viernes, 18 de abril de 2014

Cambié mis manos por garfios, pero las estrellas son difíciles de arrancar y los años secaron mi almohada.

Me falta energía vital para escribir. Mi musa se muere de frío. La fatalidad es tan natural como la belleza, y mucho más justa. Los decadentes no conmueven, sólo son un derrumbe en precario equilibrio.

Todo es una trampa. Una jaula oxidada. La ambición como único pasaporte. Pero no quiero guantes de látex. Quiero la herida. La sangre. La bilis. Zozobra. Cainismo neuronal. Necesito un alud carnal. El amor es agua y la sed se transforma en mar. Hasta que la saliva de tus besos se vuelva improcedente.

Los centros comerciales están llenos de almas nuevas con dos años de garantía. Reza de rodillas al dios del dinero mientras recibes diez latigazos de tiempo perdido. El viento se estanca en nuestros cerebros. Madrid. Cerveza fría. Labios resecos de pornografía. Vivir a mordiscos con arena en los ojos. Bailar encima de la cama. Vomitar las instrucciones de uso de la vida sin salpicarte los zapatos. Límpiate la sonrisa. Ven. Ven. Ven.

Sylvia Plath merece una mejor traducción. Gabriel García Márquez ha muerto. La vida sigue adelante con sus pequeños naufragios. Los pulmones se desgarran por no gritar. Una flor descubriendo el Hades con los pétalos manchados de. Intentar encajar mi polla dentro de tu zapato de papel. Abrirte de piernas y lamer tus defectos ante el ojo cojo de la realidad. Boca de anzuelo de sangre. Árbol de huesos. Cornisa de carne. Fotografía obscena de un sueño donde los poemas mueren en una orgía de palabras y tinta. Me dijeron de pequeño que no permitiera que floreciera el miedo. Pero el miedo creció dentro de mí y formó parte de mis huesos y mi mirada. Me convirtió en un adorno floral con síndrome de Diógenes emocional.

Tampoco importa demasiado. No hay forma segura de traducir el oleaje. Los puntos suspensivos claman venganza e intentan derretir con éxito las alas de todos los poetas. Espaldas ensangrentadas. Manos como garras intentando meter los sueños en sus jaulas. Poesía confesional. Como si tus huesos fueran muletas y la lluvia un telegrama de despedida. Las mujeres nacen de nuevo cuando el jinete cabalga dentro de su boca. Luego duermen con el clítoris dolorido. Y al despertar, en medio de su fría cama, sólo encuentran palabras.

Y ni siquiera son las mías.

Get Lucky by Scott Bradlee & Postmodern Jukebox on Grooveshark Apache by Incredible Bongo Band on Grooveshark

jueves, 10 de abril de 2014

Escribir.

Escribir es desahogarse. Intentar desenvolver la metáfora, sacarnos la polla cerebral y masturbarnos una y otra vez hasta llegar a algo que parezca vivo. El proceso creativo es una trampa en sí mismo. En mi caso cojo un paquete de cervezas -o una botella de vino- y espero a la madrugada. El motivo es simple: no quiero que nadie me moleste, no quiero interrupciones. Busco el desasimiento de la realidad. El teclado cuando fluye es mejor que cualquier droga.

Ya tenemos el escenario. Estamos ahí, en la oscuridad y el silencio. Mi rutina es beber una o dos cervezas. Bukowski es una aberración estadística pero el alcohol funciona. Te libera. Hace que todo varíe su importancia, al menos al principio. Si todos fuéramos visceralmente racionales nadie escribiría poesía. No busco tema. Quiero divertirme, sorprenderme, ser mi propio público. El aplauso es el enemigo. Pero todavía queda por delante media hora de esfuerzo titánico. Siempre hay que esforzarse, somos demasiado perezosos para que las cosas fluyan sin más, nuestro cerebro está atrofiado tras cientos de horas muertas. Hay que conseguir reanimarlo, dejar de tartamudear delante de la página. Hay que lanzarse hacia delante y encontrar la inercia. No hay reglas en este momento. Da igual si transitas lugares comunes. Si hay más pornografía que realidad. Si el texto enferma por tus maniqueísmos. Lo importante es encontrar un estilo propio. La belleza vendrá después. Sigues y sigues hasta agotarte. Hasta que el texto vampiriza todo lo que ofreces. Quizás sea un párrafo, o varías páginas, prosa o poesía, no importa.

