La poesía nace cuando la existencia muestra una vocación insana por los callejones sin salida, cuando todo cruje en la ruina enamorada de una ausencia retórica, cuando el pensamiento es una enfermedad que gobierna el sabotaje de la vida. Es entonces cuando nos sentamos ante la página en blanco y las palabras fluyen como si nacieran en una isla sin dios, en una grieta llena de absoluta veracidad. Y el recuerdo de un amor se convierte en una obsesión vagabunda e incendiaria que nos hace atravesar un desierto como si fuéramos yonquis de significados. Y la Palabra se convierte en el sustituto de la fe y el misticismo, del rencor y la ruleta rusa, del absurdo y el clímax sexual, del nihilismo y el naufragio, de la risa del ahorcado y la paz del líquido amniótico. ¿Hay alguna excusa genética en los muñecos de nieve bajo mis muñecas, en convertirme en la pandemia de lo que escribo, en ser hambre y quimera, transitable e imposible, en esta escueta inmortalidad que dura apenas un segundo en los ojos del lector?
La poesía tiene esa sutil insistencia en quebrar el descanso de los muertos, como una dosis de cicuta mojándote las bragas, como la preñez de una lágrima apoteósica, como una guerra perenne sobre el filo del cuchillo. La poesía te convierte en un impostor que prostituye el viento y finge amar las cascadas de pólvora del recuerdo de su musa. La poesía es quitar la piedra que tapa la herida e ir transcribiendo el sanguinario canto que escapa invencible.
Cuando estoy triste pienso en beber y zambullirme en el aullido del lobo estepario. Pero el alcohol está lleno de espectros que derriten la zona clandestina del corazón y consiguen que las metáforas que hemos enterrado y desterrado en nuestro cerebro, en un vano intento de supervivencia y felicidad, vuelvan a la vida y nos besen en la boca. Y aunque su abrazo nos hace sentir vivos y plenos, solo disfrutamos de esa alegría espectral y apasionada en la ebriedad, al día siguiente la melancolía sórdida del viejo perdedor nos zozobra con mucha más intensidad. Eso es lo que provoca la adicción de la bebida, la constante insatisfacción nos impulsa a seguir buscando el hachazo adrenalítico, las encrucijadas de la página en blanco, los abismos y aquelarres de las palabras sin mesura. Estamos enfadados porque hemos nacido con estómago y hambre, porque la muerte no da nunca explicaciones, porque ningún dios ha hecho acto de presencia, porque la percepción de lo real pende de un ojo gangrenado, porque tenemos a una bestia dentro desgarrando nuestra singularidad poco a poco. Qué difícil es alcanzar la paz; y mucho más permanecer en ella.
Pero seguimos escribiendo, es casi inevitable, buscando incansables una patria en la oscuridad, algo real, un destello de libertad que ilumine nuestras noches. Seguimos escribiendo porque la vida es mucho peor si no lo hacemos. Seguimos escribiendo porque, ¿qué otra cosa podríamos hacer?.
Pero seguimos escribiendo, es casi inevitable, buscando incansables una patria en la oscuridad, algo real, un destello de libertad que ilumine nuestras noches. Seguimos escribiendo porque la vida es mucho peor si no lo hacemos. Seguimos escribiendo porque, ¿qué otra cosa podríamos hacer?.