular, de vaciarse en mí.”
Insisto con mi sonrisa,
acariciando el silencio que hay entre los dos. Él se acerca y me invita a una
copa. Se llama Carlos. Brindamos. Me cuesta desgajar su pudor, pero eso me hace
insistir más. Una simple impostura, cuando cierran el bar ya estamos yendo,
entre besos y caricias, al hotel más cercano. Le observo atentamente mientras
aparca el coche, esas manos grandes, alto, atlético. Parece que tiene un buen paquete.
Me pongo cachonda al imaginarme en el suelo, de rodillas, mientras me viola la
boca, obligándome a tener las manos en la espalda para que pueda forzarme sin
límite; se va a llevar una sorpresa, me gusta atragantarme, salivarla entera. Ya
estoy húmeda. Le imagino jugando conmigo, primero metiéndola con movimientos
largos y pausados, con una engañosa ternura, para luego empezar a follarme con
brutalidad, frotándome con violencia el clítoris, arrojándome al suelo, poniéndome
a cuatro patas, abriéndome entera mientras me aprieta los pechos, me estira de
los pezones, del pelo, me obliga a mirar como me penetra. Me encantaría, como
con Javier, que me obligase a lamerle las pelotas encharcadas con mis flujos,
me encantaría meterle un dedo en el culo, ver que sonríe travieso, porque sabe
que si me lo permite es porque luego me va a sodomizar mientras me grita
obscenidades, mientras me llama puta y yo le digo que sí, que soy su puta, que mi
cuerpo es suyo, que le pertenezco. Me imagino arañándole, mordiéndole, me
imagino sus cachetes, su saliva entre mis piernas, imagino pasión, joder, eso
es lo que quiero, pasión, sentirme deseada hasta que me duela.
Que puta decepción. Preliminares
larguísimos, todo demasiado lento, como si fuera un homosexual reprimido. Y
justo cuando, y no gracias a él, iba a correrme, termina y me aplasta contra la
cama con su cuerpo. Joder, que mala suerte tengo. No veía la hora de largarme
de la habitación. Esta claro que no es él.
Las garzas dejan huellas de sangre sobre la página en blanco, mi polla sigue recitando poesía.
Tengo frío de mi mismo, la hoguera de la vida apagándose, pavesas de belleza,
una marca de hollín fingiendo ser escritura.
El cielo, ese río de ahogados, se va tornando negro y sucio mientras pájaros sin alas arbitran esta partida de ajedrez con el horror.
Berenice, flor de grito y muerte, rostro de llanto, ojos de lluvia.
Amémonos, utilicemos la cuchilla -¿la palabra es amor o asesino?-, escuchemos con los ojos a los muertos.
El castillo de tu boca es poesía, cárcel de sentimientos y silencios, delirio sollozante, mentiras de insecto.
La rueda sigue girando, los muñones resbalan por tu piel de azul cemento,
mi semen te golpea, te desgarra, y finalmente cae sobre tus zapatos de princesa.
La nieve atroz llena mi boca ante el árbol del ahorcado, la mosca se nutre de mi cadáver y sigue engendrando monstruos,
versos que suben por la pared del manicomio, gritan, y sueñan con arrancarme los ojos.
***
La comunicación es
limitada. Primero tienes que hacer el esfuerzo de hablar y a su vez la otra isla tiene
que intentar escucharte. Luego tienes que encontrar las palabras adecuadas. Y
aun así, algo se escapa en el sumidero de tus comisuras. Es como el amor,
alguien dice “Te amo” y las palabras
están lejos del concepto real porque tú no sientes lo mismo, porque no es el
momento adecuado, propicio. Deberíamos de tener señales, una especie de banda
en el brazo, como judíos en un gueto. ¿No eres capaz de desplegar una
sensibilidad reciproca? Banda roja. ¿No eres capaz de corresponder a mis
sentimientos porque solo quieres follar? Banda Azul. Una especie de mundo
utópico y feliz en que las cosas estén demasiado claras. Pornografía de
sentimientos, como cuando haces senderismo en zona amplias y los recorridos
están señalizados por códigos de colores. Nadie sufriría. No culpa. No
distorsión. Pero la comunicación es imperfecta y no podemos hacer nada para
evitarlo.
**
Mis recuerdos caben en una
caja de galletas con nombre de mujer. Es mejor el misterio a la rutina. Como repartir fotocopias de tu tristeza,
trípticos de publicidad. Ojos de tormenta. Insomnio. Suicidio. Trocitos de alma
desperdigados. Urea. Una joven británica pierde su estómago tras beber un
cóctel con nitrógeno líquido. La poesía es una mentira con traje de puta. Yo no
espero nada y ellas exigen demasiado.
