viernes, 29 de noviembre de 2019

Reseña: Serie ‘Búscate la vida (Get a Life)’ + Temporadas Completas YouTube

‘Búscate la vida (Get a Life)’ es una ‘sitcom’ estrenada en 1990 que con tan sólo treinta y cinco episodios repartidos en dos gloriosas temporadas llenas de locura y surrealismo dejaron una impronta minoritaria pero irreemplazable en la adolescencia de toda una generación que no ha podido olvidar la entradilla de la serie donde un treintañero medio calvo con barba repartía con una sonrisa idiota los periódicos a sus vecinos montando en una bicicleta al ritmo del tema de R.E.M ‘Stand’ hasta chocar con un coche debido a la distracción provocada por una exuberante mujer que se agachaba a recoger el diario matinal recién arrojado al suelo por él.

Hablo, naturalmente, de su creador y máximo exponente: el actor, cómico y guionista Chris Elliott, que elaboró esta paródica ‘sitcom’ junto a su amigo y compañero en el ‘Late Night with David Letterman’ Adam Resnick. Juntos unieron sus fuerzas a David Mirkin, también guionista y a la postre productor de ‘Los Simpson’, para lograr colarle a la Fox una serie cuyo argumento ya era bastante delirante: Chris Peterson es un hombre de treinta y tres años algo idiota pero entrañable que vive todavía con sus padres, los cuales siempre van en bata (de hecho Bob Elliott era padre en la vida real del protagonista) y que se gana la vida siendo el repartidor de periódicos del barrio cuya cúspide laboral le ha convertido en jefe de tres chavales de diez años.

La vida de Chris podría definirse como la de un ‘loser’ feliz, inconsciente y satisfecho con su propia estupidez. ‘Búscate la vida’ era una perfecta parodia del síndrome de Peter Pan, donde un personaje estrambótico hacía las delicias de los telespectadores a los que acostumbró a un surrealismo revolucionario que sustentaba su entidad humorística en la imprevisibilidad de las situaciones y argumentos.

Durante la primera temporada, Chris aparecía en sus andanzas y desventuras junto a Larry Potter, su mejor amigo y confidente, que ejerce de conciencia y nudo con la realidad. Un personaje que funciona como antítesis de Chris, puesto que es un hombre enclaustrado en la etapa adulta, con dos hijos, una hipoteca que pagar, un trabajo absorbente y una mujer, Sharon, convertida en símbolo castrador y archienemiga de su amigo Chris.

Durante la segunda temporada, cuando la anarquía parecía ser el patrón del humor argumental, aparece el personaje de Gus Borden (Brian Doyle-Murray -hermano de Bill Murray-), el hombre que le alquila su garaje maloliente para emprender su falsa situación de soltero emancipado, un ex agente de la ley que fue expulsado del cuerpo por orinarse en un superior durante una borrachera y que para Chris es un idolatrado modelo a seguir pese a su condición de renegado sociópata. En esta temporada, y ya con la cancelación confirmada, el absurdo disparate de sus guiones alcanza sus mayores cuotas, consiguiendo una libertad creativa que pasa por encima de convencionalismos, deus ex machina y coherencia argumental.

Y en medio de todo ese caos el personaje de Chris Peterson, protagonista alopécico, fondón y llorón, que no se amedrentaba ante los desafíos y retos, accedía a cualquier proposición, por excéntrica que ésta pareciera, y actuaba de forma infantil e incoherente abstraído en su particular burbuja de fascinante estupidez. La serie de Elliott rehusaba la moralina, solo rendía pleitesía a la chorrada continua, las frases míticas, las situaciones improbables, los ‘gags’ gloriosos y el constante homenaje a la ciencia ficción en muchos de sus títulos y tramas. Varios episodios destacan como aquel en que se hace amigo de un alienígena desagradable y violento llamado V.O.M.I.T.ÓN. (Visitante de Otro Mundo que Impacta en la Tierra... Ocho Nabos), cuando trabaja como gigoló de una vieja bañada en perfume, de modelo de la agencia ‘El guapo’ para triunfar bajo el apodo de ‘Chispas’ o como actor teatral del espectáculo musical ‘Zoo sobre ruedas’, o aquel en el que viaja en el tiempo gracias a un mechón de pelo de Michael J Fox. Durante treinta y cinco episodios Chris tan pronto luchaba contra un novedoso repartidor de periódicos robotizado, se carteaba con una peligrosa reclusa que iba a visitarle, se fabricaba un submarino doméstico en la bañera familiar o estaba a punto de morir intoxicado junto a Borden por residuos nucleares. De hecho, como nota cómica adicional y quizás parodia por la anunciada cancelación de la serie, Chris fallecía al final de muchos capítulos, de múltiples formas, a cada cual más extravagante.

En España se estrenaría en Canal+ en 1992 y, posteriormente, en 1995. Una obra maestra irrepetible que pervive en la memoria de sus fans por su carácter anticonvencional y contracorriente. Dejo aquí una playlist de YouTube donde están los treinta y cinco capítulos en HD para disfrute de cualquier curioso o nostálgico.

jueves, 28 de noviembre de 2019

‘La camisa del hombre feliz’, de León Tolstoi

El ser humano siempre estará frustrado por algo. Si tiene hijos se quejará de la falta de tiempo, del poso de culpabilidad que provoca el hecho de no ser perfecto en su papel de progenitor, de que ha sacrificado una parte importante de su vida para criarlos dejándose a sí mismo de lado, etcétera. Y quien no tiene hijos y puede realizar viajes a otros países, darse caprichos y volcar todo su tiempo y energía en mejorar su carrera profesional se sentirá también frustrado porque creerá que una parte de su existencia es estéril sin un legado genético. En casi todos los contextos sucede lo mismo, cayendo en reduccionismo se podría decir que si tienes mucho tiempo libre es difícil que tengas dinero para disfrutarlo con cierta calidad, y al revés, si tienes mucho dinero normalmente es a causa de tu ambición y ética del trabajo, lo que implica falta de tiempo y grandes dosis de estrés y energía empleadas en mantener ese nivel adquisitivo. La clave es, naturalmente, el equilibrio estoico: hay que valorar primero lo que tienes y ya has conseguido. Por definición el deseo se frustra en su propia consecución, debemos ser capaces de encontrar el punto medio entre el conformismo resignado y el hecho de convertirnos en marionetas del deseo, el consumismo y la ambición desenfrenada. Y sobre todo percatarnos de que cada elección vital implica una pérdida, no podemos tenerlo todo, por tanto no caer en infantilismos improductivos, ser consecuentes y pragmáticos, ver el lado positivo de todas nuestras elecciones y hacernos responsables de ellas, incluso en el fracaso.

