La literatura es ofrendar memoria
Y buscar la fantasía en el pecado de tus labios
Por eso no hay que dejarse distraer por esos versos
Que gritan desde un agujero llamado Nevermore
Y amenazan con arrancarte los ojos
Hay que seguir escribiendo una y otra vez
En la arena de una playa llamada Vida
Continuar ahí donde Dios ha fracasado
Intentado superar lo efímero
Así es el poema: explota en tu pecho mientras intenta huir
Vive, como el amor, cuando deja surcos y arrugas en tu carne
Cuando las mariposas bailan un vals entrópico entre las pavesas de una hoguera de San Juan
Cuando tu mente, rompeolas con vocación de puente, se pone a jugar con el otoño de mi lengua
Y hacemos explotar juntos un mundo entre tus piernas
Y es cierto que en ocasiones a la angustia le crecen alas
Y hay que batirse en duelo para hacerla desaparecer
Pero peor sería un laberinto sin minotauro
Un paraíso aburrido donde las flores mueren de pie
Una vida sin sexo con aroma a cadalso
Una veleta sin cierzo, una polla sin ventanas
Un alma de tuerca que olvida el olor de la nieve
Por eso cuando te veo cruzar de un salto el osario de mis pensamientos
Con tu risa azul y una granada en la mano llamada Deseo
Sin pensar en las consecuencias
Queriendo follarte al abismo en un último gesto de canibalismo
Tengo miedo, mucho miedo
Porque al verte lo que quiero
Y necesito
Es pudrirme a tu lado
Beber de ti
Y ser libre.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
lunes, 24 de noviembre de 2014
No desnudes mi amor, podrías encontrar una tumba. No desnudes mi risa de mutilado, podrías encontrar el amor.
El poeta inédito que te
guarda en una carpeta junto a los borradores
Podría insultar al reloj y
entregarme a la cacería
Al charco de ciervos
azules y caricia animal
A los huecos por besar que
viven en la noche madrileña
Podría convertirme en bala
de plata, catapulta o cadalso
En el carmín del último
cigarro que abandonaste en mi casa
Podría recortar los ojos
al cielo nocturno
Y manchar de vino todas
tus cartas
Podría besar el musgo del
cuchillo, ser orgasmo de sequía
Barco de papel en delicada
tempestad, turbulencia de fría desidia
Podría pensar que el
tiempo es la fruta podrida del árbol del deseo
Y negarme a ser la puta de
tus besos
Podría derretirme en el
suelo recién fregado de la cocina
Con tal de no vivir con tu
nombre atragantado.
Y todo, ¿para qué?
Si al difamar tu atalaya
de carne
El mundo se transforma en
algo vulgar y gris
Si yo lo que quiero es
seguir hilando poemas
En la eternidad azul que
se esconde entre tus piernas
Envilecer tu clítoris lleno
de ojeras y partirte en dos con mi lengua
Poner letra a la canción
que mis cojones tallan en tu carne
A los jadeos de lirio
blanco que fustigan tus mejillas de neón
Por eso ven aquí, mirada
de jardín
Déjame esconder esa
bufanda que llevas siempre empapada
De efímeros y puntos
suspensivos
Déjame buscar el amor en
el fondo de tu garganta, bailar un vals con tus arcadas
Déjame dibujar rayuelas de
saliva en la trinchera de tu cuerpo
Déjame entrar en ti con
violencia
Gira tu belleza hacia mi
boca
Transfórmame en vaho
despeinado
En pared enamorada
Y derríbame.
martes, 18 de noviembre de 2014
El miedo lo domina todo. Por eso escúchame, ante la duda: ama, ama y ensancha el alma. Crea, conviértete en el héroe de tu propia mierda. Y no mires atrás.