Las voces solo son elipsis
de conciencia, como este humo que invade la habitación a su antojo, difuminando
la oscuridad, intentando frenar el temblor de manos de tu ausencia. Empiezo a
comprender que por mucho que corra sin mirar atrás, hasta quedarme sin aliento,
no podré olvidar. El monstruo seguirá ahí, sangrándome la respiración, viciando
el aire con gritos entumecidos. Arrojo el teclado al suelo, una voz masculina
grita de frustración. No, dejemos de escribir, ¿para qué forzar la
transcripción de pensamientos? Solo consigo algo inocuo, sin sentimiento, impermeable
al sentido que quiero darle, cenizas de ideas como uróboros fagocitándose, como
intentar sumergirme en la espuma de la soledad y solo conseguir atragantarme,
sin ni siquiera astillar el hueso. La putrefacción de cada metáfora solo agrava
las distancias.
Pero los recuerdos me
sobrevienen, como pequeñas explosiones en el campo de minas de mi cerebro, mezclando
los quizás con los ojalá. Una parodia de la realidad. Eso
éramos tú y yo. Solo carne abierta deslizándose por las sabanas. Aguja e hilo.
Haikus demasiado largos. Sentimientos arrugados que lanzábamos contra una
papelera enfebrecida, como la sombra alargada y deforme de las tardes de verano
que representaba el desecho de una foto antigua, de un sentimiento antiguo,
cuando aún éramos nosotros, bucólicos
y entumecidos.
Y a pesar de todo sigo
anhelando perderme en tu piel, lamer tus huesos, vivir de nuevo el accidente,
la lluvia escurriéndose por el cristal empañado por las embestidas, tu pie en
mi mejilla, tus hilos arañando mis muñecas, abriéndome de piernas, haciéndome
bailar toda la noche.
Entonces me fijo en el
suelo. Hay un reguero de sangre, gotitas aquí y allá recorriendo todo el
pasillo, como la evidencia de un crimen. Me levanto asustada sin ser consciente
de lo que sucede, me quito el camisón, me arrodillo y empiezo a limpiarlo. Pero
resulta absurdo, cuanto más me esfuerzo en limpiar más sangre aparece por todas
partes. Tardo en darme cuenta que son mis propios brazos los que gotean. Me
rindo. Estoy agotada. Me dejo caer como un parasito sobre las baldosas frías,
empapándome de la vida que huye de mi cuerpo, deshilachándose lentamente del
fluir del tiempo, de mi existencia.
La voz más desagradable
despierta en mi cabeza, es la de mi madre, suena como unas uñas deslizándose
por la pizarra. Me increpa que me levante, que estoy manchando todo, que soy
una guarra y una puta. Me incorporo. Voy dando tumbos hasta el baño. Eludo el
espejo. Todo palpita, me siento mareada. Abro el grifo de la bañera y me meto
dentro. El agua empieza a caer sobre mi piel ensuciándose con mi sangre. No hay
banda sonora, solo frío y temblores. Cada vez me siento más pequeña, el
griterío insoportable de mi cabeza va desvaneciéndose poco a poco, la bañera
abarca todo mi mundo.
Después de un tiempo
inconexo dejo de arder, ensayo una
sonrisa justo antes de caer, de ser arrastrada junto al agua por el sumidero.
**
Ahora, semanas después, he
vuelto aquí, al infierno de batas blancas, charlas en círculo, pastillas y ojos
opacos. Por eso, cuando estoy sola en mi despacho, miro al espejo y vomito todas
mis quejas, la frustración, pidiendo algo de paz, de libertad. Pero las voces
siempre me contestan: “No podemos dejarte
morir todavía, hay mucho trabajo que hacer. Necesitamos un ejército”
Suspiro. Y por un instante
pienso en él. Pero ahora solo hay odio. Que muera también. Hay que seguir con
el plan. Es lo único que tiene sentido.
El alzamiento está cerca.
***Epílogo***
Médico: “Hola, bienvenidos
a “Segunda Oportunidad”, la mejor
clínica psiquiátrica del país. Pasen por aquí por favor. Como ya saben toda el
mérito del programa es gracias a la Doctora Isabel Sierra, ella fue la que
fundó esta institución privada con su propio dinero hace ya casi diez años.
