Juguemos a un juego, de esos de niños solitarios y llenos de miedo. Enamorémonos. Me emocionaré cuando te vea frente a la ventana mientras el destino conspira a nuestras espaldas.
Ayúdame a crear este jardín de juegos. Pero no vengas a buscarme, déjame en mi madriguera, ahí, en lo más profundo, déjame salir sólo de noche, cuando el silencio nos abraza sin esfuerzo, cuando podemos jugar al escondite sin que nadie nos interrumpa ni nos reconozca. Dos solitarios, compartiendo un mundo interior desconocido incluso para ellos, un lenguaje inventado de niños que habían olvidado ya.
Es una conexión impropia del escaso tiempo compartido. Son mecidos por la magia mientras se rozan disimuladamente con la calidez de sus voces y se ilusionan. Empieza a clarear la realidad, no da tiempo a más.
Adiós…
Adiós...
Cada uno vuelve a su vida, continúan –o retroceden. Sólo se acordarán en sueños de lo cerca que estuvieron de conseguirlo.
No quiero apostarlo todo a
dos rodillas con hoyuelos -vive con ella tres meses y aprende a sufrir-,
prefiero el amor fiel de esta habitación. Soy una flor destripada a solas con
los dioses.
Los párrafos que merecen
la pena huyen –putos insurrectos-, prefieren buscar un lugar donde sean mejor
apreciados. Como vender rosas bajo la lluvia, dibujo tu perfume francés con mis
dedos, bosquejos de putas, locos predestinados, esos labios desollados marcando
a dentelladas las invisibles corrientes que conectan nuestros cuerpos.
Suena una sirena en mitad
de la noche –hay sonidos que te pueden volver loco-, tumbado en esta moqueta
rancia, del color de infames jornadas de trabajo con resaca, la resolución se
pierde entre la ropa sucia. Esnifo Jesucristo en polvo. La música nunca es
inocente. Como un chiste pretencioso
sobre Baudelaire del romántico tuberculoso que acompaña a Hans Castorp en los
montes suizos
Cuerpos estriados jadeando
tras las persianas, entrañables adictos. Oigo voces y no les gustas. Súbete el
vestido, pervierte mis sentidos una vez más. Tu pintalabios rojo -como la
locura aceptada de antemano-, recrea una sonrisa deslucida, rosas ajadas
prematuramente, eres como una tienda de empeño abierta por falta de fe.
¿Cuándo…?
¿Cuándo terminará…?
Aquí sentado sin remediar
la situación, esperando, como una mosca en la tela, buscando esas palabras que
te humedezcan, ese escalofrío en tu espalda, sobrevolar ese desprecio
edulcorado, esperando tu llamada de auxilio. El infierno trepa por la ventana e
insiste en brindar conmigo. Todo deriva a este cadalso de mercurio. Ahora te
estará follando otro, evoco la escena sin clemencia, y me dejo caer en un sueño
donde ángeles sin alas -espaldas ensangrentadas- se mueven en sillas de ruedas.
Escritores estreñidos miran frustrados la cola de lectores pidiendo su ración
de mierda fresca. No, mi querida ramera, cuando vuelvas no mentiré, tu vida ha
sido un desperdicio, tu único talento es hacerme sufrir.
Escrutinio ante la
exhibición. Las mujeres, seres infinitos, caminando por los tejados de mi
memoria, dejando instantes de gloria, de angustia. Acompañadas de hombres que,
en el mejor de los casos, tienen el alma muerta y una incapacidad innata para
comprenderlas.
Ahogando su propio brillo
en una elección barata, terminan llorando, obsesionadas con la nada, llenas de
miedo, de ansiedad, de frustración, buscando culpables entre las paredes de su
cuarto incapaces de entender.
Y me pregunto:
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por
qué?
No estoy resentido, sólo
decepcionado. Atrapado en callejones sin salida emocionales. No tardará en aparecer, lo
noto creciendo en mi interior…
Cada día un detalle más
que se añade con saña. Rehúyo mi reflejo, buceo en la oscuridad viscosa de mi
interior, apenas percibo ya el abismo entre palabras y sentimientos. Sonrío
ajeno a esas confidencias de renuncias donde la dignidad apenas se menciona.
Comer no es tan importante. Dejo de participar, no va conmigo, me rendí hace
años, dos veces, pero el juego continuaba sin mi permiso.
Por fin aparece todo el
dolor, la nausea, la tristeza, ese grito sordo que nace de las entrañas, cobra
forma de bestia y me atrapa de madrugada. Estoy solo, no hay voces que me
acompañen esta vez. Se arrastra por el linóleo de la cocina con mirada lasciva,
me sabe suyo, disfruta del momento. Mirarle a los ojos es un cementerio de
locura y miedo, de decadencia insoslayable. Me ataca, arrancando, masticando,
consumiendo partes de mí que antes creía importantes y luego se va gruñendo de
satisfacción.
Ellas me encuentran al
amanecer, todavía me retuerzo de dolor. Me escupen palabras, me llaman cobarde.
Pero no importa, sus rostros se me antojan muros pero ya no tengo necesidad de
escalarlos, el lobo estepario ya no tiene miedo a la navaja.
Rimbaud dejó de escribir
entre ajenjo y hachís, le amputaron la pierna, murió, como mueren todos.
Pensaba en esto en mi sueño, contra el muro, con esos mosquetes apuntando hacía
mí. Desprecié la venda, calor, polvo, orín de rata rodeándolo todo. Estaba
contento, casi exultante, la muerte sin guadaña me esperaba. Era cuestión de
segundos, sin tiempo para más. Clarinetes oxidados, marcha fúnebre epistolar. -Apuntad bien cabrones
–grité. Sonreía. Un final perfecto.
Te escucho hablar y hablar y no sé dónde nos perdimos, dónde quedo la magia del principio, ese reparto equitativo, la diversión, la seducción de tus palabras, sin tiempo, sin silencios, con ese sabor a reencuentro de almas amnésicas.
Ahora son monólogos sin ritmo, sin emotividad. Todo chirría en esta versión estancada, oxidada, ya sin marcha atrás.