Estoy nervioso, ya noto el petricor acercándose, los arcos blancos reclamando el cielo. Me trago dos pastillas. Después de la operación el neurocirujano me aseguró que tenía mucha suerte de seguir vivo, pero que habría “cambios”. Sí, ahora sé a qué se refería: tengo la percepción de que las cosas a mí alrededor suceden demasiado rápido, me siento lento, como si mi mente estuviera inmersa en el barro y le costase funcionar. Pero todavía tengo a María, no sé cómo conseguí, a pesar de todo, convencerla de que se casara conmigo. Debería despertarla, me pongo frenético cuando hay tormenta por la noche, pero no quiero molestarla, debo intentar superarlo solo. Vislumbro un relámpago, cuento los segundos, uno, dos, cinco, diez… sí, la tenemos casi encima. Ya noto como empieza la migraña, si se quedase solo en eso… pero luego llega ese ruido dentro de mi cabeza, una especie de pitido, como un dial mal sintonizado. Me pongo los cascos del iPod e intento taparlo subiendo el volumen al máximo, pero es imposible, sigue ahí, progresando como un topo dentro de mi cerebro.
Puto accidente. Las imágenes vuelven: todos riendo, la tormenta, ese rayo cayendo cerca de nosotros, perder el control del coche, mi masa encefálica sobre el salpicadero, el olor a quemado de los cuerpos… Sigo vivo gracias a una placa de metal en la sien. Pero el dolor siempre está ahí, un dolor frío, apelmazado, metálico. Por la noche, en sueños, me rasco la zona y siempre amanezco con la almohada llena de sangre. Los médicos dicen que es un dolor psicosomático, que la operación salió bien, que no hay ninguna razón para mis síntomas. Pero sé lo que siento. Y cuando hay tormenta todo se agrava. El pitido resulta tan enloquecedor que me entran deseos de quitarme esta puta placa y meter mis dedos en mi cerebro, hurgar en la herida y rascarme hasta que no quede nada.
Me tomo dos pastillas más. Llevo demasiadas pero no me importa. Empiezo a masturbarme, una forma vulgar de contrarrestar el dolor. Agarro mi polla como si fuera una zarza ardiente y rezo delante de la ventana como si todavía estuviera sangrando en ese coche. El orgasmo me convierte en un glacial rompiéndose, derritiéndose en destellos de nieve sucia que la lluvia limpia de significado. Unos segundos de placidez antes de volver al pitido. Un pitido centuplicado, mucho más intenso, como un hierro al rojo vivo atravesando mi cerebro de lado a lado.
La tormenta está sobre mi cabeza. Todo se nubla. Es como si fuera un hormiguero y viera a Dios acercándose con una lupa un día soleado. Un sabor agrio sube por mi garganta, empiezo a golpear la pared con los puños. Noto que alguien me sujeta pero un filtro rojo se acomoda delante de mis ojos y es como si el mundo doblara su bolsillo y me metiera dentro. El pitido lo cubre todo, no puedo luchar contra él. Pero también escucho gritos de fondo, no, no, no, más no. Aprieto y aprieto hasta que el estertor es silencio.
Me despierto de golpe. La tormenta ha pasado. Se filtran los primeros rayos de sol a través de la cortina. Siento el peso de tu cuerpo sobre la cama. Cierro los ojos, no quiero mirar. Te recuerdo ayer, justo aquí, cuando me decías entre risas que deberíamos mudarnos al desierto. Allí nunca llueve añadías con una sonrisa, y el amor, nuestro amor, nunca se secaría.
Puto accidente. Las imágenes vuelven: todos riendo, la tormenta, ese rayo cayendo cerca de nosotros, perder el control del coche, mi masa encefálica sobre el salpicadero, el olor a quemado de los cuerpos… Sigo vivo gracias a una placa de metal en la sien. Pero el dolor siempre está ahí, un dolor frío, apelmazado, metálico. Por la noche, en sueños, me rasco la zona y siempre amanezco con la almohada llena de sangre. Los médicos dicen que es un dolor psicosomático, que la operación salió bien, que no hay ninguna razón para mis síntomas. Pero sé lo que siento. Y cuando hay tormenta todo se agrava. El pitido resulta tan enloquecedor que me entran deseos de quitarme esta puta placa y meter mis dedos en mi cerebro, hurgar en la herida y rascarme hasta que no quede nada.
Me tomo dos pastillas más. Llevo demasiadas pero no me importa. Empiezo a masturbarme, una forma vulgar de contrarrestar el dolor. Agarro mi polla como si fuera una zarza ardiente y rezo delante de la ventana como si todavía estuviera sangrando en ese coche. El orgasmo me convierte en un glacial rompiéndose, derritiéndose en destellos de nieve sucia que la lluvia limpia de significado. Unos segundos de placidez antes de volver al pitido. Un pitido centuplicado, mucho más intenso, como un hierro al rojo vivo atravesando mi cerebro de lado a lado.
