martes, 30 de abril de 2013

Capítulo 21 – Camisa De Fuerza (Ana)

Extracto del diario.

Todo se pierde, fenece. Y sé que es una perogrullada: somos mortales, excesivamente frágiles. Pero todos mantenemos un halo de farsa inmortalidad que solo se desvanece frente a la enfermedad, la decrepitud, la muerte cercana. Mientras tanto sólo nos preocupamos del dinero, la casa, el coche, el trabajo, la salida nocturna el fin de semana, las vacaciones a un lugar remoto del que presumir o en el que desaparecer. Y también, claro está, las relaciones, o su ausencia, una autentica cepa de obsesión y angustia

La familia está ahí –lo cual a veces es una desgracia-, pero, ¿la hemos elegido nosotros? No. Por eso resulta tan importante encontrar a alguien que te acepte, con el que compartir ciertas afinidades. Personas que terminan convirtiéndose en tus amigos, en tu pareja. Pero la vida es un viaje en tren con muchas paradas. Y es absurdo pensar que te van a acompañar siempre. Vamos envejeciendo. Aprendemos. La vieja química del cerebro ya no nos sorprende como antes, no nos pilla con la guardia baja: sabemos que no es duradero. Escuchas: “eres la persona más importante para mí” y sabes que es el germen del fin. No importa el lapso de tiempo transcurrido, siempre llegará la indiferencia, como despiadada antítesis del amor.

Con los grandes amigos sucede igual pero de forma más sutil, sin grandes estridencias. No es una gran bronca lo que provoca el distanciamiento, es la falta de interés por mirarse a un espejo que sólo refleja un pasado rancio en el que ya ni siquiera nos reconocemos.

Por eso todos intentamos transcender, luchar contra el desasosiego de nuestra propia insignificancia. Todos necesitamos un ancla. Las relaciones decepcionan, la fe no es algo que puedas elegir, acumular es un dislate capitalista que te deja vacío, ¿qué queda? Muchas cosas. Crear tu propia familia por ejemplo, la forma más simple de legado. O convertirte en un idealista, intentar cambiar el mundo, marcar una diferencia. Aunque lo más complicado sea estar a la altura del espejo, de nuestras convicciones en un mundo sin demasiada ética.

De todas las opciones que existen quizás sea el arte la más compleja por su solipsismo inicial. Pero también es una de las más satisfactorias. No importa el juicio de valor que el tiempo –padre de la verdad-, o los demás hagan de tu obra. La inmortalidad es simple singularidad buscando transcendencia. Lo esencial es emocionar, transmitir un paisaje emocional que haga huir a los gusanos hambrientos del cerebro embrutecido. No importa la afinidad, solo el delirio. Amo a Angélica Liddell.

Quiero olvidar la resignación que provoca el paso del tiempo y envenenar mi cuerpo con el sexo sórdido de la otredad.
¡Moloch, ven a mí, deja mi cuello exangüe de vida! ¡Haz de mi cuerpo un espectáculo de la exaltación del dolor!
Necesito ese Dolor para sentirme viva.
Huesos hundiéndose como piedras. Camisa de fuerza de carne. Quiero escapar. Llegar más adentro. Marcas de vida abriéndose al rojo oscuro. Cortar y ahogarme en mi interior.
Oh, sí…

Sin control, sin amor
escucha el mar embravecido
la posibilidad de una isla
abre tus alas
no mires atrás.

Fin Capítulo 21.

The Artifact And Living by Michael Andrews on Grooveshark

lunes, 29 de abril de 2013

Capítulo 20 – Desencuentros (Alicia)

Abro los ojos. Otro día más. Vislumbro el sueño. Hugo otra vez. Pero hoy había algo… diferente. Me toco las mejillas. No están húmedas. Es extraño. Suspiro. Intento alargar el momento pero tengo responsabilidades. Ana. Voy a la ducha. Me visto. Tacones otra vez. Nunca se sabe. Tengo la dirección de Mario. No creo que saque nada en claro de esa visita, seguramente sea otro gañán al que Ana ha utilizado durante un tiempo. La clave es Natalia, esa dominatrix que la acogió durante unas semanas, ella es la pista más importante. Pero en cualquier caso no pierdo nada por ir allí.

Llego al barrio de extrarradio sobre las doce. Parece casi un gueto, está todo cerrado menos un pequeño bar en la esquina que más bien parece una tapadera de algún asunto turbio. Llamo varias veces al telefonillo. No hay respuesta. Aprovecho que un vecino sale del portal para entrar. Llamo al a puerta. Nada. Bien, quizás sea mejor así. Saco unas ganzúas y empiezo a manipular la cerradura. Estoy algo oxidada desde que Miguel me dio aquellas clases, pero es una puerta antigua, no me cuesta demasiado. Siento una ligera excitación, me cuesta reconocerlo pero echaba de menos todo esto.

Entro y cierro la puerta con cuidado. Pasillo. Salón. Vaya, parece una pequeña biblioteca: estanterías cubriendo las paredes hasta el techo llenas de libros, películas, ¿cómics? Vaya, alguien no ha superado su etapa de adolescente. Sillón, televisor lleno de polvo, persianas bajadas. No hay cortinas. Curiosa la mezcla de dejadez y utilitarismo, no hay objetos decorativos, ni fotos. Me acerco a la estantería de cds de música. Soy curiosa, no puedo evitarlo. Buen gusto, ecléctico. Miles Davis, clásica, rock, heavy, bastantes vinilos de música electrónica que solo ha podido conseguir de importación…

De pronto escucho un ruido. Joder Alicia, tendrías que haber comprobado primero todas las habitaciones. Vuelvo a la entrada, la cocina está a mi izquierda, el pasillo avanza un par de metros y luego gira a la derecha. Al final hay dos habitaciones, una debe de ser el baño, es de la otra, cuya puerta está entreabierta, de donde procede el sonido. Me acerco, el corazón se me acelera, hay alguien dentro. Abro del todo la puerta, la habitación está en penumbra, Mario –le reconozco por las fotos- está  desnudo, atado con unas esposas a la cama. Me sonrío: Ana volviendo a las andadas. De todas formas esto facilita las cosas, es un buen escenario para una charla.

Mario: (Balbuceando con los ojos cerrados) …tuvieron que mutilar el secreto de la nada…Peter Punk en la playa desierta…contra el tiempo que corre la sonrisa del coyote…apresando al dragón….
Alicia: Mierda, está totalmente ido. Parece drogado (le da un bofetón) ¡reacciona!
Mario: (Abre los ojos de pronto) Ah, eres tú. Kirk me dijo que vendrías…
Alicia: ¿Cómo? ¿Quién es Kirk?
Mario: (Habla con voz pastosa) Kirk, mi gato, está ahí, observándonos desde la mesa del ordenador (Alicia mira en esa dirección pero no hay nada, de hecho ella es alérgica a los gatos, lo habría notado nada más entrar en la casa) ...la llave de las esposas también está sobre la mesa. Ana. Ana la dejó ahí. Aunque quizás… (sonrisa inconexa) prefieres que siga así…
Alicia: (Le da un buen repaso con la mirada) Siento decirte que no eres mi tipo. Estoy acostumbrada a hombres mejor... dotados. Ahora vamos a lo importante: cuéntame todo lo que ha sucedido con Ana. Luego hablaremos de Natalia... Ocultar pruebas es un delito, deberías de saberlo.
Mario: No deberías seguir con esa pose de chica dura, me excita demasiado y ahora me sería imposible disimularlo… (Hace un gesto como si escuchara algo a lo lejos) Kirk tiene un mensaje para ti de Hugo, dice que le encanta soñar contigo. Que no estés triste, no fue culpa tuya, la… (Hace un gesto de dolor, pierde el hilo, deja caer la cabeza de lado, inconsciente)
Alicia: ¡¿Qué…?! ¡Oye! (Le zarandea y le da otro bofetón) ¿De qué coño estabas hablando, con qué te has drogado?
Mario: (Se despeja) Mierda, ¡¿puedes dejar de pegarme?! El contexto es el adecuado pero deberías de ser tú quien llevase las esposas, ¿puedes quitármelas por favor?

Le miro. Maldita sea. No debería. Quizás sea peligroso. Y además, lo que ha dicho antes… Dudo. Pero siempre me fio de mi instinto. Cojo la llave y le quito las esposas.
Mario: ¿Puedes acercarme los pantalones? (Se los pone. Cuando va a levantarse nota un mareo y se deja caer de nuevo en la cama) Ana utilizo Rohypnol para drogarme, es como la peor resaca de mi vida multiplicada por cien. Dios... (Me mira fijamente) Te agradezco la ayuda pero, ¿quién eres, cómo has entrado en mi casa?
Alicia: Soy detective, he sido contratada por los padres de Ana. La puerta estaba abierta… ¿conoces a Hugo?
Mario: ¿Hugo? No, no conozco a nadie con ese nombre. Mira, estaré encantado de ayudarte en todo lo que pueda. Pero antes necesito despejarme, ¿puedes esperar unos minutos?
Alicia: Sí, claro…
Al rato se escucha el ruido de la ducha. Echo un vistazo a la habitación, sí Ana ha estado aquí quizás haya dejado alguna pista. En el suelo encuentro un portátil. Lo enciendo. Justo cuando estoy accediendo al correo suena el móvil.
Alicia: Hola Miguel, dime.
Miguel: Natalia está conmigo, ¿dónde estás?
Alicia: Estoy en casa de Mario todavía…
Miguel: Perfecto, espéranos allí. Tengo novedades. No te van a gustar. (Cuelga)

Fin capítulo 20.

