martes, 24 de febrero de 2015

Fue la danza esquizofrénica de las cosas que no existen la que formó un mar de antorchas en mi salón.

Mis dedos son playas nudistas deshabitadas
Un ataque de risa producido por hablar de sombras que nunca terminan
¿Eran tus parpadeos mensajes de amor en morse?

Me gustaría tener una flor que recuerde mi nombre
Que me guarde luto mientras perfecciona su preñez
Que sangre por mí pero no se atreva a llamarlo empatía
Y que delate su perfume en pleno invierno

Hay canas en mi perilla. Me rompo de espejos
Olvidémoslo todo y brindemos con vino barato a las cuatro de la tarde
La siguiente hora ha tosido allí en la esquina
Será la próxima en morir
¿Quieres torturarla conmigo?
¿Quieres ser un barco a la deriva en un lugar que no existe?

Las voces susurran: Todo principio es una tragedia sin musa
Veo pasar a mi ángel de la guarda
Con un cuervo posado en la gangrena de sus alas
Pone la calefacción, frota mis manos
Pero no consigue que entre en calor
Sigo frío, frío, frío…
Y me compadece por esa extrema pobreza
Sin saber que ese espacio helado
Es lo único que aún me pertenece
Algo que nadie ha conseguido arrebatarme aún

La literatura es una puta que finge orgasmos
Y vende esperanza caducada
Por eso abro con violencia su coño de palabras
Y aunque llora y pide clemencia
Mi hambre se la folla escupiéndole a los ojos toda la ira
De un corazón agorafóbico que todavía mendiga
Por las tardes en el metro de Madrid
Para su marcapasos de viento

Y justo cuando todo acaba
Y estoy hundiéndome en el castillo de la nada
Mi gato –ese cabrón insolente- empieza con sus recriminaciones
Me maúlla que siempre es mejor follar con los ojos cerrados
Para evitar desgracias terribles como el Amor

Es fácil para él
Lleva castrado cinco años

Pero sí
Tiene razón
La próxima vez
Intentaré no enseñar
Mi jaula
Tan rápido.

Madurez es una palabra que usan los demás para resumir que la vida real es una mierda y que tienes que aceptarlo.

Bienvenida a mis letras querida psiquiatra. Como me ha sugerido, y dado que si no colaboro me quitarán el subsidio, voy a intentar hablar un poco de mí por escrito. A veces me mira con tristeza, es joven, vocacional todavía, no está cansada, no ve un listado de números y nombres, se implica, no cree que la solución sea esconder el problema con antidepresivos y pasar al siguiente paciente de la larga lista de la Seguridad Social. Su mesa posee ese extraño caos armonioso de la gente polivalente y emotiva. Me gusta su acento andaluz -¿ya ha hecho amigos en Madrid?-, me agrada cuando se toca el puente de las gafas porque algo le disgusta o cuando cruza las piernas y balancea sutilmente el pie mientras me escucha y apunta cosas en su libreta.

Estoy divagando demasiado. Quiere que escriba para hablarle de mi pasado, de los ejemplos de sordidez de mi familia. Cada vez que veo la primera parte de la Chaqueta Metálica, el personaje de Patoso cayendo poco a poco en la locura, esa mirada antes de suicidarse, la voz ronca, todo eso ya lo había visto en mi propia casa cuando era pequeño. Pero esos recuerdos no son el secreto del sótano de mi psique.

La verdad es que siempre he querido disfrutar las cosas al límite, llegar al final del Kronen y soltar las manos. Los demás podían tener su propia perspectiva, sus sueños, y ambiciones. Aprender y adaptarse hasta conseguir esa normalidad aceptada socialmente que te exime de juicios externos. Pero siempre me hartó esa felicidad hueca, ese ideario capitalista del horario fijo de ocho a cinco, las obligaciones familiares y sectarias.

