domingo, 30 de septiembre de 2018

Rorschach y Watchmen. (30/30)

Fue por los cómics por lo que empecé a relacionarme más con mi primo Carlos. Yo tenía doce años y estaba acostumbrado a ir a una tienda con varios cómics y cambiarlos por otros por veinte céntimos cada uno, simplemente para tener algo que leer el fin de semana. Cuando él me acompañó una de esas veces se horrorizó al ver lo que estaba haciendo. Él coleccionaba cómics, se quedaba con los mejores, seguía las series de forma cronológica, los cuidaba como si fueran su mayor tesoro, iba a los kioscos a comprar las novedades, tenía incluso un listado con los números que les faltaba. Para mí era un simple divertimento, para él una afición sería. Cuando me enseñó su colección, todos los números ordenados, con sus bolsas de plástico para que no cogieran polvo, y empezó a dejarme parte de su colección me quedé anonadado. Acostumbrado a los coloridos cómics de Marvel fue un shock leer Batman: The Dark Knight Returns, Ronin, V de Vendetta, La Cosa del Pantano, Miracleman… todos tenían un tono más adulto, su lenguaje y violencia no tenían nada que ver con lo que había leído hasta ese momento.

Pero el cambio más profundo, lo que me animó a imitarle y empezar mi propia colección de cómics, fue leer Watchmen. Serie limitada de doce números creada por el guionista Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons, es una ucronía que plantea un 1985 alternativo donde existen los justicieros enmascarados desde los años treinta en unos Estados Unidos donde sigue gobernando el presidente Richard Nixon gracias a que ganó la guerra de Vietnam con la ayuda del Doctor Manhattan, el único héroe con poderes reales debido a un accidente en un laboratorio científico. Con el tiempo, los superhéroes se vuelven impopulares entre la policía y el público, causando la promulgación de leyes en 1977 que los prohíben. Mientras muchos héroes están retirados, el Dr. Manhattan y el Comediante operan como agentes aprobados por el gobierno, y Rorschach de forma clandestina. La serie comienza unos años después, con el asesinato de El Comediante.

            Es una novela gráfica que está varios pasos por delante de todo lo que se había publicado hasta entonces, Alan Moore llena de detalles y símbolos recurrentes todo el cómic, como el smiley manchado de sangre y las referencias al Reloj del Apocalipsis y al peligro nuclear. Todos los capítulos, excepto el último, presentan documentos ficticios que se suman al trasfondo de la serie, y el relato se entrelaza con otras historias, como un cómic sobre piratas titulado Relatos del Navío Negro. Para mí el leitmotiv de la historia es Rorschach y su interacción con los demás personajes. Si el Daniel Dreiberg (Nite Owl) es un personaje que recuerda, con su disfraz y sus gadgets, al Batman de Adam West, Rorschach es más parecido al Batman de Frank Miller: un hombre traumado, obsesionado y limitado por su absolutismo moral, donde el bien y el mal están perfectamente diferenciado, sin escalas de grises, y el mal debe ser castigado con extrema violencia. Su creciente psicopatía le aliena de la sociedad y ese maniqueísmo queda perfectamente simbolizado en su propio nombre, el test de manchas de tinta, y en su máscara, blancos y negros que nunca se mezclan.

Su catarsis psicológica no es como la de Nite Owl al superar su impotencia sexual, o la del Dr. Manhattan al recobrar el interés por la humanidad a pesar de su omnipotencia, en Rorschach las condiciones de su miserable y violenta infancia no le preparan para mirar directamente al abismo nietzscheano: descubre que la maldad no son maquiavélicos planes de supervillanos, la maldad simple y llana es alguien capaz de raptar, violar, despedazar a una niña de seis años y luego dar de comer los huesos a sus perros; sin escrúpulos ni sentimientos de culpa. Él no es capaz de ignorar este tipo de horrores, el nihilismo le supera, no hay expiación, somos los únicos culpables de permitir una sociedad que crea este tipo de monstruos. Esta lógica desquiciante le empuja a cruzar la línea, matar a ese violador y convertirse en un Rorschach más despiadado y desquiciado, la máscara se convierte en su verdadero rostro.

Moore y Gibbons crearon un personaje de enorme carisma. Un ejemplo claro son sus diálogos y fragmentos de diario, frases como: “Jamás me rendiré, ni ante el apocalipsis”, o ese momento brutal cuando está en la cárcel acosado por todos los delincuentes que ha encerrado y dice: "Ninguno de vosotros lo entiende. Yo no estoy encerrado aquí con vosotros. Sois vosotros los que estáis encerrados aquí conmigo“. Quizás por eso en el clímax final da la sensación de que Rorschach es el verdadero héroe moral de la historia. ¿Qué importa un cadáver más entre los cimientos?

Cuando decidí crear el blog el primer problema que tuve fue encontrar un alias que representase desde el anonimato algo importante para mí; lo resolví fácilmente, a fin de cuentas escribir (que maravillosa analogía) es también ponerse una máscara. Y qué mejor forma de finalizar el reto de una entrada diaria en el blog durante este mes que recordar a este inmortal personaje y dedicarle la última.

Por último, gracias a todos por acompañarme, por leerme y por todos los comentarios que he recibido durante este mes. Blogger está en horas bajas, y recibir feedback en todas las entradas me ha animado a continuar esforzándome y a intentar, dentro mis conocidas limitaciones, escribir cosas diferentes cada día. No siempre lo he conseguido, pero espero que algunas entradas, quizás algo más personales o con temas que he tratado sin ambages desde una directa y biográfica primera persona, os hayan gustado. Como ya he dejado escrito muchas veces creo que el tiempo libre es lo más valioso que tenemos, que algunos de vosotros utilicéis parte de él para leerme e incluso comentarme resulta muy gratificante. Un abrazo a todos.

sábado, 29 de septiembre de 2018

El mito de la regla de las 10.000 horas. (29/30)

La regla de las 10.000 horas de ‘práctica deliberada’ está basada en la investigación del psicólogo Anders Ericsson. Estudiando a un grupo de alumnos de música, el psicólogo se planteó el motivo por el que algunos alcanzaban la excelencia mientras otros no conseguían salir de la mediocridad. La conclusión para él fue tan obvia como rotunda: la brillantez procedía del esfuerzo continuado de los alumnos. A más horas dedicadas a la perfección de ese conocimiento, mayor perfección: “muchas características que creemos reflejan el talento innato son en realidad el resultado de la práctica intensa.”

De ahí dedujo que basta con dedicar 10.000 horas de trabajo a lo largo de diez años para convertirte en experto de lo que deseas. Pero dedicarle horas no es suficiente, a ese tiempo hay que añadirle deseo de mejora y calidad. A la suma de ambas es lo que llamó ‘práctica deliberada’, practicar a diario y concienzudamente la materia en la que queremos destacar.

Desde entonces hay un gran debate en cuanto a la veracidad de esta investigación y en especial esa cifra mágica de horas. Aparecía la epigenética, que se basa en la idea de que la expresión de los genes se da en interrelación con el entorno, y otro gran impulso a esta idea la dio Malcolm Gladwell en su libro de 2008 “Fuera de serie (Outliers)” volvió a popularizar la teoría afirmando que el éxito de artistas como The Beatles o de empresarios como Bill Gates se debía sobre todo a que había destinado más de 10.000 horas de su tiempo a ejercitar y mejorar sus habilidades; ¿la práctica, por encima de la inspiración del superdotado Naturalmente esta teoría también tiene detractores igualmente célebres, como el economista Peter Orzag o el ciclista profesional Richard Moore. En su libro El gen deportivo, el periodista David Epstein ataca sin piedad la hipótesis y asegura que en varias disciplinas deportivas, como el salto en alto, el lanzamiento de dardos o las carreras en velocidad, son los dones naturales los que cuentan, por encima de la práctica.

Ante la fama que alcanzó esta teoría, muchos investigadores buscaron comprobar su veracidad en distintas áreas y allí se descubrió que no en todos los casos sucede lo mismo y que los resultados no son tan lineales como se creía. En 2014, especialistas de diversas universidades, entre ellas Princeton y Rice, trabajaron junto a un total de 11.135 voluntarios con el objetivo de probar la supuesta correlación entre número de horas de práctica y rendimiento en múltiples disciplinas: música, juegos, deportes, profesiones y educación. ¿El resultado? La práctica intensiva solo explica, de media, el 12% de nuestro rendimiento en una tarea. En definitiva la gran cantidad de horas de práctica hará mejorar el rendimiento del individuo pero no podrá convertirnos en mentes brillantes.

Zack Hambrick, profesor titular del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, cuestiona (o más bien niega) la máxima de las horas de práctica para conseguir la excelencia. Realiza un estudio en el ámbito musical y en el mundo ajedrecístico donde se demuestra que el número de horas de práctica es poco relevante para ser considerado como valor absoluto: “Practicar es realmente importante para alcanzar un rendimiento de élite, pero este trabajo no es suficiente para ser un experto. La evidencia deja bastante claro que hay personas que llegan a un nivel de élite sin llevar a cabo tanta práctica, mientras que otros practican muchísimo y nunca llegan a ese nivel”.