Hojarasca de lugares comunes, un suicidio asistido de manual. Nada nuevo que mitigue esta vida de contenedor. Epifanías fundidas como estrellas de navidad en abril. Manos retorcidas de psiquiátrico arañando el vaso de prozac con sonrisa de coyote. Un amor opaco y vagabundo. Me destrozas sin sentir nada especial, como una canción en bucle cuya letra solo tiene sentido para mí.
Te regalaba sempiternos y tú me contestabas con efímeros. Te describía la nada y tú me señalabas al cielo. Angostas calles, lluvia plomiza, quimérica, mi necesidad de ti se viste de azul. Te observo cada vez desde más lejos.
Tus ojos se nublan, tus manos se alzan en un gesto inequívoco pero inacabado. No escucho el final de tus labios en ese momento, siento -más que ver- como me das la espalda y te pones a mirar por la ventana. Termino mi taza de café y me despido con fingida desgana. Otro día más antes del irremediable fin.
Te desbordas por mi sueño cuando intento dormir -no recuerdo mis sueños. El cenicero lleno de miles de colilla encendidas en una casa sin luz –no fumo. Atrapado en el engranaje de un viejo-nuevo amor –no soy capaz de enamorarme. Se dejaron caer, él sabía bucear, ella se hundió irremediablemente en un baño de sudor y delicadezas –sigo atado al teclado.
Semen regurgitado sin trasfondo real, deseas mi polla, mi voz, pero ni siquiera me conoces, no has querido ir más allá. Me gustaría follarte hasta que dependieras de mí, hasta que no supieras reconocer tu cuerpo sin que mis manos lo recorrieran antes, que me vendieras tu ego con un beso de puntillas. Ofréceme tus flujos, dibujaré sobre ti un testimonio de locura, de placer, inmolare todas mis noches de soledad en tu boca, en tus labios, en tus pestañas, y cuando por fin me abandones, quemaré todos mis libros, recorreré un bar, dos, tres, quinientos, todos llenos de crisis existenciales, rostros ahítos de melancolía y genios desconocidos a perpetuidad, donde nadie ha hecho nada digno de mención, sin timbre, sin posibilidad; y ahí, sin querer olvidarte, me abandonaré también yo, para al final, poder darte la razón también es eso.
Aún no te has enterado de qué va toda esta mierda, y si lo sabes no tienes el coraje de enfrentarte a ello, sucumbirás, pasarás el resto de tus días arrastrándote por las cloacas con las ratas como únicas compañeras. Deja de masturbarte, saca fuerzas de flaqueza, da puñetazos, siente el sabor metálico de la sangre, ese ligero mareo al sentir tus dientes moldeándose al contacto de tu lengua. Ese piano volviéndose loco en su hartazgo. Naufraga. Es una forma como otra cualquiera de tentar al presente.
Un paseo de madrugada. Tus
tacones se acercan como tambores de guerra. Tu físico no desmerece la imaginería
de mi anhelo. Nariz acechante. Boca de flor. Vestido azul que apenas esconde
unas piernas infinitas. Rostro cautivador con esa sutil disposición a ser
desarmada.
¿Cuántos hombres han
pasado por tu vida sin llegar a conocerte? Al cruzarnos nuestros ojos follan y
se aman dentro de una perfecta ficción romántica. Instante Perfecto. No nos
detenemos. Nunca nos volveremos a ver.
Un anuncio de neón con las
palabras “Jesús Saves” iluminando con su luz ebria, humeante y pútrida, mi
habitación. Es como morir de amor cuando una ramera cruza sus piernas. Mirar
sus ojos inertes y preguntarte cuando fue la última vez que no pagaste por un
polvo.
Desempolvar el legado de
una relación dela que sólo quedan dos tarjetas de cumpleaños y recuerdos de un
manicomio compartido. Mierda oscura y condensada que cubre y asfixia parte de
tu cerebro para siempre.
Nos comportamos como si el
infierno de una mosca no fuera igual que el nuestro: algo trivial, vulgar,
anónimo. Peniques en los ojos. Mientras todos tienen prisa por morir de
inanición espiritual, mi mente estalla en llamas, las serpientes reptan por el
suelo, y el teléfono no para, no deja de sonar continuamente desde un número
equivocado.
Como estas horas
afortunadas –entre las tres y las cuatro de la madrugada-, que consumo
glorificando amores imposibles y genios muertos. Que consumo apoyando mis
pensamientos en tu risa como única resistencia en un mundo solitario lleno de
gente asustada de almas aguadas.
Borracho melancólico que
tropieza con la sombra de sus dedos sobre el teclado. Apuesta perdida que
encierran los muros angostos de mi ser. Decepcionante realidad que no apela a
sediciones, sólo a capitulaciones. Para míno hay fe ni esperanza.
Estaba realmente
deprimida. El velo de egoísmo e indiferencia cayó y se percató de quién era
realmente: no una niña mimada que vivía encerrada en casa de sus padres sin
tomar responsabilidades, no, era alguien débil, desahuciado, que hacía ímprobos
esfuerzos por mantener la compostura en los pocos momentos que compartíamos. Ahora,
escuchando sus lágrimas, se dio cuenta de quien tenía el rol de victima y quien
de verdugo.
Esa breve llamada se convirtió en otoño, en despedida, un ramillete
de hojas muertas que pasaban por sus ojos como recuerdos esculpidos en arena de
mar. La dejó ir con aire de disculpa y sonetos con olor a violetas. Era el
momento de libar el vino y llevar sin cargas una vida aparente y mediocre. A
fin de cuentas, es como siempre había vivido.
No quiero salir, empezará
el aborrecimiento en el mismo momento en que sus uñas rasguen la placenta, no
hay ninguna salida de emergencia, dejadme aquí, en la oscuridad. No quiero
salir.
Es tarde, suena de fondo
un saxofón herido. Aceptar encargos es complicado. No tengo demasiado tiempo,
estoy cansado, y sin embargo es ahora cuando tengo esa sensación de libertad
-soledad ininterrumpida-, es ahora cuando puedo entornar mi pequeña ventana iluminada
y dejar al demiurgo crear nuevas realidades.
Empecemos por los lugares
comunes, por las obviedades mejor o peor expresadas. El desamor es una llaga en
el paladar, la sentimos en todo momento, hace que la comida, un placer, se
convierta en una molestia continua. Pero hay algo embaucador, embriagador en
ello, como si estuviéramos mas conscientes de las sensaciones y por ello a
diferencia de la felicidad que no existe nunca en el presente, nos hiciera más
conscientes de nuestra propia vida.
