miércoles, 31 de julio de 2019

Reseña: Primera temporada ‘The Boys’

Al igual que en el cómic original de ‘The Boys’, la serie plantea el siguiente escenario: un mundo poblado por superhéroes reales cuya explotación de derechos de imagen está en manos de un gigante empresarial llamado Vought American. Esta empresa se dedica a comercializar muñecos, cómics, series y películas basadas en estas celebridades. Y cuando uno de ellos hace alguna barbaridad o algo que podría poner en peligro su marca, Vought se encarga de taparlo. Sirva como ejemplo el caso de Hugh Campbell (Jack Quaid), cuya novia Robin (Jess Salgueiro) muere arrollada por A-Tren (Jessie T. Usher), un popular superhéroe velocista similar a Flash. La empresa intenta cubrir el suceso de todas las maneras posibles, encubriendo la negligencia del héroe. Esto hace que Hugh quiera venganza y atraiga la atención del misterioso Carnicero (Karl Urban), que busca la manera de acabar con Vought y con sus prodigiosos protegidos.

Si te gusta el cómic y eres un purista -como yo- lo más seguro es que te vayas a llevar una decepción. Como hicieran con Preacher (otra fantástico cómic de Ennis llevada a serie también por Evan Goldberg y Seth Rogen), sus creadores han remezclado los arcos argumentales, cambiando la continuidad, el carácter y la implicación de los personajes. Pero en donde la serie de Predicador mantuvo algún atractivo, esta no acaba de cuajar ni como adaptación. ‘The Boys’ es un cómic de espías y un thriller, y, al cambiar ciertos eventos, ejes y personalidades, encontramos una serie con un enfoque opuesto, hacia la acción y la comedia negra. Además, ciertos recursos claves y giros argumentales importantes desmerecen mucho y están muy mal aprovechados y abordados.

Sin embargo, para los que os importa un bledo el cómic, tras el cierre de las primeras temporadas de ‘La Patrulla Condenada’ de HBO y The ‘Umbrella Academy’ de Netflix -y la cancelación de ‘Clase Letal’-, la primera temporada de ‘The Boys’ con solo ocho capítulos se postula como un oasis en mitad del desierto para los ávidos seriéfilos. Sin ser tan fresca o atrevida como las series antes mencionadas dará a un público no especializado todo lo que necesita, gracias a un enorme presupuesto que nos deparará CGI muy convincentes y espectaculares, sobre todo cuando los superhéroes hacen uso de sus poderes.

Además tenemos a un reparto bien aprovechado -salvo el pobre Jack Quaid, cuyo personaje no acaba de estar ni bien escrito-, disfrutaremos de una localización de escenarios bastante óptima, y una entretenida variedad de temas: acoso sexual en el trabajo, el mal uso de redes sociales, la sobreexplotación y saturación del mercado con productos de superhéroes, el racismo simbólico y la xenofobia, la política militar de EEUU, y una exploración de los particulares ‘problemas’ de los superhéroes al enfrentarse a una sociedad que necesita mesías, y cuya fascinación morbosa les persigue allá donde vayan.

En resumen, ‘The Boys’ juega con elementos cómodos de polémica, lo suficientemente atrevidos para que el espectador se sienta cómplice y se sorprenda. Una serie muy disfrutable, sobre todo si no has leído el cómic. Aquí dejo un enlace a Torrent, por si queréis descargarlos.

viernes, 26 de julio de 2019

El tiempo es una nomina en el banco de la nostalgia; recordar un préstamo infructuoso.