Bye Bye Blackbird by Miles Davis on Grooveshark

sábado, 27 de abril de 2013

Capítulo 19 – Veintidós Golpes (Alicia)

Javier abre la puerta unos centímetros y me mira a través de la cadena: Alicia… (No puede evitarlo: baja la mirada y se fija en mis zapatos rojos. Sonríe) Joder, ¿dónde te habías metido?
Alicia: Muriendo, ¿sabías que hay muchos tipos de muerte?
Javier: (Me mira a la cara desconcertado) Sí, creo que has estado muerta. Tienes los ojos más tristes.
Entro en su casa. Todo sigue igual. Desorden. Ordenadores. Hay varios teléfonos sonando en la habitación contigua. Las paredes llenas de mapas y anotaciones. Sonrío mientras me quito el abrigo: no ha cambiado nada.
Javier me observa obsesionado, excitado. Un puto fetichista fuera de control. Sobre todo entre estas cuatro paredes. Me desnuda de forma violenta con la mirada y eso me excita. Quizás por la tenue sensación de peligro, no lo sé.
Javier: (Suspicaz) ¿A qué has venido? ¿Qué coño quieres Alicia? Siempre quieres algo…
Alicia: (Estamos sentados juntos en un amplio sofá destartalado que preside el salón) Igual que tú. Todos queremos algo. Todo tiene un precio. La información quizás sea lo más caro de conseguir (la falda se me ha subido un poco, el zapato se descuelga de mi pie y zozobra. Su mirada queda imantada) Estoy buscando a alguien…
Javier: Eres una bruja. (Empieza a acariciar mis pies, delineando la línea del talón con sus dedos) quizás la próxima vez esto no sea suficiente, ¿has visto "From Dusk Till Dawn" de Tarantino? La próxima vez quizás bebamos tequila juntos. Pero me alegra volver a verte. Me excita este reencuentro. Humbert está contento. Humbert necesita más detalles…


Unos minutos después salgo descalza de su casa. Tras un par de llamadas me ha dado una pista fiable sobre Ana. También me ha puesto al corriente sobre Peter. Y sobre el viaje a Valencia. Me ha facilitado detalles que ni siquiera la policía conoce. Bien. Todo resulta inquietante y coincido con su comentario final: ten cuidado con ella.

Me agrada caminar descalza. Antes, cuando pasaba las vacaciones en mi pueblo, me gustaba hacerlo por la noche. Disfrutaba hollando las huellas de los gatos, sintiendo la arena, la piedra, el cemento, el agua, no sé, como si de esa manera pudiera anclarme sutilmente a una realidad que por aquel entonces me resultaba demasiado ajena. Sin embargo en la ciudad es peligroso. La suciedad te engulle. Te hiere. Me subo al coche y conduzco hasta el piso de Miguel.

Pensamientos peligrosos. Hace unos meses recorrí este mismo camino volviendo de un concierto, la noche que compartí con mi poeta. Que absurdo utilizar ese adjetivo posesivo. Existía un paraíso de palabras al que fui invitada pero, ¿fue realmente mío? No lo creo. Enseguida las medidas fallaron, era como Alicia en el libro, cada vez más pequeña en ese jardín fastuoso que poco a poco dejaba de pertenecerme. Pero durante esa noche fui feliz con él. Saboreé la felicidad, porque la felicidad vivía en su boca, en su lengua acariciando mis pezones, en sus manos recorriendo mi espalda mientras me hendía en su carne, mientras mi pelo se alborotaba sobre su cuerpo. Podría haber andado toda la noche descalza con él y nada me hubiera herido porque sobrevolaba por encima de todo. Eran alas de perfecta felicidad, cosidas con esperanza, con placer, con palabras, con libertad, como si mi vida se hubiera conducido entre penumbras para llegar a este momento y poder saborearlo, alzándome por encima del vértigo.

Y eso fue todo. Nada más. Ahora soy como la escultura del Ángel Caído del Retiro, mirando de forma obsesiva hacía el cielo. ¿Realmente existió ese cielo? No. Sombras chinescas donde el foco de luz fue el ideal de la distancia. Del tiempo limitado. De un concierto. De una caricia en el cuello. Lo sé. Pero no he vuelto a sentir nada parecido. Nada. Y si me quito también eso, ¿qué me queda? ¿Una vida sin pasión, sin una sola poesía dedicada? Dios, me ahogo solo de pensarlo. Tengo treinta y siete años. Ya he pasado la adolescencia. Ya me he desangrado en la responsabilidad adulta. No quiero mirar atrás y ver sólo el cadáver de Momo desdibujándose a lo lejos.

Aparco el coche. Subo los tres pisos. Miguel hace una mueca al verme entrar.
Miguel: ¿Sabes que vas descalza?
Alicia: (Sarcástica) Gracias por decírmelo, lo había olvidado.
Miguel: (En su mirada hay reproche e impaciencia) ¿Has conseguido que te cuente algo?
Alicia: ¿No lo consigo siempre?
Miguel: (Su tono es seco) Date una ducha mientras preparo algo de cena. Seguro que estás cansada.
Alicia: Por favor Miguel, ya sabes que es como un juego, nada peligroso. No me juzgues.
Miguel: No me gusta Javier. Algún día llegará más lejos contigo y entonces… (Deja de hablar y sigue troceando pimientos)

Suspiro. No quiero discutir ahora. No con él. Me doy una ducha. Agua caliente, casi al extremo. Quiero sentir algo en mi piel. Me acaricio ligeramente, ¿cuánto hace que no…? Cabeceo. Da igual. No importa. Salgo al salón. Solo llevo una camiseta y las bragas. Como siempre. Me tumbo en el sillón y enciendo un cigarrillo. Me gusta observarle mientras cocina. Siempre que lo hace parece feliz. Canta una canción que no conozco con un tono casi inaudible.

Miguel: (Se gira y su rostro se agita) Joder Alicia, vístete, me dice sin apartar la mirada.
Alicia: Como si nunca me hubieses visto en bragas…
Miguel: (Se acerca, noto su respiración acelerada, ansiosa) Hay cosas a las que nunca puedes llegar a acostumbrarte. Y verte así es una de ellas.

Me siento incomoda. Extraña. Me visto y bajo a la calle a comprar una botella de vino. Necesito respirar. Me acomodo en un banco para pensar, centrarme. Nunca había visto a Miguel de esa forma. Cuando llegué descalza del vertedero estaba en shock. Miguel me desvistió, me metió en la ducha y me frotó con una esponja hasta que el olor a muerte desapareció. Me vistió, me tumbó en la cama y me abrazó hasta que dejé de temblar. Me cuidó, como lo ha hecho siempre. Mi hermano, así lo veía, como si fuese mi hermano. Pero ahora me doy cuenta que para él ha sido diferente. Joder Alicia, siempre estropeando todo, siempre haciendo daño.

Quiero evadirme. Miro el correo en el móvil. Nada. Ningún mensaje. Normal. Estoy acostumbrada a no recibir respuestas.

A mi lado se ha sentado un chico. Mueve las manos de forma extraña, le observo de reojo. Con la mano derecha se frota la ceja derecha, luego se toca la nariz, después la radio que tiene sobre las piernas, luego el pecho. Sube la mano izquierda, pecho, ceja, pecho tres veces, y vuelve a empezar. Cualquiera que lo viese pensaría que son movimientos aleatorios. Yo sé que sigue un patrón. El TOC te acaba invalidando si no consigues controlarlo. Ese chico no puede hacer nada, porque cualquier cosa, un trabajo, una conversación, una relación, implica salirse del patrón, tendría que volver a empezar pero esta vez con retraso. A veces es mucho más leve, pero aun así condiciona tu vida. Veintidós golpecitos de cuchara a la taza de café, los zapatos en la posición correcta. Pisar una hoja seca y buscar con cierta desesperación otra para que sean pares. Siempre pares. Puede que consigas fingir normalidad, pero tu mente sigue buscando la hoja, contando los putos golpecitos, colocando los zapatos para poder dormir, descansar. Vivir.

Suspiro. Últimamente lo hago mucho. Me levanto. Lo dejo atrás. Cuando vuelvo Miguel ya ha terminado de preparar la cena. Hay una cierta tensión, evita mirarme.
Miguel: (Rompe el silencio) Venga, siéntate y come. Estás demasiado delgada.
Alicia: (Con alivio) Joder Miguel, pareces mi madre.

Me mira a los ojos y sonríe. Respiro.

Fin capítulo 19.

Hi Heel Sneakers by Tommy Tucker on Grooveshark

jueves, 25 de abril de 2013

Capítulo 18 – Cónclave (Ignacio y Erika)

Madrid no es sutil, es una mole achaparrada, una fábrica hacinada y ruidosa, frustrante en sus distancias. Es una ciudad gris y chabacana, sólo tiene entidad en el atasco eterno, en el estado policial, en la indiferencia política. De noche cambia, se transforma en capital: la gente sale, se divierte, no importa que día sea de la semana. Gran Vía es una pasarela internacional, una Torre de Babel que la redime efímeramente. Pero que importa la ciudad si sólo somos cacahuetes en un zoo.

El concierto no era especialmente bueno pero el cantante –que debía de estar tomando las mismas drogas que yo-, arrastraba con su pasión, disparando a bocajarro contra la sempiterna desidia emocional del público. Casi me hacía olvidar que hoy cumplía treinta y cuatro y estaba solo. Casi. Ciertos cáusticos pensamientos empezaron a precipitarme hacía una insondable depresión. Entonces la vi: hermosa criatura, pelo azabache, ojos verdes, moviéndose como si danzará en el mismo infierno. Y una obsesión eclipsó a la otra. Sólo tenía ganas de tocarla, de follarla ahí mismo.