La única forma de restañar
la herida es esforzándose por eludirla. Solo existe con la negación, y luego ni
siquiera con eso, porque lo que no se verbaliza no existe de ninguna manera.
Te hubiera gustado reírte
sin parar como una lunática sin luna en esa orbita cementerio de tu soledad.
Pero saliste a bailar sin mover los pies con esa sonrisa triste que siempre
encuadra tu rostro y que nadie entiende. Querías reaccionar a tu intuición, no,
te decías, no cuidarán de ti, solo se aprovecharán del fugaz placer que
encuentran entre tus piernas. Y sin embargo cada noche te volvías a enamorar
una y mil veces, ¿Qué te importaba a ti ese dolor imperecedero? Habías elegido
tu papel, te sentías viva interpretándolo, solo querías que alguien fuera tu
publico a pesar de las decepciones, era la única forma que tenías de amar. Eras
la actriz en el espejo, madame Bovary postrada en la cama, Anna Karenina frente
a la estación. No son figuras realistas, capaces de ver lo vulgar y humano en
sus relaciones, eran mujeres intensas de las que Nietzsche estaría orgulloso,
porque sabían cual era el precio de lo sublime: dolor en su misma medida, ¿para
qué vivir a medias, sobrevivir entre tibios de vocación? Nunca dejarían de
buscar alguien a su altura, aunque en algunos momentos pareciera una gesta
quijotesca.
Bukowski se quejaba de la falta de sinceridad en los escritos. Supongo que al final todo el mundo cae en la trampa: quiere gustar, rebusca en sus fajos de plagios, medita la palabra, edita el párrafo y al final cuando las palmadas llegan no se queja.
Es difícil escribir algo sincero, que agrade, que estimule, que subyugue. Y menos aun con falta de práctica, sin más aliciente que golpear las teclas y ver como se van formando palabras unas tras otras. Aunque eso sea lo más importante, lo único importante.
Estaba el otro día en una tienda y se hablaba de la muerte con demasiada frialdad, somos redes sociales que cambian de estado, escogemos una buena foto, buscamos compañía en la soledad de un número que simboliza algo abstracto e irreal -¿te envidio por tus tres dígitos? Pobre, pobre estúpida…- y decidimos si algo nos gusta o no nos gusta.
No me gusta que la gente tenga patente de corso para sentirse decepcionada conmigo, como si tuviera que ser fiel a un ideal. Su ideal. Prefiero esperar su llamada, esa que nunca llega. Prefiero que no lo haga, porque cuando llega me sabe a poco. Porque tu eres poco, una nulidad, nadie compatible. Pero me gustaría pensar que si, y en tu ausencia es mucho más sencillo. Pero no es un ideal lo que he creado sin ti, te conozco demasiado bien, no puedo pedirte lo que no te concedes a ti misma. Pero si no creyera en ti ya estaría juzgado. Eres una pequeña ventanita iluminada en la madriguera de mi fría angustia. Aunque no me guste la hipérbole. No he hecho realmente feliz a nadie en toda mi vida. Sonrisas en el matadero. Luego suceden cosas a mí alrededor, en el tiempo de un cigarro la gente desvela sus anhelos. Una obsesión, obsesionada con las palabras, con sus palabras, crea más palabras, las palabras les unen. Pero solo hay sexo, sexo sin palabras, solo la base de futuras palabras tristes. Sigo cavando en mi madriguera, cada vez más hondo, cada vez más y más. Hasta que no llegan las palabras de nadie, hasta que al final no se escucha ningún sonido perturbador.
Es ese punto en el que dejas de masturbarte, pierdes el conocimiento y sueñas con una vida perfecta mientras te desangras. ¿Hacía donde van esas escaleras? Hacia arriba. Y con esa frase ya era feliz. ¿Hacia donde vas tú, puta marioneta, objeto de decoración de la naturaleza? ¿Qué eliges, hijos o madriguera?
El viernes ya estaba encauzada mi decadencia y empecé a beber durante la comida. Elipsis. Cenamos antes del concierto en un chino que hay en los subterráneos de Plaza de España. Las mejores empanadillas de carne acompañadas de una excelente sopa de fideos tradicional botella de vino destructiva y barata. Por lo demás un sitio feo, kitsch, grasiento, minúsculo, apenas nueve mesas sin separación y tres banquetas en la barra-cocina, donde siempre hay que hacer cola, donde siempre están intentando desalojarte para atender a los siguientes clientes. Donde no hay cobertura, que no es que sea importante, pero tiene su gracia. No se exactamente porque vamos, un poco de nostalgia asumo. Después fuimos al concierto de Santi Balmes, un acústico con canciones propias y ajenas, desde Pink Floyd, Joy División, etcétera. A nivel personal desde la mitad del concierto había entrando en el síndrome lobo estepario, es decir, todo lo que me rodeaba me producía nausea, y como centro neurálgico del asco mi propia existencia. Cuando me sucede necesito el click del protagonista de “La Gata sobre el tejado de zinc caliente” porque si no me convierto en un problema para los demás. En otras palabras: tenía una necesidad insoslayable de emborracharme hasta perder la capacidad de pensar. Para ello recurrimos a un portal dimensional que había sobre la maquina de tabaco y a mi pudiente prima. Sin embargo el concierto termino, la música no estaba haciendo su trabajo y la metástasis del buen gusto fue erosionando mi experiencia. Necesitábamos ampliar el campo de batalla y salimos de allí sobre las dos de la madrugada. Estábamos en Gran vía, primero buscamos un gótico ya fenecido y luego nos acercamos al ocho y medio. Colas y colas de gente, algunas con la entrada pagada se nos abrieron el paso. Sé y entiendo que vivo en sociedad, pero asumir que para entrar a un local, de los miles que hay, tengo que hacer cola y esperar media hora es algo que todavía, y más borracho, me saca de quicio. Transmití ilusionado la idea de ir a una cervecería irlandesa con una planta baja donde pinchaban música más que decente cerca de allí. Cuando llegamos no había nada de eso: gente esperando en una cola más exigua y música comercial. Cigarrito, y dentro por fin el deseado click. Había gente curiosa, grupos de camisas a rayas con una forma espasmódica de bailar solo excusable por el abuso de drogas de diseño, italianos acosando a mi prima a pesar de la presencia del pseudo novio gay, versiones Dirty Dancing pedidas para la