La tormenta está sobre mi cabeza. Todo se nubla. Es como si fuera un hormiguero y viera a Dios acercándose con una lupa un día soleado. Un sabor agrio sube por mi garganta, empiezo a golpear la pared con los puños. Noto que alguien me sujeta pero un filtro rojo se acomoda delante de mis ojos y es como si el mundo doblara su bolsillo y me metiera dentro. El pitido lo cubre todo, no puedo luchar contra él. Pero también escucho gritos de fondo, no, no, no, más no. Aprieto y aprieto hasta que el estertor es silencio.
Me despierto de golpe. La tormenta ha pasado. Se filtran los primeros rayos de sol a través de la cortina. Siento el peso de tu cuerpo sobre la cama. Cierro los ojos, no quiero mirar. Te recuerdo ayer, justo aquí, cuando me decías entre risas que deberíamos mudarnos al desierto. Allí nunca llueve añadías con una sonrisa, y el amor, nuestro amor, nunca se secaría.
viernes, 14 de noviembre de 2014
La esquizofrenia del teclado, el huracán de palabras sin dueño de un corazón agorafóbico que mendiga por las tardes en el metro de Madrid para su marcapasos de viento.
Tu recuerdo es como un ovillo de lana azul
Que se esparce por el suelo
El gato lo mira con codicia, planea su emboscada, ¿debería impedírselo?
Recuerdo cuando me acerqué a ti
Y te dije: “Disculpa, estás apoyada en mi abrazo…”
Recuerdo cuando dibujaba con gasolina tu retrato
En mi corazón de madera
Ya entonces todos me advertían
Que tuviera cuidado con tus labios de fósforo.
Tu alma estaba llena de roces subterráneos
De sonrisas preñadas de laberintos
De horas medidas con compas
Por eso, cuando era de noche, tragabas tus pastillas
Y avanzabas por el pasillo a esperar a todos tus monstruos
Querías que te hicieran real
O te hicieran añicos
Como si ese gesto pudiera romper la arquitectura de la nada
Como si caer fuera la forma más sencilla de volar
Como si no hubiera ninguna posibilidad de rescate
El problema es que todos creemos tener aptitud de pájaro
Cuando la mayoría solo somos niños traviesos
Que juegan a mojarse sus alas de arcilla
En charcos de vértigo y juegos violentos
Como pestañas cayendo avergonzadas ante el empujón sórdido
Intenté hacer puntería con mi corazón itifálico en tu columpio azul
Y aunque el impacto resonó como un incendio recién nacido
Fracasé
Y no pude salvarnos.
*********
Mis primeros años de universidad fueron una época extraña. Vivía de alquiler con dos amigos más en un piso casi en ruinas de Lavapiés, trabajaba unas horas por la noche de reponedor en un centro comercial y pensaba que la vida se reducía a consumirse el fin de semana en el camino del exceso. Hablábamos de Kierkegaard o Camus y luego nos echábamos a reír porque teníamos la convicción de que solo Bukowski había llegado a encontrar un simulacro de verdad en sus libros.
Y llegaba el fin de semana. Canciones de Barricada. Extremoduro. Chupitos de tequila hundiéndose en los minis de cerveza. Bailes, invitaciones al baño, subir faldas con una sonrisa. Un latido rompiéndose en sístole y diástole. Ciudades de carne que se conquistaban durante unas horas. Kaddish. Éramos las putas del caos, sabíamos que la vida era una concatenación de dolor, frustración y grandes decepciones. Una clase de esgrima repleta de sangre y anzuelos. Por eso queríamos aprovechar el momento, no queríamos asustar a Peter Punk con la luz, ya nos obligarían las circunstancias. Mientras tantos había que seguir huyendo hacia delante. La vida parecía un bar de blancas paredes acolchadas donde cualquiera podía convertirse en isla. En ruido. En sonrisa torcida. O incluso en Arte.