Las crisis existenciales siempre van a estar ahí, aunque suelen afectar más a la gente reflexiva, que tiene más tiempo para pensar y disfrutar -o padecer-, la soledad. La solución siempre es la misma: conseguir herramientas para dinamizar tu existencia, embarcarte en un proyecto que te apasione, creativo, que resulte divertido. Pero incluso en esto suele aparecer la frustración de no conseguir destacar ni monetizar tu trabajo, de no recibir el feedback y reconocimiento que consideras justo. Y aquí volvemos al equilibrio estoico: ni el solipsismo del creador aislado, ni traicionar tus ideales, dejándote vencer por el miedo a salir de la zona de confort, por conseguir un poco de éxito.

            Todo esto quería servir como introducción a un cuento breve de León Tolstoi: ‘La camisa del hombre feliz’, cuya sutil reflexión me parece muy apropiada en los tiempos actuales.

LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países.

Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.

El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció:
—Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.

Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los hijos.

Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
—¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?

Al enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:
—Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!

En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.

Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:
—¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
—Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz no tiene camisa.

FIN

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Reseña: Álbum ‘When We All Fall Asleep, Where Do We Go?’ de Billie Eilish

Uno de mis grandes defectos como melómano es que cuando escucho un nuevo álbum lo suelo hacer de forma superficial y las dos o tres canciones que me llaman la atención son las que incluyo en mis playlist aislándolas de la entidad del disco. Seguramente mucha gente hace esto hoy en día, vivimos en una sociedad histérica por la 'productividad', por escuchar muchas cosas y aprovechar el tiempo, en una época en la que el MP3 ya está superado y ahora escuchar Spotify en el móvil es algo habitual parece que nos hemos convertido en meros coleccionistas de singles. Pero el insomnio me está dando la oportunidad de pasarme las noches tumbado en la cama diseccionando algunos álbumes, escuchándolos con más paciencia; con esto me refiero a no hacer una escucha rápida, sino leer las letras, prestar atención a los detalles y -aunque esto ya es una cuestión personal- investigar un poco la vida del artista. Con Billie Eilish ha resultado muy esclarecedor porque no comprendía cómo una chica de diecisiete años podía haber sacado un disco de tanta calidad.

When We All Fall Asleep, Where Do We Go?’ fue grabado en la casa de su familia en Los Ángeles con la ayuda de su hermano mayor Finneas O'Connell, la mitad artística que complementa tanto en la producción como en la elaboración de letras y canciones; quizás esté más a la sombra, pero de no ser por él Billie Eilish no se habría convertido en lo que es ahora. Es un álbum de avant-pop lleno de intimidad e inmediatez donde Eilish establece el swing consciente del jazz en sus voz sobre ritmos de trap y sonidos de piano al estilo doo-wop; a lo que hay que añadir su gusto por su macabro -ella se encarga también de la estética y elaboración de todos sus videoclips-, y una estética femenina a la que no estamos acostumbrados, llevando siempre ropa muy holgada; esto último tiene una explicación sencilla: ha querido evitar en todo momento la hipersexualización de su cuerpo, taparlo y que solo nos centremos en su música. Añadir también que sufre del síndrome de Tourette -movimientos involuntarios de la cara, de los brazos, de los miembros o del tronco. Estos tics son frecuentes, repetitivos y rápidos-. También lleva sufriendo depresión toda la vida, diagnosticada a los doce años, y tiene ataques puntuales de ansiedad y parálisis del sueño. Sus padres son artistas, y nunca ha tenido una educación convencional, durante su infancia se encargó su madre dando más prioridad a los aspectos artísticos.

Yendo ya al disco, para mí las canciones más destacables son: ‘You Should See Me In a Crown’ inspirada por una frase de Moriarty del show de la BBC 'Sherlock'. El sonido de apertura es una grabación de los cuchillos de afilar de su padre, y luego se mantiene gracias a un destacable dubstep. La canción fue acompañada por un video animado por Takeshi Murakami, en el cual le brotan ocho patas a Eilish y destruye una ciudad. Como contraste más adelante nos encontramos con ‘Bury A Friend’, adoptando un pentámetro yámbico inquietante mientras repite "I wanna end me" sobre un ritmo casi silencioso de R&B, la letra es un diálogo autodestructivo entre ella y el monstruo que forma parte de sí misma. Luego llega la sinceridad sentimental teenager en la balada ‘When the Party's Over’ y en ‘Wish You Were Gay’, donde profesa su amor por un chico cuya falta de reciprocidad encuentra extraña: “Para salvar mi orgullo / Para darle una explicación a tu falta de interés / No soy tu tipo / Quizás no soy de la orientación sexual que prefieres". En ‘Xanny’ aboga en contra de las drogas, pero sin moralismos ni exageraciones, mera presentación: no se droga ni bebe y se siente aislada cuando sus amigos lo hacen. El final del álbum es una frase de tres canciones: “listen before i go, i love you, goodbye”. En ‘Listen before i go’ canta sobre alguien que ha decidido suicidarse y tiene prisa por despedirse y hacerlo. ‘I love you’ es delicada y honesta, interpretada con una tenue guitarra acústica a la que se suman tímidos coros y pianos, pone la voz de Billie en primer plano, mostrando la desnudez y extrañeza que siente la propia cantante ante un amor sin ambages. La interpretación acústica en directo es uno de los puntos culminantes de sus conciertos: Billie y Finneas transmiten la intimidad del momento cantando juntos sobre una cama que se va alzando, poco a poco, sobre el escenario. Finalmente ‘Goodbye’ es un simple collage con frases de sus canciones anteriores que funciona muy bien como cierre.

