Fue por los cómics por lo que empecé a relacionarme más con mi primo Carlos. Yo tenía doce años y estaba acostumbrado a ir a una tienda con varios cómics y cambiarlos por otros por veinte céntimos cada uno, simplemente para tener algo que leer el fin de semana. Cuando él me acompañó una de esas veces se horrorizó al ver lo que estaba haciendo. Él coleccionaba cómics, se quedaba con los mejores, seguía las series de forma cronológica, los cuidaba como si fueran su mayor tesoro, iba a los kioscos a comprar las novedades, tenía incluso un listado con los números que les faltaba. Para mí era un simple divertimento, para él una afición sería. Cuando me enseñó su colección, todos los números ordenados, con sus bolsas de plástico para que no cogieran polvo, y empezó a dejarme parte de su colección me quedé anonadado. Acostumbrado a los coloridos cómics de Marvel fue un shock leer Batman: The Dark Knight Returns, Ronin, V de Vendetta, La Cosa del Pantano, Miracleman… todos tenían un tono más adulto, su lenguaje y violencia no tenían nada que ver con lo que había leído hasta ese momento.
Pero el cambio más profundo, lo que me animó a imitarle y empezar mi propia colección de cómics, fue leer Watchmen. Serie limitada de doce números creada por el guionista Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons, es una ucronía que plantea un 1985 alternativo donde existen los justicieros enmascarados desde los años treinta en unos Estados Unidos donde sigue gobernando el presidente Richard Nixon gracias a que ganó la guerra de Vietnam con la ayuda del Doctor Manhattan, el único héroe con poderes reales debido a un accidente en un laboratorio científico. Con el tiempo, los superhéroes se vuelven impopulares entre la policía y el público, causando la promulgación de leyes en 1977 que los prohíben. Mientras muchos héroes están retirados, el Dr. Manhattan y el Comediante operan como agentes aprobados por el gobierno, y Rorschach de forma clandestina. La serie comienza unos años después, con el asesinato de El Comediante.
Es una novela gráfica que está varios pasos por delante de todo lo que se había publicado hasta entonces, Alan Moore llena de detalles y símbolos recurrentes todo el cómic, como el smiley manchado de sangre y las referencias al Reloj del Apocalipsis y al peligro nuclear. Todos los capítulos, excepto el último, presentan documentos ficticios que se suman al trasfondo de la serie, y el relato se entrelaza con otras historias, como un cómic sobre piratas titulado Relatos del Navío Negro. Para mí el leitmotiv de la historia es Rorschach y su interacción con los demás personajes. Si el Daniel Dreiberg (Nite Owl) es un personaje que recuerda, con su disfraz y sus gadgets, al Batman de Adam West, Rorschach es más parecido al Batman de Frank Miller: un hombre traumado, obsesionado y limitado por su absolutismo moral, donde el bien y el mal están perfectamente diferenciado, sin escalas de grises, y el mal debe ser castigado con extrema violencia. Su creciente psicopatía le aliena de la sociedad y ese maniqueísmo queda perfectamente simbolizado en su propio nombre, el test de manchas de tinta, y en su máscara, blancos y negros que nunca se mezclan.
Su catarsis psicológica no es como la de Nite Owl al superar su impotencia sexual, o la del Dr. Manhattan al recobrar el interés por la humanidad a pesar de su omnipotencia, en Rorschach las condiciones de su miserable y violenta infancia no le preparan para mirar directamente al abismo nietzscheano: descubre que la maldad no son maquiavélicos planes de supervillanos, la maldad simple y llana es alguien capaz de raptar, violar, despedazar a una niña de seis años y luego dar de comer los huesos a sus perros; sin escrúpulos ni sentimientos de culpa. Él no es capaz de ignorar este tipo de horrores, el nihilismo le supera, no hay expiación, somos los únicos culpables de permitir una sociedad que crea este tipo de monstruos. Esta lógica desquiciante le empuja a cruzar la línea, matar a ese violador y convertirse en un Rorschach más despiadado y desquiciado, la máscara se convierte en su verdadero rostro.
Moore y Gibbons crearon un personaje de enorme carisma. Un ejemplo claro son sus diálogos y fragmentos de diario, frases como: “Jamás me rendiré, ni ante el apocalipsis”, o ese momento brutal cuando está en la cárcel acosado por todos los delincuentes que ha encerrado y dice: "Ninguno de vosotros lo entiende. Yo no estoy encerrado aquí con vosotros. Sois vosotros los que estáis encerrados aquí conmigo“. Quizás por eso en el clímax final da la sensación de que Rorschach es el verdadero héroe moral de la historia. ¿Qué importa un cadáver más entre los cimientos?
Cuando decidí crear el blog el primer problema que tuve fue encontrar un alias que representase desde el anonimato algo importante para mí; lo resolví fácilmente, a fin de cuentas escribir (que maravillosa analogía) es también ponerse una máscara. Y qué mejor forma de finalizar el reto de una entrada diaria en el blog durante este mes que recordar a este inmortal personaje y dedicarle la última.
Por último, gracias a todos por acompañarme, por leerme y por todos los comentarios que he recibido durante este mes. Blogger está en horas bajas, y recibir feedback en todas las entradas me ha animado a continuar esforzándome y a intentar, dentro mis conocidas limitaciones, escribir cosas diferentes cada día. No siempre lo he conseguido, pero espero que algunas entradas, quizás algo más personales o con temas que he tratado sin ambages desde una directa y biográfica primera persona, os hayan gustado. Como ya he dejado escrito muchas veces creo que el tiempo libre es lo más valioso que tenemos, que algunos de vosotros utilicéis parte de él para leerme e incluso comentarme resulta muy gratificante. Un abrazo a todos.