            Durante mi adolescencia comencé a tener prejuicios hacia la gente normal, quizás porque sentía que ellos también los tenían conmigo. Solo buscaba la compañía de los locos, los marginales, las personas rotas cuyas aristas espantaban a toda la gente sensata. Cuando trataba con el resto ocultaba mi mundo interior y orquestaba un teatro de espejos y hambre. Su otredad me provoca ansiedad de ortigas, no conseguía acostumbrarme, me sentía obligado a resguardarme en una misantropía cada vez más feroz. Al no intimar con nadie todo se lo daba a mi soledad y así fue como, poco a poco, se creó la urgencia de escribir, de relatar todas las sombras de mi mundo interior. Fue así como descubrí que todos los recuerdos traumáticos que se volvían mucho más patológicos reflejados en los ojos de los demás, al escribirlos y envolverlos en metáforas, poesía e historias decadentes, se abrían paso hacía mi interior con un desahogo inesperado que me dejaba exhausto pero feliz.

La escritura sigue siendo mi verdad, y el exterior solo una mundana fachada inane. No importa que aparezcan en mi vida héroes, comediantes o aves de paso, todavía no he aprendido a intimar. En el fondo sigo sintiendo que nadie querrá cogerme de la mano cuando mire al abismo, que nadie podrá acogerme y darme alas, que si amo a una mujer, esa mujer devorará mi corazón y será muerte. Que mi destino es estar solo, porque todos los demás ya tienen un número y un lugar asignado en la fila. Y esa fila larga, infinita, pantagruélica, representa todo el sonambulismo y abotargamiento de una sociedad homogénea y gris que señala con el dedo a quien no vende su tiempo y su salud al precio exigido. Prefiero ser el vagabundo, el lobo solitario, el extranjero, la atmósfera decadente, la cotidianidad de la gotera de sangre, el vino entre tus piernas, la hoguera voluptuosa en tu piel, el soborno del poema, la risa de los ingobernables.

*****

         Una noche, pensando y escribiendo sobre chorradas intrascendentes en este blog, me percaté, como una vulgar epifanía, que ya no quería a mí pareja, y que solo estaba con ella porque no quería estar solo. Eso me hizo pensar en la proyección del deseo y de los sentimientos como un beneficio, en lo egoístas que somos cuando no estamos dominados por la pasión, y renqueamos sin fuerza en manos de la rutina, la inercia y los besos al aire.

          Me deprimieron mis propias incoherencias, escribiendo e idolatrando tan a menudo la ternura y poética de los gestos cotidianos entre los amantes. Que demoledoras son esas dudas que se crean sobre nuestros propios sentimientos cuando el deseo proyectado recibe una carencia; cuando esa carencia activa el dolor; cuando la frustración del ego saquea y roba todo lo que fue bello, lo que fue amor, lo que no se ajustó a ese deseo proyectado. Y la duda racional del beneficio frustrado destruye también los poemas, deja heridas de muerte todas las emociones, las fotos y los recuerdos. El amor debería de ser otra cosa, nos debería obligar a entender desde el principio que el amante no tiene que responder a nuestros abismos. Que, en realidad, no tiene nada que darnos, que hay que enfrentarnos a solas a nuestra hambre existencial, no convertirla en una brecha que tatuar sobre el amante. La mayor parte de la gente usa al amor para narcotizarse, en vez de usarlo para comprender su propia naturaleza y llegar al desapego. Y al exteriorizar sobre el amante lo que debe ser interiorizado hacia el beso de la nada, se genera sufrimiento e insatisfacción. Se culpa al otro de la infelicidad, pero esta solo es síntoma de nuestra falta de trascendencia. El amor no cura nada de eso, solo te distrae, te anestesia, te droga y, finalmente, te expulsa.

Tres meses después llegó la ruptura; aséptica, desapasionada, justa e insatisfactoria en su frialdad. Nos abandonamos como se abandonan unos zapatos viejos, con gesto cansino y práctico. Y ahora, un par de años después, heme aquí, recordando ciertos gestos de ternura con nostalgia, como si el pasado pudiera recrearse con una elegancia que no nos pudimos permitir en aquel entonces; como si la literatura fuera una excusa para dibujar arpegios de poesía sobre el papel e idolatrar para siempre ciertos instantes que, a pesar incluso de nosotros mismos, impregnaron de trascendencia los latidos de nuestras caricias. Quizás nunca fuimos un error, tal vez, simplemente, al dejar de escribir nuestra historia nos rendimos a lo mundano, nos volvimos como los demás; y en ese contexto, sin tinta ni metáforas, era imposible que pudiéramos sobrevivir.