Afirma Eilish que su disco está inspirado en las pesadillas, en la parálisis del sueño y en los sueños lúcidos, en ese mundo de nuestro subconsciente que existe entre el sueño y la vigilia, y si algo consigue la producción del álbum es evocar una sensación de ansiedad y desorientación que podríamos asociar a esos estados, en particular por el modo en que las canciones emplean la distorsión como parte de su tejido sonoro. Estamos ante un disco que ha conseguido llevar al pop masivo el nihilismo y pesimismo adolescente, rompiendo los límites entre géneros musicales, todo ello además con unas letras muy personales. Destacar también los silencios que existen en muchas canciones en una época donde parece que la única forma de destacar es con producciones de sonido anfetamínico -cosa de la que peca incluso Lana del Rey-, sin embargo aquí tenemos silencios, atemperación del volumen y una voz que en muchas canciones como en ‘When the party's over’ es un susurro casi sobrecogedor. En una entrevista leí que habían intentado que cada uno de los catorce temas fuera diferente y poder llegar así a más gente, quizás por eso aparte de los típicos fans adolescentes también hay gente de más edad fascinada con este álbum.

En una industria cronificada con boybands coreanas, ídolos pop hipersexualizadas sin talento y géneros como el rock o el heavy metal sin apenas representación, es de agradecer que alguien consiga sacarnos del sopor. Hacedme caso y dadle una oportunidad a este disco; podéis escucharlo entero en el último enlace de YouTube que he añadido más abajo.


viernes, 22 de noviembre de 2019

Reseña: ‘Sauce ciego, mujer dormida’, de Haruki Murakami

"Me considero esencialmente novelista, pero muchas personas me dicen que prefieren mis cuentos a mis novelas. Eso no me preocupa y no intento convencerlas de lo contrario. De hecho, me gusta que me lo digan. Mis cuentos son como sombras delicadas que he puesto en el mundo, huellas borrosas que han dejado mis pies. Recuerdo con exactitud dónde puse cada uno de ellos y cómo me sentí en aquel momento. Los cuentos son como postes que indican el camino para llegar a mi corazón, y me siento feliz, como escritor, de poder compartir estos sentimientos íntimos con mis lectores."

Siempre es complicado hacer una reseña sobre una antología de relatos, sobre todo porque es muy difícil que todos ellos mantengan un mismo nivel. En este caso, sin embargo, con sus altibajos inevitables, los veinticuatro cuentos incluidos en Sauce ciego, mujer dormida, se defienden juntos y por separado como una lectura plena y atractiva. Abarcan un amplio periodo de la producción de Haruki Murakami, desde 1983 hasta 2005, lo que permite hacerse una buena idea del devenir de su carrera literaria.

Todos los relatos, a pesar de su enorme variedad parecen partir de un hecho cotidiano, cercano, para de una forma absolutamente natural desgajarse de la realidad y caer en cierto realismo mágico. Un suceso enigmático, una decisión inesperada, algo que se sale fuera de lo común, cualquier pequeña cosa puede dar lugar a lo narrado. Los toques fantásticos que contienen muchos de ellos están asumidos como si no fueran extraordinarios, como si no debieran llamar la atención, sino aceptarse como una faceta más de la vida diaria de sus protagonistas. Muchos relatos ni siquiera tienen un final definido, sino que continúan su historia más allá de las páginas del libro.

El lector se encuentra ante auténticos retratos, fotografías en movimiento, tanto de personajes, como de motivaciones o sensaciones. De alguna manera se produce el encuentro con lo extraño, rompiendo la cotidianidad, pero en vez de tratar de aventurar una explicación al suceso, Murakami se hace eco del mismo -con un recurrente uso de la primera persona- con naturalidad, sin ofrecer respuestas, buscando que el lector se involucre y elucubre sus propias deducciones. En otras ocasiones parece que solo busca provocar o evocar una emoción, un sentimiento.

Un sutil hilo conductor entre muchos relatos es la reflexión a veces irónica, otras filosófica, sobre el propio acto creativo -la escritura principalmente-, pero también sobre otros ámbitos artísticos como la pintura o la música -el jazz que parece impregnar todas las páginas del libro, aunque tan sólo se mencione en unos pocos relatos-. Otros temas omnipresentes son la soledad, el dolor tanto físico como emocional, la pérdida de identidad, el poder de los sueños, la búsqueda del amor como única forma de restañar las heridas existenciales, o las infinitas posibilidades que ofrece el azar de cambiar radicalmente nuestra vida.

Si hay otro elemento prácticamente inherente a todos los cuentos es el surrealismo, desde lo humorístico (“Somorgujo”) hasta lo grotesco y visceral (“Cangrejo”). Se puede disfrutar en “La tía pobre” (una impresionante alegoría de lo que significa el acto creativo para uno mismo y para los demás), en “El mono de Shinagawa” (quizá uno de los más bellos relatos de la antología), en “La piedra de riñón que se desplaza día tras día” (el título ya es bastante explicito) o en “Conito” (donde los cuervos se convierten en descerebrados críticos)

Pero encontramos muchos temas o reflexiones más aparte de los ya mencionados. En “Hanalei Bay” nos muestra la manera tan simple en que se forman los mitos. En “El espejo” ofrece un ambiente de terror al enseñar cómo lo sobrenatural puede entrar sin aviso en la vida de uno de la manera más simple. Hay historias que se cuentan dentro de las historias, sin grandes consecuencias, como la que da título al volumen, “Sauce ciego, mujer dormida”; y en el lado opuesto “La chica del cumpleaños” muestra cómo ese mismo encuentro con lo extraño te aparta del habitual discurrir de tu vida, de forma que a pesar de seguir siendo la misma persona, ya eres alguien distinto. Todos los relatos tienen un toque poético, mayor o menor, pero siempre presente, un sentimiento evocador, una belleza intrínseca, una fuerte carga emotiva que tanto puede ser de esperanza (impresionante en su brevedad, “Un día perfecto para los canguros”) o de indefensión y repulsa (“Nausea, 1979”).

Dentro de la enorme variedad temática Murakami mantiene varias constantes, como el recurrente y ya comentado uso de la música, o la presencia del mar que convierte en muchos relatos en un protagonista más, con personalidad propia, desencadenante o testigo de los hechos; como en “El séptimo hombre”, donde la culpa impide la redención y el perdón. La mezcla es continua, el surrealismo siempre presente se hace ciencia ficción en “El hombre de hielo” (donde el protagonista es literalmente lo que sugiere el título) o el relato de viajes y búsqueda interior se transmuta en misterio en “Los gatos antropófagos” (donde lo extraño puede estar tanto fuera como dentro de uno mismo).