No. Hay gente que prefiere la no-vida, el no-movimiento, la no-elección. Mira por tu ventana, no son tan invisibles, seguro que los identificas, son esos borrachos con pinta de mendigo que siempre recalan en una plaza o en un parque, siempre con sus dos o tres cervezas del supermercado. Malviviendo con alguna renta o en una habitación mugrienta de pensión. ¿Qué nos impulsa a despreciar nuestro potencial, a afrontar la náusea existencial desde un banquillo tan deprimente? ¿Por qué nos resulta tan adictiva una decadencia que ahuyenta el éxito y te hace perder el respeto de tu propia familia? Simple debilidad. Y al no asumirla huimos. Leemos los excesos de los malditos y nos inventamos una libertad de putos retardados. Nos gusta el final de Taxi Driver, nos gusta Chinaski, nos gusta Ian Curtis, Jim Morrison antes de que destruyera su talento en tres años, nos gusta esa mano temblorosa tirando la mitad del alcohol en la barra. No confiamos en la palabra Rosebud porque a las moscas de fruta el conocimiento les quita vitalidad.

Ahora es cuando tocaría, como catarsis personal de toda esta introspección, una especie de moralina que nos haga sentir mejor a los dos. Me temo que no. Ahora soy mucho más moderado, un mero alcohólico social, ¿ha cambiado algo? Beber no era el problema, solo era un síntoma de una catástrofe interior, un disfraz de hombre de nieve en el desierto, una tramoya infantil. Tampoco creo que la depresión o los anhelos de suicidio se puedan justificar siempre por una biografía sórdida llena de traumas, ni que sirva de algo diseccionar a alguien como si fuera un reloj de bolsillo. A veces nacemos tarados, débiles, con miedo, demasiado conscientes, con un grado de imperfección que bascula en un eje podrido de imposibilidad. A veces lo más coherente es observar a la polilla realizar su baile de cortejo. Como se acerca poco a poco, sin poder evitarlo, a la bombilla. Hasta que todo su amor y futilidad explota con un ruido sordo.

Nos vemos el próximo viernes.

lunes, 23 de febrero de 2015

Después de tres siglos decidiste abandonarme, a fin de cuentas los terremotos se alimentan de ciudades, nunca de pájaros sin alas.

David trabaja conmigo. Es alto, bohemio, extraño, alguien atractivo aunque no de la forma convencional. Una vez me preguntó por las cicatrices de mis brazos A mí me avergonzaban pero él afirmó que eran un mapa del dolor, que formaban parte de mi misma tanto o más que el color de mis ojos. Desde entonces solemos comer juntos. Hoy me ha dicho que se ha masturbado pensando en Alicia. En su coño único, es esa certeza física de su belleza transitoria. Todo su amor desbordado en un kleenex sucio. Le miro y se me contrae el estómago. Puto y jodido poeta, siempre intentando sacralizar cualquier banalidad. Me gustaría que pensará en mí así. Pero si surgen estas confidencias es porque no me tiene en cuenta de esa manera.

Le digo que lo contrario al amor es el desinterés, que el platonismo es una idiotez estéril, que busque a otra y aproveche el tiempo. Él deniega con la cabeza como un niño pequeño. Insisto: la supervivencia tiene nombre de bar, quedemos este fin de semana, yo también necesito trasgresión, respirar. Dejar de secarme. Él entiende dejar de “ser carne”. Nos reímos. Estamos muy líricos esta tarde me contesta, pero ya es hora de volver al trabajo. Le miro de espaldas mientras paga la cuenta. Tengo ganas de acercarme, de abrazarle, de decirle: Necesito tu latido en mi boca, necesito alimentarme de ti una noche entera para saciar el vacío. Necesito. Necesito. Se da la vuelta. Me sonríe. Todo sigue igual otro día más.

A veces tengo la sensación de que solo escribo para cubrir la distancia entre mi miedo y yo.