En resumen: si a cada niño se le diera una evaluación precisa de sus habilidades innatas y luego eligiera su actividad profesional de acuerdo a lo que se le da mejor, con esfuerzo y ‘práctica deliberada’ tendría una posibilidad real de alcanzar la excelencia. Pero si eligen algo para lo que no tienen talento su esfuerzo será infructuoso. Basta de infantilismos y egolatrías estériles: el universo no conspira para cumplir nuestros deseos, todos tenemos diferentes potencialidades dictadas por la genética y el azar, y aunque nos gustaría ser especiales, unos genios, lo cierto es casi todo el mundo es mediocre. Como decía Tyler Durden: "No eres un bonito y único copo de nieve, eres la misma materia orgánica en descomposición que todo lo demás, todos somos parte del mismo montón de estiércol...". Con todo esto no quiero desanimar a nadie a dejar de hacer lo que le gusta solo porque no tiene talento, lo importante es ser feliz, no es necesario destacar para disfrutar del proceso creativo o para desempeñar una profesión, pero hay que ser realistas, porque de otra manera la frustración a largo plazo nos amargará la existencia.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Mi gueto respira, está vivo, se mueve, levanta perezosamente la cabeza hacia arriba buscando alimento. (28/30)

Antes mi barrio era un sitio agradable donde vivir, una calle tranquila que podías recorrer en apenas cien pasos, los soportales y su inclinación hacia abajo le daban cierta personalidad. Es una calle pequeña, con seis portales, tres a cada lado, y varios locales comerciales. Los edificios son bajos, de tres plantas, por lo que cada portal solo alberga seis casas de apenas sesenta metros cuadrados. Alguna tiene una terracita que da a la calle, por lo que antes eran normales las conversaciones con los vecinos de enfrente; de ahí viene mi metáfora del pájaro azul, una vecina que siempre estaba apoyada en el quicio de su ventana, mirando al exterior, y que siempre llevaba puesto un batín azul.

Como decía antes había varios negocios abiertos que daban vitalidad a la calle: una bodega extremeña, una tienda de ropa, la clínica veterinaria, una mercería y una tienda de reparación de televisiones; todos los vecinos se conocían de muchos años, sus hijos iban al mismo colegio, jugaban al fútbol en un descampado que había detrás y luego subían a ver juntos la televisión. Familias con horarios normales, que a las doce de la noche ya estaban durmiendo o con la televisión a un volumen mínimo. Podías salir a la terraza de madrugada y había un silencio que transmitía una convivencia perfecta y hogareña. La gente se paraba en los mercados a contarse la vida y sus problemas, se reunía en la bodega extremeña al final del día para tomarse un chato de vino antes de subir a sus casas, compartían la emoción del día de la Lotería de Navidad, había una cierta solidaridad y sociabilidad sana cuando te cruzabas con un vecino en el rellano.

            De aquel barrio bullicioso no queda nada. El tiempo es el gran disolvente de las relaciones humanas, y vivimos una sociedad cada vez más alienada y líquida, pero en este caso las causas principales han sido otras: los contratos de alquiler fueron encareciéndose cada vez más, empezaron a existir muchos problemas de convivencia y ruido, y la crisis-estafa de los últimos años destrozó las clases medias y dio la puntilla al pequeño comercio, y todos fueron cerrando progresivamente. Ahora mismo solo hay abierta una frutería china, aunque no tiene mucho mérito porque hay cientos de ellas; ¿qué hubiera pasado con el pequeño comercio en España si el Gobierno hubiera intentado controlar las licencias y horarios de todos esos miles de comercios chinos que han ido abriendo los últimos años? Otro tema que tratar más adelante.

Sigamos. La fachada sucia y mugrienta de los edificios es un aviso de lo que vas a encontrar en el interior: casas de más de cuarenta y cinco años sin reformar, sin calefacción central, con paredes de papel que convierten a cada nuevo vecino en un compañero de habitación. Sin embargo, se siguen alquilando a precios astronómicos. El norte de Madrid está saturado, la gente se pelea por las casas vacías. Al final los únicos que pueden permitirse pagar estos alquileres son familias numerosas o personas que realquilan alguna habitación; el casero conoce el ardid y por eso aumenta el precio. Lo malo de meter a mucha gente en pisos tan pequeños es que no suelen ser silenciosos. Ahí empiezan los problemas de convivencia: discusiones a altas horas de la noche, fiestas, televisiones al máximo volumen, perros que no paran de ladrar en todo el día… la gente no aguanta, y aunque lleves media vida viviendo ahí no queda más remedio que largarte. Y los que no se largan es porque tienen el piso de propiedad y ya son mayores, sin embargo se sienten tan atrapados que les amarga la jubilación.

            Pero como se suele repetir en el decálogo sagrado del decadente: toda situación tiene la potencialidad de ir a peor. Y eso es lo que lleva sucediendo desde hace par de años. Los cinco locales cerrados eran difíciles de alquilar – a ver quién es el idiota que todavía sigue creyendo que ser emprendedor en España es un chollo-, por lo que los dueños dieron con la clave para volverlos a monetizar: inventarse la cédula de habitabilidad, contratar a un par de obreros gañanes y baratos, y convertir esos locales en bajos que puedan alquilar como mínimo a 600€. Las condiciones insalubres ya os las podéis imaginar: transformar una mercería en una casa implica que hay una ventana exterior (el escaparate reducido a su mínima expresión), una cocina americana con un extractor de humos, un largo pasillo que da a una habitación almacén y, finamente, un baño tipo bar con un ventanuco en una esquina. Treinta metros cuadrados de desazón y penurias para que los esclavitos asalariados amaguen cierta independencia vital.

A mí todo eso me fastidia más de lo normal porque los obreritos han empezado a las ocho de la mañana a demoler el interior del zulo y a descargar escombros. Sé que ellos no tiene la culpa de que ayer me acostase a las cuatro de la mañana, pero sería ideal que en este puñetero barrio pudiéramos disfrutar de, al menos, un par de semanas de paz, sin que haya ruidos, obras, o algún infraser poniendo su mierda de música a un volumen incivilizado.

Travis Bickle me insiste en que debería matarles a todos, y luego quemar el barrio hasta reducirlo a cenizas, pero de momento me contengo. Lo único gracioso de la mañana es que al salir a la calle me he cruzado con mi némesis; estaba acodado en su verja fumando un cigarro, ojeroso y molesto. Creo que ha sido la única vez que nos hemos mirado con una pizca de empatía. Me he reído y he seguido adelante: sí, chaval, primero obras y luego nuevos vecinos, el karma nos está masacrando sin piedad.

jueves, 27 de septiembre de 2018

¿Si fueras a morir hoy, qué es lo que lamentarías no haber hecho? (27/30)

"El hecho de que un árbol es un árbol es muy importante para nosotros. Nos beneficiamos un montón de que el árbol es árbol. De la misma manera, una persona debería ser una persona. Si una persona es verdaderamente persona, viviendo feliz, sonriente, entonces todos nosotros, todo el mundo se beneficiaría de esa persona. Una persona no tiene que hacer un montón de cosas para salvar el mundo. Una persona ha de ser una persona. Esto es el fundamento de la paz."
Thich Nhat Hanh

Creo que todos en mayor o menor medida estamos metidos en la locura de unos horarios de trabajo que son difíciles de conciliar con la vida personal, el ocio y la familia. Es una realidad, no se trata de que mi trabajo sea precario, es que pasar diez horas fuera de casa es una barbaridad, y con el paso del tiempo cada vez te deja con menos energía para dedicarte a ti mismo y las cosas que te interesan.

El otro gran problema no es solo que la publicidad nos manipule para convertir deseos en necesidades artificiales, sino que también nos convence de que conseguiremos reforzar nuestra autoestima y ser felices con esas mismas compras, como si la Felicidad se vendiera con descuento en Amazon y conseguirla solo dependiera de la liquidez de nuestra cuenta bancaria. Ahí nace este círculo vicioso de frustración vital y consumismo, en la sugestión subliminal, en las asociaciones de ideas que se asumen como verdades inapelables porque nos han estado bombardeando todos los días desde pequeños con cientos de anuncios. ¿Qué es realmente una marca, qué promete? Muchas veces ni siquiera importa el producto sino el prestigio asociado a él.

Es curioso como muchas de las ideas que dais en los comentarios (muchas gracias por todas vuestras contribuciones) coinciden en lo mismo: minimalismo vital, decrecimiento, vida más reflexiva, meditación, “conócete a ti mismo” e intentar huir de esta sociedad líquida y sus relaciones superficiales e insatisfactorias. Como dice Thich Nhat Hanh, cada uno tiene que ser una persona, y contribuir con su forma de ser. Para mí ahora resulta natural soltar mi arenga por escrito, intentar mostrar lo pernicioso del consumismo, gritar para quien quiera escuchar que somos unos esclavos asalariados víctimas de la codicia de unos pocos.

¿Qué es lo importante para ti?
¿Qué es lo que te mueve?
¿Con quién lo quieres compartir?
¿Si fueras a morir hoy, qué es lo que lamentarías no haber hecho?
Pues hazlo ya. El mañana es incierto. De hecho, no existe el mañana.

Son preguntas que todos deberíamos hacernos todos los días. No hay que perder el tiempo ni venderlo tan barato, es lo más valioso que tenemos, no nos dejemos manipular. Sé que no resulta sencillo, hay que pagar un peaje para poder ser fiel a uno mismo, pero hay que intentar ser ambiciosos y consecuentes. Os animo a encontraros. Y a compartiros con quien lo merezca.

Un fuerte abrazo a todos, sobre todo a John O, cuyo comentario he plagiado vilmente para poder sumar otra entrada más.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Política. (26/30)

Hace tiempo que no escribo de política y la razón es que estoy muy cansado y harto de todo ese circo. La realidad es que da igual que gobierne el PP o el PSOE. Me apuesto el sueldo de todo el año (el de un mes no sería un gran estímulo para nadie) a que de aquí a dos años, o cuando sean las próximas elecciones, no han hecho nada de lo que prometían en su programa. Os dejo algunas de esas propuestas que el Ciudadano Sánchez proclamaba en sus mítines: derogar la ley mordaza, vincular las pensiones al IPC de manera permanente, derogar la reforma laboral (propia y del PP), impedir que siga subiendo el recibo de la luz, publicar la lista de la amnistía fiscal, quitar aforamientos y poner un impuesto especial a banca y empresas. Eso sí, la cortina de humo de quitar a Franco del Valle de los Caídos se alargará todo lo que puedan y más. Que puedo estar de acuerdo en que lo hagan, pero no es excluyente para que hagan más cosas.