Ya lo tienes. Te sientes orgulloso. Pero aún no deberías. Ahora viene la parte de releer y corregir. A mí esta parte me agrada, veo piezas de un puzzle que hay que ordenar. Normalmente me sobran la mitad. Hay que quitar ideas redundantes, adverbios, acortar frases, combinar metáforas. Un estilo recargado. Es la forma que tengo, que cada uno busque la suya propia. Corregir es algo indispensable: la literatura tiene algo de ciencia exacta, hay que saber sus reglas ortográficas. Por mucho que tu vómito de palabras sea honesto, si está mal escrito es una falta de educación hacia el lector, que desconecta del texto y es incapaz de disfrutarlo. Es como si estuvieras echando un polvo y alguien llamase a la puerta. Se arruina. No es una cuestión de elitismo, el lenguaje requiere un respeto. Y no importa si el contexto es Blogger, Twitter o cualquier denostada red social.

Ya tenemos el texto. Lo hemos releído y corregido. Hemos disfrutado del proceso. Lanzamos la botella al mar. Ahora algunos masajean la etiqueta de escritor, buscan cierta reacción asociada a la notoriedad. Bien. Puedo entenderlo. Todos tenemos cierta ansiedad de vocación subdesarrollada en nuestro interior. Para mí escribir se basa más bien en sobrevivir rodeado de horas muertas. Necesitar contar algo, desahogarse. La vida es un asco y sólo queda el suicidio o el arte. Lo demás no me importa.

Y como prueba de ello lo dejo aquí. Me he quedado sin cerveza y me veo obligado a salir de nuevo a la calle y sonreír a los ruiseñores de caos.

Scentless Apprentice by Nirvana on Grooveshark

Te imagino a veces masturbándote, mezclando el vicio y la poesía entre tus dedos. Me gustaría estar ahí y recitar un poema de Pizarnik en voz alta.

Vuelvo a violarte la boca, encuentro mágico entre nuestras ansiedades, con ese eco de succión que tanto nos excita. Calor. Saliva. Carne rozando tu garganta sin que la náusea se materialice. Estás totalmente entregada, asumiendo el ritmo como algo natural, innato. Podría darte un par de bofetadas, pequeños latigazos de amor, pero prefiero trascender adorando tu cuerpo de viciosa pulcritud.

Rescoldo animal. Descargo brutalmente mi amor blanco y tragas satisfecha. Tu sumisión me excita y empiezo a comerte el coño. Gestos de bella familiaridad. Fricción. Lengua. Labios devorando Labios. Te dilatas de forma obscena. Tu coño es la antítesis de la muerte. Vida. Placer desbrozado. Un espejismo donde escribo, como en el filo de una navaja, frases de amor perverso. Cómo un pianista de burdel, ajeno a todo excepto al juego de las teclas. Cómo la risa lucida desde las atalayas del manicomio. Cómo un truco de magia sin sacrificio. Mi lengua es un arpa eólica que musicaliza nuestros sentimientos. Podríamos columpiarnos con medio cuerpo fuera de la ventana, mirar al suelo y reírnos de lo fácil que resultaría todo.

Penetro la prieta grieta de tus cicatrices. Te muerdo y hago sangrar las sabanas. Eres un alfeizar de lluvia y carne. Un corazón de viento sin piedras en los bolsillos. Un chupito de tequila dentro de una jarra de cerveza a las dos de la madrugada. Necesito pudrirme a tu lado. Beber de ti y ser libre. Escribir la palabra amor sin faltas de ortografía. No necesitas medir el paso del tiempo con muescas y heridas: estoy contigo. Eres preciosa. Perfecta. Única. 

Te quiero. No me hagas repetirlo.

Far From Any Road by The Handsome Family on Grooveshark

martes, 8 de abril de 2014

El infierno es un lugar solitario.

El martes es mi único día libre de la semana. Soy un esclavo legal. Tengo que pagar facturas, comida y alquiler. Está todo consensuado. Voy al trabajo y siento la primavera de mi decrepitud. Soy una errata del tiempo. Una religión muda. No sólo es el trabajo: es la energía perdida en tareas estériles. La gente es extraña: se enfada por las cosas más triviales pero luego no reaccionan ante el adocenamiento, ante la destrucción de su tiempo y su vida. Calculad cuántas horas libres, de puro ocio y/o soledad, tenéis al día, sin obligaciones… ¿una hora, dos? Sois unos esclavos. Como yo. O quizás no. Un decadente carece de sentido del humor y transforma sus tragedias personales en estadísticas ridículas.