Me acerqué, la estreché, y ella ajena siguió su ritmo, como si viviera una guerra interna, fluyendo a través de las guitarras, recortada en una realidad de presente puro que se deshacía como flecos quemados de neurosis. Y hubo un momento en que la música nos rodeó con su abrazo cálido, sinestésico, como la danza atávica de un mar que se ahoga en su propia espuma y luego resurge invencible. Y nos besamos. Derrotados. Calientes. Indomables. Hermosos.

Todo terminó demasiado pronto, la sinergia se evaporó. Nos miramos como extranjeros. Pero ninguno quiso huir. Y así empezó todo. No era amor, solo dos almas tropezando en la oscuridad.

Ha pasado una semana desde que conocí a Erika. Por desgracia estas cosas suelen durar poco. La observo, y es como si se deshilachara ante mis ojos, como el humo ensortijado de su cigarrillo. Sigue mirando al vacío, con ese rictus de perplejidad y lejanía que tan bien conozco. Soy obtuso, incapaz de desvelar el misterio, como alterna la promiscuidad vital con el sonambulismo. La penetro, pero soy incapaz de follarme su mente. Y se me acaba el tiempo.

Sigo trasegando la botella, me noto entumecido. Intento fijar mi atención en la única nota de color de la habitación –aparte de sus labios frambuesa-, un foulard azul enroscado en el cabecero. No soporto el silencio. Me levanto y empiezo a gesticular delante del espejo.

Ignacio: Sherlock, ya sabes que te admiro, eres la persona más inteligente que conozco, ¿qué piensas de todo esto?
Sherlock: (voz impostada) El truco es una solución al 7% de cocaína. En cuanto a las mujeres, la misoginia es la actitud más lógica ante su errático comportamiento. Pero claro, esa era mi opinión antes de conocer a Irene Adler… Intenta dentro de lo posible mantenerte alejado de ellas.
Ignacio: Creo que es demasiado tarde para ello…

Erika: ¿Puedes dejar de hablar solo? Me pone nerviosa…
Ignacio: Ah, querida, tienes la molesta costumbre de interrumpirme cuando voy a llegar a alguna conclusión interesante. Ayer estuve a punto de convencer a Hemingway de que alejase la escopeta de su cabeza. Empezaba a reconocer que “El viejo y el mar” era una su obra más sobrevalorada y que tenía que compensarnos a todos por ello.
Erika: Tu mente esta muy dañada, sin embargo aún no he encontrado ninguna excusa en tu biografía.

Ignacio pone la radio -suena algo de música clásica- tira la sabana al suelo y mira el cuerpo de Erika con una sonrisa.

Ignacio: Me encantan tus quemaduras, aun no me has dicho cómo ocurrió el accidente; algo extraño seguro, solo tienes quemado el torso y parte del cuello, ni extremidades ni cara. Son como una región de tatuajes volcánicos de extrema belleza (hace el gesto de acariciarla)
Erika: (Recoge la sabana y se vuelve a tapar) Estás loco. Por la forma en la que hablas da la impresión de que sólo te gusto por mis cicatrices.
Ignacio: Eres demasiado insegura. Estamos en un mercado de carne, solo tienes que revolotear de madrugada en cualquier local y tendrás barra libre para tu coño. Sin embargo yo te quiero, quiero cada singularidad de tu cuerpo. Eso es más difícil de encontrar.
Erika: Sí, una lastima que sólo hables con gente muerta y que tu mayor aspiración sea seguir en esa mierda de empleo nocturno.

Ignacio: (suspiro) No nos enfademos, no estropeemos una relación perfecta de una semana. Cuando al día siguiente del concierto me hablaste de Mario, como convenciste a tu familia para que le dijeran que te habías suicidado, no sé, me pareció una idea divertida aprovechar los días que te quedabas en Madrid para atormentarle. Habían pasado más de diez años, se iba a volver loco al recibir tu mail. Y fue genial observar como reaccionaba en la estación de autobuses. Pero Peter era alguien jodido. Tú viste como parte del juego coincidir con él al dejar ese libro en el portal de Mario. Un aliado en tu revancha. Incluso le ayudaste a llevarse a Ana. Pero para él no era un juego, ese tío era peligroso, ¿te fijaste cómo hablaba de Ana? Ahora está muerto. La policía investiga. Adiós a vuestro cónclave de ex resentidos. Pero, ¿por qué no disfrutar del único día que te queda de vacaciones? Mañana volverás a Barcelona...
Erika: No se trata del juego, como tú lo llamas. Aunque sí, tienes razón: la diversión se ha acabado. En cuanto a nosotros… hay ciertas afinidades que nacen del hueco del dolor y el silencio. Lo siento, no soy buena para las relaciones normales. Prefiero dejarlo aquí. Como diría Whitman: “¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha concluido…”
Ignacio: El barco se hunde y solo tú podías salvarme. Adelante, busca tu felicidad a pesar de mí.

Erika se viste con su conjunto de lencería rojo mortalmente atractivo. La angustia sobrevuela la habitación, no importa si han sido siete días o tres años, algo transcendental ha acontecido, cada pequeño detalle suyo se ha convertido en fetiche, en un altar en mi memoria. Quiero reaccionar, no quiero forcejear más tarde con L'esprit de l'escalier, o con la ruda nostalgia de lo que nunca ha llegado a suceder.

Ignacio: Ya’aburnee es una palabra árabe que significa “tú me entierras”, y alude al deseo de morirse antes que la otra persona para no tener que sobrellevar su dolorosa ausencia. Eso es lo que me despiertas. No me dejes solo. Te necesito. Permítenos ser algo más que un momento de ternura, que dos mentes farfullando sobre un orgasmo pretérito.
Erika: “Yo soy un sueño, un imposible/vano fantasma de niebla y luz/soy incorpórea, soy intangible: no puedo amarte.” ¿Eres acaso ese poeta masoquista que siempre contesta: “¡Oh, ven; ven tú!”?
Ignacio: La música no es inocente. Una sabana levanta la mano y baila en la noche. Dame una oportunidad. Déjame hablarte de la muñeca de Kafka. Gritemos juntos. Siempre en movimiento. Todo o nada. Ahora o nunca. Sin tibiezas. Quiero ser un cristal roto que brilla sólo por ti. Quiero ser tu órbita cementerio. Déjame ser tu orgasmo eviterno, tu aullido vertical. Déjame ahogarme en tu oleaje, ser el artista de tu pecado.

El miedo queda embriagado y se esfuma. Y aparece la sumisión, el placer, las marcas de cuerdas en las muñecas, los mordiscos a ras de hueso, pasión enfebrecida eclosionando límites y jurando amor eterno mientras laceran la carne con sus cuchillos de saliva. Y el amor, durante un momento efiterno, triunfa.

Fin del capítulo 18.

La Chispa Adecuada by Héroes del Silencio on Grooveshark

miércoles, 24 de abril de 2013

Capítulo 17 - Rohypnol (Mario)

Con la resaca y todo el asunto de la policía no recordé un detalle importante: Ana había estado en mi habitación sola varías horas, quizás hubiera accedido a internet. Tengo un programa en mi ordenador que graba todas las pulsaciones del teclado en un archivo de texto. El motivo no viene al caso, pero como os podéis imaginar tiene relación con una mujer. ¿Y sí…? Encendí el ordenador y lo comprobé. Efectivamente, se había conectado solo unos minutos para revisar su correo y tenía su contraseña. Entré en su cuenta. Solo había un mensaje enviado hace apenas dos horas: había quedado esta noche con un impresentable de un blog. Era mi oportunidad. Tenía el tiempo justo para llegar a Sol.


Cuando bajo del taxi el tal Carlos ya está luciendo su mejor sonrisa e iniciando la aproximación. Puto gañan. Ana está a su lado. Y además hablando con normalidad.

Ana: ¿No te da la impresión de que la gente da su opinión indiscriminadamente, cómo si creyera que su cerebro está a la altura del silencio?
Mario: Sí, es como si regalasen papel higiénico usado en cada esquina. Joder, me alegra encontrarte tan locuaz. Tenemos una conversación pendiente.
Andrés: Oye ¿tú quién cojones eres...?
Mario: Vamos a ahorrarnos la escena de macho alfa violento, ¿de acuerdo Carlos? Ana se viene conmigo, sino la siguiente opción será llamar a la policía y estoy seguro que ella no quiere eso, ¿verdad?
Ana: No… Además, tú no eres Carlos. Dile al capullo de tu amigo que es un cobarde y que acaba de perder la oportunidad de echar un buen polvo. Larguémonos de aquí. (Se da la vuelta y empieza a caminar)
Mario: (Vaya, la gatita tiene uñas. Le miro, me encojo de hombros y salgo detrás de ella) Interesante… ¿tienes hambre? Podemos ir a la Plaza Mayor y cenar algo mientras hablamos.
Ana: Prefiero ir a tu casa. Podríamos comprar una botella de vino y celebrar este reencuentro.
La miro con cierto desasosiego: no tiene nada que ver con la mujer que estuvo conmigo en la playa. En cualquier caso me parece una buena idea. Compramos la botella, algo de comida y cogemos otro taxi.

Cuando llegamos me dice que quiere encargarse de preparar la cena. No quiero discutir, ya lo haremos después. Me doy una ducha. Cuando salgo ya está todo preparado. Aparte de diversos canapés ha puesto unas velas. Casi parece una cita. Pongo algo de música. El socorrido Miles Davis. Después de la cuarta copa de vino decido que es el momento adecuado para dejar las banalidades y empezar a hablar.