            Para que veáis el juego de trileros al que nos vemos sometidos me detendré un poco más en dos de los temas más actuales: aforamientos y factura de la luz. El tema de eliminar los aforamientos ya venía en el programa del PSOE, de Ciudadanos y de Podemos. Siendo así, ¿por qué no se ha hecho todavía? Porque no interesa a nadie. ¿Y qué excusas van a darnos para no gestionarlo? Pues aprovechándose del ruido mediático por varios temas que no aportan nada (como lo de Franco) lo llevarán al Congreso y ahí no saldrá adelante. Podemos y los grupos independentistas ya está diciendo que tendría que estar incluido el Rey porque de otra manera no lo apoyarán. Y Sánchez a la semana de anunciarlo en vez de presentar un anteproyecto de ley le ha pedido al Consejo de Estado, máximo órgano consultivo del Gobierno, que formulen ellos la propuesta de reforma constitucional. Es una forma de ganar tiempo y que todo se vaya diluyendo, ¿nadie recuerda la rapidez con que se pusieron de acuerdo y cambiaron la Constitución en verano del 2011 para modificar el artículo 135, ese que pone el pago de la deuda por encima de otras cuestiones menos importantes como pensiones, educación o sanidad? Si no existieran los aforamientos medio PSOE andaluz estaría en la cárcel, junto a Pablo Casado dicho sea de paso. Es algo que no interesa a nadie pero que todos “intentan” gestionar cuando están en el poder.

            Lo de la luz es mucho más sangrante. Solo haría falta una auditoría de costes del sistema eléctrico que incluya, muy especialmente, un estudio de los costes de generación de las distintas unidades en operación en nuestro país. Pero no lo hacen. Lo que si hacen es suspender el impuesto de generación eléctrica, que puede suponer según ellos un descuento entre el 2,5% y el 4% en la factura, pero que en realidad no sirve absolutamente para nada según todos los expertos porque las eléctricas suben el precio sin necesidad de justificarlo de ninguna manera, da igual que este año haya llovido más, o se haya producido más energía eólica, circunstancias cuya ausencia otros años han servido para “justificar” las subidas de siempre.

            Con el bono social ocurre algo parecido: Solo 706.285 clientes tienen aprobado el nuevo bono social (dato del 2 de septiembre), es decir, 1,7 millones de usuarios menos que los que estaban adscritos a la antigua modalidad del bono social (2,44 millones). Una cifra que debería ser todavía mayor, pues según apuntó la ministra Teresa Ribera el número de hogares que sufren pobreza energética se eleva a 4,6 millones. Pero la falta de información, la modificación de los criterios exigidos (antes se basaba en la potencia contratada, ahora tienes que ser un “consumidor vulnerable” y hacer un estudio de renta familiar) y lo engorroso de la solicitud han motivado esta situación. El gobierno propone alargar el plazo de solicitud, ¿disculpa? ¿No sería más sencillo y lógico derogar esa reforma y dejar las cosas como estaban antes? Lo que el sentido común dicta. Pero no lo hacen, ¿es ineptitud? No, es la prueba evidente de que no defienden los intereses de los ciudadanos. La casta actual es una evolución de la antigua aristocracia, y solo les preocupa mantenerse en el poder; la única novedad es que han copiado de Podemos el marketing vulgar de red social, y ahora la política española es un circo de ideologías aguadas, golpes de efecto y salidas de tono.

Ya que al final me he animado debería de escribir algo sobre Podemos. Ya di mi opinión sobre el chalet de Pablo Iglesias en esta entrada hace unos meses. Quizás para la siguiente entrada.

martes, 25 de septiembre de 2018

Un día en mi trabajo. (25/30)

He intentado ignorar el terrible aniversario pero ha resultado imposible: este mes se cumplen ocho años desde que comencé a trabajar en atención al cliente de Yoigostar. Ocho años atendiendo llamadas de clientes enfadados, insatisfechos y con problemas incomprensibles en su línea. Los primeros años no fueron tan malos, no había tanta carga de trabajo y podíamos relajarnos entre llamada y llamada, sobre todo por la noche. Pero la subcontrata no quería nuestra felicidad, nos quitó los treinta segundos de descanso tras llamada (ahora nada más colgar te entra siempre la siguiente), cada asesor tenía un horario de descanso largo distinto y ya no podíamos cenar juntos, había siempre problemas con las vacaciones, las nóminas, incluso con los partes médicos, quitaron a cualquier encargado que aspirase a lograr un ambiente de trabajo tranquilo y sosegado y pusieron en su lugar a gentuza con complejo de inferioridad que se creían importantes por un puesto en el que cobraban cincuenta euros más que los demás… y así varias cosas más. Con el paso de los años consiguieron que el stress y la mala ostia se apoderaran de lo que antes era una plataforma en la que sobresalía el buen rollo. Ahora es una combinación del séptimo círculo del infierno, Mordor y un Gólgota de segunda clase donde te crucifican durante ocho horas sin resurrección ni redención posible. Hay tardes en las que parece que la única forma de sobrevivir es permitir que nuestros carceleros conviertan nuestro cerebro en jabón y la dignidad en una escupidera abollada.

Describir la jornada es un poco aburrido, pero vamos allá. Llego a un edificio en llamas, cruzo los tornos, subo en el ascensor hasta la tercera planta rezando para que alguien lance las bombas atómicas y todo quede carbonizado, saludo a todo el mundo, aunque la mayoría no puede contestarme más allá de un asentimiento de cabeza y busco algún puesto libre. Dedico los siguientes diez minutos a intentar que un ordenador del pleistoceno consiga abrir sin ralentizarse excesivamente doce programas de gestión. Pongo mi login, me coloco los cascos y empieza la fiesta: aluvión de llamadas. Los días malos suele haber doscientas llamadas en espera, los días normales entre cincuenta y sesenta. Alguien podría indicar que si hay tanto trabajo sería necesario contratar a más gente, y estaría en lo correcto, pero asumo que las quejas de los clientes de Yoigostar van directamente a la basura, y el dinero se emplea en otras cosas, quizás en aumentar los sueldos y patrimonio de los jefecillos de todo este tinglado y a los cuales nadie suele ver nunca. Volviendo a mi trabajo, este consiste en responder a las mismas consultas una y otra vez y, de vez en cuando, abrir alguna incidencia o reclamación. La media de llamadas que cojo suele estar en las doscientas veinticinco. Los clientes rabiosos no me despiertan del letargo, es lo más habitual, lo que es casi un unicornio rosa es el cliente que pide las cosas por favor y da las gracias al finalizar. Lo peor es la gente obtusa: les repites las cosas una y otra vez, pero no hay manera de que sean capaces de entender tus indicaciones, casi visualizas los engranajes de su cerebro todavía encasquillados en tu primera frase. Cuando llega la conexión sináptica, apenas un ligero chisporroteo, y vuelven a preguntarte otra vez lo mismo, suspiras y comienzas de nuevo. Una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia. Por pura repetición podría contestar a la mitad de las llamadas tumbado en el salón de mi casa, sin necesidad de mirar la pantalla.

Aparte de las indignidades propias de este trabajo, mi querida subcontrata suele intentar amenizar mi jornada con muchas ocurrencias. Por ejemplo con los exámenes de conocimientos: veinte preguntas, veinte minutos. Cuando los corregimos la nota pasa al departamento de calidad (spoiler: no existe ese departamento). En realidad te sueles echar unas risas porque cada uno reacciona a su manera: unos se ponen nerviosos, otros hacen fotos y las pasan al grupo de WhatsApp (ese soy yo), otros se quejan de la redacción de las preguntas porque “son engañosas y van a pillar” y hay algunos que se piensan que están en el cole y se frustran si no consiguen un resultado perfecto. Hay unas pizarras en las paredes y cuando alguien no está en la media del grupo o suspende los exámenes ponen en ellas su login (número de asesor) y pintan a su alrededor muchas caritas tristes. Para algunos es terrible, y cuando bajan la cabeza al pasar cerca me doy cuenta que la crueldad de nuestra subcontrata no tiene límites.

Al llevar tanto tiempo algún compañero me pregunta a veces por qué no intento ser coordinador. Me temo que no valgo para el puesto, no podría fingir interés o motivación al dar las formaciones, ni echar broncas por pasarte diez segundos de una pausa visual, o negar a alguien su derecho inalienable de ir al baño solo porque hay muchas llamadas en cola. Supongo que al enfrentarte a un trabajo precario tienes dos opciones: involucrarte y convencerte de que estás haciendo una labor importante, o pensar que es tiempo perdido, que tu trabajo no tiene sentido y que hay que intentar pasar el mal trago, a veces escaqueándote. Lo curioso es que nuestras condiciones laborales podrían ser mejores, de hecho a principios de año se convocaron huelgas porque llevábamos tres años sin convenio y la patronal quería firmar uno en que nos quitasen la mitad de las horas médicas, se redujeras las pausas visuales y la subida salarial fuera solo del 0.1%. Pero la gente no participó en las movilizaciones, no luchó por sus derechos. Y como el temperamento es destino y somos todos unos desclasados, en verano se firmó precisamente eso. Un punto para la patronal, una patada en el culo para los esclavitos asalariados.