Intentaba buscar una explicación científica al hecho de estar triste estos últimos días. Pero no era tristeza. Estaba premenstrual. El amor es algo terrible, hambriento, magnifico. Actividad neuronal. Epidermis. Consecuencia somática del miedo a la soledad. Las caricias como ciencia, como trampa. No me hundo porque no tengo donde ahogarme. He vomitado toda mi fe. Me he liberado. Estoy delgada y vaciada. No sé si merece la pena lo que queda. Adicción. Sobreviviendo por defecto. Sangrando lo caduco. Postergando lo estéril. ¿Por qué ya no quieres estar conmigo en mi guerra?

La vida sigue. Las estrellas siguen pudriéndose allí arriba. Nunca he querido ser poeta, solo necesitaba ser amada. Que el amor rompiera mis huesos hasta llegar a mi mente, a mi médula, a la sangre, y se disolviera en todos los rincones que tiene y debe penetrar. Me tomo una cerveza. El tiempo es un enemigo silencioso. Me permito sufrir un poco. Nada brilla aquí dentro. Soy carne y tierra. La nevera sigue con su ruido, obsesionada por congelar su interior vacío. Perfecta metáfora del amor que siento por tu ausencia. Porque mi amor no perdona errores. Mi amor no me deja ser libre. No me deja masturbarme pensando en otros. Mi amor no me coge el teléfono ni responde a mis mensajes. Mi amor es un uróboros hambriento que no conoce la paz.

En esa habitación de goteras rojas me hice mayor. Me hice carne y puzzle de invierno. En esa habitación dejé de insultarme. En esa habitación empecé a escribir.

La vida es un barco que se hunde, el capitán borracho y la tripulación enloquecida, ¿para que aprender a nadar? La vida es un abuso de posibilidades donde carniceros iletrados se turnan para manipulan mi carne joven y enferma. Me cortan en pedazos pequeños, se los llevan a la boca y me saborean lentamente. Intento razonar con ellos pero es inútil: su mente tiene forma de polla. Una polla egoísta y decepcionante con una boquita minúscula que susurra mentiras, que dice: “mi amor”, “mi vida”, “mi musa”.

Y lloro, vomito, menstrúo, me deshago ante sus ojos sin que se den cuenta. De acuerdo, cumplid vuestra función, cuando eres joven la única tragedia es vivir en diferido. Dios existe y tiene coño, vive en los condones usados, en el silencio, en la analgesia extrema, en el papel higiénico que limpia el orgasmo, en el amante voraz que me hace daño al penetrarme, en la gravedad de mis venas y de mi miedo, en cada aborto mensual de mi coño, en todos esos miles de coágulos que tienen forma de niños no-natos, de pájaros rojos sin alas. Dios existe cada vez que me abro de piernas y cae insostenible la danza de espejos rojos. Soy mujer, demiurga, lame mi perfume de vida muerta que se atreve a manchar de rojo el reloj de la Naturaleza.

Una vez estuve internada. Fue algo temporal, solo un par de semanas. Estaba obsesionada con el hambre, tuve una crisis de ansiedad. Allí me atiborraron de pastillas. Una de mis compañeras de habitación lloraba por las noches por su bebe. Su bebe había muerto. Ella tenía quince años. Y luego se reía. No paraba de reírse. Como la tierra seca. Vaya historia, ¿eh? ¿Cómo, ya no quieres follar? ¿Por qué? Estamos conociéndonos, tú me dijiste que querías conocerme. Pues eso. Es cruel prometer que todo saldrá bien, disfrutemos el momento. Ven. Ya no hay infección. Alimentémonos de mi infertilidad.

sábado, 21 de febrero de 2015

Una carta.