Ahora la vamos a conocer. Es alguien impresionante, una benefactora de la
humanidad, ha conseguido progresos increíbles con pacientes crónicos que habían
sido desahuciados de las demás instituciones. Tendrán que perdonar mi
efusividad, pero como compañero de profesión solo puedo dar las gracias por
tenerla cerca y aprender de sus métodos. ¿Esas noticias de hace un par de
semanas? Rumores sin fundamento, se lo puedo asegurar, simplemente se tomó unas
vacaciones. Hay mucha gente que está interesada en contar con ustedes como
inversores y son capaces de todo para ello. Les puedo asegurar que ella es un
ejemplo para todos de entereza y serenidad, y aquí, entre estos muros, estos
rasgos son imprescindibles para nuestro trabajo. Y para el resultado final.
Bueno, ya estamos aquí, ahí está su despacho. Un momento por favor…”
Estoy loca. Es algo muy difícil
de asumir. No es algo mutable, como una parte de mi cuerpo que pueda cambiar en
un quirófano o en un gimnasio, tampoco es una limitación de mi carácter sobre
la que poder aplicar alguna técnica conductista. No, es una definición de mí
misma. Algo que siempre irá conmigo. Como ser diabético o alcohólico. Y es
curioso, porque muchos problemas mentales surgen a raíz de la incapacidad de
aceptarse a uno mismo, ¿en qué me convierte eso, en una loca al cuadrado?
Pensé mucho en eso de
pequeña, mientras iba de una institución a otra, encerrada en pequeñas
habitaciones blancas, atada a la cama, la cabeza llena de algodones, la boca seca
y sin vida. Al final llegué a un acuerdo con las voces, ninguna quería
continuar así. La tristeza de nuestros padres, de nuestros carceleros, se podía
evitar. Solo teníamos que disimular, rellenar los test de forma adecuada,
comportarnos como los demás, decir lo que ellos querían escuchar. Todo fue
bien. Poco a poco la alegría volvió a sus vidas.
Y yo siempre tenía los espejos
cuando las voces requerían también su tiempo y su luz.
Nunca se lo conté a nadie,
seguía con mi vida, sorprendida de que fuera tan fácil engañarlos a todos,
fingir ser normal. Durante la adolescencia se agravó más, y cuando el ruido de
mi cabeza se hacía demasiado insoportable me iba a otra parte de la ciudad a
beber, a drogarme, donde nadie pudiera reconocerme y asustarse por mi
comportamiento. Era una doble vida, entre el grupúsculo de gente adinera, con
su carrera, sus masters, sus planes impecables, y el otro, lleno de juergas malolientes
de madrugada, de sexo en la calle, de disociaciones y locura.
Han pasado muchos años.
Años donde mi actuación como la hija, la mujer, la amante, la amiga, la
profesional, ha sido perfecta. Todos sonrientes cuando entro en la habitación.
Ningún asomo de duda en sus rostros.
Pero ahora, esta noche, el
otoño me parece la imagen perfecta de la desesperación. Arboles llorando hojas
amarillas, cicuta, melancolía recorriéndoles como savia, pudriéndoles las
raíces. Me rozo distraídamente la mejilla mientras releo tus palabras, esas
palabras que destrozaron mi hermetismo, mi insensibilidad. Esas palabras que
llegaron al núcleo de mi ser, que me apuñalaron con sus aristas, que me
hicieron confesarle todo por primera vez a alguien. Que estúpida me siento.
Fútil. Yerma.
La conclusión es que las
personas no son ni significaban nada, todo es una gran impertinencia de los
sentidos, horizontes de carne pudriéndose poco a poco, el alma desdoblándose
mientras la sobrevalorada sensibilidad deja un hueco efímero tras de sí. No es
amor, solo endorfinas. Y nunca deja de llover.
El humo se aglutina dentro
de mi boca, deshaciéndose, huyendo entre mis comisuras. Las voces te odian y te
anhelan. Todas ellas. Me piden que te llame, existir un poco más dentro de ti,
impedir el desvanecimiento, el influjo de.
Pero en vez de eso una de ellas se hace con el poder y empieza a escribir una
interminable, ilegible –ininteligible- carta de amor, intentando, no sé, explicar
los silencios, las caricias al aire, el asco
alimentándose de si mismo dentro de mi venas calcinadas.