Lo realmente interesante de mi trabajo son mis compañeros, aunque solo sea porque se obstinan en ser mi antítesis. La mayoría están amargados y odian este trabajo tanto o más que yo, pero lo necesitan porque es vital para ellos tener el último iPhone, irse de vacaciones, tener dos hijos, dos coches y cinco tarjetas de crédito. Hablo de gente que tiene dos trabajos, es decir, sin ningún día libre, y que no se plantean ni siquiera por un momento reducir sus gastos o pagar sus deudas y no contraer más. Recuerdo a uno que tenía desde hace cinco años una deuda de más de veinte mil euros, y nada más pagarla a principios de este año se compró un coche nuevo, naturalmente a crédito. O esa jefa de equipo que siempre se queda una hora más, totalmente gratis para la empresa, porque no puede marcharse sin hacer todo el trabajo. Luego hay otro tipo de asuntos, a fin de cuentas vivo rodeado de mujeres: la compañera que no quiere a su marido, pero desea ser madre y por tanto se queda embarazada. La que es madre soltera con solo un trabajo de media jornada, que se viene desde Toledo porque allí el alquiler es muy barato, conoce a un chico se enamora y a los seis meses vuelve a estar embarazada porque “quiere la parejita”. Esas parejas del trabajo que empiezan besándose y terminan literalmente con las maletas en el puesto por una mudanza forzosa e intempestiva. Naturalmente esta sutil incomprensión que comento es mutua, la mayoría me considera un conformista y un vago. Recuerdo cuando les dije hace unos meses que tenía otro trabajo entre semana: casi me abrazan entre lágrimas, satisfechos de que por fin me hubiera unido al precariado a tiempo completo. Que conste que también hay gente que me cae bien, como uno que siempre pasa de todo, quiere meterse en las Fuerzas Armadas y al que siempre pillo fumando porros en los descansos por la noche; o el que vino este sábado disfrazado de Ken Kaneki (Tokyo Ghoul) directamente de la Comic Con sin quitarse el maquillaje y dando un buen susto a todo el mundo.

Otra cosa a destacar es la ineptitud del departamento de RRHH en mi empresa. Siempre hay problemas y errores en las nóminas. Ahora mismo tengo en curso tres reclamaciones con ellos. La primera porque me pusieron una falta de asistencia el mes pasado y me quitaron cincuenta euros de nómina. Falté, efectivamente, pero les di un justificante médico que escanearon delante de mí. Tengo otra reclamación porque llevo pidiendo varios meses mis días sueltos de vacaciones, y siempre que intento solicitarlos me los deniegan, de tal forma que estamos ya casi en octubre y todavía no los he disfrutado. La última reclamación es porque después de ocho años mi contrato sigue siendo de obra y servicio; no es algo que me moleste, pero quizás ya iría siendo hora de ser indefinido, creo que por ley a los dos o tres años se gestiona automáticamente.

            Para terminar voy a dar otro ejemplo de la ineptitud de mi subcontrata. Hace un par de meses empezaron con un servicio nuevo: los chats, que básicamente es dar la opción al cliente de mantener una conversación estilo WhatsApp con un asesor en caso de que no quiera esperar a que le atiendan a través del servicio de atención telefónica. Cualquier persona normal entendería que, antes de lanzar un nuevo servicio, lo ideal es probar primero con unas pocas personas para ver cómo funciona. Aquí no, zafarrancho de combate, han intentado formar a todo el mundo como si les fuera la vida en ello. Lo que les ha salvado es que los asesores tenían que pasar una prueba escrita para comprobar que tenían unos mínimos conocimientos ortográficos, y la prueba no la estaba pasando casi nadie. De tal forma que, al final, después de perder un montón de tiempo en formaciones, exámenes, más el dinero gastado en varios programas de gestión, resulta que consiguen un equipo de treinta personas que, después de un mes y medio, no sirve para nada. ¿Motivo? Una obviedad: alguien por chat, por muy rápido que vaya, suele tardar en atender una consulta normal entre cinco y quince minutos, en ese tiempo un asesor telefónico puede gestionar cinco. Cuando hay cien llamadas en espera es absurdo tener a tanta gente haciendo chats porque resulta totalmente ineficaz. Total, que al final todo el mundo vuelve a coger llamadas excepto algunos privilegiados -entre los que me encuentro-, que nos han puesto a contestar mails. Pues así con todo.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Lo que sé, arruina lo que deseo. (24/30)

Ser hijo único implicó para mí que parte de la soledad de mi infancia y adolescencia se fundiera en escenas de películas: Gremlins explotando en un microondas, Han Solo respondiendo Lo sé antes de quedar congelado en carbonita, una canción de Leonard Cohen sonando como entradilla de una emisora ilegal, Rocky perdiendo, Madoka Ayukawa dándole una bofetada a Kyosuke, Jack Nicholson volando sobre el nido del cuco, los westerns de Sergio Leone, el baile de Gilda, Conan resolviendo conflictos, Paul Newman comiendo cincuenta huevos, Humphrey Bogart en un aeropuerto lleno de niebla, James Stewart llorando de emoción al final de ¡Qué bello es vivir!... También disfrutaba mucho de las películas románticas, esas que parecen congeladas en su belleza utópica, ingenua y fascinante a la vez, como las de John Hughes o las primeras de Kevin Smith. Los protagonistas no despreciaban el amor como en el libro “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” de Stefan Zweig.

Recuerdo la emoción al ver por primera vez la película El secreto de la pirámide, una especie de ucronía que indagaba en la posibilidad de qué Watson y Sherlock Holmes se hubieran encontrado siendo adolescentes. Una de mis escenas favoritas es cuando Sherlock está cenando con sus compañeros de internado burgués, en ese momento están hablando con cierto clasismo y petulancia sobre el dinero que van a ganar con sus futuros e importantes trabajos. Sherlock está distraído, ajeno en parte a la conversación, y justo cuando le preguntan por sus planes de futuro ve pasar por la ventana a Sofía Ward -la chica de la que está enamorado-, y contesta: “No quiero vivir solo…” Todos le miran estupefactos sin entender la profundidad de su respuesta.

En mi segundo año de instituto tuve un breve pero intenso desengaño amoroso. Se llamaba Marta, una chica voluptuosa, alta, de fuerte carácter, pelo largo y ojos verdes, a la cual había oído decir el segundo día de clase que quería ser forense, lo cual me pareció de una extravagancia sublime. El flechazo fue brutal. No podía dejar de pensar en ella, de idealizarla, de trazar multitud de fantasías y encuentros en los que ella se daba cuenta de mi amor, me cogía de la mano y asumía su reciprocidad. Pero era demasiado tímido y apocado, me sentía intimidado.

Pasaron dos meses y por fin tuve mi oportunidad: Sara, una compañera de clase con la que me llevaba muy bien, me invitó a su cumpleaños, Marta también iba a ir. Llegó el deseado viernes por la tarde, y salí a la calle casi de etiqueta, sonriente, como si fuera el protagonista de una película, a punto de dar a los espectadores el final tanto tiempo deseado. Cuando llegué al bar donde habíamos quedado no la vi y al preguntar me dijeron que tenía clases de taekwondo por las tardes y llegaría más tarde. Mientras tanto, y para infundirme algo de valor, en vez de una cerveza me pedí un vodka con naranja, el primero de mi vida. Y como ese primer cubata había entrado bien me pedí otro. A la media hora, imbécil de mí, mi lengua ya estaba desatada, y le estaba dando el coñazo a Sara sobre lo guapa que era Marta y lo felices que íbamos a ser juntos. Era buena chica, pero llegó un momento que su paciencia se agotó y me interrumpió: “Mira Mario, siento decírtelo, pero ella está saliendo con Carlos”. “¿Carlos? repetí atontado, como si no acabase de creérmelo. “Sí, Carlos, desde hace un par de meses”. Me quedé en shock, todas mis fantasías destrozadas. Lo peor es que Carlos era el repetidor de clase, el macarra, el iletrado que fumaba en los pasillos, todo pose y nada de cerebro, ¿qué podía ver Marta en él? Era imposible, no estaba a su altura, no era nadie. Embarrado y con la lengua de trapo intenté levantarme, pero el alcohol me subió de golpe. Sara intentó sujetarme, pero yo compensé sus buenas intenciones vomitando encima de sus zapatos. Una intensa vergüenza me inundó, incluso para un adolescente era una situación demasiado absurda y tópica.

Terminé de vomitar, me limpié la boca con unas servilletas y volví a levantar la mirada. Mi último pensamiento antes de enfrentarme a Sara y su cohorte de amigas fue que mi vida estaba resultando como una película… pero una de bajo presupuesto, con un actor malísimo en el papel principal, un director con delirios de grandeza y, lo más importante, un guionista amargado y cruel.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Llorar. (23/30)

Llevo días con ganas de llorar. Es extraño, porque a lo largo de mi vida he tenido problemas, problemas graves, atroces incluso, pero nunca había sentido esta congoja, esta desconcertante tristeza. Resulta irónico recordar ahora a mí ex afirmando que yo no era capaz de llorar, que estaba muerto por dentro. Bromeaba sin pretender ser hiriente, pero en el fondo lo pensaba, a fin de cuentas ella se emocionaba fácilmente con películas, con libros, con la muerte de algún secundario en una serie mala. Yo siempre me mantenía circunspecto, serio, hierático. También lloró cuando quedó conmigo en una cafetería para decirme que ya no me quería como antes. Esas palabras me dejaron tocado, con el orgullo herido. Podría haberle explicado que las cosas cambian, que hay épocas de amor, serenidad y reciprocidad idealista, pero también de apego, dificultades y rutina insolidaria, pero que, a fin de cuentas, ese era el desgaste habitual que el tiempo ejerce sobre nuestro romanticismo. Siempre hay ciertas desilusiones cuando consigues hacer tangible el espejismo. Pero no dije nada, ¿para qué? Ella ya no me quería, las palabras se me agarrotaron en la garganta, nos despedimos y así acabó todo. Siempre tendré la duda, ¿ella esperaba una reacción más vehemente por mi parte, o se sintió aliviada cuando la relación terminó sin melodrama? Podría haber llorado en ese momento, y quizás así ella hubiera entendido sin necesidad de palabras que la seguía amando. Pero me reprimí, es lo que siempre hago.