Las mujeres, oh, sí, siempre fue ese el gran problema. Recuerdo que la vi acercarse como un accidente implacable, como si tuviera complejo de polilla y su luz me impidiera moverme. Intenté mantener mi pose de misógino trasnochado, pero ya era demasiado tarde. Marta era adorable y también jodidamente infame. Era el gas que guiña el ojo antes de la explosión. La tesorera de manchas de Rorschach que se abría de piernas ante el silbido del poema y la pornografía hostil de mis dedos. La que exigía condones a los terremotos para compensar las molestias. Su coño era una flor que caía y aplastaba con su incendio la mente. Nunca llegué a descubrir si su bipolaridad era un crisol de pasión vocacional o una enfermedad. Reía mientras daba la vuelta al colchón de la realidad y te descubría la mancha de sangre que había al otro lado y que nadie excepto ella era capaz de ver. Había perversión en su romanticismo. Había cortes en los antebrazos. Y misterios. Y fe impostada. Y gusanos hambrientos. Y ese recuerdo frío e incómodo cuando me exigió amor a gritos en el cementerio de Alcobendas.
Con ella el amor no parecía una perogrullada, un invento de trovadores resentidos. El amor era el olor a gasolina de su coño, sus silencios, su languidez, su cinismo cruel, el color de sus ojos después el orgasmo, las cicatrices y las canciones compartidas. Y sobre todo sus perfectas felaciones, la forma en que adoraba mi polla entre sus labios, su generosidad, su devoción al introducirla en la boca y acariciarla con la lengua. Ese morbo cuando me miraba a los ojos mientras me corría. Se alzaba y me besaba con fuerza, mi estertor blanco en su boca, el sabor de nuestros hijos no-natos mezclándose con cierto poso de esperanza que la vida todavía no se había encargado de destruir.
¿Qué importaba el dolor prospectivo? ¿Qué importaba el sacrificio cuando su exorcismo de belleza me cubría de tierra y me follaba? Nada. Nada. Nada. Tú eras mi saliva de exilio. Mi brote esquizoide. Mis besos en morse. Sucumbir a la cleptomanía ninfómana de tu boca siempre me pareció la forma más espectacular de equivocarse.
Aquella noche preguntaste: “¿Dónde está tu dignidad? Y respondí: “Allí, junto al ejercito invencible de tus tacones” Así terminó todo.
Que se esparce por el suelo
El gato lo mira con codicia, planea su emboscada, ¿debería impedírselo?
Recuerdo cuando me acerqué a ti
Y te dije: “Disculpa, estás apoyada en mi abrazo…”
Recuerdo cuando dibujaba con gasolina tu retrato
En mi corazón de madera
Ya entonces todos me advertían
Que tuviera cuidado con tus labios de fósforo.
Tu alma estaba llena de roces subterráneos
De sonrisas preñadas de laberintos
De horas medidas con compas
Por eso, cuando era de noche, tragabas tus pastillas
Y avanzabas por el pasillo a esperar a todos tus monstruos
Querías que te hicieran real
O te hicieran añicos
Como si ese gesto pudiera romper la arquitectura de la nada
Como si caer fuera la forma más sencilla de volar
Como si no hubiera ninguna posibilidad de rescate
El problema es que todos creemos tener aptitud de pájaro
Cuando la mayoría solo somos niños traviesos
Que juegan a mojarse sus alas de arcilla
En charcos de vértigo y juegos violentos
Como pestañas cayendo avergonzadas ante el empujón sórdido
Intenté hacer puntería con mi corazón itifálico en tu columpio azul
Y aunque el impacto resonó como un incendio recién nacido
Fracasé
Y no pude salvarnos.
*********
Mis primeros años de universidad fueron una época extraña. Vivía de alquiler con dos amigos más en un piso casi en ruinas de Lavapiés, trabajaba unas horas por la noche de reponedor en un centro comercial y pensaba que la vida se reducía a consumirse el fin de semana en el camino del exceso. Hablábamos de Kierkegaard o Camus y luego nos echábamos a reír porque teníamos la convicción de que solo Bukowski había llegado a encontrar un simulacro de verdad en sus libros.
Y llegaba el fin de semana. Canciones de Barricada. Extremoduro. Chupitos de tequila hundiéndose en los minis de cerveza. Bailes, invitaciones al baño, subir faldas con una sonrisa. Un latido rompiéndose en sístole y diástole. Ciudades de carne que se conquistaban durante unas horas. Kaddish. Éramos las putas del caos, sabíamos que la vida era una concatenación de dolor, frustración y grandes decepciones. Una clase de esgrima repleta de sangre y anzuelos. Por eso queríamos aprovechar el momento, no queríamos asustar a Peter Punk con la luz, ya nos obligarían las circunstancias. Mientras tantos había que seguir huyendo hacia delante. La vida parecía un bar de blancas paredes acolchadas donde cualquiera podía convertirse en isla. En ruido. En sonrisa torcida. O incluso en Arte.