En Sauce ciego, mujer dormida la mayoría de los relatos son de una calidad excepcional y por eso es quizás uno de los libros más recomendables para introducirse en la cosmovisión literaria de Murakami. Como siempre os dejo el ePub (AQUÍ).

“Los sauces ciegos parecen pequeños, pero sus raíces son terriblemente profundas. Cuando llegan a determinada edad, dejan de crecer hacia arriba y empiezan a extenderse hacia abajo. Como si se nutrieran de las tinieblas”.

“El corazón de las personas es como un pozo muy profundo. Nadie sabe lo que hay en el fondo. Sólo podemos imaginárnoslo mirando la forma de las cosas que, de vez en cuando, suben a la superficie”.

“En la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona. Seguro que muchos mueren sin haberla encontrado jamás”.

 “El miedo existe. Eso es indudable. Se nos muestra bajo distintas formas y, a veces, domina nuestras vidas. Pero lo más temible de todo es dar la espalda a ese miedo y cerrar los ojos. Actuando de esa manera acabamos cediéndole a algo lo más valioso que hay en nuestro interior”.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Reseña: ‘American Psycho’, de Bret Easton Ellis (1991)

Patrick Bateman tiene veintisiete años. Es considerado un triunfador. Estudió en Harvard. Le gusta leer biografías sobre asesinos en serie. Se despierta temprano cada día. Tiene citas de negocios con gente importante. Ha encontrado una rata saliendo del váter; ha logrado atraparla, ahora piensa en introducírsela a su próxima víctima por la vagina. Hace sus dos horas de ejercicio; casi siempre va a un gimnasio exclusivo, que le cuesta miles de dólares al año. Suele llevar una navaja, una hoja de afeitar o un cuchillo consigo; con una hoja afilada le sacó los ojos a un mendigo (¿o puede que fuese con las manos? ¿O con las dos cosas?), lo que es seguro es que le cortó las patas al perro del vagabundo con una. Suele alquilar películas en VHS, sus preferidas mezclan necrofilia y desmembramientos; le excitan. Patrick defiende la mejora de la capa de ozono y suele discutir sobre qué agua mineral es mejor, qué combina con un traje, qué restaurante está de moda o la música de Genesis y Whitney Houston. A Patrick le gusta torturar y matar a mujeres, vagabundos y animales. Le encanta describir la vestimenta propia y ajena como reflejo del escalafón social. Tiene alucinaciones. Detesta la comida frita. Ha intentado comerse a una de sus víctimas; ha guisado su cabeza para arrancarle la piel, pero no sabe si lo ha hecho bien; todavía tiene el sabor del trozo de pezón que le arrancó de un mordisco. Trabaja en P & P. Ha obligado a dos prostitutas a mantener relaciones sexuales; luego ha usado una percha con ellas y les ha dejado una serie de hematomas y heridas que han hecho que salgan huyendo. Es parte de Wall Street y Wall Street es parte de él. Ha obligado a otra de sus novias a abortar y, como recompensa, le ha regalado unos juguetes de bebé. Piensa que el mundo no es real y que solo él lo es. El héroe de Patrick es Donald Trump. Algún día espera conseguir una reserva en el restaurante Dorsia. Nadie atrapará jamás a Patrick. Su secretaria está enamorada de él. Mataría a todos los negros, los pobres, las mujeres, los homosexuales… mataría a todos. Tiene amigos o, mejor dicho, conocidos; hay cientos como él en Wall Street, es demasiado rico y todos se parecen. Patrick, a veces, ha considerado confesar todo y escapar o acabar con su pesadilla. Nadie le creerá; nadie le escucha cuando habla de matar y, si alguno lo hace, saben que es una broma del simpático Pat. La cárcel de Patrick es la libertad. Patrick Bateman es un psicópata americano de finales de los ochenta. Y está orgulloso de ello.

Publicada en 1991, American Psycho fue la novela que dio a conocer al escritor Bret Easton Ellis, símbolo de la Generación X y un provocador nato. Trajo cierta polémica por sus nauseabundas y perturbadoras escenas cuando, entre la metáfora y la pura realidad, realiza un análisis de las altas élites, de la perversión del dinero y de cómo el poder degenera al ser humano. Con un ritmo lento, que va volviéndose progresivamente tan disperso como el propio pensamiento de Bateman, American Psycho es un canto hacia la maldad, hacia la decadencia y sobre cómo tras lo aparentemente hermoso se puede esconder lo más siniestro del ser humano.

Una vez leída la novela muchos se preguntan: ¿es, en realidad, Patrick Bateman un asesino en serie? ¿Por qué intenta confesar y nadie parece escucharle? ¿Por qué escapa de la policía sin problemas? Es un debate interesante al que se puede añadir otra incógnita: ¿quién es realmente Patrick Bateman y por qué le confunden siempre con otros yuppies de Wall Street? ¿Existe? Y otra interpretación interesante es la que sostiene que Bateman es un psicópata y que el resto de los personajes, aunque lo sepan, no les importa: es guapo, rico y exitoso, ¿cómo va a ser un asesino? Y si lo es, ¿qué más da? Todo el mundo tiene sus defectos, ¿no es cierto?

«La vida era un lienzo en blanco, un cliché, un serial. Me sentía moribundo, al borde del frenesí. Mis ansias nocturnas de sangre llenaron mis días y tuve que dejar la ciudad. Mi máscara de cordura amenazaba con desaparecer».