Hola querida nínfula.
Ayer, en medio de la conversación telefónica, me dijiste que estabas enamorada de mí. Un poco. Me quedé callado, un largo silencio, ¿qué querías que respondiera? Todos esos planes malogrados, las peleas, toda esa nostalgia frustrante impregnando nuestros recuerdos siguen ahí. Claro que me agradó oírte de nuevo esas palabras, pero, ¿lo hiciste por mí o por ti? Te imagino leyendo esta carta, frunciendo el ceño, suspirando incluso. Sigue leyendo por favor, solo un poco más. Sé que ahora contestarías que no puedo estar seguro de lo que sientes, que no puedo estar en tu corazón. Me hubiera gustado hacer del él mi hogar, eso te lo aseguro. Pero esto ya ha sucedido, ¿te acuerdas hace años, cuando fui a tu casa a hablar de lo que sentía? Apenas me hablaste, te limitabas a mirarme a través del humo de tu cigarro. Nos besamos, ¿lo recuerdas? Horas más tarde me presentaron a tu novio. ¿Me diste alguna explicación? No, ¿para qué? Tampoco estabas enamorada en ese momento, estabas enfadada, con rencor, como si tu orgulloso silencio fuera la única moneda de cambio para tratar conmigo.

Pasaron tres años. Y me volviste a decir que estabas enamorada. Que las cosas habían cambiado, que tú y yo nos merecíamos otra oportunidad. Y te creí. Pero las palabras hay que demostrarlas con hechos y tú nunca llamaste a mi puerta para quedarte. Te conformaste con ideas, planes, ocasiones, con una relación de coincidencias y excusas que siempre culminaban en nada.

Meses después te vuelvo a encontrar. Te pido explicaciones, ¿por qué te conformaste con tan poco? Inseguridad. Miedo. Esa es tu respuesta. Pero eso no justifica que no contestaras el teléfono, ni mis mensajes. Que no cumplieras tus promesas. Varias. También me dices que para mí solo eras un capricho. Y quizás tienes razón, pero todo tiene un comienzo, a veces es mediocre, ingenuo, confuso, equivocado, incluso fingido. A veces solo es un encontronazo, un pequeño cumulo de emociones de bolsillo. Pero es una oportunidad de algo mejor. Tú cortaste cualquier posibilidad. No luchaste por mí. Con tu anterior pareja, aquel informático, si lo hiciste, le ayudaste cuando te lo pidió, fuiste a su casa a entregarte, a vivir con él. Conmigo no, a mí solo me diste tu orgullo, tus miedos y tu silencio. A veces abrías un poco tu corazón y vislumbraba un sentido a todo. Breves momentos. Nunca te atreviste a darme una oportunidad real.

Y sigues volviendo. Me llamas, me lees, estas alegre, divertida, me dices que estas “un poco” –los años te hacen más prudente- enamorada. Y recuerdo otras mujeres que decían eso y hacían viajes de ocho horas de autobús para verme unas horas y dormir en un sillón, que me enviaban cartas, hacían locuras, me demostraban su amor con hechos, palabras, gestos y rendiciones que eran victorias totales sobre mí.

Claro, no es un buen momento, tienes problemas, no estás preparada, ¿has estado en algún momento preparada para mí? No quiero herirte con esta carta, nada más lejos de mi intención. Solo quería decirte que te quiero. Siempre serás importante en mi vida. Me gusta tu voz al otro lado del teléfono. Pero que no quiero, ni debo, creerte de nuevo.


Adiós mi niña musa, mi risa perfecta. Se feliz.

martes, 10 de febrero de 2015

El amor es un incendio sostenido, unos labios afinados, un precipicio en medio de su sonrisa. Es un “¡adelante!” aunque sepas destruirte solo. Después de tres siglos decidiste abandonarme, a fin de cuentas los terremotos se alimentan de ciudades, nunca de pájaros sin alas.

Necesitamos épica y lo único que conseguimos es un terrible síndrome de abstinencia. El arte que nos rodea es una conjura de mediocres, mierda artificiosa. Ya no hay idealistas románticos. Y sin embargo seguimos buscando/anhelando algo que nos haga sentir vivos, que tenga sentido.

Ser decadente no tiene que ver con el significado que da el diccionario. A veces necesito el dolor para anclarme a una efímera transcendencia que escuece, hiede, hiere, cicatriza y por fin se desvela como un párrafo que me sonríe procaz y desleal. Soy el héroe de mi propia mierda. Me gusta el aislamiento, la soledad, no necesito demostrar nada ni mejorar mi escritura, solo necesito que siga teniendo sentido para mí. Solo necesito que mis palabras sigan manchando mis laberintos.