Las mujeres, oh, sí, siempre fue ese el gran problema. Recuerdo que la vi acercarse como un accidente implacable, como si tuviera complejo de polilla y su luz me impidiera moverme. Intenté mantener mi pose de misógino trasnochado, pero ya era demasiado tarde. Marta era adorable y también jodidamente infame. Era el gas que guiña el ojo antes de la explosión. La tesorera de manchas de Rorschach que se abría de piernas ante el silbido del poema y la pornografía hostil de mis dedos. La que exigía condones a los terremotos para compensar las molestias. Su coño era una flor que caía y aplastaba con su incendio la mente. Nunca llegué a descubrir si su bipolaridad era un crisol de pasión vocacional o una enfermedad. Reía mientras daba la vuelta al colchón de la realidad y te descubría la mancha de sangre que había al otro lado y que nadie excepto ella era capaz de ver. Había perversión en su romanticismo. Había cortes en los antebrazos. Y misterios. Y fe impostada. Y gusanos hambrientos. Y ese recuerdo frío e incómodo cuando me exigió amor a gritos en el cementerio de Alcobendas.
Con ella el amor no parecía una perogrullada, un invento de trovadores resentidos. El amor era el olor a gasolina de su coño, sus silencios, su languidez, su cinismo cruel, el color de sus ojos después el orgasmo, las cicatrices y las canciones compartidas. Y sobre todo sus perfectas felaciones, la forma en que adoraba mi polla entre sus labios, su generosidad, su devoción al introducirla en la boca y acariciarla con la lengua. Ese morbo cuando me miraba a los ojos mientras me corría. Se alzaba y me besaba con fuerza, mi estertor blanco en su boca, el sabor de nuestros hijos no-natos mezclándose con cierto poso de esperanza que la vida todavía no se había encargado de destruir.
¿Qué importaba el dolor prospectivo? ¿Qué importaba el sacrificio cuando su exorcismo de belleza me cubría de tierra y me follaba? Nada. Nada. Nada. Tú eras mi saliva de exilio. Mi brote esquizoide. Mis besos en morse. Sucumbir a la cleptomanía ninfómana de tu boca siempre me pareció la forma más espectacular de equivocarse.
Aquella noche preguntaste: “¿Dónde está tu dignidad? Y respondí: “Allí, junto al ejercito invencible de tus tacones” Así terminó todo.
lunes, 10 de noviembre de 2014
La Poesía es un mundo suicidándose por las grietas de mi cerebro.
El poema es el juguete roto de unos niños que ya se han hecho mayores
Un deicidio vulgar el lunes por la tarde
Un mago desnutrido que nos ayuda a maquillar de nuevo todos los abrazos
Es una caja de palabras que contiene un te quiero, dos te amo y tres lo siento
Y que también esconde caricias, orgasmos y miles de huidas
El poema es el momento de gloria del loco intentando hacer arder el corazón de las cosas
Cuestionando el deseo, enamorándose de los charcos que pisa
Anhelando el mordisco de luz de un faro muerto
Buscando rosas de luna y mariposas descalzas en los muros del cementerio
Amando a una musa de cristal
Con un corazón de lirios salvajes entre las piernas.
El poema son las explosiones de tu ropa interior
Tu cuerpo de placer habitado donde el tiempo pierde siempre el equilibrio
Los celos de la rutina ante las cosas imposibles que sueñan las arrugas de tu cama
Los clavos en la madera privada de la nostalgia
El poema son mis manos ensoñándote
Dibujando versos que siempre dudan entre ser espejismo o espejo
El poema es un estertor de nieve cubriéndolo todo y tus ojos azules como única compañía
El poema es la palabra nosotros como única oportunidad de redención.
El poema, mi querida niña vaginaria
Corazoño delicioso
El poema eres tú
No me obligues a repetirlo y vuelve aquí
Mis sábanas te echan de menos.