            Estos días he reflexionado mucho sobre cuál es el motivo exacto por el que no me permito llorar. Al principio pensé que era porque no me gustaba mostrarme débil e indefenso ante los demás. Pero luego recordé a mi abuela. Siempre que íbamos a verla se mostraba encantadora durante toda la visita, pero luego, justo antes de irnos, aparecían esas lágrimas impúdicas, como si estuviéramos abandonándola miserablemente, embriagada por una esquizofrénica necesidad de atención, de provocar una escena y hacernos sentir mal. Y conmigo lo conseguía, cuando era un niño esas lágrimas siempre me dejaban angustiado, manipulado emocionalmente. Y hacía lo mismo en todas las reuniones familiares, en todas las fechas importantes como Navidad o mi cumpleaños… siempre esas lágrimas provocando malestar e incomodidad a todo el mundo. Llegó un momento en que estábamos tan hartos de esos numeritos que cuando empezaba seguíamos hablando y actuando como si no pasara nada, ignorándola.

Recuerdo una de las últimas veces, yo tenía quince años. Le había dado un pequeño ictus y nos preocupaba que pudiera repetirse, por eso me turnaba con mi madre para ir a su casa por las noches, ayudarla a cenar y acostarla. Recuerdo que estaba cenando con ella en el salón, en silencio, mirando sin mucho interés la televisión. Me sentía impaciente por salir de allí, y al terminar le dije que me iba y que se acostase ya. Nada más decirlo empezó a gritarme totalmente fuera de sí: me odiaba por ser tan mal nieto, sabía que todos, yo incluido, estábamos deseando que muriera para quedarnos con su dinero y sus joyas. Naturalmente lloraba, lloraba a mares, como si de alguna forma ella misma se creyera sus propias fabulaciones. Me quedé impertérrito hasta que su energía se agotó y dejó de gritar y llorar a la vez. Nos miramos fijamente, me levanté, cogí mi mochila y la dejé ahí. Justo cuando cerraba la puerta escuché como sollozaba quedamente. Agarré con fuerza el picaporte de su puerta y di un portazo. Siempre ganaba. Quizás por eso me resulta tan familiar esta angustia en el pecho, es la misma sensación de aquellos años, cuando la dejaba sola en su casa y desandaba el camino de vuelta, la misma soledad, el mismo abatimiento, como si algo importante estuviera roto pero no hubiera forma de arreglarlo.

Quizás tenga una depresión. O una vulgar crisis existencial. Cuando tienes cuarenta años sueles tener la sensación de llegar tarde a las cosas más valiosas. Es como estar atrapado en una habitación con demasiadas puertas cerradas. Como si ya hubieses tomado todas las decisiones importantes y solo quedase apechugar con los errores. Sin pasiones, solo un esfuerzo denodado por mantener cierta dignidad impostada y no dejarte caer. Para qué me digo a veces, para qué. Pero no quiero empezar a llorar, ni siquiera por puro desahogo. Sé que si empiezo no podré parar.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Reflexión sobre Kierkegaard y reseña de la novela “El fin de la soledad” de Benedict Wells (22/30)

He leído una frase de Kierkegaard que me ha llamado la atención: “el ego debe romperse para convertirse en verdadero ego” Creo que lo que quiere decir es que al nacer quedamos determinados por los que nos rodea: nuestros padres, la educación, nuestras buenas y malas experiencias, la gente con la que intimamos… Damos por sentado cómo somos, pero al decir “yo soy así” solo nos referimos a una inherencia superficial que percibimos de nosotros mismos permeada por la inercia de nuestras costumbres y circunstancias. Para comprender realmente nuestro verdadero yo es imprescindible cuestionarnos todo lo que hemos aprendido desde nuestro nacimiento, incluso perder algunas cosas. De hecho a menudo la única forma de hacerlo es a través del sufrimiento, porque son esos los únicos momentos en los que uno se reconoce de verdad.

Desde esa perspectiva el sufrimiento de nuestras vidas, aunque nos pueda parecer injusto y gratuito, no lo es porque nos aporta una clarividencia sobre nosotros mismos que los demás no tienen. ¿qué hacer con esa lucidez tan expeditiva? Quizás los artistas subliman las secuelas de sus traumas con el arte, un arte cuyo público es un (d)efecto colateral de su necesidad vital de desahogo.



Y después de esta reflexión, una pequeña reseña del libro que acabo de terminar de leer:

Jules es un niño feliz, seguro, el menor de los tres hijos de un matrimonio que pierde la vida en un accidente de tráfico, acontecimiento que determinará la vida de él y sus hermanos. Los tres se trasladan a vivir a un internado y cada uno gestionará la soledad a su manera. Jules empieza a retraerse cada vez más, a vivir hacia dentro, sintiéndose desprotegido por unos hermanos que, aunque mayores, no pueden ocuparse de él porque tampoco son capaces de manejar su propio abandono y dolor. La historia nos narra la vida de ellos (y algún personaje más que ayuda en el tono romántico) en un período de treinta años con una estructura bien equilibrada: no se excede, ni se queda corto en el relato ni en el tratamiento de las distintas partes. Aunque comienza con un flashforward, es un relato cronológico de lectura fluida en la que las complejidades de sus personajes se desarrollan con bastante talento.

Benedict Wells escribe bien, y es destacable la madurez con la que trata temas tan duros. Resultan muy interesantes sus reflexiones sobre la inconsistencia de la vida, sobre cómo paraliza el miedo a esa falta de seguridad, sobre cuál es la verdadera identidad, si aquella que se levanta sobre lo que hemos tenido o aquella otra que se desvela tras lo que vamos perdiendo. Quizás, como único escollo, la sempiterna melancolía de un personaje, Jules, que nos habla desde una primera persona dura, intimista, sincera y, por fin, resiliente al final.

En resumen, el autor no me ha impresionado demasiado, a pesar de su fama y de que haya ganado el Premio de Literatura de la Unión Europea obtenido en 2016, pero la lectura ha sido entretenida, me gusta esa pátina de tristeza que sabe evocar en muchas partes de su libro. De hecho me ha recordado, salvando las distancias, a Murakami: la primera persona melancólica y reflexiva de su personaje principal, su quietismo a pesar de albergar un mundo interior inmenso, la relación romántica, a veces tóxica, otras excesivamente misteriosa y absurda, la falta de descripción de los escenarios y lugares en su prosa, cierta filosofía suave en sus reflexiones… Dejo algunos fragmentos para que podáis haceros un idea y, naturalmente, un enlace al ePub.

«La vida no es un juego que tiene que acabar en cero. La vida no tiene que ajustar cuentas, las cosas suceden, sin más. A veces es justa y todo tiene sentido. Y a veces es tan injusta que uno duda de todo. Yo le quité la careta al destino y vi que no era más que pura casualidad».

«Y entonces pensé en la muerte y en cómo la había imaginado antes: como una explanada de nieve infinita sobre la que todos flotamos, y en los lugares en los que la rozamos, la nada se confunde con los recuerdos y con las imágenes que arrastramos y adquiere un rostro. Y a veces es tan precioso que el alma quiere saber más de la nada y la sigue en su camino hacia la desaparición».
«A veces creo que hay gente que no sabe que va a morir».

«Tengo claro que todas estas ideas son de lo más infantiles, pero aun así estoy seguro de que en este universo existe un lugar en el que ambos mundos pueden observarse a la vez y adquieren el mismo grado de realidad. Lo vivido y lo soñado. Porque cuando todo se acabe y se olvide, cuando, dentro de millones de años, todo haya desaparecido y no nos quede ninguna prueba de la existencia de nada, será absolutamente indiferente que algo haya existido o haya sido soñado. Y las historias que ahora solo suceden en mi interior adquirirán quizá la consistencia de aquello a lo que algunos se refieren como realidad».

viernes, 21 de septiembre de 2018

Curious Cat y sus anónimos. (21/30)

Ayer recibí un curioso mensaje por Curious Cat, esa red social para gentecilla aburrida y disfuncional. Es una lástima que nada más leerlo lo borrara, porque creo que hubiera estado bien copiarlo literalmente y analizarlo línea por línea. Vale, eso quizás hubiera mostrado cierta susceptibilidad por mi parte. No da buena imagen. Suspirito. En el mensaje un anónimo muy educado me sugería que saliera de mi zona de confort y, cito textualmente tal y como lo recuerdo: “las entradas diarias de tu blog van por mal camino.” Añade: “Tal y como yo lo veo solo tienes dos opciones, regresar por dónde has venido a tu etapa decadente o lanzarte a una nueva identidad literaria. El término medio no me está resultando una buena alternativa, está desluciendo el resto de entradas de tu blog”. Como digo el primer impulso fue borrarlo entre otras cosas porque mi querido y pedante anónimo me pidió que no lo publicase. Era un mensaje muy bien redactado, equilibrado, sincero en su exposición, incluso deja algo de intimidad latente llamándome Mario. Recuerdo las palabras finales: “No quiero ofenderte ni humillarte, nada más lejos de mi intención, pero tienes que ser valiente. Esto quizás implique perder muchos seguidores, pero seguramente otros alcanzarán a valorar tu nueva escritura”.