ocasión con resortes inconfesables de coreografía. Y ahí estábamos, en plena bacanal, con los sentidos anegados por el alcohol y la no-música cuando entra la policía y nos desalojan, así sin más. La situación no era de nuestro agrado y recurrimos a ciertas canciones de Eskorbuto. Y como ya habíamos iniciado una pequeña debacle en el interior, dejamos caer el cubata al acabarlo en un pequeño acto de rebeldía burguesa ante semejante estado fascista de mierda en el que se ha convertido la noche madrileña. Pero en apenas medio segundo aparecieron de la nada dos policías de paisano pidiéndole la identificación a mi prima y le pusieron una multa. Y encima bordes, como si sus problemas de erección fueran culpa nuestra. Joder, que estamos en Madrid, ¿no hay mejores cosas que hacer? Pues parece que no, tenedlo en cuenta cuando votéis para que se siga manteniendo este estado policial ridículo y absurdo. A mi prima le entra un conato de indignación y quiere denunciar a la policía. Nos acercamos ipso facto a una comisaría para dar parte del terrible trato sufrido. Dentro nos explican que van a comisión y que nos jodamos. Le pregunto cuanto vale la multa por vomitar en la calle porque empiezo a sentir arcadas. El tipo me empieza a mirar mal, pero nos salva que hay una emergencia. Es como una película americana: todos buscando sus cascos y sus porras. Seguro que es un grupo de adolescentes haciendo botellón en Sol, pero hay que ir preparado. Dejan la comisaría vacía y a nosotros sin saber exactamente donde ir. Son la cuatro y media. Decidimos volver al local del concierto que ahora ha cambiado de ambiente. Exigimos al portero –un croata enorme- que nos deje entrar sin pagar de nuevo. Al final le convencemos y cuando estoy entrando me descubren una cerveza. La mirada del portero fue terrible, como un padre decepcionado movía la cabeza con lastima de un lado a otro: “No poder confiar vosotros, vosotros no estar a la altura” Me bebí la cerveza deprimido en un rincón, sólo tenía ganas de inmolarme contra ese corpachón, pedir disculpas. Había un brillo en sus ojos que se extinguió al reflejarse en mi cerveza, esa pequeña esperanza en el genero humano se había perdido para siempre y muchos después de mi iban a pagar esa falta de fe. Debía ser responsable, acercarme a ese enorme demiurgo de la felicidad nocturna y hablarle con el corazón, hacerle comprender que su fe era importante, que marcaba una diferencia. Pero no sé que paso, que cuando termine la cerveza empecé a llamar a gente por teléfono y se me olvido todo esto. Normalmente nadie me lo coge, así que empezamos a dejar mensajes tipo club de la lucha en los contestadores pertinentes. Una conocida me lo coge al tercer intento. Me empieza a insultar con voz adormilada. La digo que es mi rutina preferida pero que me había olvidado de ella por completo, que venga a provocar algún escándalo público, que tenemos a la policía de nuestro lado. Me responde que estoy loco y que no la vuelva a llamar jamás. Siempre adoraré su sentido del humor. La ultima llamada fue para Yahiza, es encantadora –además de un poco puta-, es capaz de contarme sus tendencias suicidas y que no se ve capaz de llegar a los treinta y uno mientras se ríe sin parar. Decido que está será la última llamada. Esta parte no es muy interesante, se nos acerca gente por la calle mientas buscamos otro local abierto, nos cuenta sus cuitas y luego desaparecen, a veces es porque les damos miedo, no queremos drogas, porque no hay homosexualidad reprimida o porque mi prima no quiere nada con ellos porque sigue enamorada de su pseudo novio gay. Sobre las seis entramos en el Black & White esperando que abran un after cercano. Hay mujeres, por lo cual asumimos cierta variedad en el ambiente. Un peluquero le hace un moño extraño a mi prima en la pista mientras escuchamos una de las versiones mas extrañas de Dirty Dancing. Insistimos en que pongan un tema de Amelie pero no hay manera. No la tienen en ninguna parte. Esta parte es muy triste, porque en toda la noche no llamé la atención de nadie, llego allí y se me insinúan tres tíos a pesar de estar bailando con una mujer. Pido una copa y empiezo a hablar con un tipo en la barra sobre Schopenhauer. Desbarramos un poco sobre el tema, me dice que es teleoperador y que no es muy feliz. Le cuento anécdotas y nos reímos un montón. Le comento que ojala que las mujeres, en caso de estar interesadas, fueran tan directas como los homosexuales, que aquí me han entrado ya tres. El tipo me corrige y me indica que me han entrado cuatro, pero que él actúa de forma más sutil. Me quedo un poco perplejo: ¿no me habías dicho que tenías novia? Bueno, es una forma de hablar, ¿me llevas contigo? Local equivocado, hora equivocada. Al final notamos el cansancio y montamos una huida improvisada. Recabamos en un parque con unas latas de cerveza frías, cortesía de los chinos. Necesitaba beber más. Nos sentamos en un banco y observamos el silencio a varios grupos haciendo botellón, hablando, haciendo bromas, despidiéndose. Saqué el iPod y nos pusimos a escuchar Amelie y LOL, algunas canciones que no habían sonado en el concierto. Poco a poco empezaba a clarear, estábamos ateridos por el frío, en un estado de estupor melancólico, digiriendo inconscientemente la insustancialidad de todo. De pronto mi prima me llamó la atención sobre una pareja que estaba a unos diez metros de nosotros en un banco. Él estaba de espaldas y ella a horcajadas –una chica guapísima muy joven de pelo largo negro-, le devoraba. No le di importancia hasta que unos minutos después, siendo ya los únicos que estábamos allí, la cosa empezó a descontrolarse. Estaban haciendo el amor, no digo follar, porque lo que se estaba desarrollando a pocos pasos de nosotros, pobres carrozas irredentos, era amor, era elegancia, era convertir lo vulgar en sublime. Había pasión, de la que nosotros creíamos olvidada, con pequeños movimientos de suspiros, de caricias, de adoración, de dejarse llevar, de sabor a juventud. Amanecía el día con banda sonora de Amelie. Era hermoso. Evitamos por pudor seguir observando la escena y agradecidos sentimos como nos habíamos reconciliado con el mundo...