Y aunque te conté lo más
importante, hubo otras cosas que no quise compartir, supongo que porque sabía
que eran avisos ineludibles del final. Mis pesadillas, por ejemplo. En ellas
todo al principio esta iluminado con una extraña luz añil. Y ahí, en medio de
la nada, estás tú, ajeno, distante, dándome la espalda. Es curioso, pero a
pesar de la repetición, las sensaciones son siempre las mismas, me siento
asustada, atenazada por una sensación de desgracia inminente y empiezo a
llamarte, a suplicarte que te des la vuelta, que me cojas entre tus brazos y me
consueles. Pero tú sigues ahí, sin moverte, como una mascara inerte colgada de
una pared. Al final todo empieza a desdibujarse, a volverse violento, las voces
hablan por mí, te insultan, te golpean, mis manos se convierten en cuchillos
que te abren en canal, la tonalidad de la luz va cambiando a un rojo oscuro.
Y
en ese momento de tu interior sale una yo
más joven, sin cicatrices, brillante, de un blanco incólume. Ella me mira
fijamente, levanta sus manos hacía mi cuello y empieza a asfixiarme. Intento
soltarme, golpearla, pero su tenaza es demasiado fuerte. Siento como entro en
pánico, como mis pulmones arden, estallan los vasos capilares de mis ojos, el
mareo, la náusea. Se hace eterno. Y mientras ella aprieta más y más, tú ahí, observando
impasible como muero.
¿Y qué cojones importaba
todo? Ponías el telediario y era todo lamentable, un mar de mierda,
brutalidad policial mientras la delegada del gobierno intentaba quitarnos el derecho
de manifestación, una guerra económica que España, en manos de sus estúpidos,
incompetentes y mentirosos políticos, había perdido hace meses, Turquía a punto
de declarar una guerra a Siria. Era todo tan escandaloso que si vomitaba al
menos sabía que no era por culpa de la bebida, sino de mi denostada sensibilidad.
Menos mal que el domingo había partido de fútbol y las mentes de medio país se
apagarían durante al menos hora y media.
Pero a mi no me servía, y cada día me sentía más enfermo y encasquillado.
Pensé en Breaking Bad. Scarface. La comida no era tan necesaria y decidí gastar
el poco dinero que tenía en medio gramo. A fin de cuentas la vida siempre está
dando pequeños empujones, tarde o temprano se acababa el espacio y vendría la
caída, el jet lag existencial, la náusea, la insoportable levedad del ser. Fui hasta
el Bukowski Club pero estaba
cerrado. En un acto nihilista que él aprobaría, mee en la puerta.
La noche siguió discurriendo como siempre, en los baños, esnifando mierda
blanca que con suerte solo estaría cortada con talco y algo de anfeta. Pequeños
subidones que no escondían durante mucho tiempo el trauma de existir. Pero realmente
no pedía mucho más, solo otra noche sin consecuencias, sin transcendencia,
gritando epifanías apocalípticas en brazos de desconocidas.
Sin embargo, a pesar de mis pobres expectativas y de dos elipsis de carácter
amnésico, me encontré horas después en mi coche siendo fagocitado por una
nínfula de aspecto fabuloso. No creo que esa situación se produjera por mi
atractivo personal, sino más bien al hecho de estar en el lugar adecuado con
las drogas correctas. El problema, cuesta reconocerlo, es que no se me ponía dura.
Justo ahora, rebasando ampliamente los treinta, a punto de atesorar uno de esos
recuerdos que no te abandonan y ayudan en la vejez a sobrellevar el hecho de perder
el control de tus esfínteres, me sucedía esto. Puta mierda.
Ella mientras tanto, ajena a mi drama personal, seguía arriba y abajo,
intentando insuflar algo de vida a ese caprichoso pedazo de carne fláccida,
moviendo esa boca de ciclotímica belleza sin ningún resultado. Y yo, en vez de esforzarme
en aprovechar el momento, empecé a divagar entre recuerdos. Más concretamente
sus recuerdos. Ella, adoradora confesa de Nietzsche, con sus taras, con esas
perfectas felaciones, borracheras de lujuria, manteniéndome dentro de su
garganta hasta que afloraban las lagrimas, la asfixia, y liberaba a su rehén.
Echaba de menos con igual intensidad su coño y su cerebro, echaba de menos
sumergirme en esa carne triste y loca, las manchas que dejaban sus besos en mi
carne, ese baile perfeccionado de contracciones y embestidas, echaba de menos
hasta el sabor de sus flujos, esa forma sublimada empíricamente de placer
compartido.
Todo había sido siempre muy claro entre nosotros, a fin de cuentas una hostia es una hostia, sin mayor divergencia de criterios, sin manipulación
ni gilipolleces. Solo el retroceso de su rostro manchado de carmín. Un corazoño que se divertía
enseñando sus cicatrices. El problema es que ya no era mía, y su ausencia seguía doliéndome.