Tampoco tengo fe. Soy humanista. Miro al espejo para intentar contestar a las grandes preguntas. La gente que prefiere mirar al cielo e inscribirse en una secta para no tener que cuestionarse nada y así administrar sus miedos me produce rechazo. Dudo de su inteligencia, al igual que lo haría con un votante del PP. Qué soledad la de Dios cuando todos aspiremos a una ideológica que se base sólo en la reflexión y la ciencia.

Pero eso no importa demasiado. Vivimos atrapados en el capitalismo más atroz. El dinero es el nuevo dios. Consumir como vía de escape, como nueva vocación, como ambiciosa finalidad. Nuestra singularidad mental vendida al mejor postor. El neoliberalismo preñando una sociedad clasista e injusta. Sobrevivir. El legado deja de tener importancia. Somos números con cuentas bancarias. Código genético cada vez más deteriorado. No hay arte, no hay ideales. Sólo miedo a la soledad. Cioran, Unamuno, y en última instancia Bukowski, lo explicaron mejor que yo.

El problema con la bebida es que la euforia no dura demasiado. Soy un alcohólico disciplinado, pero a las dos horas las risas zigzaguean en mi interior como en un panel de cuchillas oxidadas. Debería de hablar de otras cosas más divertidas, las de siempre, ya sabéis: sexo duro, nostalgia, amores de color azul escarlata. O de felaciones. El recuerdo de su lengua besándome los cojones. La mayoría de las mujeres son engañadas por la palabra, por las lisonjas de una casta de poetas carroñeros cuyos ripios nacen de la tirantez de su entrepierna. Pero no hay nada malo en ello, habría que hacer de la necesidad virtud y pensar que la demostración de amor más palpable, honesta y real es nuestra virilidad enhiesta golpeando vuestras mejillas. Despertad: nuestra erección os embellece más allá de cualquier canon de belleza estacionario.

A veces creo que la única solución al existencialismo desolador es echar un buen polvo. Estamos demasiado reprimidos, ajenos a nuestro propio cuerpo, incluso el orgasmo parece una coreografía. Tenemos que dejarnos llevar. Desnudarnos de verdad. Transformarnos en putas. Romper las reglas. Encender la luz y huir de lo mundano. Tocar. Arañar la carne. Ser libres.

Aunque la falta de modestia no suele tener un público paciente he de decir que soy un buen amante. Ellas siempre vuelven. Hablan. Se desnudan. Después del orgasmo vuelve su escepticismo, las críticas a mi falta de ambición. Incluso esa tenue preocupación por mi futuro inmediato. Pero en cuanto a lo de antes… no hay demasiado misterio: mi lenguaje se folla tu feminismo. Te golpeo con un romanticismo que tiene forma de fusta y bofetada. Empujo con la lengua mi misoginia en lo más profundo de tu coño. Me masturbo con tu cuerpo y luego te acuno entre mis brazos.

Pero ahora estoy solo
No hay guerra ni ejército invasor
No hay ropa interior tirada sobre la cama
Sólo el silencio gris de una habitación
Que todavía huele a tu recuerdo
My Favorite Things by John Coltrane on Grooveshark

jueves, 3 de abril de 2014

¿Dónde está mi cerveza?

La idiotez siempre me ha supurado. Aún recuerdo ese año y medio que me dio por estudiar Filosofía, como pasé la mayor parte del tiempo en la cafetería, mirando el escote a una de las camareras entre chupitos de vodka y cervezas. Intentando engañar a todo el mundo con el libro de Cioran y los de Henry Miller. Y aquel enorme tocho de Schopenhauer. Pero no, a mí lo que realmente me interesaba era esa camarera. Tenía en mi cabeza cientos de formas de follármela. Pero bueno, era de los tímidos, incapaz de mirarla a la cara.

Fue una época extraña. Tenía aquel piso de alquiler que me pagaba una familia desaparecida, un trabajo de media jornada de reponedor y dos o tres amigos alcohólicos y drogadictos que pensaban que la vida se reducía a gastarse en un fin de semana toda la nómina. Invitar a las chicas a cocaína. Ver como subían sus faldas con una sonrisa. Hablar de Wilde y de Camus y echarme a reír, porque Bukowski tenía razón en todo, a pesar de ser una aberración estadística, ¿qué importaba el pensamiento? Nada tenía mucho sentido.

Éramos las putas del caos. No hablábamos de ello pero todos sabíamos que la vida era una concatenación de dolor, decepciones y frustraciones. No queríamos asustar a Peter Punk con la luz. Ya nos obligarían las circunstancias a hacerlo. Mientras tanto seguiríamos huyendo del dolor.