Un deicidio vulgar el lunes por la tarde
Un mago desnutrido que nos ayuda a maquillar de nuevo todos los abrazos
Es una caja de palabras que contiene un te quiero, dos te amo y tres lo siento
Y que también esconde caricias, orgasmos y miles de huidas
El poema es el momento de gloria del loco intentando hacer arder el corazón de las cosas
Cuestionando el deseo, enamorándose de los charcos que pisa
Anhelando el mordisco de luz de un faro muerto
Buscando rosas de luna y mariposas descalzas en los muros del cementerio
Amando a una musa de cristal
Con un corazón de lirios salvajes entre las piernas.
El poema son las explosiones de tu ropa interior
Tu cuerpo de placer habitado donde el tiempo pierde siempre el equilibrio
Los celos de la rutina ante las cosas imposibles que sueñan las arrugas de tu cama
Los clavos en la madera privada de la nostalgia
El poema son mis manos ensoñándote
Dibujando versos que siempre dudan entre ser espejismo o espejo
El poema es un estertor de nieve cubriéndolo todo y tus ojos azules como única compañía
El poema es la palabra nosotros como única oportunidad de redención.
El poema, mi querida niña vaginaria
Corazoño delicioso
El poema eres tú
No me obligues a repetirlo y vuelve aquí
Mis sábanas te echan de menos.
domingo, 9 de noviembre de 2014
Lo más importante es querer atravesar el fuego de sus ojos azules.
El presente bosteza: necesitas una lección. Te
cojo del pelo y te tumbo sobre mí. Bajo con rudeza tus pantalones y te
inmovilizo con una mano. Acaricio tu precioso culo. Ninguna palabra. La mano
rígida desciende. Un azote. Gimes. El calor se extiende. Te acaricio. La mano
aumenta el recorrido y vuelve a caer con fuerza. Dos veces. El sonido nos
excita. Te muerdo el culo. Vuelves a gemir. Te ordeno silencio.
Aparto el
tanga, recorro con mis dedos tu coño: estás mojada. Tres azotes y ya estás
entregada. Jodida enferma. Subo la mano, sigo azotándote. Uno. Dos. Tres.
Cinco. Diez. El culo rojo. Lo acaricio. Un dedo resbala dentro de ti. Bien.
Bien. Bien… Me suplicas que te meta otro. Pronunciamos palabras de
posesividad atávica mal vistas en una sociedad patriarcal de hipócritas y
reprimidos. A mí me gusta someterte con ese lenguaje sórdido. Y que luego tú, con
esa victoria sádica de tu ego ciclotímico, me atrapes entre tus piernas, me
arañes la espalda, me muerdas el labio hasta que sangre. Quizás pensamos que
nuestra derrota nos hará invencibles a pesar incluso de nosotros mismos. Por eso
no nos rendimos totalmente a la belleza de la otredad, como dos indigentes
emocionales que quieren pasar juntos el invierno.
Quizás nos sentimos atrapados por el instinto,
como el salmón
del Pacifico, nadando contracorriente para desovar y morir. Pero, ¿qué importa?
Ahora solo quiero convertirme en el piercing de tu pezón, atravesar tu carne y quedarme
enquistado en ti como un virus. Enciendo una vela para calmarme. Te hago una
señal y me la empiezas a chupar, llenas tu garganta de náusea. El sonido
acogedor de mis cojones golpeándote la cara me excita demasiado, aumento el
ritmo. Pero no. no quiero correrme todavía, quiero más. Cojo una vela y deslizo
gotas de cera sobre tu ombligo. Empiezo a recorrer tu cuerpo. Tú te entumeces,
gritas, intentas resistirte. Te agarro las manos por detrás de la cabeza y
empiezo a metértela. Cada gota de cera caliente que cae sobre tu cuerpo es
acompañada por una embestida rápida y brutal. Gritas de dolor pero tus
contracciones horadan mi polla. Tus pezones arden, pero te gusta el juego, tu
mente transforma el dolor en placer, lubricas con mi brusquedad. Y ahí viene,
gimes más y más fuerte, y por fin te inunda el orgasmo de sinapsis rotas.
Bien. Descansa un poco, mi pequeña flor destripada. Esto no ha hecho nada más que empezar.
Bien. Descansa un poco, mi pequeña flor destripada. Esto no ha hecho nada más que empezar.