“El intelecto no es la cura. La justicia ha muerto. Miedo, recriminación, inocencia, simpatía, culpabilidad, fracaso, dolor, eran cosas, emociones, que ya nadie sentía de verdad. La reflexión es inútil, el mundo no tiene sentido. Lo único que permanece es el mal. Dios ya no está vivo. No se puede confiar en el amor. Superficie, superficie, superficie era lo único en lo que se encontraba un significado…, en esta civilización tal y como yo la veía, colosal y mellada…”

“Lo único que no me aburría, o no demasiado, era el muchísimo dinero que ganaba Tim Price, la única emoción clara que identificaba en mi interior, si se exceptuaba la codicia y, probablemente, un desagrado absoluto. Yo tenía todas las características de los seres humanos —carne, sangre, piel, pelo-, pero mi despersonalización era tan intensa, se había hecho tan profunda, que la capacidad habitual para sentir compasión había quedado erradicada, víctima de un lento y decidido borrado. Me limitaba a imitar la realidad, tenía un tosco parecido con un ser humano y solo me funcionaba un oscuro rincón del cerebro. Estaba pasando algo horrible y sin embargo no conseguía imaginar por qué -no lo podía determinar con claridad-. Lo único que me tranquilizaba era el sonido del hielo al echarlo en un vaso de J&B.”

“Hay una idea de Patrick Bateman, una especie de abstracción, pero no hay un yo auténtico, sólo una entidad, algo ilusorio, y aunque yo pueda disimular mi fría mirada y tú puedas estrecharme la mano y notar que su carne aprieta la tuya y puede que hasta puedas considerar que nuestros estilos de vida son parecidos: sencillamente, yo no estoy aquí. Me resulta difícil tener sentido en un determinado nivel. Mi yo es algo fabricado, una aberración. Soy un ser humano contingente. Mi personalidad es imprecisa y está sin formar, mi inhumanidad es profunda y persistente. Mi conciencia, mi piedad, mis esperanzas desaparecieron hace tiempo (probablemente en Harvard), si es que existieron alguna vez. No hay más barrera que cruzar. Todo lo que tengo en común con el incontrolado y el loco, el depravado y el malvado, todas las mutilaciones que he practicado y mi absoluta indiferencia hacia ellas, ahora lo he sobrepasado. Con todo, todavía me aferro a una sencilla y triste verdad: nadie está a salvo, nadie se ha redimido. Sin embargo, yo soy inocente. Debe asegurarse que cada modelo de conducta humana tiene cierta validez. ¿Es el mal algo que uno es? ¿Es algo que uno hace? Mi dolor es constante e intenso y no espero que haya un mundo mejor para nadie. De hecho quiero que mi dolor les sea infligido a otros. No quiero que nadie escape. Pero incluso después de admitir esto —y yo lo admito, incontables veces, en todos y cada uno de los actos que he cometido— y de encarar estas verdades, no hay catarsis. No consigo un conocimiento más profundo de mí mismo, no se puede extraer ninguna comprensión nueva de nada de lo que digo. No hay razón para que te cuente nada de esto. Esta confesión no significa nada…”

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Cuando en la soledad intervienen las ruinas del ego, esta se convierte en enemigo, en campo estéril, en fracaso, en dolor.

El mañana es una entelequia, una ficción, lo importante es la pulsión presente, el vodka barato que sirven con displicencia en este bar del extrarradio y que fulmino con rapidez. Miro a mi alrededor: apenas somos seis personas, extranjeros de su propia vida, como yo, intentando olvidar la disincronía de su existencia. Ninguna mujer, obviamente. Pido otra copa y me avisan que será la última, van a cerrar en diez minutos. Acepto la condena y me concentro en saborear el veneno. Mi trinchera no exige preguntas ni consignas, solo emborracharme, confundir la belleza con la verdad mientras pienso en pájaros cruzando entre los muertos y posándose en las ramas de mi corazón; dejar abierta la jaula unas horas, dejar salir la angustia, el desasosiego, el clamor del absurdo, el hambre, la insatisfacción, el tedio, el aullido del animal herido, enfrentarse a todo ello con una sonrisa desesperada, justo antes de cerrar la jaula de nuevo y arrojarlo de nuevo a su oscuridad.

            Cuando me echan son casi las dos de la madrugada. A pesar del frío resulta agradable pasear de noche cuando la resaca aún no existe y las sensaciones están amortiguadas. Llevo unos minutos andando cuando en unos soportables observo a un par de vagabundos con sus ropas de abrigo agujereadas y sus cartones durmiendo en el suelo. Me acerco a ellos y me quedo un rato mirando, ¿qué es lo que me separa de ellos, más de dos años en paro, una depresión, ningún apoyo familiar, una adicción fuera de control? ¿qué pasará en la siguiente crisis, cuánta gente acabará en pleno invierno durmiendo en la calle? De pronto el timbre del teléfono interrumpe mis reflexiones, uno de los mendigos se incorpora y me mira cabreado. Saco el móvil un poco abochornado y me alejo pidiendo disculpas. Antes de mirar la pantalla me prometo a mí mismo que si es ella no se lo cogeré, pero no puedo evitar la desilusión cuando reconozco el número de un compañero del trabajo. Lo apago.

Recuerdo nuestro último polvo, nuestra ira recíproca, sin preliminares ni romanticismo, sexo vertical, tus gritos y gemidos, cómo me tirabas del pelo y cosificabas mientras te penetraba con dureza. Los dos disfrutando de una tregua antes del final, sin querer verbalizarlo, desfondando la poca pasión que aún nos lastraba. A pesar de mi orgullo un mes después te llamé, sin ningún plan, siguiendo un impulso de irreflexiva necesidad. Pero tú te mostraste fría, desapasionada, casi anónima. Fue horrible sentir tu voz tan ajena.


Cuando comenzamos a salir querías entender mi fascinación por Bukowski, y te relataba cómo se paseaba por habitaciones de hotel barato alcoholizado y en calzoncillos, clavándose trozos de vidrio en los pies, gritando que era un genio y que solo él lo sabía, cómo se dedicaba a follar con putas y a enamorarse de ellas, te contaba que gracias a la escritura consiguió seguir vivo sin volverse loco hasta lograr la fama ya con cincuenta años. Después de horas hablando hacíamos el amor y te susurraba mientras acariciaba tu cuerpo: “De tu piel nacen poemas”; y tú, citando a Marguerite Duras, contestabas: “Te amaré hasta mi muerte. Intentaré no morir demasiado pronto. Eso es todo lo que tengo que hacer...”.