Debería de estar leyendo, haciendo algo útil, haciendo cosas ineludibles para una vida sana, informarme del devenir del mundo, conseguir dinero o un buen trabajo. No creo que la no-vida sea interesante a nivel literario. No somos especiales, ese es el gran error de esta absurda democracia, la mayor parte de la gente es una mierda vulgar y moliente. Sí, lo siento, así son las cosas, ni Dios ni la genética ha dispuesto un punto de compensación en nadie. Hay inteligentes guapos, tontos lerdos, gente infame que vive feliz su vida, y gente pobre que remienda sus llagas con comida podrida. La vida y la genética son injustas. Siempre hay un parque, al igual que también existe el suicidio. Pero hay muchas clases de suicidio, y no hablo de ir al maravilloso puente que aparece en la foto que ilustra esta entrada y lanzarte sin más. Hay suicidios ideológicos, hay suicidios como salir con esa chica, como decir que sí cuando quieres decir que no. Como trabajar ahí y ver como machacan a tus compañeros y no decir nada, como ser incapaz de mostrar un poco de dignidad en tu lamentable devenir. Con ese amigo que ya no es tu amigo, con la bebida, con las drogas, con esa fiesta y esa música que te parecen basura pero en la que finges divertirte. Como fingir un orgasmo. El tiempo no te hace madurar, en el mejor de los casos aplazas renuncias y secuelas. La mayoría de la gente no soporta estar sola, en silencio, consigo misma. Nos convertimos en estereotipos, en dantescos a fuerza de no enfrentarnos con nuestras frustraciones existenciales. Todo está ahí, día tras día. Hasta que al final revienta. Revienta tu cerebro consumido por el humo de la estupidez. Y ese alguien que mostraba su humor y su cinismo ante el abismo, relaja ahora su conversación hasta unos limites de embrutecimiento y adocenamiento dignos de cualquier yonqui buscando su dosis. Ese es el tipo de proletariado sin conciencia de clase que están fabricando. No os dejéis engañar por los nombres. No estoy hablando de Rajoy, Zapatero, Botín. Hablo de las empresas del IBEX35, de la globalización, del capitalismo más rastrero. Hablo de acabar con la educación, de promover la ignorancia, los guetos, hablo de conseguir que el futbol sea la única conversación de importancia, hablo de impedir manifestaciones, de controlar los medios de comunicación. Va de la perdida de esperanza, de que finalmente han conseguido crear una distopía al estilo 1984. Internet ha hincado la rodilla y está chupando demasiadas pollas sifilíticas. Hay demasiada mierda. Demasiado de todo. Demasiadas palabras en este párrafo para no decir nada. Sólo imponer, sin demasiado acierto, la sensación de frustración e impotencia ante tanta inacción. Empezando por mí mismo. Soy demasiado triste para enfrentarme al espejo. Pero no deberíais de seguir mi ejemplo. No. no. no. no. Adelante. Indignaros. Haced que cada día merezca un poco más la pena. Si ni siquiera os planteáis eso, en fin, coged vuestro maletín gris y uniros a la nada.
La mujer del amor eterno, musa en este momento, de nombre Laura está cansada de la vida, o más bien de las pequeñas estupideces que le hacen perder trascendencia. Esas consignas ajenas tan anacrónicas no van con ella. Está tumbada en su cama individual y necesita, para ser claros, echar un polvo. Nadie se cree ese rollo de la asexual y carencia de libido como secuela del desamor dure demasiado. A lo sumo un cierto temor a no sentirse deseada por nadie digno después del último descalabro. Por eso, aún sin convicción, se ve a si misma maquillándose, escogiendo su mejor vestido negro y saliendo de casa. Local prominente. Y ahí entablando una conversación con el primer hombre que la corteja sin ambages. Ese es el plan. Pero siempre hay algún problema. Cuando empezó a vivir sola, a plantearse la vida de soltera, sabía que no iba a encontrar al hombre de su vida de esa manera. A lo mejor sí, pero veía más factible encontrarle en el trabajo, en una reunión de amigos por alguna efeméride, en las clases de baila a las que quería asistir. No sé, prejuicios tontos quizás auspiciados por la idea del destino y de no forzar artificios de red social de contactos Pero lo que descubrió fue todavía más decepcionante, y es que muchas veces no podía disfrutar ni siquiera de un buen polvo. Se los llevaba a su casa, chicos guapos, atentos, evolucionados podríamos decir –guardábamos en el cajón de los escrúpulos que todavía viviesen con su madre, o que no tuvieran nada interesante que decir cuando abrían la boca- y de pronto en la cama, lejos de reaccionar, se demostraban en la mayor parte egoístas, intratables, aburridos, penes que no emocionaban y/o no daban la talla. Y cuando al fin, en alguna noche extraña de luna llena encontrabas alguno que follaba bien desaparecía al día siguiente con un “te llamare” y una cita solo para los martes. Laura piensa en estas cosas cuando ve por el rabillo del ojo unas fotos antiguas enmarcadas en un lado del espejo del baño y se acuerda de uno de sus ex. Un tipo interesante, intelectual, quizás el problema vino después en la cama, cuando ya llevaba un par de años, ¿qué paso? No lo sé. Pero todo se convirtió en un desastre. Quizás las discusiones. Se perdió la magia, la afinidad. Me condenó a tener siempre orgasmos clitorianos, como si sólo bastara con meterla y funcionar como en una fábrica. Sin sorpresas. Sin arritmias en el cuello. Sin improvisar, ni someterse. Era su princesa, pero en la cama, quería ser su puta. Todavía le quiero, no estoy segura de quien se equivocó. Pero eso ya es pasado. Aun así hubo algunos polvos antológicos, cuando Marc se le cruzaban los cables podía ser una maquina sexual. Recuerda aquella noche en que venían borrachos los dos, riéndose por las esquinas, como se metían mano en cualquier parte, como ella disfrutaba susurrándole obscenidades al oído y él se frotaba contra ella abrazándola con todo su cuerpo, pudoroso pero a la vez totalmente exaltado, incapaz