jueves, 25 de julio de 2019

Reseña: Libro ‘Metafísica Del Amor / Metafísica De La Muerte’, de Arthur Schopenhauer

Metafísica Del Amor

"La intensidad del amor crece conforme se individualiza (…) Mientras más subjetivo, más único una pareja sienta su romance, más real parece volverse, pero: si todos nos enamoramos, ¿por qué creer que el propio es mejor, más especial, más verdadero?. El fin de toda empresa amorosa, lo mismo si se inclina a lo trágico o a lo cómico, es la composición de la próxima generación."

 Schopenhauer afirma que detrás de nuestra voluntad individual se esconde la voluntad de la especie, que es, simplemente, perpetuarse. El amor es una trampa de la naturaleza, un maquillaje superficial, y esta voluntad se manifiesta en toda su salvaje obstinación en el acto sexual, que a su vez se camufla en las sensaciones del amor sentimental. Schopenhauer concibe la vida como una tragedia -el final es siempre la muerte, y el dolor y el hastío predominan sobre los breves momentos de placer-; por ello - según el filósofo- el acto sexual es una traición de los amantes al hijo que vendrá, porque implica dar continuidad a la cadena de la vida, es decir, al dolor. "En el entrecruzamiento de sus miradas preñadas de deseos enciéndese ya una vida nueva", dice sobre el romance, pero, ¿por qué, si el fin es reproducirse, algo que podría hacer casi con cualquiera, uno sólo se enamora de una persona? "Como no hay dos seres semejantes en absoluto, cada hombre debe buscar en cierta mujer las cualidades que mejor correspondan a sus cualidades propias, siempre desde el punto de vista de los hijos por nacer", explica.

Ese amor es el que nos lleva a elegir una pareja que contenga las características complementarias a las propias para, de ese modo, tener hijos más bellos, más fuertes, más sanos. "La apasionada búsqueda de la belleza, el precio que se le concede, la selección que en ello se pone, no concierne, pues, al interés personal de quien elige, aun cuando así se lo figure él, sino evidentemente al interés del ser futuro, en el que importa mantener lo más posible íntegro y puro el tipo de la especie". Así, este instinto, como en todos los demás, la verdad se disfraza de ilusión para influir en la voluntad, e incluso el hombre que siente horror por tener descendencia actúa con esa finalidad sin percatarse de ello. “Sólo la especie se aprovecha de la satisfacción de ese deseo”; o como señala Platón: “El placer es lo más charlatán de todo”.

Metafísica de la muerte

Schopenhauer señala que la individualidad de la mayoría de los hombres es tan miserable e insignificante que nada pierden con la muerte. Por ello, exigir la inmortalidad del individuo es querer perpetuar un error hasta el infinito: “Toda individualidad es un error especial, una equivocación, algo que no debiera existir; y el verdadero objetivo de la vida es librarnos de él (…) ¿Dónde se halla el amplio seno de la nada, preñado del mundo, que aún guarda las generaciones venideras? ¿Dónde está esa nada, cuyo abismo temes?".

miércoles, 24 de julio de 2019

Reseña: Libro ‘Los hermosos años del castigo’, de Fleur Jaeggy.

«Pero perseveraba en el placer de llegar hasta el fondo de la tristeza, como en un despecho. El placer del desasosiego. No me resultaba nuevo. Lo apreciaba desde que tenía ocho años, interna en el primer colegio, religioso. Y pensaba que a lo mejor habían sido los años más bellos. Los años del castigo. Hay una exaltación, ligera pero constante, en los años del castigo, en los hermosos años del castigo«.