La piel tirante, una erección pantagruélica me devolvió al presente. Pero era como esa escena de La Naranja Mecánica, placer recorriendo
la médula espinal, pero sin el cuerpo y el escenario adecuado. Empujé su cabeza
hacía la luz y el oxigeno. Me miró extrañada, perdida, quizás era más feliz ahí
abajo exhibiendo su vocación. Pero aunque mis cojones tenían otra opinión, su
coño merecía que la llenasen unos minutos, que ese despiste de los sentidos la
alejase de esta esfera achatada de mierda. A fin de cuentas la noche era joven,
aquí y allá todos estaban follando, el semen se enfriaba entre los muslos de
millones de féminas rumbo a la soledad, cauterizando por unos breves momentos
el ansia perenne de placer y evasión-. Mucho mejor que esos baños con olor a mierda ajena -pero
propia- de muchos matrimonios.
La dejé ahí, en el último bar abierto. Pero antes de volver a casa, de nuevo solo, como en la canción de Los Planetas, me metí las últimas rayas en el asiento de atrás.
Pero la paz duró poco, la ansiedad me corrompió, la ansiedad de
escuchar de nuevo su voz. Tiré el móvil contra el suelo destrozándolo, todos
esos componentes que unos niños en China se habían tomado la molestia en
ensamblar desperdigados por el asfalto, como un animal atropellado enseñando
las entrañas. La dignidad nunca resultó tan barata de conservar.
Te amo aunque no te conozca,
aunque no estés aquí, aunque solo existas dentro de mi cabeza.
El amor se apaga con la certidumbre. Es decir, inicias una convivencia,
te casas, y empieza a aparecer una cuasi melancólica nostalgia por un poco de
soledad, por las sorpresas, por un polvo contra la pared. Quizás resista un deje
de admiración, pero todo empieza a claudicar a una agenda común que cumplir, al
apego y una cierta indiferencia.
Hay excepciones, claro, estamos generalizando.
Si seguimos generalizando podríamos decir que el mejor momento en
cuando solo os gustáis, habéis creado una pequeña necesidad, una rutina. Pero
cada uno sigue con sus horarios. Todo es displicente, relajado, alguna llamada
entre semana, los fines de semana quedáis para cenar, incluso alguno de los dos
se queda a dormir. Pero nada de presentaciones a la familia. Simplemente
disfrutar de los detalles, cada uno en su vida, sin que haya que tomar
decisiones, solo pasarlo bien.
Pero entonces sucede. Ella piensa en él, en lo que estará haciendo en
ese momento. Y llena el hueco a su manera. Piensa en el libro del que le habló
el último día, le ve leyéndolo en su asiento favorito, o quizás comprando los
billetes para ese viaje que quiere hacer con unos amigos a Barcelona. O quizás
esté escribiendo algunas de esas hermosas y personales –al menos es lo que ella piensa- poesías que de vez en cuando le
envía. O quizás haciendo horas extras, siempre trabajando, siempre responsable.
Y sonríe. No quiere llamarle ahora, no quiere “interrumpirle”. Le gusta esa
espera, porque aunque se resista, cree, desea, ansía cada vez más, que todo
salga bien, como una especie de compensación kármica. Pero al final le invitará
a cenar. La velada discurrirá agradablemente, beberá un poco más de la cuenta,
y como está predestinado, echarán un polvo maravilloso. Y ahí, enamorada ya
como una colegiala, aunque no se haya dado cuenta todavía, le dirá con
demasiada sinceridad que le ama.
Lo gracioso del asunto es que el polvo no ha sido tan maravilloso, sí,
ha tenido un orgasmo, pero han sido más bien las palabras, su idea del amor, de
abrirse a él no solo físicamente. Siendo francos, y de esto se dará cuenta con
el tiempo, él no sabe moverse, es torpe, se dedica a bombear con cierto egoísmo.
Porque para él todo esto es una molestia, las palabras son un peaje, solo
quiere disfrutar de la fricción, masturbarse con su cuerpo.
De hecho, si retrocedemos en el tiempo justo al momento en que
empiezan las ensoñaciones de nuestra protagonista, descubrimos que él se está
masturbando con los vídeos de una web, poco conocida y de carácter restringido,
en la cual aparecen mujeres demasiado jóvenes, casi niñas, con coletas, suave
maquillaje pastel, totalmente depiladas, siendo sometidas a toda clase de
perversiones. Y justo en uno de los momentos álgidos, antes de eyacular, cuando
ella está a punto de mandarle un mensaje, nuestro héroe se tira un pedo que
llena la habitación con un intenso olor a mierda.