lunes, 16 de marzo de 2015

Bah, las intenciones son conceptos vacíos, los sueños son edificios sin paredes, caída sin gravedad, ¿la necropsia nos intuye sanos? ¿Quedan más redes sociales que deglutir? Y vosotros, ¿qué tal, seguís fingiendo normalidad? ¿qué habéis elegido: esperanza o los viejos vicios?

El trabajo aborrecible. Demasiadas horas mutiladas. Trasegando mi pequeña dosis de esperanza caducada directamente de la petaca del alma. De pronto un pequeño chisporroteo en mi interior, sutil como un suspiro, como veintiocho gramos menos, apenas perceptible para los demás. Y notar la náusea, el vacío, el nadir, esa luz feroz y esencial de mi interior muriendo con un reproche contenido. Ya solo queda la transmutación en tuerca, el guion previsible y la fosa común. Ya no valen los cuentos de hadas, me he convertido en un exilio de carne que bosteza ante su herida analfabeta. Soy un virus sin coartada, un sueño de pupilas dilatadas vendido a un par de cocodrilos de sonrisa aviesa.

Salgo al exterior. Alfombras de hojarasca, trinos de pájaros enloquecidos y charcos de tiza. Al llegar a casa veo síntomas de enfermedad rondando entumecidos por los recovecos de luna llena que dejaste descansando en el poema. Estoy agotado, los ojos secos, ensordecido por los grilletes. Las manchas de mi pared me miran con amor, tengo hambre, ¿qué escribí anoche? No lo sé, ahora mis palabras tienen vocación de fuego, se borran porque creen que la exposición es una dictadura. Quizás el escritor es un acróbata sin margen de error. Miro abajo. Sí, escribo para construir un edificio de palabras tan alto que tenga tiempo de olvidarme de mí mismo durante la caída. Es el final, mi tristeza se ha puesto sus tacones, su carmín favorito y ha besado a la Muerte en las muñecas. Estoy preparado: lanzadme vuestras piedras.