Sigo caminando y veo más adelante, en una marquesina, a una pareja de adolescentes que se abrazan mientras esperan el autobús. Cuando llego a su altura me fijo un poco más: están cogidos de la mano, se miran con confianza, los sueños todavía intactos. Tengo ganas de gritarles que el amor es una gran mentira, una fiebre ridícula que todos debemos de pasar para que llegue el frío y cínico descreimiento. Pero solo un idiota haría algo así, que disfruten de su ingenuidad, ahora es su momento. Supongo que solo el dolor funciona como coartada.

No quiero volver a casa, necesito más alcohol. Pienso en coger un taxi e ir hasta el ‘Segundo Jazz’, cierran a las cuatro y no suele haber mucha gente, las jam sessions son cojonudas y el camarero atiende con una sobriedad edificante. Parece un buen plan, pero llevo media hora paseando y no ha pasado ningún taxi, ¿dónde habrá una parada? Sigo andando y busco alguna calle principal, el viento se cuela entre las costillas rotas de mi gabán, la noche resulta cada vez más vulgar e inhóspita. Al doblar la esquina una mujer envuelta en un impermeable azul, un pedazo de cielo azul bajo la débil llovizna, se cruza conmigo, sacando música del asfalto con sus tacones. Estoy tentado en decirle algo, preguntarle a dónde va, pero no quiero molestarla. Madrid a estas horas de la noche parece un enorme y oscuro almacén abandonado, empieza a llover con más intensidad. Me paro debajo de un portal y me rindo; estoy cansado, quiero volver a casa, aunque mi casa solo sea una paradoja poética.

Tardo casi media hora en volver. Mi gata me recibe entre maullidos enfadados, le doy algunas golosinas para calmarla, pongo la estufa en mi habitación, me seco el pelo y me escondo en la cama. Me noto el cuerpo destemplado, es posible que mañana me levante enfermo. Cierro los ojos e intento dormir. Pero como siempre me sucede desde hace seis meses, a pesar del alcohol y el cansancio, el insomnio me impide descansar. Entiendo a Cioran cuando hablaba del suicidio con tanta parsimonia después de llevar insomne más de tres años. Lo peor es no poder parar de pensar, de recordar, de enlazar ideas que quizás no tienen demasiado sentido pero que, en estos momentos de duermevela, parecen de una lucidez incuestionable. Me da por recordar la conversación telefónica que tuve la semana pasada con Manolo, hace meses que no le veo, ni siquiera hemos podido quedar para mi cumpleaños, desde que trabaja en una fábrica desmantelando paneles de monitores y televisores, un trabajo muy físico, termina tan cansado que entre semana solo se dedica a trabajar y dormir; y el sábado, cuando ya empieza a recuperarse, se pasa el día con su familia, viendo la televisión o jugando a la consola, no le apetece ni siquiera salir de casa. Es brutal el cambio, hace unos años se iba al Retiro a cantar y tocar la guitarra, estaba obsesionado con sus maquetas y con sacar nuevas canciones, siempre llevaba una pequeña libreta donde apuntaba estrofas, metáforas. ¿Cómo conserva la gente normal la capacidad de levantarse por las mañanas y continuar con una rutina adocenante? Nos comportamos como si la vida se redujera a esquivar los sueños que antes lo eran todo, a sobrevivir de cualquier manera, aunque eso implique olvidarnos de nosotros mismos. Hemos sido domesticados, narcotizados ante el panegírico social, obsesionados con morir con el disfraz y la máscara impolutos.

Sísifo provocó el enfado de los dioses y como castigo fue condenado a perder la vista y empujar para siempre un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle; así indefinidamente. Es una perfecta metáfora de la completa inutilidad de la vida. Pero Camus no promovía el quietismo o la pasividad ante el absurdo, nos obligaba a aceptarlo como la menos mala de las alternativas –un salto de fe religioso sería la otra- y a seguir adelante con el eterno enfrentamiento; como consuelo afirmaba que Sísifo, mientras el peñasco terminaba de caer, disfrutaba en la cima de unos breves instantes de libertad.

Pero por encima de toda esta filosofía barata, de este salto al vacío del vacío de dios, lo que me duele es la nostalgia de tu recuerdo, cuando tenía la respuesta a todas las grandes preguntas, aquí, a mi lado, en el sonido de tu respiración, dentro de esa mirada que sigue perdurando en las cenizas de todo lo demás. Por eso permíteme, ahora que me has echado totalmente de tu vida y nunca leerás estas palabras, que reconozca a pesar mío lo mucho que te echo de menos. Ha pasado demasiado tiempo, pero tus poemas siempre seguirán vivos en mi interior.

Un poema desde el frío de la distancia
Sobre ti, sobre mí
Sobre esos condones caducados del cajón
Que son mucho más sabios que cualquier poeta
Escribiendo sobre alquimias sentimentales

viernes, 15 de noviembre de 2019

Reseña ‘Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder’, de Byung-Chul Han (2014)

Con un estilo conciso, ameno e irónico, Han inicia su viaje hacia la psicopolítica con un retrato de lo que él denomina ‘la crisis de la libertad’. En el sistema neoliberal los ciudadanos actuamos como empresarios de nosotros mismos, lo que nos conduce a explotarnos de forma ilimitada. Enfermedades como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) se han incrementado por lo que denomina la corriente del ‘Positivismo’, la idea de que constantemente debemos mirar el mundo como una oportunidad, dejando de lado el negativismo. Un claro ejemplo es la invasión de libros de autoayuda que te explican las formas en que puedes ser más productivo y sacar lo mejor de ti, apelando a la organización, a levantarte más temprano, a exigirte sin descanso, dejando de lado la negatividad y el ocio, transformado a las personas en simples máquinas de producción.

En este contexto, se producen nuevas necesidades que, según Han, interpretamos erróneamente, equiparando su satisfacción a un acto de liberación. Por otra parte advierte que cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. En su forma negativa, se presenta como una fuerza violenta que niega la libertad. En cambio, actualmente el poder adopta una forma permisiva, amable, que depone su negatividad y, por tanto, nos ofrece -y promete- más libertad. En lugar de hacernos sumisos, nos hace dependientes. Seduce, en vez de prohibir. No nos impone silencio, sino nos exige compartir, expresar ideas y emociones, participar; explicar nuestra vida. Por tanto, esta forma de poder es más efectiva porque no niega o somete la libertad, sino que la explota.