de aguantar el calentón. Claudia no puede evitar pasar sus dedos por los rizos del pubis mientras recuerda toda la escena. Al llegar a casa la lanzó contra el sillón, la subió la falda y empezó a besarla los muslos, a bucear entre sus piernas. Recuerda –ahora con los dedos mas juguetones- como le daba pequeños besos aquí y allá mientras sus dedos largos y calientes se apropiaban de sus bragas y luego –al igual que hace ella ahora- naufragaban en sus interior con facilidad. Laura cierra los ojos, esta allí, en ese pasado-presente levantando sus piernas y empujando la cabeza de Marc entre ellas. Sus dedos me penetran mientras su lengua suavizaba mis contracciones chupando, lamiendo, reteniendo entre sus labios esa pequeña perla de placer. No lo puedo resistir y gimo, emito pequeños grititos de placer, esos que tanto te gustan, ascendiendo por mi garganta con tu nombre en cada uno de ellos. Es un orgasmo largo, dulce, de un placer desinhibido. Marc sabe cuando parar, se aleja surcando con su lengua mis muslos, mi ombligo, mis pechos, deteniendo con cuidado en mis pezones erectos, vanidosos, en cada uno de ellos. Nuestro pequeño secreto. Escucho a medias como caen sus pantalones. Quiero comérsela como a él le gusta, quiero sentirla dentro de mi boca hasta el fondo, derretirla con mi lengua, saborearla entera con esa cara de viciosa que tanto le gusta, que tanto le excita, lamerle los cojones, presionarlos, sentir en mi boca su placer, su glande palpitante, como esta a punto de explotar y sólo yo puedo decidir cuando. Pero no me da esa oportunidad, me tiene ganas, y me la mete rápidamente, sin más pausas, vuelvo a cerrar los ojos y me dejo llevar. A pesar de todo tiene cuidado, va a jugar un poco conmigo, primero se mueve imperceptiblemente, luego con movimientos largos y pausados, sacándola hasta el limite, rozándome el clítoris ora con el pulgar ora con el glande. Pero el juego le supera, me pone a cuatro patas y empieza a follarme con ganas, con su mano derecha me aprieta los pechos lubricados con mis flujos o me agarra del pelo para que le mire mientras me folla. Acabamos en el suelo totalmente tendida con él encima y ahí, con el rostro cobijado escondo mi orgasmo, no quiero que pare, quiero que me folle toda la noche. Le siento mientras me muerde el lóbulo de la oreja y me susurra obscenidades, creo que no he estado tan mojada en mi vida. Escucho como me llama, zorra, puta, y me encanta, me encanta y se lo repito, le repito que Sí, que soy su puta, que me gusta, que puede hacer con mi cuerpo lo que quiera, que soy suya, que soy totalmente suya. En ese momento me coge en vilo y me empotra contra la pared. Repito su nombre sin cesar, no puedo creer que me esté follando con tanta pasión después del tiempo que llevamos juntos. Me siento totalmente sometida con mi espalda contra la pared, con las piernas enroscadas en su cintura. Mordiéndole, arañándole la espalda, amándole. Un vahído y estoy en la cama, con él encima, exhausto, pero con una mirada febril, moviéndose lentamente. Cambiamos la postura. Me pongo encima, me siento ligera, alegre, poderosa, maravillada por el momento. No sé cuanto tiempo ha pasado y no me importa. Siento que algo escapa a mi control, sube por mi garganta, siento la necesidad de pararlo, de ahogarlo en mi interior, pero no soy capaz, el aire vibra con destellos de riesgo: “Te amo” me escucho decir. Él –siempre recordaré esto- me da un beso, de una dulzura, de una entrega que no he vuelto a encontrar en nadie. Y justo después, abrazándome con fuerza, siento como tiene su orgasmo, siento su respiración entrecortada, como me aprieta y se deja ir totalmente Nos quedamos un tiempo así, juntos, todavía le siento dentro de mí. Luego con un suspiro nos separamos y nos quedamos dormidos… Laura abre los ojos, tiene los dedos arrugados por los flujos, no sabe cuanto tiempo lleva tocándose. Se ha hecho tarde, hay poca luz en la habitación. Se le han quitado las ganas de salir. Por el contrario piensa en llamar a Marc, total, ¿quién dice que los ex no pueden ser amigos…?
Rorschach: Decías que la vida era un sueño lucido. Déjame profanarte, huelo tu sexo desde aquí, trágatelo todo, arrástrate mi pequeño animal de compañía.
Ana: ¿Podemos parar?
Rorschach:Tú nunca. ¿Quién coño eres? Ni siquiera lo sabes, sigue a cuatro patas, hay algo monótono en tus movimientos, deja una marca de sangre en mis sabanas sucias como recuerdo.
Ana:Por favor, ¿podemos parar?
Rorschach:Tú nunca. Cuando termine contigo púdrete entre la multitud, tus palabras no suenan bien fuera de tu cabeza. Tu herida soy yo, adórala hasta que se convierta en cicatriz, arranca la costra una y otra vez, no permitas que deje tu cuerpo nunca. Ahora sabes lo que se siente al fracasar…un escupitajo en tus sueños, una violación sin ganas de tu corazón. Hasta nunca.
(…)
No puedo fingir, sigue mirándome con frialdad, el futuro se me antoja la misma rutina, ¿había un propósito antes de conocerle? No lo recuerdo, como un sueño helado. Antes tenía voz, ahora solo soy capaz de recordar el eco de la suya. Me posee una calma fría, me he rendido a la desesperación sin verborrea ni tensión, veo el final a tanto dolor y solo me sorprende esa manifestación de vida que ya no siento, ese goteo incesante, ese color rojo parduzco que me rodea. Miro al techo aterida, vislumbro las grietas, las manchas de humedad, como una metáfora de mi propia alma. Un silencio ensordecedor me rodea. Hasta nunca.
Sabía que no ibas a llamarme, es inútil no reconocer la sorpresa cuando estas a la altura, no puedo darte excusas, es tu forma de ser, tus enjutas limitaciones, no me compensa creer en ti, el marcador de decepciones esta a rebosar. He elegido mal mi victima. Basta entonces, te digo, de hablar de nuestros hijos, de tus sueños abruptos, basta de simplezas, del ayer, del mañana, del “nosotros” Juegas sin tirar los dados, y a mi me dejas una herida de ego con cada silencio.