Mi querido Anónimo, coloquialmente A., dices cosas muy sabías, pero me gustaría matizarte algunas cosas. El reto de escribir todos los días lo que implica es cantidad sobre calidad. No soy ningún Dostoievski acosado por sus deudas que necesita terminar “El Jugador” en menos de un mes, soy un tipo que tiene una vida algo vacía y cree que escribir la justifica un poco. Nada más. Es como si te enseñara mi manuscrito del último NaNoWriMo y me dijeras que la novela que he terminado en un mes es una mierda. Pues claro. La prioridad era terminarla, luego ya veremos qué hacer con ese material (normalmente borrar la mitad, y reescribir lo que queda). En este caso lo que tendrías que haber apreciado es el hecho de que escriba algo todos los días. Tampoco creo que haya motivo para la queja: tres entradas sobre libros, una de poesía, tres textos sobre el trabajo, la rebelión de la conciencia y sobre filosofía. Y luego vivencias, si incluso lo de Tinder o sobre el retrasado rapero de mi barrio las escribí en tono de humor. Claro que hay por lo menos cuatro entradas que son refritos de cosas antiguas. Pero me gusta reescribir, plagiarme, darle otro sentido a los textos. Si te gustan los beats sabrás que Ginsberg troceaba sus poemas y movía los trozos de papel por el suelo, su mente enturbiada por anfetaminas baratas, buscando nuevas metáforas reveladas por pura entropía. Me gustan los puzzles de palabras, quizás para ti pueda resultar repetitivo, pero mi motivación es mi propia diversión.

La diversión es la clave. Por ejemplo, me resulta divertido utilizarte a ti y tu mensaje para cumplimentar la entrada del día 21. Una entrada más, de muchas, la 782 de este blog. En internet todo es acumulativo, nada importa, solo la novedad, he tardado en adaptarme a ello. Podría escribir las mayores barbaridades en este blog y quedarían enterradas en las siguientes cinco o seis entradas. Tú me instas a esforzarme y salir de mi zona de confort, y esa parte la veo bien, pero, de qué escribo, ¿de zombis, espadachines, un cuento corto sobre extraterrestres? ¿un relato surrealista, una conversación entre una giganta y un enano? No sé, tienes parte de razón, podría ser divertido. O podría ser un puto coñazo. ¿Acaso me debo a mi público, a mi talento? No, no te equivoques, me debo a mí mismo, a mi propio ego y diversión. Cuando me aburra de escribir de habitaciones de hotel con olor a sexo rancio y alcohol puede que deje el blog, o puede que escriba esa historia entre la giganta y el enano. Pero lo que sí te puedo asegurar es que no me da ninguna pena que no exista. O que no llegue a existir nunca.

Además, si conoces mi nombre y sabes distinguir mi material nuevo del antiguo, supongo que también estarás familiarizado con el concepto de inventarse una vocación. He hablado de ello a menudo. Es el simple hecho de que escribir me gusta pero nunca me ha apasionado. A mí me apasiona leer, si tuviera que dejar de hacerlo mi vida sería horrible, casi inservible. Por eso leo todos los días. Sin excepción. Y leo de todo: ensayos, cómics, libros densos, bestsellers, filosofía, new-adult. Cualquier cosa. Porque lo disfruto tanto que cualquier esfuerzo es recompensado con creces. Es una gratificación inmediata. A ese nivel. Pero escribir es, simplemente, otro hobby más. Por muy vehemente que me ponga a veces podría intercambiar ese tiempo con cualquier otra cosa, como tocar el bajo, jugar a un buen videojuego, irme de vacaciones o crear un grupo de WhatsApp con unos cuantos decadentes de Twitter e intercambiar desvaríos durante un par de horas. Además, Murakami tenía razón con sus metáforas: la escritura es como correr, pero sobre todo en la parte negativa. Porque la gratificación nunca es inmediata, siempre está a una cierta distancia. Cuando salgo a correr primero tengo que cambiarme de ropa, ponerme las zapatillas, calentar un poco, alejarme un poco de mi barrio para llegar hasta el parque… y a los diez minutos la cosa empieza a fluir. Puede ser que no haga demasiado calor ni demasiado frío y a lo diez minutos esté disfrutando tranquilamente, con la música y el contexto adecuado. Pero otras veces no es así, a veces hay semáforos en rojo, hace demasiado calor, tienes agujetas del otro día. Y no te apetece seguir. Pero sigues. La endorfinas hacen su trabajo y al final merece la pena. Pues escribir es muchas veces así. La gratificación suele estar en el recodo del siguiente párrafo, es muy elusivo ese momento mágico en el que todo fluye y disfrutas aislado totalmente de tu entorno.

            De todas formas la próxima vez déjame un comentario en el blog, o por mail, no seas cobardica, ya ves que no tengo ningún problema en hablar de tú a tú. Y eso del Curious, en serio, podemos aspirar algo mejor, ¿no? Un saludo.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Cómo escapar de nuestra zona de confort y mejorar nuestra creatividad. (20/30)

            La crítica más habitual que suelen hacerme es que siempre uso la misma jerga intensita y pedante y que mis temas siempre son los mismos: el sexo, la mujer cosificada, las habitaciones llenas de soledad, alcohol y misoginia, el trabajo precario, el desamor y la muerte. Mi prosa poética corre la misma suerte. Aun así habréis de reconocer que, aunque estén relacionados, son una gran variedad de temas. La mayoría de poetastros y juntapalabras solo tienen uno (el desamor), de hecho muchos artistas famosos (y con este apelativo me refiero tanto a escritores, músicos, cineastas y todo el mundo artístico) suelen repetir su primer éxito una y otra vez. Han conseguido el favor del público y, ya sea por falta de talento o cobardía, no se atreven a salir de su zona de confort, aunque eso les aburra terriblemente.

            Lo interesante de los escritores es que tenemos muchos trucos para gestionar la falta de creatividad y salir de nuestra zona de confort. El primero es precisamente lo que estoy haciendo ahora: metaliteratura, es decir, hablar sobre todo lo que esté relacionado con la escritura, sobre cómo y de qué escribir. Os sorprendería el negocio que existe sobre esto. En Estados Unidos cientos de escritores famosos se van de gira por las librerías de varios estados para leer extractos de sus libros y hacer promoción, viven de dar clases en la universidad o de gestionar cursos de escritura creativa. Imaginad por un momento que pudierais asistir a las clases de Chuck Palahniuk o Stephen King, suena fantástico. Incluso puede que lo sea. Con este tema hay discrepancias: unos dicen que los cursos de creación literaria son necesarios, que todo suma, que la experiencia es un grado, y que aunque la escritura no es una ciencia exacta se puede enseñar y aprender. Otros dicen que es una gilipollez, que lo único que sirve es escribir todos los días y leer mucho, a ser posible a los clásicos y los que destaquen de tu generación. Que el mundillo poético es tan endogámico y pedante y las editoriales tan rancias e impersonales, que lo mejor es aislarte. En realidad es una discusión estéril, que cada uno haga lo que quiera, y si hacer cursos te ayuda a seguir escribiendo, adelante con ello, invierte tu dinero.

Algo que siempre aparece en muchos ensayos y guías es la premisa de que puedes escribir de todo, por lo tanto solo tienes que estar atento a las anécdotas, personajes, situaciones y detalles significativos que te rodean. No hay nada mejor que la comedia humana como arcilla creativa y crisol de ideas. Hay que salir al exterior, mezclarte con el resto de la humanidad. Leer es importante, pero insuficiente. Podríamos hacer dos enmiendas a esto: la primera es que muchas veces algo que parece divertido en tu cabeza al escribirlo se convierte en aburrido e inane. Quizás es falta de talento, hay escritores que convierten cualquier escena en algo maravilloso, que se lo digan a Proust y sus puñeteras magdalenas. La segunda es que hay autores que han sufrido unas vidas miserables y asociales y a pesar de ello han sido capaces de unos alardes creativos impresionantes. Emily Brontë vivió aislada junto a su familia, sin relaciones sentimentales conocidas, y fue capaz de escribir una novela, Cumbres Borrascosas, que por su estructura y personajes tumultuosos rompió totalmente los corches literarios victorianos de la época. Todo un logro. Qué decir del funcionario Kafka. O de Emily Dickinson que estuvo gran parte de su vida aislada en su pequeña habitación, ¿quién lo diría al leer su poesía?. Existen muchos ejemplos.

Aprovechar la biografía personal -o ajena-, es otro de los consejos que se suelen dar. Los que tenemos un blog recordamos lo sencillo que era al principio encarar una entrada y como esa sensación se va diluyendo poco a poco. Sucede lo mismo al conocer a alguien: le contamos nuestro pasado para explicar nuestro presente e ilusionarle con nuestro futuro. Luego todo se deteriora y aparece la rutina y la repetición, no hay tantos hechos biográficos interesantes. Ante la página en blanco debes usar la imaginación para dotar de brillo a tu propia mundanidad. Bukowski era un maestro en reinventar y reescribir una y otra vez sus propias historias, yo diría que su collage era 70% ficción 30% real.

Lo que mejor funciona es disciplinarte, tomártelo más en serio, tener un horario fijo para escribir, ponerte la obligación de escribir todos los días mil, dos mil palabras, las que tú consideres. También existen plataformas que ayudan en eso, como el NaNoWriMo en noviembre, incluso Wattpad puede ser un buen incentivo. Yo por ejemplo decidí escribir una entrada todos los días durante septiembre, y está será la número veinte, parece más difícil antes de empezar.