Otro enfoque controvertido parte de que el objetivo del sistema neoliberal es la circulación ilimitada de la información. Así, los secretos, la extrañeza o la otredad serían obstáculos que hay que eliminar. En este punto, Han dirige su crítica hacia los ciudadanos como votantes-consumidores-espectadores y su escaso interés real por la política, que nunca iría más allá de la vigilancia y la queja, como los consumidores ante servicios o productos que no les gustan, lo que provoca que “la libertad ciudadana ceda ante la pasividad del consumidor”.

El Big Data que se crea en las redes sociales y a través de los registros de nuestras aplicaciones supone un negocio en el que vigilancia y mercado se fusionan. Se capitalizan los datos personales y se procede a una clasificación de la sociedad atendiendo a diversas características, pero predomina el nivel económico. Es entonces cuando Han habla del Bannoptikum, que representa un régimen en el que se destierran a las personas hostiles o no deseadas por el sistema. Para ejemplificar esto, el filósofo explica cómo empresas que comercializan con los datos personales clasifican como ‘basura’ a aquellos individuos con un valor económico escaso.

Como ciudadanos nos sentimos libres, tenemos a nuestro alcance todos los medios para expresarnos y poner en valor nuestra individualidad, pero en realidad estamos más controlados que nunca: nuestros patrones de comportamiento son previsibles y cuantificables. Ante un panorama tan apocalíptico, Han reivindica la figura del excéntrico, el loco que es capaz de superar la coacción de la hipercomunicación y, por tanto, de ejercer una verdadera praxis de la libertad y tener el valor de desviarse de la ortodoxia. Podéis descargar el ePub (AQUÍ)

“No el valor de uso, sino el valor emotivo o de culto es constitutivo de la economía del consumo. […] Es ahora cuando la emoción se convierte en medio de producción.. […]
La aceleración de la comunicación favorece su emocionalización, ya que la racionalidad es más lenta que la emocionalidad. La racionalidad es, en cierto modo, sin velocidad. De ahí que el impulso acelerador lleve a la dictadura de la emoción. […]
Las cosas no se pueden consumir infinitamente, las emociones, en cambio, sí. Las emociones se despliegan más allá del valor de uso. Así se abre un nuevo campo de consumo con carácter infinito.”

“El sujeto neoliberal como empresario de sí mismo no es capaz de establecer con los otros relaciones que sean libres de cualquier finalidad. Entre empresarios no surge una amistad sin fin alguno. Sin embargo, ser libre significa estar entre amigos. […] El neoliberalismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad. Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación.”

“A los reclusos del panóptico benthamiano se los aislaba con fines disciplinarios y no se les permitía hablar entre ellos. Los residentes del panóptico digital, por el contrario, se comunican intensamente y se desnudan por su propia voluntad. […] La sociedad del control digital hace un uso intensivo de la libertad. […] La dominación aumenta su eficacia al delegar a cada uno la vigilancia. El me gusta es el amén digital. cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo digital.”

Otras reseñas de Byung-Chul Han:

jueves, 7 de noviembre de 2019

Pronóstico Elecciones Generales 10 de Noviembre.

Siempre me equivoco en mis pronósticos, lo cual es una buena razón para seguir haciéndolo, hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día. Además, me apetece caer en la gracieta de dar a cada bloque 155 escaños. Justifico mi pronóstico en una movilización del voto a VOX y la derecha, sobre todo si se repiten los disturbios en Cataluña el día 9 de noviembre; parece que el Tsunami Democràtic ha cambiado de idea con respecto a los bloqueos de los colegios electorales el 10, pero quizás haya incidencias y boicots en algunos pueblos con poca presencia policial.

            Lo que parece claro es que Ciudadanos va a caer muchísimo, más si cabe por el pésimo debate de Albert Rivera el lunes 4. Y VOX, gracias a la ley electoral, saldrá beneficiado y sus escaños costarán menos votos que en las elecciones pasadas. Abascal ha tenido dos apariciones públicas (primero en el Hormiguero, luego en el debate donde salió claramente vencedor) que han ayudado a blanquear y visibilizar su discurso. Rocío Monasterio estuvo algo deslucida en el debate de mujeres de este jueves, pero teniendo en cuenta lo farragoso del formato, bronco y aburrido en su mayor parte, tampoco ha perdido demasiado. A la única cuestión casi capital que se preguntó en primer lugar -acuerdos a partir del 11N-, María Jesús Montero (PSOE) respondió: “un gobierno fuerte en solitario”. E Irene Montero confirmó que Pablo Iglesias volvía a ser pieza indiscutible para su deseada coalición. Déjà vu impenitente.



Bloque Derecha 155 Escaños, entre paréntesis el resultado de la Elecciones Generales de abril:
PP (66) 90 escaños
VOX (24) 50 escaños
Ciudadanos (57) 15 escaños

            En cuanto al bloque de la izquierda a priori parece también sencillo: a pesar de lo que afirma el denostado Tezanos en el CIS, el PSOE va a bajar en escaños, no mucho, pero al menos siete. Más País, del ínclito Errejón, no lograría grupo propio, se quedaría en tres inútiles escaños, y UP también bajaría, primero por la desmovilización de la izquierda, la decepción por la falta de acuerdo, y porque la ley electoral le afectaría más que a los demás, pero tampoco creo que sea un descenso excesivo, solo seis escaños, un ligero tirón de orejas.

Bloque Izquierda 155 Escaños, entre paréntesis el resultado de la Elecciones Generales de abril:
Más País (0) 3 escaños
PSOE (123) 116 escaños
Unidas Podemos (42) 36 escaños

En cuanto a los demás partidos, lo más destacable quizás es el trasvase de votos a la CUP que tampoco daría para bloque propio:
PNV (6) 6
JxCAT (7) 6
CUP (0) 3
ERC (15) 14
EH Bildu (4) 4
Pacma (0) 0

            Si estos son los resultados todo parece mucho más complicado que antes. El PP no se va a abstener, VOX es peligroso, al igual que antes lo era Ciudadanos, y no cederá votos ante su competidor ideológico. Lo que nos deja el conglomerado de siglas: PSOE + UP + Bildu + ERC + PNV, o la abstención de Ciudadanos, ERC y PNV en la segunda votación de la investidura de Sánchez. Sea como sea primero tendrían que llegar a un acuerdo Sánchez e Iglesias (Coalición, vicepresidencia, etcétera) y, aunque lo consiguieran, lo que tienen por delante es una legislatura prácticamente imposible de terminar, ¿cómo convencer a la vez a nacionalistas y Ciudadanos para votar unos nuevos Presupuestos Generales del Estado? En estas circunstancias parece incluso probable que vayamos a unas terceras elecciones, esta vez no solo por el tacticismo de Sánchez, sino también por una incapacidad real de llegar a acuerdos.