Quemo tus cartas, y es como besar, con las venas llenas de barro, el recuerdo de tus pisadas sobre el asfalto de mi necesidad.
Me llamo Carlos, trabajo de noche
como encargado de aparcamiento cerca de una discoteca. Los fines de semana
tengo que aguantar muchas idioteces de la gentuza que sale de fiesta pero en
general es un trabajo tranquilo. Soy un romántico. Mi ulcera también. Tengo
pocos amigos, todos ya casados y con hijos, la vida más o menos encauzada. Me
deprime quedar con ellos, yo solo he tenido una relación que haya durado más de
un año, hace ya bastante tiempo. Ha habido otras cosas, pero han sido más bien
pequeñas intentonas sentimentales que no han acabado demasiado bien. Reconozco
que no hay demasiada épica en mi vida.
Comencé con el blog porque la
jornada laboral se me hacía eterna, necesitaba un divertimento, luchar contra
las ojeras del alma, deshilachar mis ansiedades. Es un mundo más sencillo en el
que jugar. Leer a Benedetti, plagiarle sutilmente y esperar. Al día siguiente
esas mezcolanzas de suspiros y desvelos románticos regurgitados surten efecto y
empiezo a recibir tórridos correos de mi cohorte de admiradoras. Una vez quedé
con una de ellas. Pero la cita fue un desastre: estaba decepcionada y no podía
disimularlo. Supongo que esperaba a otra persona, alguien más joven, mejor
vestido, con una voz más poderosa, más alto. Quién sabe. Supongo que en su
fantasía yo era el típico macho alfa acostumbrado a doblegar una falda airada
con apenas dos gestos displicentes. Pero no soy así, si lo fuera no golpearía
el teclado con esa rabia, con esa frustración. No he vuelto a quedar con nadie
más.
También pienso
mucho en mi vecina. Me gustaría escribir sobre ella pero algo me echa para
atrás. Es una mujer tan atractiva: alta, esbelta, pelo castaño cubriéndole
media espalda, un cuerpo increíble. Me llama mucho la atención que siempre
lleva algo rojo; a veces es una cinta para el pelo, la falda, un cinturón, una
pulsera, el maquillaje... Estoy seguro de que también predomina ese color en su
lencería, en sus cajones de ropa interior. Coincidimos al tomar el ascensor, de
madrugada, justo cuando vuelvo del trabajo. Pero ella parece que viene de un
mundo diferente, con sus tacones exhaustos, el pelo revuelto y los ojos
inermes. No sé, es todo muy extraño, ni siquiera hablamos, solo nos miramos
durante unos segundos como en un espejo en el que no terminásemos de
reconocernos. A veces pasan semanas sin que la vea y en otras ocasiones
coincidimos durante días. Creo que me he enamorado, y me resulta una idea tan ridícula
que debe de ser verdad.
Volviendo al tema del blog, ¿acaso
me puedo quejar? Es una simple proyección de la realidad: estamos inmersos en
un supermercado de carne, somos máquinas de follar defectuosos que intentan
respetar la fecha de caducidad de unos sentimientos que solo sirven como
anzuelo a un reloj hormonal. Sueno demasiado cínico, pero no creo estar
equivocado. En cualquier caso ahora mismo solo hablo con Erin. Me gusta porque
es real, honesta, no hay sublimación ni artificio en la forma en la que
escribe. Además tenemos muchas cosas en común: los dos sobrevivimos con escaso
éxito a las vicisitudes de la vida. Su problema concreto es que está enamorada
de alguien cercano pero ni siquiera se atreve a hablar con él, tiene un miedo
fóbico al rechazo. Nunca hemos hablado de quedar o vernos en persona. Reconozco
que me gustaría pero, ¿para qué? Nos va bien así, me conformo tal y como están
las cosas. Somos tan antisociales que si no fuera por el trabajo solo nos
relacionaríamos con el mundo exterior a través de una pantalla de ordenador.
Pero ahora mismo su charla tampoco ayuda
demasiado. Me estoy convirtiendo en un amargado, en un misántropo, la
frustración convierte las borracheras después del trabajo en algo habitual. Ya
no hay poesía en lo que escribo, más bien misoginia barata. Ellas pueden
elegir, ¿por qué yo no? El blog deja de divertirme y decido borrarlo, cortar
toda relación por correo y empezar a recorrer las alcantarillas de la vida
real. No me va demasiado bien, soy despedazado por balas con falda que besan el
hueso y violan la carne, y con misérrima dignidad lo único que se me ocurre es faltar
cada vez más al trabajo y brindar por el festín ajeno una y otra vez hasta que
la noche termina.