Lo mate Wendy, lo siento, no era Peter Pan, era un monstruo el que pedía permiso para entrar, se alimentaba de tu ilusión y sueños de adolescente. De tu debilidad, de tu ruina. Le colgué boca abajo para destilar su tristeza y sus mentiras aprendidas. Sólo es un juego. Nadie conoce las reglas, ni siquiera cuando te colocan dos monedas sobre los ojos. ¿Te he sido de utilidad mi pequeña? I love you. No cuesta escribirlo.
No quiero dormir, esta noche me siento libre, sin responsabilidades, un silencio amortajado por el sonido de mis dedos golpeando el teclado intentando sacar la miseria, la ira inconclusa, el tedio acumulado, aunque al final se convierta en otra frustración más. ¿Tú también miras el correo cada diez minutos, el móvil, divagas en voz baja, escuchas la misma canción mientras escribes sin sinceridad, reptando entre los párrafos sin dar nada de ti? Es difícil elegir las palabras, normalmente te eligen a ti, normalmente hay faltas, hay reglones sin sentido, pero esas son las que valen.
Por eso no me engañas cuanto te leo y no sé reconocerte, sólo veo el mar en tu ojos y ningún estimulo real, ¿por qué insistes? Te elijo a ti, a ti con tilde, elijo verbalizar miserias, buscar ese mundo entre palabras y frases acumuladas llenas de perífrasis y desengaños. Pero no me hagas caso, no lo estropees, por favor, no lo estropees de nuevo. Me gusta la distancia, y el eco de mis palabras es suficiente para paliar este doloroso fetichismo, como un muro de lluvia lleno de gotas de ausencia en el que sumerjo mis pensamientos.
Empezaba a sentir el alma
agarrotada y los pequeños oasis iban desapareciendo poco a poco. Mi sed era de
amor pero mis harapos de mendigo me hacían tropezar una y otra vez con el mismo
tipo de mujer. Un bucle absurdo que se dilataba hasta el anticlímax. Este
sábado tendría que salir al exterior. Una pura cuestión de supervivencia.
En el trabajo hablando con
dos mujeres me sugirieron ir a un cumpleaños de una tercera y accedí. No me voy
a poner descriptivo, baste decir que no me interesaban para nada, que solo eran
un escenario para mi desesperación.
Convencí a un conocido
para que me acompañara con promesas de sexo femenino y encaramos la noche. Al
parecer durante la cena me puse borde y desagradable, al parecer no era ese
muchacho encantador que suelo ser. Al parecer según el sentir general soy un
poco gilipollas. Luego las lleve a un bar heavy que no les gusto. De hecho se
bebieron sus bebidas fuera con mi conocido, que enarbolaba su rol de caballero
pero que a su vez tenía ganas de poner los cuernos a su novia con alguna de las
dos.
Finalmente tuvimos que
coger el coche y dirigirnos a una de las bocas del infierno que tiene este
pueblo de la periferia en el que voy muriendo lentamente. El lugar ya daba
miedo antes de entrar. El tipo de la puerta nos miraba con curiosidad, sin
saber que trágico destino nos había hecho recabar allí.
Dentro la situación era
mucho peor. Música espantosa, camareras desangeladas como si estuvieran
haciendo horas extra antes de ir a su verdadero trabajo. Allí nos encontramos
con los otros tres. Ya éramos siete, un número cabalístico, místico, para mí
una puta cicatriz en el diseño genético. De la cumpleañera, podríamos decir que
el maquillaje, la ropa, el baile y toda ella en general desbordaba un espantoso
anacronismo. El marido vestía como si estuviera en un coctel. El tercer
integrante de nuestro demencial grupo era el amante habitual. Ya llegaremos a
esto.
Pedimos unas copas,
buscando el aturdimiento total. Pero aún era pronto. No tuve mas remedio que
mirar a mi alrededor mientras los demás buscaban no sé que extraña diversión en
mostrar su arritmia.
Tres mujeres con ánimo de
lucro a nuestra izquierda. Otro grupito vestido con minifaldas y camisas de
España, gente sola entrando y saliendo de los baños. Sin embargo, en ese insano
mercado de almas perdidas alguien capto mi interés de inmediato.
Era una mujer alta, casi
de mi altura, -y yo mido 1,90- llevaba gafas que hacían juego con una adorable
cara de esnob intelectual que me la puso dura al instante. Vestía con un traje
de gasa negro afrancesado, gótico, de una sola pieza. Hasta la forma de coger
la copa tenía cierto aire elegante. Irradiaba indiferencia, manteniendo la
dignidad a pesar del todo.
Pero de pronto el Horror: un pigmeo, un enano que se ponía
de puntillas para besarle la clavícula, ahí gorjeando feliz a su alrededor. Con
aires de peón, fofo, desbordante, vulgar, cantando esas miserables canciones y
osando tocarla con descaro.
No me entendáis mal, no la
quería para mí y menos en una noche como esta, pero verla ahí era como
contemplar un Van Gogh en un garaje, me enervaba la sensibilidad. Ella tenía
muchísimo potencial, merecía estar en otro lugar, con una botella de vino, música
de Brahms con alguien que le recitara algún poema francés o que la llevara un
sábado a disfrutar del Sena reflejado en sus ojos pardo oscuros.
Me acerqué, rocé al pigmeo
con el hombro, pedí una cerveza y me encaré con ella.
Rorschach: ¿Puedo hacerte una pregunta algo indiscreta? Veras,
¿no tienes la horrenda sensación de que no pegas absolutamente nada con el
ambiente ni con la gente con la que estas?
Ella me miro desconcertada
y me contestó: Pues no. Que quieres que te diga. Ahora mismo estoy aquí con mi
marido…
Rorschach: “Dios Mio…” Fue lo único que pude articular. Me alejé
sobrecogido.
Tuve que distraer mi
atención, verles ahí mientras coreaban basurillas discotequeras, mientras
intentaba colgarse de los hombros de ella, era demasiado. Me puse a hablar con
el amigo de la cumpleañera. La única explicación para acompañarla era sexo o
locura, no había más elementos en mi ecuación. Y como soy así de simpático y
llevábamos los dos una buena curda aproveché para preguntarlo.
Rorschach: Dime la verdad, ¿te la estás follando no?