Mario: Hay algo que me tiene intrigado, ¿por qué me mandaste ese mensaje de texto desde el teléfono de Peter?
Ana: Quedé con él, no sé, algo fue mal, no lo recuerdo bien. Después pensé en ti. Quería probarte. Ver como reaccionabas. Sin embargo no hiciste nada. Fue algo… decepcionante.
Mario: "Con este temperamento ¿qué podré hacer en la vida? ¿Haré algo más que charlar, pasar, vagar, deliberar, huir? Me pasa lo mismo que a aquel hojalatero de Palafrugell que un día me decía: - ¿Sabe lo que hago cuando no me tengo de trabajo, cuando me acosan por todos los lados?...”
Ana: “Pues ahora se lo diré: me voy a dormir..." Si, Josep Pla. Entiendo… Hace un par de años también tuve un diario. Pero nada que ver con eso. De hecho había imprimido una de las entradas favoritas de Carlos. (Saca un papel del bolsillo interior de su pantalón) Léelo a ver que te parece.

08:00 Despertador. Asco. Sueños. Realidad. Frustración. Ducha. Ropa. Autobús. 09:00 Trabajo. 10:11 Odio. Sinsentido. Aburrimiento. 11:11 SMS. Fantasía. Flirteo. Añoranza. Edad. 11:15 Mail. Vacío. Contestador. Vacío. 12:32 Sin Respuesta. 13:03 Sin Respuesta. 13:54 Sin Respuesta. 14:00 Descanso. Metro. Casa. Comida. Soledad. 15:44 Mierda. Prisa. Retraso. Trabajo. Mierda. 16:05 Bronca. Aviso. 18:21 Minutos. Segundos. Reloj. Minutos. Segundos. Reloj. Minutos. 19:00 Libertad. Cansancio. Despedidas. Hipocresía. 19:22 Autobús. Calor. Aglomeración. Olores. 19:55 Casa. Cuarto. Desorden. Suspiro. 20:30 Supermercado. Compra. Tarjeta. Crédito. Final De Mes. 21:03 Cocina. Desastre. Platos Sucios. Limpieza. Cena. 22:00 Aburrimiento. Televisión. Canales. Publicidad. Ordenador. Internet. Vacío. 22:28 Maquillaje. Minifalda. Ilusión. Llamadas. Tonos. Sin Respuesta. SMS. Sin Respuesta. 22:53 Terraza. Mojito. Soltera. Mojito. Edad. Reflexión. Envidia. Mojito. Autocompasión. Mojito. 00:22 Discoteca. Luces. Calor. Alcohol. Manos. Sonrisas. Bailar. Escapismo. Roce Inesperado. Flechazo. Alto. Guapo. Moreno. Sonrisa. Cerca. Más. Más. Pegados. Piel. Besos. Guapo. Saliva. Sexo. Caricia. Pelo. Húmeda. Follar. Romanticismo. Necesidad. Baile. Cortejo. Dudas. Preservativos. Charla. Exterior. Aire. Moto. Casco. Viento. Excitación. Dudas. Ciudad. Luces. Emoción. Nervios. Portal. Escalera. Besos. Lengua. Cuello. Magreo. Puerta. Ropa. Suelo. Polla. Pezones. Coño. Erección. Lamer. Chupar. Apretar. Mojada. Excitada. Alterada. Caer. Penetrar. Gritar. Puta. Cerdo. Gemir. Forzar. Culo. Clítoris. Deseo. Mareo. Posesión. Animal. Bombear. Follar. Meter. Sacar. Flujos. Semen. Sudor. Arañar. Morder. Dolor. Grito. Orgasmo. Sumisión. Alegría. Mirada. Amor. Guapo. Endorfinas. Despedida. Desilusión. Ira. Soledad. Necesidad. Frío. Tristeza.
08:00 Despertador. 08:01 Quedan treinta y seis años, cuatro días y tres minutos para el Fin.

Mario: Es muy bueno (se lo devuelvo) Pero vamos a lo importante: la policía te está buscando. Tus padres también. Han asesinado a Peter.
Ana: (Abre los ojos desmesuradamente) ¿Peter…muerto? ¡No…!
Mario: No finjas conmigo. Hiciste lo correcto. Era un psicópata. La policía le ha estado investigando: no eras su primera victima, llevaba abusando de mujeres desde hacía muchos años. No se conformaba con destrozarlas, luego seguía chantajeándolas con los vídeos que había grabado de ellas, pidiéndolas dinero. Era un animal rabioso.
Ana: No… no sé de qué hablas. Peter siempre fue amable conmigo (empieza a llorar)
Mario: ¡¿Pero que dices?! (Modero el tono) Te violó Ana. La única forma que tienes de superarlo es aceptar lo que pasó. Te ha dado palizas. Era un monstruo
Ana: ¡No, no, NO! (voz infantil) ¡Fue Erika, ella me obliga a dormir, ella hace todo lo malo! (gimotea como una niña, escondiendo la cabeza entre las manos)
Mario: (Anonadado por la reacción) Joder, ¿realmente no recuerdas nada?
Ana: (Levanta el rostro: se está riendo) ¡Ja, ja, ja! Eres TAN ingenuo. Me gustas. No, no tengo doble personalidad. He tenido mi cuota de vivencias jodidas. Peter fue una de ellas. Me alegra que esté muerto. ¡Un brindis por ello!
Mario: Eres irritante. (Escancio mi copa de vino en una muerte vertical. Ella gentilmente me sirve más) Jodidamente irritante. No importa. Esto ya ha acabado. Llamaremos a tus padres y volverás a Valencia… Erika (la mira con cierta sospecha)
Ana: Llámame como quieras. Pero aun no podemos avisar a mi familia, ni a la policía tampoco. Hay otra persona mucho más peligrosa que Peter. Y nos anda buscando a los dos.
Mario: ¿Más mentiras? (De pronto siento un mareo)
Ana: Sí cariño. Más, muchas más...
Mario: Me siento mal, parece que la bebida… (Caigo de la silla, el suelo me abraza como una lápida. No puedo moverme)
Ana: La bebida. Y un poco de Rohypnol, ya sabes, esa droga que se utiliza para violar a las chicas en las fiestas.
Mario: Ana, no…
Ana: Oh, que encantador eres. Realmente tenía muchas ganas de tener otra cita contigo, ¿o qué creías, qué revisar mi correo desde tu ordenador y luego quedar con ese pusilánime fue una casualidad? Pero ahora -me toca ligeramente la cara-, ahora no sé, realmente me has puesto muy cachonda. Que lástima que no vayas a recordar nada… mírate, totalmente ido ya. Pero la tentación sobrevuela sobre nosotros y no hay que despreciarla, ¿no crees…?

Fin Capítulo 17.

Pace Is The Trick by Interpol on Grooveshark

Capítulo 16 - Hugo (Alicia)

Flâneur. Camino cámara en mano buscando tesoros, pequeñas cosas que nadie ve, cerraduras, arte urbano, cualquier detalle que me haga sentir. Un mendigo me observa mientras hago una foto a una puerta vieja. Está sentado en un portal de un callejón inmundo que huele a pobreza y orín. “¿No quieres hacerme una foto a mí?”, me pregunta con una cara inquietante. Le sonrío. Alzo la cámara, busco el encuadre, hago varias instantáneas. Él parece sorprendido de mi reacción. Le entiendo, suele provoca miedo, repulsión, o peor aún: nada, como si hubiera dejado ya de existir y él fuera el único que no se ha dado cuenta de ello. A pesar de la suciedad, la decrepitud, tiene unos ojos azules preciosos. De pronto se echa a reír y ese momento perfecto que he estado persiguiendo de forma inconsciente queda grabado en mi cámara.

Vuelvo a casa de Miguel. Una ducha me devuelve a la realidad. No puedo perder más tiempo, ya he conseguido centrarme. Estoy preparada. Me visto despacio, sin prisas, prestando atención a los detalles. Saco los tacones rojos de aguja que he comprado esta mañana.

Miguel: Joder Alicia, esos son nuevos.
Alicia: Claro, la ocasión lo merece, ¿todavía recuerdas todos mis zapatos?
Miguel: Tengo buena memoria para lo importante. ¿Eres consciente de cómo se mueve tu culo sobre esos tacones?
Alicia: (Sonrío) Eso quiero. Esa es la idea. Hablaremos más tarde.


Salgo a la calle y cojo un taxi. Me siento nerviosa, como si fuera la primera vez que voy a casa de Javier. Si necesitas información, encontrar a alguien en Madrid, él es la persona a la que preguntar. Si sabes preguntar. Por suerte Javier, ese hombre centrado, serio, responsable, siempre tan hosco y cruel, se convierte en alguien pequeño y vulnerable si me ve con unos tacones. Y no, no es por mí, es el atrezzo. Si caminase descalza o con unas zapatillas apenas me prestaría atención, se desharía de mí con un gesto displicente. Pero llevo tacones. Y Javier deja de pensar, de ser él. O quizás es el único momento en que baja la guardia y se muestra tal y como es. A mí me sucede cuando huelo un perfume en particular, o cuando veo unos codos iguales a aquellos que nunca fueron míos. Mi cerebro se toma un descanso y surge la Alicia animal, visceral. Los sentidos a veces juegan malas pasadas.

Llego a su portal, la puerta nunca está cerrada. No es necesario cuando eres alguien como Javier. Subo las escaleras. Cuando llego frente a su puerta toco con los nudillos. Un golpe fuerte, dos muy rápidos. “¿Alicia?”, se escucha a través de la puerta.