Una de esas noches vuelvo borracho,
con el alma aguada por las malas experiencias. Estoy al límite, me tambaleo
frente a la escalera y finalmente me rindo y me dejo caer. Y es así como la
tragedia se abate sobre mí: un sonido, mi vecina, zapatos rojos de aguja
disolviéndose tras ella. Se asusta al verme y no puede evitar que aparezca en su
cara una mueca de desprecio. En ese momento algo se rompe en mi interior y todo
el resentimiento explota: me levanto con furia, la empujo contra la pared y
empiezo a meterle mano. Ella se resiste pero no me detengo. Palabras sucias
muerden mi aliento, la tiro al suelo y caigo sobre ella, empiezo a desnudarla,
destrozo su blusa, le subo la falda, mis manos atenazan su cuerpo con
agresividad. Pero algo me detiene: no, no puedo hacerlo, así no. Me incorporo
cómo puedo y balbuceo unas palabras de disculpa. Ella se levanta lentamente, un
llanto seco le atraviesa la cara. Recompone su ropa, se queda unos instantes
eternos delante de mí, mirándome fijamente como si fuera un insecto, una grieta
en la pared, y así, sin más, se da la vuelta y sube en el ascensor sin decir
nada.
Pasan unos
días. Pregunto a los vecinos por ella. Se ha mudado. Nadie sabe dónde. Quiero
encontrarla. Disculparme de nuevo, acompañarla a la comisaria para que me
denuncie. Pasa una semana. No me llega ninguna notificación. Me obsesiono. Dejo
de comer. No consigo olvidar esa mirada. Me doy asco a mí mismo. Soy una
mierda. Un monstruo. No consigo trabajar. Pido una excedencia. No salgo de
casa, no quiero hablar ni ver a nadie. Ni siquiera miro el correo. Pasan tres
meses. Mi familia me llama alguna vez pero ya ni siquiera me molesto en
disimular. Han pasado cuatro meses cuando recibo una llamada de Erin. Es la
primera vez que me llama, que escucho su voz, la tenía preocupada. No le cuento
nada, solo que estoy deprimido. Pasan unos días y en un extraño impulso decido
devolverle la llamada. La conversación fluye. Le pregunto qué tal le va. Se ríe
con amargura y me confiesa que está destrozada, su historia no terminó muy bien
y ahora tiene miedo a enamorarse de nuevo. Sentimos una empatía inmediata por
el dolor del otro y no ahondamos en los detalles. Pasa el tiempo, hay más risas
y menos dolor en las conversaciones. Empezamos a hablar más a menudo, casi a
diario, algo empieza a despertar entre nuestras soledades, algo que busca ser
correspondido. Sin embargo no nos atrevemos aún a dar el paso. Solo llamadas, ni
fotos, ni Skype. Resulta absurdo y dos meses después de su primera llamada me
lanzo: Erin, vamos, no podemos alargarlo más, quedemos. Hay un silencio
larguísimo al otro lado del teléfono hasta que una risa nerviosa impulsa la
respuesta: sí, adelante. Veámonos por fin en persona.
Llego diez
minutos antes al restaurante. Me siento y pienso en ella, ¿es posible
enamorarse de otra persona llenado el vacío físico con palabras, con correos
llenos de párrafos sinceros, viscerales, que te excitan, te violentan, que
conectan directamente con el centro de tu ser? ¿Es posible que una voz te haga
temblar, consiga que todos tus sentidos estén atentos a cada matiz, a cada
inflexión? Sonrío: sí, es posible.
Justo en ese momento escucho con total claridad, por encima del ruido del restaurante, unos tacones acercándose al reservado. Y en esos dos segundos antes de que todo el futuro se desvanezca en un estertor rojo, tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz.
Justo en ese momento escucho con total claridad, por encima del ruido del restaurante, unos tacones acercándose al reservado. Y en esos dos segundos antes de que todo el futuro se desvanezca en un estertor rojo, tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz.
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