Hubo un momento de
silencio, de esos que sientes la violencia emerger de tu contertulio. Pero se
echó a reír y asintió con cierta suficiencia. Además se explayó y me confirmó
que el marido lo sabía, aguantaba la situación porque la quiere. Pero prefería
no saber cuándo ni con quién.
No sabía si reír o llorar.
Eran las cinco de la mañana y necesitaba beber más. Era una noche intolerable
para cualquier espíritu medianamente sensible. Nos fuimos a otra discoteca. La sinestesia
del lugar era como ver los olores que esconde el amoniaco en un geriátrico.
Como el dolor de un parto en el que el niño no respira. Como el sonido de las
decepciones cuando chapotean en tus esperanzas.
Robé un cubata, dado que
ya no tenía dinero, y me fui a buscar a ese carroza sin barbilla, a esa isla de
mierda sin archipiélago. Le pregunté cuatro cosas sin sentido, le ofrecí
conocer mujeres, pero se abstuvo. Se quedó ahí, junto a la pared, como anécdota
bastaba, demasiado tiempo en compañía hubiera sido excesivo para mi depresión.
Luego sucedió algo
extraño: todo el mundo bailaba menos yo. No era solo la música, no le veía
sentido. Y sin embargo sentía esa pequeña vibración invisible que se transmite
cuando bailas pegado a una mujer, veía esa posibilidad, ese desasimiento, esa
vanidad reconcentrada. Pero lo dejé pasar.
Mandé un par de mensajes,
muy bonitos, pero indescifrables, pero que nunca llegarían a su destinatario
dado que tenía la línea cortada. Es agradable cuando tu empresa de telefonía
protege la dignidad de sus usuarios. Una medida de contención para el ridículo.
Se me acercó un tipo y me habló de un local en Santiago Bernabéu que sería la
solución ideal para mi actual estado de ánimo.
Finalmente nos despedimos.
Una de esas compañeras ya no me habla en el trabajo. Ni siquiera me saluda.
Bien, después de todo la noche sirvió para algo…
Hoy me he levantado veinte años más viejo. La cama estaba
fría, no había luz ni gas. La casa estaba cubierta por una capa de polvo y
fuera el viento soplaba, el tráfico chillaba. Me he vuelto a acostar. No es necesario mentir, ni sentir una palmadita esquizofrénica
en el hombro para escribir. Solo somos putas viciosas incapaces de pedir un
polvo cuando lo necesitamos. Patéticos seres humanos que se zambullen en sus
miserias, racionalizando sus pequeños sadismos, leyendo a Von Gotha fijándose
en los diálogos. Dibuja unos penes con alas, colecciona cicatrices, despliega
tu complejo de polilla suicida en mitad de la carretera. Se real. No busques
retos insalvables.
Al final no existe un “nosotros” solo la radicalización
de una necesidad, no te sientas mal al abrirte de piernas, al pedir que te
muerda el cuello, al mostrar el cerco mojado de tus bragas. Tienes necesidades,
hay que satisfacerlas, no te masturbes con mis palabras, sal a la calle, ve a
la playa, disfruta del sol, del aire, escoge a tu macho alfa y fóllatelo. No es
tan complicado, somos carne lubricando carne, quema la película de Amélie si
sus postulados no te hacen feliz, busca el orgasmo, esa palpitación en tus
labios, esas manos recorriendo tu cuerpo, húndete en el desasimiento del deseo,
de mi deseo de tí. Se mi psicópata, mátame lentamente, haz que sienta la
necesidad en tu ausencia, guíame, muéstrame porque merece la pena seguir
existiendo, destroza mi piel, mis músculos, conviérteme en dolor, pero aléjame
del número, de la masificación. Fóllame, humanízame.
No conviertas el rechazo ajeno en propio, no te busques
reflejada en sus ojos. Obsesiónate contigo misma, con tu placer, mastúrbate una
y mil veces naufragando con tus dedos, con el olor de tu perfume, sal de nuevo
sin ropa interior, folla en los jardines derritiéndote en la hierba mojada,
muéstrame los incendios de tu cuerpo. Déjame agonizar sobre ti una vez más…
El amor es un cinturón de castidad, ¿Quieres intentarlo
conmigo?
¿Lo has visto? Estaba ahí, en esa grieta del alma, ahí donde conviven mis cicatrices, Oh sí, pequeña chica, cierra tus ojos, esconde tu tesoro, el ataúd esta listo, hay sitio para los dos.
Sólo eres una palabra sucia, otra puta pidiendo amor de rodillas. Pinta tus labios con mi sangre, mutila esos sentimientos, estaré siempre junto a ti, no lo dudes, así el daño será mayor. Solo es un juego, una mariposa al lado de tu llama gritando mientras clavas tus alfileres uno tras otro con esa sonrisa codiciosa de dolor, esos ojos abiertos tras la decapitación, engorda tu ego con mi suicidio, ¿no es lo que siempre buscabas?
Te daré placer pero nunca olvidaré, eres un accidente en el que nadie se para, gusanos escarbando como topos en tu interior. Todo te pertenece, un canto de sirena, un desayuno en un almacén de escombros. Eyaculo, mi esperma te resultará frío como el hielo, pero lo saboreas con placer, ¿hay sitio en tu vida para otra ruptura?
***
Escenario: Dos de la mañana. Un bar en una andrajosa ciudad del extrarradio. Música rock. Chico y chica comiendo cacahuetes y bebiendo, vodka con naranja él y ella una cerveza. Chica: No me importaría follarme a una estatua, es de esas cosas que me gustaría probar. Rorschach da un trago largo a su copa mientras piensa: “Joder, joder, joder, todas las locas se acercan a mi, es que no falla…” R: Bueno, es una filia interesante, cuando era joven me enamoré de un personaje de cómic… Chica: No estoy hablando de amor, hablo de follarme realmente una estatua… Pausa de miradas sostenidas
R: Mira, para hablar claramente, acabo de pasar la tarde con una calientapollas –dicho con cariño y total aceptación por su parte- y teniendo en cuenta nuestra situación sentimental me gustaría arriesgarme y ahorrarnos algo de tiempo ¿este tipo de conversación podría servir de preámbulo para que acabemos en mi casa echando un polvo glorioso? Chica: No. R:… Chica:… R:… Chica:…. R: ¿Y en la tuya…?
Sí, la masturbación es la única forma de ser feliz en días así.