            De todas formas solo quedan dos días, esperemos un poco antes de empezar a despotricar; quizás -ojalá- esté equivocado y la situación sea mucho más sencilla de resolver.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Reseña: ‘La Náusea’, de Jean-Paul Sartre (1938)

“Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción […] Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros: cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros.”

El novelista y filósofo francés Jean-Paul Sartre escribió ‘La náusea’ cuando tenía 26 años, en 1931, aunque su versión definitiva no se publicó hasta 1938. Esta novela clave en la literatura universal y exponente del pensamiento existencialista, está escrita en forma de diario. El protagonista, Antoine Roquentin, es un treintañero que percibe la existencia del ser humano como absurda en un mundo en el que nada tiene sentido y con el que no puede conectar. Tras haberse cansado de viajar, Roquentin vive de las rentas en una ciudad de provincias en la que no ocurre demasiado y trabaja minuciosamente en una obra sobre la vida de un aristócrata del siglo XVIII. Día a día se va perdiendo más en una espiral infinita de preguntas para las que no encuentra respuesta sobre los más diversos temas, desde las relaciones humanas, hasta la muerte y la rebelión. De esta forma Roquentin comienza a sentir extraños síntomas que lo hacen sentirse asqueado, él lo llama: la náusea.

“En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme. Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. El mío, no. Ni siquiera puedo decidir si es lindo o feo. Pienso que es feo, porque me lo han dicho. Pero no me sorprende. En el fondo, a mí mismo me choca que puedan atribuirle cualidades de ese tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de tierra o a un bloque de piedra.”

La náusea se va intensificando, hasta el punto en que descubre que el pasado no tiene sentido. Empieza a creer que los recuerdos son solo una excusa para sentir que no se ha vivido en vano, y que el mérito de olvidarlos intensifica su vida, le da una sensación única de aventura, ya que solo ese instante importa, pero a la vez, siente el vértigo de que no hay nada más adelante y no hubo nada más atrás, es solo el ahora, la existencia vacía. Eso lo llena de angustia, a tal punto de compararse con la vegetación y los objetos. Ellos al carecer de lenguaje no pueden pensar ni decidir sobre su vida, únicamente los seres humanos tenemos esa capacidad y cuando la ejercemos utilizamos nuestra conciencia y solo así podemos, por lo tanto, existir. Al existir definimos la esencia de nuestro ser porque esta se forma por nuestros actos, lo que hagamos o dejemos de hacer determinará quiénes somos, es decir nuestra esencia. La esencia, entonces, se construye, no nacemos con ella. Pero aunque tengamos el conocimiento, este no es eterno, no trasciende, solo lo hace existencia. Es todo lo que hay, afloramos de la nada, somos brotes aleatorios de vida que no respondemos a ningún plan ni proyecto. Podemos existir como también no existir, no tenemos causa, somos contingentes.

“Aquel momento fue extraordinario. Yo estaba allí, inmóvil y helado, sumido en un éxtasis horrible. Pero en el seno mismo de ese éxtasis, acababa de aparecer algo nuevo: yo comprendía la Náusea, la poseía. A decir verdad, no me formulaba mis descubrimientos. Pero creo que ahora me sería fácil expresarlos con palabras. Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que algunos han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí mismo. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, y en consecuencia, la arbitrariedad perfecta. Todo es arbitrario, veleidoso: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar […]; eso es la Náusea.”

Para llegar a estas conclusiones filosóficas Sartre no se molesta en crear una historia interesante o entretenida, sino más bien degradativa: es un proceso de descomposición. El personaje va perdiendo poco a poco lo único que lo protege contra La náusea: el amor de una mujer, sus vínculos sociales y el proyecto de su libro. Es un novela filosófica, más que literaria, que Sartre formula de forma inteligente, concepto a concepto, hasta llegar a una devastadora conclusión.

“…para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara. Pero hay que escoger: o vivir o contar. Cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos […] El pasado es un lujo de propietario.”

¿Encuentra Sartre alguna forma de aliviar este malestar terrible? Una de las posibilidades que la novela explora es la idea del conocimiento como tabla salvadora, idea que aparece personificada en el personaje del ‘Autodidacto’, un personaje absurdo que se ha propuesto leer todos y cada uno de los libros que hay en la biblioteca en riguroso orden alfabético, independientemente de la materia del libro y, lo que es más triste, de si le interesa o no. Es una sátira clara, y se muestra claramente cuando este mismo personaje es expulsado para siempre de la biblioteca por intentar acariciar a un muchacho adolescente.

¿Y el amor? ¿Acaso aquí hay un bálsamo para el dolor de vivir? Me temo que tampoco. Anny, antigua pareja de Roquentin, irrumpe hacia el final de la novela simplemente para confirmar que no hay posibilidad de refugio en el otro, que tampoco a través de las relaciones personales se puede encontrar significado o trascendencia. Pero hay esperanza, en los últimos párrafos se esboza tímidamente la posibilidad de que el arte -y la escritura concretamente para el protagonista- pueda ser, en cierto modo un paliativo para el problema de la náusea existencial.

La lectura de esta novela puede resultar árida y deparar pocas satisfacciones inmediatas al lector, pero vale la pena insistir y atravesar el denso velo de las palabras, quizás así lleguemos a la misma epifanía que sugiere Roquentin en uno de los pasajes más memorables de la novela: la Náusea soy yo.

“Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad. Me dejé ir hacia atrás y cerré los párpados. Pero las imágenes, en seguida vigilantes, saltaron y vinieron a colmar de existencias mis ojos cerrados: la existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar.[…] Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las que probé se han soltado y ya no puedo imaginar otras... Solo y libre. Pero esta libertad se parece un poco a la muerte.”