De repente recuerdo por qué dejé esto. La puta tristeza. Hugo me sonríe de nuevo desde mi memoria. Llegué demasiado tarde. Le encontré demasiado tarde. A veces es difícil asumir las derrotas, saberte humana. El fracaso es como tener esquirlas en la boca clavándose cada vez que intentas musitar una explicación que ni a ti te suena convincente.

A veces no les encuentras, me dijo un amigo. A veces simplemente no hay forma de rescatarles. Y tenía razón. Esas cosas pasan, me repetía. Pero Hugo era distinto. A Hugo lo conocía. A Hugo lo quería. Como a Ana, dice alguien en mi cabeza. Ana… ha pasado tanto tiempo desde que vivimos todo aquello juntas…

Con Hugo fue todo más sencillo. Recuerdo aquella vez que me pidió que le hiciese un lazo para atrapar una vaca invisible. Solía jugar en mi patio, yo era un poco mayor que él pero creía que nos separaba una vida. Le hice un lazo con un nudo de horca. “¿Cómo sabes hacer ese nudo?”, me preguntó inquisitivo. “Es parecido al que uso para hacer los nudos corredizos de los collares”. Era cierto. Lo que no le conté es que sabía hacer aquel nudo desde mucho antes de empezar a hacer collares. Es curioso, en cada lugar la gente tiende a suicidarse de una forma distinta. Donde vivo ahora la gente prefiere tirarse a los railes del tren, lo cual resulta extraño porque solo pasan cercanías. Demasiado riesgo de sobrevivir mutilado. Pero a pesar de ello, con cierta frecuencia, se ven trenes parados en lugares inusuales. Y todos intuimos que alguien ha acabado con sus miserias, paralizando momentáneamente la vida de los viajeros. Me sorprende esa última búsqueda de notoriedad. Supongo que es cuestión de carácter. En el sitio de donde soy también hay vías de tren. Pasan regionales, Grandes Líneas, menor probabilidad de supervivencia. Pero la gente se ahorca. Es algo mucho más íntimo, menos exhibicionista. Cuestión de carácter, sí.

Pero un nudo es un nudo, nada más. No tiene culpa del uso que alguien haga de él.

Hugo creció. Y un día se acercó. Yo estaba haciendo nudos de horca para collares, cuero y una concha, sólo eso. Puso su mano sobre la mía. “Quiero sentir cómo tiembla tu mano al hacer ese nudo” y mientras decía eso su otra mano se deslizó entre mis muslos. Temblé, sí. Y fui feliz. Pero tengo un don: estropeo todo lo que toco. Así que hui de él en cuanto noté que nos implicábamos demasiado. Le dejé el mismo día que me dijo que me quería. “Es una puta locura”, le dije. Y desaparecí.

Pasaron los años. Un día me llamó su madre. Hugo había desaparecido y alguien le había dicho que yo buscaba a gente. Encontré su pista, le seguí hasta Madrid. Le encontré. Me acerqué a él en aquel maldito bar. Parecía perdido. “¿Alicia? Aún no he conseguido entender por qué me dejaste”, me dijo. “Ven conmigo, te he estado buscando”, contesté. “Es demasiado tarde Alicia, ya es demasiado tarde…” Su cara se transformó en gesto de pánico al ver a alguien acercarse. Noté un golpe seco. Lo siguiente que recuerdo es aquel vertedero, aquel dibujo lleno de color, allí, en el muro, entre la basura. Imagina… Y quise imaginar que la mano fría y rígida que apretaba sobre la mía no era aquella que una vez se deslizó entre mis muslos.

Fin capítulo 16.

Where Good Girls Go to Die by London After Midnight on Grooveshark

martes, 23 de abril de 2013

Capítulo 15 - El Rostro De Dios (Andrés y Carlos)

Casa de Carlos. Están los dos tumbados encima de la cama fumando hachís. Cervezas desperdigadas por el suelo. Papeles. Suena música clásica desde los altavoces del ordenador. Hay una bolsa de frutos secos y un cenicero sobre la cama. Vasos de vino respectivos en el lateral de la cama. Llevan un par de horas hablando con las persianas bajadas.

Andrés: Uno se pone a escribir en los bordes del lenguaje, donde empieza a farfullar el subconsciente, intentando traducir la vehemente intensidad de la vida. Pero para ello hay que empezar a vivir. Vivir a través de una botella. De un amor. De una pasión. De una ambición. No puedes escribir nada hasta que no salgas ahí afuera (hace un gesto con la mano señalando la ventana) No puedes encontrar el corazón de las cosas solo con el teclado. Tienes que sufrir alguna cicatriz. Piensa en Kerouac, Bukowski, Hemingway…
Carlos: (suspira) Frases prestadas. Decía Rilke: "Temo que al expulsar a mis demonios también me abandonen mis ángeles"
Andrés: Rilke tenía talento, fue a Paris, se casó. Tú estás aquí, atrapado por todas esas relaciones a distancia. Joder: eso es una mierda. Sal a la calle e intenta conocer a una mujer real.
Carlos: (se toca las gafas, sigue fumando) Conozco mujeres reales, de hecho las CONOZCO realmente. Hablo con ellas a través de mail, por teléfono. Ellas escriben, me leen, nos hacemos confidencias…
Andrés: (interrumpe) ¡Idioteces! La única forma real de conocer a una mujer es follándotela. Pero tú siempre estás perdiendo el tiempo con mujeres que viven fuera de Madrid. Parece que te conformas con una superficial adoración. Inseguridades. Esa es la base de internet. Por eso es el último reducto de romanticismo. Muestras tu mejor imagen en pequeñas dosis. El amor sin sexo. Hasta que al final uno de los dos viaja y la realidad se desentumece: a él le huele el aliento, ella tiene los pechos caídos y después de dos horas se muestra aburrida. O jodidamente normal, como todas las mujeres que te rodean por la calle. Deberías de poner un puto límite de tres semanas para esas relaciones: si después de ese tiempo no has conseguido verla, dejadlo estar. No hay interés. No pierdas más el tiempo.
Carlos: Pues precisamente de eso quería hablarte. Leía desde hace más de un año el blog de una chica de Valencia. Hace unos ocho meses dejó de actualizarlo. Me preocupé y le envié un par de mails pero no contestó. Hasta ahora. Mira, lo he imprimido. Léelo.


Estoy loca. Lo entiendo, lo sé. Una loca consciente de su locura. Por eso soy interesante. Por eso puedo abrir mi corazón y mi coño, doblar la carne, el cuero, convertir mi boca abierta en una herida. Y después los lirios blancos de pasión cubren mi cara. Las palabras se quedan atragantadas en el techo y se hace por fin el silencio.

Tenía diecisiete años cuando la conocí. Nunca había sido penetrada por nadie, era un punto de suspensión en la nada. Ella me abrió con embestidas rítmicas, rígidas, con los dedos algo curvados y haciendo fuerza hacía el pubis mientras su lengua amorataba mi clítoris. El sexo no tenía punto medio: era tierno o brutal. Pero siempre con esa intensa conexión entre nosotras. Recuerdo aquella vez que me esposó a la cama. Fue una dulce tortura. Roce sutil de sus labios, pequeños besos recorriéndome entera mientras me acariciaba con la yema de los dedos, dibujos de saliva sobre mi piel. Y luego vino a morir a mi cuello, besándolo, mordiéndolo, apretando su cuerpo contra el mío. Mis pechos eran dos caramelos calientes que se derretían en su boca. Arañazos en mi espalda. Supliqué. No podía tocarla. Bajó lentamente hasta mi coño y empezó a separarme los labios con la punta de su lengua. No pude aguantar mucho y me desbordé en su boca.

Con ella descubrí el placer de que te besen los pies mientras el orgasmo más bestial te deja temblando y con la cara contraída. Siempre con música de fondo. Fue una época dulce, tormentosa. Fue la única persona cuyo recuerdo todavía hierve en mi piel. El sexo es perfecto cuando te sientes realmente libre, cuando se deja de pensar -incluso de sentir- y se empieza a ser, a ser junto a otra persona.

Pero me gustan más los hombres. Estoy segura de ello, aunque haya tenido muy malas experiencias. Después de ella vino Héctor. Y Carlos. E Ignacio. Ah, pobre Ignacio: le rompí el corazón. Le dije que estaba enamorada de él, que solo tenía una cosa clara en la vida y era que sólo él podía hacerme feliz. Le dije tantas cosas... Por eso me gusta el silencio, el silencio no rompe promesas, el silencio no provoca dolor. Pero le avisé, le dije que tenía un lado oscuro, que era fea por dentro y por fuera. Que le haría sufrir. Tenía aún muchas cosas por superar, debería de dejarme sola. Pero no me hizo ningún caso. Era un Ícaro. Corrió la misma suerte. Pero, ¿qué podía hacer yo? ¿Buscar la felicidad? No, no quería la felicidad, ahora lo sé, quería sufrir. Además, ¿por qué se había fijado en mí? Soy basura, una gusanera. La respuesta es que sólo buscaba un coño, un reto. Quería conquistarme. Claro, ¿por qué no? Pero no lo hizo. Y le hice sufrir. La vida sigue, estará mejor sin mí. Estoy segura.
Pero todo eso forma parte del pasado. Ahora por fin te he encontrado. Y te aviso también. Pero sé que tú serás diferente. Sé que arderás conmigo.
Estoy en Madrid, ¿quedamos?

Ana.