Los hermosos años del castigo se sitúa en Bausler Institut, un internado femenino del cantón de Appenzell, uno de los más conservadores de Suiza. Allí estudió la protagonista, que evoca desde el presente sus años en el internado. La construcción de la historia va, por tanto, del presente al pasado en dos direcciones que oscilan entre la mujer narradora del presente y la joven del pasado, una muchacha de quince años enclaustrada en un colegio donde se respira una densa atmósfera claustrofóbica de sensualidad inconfesada y demencia. La novela se condensa en sus vivencias en el internado y el profundo impacto que le supuso conocer a una nueva alumna, Frédérique, una hermosa y perfecta compañera de la que se sentirá inmediatamente atraída. Es, en definitiva, el recuerdo de un primer amor que, desde el presente, se observa con nostalgia y melancolía.

«Suena la campana, nos levantamos. Vuelve a sonar la campana, dormimos. Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a través de las ventanas, de los libros, de la alternancia de las estaciones, de los paseos. Siempre es un reflejo, un reflejo que parece relegado a los balcones«.

El argumento funciona como metáfora de varios elementos: la melancolía, la transgresión de las normas, lo disfuncional, la espiritualidad y lo amoral, las desilusiones, las marcas indelebles del desánimo, la imposibilidad de rescatar un pasado que solo existe en la memoria, los abismos personales del nihilismo adolescente. La prosa de esta escritora es, depende de la visión subjetiva de cada lector, un hallazgo o un problema. Es austera y a la vez profundamente incisiva, diseccionando con frases cortas las obsesiones, la soledad y la falta de plenitud de las protagonistas, en ese cautiverio hostil y estéril en el que malgastan sus mejores años. Su estilo, insisto, es de una languidez aterciopelada, naufragando entre la sensibilidad mortecina y una cierta decadencia abúlica.

            Siempre me ha fascinado la complejidad de las relaciones femeninas en la adolescencia, tengo un buen recuerdo de, por ejemplo, Amelie Nothomb en ‘Antichrista’ o incluso Lucia Baskaran en ‘Cuerpos Malditos’. Este libro me ha sabido a poco, como si Fleur Jaeggy hubiera priorizado crear la atmósfera autobiográfica que deseaba, y en ese hermoso juego de palabras hubiera pasado por alto que una novela necesita más elementos para satisfacer a un lector exigente. Detalle también un poco lamentable que no se hayan traducido todas las frases y expresiones en francés que usan las protagonistas. En cualquier caso no dejan de ser 118 páginas que te puedes leer tranquilamente en una tarde.

miércoles, 3 de julio de 2019

Reseña: Libro ‘Epístolas Morales a Lucilio’, de Lucio Anneo Séneca

Las ‘Cartas a Lucilio’, también conocidas como ‘Epístolas Morales a Lucilio’ constituyen una colección de ciento veinticuatro epístolas escritas entre los años 62 y 64, dirigidas al procurador romano Lucilio, del cual no existen rastros historiográficos por lo que algunos académicos se inclinan a sospechar que el intercambio epistolar nunca existió y que Lucilio fue una simple figura de ficción retórica. Escritas cuando Séneca rozaba los sesenta años y tras una azarosa vida pública, muestran el pensamiento de su autor con un estilo claramente tendencioso y vivaz que nos intenta enseñar cómo ha de vivirse según las doctrinas estoicas: sabio es quien se ha despojado de la servidumbre de las pasiones, por lo que la sabiduría y el saber vivir son el camino hacia la felicidad plena y la máxima estabilidad. Esa plenitud vital requiere disciplina y firmeza frente a los pasajero y secundario, por ello el vaciamiento del ego y el desapego material son recurrentes en todo el conjunto de la obra.

Séneca se proponía recoger en estas cartas su propia versión del estoicismo romano y para ello busca la verdad en todos los filósofos; adversario del tecnicismo filosófico, disputa con Sócrates, duda con Carneades, se serena con Epicuro, vence a la naturaleza humana con los estoicos, la rebasa con los cínicos, y procede hacia una concreción personal que puede ser estoica, convertirse en epicúrea y parecer incluso cristiana; pero contrariamente al Cristianismo la doctrina de Séneca no se dirige a la multitud, sino al individuo, hacia su autosuficiencia, autodominio y responsable individualismo.