Muchas veces lo que nos obsesiona es precisamente lo más difícil: la primera novela. Pero creo que debería ser la última opción, primero deberíamos probar con los blogs, los relatos cortos, reseñas, incluso con la poesía. Una novela te destroza, te exige demasiada dedicación, compromiso y disciplina. Lo peor es que puede evidenciar tu falta de talento e imaginación y desanimarte para seguir con tu hobby (o vocación vital, que nadie se ofenda). Cuando hablo de novela me refiero a un intento honesto de escribir algo decente que no te avergüence, es decir, el 1% de lo que se publica actualmente. Los juntapalabras que escriben como quien caga sin tirar de la cadena tienen mi condena más absoluta. Espero que tengáis más dignidad personal que ellos y pongáis vuestro baremo de exigencia un pelín más alto.

La escritura automática y tener diarios pueden también ayudar a crear una rutina. Uno de los problemas al escribir es el censor que todos llevamos dentro. Nos da vergüenza hablar de ciertos temas, exponernos, o simplemente creemos que lo que estamos escribiendo es basura. Con los diarios no hay tanto filtro y es un buen crisol de ideas. Muchas veces he empezado a escribir en mi diario banalidades sin demasiada entidad e importancia y han acabado convirtiéndose en entradas bastante líricas. Con la escritura automática funciona mucho mejor, se trata de no corregir, de poner los dedos sobre el teclado y dejarte llevar durante quince, veinte minutos. Normalmente el resultado es una montaña de basura inconexa, pero no debemos de subestimar el subconsciente. Los beats usaban mucho ese método, además de mezclar textos, tomar anfetaminas y grabarse hablando, recortar sus poemas y cambiar las palabras de sitio… Todo vale.

            Si a alguien le ha gustado el tema, recomiendo tres libros: Escribir ficción de Gotham Writers’ Workshop, De qué hablo cuando hablo de escribir de Haruki Murakami, y Mientras escribo de Stephen King.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

El azar, como los sentimientos, es una obra de arte que se decapita a cada instante. (19/30)

Escribir es como amar: un escenario en blanco, épico, fútil, de grandes y bellas metáforas que el tiempo termina convirtiendo en aristas, puntos suspensivos y contradicciones. Escribir es caminar en círculos dentro de uno mismo, verbalizar nuestro caos y transformar la derrota en victoria. Escribir es un orgasmo saturado de pensamiento, un ensayo de la muerte, una diosa atea llamada tristeza que nos dedica un sueño y posee la más hermosa de las sonrisas.

Escribir es hablar el idioma de los aeropuertos. Compartir la sabiduría de mis cojones sobresaliendo por el agujero de mi alma ronca. Escribir es la sutil coartada del loco que siente cómo el mundo cojea bajo sus pies. Escribir es buscar una musa de tinta que se siente sobre mi cara y me ahogue hasta convulsionar. Escribir es mordisquear un poco de mi cerebro y secar todo el horror y el cansancio que ese ruido llamado vida ha dejado sobre mí.

Escribir es saber que el sexo es un invasor analfabeto que se ríe de nuestras cartas de amor. Una vez te dije: desnúdate y pasea sobre mí. Y tropezaste en mi aliento, caíste en mi boca y durante unos meses conseguimos hacer tangible el espejismo. Escribir, aquí y ahora, con la cara borrosa, es dedicarte un sueño, no permitir que tanta belleza quede sin un homenaje final.

martes, 18 de septiembre de 2018

Si tuvieses que recomendar dos o tres obras de filosofía, economía, historia y política, ¿cuáles serían? (18/30)

De filosofía yo recomendaría “Aforismos sobre el arte de vivir” de Arthur Schopenhauer, es un tratado sobre filosofía práctica muy interesante. Luego pondría “Cartas a Lucilio” de Séneca. Su estilo es sencillo, carente de la parquedad y de las asperezas propias de otros estoicos como Marco Aurelio. Quizás Lucilio no existió nunca y Séneca utiliza el formato carta para exponer sus ideas estoicas de una manera ordenada clara y precisa. No importa, son una maravilla.
Lo emocionante de la filosofía es que hay muchos autores que merecen la pena, y cientos de obras transversales, novelas filosóficas y ensayos. Recomendaría los libros de aforismos de Cioran, el teatro de Camus, la novela “La Náusea” de Sartre y el ensayo “La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell.
Existe también una colección de libros “Descubrir la filosofía”, que son pequeños ensayos biográficos sobre filósofos famosos y su filosofía, que pueden servir como perfecta introducción para luego leer su obra. Excelentes.

De política primero el más habitual: El Manifiesto Comunista. Luego “La república” de Platón y “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo. El Contrato Social de Rousseau es también muy importante para comprender la Revolución Francesa y también el pensamiento socialista de un siglo más tarde. Sí te resultan un poco pesados 1984 es una distopia política alucinante y Rebelión en la granja, aunque más ajustada a la crítica del comunismo, también resultan muy estimulantes.

            De economía me temo que no puedo recomendar demasiados, dado que soy más de leer ensayos modernos. Los clásicos y más notorios son: “El capital” de Karl Marx y “La riqueza de las naciones” de Adam Smith. De los actuales puedo recomendarte: “El libro prohibido de la economía” de Fernando Trias de Bes, La doctrina del shock de Naomi Klein, “Por qué fracasan los países” de Daron Acemoğlu y Freakonomics de Steven D. Levitt.

De historia puedes escoger algún libro superventas asequible “Una Breve Historia De Casi Todo” de  Bill Bryson, “Historia del mundo contada para escépticos” de Juan Eslava Galán) o buscar periodos concretos e informarte sobre ellos. Yo he leído bastantes libros sobre la Guerra Civil Española, o la Segunda Guerra Mundial. Sobre Roma: “Historia de Roma” de Indro Montanelli y “SPQR” de Mary Beard. Sobre la historia de España Arturo Pérez Reverte hace un buen acercamiento en su blog con sus artículos.

Con esta entrada quiero mostrar que hay muchos géneros literarios, más allá de la novela y poesía, que merecen la pena. No hay que tener miedo a leer un ensayo, solo hay que saber qué nos puede interesar y buscar algo relacionado con ello.(Todos los libros que he indicado tienen un enlace a una página para que podáis descargarlos en formato ePub, solo tenéis que pinchar sobre ellos. Si tenéis alguna duda sobre la descarga me podéis preguntar en los comentarios. Espero que os animéis con alguno.)

lunes, 17 de septiembre de 2018

La rebelión de la conciencia. (17/30)

Sin tiempo libre no hay reflexión, y sin inquietudes intelectuales que podamos desarrollar es imposible lograr la libertad. No seamos ingenuos, nuestra sociedad actual es un acto de guerra contra el ser humano, solo tiene como objetivo convertirnos en borregos manipulables, ¿qué es la educación más que una manera soterrada de insertarnos en el engranaje? ¿Se nos enseña acerca de la transcendencia de la vida, de su sentido o del significado de la muerte? ¿Existe acaso una asignatura de felicidad o de cómo gestionar el dolor? La educación actual se basa en aniquilar sistemáticamente el pensamiento crítico, en homogeneizarnos y potenciar los "valores" de la sociedad: la carrera de ratas del consumismo.

Puedes liberarte, pero para ello tienes que reconocer todos los barrotes de tu jaula, incluyendo el hecho terrible de ser un esclavo asalariado, en esto consiste la rebelión de la conciencia que todos necesitamos. Sé que mi contexto de trabajo precario no es el más adecuado para ser optimista, solo conozco a gente con una vida mediocre y estresada. Tienen anhelos normales, como comprarse otro coche, otro móvil, tener un hijo o irse de vacaciones. Nada malo sino fuera porque para conseguirlo necesitan tener dos trabajos y al final del día acaban tan cansados y ausentes que les resulta imposible disfrutar de su tiempo. Creo que la mayoría de la gente no se percata de que hoy puede morir. Que cada día es una vida, que el futuro es el impulso con el que desandas el presente.

Pero soy un pesimista esperanzado, sé que ahí afuera hay todo tipo de personas. A principios del siglo XX el porcentaje de analfabetismo neto era todavía del 56% y España ofrecía, junto con Portugal, Italia, Grecia, Rusia y los países de la Europa del Este, los porcentajes de analfabetismo más elevados del continente europeo. Pero ahora esto no es un problema, no solo por la educación obligatoria, las universidades, las bibliotecas, etcétera, también porque disponemos de internet. Aunque vivas aislado, si tienes conexión a internet dispones de toda la información y cultura que necesites: cine, libros, música, documentales periódicos digitales… cualquier cosa está al alcance de un clic. Incluso puedes abrirte un blog, o un canal de YouTube, y fomentar cierta resistencia. Me parece increíble que tengamos este tipo de herramientas, que podamos organizarnos y compartir nuestras ideas tan fácilmente, y que no haya más gente sublimando sus frustraciones así.

No creáis que mi rebelión de la conciencia fue hace mucho. Comenzó con este blog, en 2011. ¿Qué necesité? Vivir solo, sin pareja, y reducirme la jornada laboral. Al tener más tiempo libre empecé a escribir, a leer más y vivir a otro ritmo. Poco a poco empecé a leer ensayos sobre historia, economía, filosofía y política. Cada idea te muestra una parte de la trampa. La filosofía te enseña a pensar más en la muerte, a no temer a la soledad, a buscar la trascendencia, a cambiar tus prioridades y vivir mejor. Los ensayos de política o economía que intentan que seas un marxista idealista tienen el efecto de volverte un cínico descreído, te señalan sin ambages lo perniciosa que resulta la sociedad actual, lo dañino del stress y el ritmo actual de trabajo. Te enseñan conceptos como el decrecimiento económico. Yo tenía películas y juegos precintados, libros y cómics que no había leído por falta de tiempo, que había comprado por puro consumismo. Me percaté que no necesitaba tantas cosas, que podía vivir con menos. Vendí mi colección de consolas, recorté gastos. Me quité las tarjetas de crédito. La soledad también te permite analizarte, ordenarte, suprimir actitudes toxicas, como dependencias y adicciones. Vivir de forma más sana. Como algunos sabéis llevo dos años sin beber alcohol y haciendo deporte.