Andrés: Joder. Te aconsejo que no vayas. Es una zorra desequilibrada, la peor combinación posible. Además, tú sueles engancharte de este tipo de mujeres. Te va a despedazar. El amor, mi querido romántico, no cura a quien no quiere ser salvada. Ella sólo es una victima que busca compañía. No hay lealtad en el viento. No seas como mi vecino esquizoide, ayer por la noche estuvo gritando durante horas: ¿Quién es movistar y por qué sabe mi saldo?
Carlos: Lo sé. Pero no puedo evitarlo. Además tengo escrúpulos, me está pidiendo ayuda, de una forma retorcida, pero lo está haciendo.
Andrés: (da otra calada y se queda un rato pensando) Mira, tengo una idea, ni siquiera sabe cómo eres en persona, ¿no? Puedo ir yo en tu lugar. Si necesita ayuda no dudaré en llevarla a un hospital, incluso traerla aquí si es necesario. Pero si es una chiflada simplemente la dejaré tirada. Así tú tienes la conciencia tranquila y yo no me tengo que preocupar por recoger los restos de tu naufragio emocional los siguientes cinco meses.
Carlos: (alarga la mano y da buena cuenta de su vaso de vino) Es una estupidez. Pero podemos probar. Se acerca al ordenador y envía un mail.

Siguen hablando durante media hora. Al rato suena un pitido: nuevo correo electrónico.
Carlos: (algo contrariado) Al parecer ya tienes plan: “Esta noche a las diez delante de la estatua del oso y el madroño. Lleva en la mano algún poemario de Panero. Así podré reconocerte. Sino te veo en quince minutos me largaré. Beso.”
Andrés: (con una sonrisa) ¿tienes ese puto libro no? Pues adelante. Esta noche promete ser interesante…

Fin del Capítulo 15.


¿Por qué me llamas a estas horas? by Stand Still on Grooveshark

Capítulo 14 - Pace Is The Trick (Mario)

Cuando llego a comisaria están también ahí los padres. Son una familia pudiente de Valencia. Según parece Ana lleva más de ocho meses desaparecida. Fue en Valencia cuando alguien la reconoció en la playa, apuntó mi matricula y avisó a la policía. Me llevan a una sala y empiezan a interrogarme.

Observo a los padres, perplejos, cansados, como si hubieran envejecido una década de golpe. Carla, la madre, me mira inquisitiva.

Realmente no puedo contarles demasiado. Me siento culpable pero quiero proteger a Natalia. Les digo que la conocí hace un par de días cuando salía de una discoteca, fue en la calle donde empezamos a hablar y luego fuimos directamente a mi casa. Solo hablamos de banalidades, no me dijo ni donde vivía, a que se dedicaba, nada de su vida actual. Lo de ir a Valencia fue idea suya y quería complacerla. El domingo desapareció mientras dormía. Les enseño el mensaje que recibí de Peter. Uno de los policías coge el móvil y empieza a manipularlo. Hace una llamada. Le salta el contestador.

Mario: Yo también he intentado contactar varías veces pero siempre está apagado, ¿sabéis quién es ese Peter?
Policía: Hemos averiguado hace poco que Ana estuvo viviendo siete meses con él en Londres. Al parecer contactó con ella a través de internet, en unos foros de temática un tanto… inquietante. Cuando se fue de casa se llevó sólo su portátil y una maleta con ropa, da la impresión de que fue algo impulsivo. Él es una persona peligrosa, con antecedentes psiquiátricos y problemas familiares muy serios. Tiene una denuncia por malos tratos de su anterior pareja, que se retiró cuando el juicio ya estaba a punto de celebrarse. También está en paradero desconocido. Dejó su trabajo sin dar ningún aviso y lleva un mes sin aparecer por su domicilio. No sabíamos nada de Ana desde marzo hasta que apareciste con ella en Valencia.

Entra en la sala otro policía, al parecer mientras estaba aquí han tomado declaración a alguno de mis vecinos. Todos confirman mi versión. De todas formas me mira de forma extraña, supongo que alguno de ellos han añadidos detalles desagradables sobre mis hábitos de vida.
Los dos policías me miran con gesto adusto pero me dejan irme. Me despido de los padres en la salida de la comisaría. Emilio me da una tarjeta con su número.
Mario: No se preocupe, sí recuerdo algo más o se vuelve a poner en contacto conmigo les avisaré inmediatamente.

Me dirijo directamente a casa de Natalia. Atravieso como una tromba su salón.
Mario: No me jodas Natalia, te he protegido ante la policía, me están amenazando. Lo mínimo es que me cuentes que sucede.
Me mira con una mezcla de preocupación y cansancio. Me conoce, sabe que no es momento de discutir, nos sentamos en su habitación y empieza a hablar.

Natalia: A principios de abril estaba en mi turno en el hospital en el ala de psiquiatría cuando llegó de madrugada una chica inconsciente a urgencias. Se había tomado un bote de pastillas. Le hicieron un lavado de estomago y la salvaron de milagro. La habían traído en un taxi y ella no llevaba su documentación. No teníamos ni siquiera un número de contacto. Cuando despertó me llamaron para que tuviera una pequeña charla con ella. Pero ella lo negaba todo, decía que simplemente tenía problemas para dormir y que se había pasado con la dosis. Nada premeditado. No quería que llamásemos a nadie, solo quería irse. Le contesté que en una situación así debíamos de contactar con algún familiar. Entonces se puso histérica, se arrancó el gotero y se lanzó a mi cara. Me araño, estaba completamente fuera de sí. No pude controlarme, llevaba haciendo guardias dobles toda la semana y le di un bofetón. Te juro que me arrepentí inmediatamente. Pero lo peor fue su reacción. Tenías que haberla visto. Fue como en una de nuestras sesiones. Se tumbó en el suelo de cuclillas, los brazos extendidos a los costados y empezó como en una lenta letanía: “Perdona mi Amo, perdona mi Amo, perdona mi Amo” Estaba horrorizada. La incorporé e intenté meterla de nuevo en la cama. Se desmayo en mis brazos. Me sentí tan culpable que me quedé a su lado hasta que volvió a despertar.

Estuvo un par de días más en el hospital. Le pregunté cuando le dieron el alta si tenía algún lugar al que ir. Me respondió que no y le ofrecí mi casa hasta que encontrara un trabajo o quisiera volver con su familia. La tenías que haber visto, Ana apenas sonreía, pero cuando lo hacía iluminaba toda la habitación.
Estuvo conmigo un par de semanas. No hablamos mucho. Pero si conseguí que me contase lo que le había sucedido. Ella siempre había tenido curiosidad por el BDSM y a principios del año pasado conoció a un chico a través de un foro que vivía en Londres.
Mario: Peter…
Natalia: Sí, eso es. Peter es, básicamente, un psicópata. Estoy segura de que Ana no ha sido su primera victima. Con la excusa de ayudarles a entrar en este mundo capta a chicas jóvenes con problemas, familia disfuncionales, poca experiencia a través de foros, chats y redes sociales. Luego las va convenciendo de que la única manera real de vivirlo es un 24/7 y mudarse con él. Allí las aísla poco a poco y machaca sutilmente su autoestima hasta que consigue que dependan de él por completo. Después de eso empieza con las vejaciones, malos tratos, roles de esclavitud y todo lo demás. Ni sano ni consensuado. Ya he conocido alguno así.
No te voy a contar los detalles sórdidos. Tiene casi cincuenta años y lleva media vida medicado. Ana acabó un par de veces en el hospital. Pero no se atrevía a abandonarle, la había amenazado de muerte, la decía que si le dejaba enviaría a sus padres todos los desagradables vídeos sexuales que había grabado de ella. Me insinuó incluso que la había violado.
Mario: Joder, toda esta historia apesta. Tenemos que ir a la policía y contarles todo esto. Ese tío es peligroso.
Natalia: Hay muchos claroscuros, en todo esto, cosas que Ana no me contó. No sé como escapó. Que sucedió exactamente. El jueves cuando volví a casa estaba muy asustada. Había visto a Peter en el portal. Solo era capaz de repetir: “Es él, es él, es él”
Mario: Y fue esa noche cuando me llamaste.  
Natalia: Sí, la obligué a salir a la calle. No había nadie. Pedimos un taxi y le di tu dirección. Yo me quedé allí. Ningún coche salió detrás de ella.

Llaman al móvil. Es Emilio. Miro a Natalia. Quizás saben algo nuevo de Ana.
Emilio: (su voz suena apagada) Hola… Han encontrado a Peter hace una hora.
Mario: Perfecto. Él es la causa de todo esto. Ahora Ana aparecerá…
Emilio: (pausa) Esta muerto.
Mario: ¡¿Muerto?! ¡¿Pero cómo ha sucedido, un accidente?!
Emilio: No ha sido un accidente. Lo han asesinado. (pausa) Hay más. Lleva muerto varios días, es imposible que fuera él quien te envió ese mensaje el domingo. Ahora te llamará la policía. Ve de nuevo a la comisaría. Es posible que necesites protección.

Fin capítulo 14.

Math & Emotion - The Square Root of One by Klangstabil on Grooveshark

lunes, 22 de abril de 2013

Capítulo 13 - El Abuelo (Peter)

Cuando apenas tenía seis años mi abuelo tuvo una trombosis y quedó reducido a un estado casi vegetativo. Había que afeitarle, asearle, vestirle y darle de comer, ocuparse en definitiva de sus necesidades más básicas. No hablaba y caminaba arrastrando los pies, no tenía ni siquiera chispazos de conciencia, o al menos yo quizá ya acostumbrado a verle siempre así no me percataba de ellos. Sucedió una tarde que mi abuela se ausentó y nos dejó a los dos solos, debía de tener once años. No sé qué provocó la situación, supongo que le irrité cuando le vestía, o cuando le cambié el pañal, ni idea, reconozco que era un crío bastante insoportable. El caso es que le di un momento la espalda y me puse de rodillas a recoger las cosas del suelo para dejarlas encima de la cama. Y fue en ese momento cuando tuvo la ocurrencia de sentarse encima de mí aplastándome la cara contra la cama.