Decía Thoreau: “Un hombre recibe sólo lo que está preparado para recibir, ya sea física, intelectual o moralmente. Escuchamos y asimilamos sólo lo que ya sabemos a medias. Todo hombre, por tanto, sigue el rastro de sí mismo a través de la vida, en todas sus escuchas, lecturas, observaciones y viajes”. Os recomiendo encarecidamente que afrontéis la lectura de estas cartas, son de una belleza y sabiduría fascinantes y, seguramente, encontraréis una parte olvidada de vosotros mismos en ellas.

He leído dos traducciones diferentes -existen también muchas ediciones-, pero la mejor, sin duda, es la de la ‘Biblioteca Clásica Gredos’, os dejo enlaces en ePub de los dos volúmenes: Epístolas morales a Lucilio I y  Epístolas morales a Lucilio II. Reproduzco a continuación la primera carta, una de las mejores, que trata sobre el valor del tiempo:

Séneca a su Lucilio saluda,
Actúa así, Lucilio, reivindícate a ti mismo y también al tiempo del que hasta ahora fuiste despojado, desposeído o que te fuera escamoteado: reconquístalo y presérvalo.

Convéncete que es tal como lo escribo: el tiempo nos es a veces arrebatado con violencia, otras usurpado, a veces simplemente se evanesce. Ignominiosa es sin embargo tal dilución cuando acontece por pura negligencia.

Presta atención: gran parte de nuestra existencia transcurre o bien mediocremente vivida, o directamente no vivida, o de tal manera vivida que ni siquiera merece llamarse vida.
¿Quién puedes mencionar, capaz de poner un precio al tiempo, de evaluar el día, quién que comprenda que con cada día en parte muere?

En esto justamente nos equivocamos burdamente: en la percepción de la muerte como un acontecimiento sólo del futuro. Gran parte de ella se encuentra ya tras de nosotros: cualquiera de nuestras épocas pasadas, es la muerte quien ya las posee.
Condúcete entonces, Lucilio, como me lo manifiestas en tus escritos: amalgámate con cada una de tus horas, depende menos del mañana para tomar en tus manos el presente. Mientras la diferimos, la vida transcurre.

Todo lo demás, ¡Oh Lucilio! nos es ajeno: sólo el tiempo, objeto tan fugaz como esquivo, es nuestro. Es la única posesión con la que la naturaleza nos invistió. ¡Y sin embargo toleramos a quienquiera desposeernos del mismo!
Pero tanta es la necedad de los mortales, que nos sentimos en deuda frente a aquellos de quienes obtenemos cosas insignificantes y fútiles, sin duda substituibles. Pero nadie a quien se le consagra tiempo se estima estar en deuda, cuando no obstante beneficia del único bien que ni el más agradecido podrá restituir nunca.

Te preguntas quizás lo que conmigo mismo acontece, yo que estos preceptos propugno. Te lo digo sin reparos: si bien vivo entre los fastuosos, soy diligente y llevo debida cuenta de mis gastos. No puedo decir que no pierda nada, pero sea lo que sea que pierda, puedo dar cuenta de su cuantía y de la razón de mi pobreza. Me acontece empero lo que a tantos otros que, sin culpa, cayeron en la indigencia: todos perdonan, nadie socorre.
¿Y entonces qué? No considero pobre aquel de alguna manera es aún capaz de gozar de lo poco que le queda. Pero en cuanto a ti, prefiero que te ocupes de ti mismo y que comiences en buena hora.

En efecto, tal como solían decir nuestros mayores: "extemporáneo es el ahorro cuando ya se tocó fondo". El último resto no sólo es lo mínimo sino también lo peor.
Que sigas bien.