Una forma como otra cualquiera de medicar mis neurosis mientras hago muecas delante de un espejo opaco.


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Echas más azúcar al café como si así pudieras curar tu cuerpo, llenar de lluvia tus ojos, dejar de sentir tu sexo como una ventana rota. Tu vida yace entre contextos y te obsesiona atribuirles vocación de raíz, significado y transcendencia. Pero es inútil, solo somos fronteras de piel, huesos y heridas. Islas con frustración de emigrante naufragando a perpetuidad. No vale la pena huir o disimular, ya te está sucediendo. Ahora. Aquí. Ya no puedes elegir entre crimen y vicio. Ya no eres inocente. Intentas frenar esa verdad pero te pasa por encima. Se mete entre tus piernas. Se mezcla con tu sangre y altera tu saliva. La soledad es virulenta. La negación hartazgo. El peligro es una sombra condescendiente, un suspiro rebelde.  La repugnancia te salvará. La violencia te salvará. Cortes que agrandan la sonrisa de tu carne. Dejas de mentir. Se hace el silencio. Pero no sucede nada. Tantos años evitando el castigo y ahora, al sufrirlo, nada. El virus del miedo, el sueño viejo con legañas en los ojos, ya no tiene poder sobre ti. Tu carne sonríe. Sigues escribiendo la traducción de tus tristezas, ¿alguien escucha? Hay demasiadas fronteras.

viernes, 6 de febrero de 2015

La enfermedad imita al amor, por eso mis manos siguen manchadas.

Antidepresivos y cafeína. Te pido que juegues con mi enfermedad. Que me cures de mí misma. De estas noches frías y eternas en las que el mundo es mecido por la náusea de la lucidez. Quizás ya es demasiado tarde. Mi cuerpo no alberga banda sonora, ¿qué soy, qué he sido? ¿Ojos de escombros, guion aburrido? ¿En qué idioma está mi vacío para que nadie sepa comprenderlo?

Ajeno a todo tú sigues moviéndote sin éxito encima de mí. Y me aburro. Y te corres en silencio, casi con tristeza. Y yo finjo mi orgasmo. Como sino importara que todo se acabe y se seque más allá de mí. Como la risa demente de un Dios grecorromano. Como bajar de un tren en una ciudad extraña donde nadie te espera. La enfermedad se disfraza de besos. Somos kleenex usados empapados de sangre, lágrimas y semen. Intentando estrangular lo espantoso en una noche demasiado dilatada por la banalidad. El silencio huele a flor quebrada. Te vas dejándome con un hambre inconexa, infinita. Mi corazón se pudre.

La enfermedad imita al amor, por eso mis manos siguen manchadas.

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Siempre lo niego. Pero al final de la noche vuelvo al teclado, lo acaricio, intento salvar el día. Me gustaría tener otro hobby, volver a tocar el bajo, bajarme un par de juegos, cualquier cosa… Pero no, solo la escritura cumple su función, aunque no quiera, aunque resulte incómodo. Necesito ese momento de gloria imperfecta, estar a salvo envuelto en la risa de los dioses, volver a tener la sensación de tocar el piano con el teclado, de fluir como un rio. Pero esta noche no sucede nada. No hay titiritero. He fracasado. Sin reconciliación. Mis dedos giran sobre un eje podrido. Y los muertos me susurran, enfrían con su aliento los barrotes.

Me distraigo. Te miro, otra víctima despistada en este lupanar sin sombras. Escúchame, joven nínfula, rompe tus costillas, intenta salvar tu corazón, deja de implorar amor de rodillas.
No me escuchas
Es demasiado tarde
Buscas sentirte viva
Tragas
Tragas
Tragas
Pero no sirve de nada, has fracasado, no tenías opciones
Yo tampoco
Por eso cuelgo el teléfono
Antes de que tu soledad
Nos hiera de muerte a los dos.

martes, 3 de febrero de 2015

El amor es una anomalía que hay que vivir. El suicida lo sabe: solo dejando de respirar se irá la sensación de ahogo.