Al principio me reía, le increpaba. Luego claro, me lo imaginé ahí arriba con la mirada perdida e intenté levantarme flexionando las rodillas, buscando algún punto de apoyo con las manos. Pero mi abuelo pesaba más de ochenta kilos, y todo ese peso estaba sobre mi torso y mi cabeza. No conseguí moverme, ¿podía sucederme algo más ridículo? Empecé a gritarle, a llamarle de todo, a suplicarle. Nada. El colchón se abombaba por mi peso, no podía girar la cabeza, apenas podía respirar. Empecé a estar asustado. Intenté de nuevo con las últimas fuerzas que me daba la desesperación moverme un poco, aunque solo fuera para coger algo de aire. Nada. Incluso creí notar que hacía más presión con su cuerpo para inmovilizarme. Entonces, ¿así iba a terminar todo, iba a morir de esta forma? Empecé a llorar. De miedo. De impotencia. Por la forma absurda que tenía la vida de demostrarme el sinsentido de todo. Y justo cuando empezaba a desmayarme mi abuelo se movió, ¿quizá sobresaltado por mi llanto? Nunca lo sabré. Simplemente, sin salir de su mutismo habitual, se levantó y se fue a otra habitación sin ni siquiera mirarme.

Me deslicé hasta el suelo boqueando como un pez, con un intenso dolor detrás de los ojos. Al rato me giré y miré al techo. Todo seguía igual. Nada había cambiado. De hecho -ahora lo entendía-, nada hubiera cambiado sino se hubiera levantado. Todo tenía su propio ritmo, y me sentí totalmente ajeno a él.


Hacía muchos años que no pensaba en mi abuelo. El recuerdo me estremece, pero no me resulta extraña la asociación: ahora siento la misma sensación de asfixia en esta cama, con Ana encima de mí, mirándome con esa rara intensidad que la posee en la sesiones. Me gusta la forma que ha tenido de reconciliarse conmigo. No estuvo bien que huyera de Londres. Es cierto que tengo problemas, que a veces me pongo violento. No quiero justificarme: soy como soy. Sé que pegarla no estuvo bien. Pero yo la amo. Estamos destinados a estar juntos. Siempre. Es mía. Su carne. Su cuerpo. Su placer. Su dolor. Porque a ella le gusta. Tiene ese lado oscuro, masoquista. A pesar de los desmayos. De aquella vez en el hospital. No importa. Solo tiene que aceptarlo. Como ahora, su coño nihilista sobre mí, cubriéndome, asfixiándome. Sólo conmigo se muestra tal como es, con los demás finge en silencio, utilizando las palabras adecuadas por teléfono. Soy el único que puede aceptarla, que ha visto de cerca su alma pútrida, lo sucia y fea que es por dentro y por fuera. Antes de conocerme solo era una pobre ingenua que bostezaba ante la vida, ahora grita, grita, nunca para de gritar. Sin mí no sería nada.

Se me empieza a nublar la vista. Tengo una convulsión. Quizás está esperando demasiado. Cuando se levante le daré otra lección. Que disfrute de tenerme aquí. Luego la marcaré, mancharé las sabanas con su dolor, le haré comprender el alcance de mi amor.

Fin del capítulo 13.

A Letter to God (live) by London After Midnight on Grooveshark

domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo 12 - Bola De Navidad (Alicia)

Puedes fingir que eres distinto durante un tiempo, más acorde a lo que el otro exige con sus amables y sutiles reproches. Pero a la larga quién eres lucha por existir y ocupar el espacio que le has robado. La vida tiene que ser algo más que ese eterno esconderse tras una máscara para fingir normalidad. La normalidad está sobrevalorada. En el fondo nadie es normal del todo. Todos tenemos manías, pequeños defectos. A algunos se les da mejor esconderlos que a otros. Supongo que por eso los que mejor fingen normalidad son los que más critican las rarezas. Aterroriza pensar que no eres tan distinto de ese monstruo al que señalas.
Y así durante años, ese ser gris -del que Momo huiría aterrorizada-, se las ingenia para hacerse pasar por normal, aunque a veces se observe desde fuera y solo vea alguien ajeno y asustado que asiente a todo como un autómata.

Julio –por fin soy capaz de decir su nombre- ya no está en mi vida, y aunque sea una tontería hoy me he dado cuenta que vuelvo a vestir de negro. Él lo odiaba, y por eso mi armario se tiñó de azules, lilas y colores claros. Lo importante era parecer feliz. Ahora intento simplemente ser yo misma.

Suena el móvil, lo miro distraída. Un mensaje de María: “Alicia necesito verte. Te espero donde siempre. Es MUY importante. Beso.”


Al llegar a la puerta de “La pequeña taberna del infierno” siento una mezcla de nostalgia y ganas de huir. Abro la puerta y espero a que los ojos se acostumbren a la penumbra. Diez años. Más de diez años sin venir y ella escribe “donde siempre”. Hay algo tranquilizador en esas palabras, como una vieja rutina a la que llamar hogar. Durante años viendo a la misma gente, el rincón favorito para tomar el café mientras la ciudad despierta, el saludo de todos los de la barra. Sin preguntas: el café por la mañana, la cerveza al mediodía, el tequila vespertino. Y sí, lo sientes como tu refugio personal. Un lugar que no sé si estoy profanando o recuperando.

¿Es el mismo camarero? No puede ser. El mismo que me tiraba los tejos sin pudor, que me hacía sonreír en mi fuero interno todas aquellas mañanas grises de lunes.
Camarero: (me observa como si fuera un fantasma, tartamudea al hablar) Alicia… cuanto tiempo…
Alicia: (le contesto con una sonrisa) ¿Aún recuerdas cómo me gusta el café?

María está en un rincón apartado. Cuando me ve se levanta y espera a que llegue a su encuentro. Abrazo cálido. Joder. Cuanto echaba de menos estos abrazos. Nos sentamos. El camarero me mira de reojo, casi ruborizado, cuando trae mi café a la mesa. María espera a que vuelva a la barra para empezar a hablarme en voz muy baja, casi un susurro.

María: Ana ha desaparecido…
Alicia: Ana siempre desaparece... Le habrá dado otro de sus ataques de pánico. O quizás ha encontrado alguien con quien perderse.
María: No, esta vez es diferente. Sabes que ella siempre termina llamándome, mantiene el móvil encendido. No sé, aunque solo sea una simple postal cada tres o cuatro semanas, pero intenta mantener el contacto. No tanto con mis padres, pero sí conmigo.
Llevamos más de ocho meses sin saber nada de ella. Lo único que ha logrado descubrir la policía es que estuvo viviendo hasta hace un mes en Londres. Y ayer casi de casualidad averiguaron que estuvo el domingo aquí, en Valencia, en la playa. Y ni siquiera nos llamó. Se ha mezclado con gente muy peligrosa, quizás la mantienen secuestrada.
Alicia: (¿el domingo, la playa? No. Imposible. Demasiada casualidad. Aunque sí, se parecía a ella. Joder. Quizás lo era)  María, te quiero como a una hermana, pero sabes por todo lo que he pasado el último año… Ahora mismo no me siento capaz de nada…
María: ¡Pero la policía no ha conseguido nada! Mis padres están desesperados y yo también estoy asustada… (Se le quiebra la voz) Alicia, por favor, ayúdanos, mis padres confían en ti, eres casi de la familia, no queremos contratar a un desconocido. Por favor…
Alicia: (Es la primera vez que la veo tan alterada. Cierro los ojos: realmente no me deja ninguna alternativa.) Está bien, haré todo lo que pueda por ayudaros. Pero llevo demasiado tiempo alejada de todo esto, no se… (Suspiro) ¿Se sabe algo de esa persona con la que estaba?
María: (me mira sorprendida) No te había comentado ese detalle, eres muy intuitiva. Sí, no estaba sola, los dos vinieron en coche. Conseguimos las cámaras del aparcamiento. La matricula es de Madrid. Mis padres ya están allí. (Me da un dossier y un sobre. Dentro del sobre hay una cantidad escandalosa de dinero)
Alicia: Joder María. Somos amigas, es demasiado dinero. Sólo… sólo necesito una cantidad pequeña, para los gastos del viaje y el hotel.
María: No quiero discutir sobre eso. Es mi hermana. Lo único que siento es no haberte avisado antes. Quizás ahora no estaríamos en esta situación.

Es inútil discutir. Me facilita los teléfonos de Emilio y Carla, sus padres. Iré mañana mismo a Madrid. Nos despedimos con otro abrazo. Siento como la responsabilidad hace temblar el dossier entre mis manos. Odio estar asustada. Pero me mantiene alerta, siempre funciono mejor bajo presión.

Llego a mi casa. Marco su número. Aún lo recuerdo.

Alicia: Estoy buscando a alguien.
Miguel: ¡¿Alicia?! Pensé que estabas muerta. Joder, estaba seguro de que estabas muerta.
Alicia: Tal vez lo estoy.
Miguel: (empieza a reír a carcajadas) Coño Alicia, no sabes cuánto he echado de menos tus frases. Sigues siendo la misma.
Alicia: Lo intento Miguel, no sabes cómo lo intento…

Miguel me espera en Madrid. No lleno demasiado la maleta. Vivir con un controlador me hizo aprender a viajar con el equipaje justo. Estaría orgulloso, pienso. Y meto en la maleta una bola de Navidad. Cuando la agitas miles de calaveritas flotan en el líquido. Me parece de lo más adecuado. Necesito algo superfluo, algo poco apropiado. En mi mente su cara de orgullo desaparece. Sonrío…

Fin capítulo 12.