Naturalmente mi vida no es perfecta, no es equilibrada, mi precariedad económica implica muchas incomodidades. Pero mis prioridades han cambiado, no necesito irme de vacaciones para ser feliz, no necesito comprar cosas todos los meses para ser feliz, no me importa que algunas personas me consideren un fracasado o no comprendan que no quiera formar una familia. Lo único que necesito es tiempo para poder sentirme libre. Para poder escribir. Para poder pensar. Para poder informarme. Y hay que lidiar con cierta incomprensión de amigos, familiares y parejas, porque consideran que mis decisiones son producto de la pereza y mi falta de ambición personal. Pero creo que merece la pena pasar por una etapa así en tu vida, salir del redil, cuestionarte el sentido común hegemónico actual, buscar tu propio camino, tu propia felicidad. Si este individualismo filosófico, esta forma de vida, me convierte en un fracasado, bienvenida sea la etiqueta, pero al menos tengo la seguridad de que son mis decisiones, y no las de otros, las que dominan mi vida y sus circunstancias

domingo, 16 de septiembre de 2018

¿Se avecina una nueva recesión para 2020? (16/30)

https://vanguardia.com.mx/articulo/se-avecina-una-gran-crisis-global-para-2020-alertan-economistas-y-jp-morgan-panorama-negro
“Es probable -escribe Roubini- que la expansión mundial continúe este año y el próximo, debido que Estados Unidos tiene grandes déficits fiscales, que China mantiene sus políticas de estímulo y que Europa sigue en una senda recuperación. Sin embargo, hay varias razones por las cuales en 2020 pueden surgir las condiciones para una recesión mundial y una crisis financiera”.

“Para empezar, los actuales estímulos norteamericanos se habrán disipado en 2020. Luego, hay fricciones comerciales con China, Europa y los países del NAFTA, que aumentarán, aunque no lleguen a una guerra comercial a gran escala. Otras políticas que se están aplicando en Estados Unidos en la actualidad conducirán a una expansión más débil y a una mayor inflación. Por ejemplo, las limitaciones a la inversión extranjera directa y a las transferencias de tecnología”.

“La expansión en otros lugares se debilitará por otros motivos. China tardará en lidiar con su exceso de capacidad y el apalancamiento excesivo, mientras que los mercados emergentes –muchos de los cuales ya son frágiles- se verán aún más perjudicados por un dólar más caro, precios de las materias primas más bajos y una China menos boyante. Europa ya ha perdido algo de impulso: el aumento de las tensiones comerciales y el abandono por parte del Banco Central Europeo de sus políticas no convencionales le llevará a perder aún más en 2020”.

“Está además el factor de política interna en los Estados Unidos. Donald Trump está ya atacando a la Reserva Federal cuando el crecimiento económico está por encima del 4%. ¿Qué hará en 2020, año de elecciones, cuando el crecimiento se estanque por debajo del 1% y comience la pérdida de empleo? La tentación sería provocar una crisis de política exterior. Como ya ha iniciado una guerra comercial con China y no puede atacar a una Corea del Norte nuclear, su único objetivo factible sería provocar un enfrentamiento militar con Irán. Eso provocaría un shock político y estanflación como en 1073, 1979 y 1990, con aumento de los precios del petróleo”.

La inflación repuntará con fuerza a partir de la segunda mitad de 2019 como consecuencia del crecimiento por encima del nivel de equilibrio. Para MdF, la inflación no está muerta, simplemente está adormilada, ya que se trata de un indicador que va con retraso respecto al ciclo económico. Solo hace falta que salte una chispa, que pueden ser los salarios, la vivienda u otros activos, para que los agentes económicos empiecen a temer una subida de precios y finalmente se produzca. Supondría volver al escenario de 1965, cuando la Fed creía que le había ganado la batalla a la inflación y simplemente estaba adormecida.

Cuando la inflación empiece a repuntar con fuerza, la Reserva Federal se verá obligada a elevar los tipos de interés, lo que endurecerá las condiciones del mercado y terminará por provocar la siguiente crisis. Este escenario es el más probable para MdF, al que dan un 50% de posibilidades de que ocurra. La profundidad de esa recesión dependerá de la cantidad de desequilibrios macroeconómicos que se hayan acumulado y de las políticas monetarias y fiscales erróneas que se puedan adoptar.

Según Roubini, "a diferencia de 2008, cuando los gobiernos tenían las herramientas necesarias para evitar un derrumbe descontrolado, a la hora de enfrentar la próxima desaceleración las autoridades tendrán las manos atadas, con un endeudamiento general superior al de la crisis anterior, cuando se produzca, la siguiente crisis y recesión puede ser incluso más grave y prolongada que la anterior".


Como no todo el mundo tiene tiempo de leerse los artículos y empaparse de estas visiones aprensivas sobre nuestro futuro económico, dejo un vídeo que he encontrado donde se intenta explicar todo esto de una forma sencilla, aunque bastante catastrofista en la parte final.


sábado, 15 de septiembre de 2018

El trabajo, una visión personal. (15/30)

En nuestro pasado evolutivo el ocio era necesario para recuperarse después de cazar y escapar de los depredadores, era tan consustancial a la vida diaria como el trabajo. Incluso con el monopolio moral de la religión judeocristiana, el trabajo se consideró durante siglos como un castigo divino (no en vano así venía reflejado en la Biblia), hasta que llegó Lutero y su ética protestante. Lutero pensaba que los pobres eran unos indolentes y necesitaban ser castigados con el trabajo duro, por eso impone la creencia de que el trabajo es un valor ético. Afirma que el trabajo duro y diligente tiene un beneficio moral y una capacidad inherente o virtud para fortalecer el carácter. Prioriza el trabajo y lo pone en el centro de la vida individual y social. La revolución industrial, el capitalismo y la globalización ayudaron a imponer esa idea como el nuevo sentido común. Hasta llegar a la situación actual en el que el Estado del Bienestar está siendo desmontando y la mayoría nos hemos convertido en esclavos asalariados.

Lo curioso es que durante siglos se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio, economistas como Keynes elucubraban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta y las máquinas realizarían el trabajo más pesado. Sin embargo, ahora parece que las máquinas son “culpables” de quitarnos el trabajo en vez de ayudarnos a gestionarlo. Hay anécdotas famosas que ejemplifican como todo es un constructo cultural. En la década de los noventa una firma de Rumania había contratado a una danesa para modernizar sus operaciones. Los daneses instalaron ordenadores y crearon un departamento de informática. Todo parecía funcionar según lo planeado, pero se presentó un problema: una vez puesto en marcha el sistema informático el personal empezó a salir del trabajo al mediodía. Intrigados, los daneses preguntaron por qué los empleados salían antes de su hora: los rumanos les explicaron que los ordenadores les permitían completar la labor de un día en medio día, de modo que cuando terminaban con el trabajo se iban a sus casas. Brecha cultural: a los daneses les desconcertaba que los rumanos no desearan hacer el doble de trabajo; los rumanos consideraban que los daneses estaban totalmente locos por esperar que trabajasen el doble.

            El concepto de plusvalía (expresión monetaria del valor que el trabajador asalariado crea por encima del valor de su fuerza de trabajo y del que se apropia el capitalista o empresario) y la codicia intrínseca en el capitalismo que siempre necesita ganar cada vez más, es lo que provoca las desigualdades sociales y que el statu quo actual sea tan forzado y tendencioso: las largas horas de trabajo impiden al trabajador organizarse. Por otro lado, siempre está la amenaza del paro, cuando, en realidad, podría existir el pleno empleo si todos trabajásemos menos horas y el trabajo se repartiera. Disponemos de estadísticas y datos suficientes para saber qué, aunque trabajásemos unas pocas horas al día, seriamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día. En realidad, la gente no es perezosa, lo que sucede es que tiene trabajos lamentables. Es lógico que haya que trabajar para vivir, tener algún tipo de ocupación, meta u obligación, pero, ¿tiene que ser ocho horas diarias, con horarios partidos con una o dos horas para comer, con más de una hora de desplazamiento en las grandes ciudades? ¿De verdad a nadie le parece terrible que tengamos que sentirnos siempre cansados, deseando que llegue el fin de semana, un puente o las vacaciones de verano para poder recuperarnos, ser personas, desarrollar un poco nuestro mundo interior? Y todo para que la publicidad nos programe para convertir nuestros deseos en necesidades, y pasemos nuestro escaso tiempo libre recorriendo los centros comerciales como hámsteres enloquecidos, comprando todo lo que podamos, intentando llenar el hueco de nuestro sonambulismo vital a través del consumismo y la acumulación. ¿No deberíamos vivir en una sociedad que nos brindara otras maneras de sentirnos realizados, de gestionar nuestro tiempo, nuestra potencialidad? Ganarse la vida, una expresión horrible que ejemplifica nuestra esclavitud de facto.

Comprendo que hay trabajos que sí merecen la pena, vocacionales, que hacen del mundo un lugar mejor, que resultan tan satisfactorios que no importan demasiado las condiciones porque al llegar a casa te sientes orgulloso del tiempo que has invertido en ellos. Pero la mayoría son mecánicos, precarios, sin sentido, te embrutecen y alienan, te convierten en número, en tuerca… oficinas, fábricas, ¿hay alguna diferencia? Yo siempre he pensando que el trabajo es el mal, quizás mi abulia vital ha hecho de la necesidad virtud, por eso he convertido en mantra la placa de Auschwitz “Arbeit macht frei” (el trabajo os hace libres). Pero, aunque os pueda parecer todo esto un poco reduccionista, no puedo evitar pensar que nos están robando la humanidad.