El decadente es adicto a las metáforas afiladas
Que culminan en asfixia erótica
Habla solo mientras llena copas y párrafos
Con susurros de musas infinitivas
Lee mucho, le gusta la soledad y odia las aglomeraciones
Tiene redes sociales pero no sabe usarlas

El decadente es el único monoteísta del amor que folla bien
Alcohólico inepto, sigue sufriendo inercias de autolesión adolescente
Tiene los huesos saturados de ternuras que se han vuelto heridas

El decadente es ateo y considera que la única iglesia que ilumina
Es la que arde
Se le acusa de ser un puto derrumbe en equilibrio
Pero su amor siempre mancha
Mira al abismo directamente a los ojos
Y se siente triste si los monstruos se ausentan por la noche
Sabe decir “te quiero” en ochenta y seis idiomas diferentes
Pero solo lo dice cuando ella ya tiene nombre de portazo

El decadente, en definitiva, es un enfermo pájaro azul
Que tiene abierta la ventana del suicidio
A solo dos pasos de distancia
De una tristeza lucida y responsable.
Que siempre le tutea
Cuando la madrugada amenaza
Con la extinción.

*********

La vida es azar en movimiento. El sufrimiento una partícula a la deriva. Mejor justificarse que lamentarse. La fatalidad es tan natural como la belleza y un millón de veces más justa. Alud carnal. Radiohead. Los porqués son solo migas de afán falsas. Lo único real es el accidente de los cuerpos destinados a chocar, sangrar y convertirse en luz. El amor a intervalos. Algún orgasmo puntual. Lo ajeno callando nuestra voz interior y el vacío que causa el fundido en negro. Desasimiento. Y dos años después reflexiono sobre nosotros, ¿no crees que fue una lástima cómo terminó? Nos devoró la vida real. La felicidad se convirtió en una fórmula vieja y estéril que moría sin hijos. Nuestro orgasmo huérfano y con sabor a sal. Nos dio miedo envejecer cerca. Qué jodido es hacerse mayor y comprobar como todo se convierte en escombro. Qué jodido es darse cuenta que da igual si huyes o te quedas: el resultado siempre es el mismo.

*********

El ruido de la sangre al traspasar nuestros pecados. Mortaja. Ficción alegre. Respuestas. Himen roto. Muescas. Ablación. Grito. Caricia. Trinchera. Guerra. Té negro. Abrazo. Aeropuerto. La hermosa inercia de la caída. Vocación de pasillo. ¿Temblor o certeza? Extremoduro. La libertad no siempre significa felicidad. Mi cuerpo parece una batalla perdida al final del día, ¿y qué? Mira mis errores. Cuéntalos hasta que tu madurez resplandezca. No los voy a limpiar. Yo necesito tachar para vivir. Necesito que crujan mis huesos y convertir el fracaso en un hogar sin barrotes, ¿causo interferencias en tu tanatorio mental? Te jodes.

domingo, 1 de febrero de 2015

¿Crees en el amor, eres feliz?

Mi querido anónimo, ¿por qué me interrumpes con tus silencios?
¿Hay demasiada miseria neuronal ahí afuera?
Me hablas de amor, cuando el amor es agua y la sed se sacia rápido
Y a pesar de eso sigo siendo un decadente
Un monoteísta romántico
Que prefiere un gran daño con forma de mujer
A esos pequeños placeres
Que viven de rodillas

Quizás las personas que hablan solas están enamoradas
De su propia demencia
Quizás no estaría tan fascinado con el mar
Si los naufragios de ego fueran imposibles

Pero aunque mis miedos salpican el suelo
Y oxidan mi pequeña jaula de carne
Prefiero seguir insistiendo en la vida
Y no en su sentido.

Respondo a tu pregunta: nunca lograré ser feliz
Mis cicatrices
Tienen
Buena memoria.