Con respecto a las mujeres tendía a la misoginia por puro pragmatismo. Me conocía lo suficiente para saber que implicarme con ellas sólo me provocaría dolor. Pero fue algo irremediable tropezar con Marta. Adorable. Ajena. Jodida. Infame. Estúpida. Genial. Se comportaba como si el crisol de su pasión se alimentara de una bipolaridad que parecía más vocación que enfermedad. Reía mientras daba la vuelta al colchón de la realidad y te enseñaba –y compartía- la mancha de sangre que había al otro lado y que nadie excepto ella era capaz de ver. Había perversión en su romanticismo. Había cortes en los antebrazos. Y misterios. Y fe impostada. Y gusanos hambrientos. Y ese recuerdo frío e incomodo cuando me exigió amor a gritos en el cementerio de Alcobendas.

Si el amor no fuera una perogrullada, un invento de trovadores resentidos, si el concepto del amor se tuviera un poco de respeto a sí mismo recordaría a Marta, por encima de cualquier otra cosa, por sus silencios displicentes, por la languidez que mostraba en cada uno de sus gestos, por su cinismo cruel, por el color de sus ojos después el orgasmo, por las cicatrices en forma de secuelas, letras y música. Pero la realidad es que el recuerdo más importante que tengo de ella son sus perfectas felaciones: esa forma que tenía de adorar mi polla entre sus labios, de introducírsela con devoción en la boca, cómo jugaba con ella, mientras me acariciaba los cojones, el culo, la espalda. Con esa experiencia que me resultaba inédita y extraña en una chica de apenas dieciocho años. Con generosidad, morbo mutuo, mirándome a los ojos mientras me corría. Luego se alzaba y me besaba con fiereza, mi estertor blanco todavía en su boca, el sabor de nuestros hijos no-natos mezclándose con cierto poso de esperanza que la vida todavía no se había encargado de destruir.

El sacrificio parecía eterno y viable.

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martes, 1 de abril de 2014

Si te quisiera más hablaríamos de canibalismo –me dijo ella. Y me sentí como una mosca que se acerca demasiado a la bombilla y cae fulminada.

Como en otras ocasiones te arrodillas ante mí y te ofreces. Alargo la mano hacia la mesilla, hacía el vaso, hacia el malditismo del nunca jamás, hacia esa disciplina del borracho y su necesidad de grito sordo. Un trago largo. Nos inmolamos dentro de una fábrica, de una oficina, ¿para esto? No lo sé, siempre he sido el payaso, el torpe, el que llegaba siempre tarde a su propia vida. Pero, ¿qué importa? Mereces mi erección. Mereces que mi polla entre en tu cuerpo como un puto ejército invasor dispuesto a violar tus escrúpulos. Sin banderas blancas, sin capitulaciones. Hay que provocar una masacre, dejar un recuerdo imborrable, un milagro de aristas y otoños.

Porque quieres ser musa. Y vienes, como en otras ocasiones, con la mirada emputecida de diosa. Con falda escasa y ropa interior a juego. Subiendo y bajando por mi polla con esa boca de maquillado frenesí. Una boca que es el corazón vivo del mundo. Tú, que arqueas la espalda hermosa en tu entrega, que eres como una canción de Nacho Vegas, como un aplauso en un museo cerrado. Tú… que a pesar de todo ello, no consigues que se me ponga DURA.

Me miras con impaciencia. Pero sigues. Tu ropa interior se despliega sobre la cama como un animal herido. Pero todo es fútil. Nada funciona. La música se agrieta. Los perros ladran cuchillos. Las maquinas deciden nuestro destino. Los halcones son destripados por los cuervos. El cementerio de elefantes se convierte en el centro comercial de los ejércitos que han pisoteado nuestros sueños de singularidad. Hemos perdido la belleza, hemos sido asesinados por la normalidad.

Y me gustaría deshacerme de mi vulgaridad. Sacar las cuerdas. Dibujar hematomas en tu piel con cada azote. Deslizarme por el carmín de tus labios. Desgarrar tus bragas y utilizarlas para ahogar tus gemidos. Morderte los pezones mientras te miro a los ojos. No dejar que los recuerdos hagan trampa. Los dos sabemos, o antes creíamos saber, cómo perdernos el respeto en la cama. Cómo follarnos el corazón y ensuciarnos entre cuchillas de afeitar, charcos de semen y bombillas a punto de explotar. Sin embargo, ahora lo único que nos folla es el silencio. El único golpe es tu atroz portazo de despedida. El único juego posible: seguir vivo.

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