Alison Hell by Annihilator on Grooveshark

viernes, 19 de abril de 2013

Capítulo 11 - Interludio Poético (Ana)

Extracto del diario.

Son las doce y media cuando suena el móvil. Numero oculto. Aun así respondo: “¿Hola?” Nadie contesta. Al rato cuelgan. No es la primera vez que sucede esta semana. Quizás no tenga importancia. Quizás no haya nadie detrás de ese número. Una centralita. Un relato de Bolaño. Quizás solo sea el silencio que hay detrás de una relación.

Las relaciones... decía el señor Iribarren –y cito de memoria: “Enamorarse no tiene mayor mérito, lo difícil, no conozco ningún caso, es salir entero de una historia de amor”

Las hombres. Omnipresentes. Recuerdo a Peter recitando: "Juntos podemos ver la belleza de las almas, escondidas como diamantes en el reloj del mundo" Ahora solo son una pequeña debilidad en mi vida que se macera en un segundo plano. Ya he tenido suficiente. De momento. 

Es difícil llegar a ese silencio elegante al final de una relación, cuando te has percatado de que todo ha terminado y solo queda claudicar, cuando verbalizar solo es el eco estanco de un portazo, de una nota de despedida. Porque sabes que las siguientes conversaciones, a pesar de toda tu paciencia y buenas intenciones, siempre van a terminar mal. Porque siempre hay uno de los dos que se siente más frustrado, más herido, inseguro o dependiente, siempre hay un desequilibrio de necesidades y sentimientos. Porque es jodido renunciar a un amigo, a un amante, a todo el tiempo compartido y que podríais compartir más adelante, es duro luchar contra el apego y el miedo, contra la duda del punto sin retorno.

Por eso no hay necesidad de elegir entre amor o poema, solo hay que saber rendirse al silencio. Todo queda atrás, se intercambian los bancos de memoria. La intimidad es un dado trucado que gira mientras tomas distraído la siguiente copa. Luego, con la distancia adecuada, se crearán más recuerdos, pero sólo seréis dos turistas tomando una copa en un bar, dos desconocidos que encuentran tirada en la acera una charla banal.

Ah, mi querido Ginsberg, déjanos beber de las negras aguas del Leteo, déjanos olvidar.

Fin capítulo 11.

Lonely Soul (feat. Richard Ashcroft) by UNKLE on Grooveshark

miércoles, 17 de abril de 2013

Capítulo 10 – Sueño lisérgico (Mario)

El sueño es brutal. Quiero, como queremos todos instintivamente, penetrar de alguna forma en el corazón de las cosas, acurrucarme en su útero y sentirme seguro de nuevo. Y para ello necesito ahogarme en el alma de esta mujer, llegar a ella a través de la maraña de velos de su carne. Tiene los ojos verdes más salvajes que he vislumbrado en mi vida, su pelo agitándose como bucles vivos de goce, ciervos rojos aturdiendo su cutis. Pero ya estamos en la despedida. Ella no es diferente de otras muchas mujeres que son capaces de apartarte de su pensamiento como quien se cambia de abrigo. Resulta inquietante la facilidad que despliegan: un día existes, al siguiente te han olvidado. Aniquilado. Fagocitado por la nada.

Y así, siguiendo hasta el final todos los gestos orquestados, tras una docena de pasos nos volvemos –el amor es un duelo, los sentimientos las balas-, y nos miramos por última vez, como un último acorde reverberando en una sala de conciertos ya vacía.


Me despierto sobrecargado. He vuelto a soñar con Sara. He vuelto a soñar con la sensación que me producía. Sara, de ciclotímica belleza. El hecho de que quisiera divorciarse -apenas dos años después de casarse-, porque se había enamorado de un chico al que apenas conocía da una imagen bastante clara de ella. Por un lado valiente. Pero otro lado irresponsable, dejándose llevar por sus impulsos sin tener en cuenta los sentimientos de los demás, como si el hecho de estar enamorada de la idea del amor le diese patente de corso para hacer cualquier cosa sin consecuencias.

Cuando me dio más detalles de su pasado entendí el motivo. A fin de cuentas solo somos pequeñas piezas de un puzzle muy básico. Los niños son muy sensibles con su entorno, notan la frialdad, el desapego, el rechazo -aunque sea sutil- de sus padres. Ahí se crea el primer germen de esa ansiedad. La ansiedad por tener una relación con alguien que consolide tu lugar en el mundo. Necesitas ser amado. Y dan igual tus relaciones posteriores, si has disfrutado de una adolescencia feliz, si has tenido amigos… al final caerás una y otra vez en lo mismo. Quizás sea a través del sexo, o de ideas peregrinas sobre el romanticismo que sólo son posibles en la literatura o en el cine. Camuflando esa dependencia e inmadurez con una sensible fragilidad que confunde con su pretendido candor.

Sara se divorció. Intentó tener una relación con el muchacho en cuestión. Pero sólo hubo rechazo. Seguramente le asustó tanta pasión, tanta intensidad. Se separaron. Pero ella siguió obsesionada, como si sus sentimientos hicieran girar el mundo, ¿cómo es posible que él no me corresponda, cómo puede seguir con su vida como si no hubiera sucedido nada? Pasó casi un año, volvieron a quedar un par de veces, y ella, mi frágil mariposa, acabó llorando en una acera con las bragas amoratadas.

En ese momento aparecí yo, una idiotez, porque el final estaba auspiciado con un neón de grandes colores con la palabra dolor. Quizás con otra persona hubiera tenido podido disfrutar de más tiempo, pero ella quería el golpe en el estomago, las mariposas izándola, creía que ahí afuera existía alguien que conseguiría la transmutación de su alma, que la convertiría en Audrey Hepburn o Amélie, que la salvaría dentro de una burbuja de amor perfecto.

Y así seguimos adelante con el ridículo guión del amor. Tuvimos el escenario. Las palabras. Los gestos. Incluso tuvimos la despedida dramática en el aeropuerto. Sentimientos de saliva que se secan demasiado rápido.

Pero, ¿a quién quiero engañar? Leía hace poco un poema de Bukowski que terminaba así: “Todos mis poemas eran falsos” Y es cierto, los escritores somos los mayores mentirosos que existen, somos un gran fraude, sodomizando la idea del amor, del orgasmo imperecedero cuando sabemos mejor que nadie como es la realidad. Después de Sara vino Laura. Y luego Montserrat. Y luego Domi. Y luego la siguiente musa que fue mejor que todas las demás. El dolor de la perdida se olvida fácilmente con cada nueva compañía. El amor se diluye, se transforma. Sólo el cuchillo al rojo vivo de la soledad cubre de sentimentalismo las cenizas poéticas de algunas. Solo el tedio existencial de volver a casa de un trabajo sin sentido, de un atasco sin sentido, de la mezquindad que te rodea, del fingimiento social. Ver que cada día es igual que el anterior y que nadie te está esperando para hacerlo diferente. Eso es lo que hace que busques compañía, aunque solo sea en una especie de falsa espera despreocupada. Porque deseas lo que no tienes, aunque conseguirlo lastre tu libertad, tus horarios, tus metas. Sí, el sexo. Claro. Puedes follar sin tener pareja, de hecho suele ser más divertido, ¿algo más?

Sara abre sus piernas ante gañanes más hermosos que yo que le sacuden el alma a golpes de cadera. Y ríe, orgasma. Y luego pierde, sufre. Y todo continúa. Continúa aunque no quieras. Y todas suspiran mientras alguien bombea encima de ellas, porque de alguna forma mágica y especial sienten que están llegando a su corazón. O quizás solo sea esa copa de vino que han tomado de más. Es más fácil pensar eso, entrar en el juego. El amor: una hoja de otoño atrapada en un libro que nunca volverás a leer. Olvídame. Olvídame. Olvídame

Pero después de pensar de forma tan cabal sobre todas estas cosas, como soy una persona muy incoherente y representativa de lo peor de la humanidad, saco mi enorme monstruo púrpura y me masturbo violentamente hasta eyacular sobre las sabanas todo el amor blanco y ponzoñoso que siento por esa mente de adorable imperfección.

(…)

Llaman a la puerta. Cuando abro un mensajero me entrega una carta certificada. Firmo el resguardo. Es un texto muy breve:

“Le informamos que debido a sus múltiples ausencias en el trabajo y su reiterante incapacidad para desempeñarlo de forma conveniente nos vemos obligados a prescindir de sus servicios. Naturalmente consideramos el despido procedente y objetivo por lo cual su finiquito se reduce a las horas trabajadas este mes. Un cordial saludo.”

Bah, tampoco tiene importancia. Comer está sobrevalorado. Lo mismo que tener casa. Es una buena época para ser vagabundo. Escucho como Kirk ronronea en el sofá sin demasiada convicción. Vuelven a llamar a la puerta. Espero que está vez sean buenas noticias. Son dos policías.

Policía: ¿Mario Kovacs?
Mario: Sí, soy yo.
Policía: (Me enseñan una foto antigua de Ana): ¿Conoce usted a esta mujer?
Mario: No, bueno, sí, he estado con ella un par de días, ¿le ha sucedido algo?
Policía (se miran durante un segundo): Vístase y acompáñenos a comisaria. Hablaremos allí…

Fin del capítulo 10.


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