martes, 11 de agosto de 2015

El otro día vislumbré latidos con nombre de hogares detrás de unos hermosos ojos color muerte.

- No estás escribiendo…
- Estoy con mi tren, ¿te gusta? Lo acabo de comprar
- ¿Y desde cuando no escribís nada?
- Desde que estuve de viaje
- Quizás ya no tengas nada que decir, mira aquí te marqué varios trabajos posibles
- No necesito que me busques trabajo, estoy bien así, soy poeta
- ¿Qué oficio es ser poeta? Donde pone aquí: “Se busca poeta, buena remuneración” 

        Vuelvo del trabajo a las dos y media de la madrugada cansado y alienado. Está siendo un verano muy estéril, no hay épica, no hay musa, parece que solo queda sobrevivir y no manchar de vulgaridad los lugares comunes de reposo existencial. Pornografía: aburrida. Alcohol: aburrido. Libros: apatía. Redes sociales: Asco. Me pongo un episodio de “Banshee”, serie violenta, divertida e inteligente. Pero estoy agotado, quizás mañana, ahora toca dormir, dejemos las muescas de transcendencia para otro momento.

        Pero al infierno habitual se añade que mi vecino cani, típico gañan adolescente asiduo a los conatos violentos, tiene novia. Pero ella vive fuera de Madrid por lo que se relacionan a través de Skype. Es bueno que el amor entre en su vida, quizás dulcifique su naturaleza grotesca e inútil, quizás busque trabajo, deje de escuchar reggaetón y comience a levantar libros en vez de pesas. Pero de momento el único cambio son sus balbuceos sentimentales hasta las cinco de la mañana. Su habitación está justo encima de la mía, las ventanas abiertas, y él, insomne por las prosaicas necesidades amorosas, habla y habla sobre lo mucho que la echa de menos, sobre el gimnasio, las fiestas del fin de semana, lo incompetentes que son sus padres, sus pequeñas aventurillas del día a día. Incluso le habla de mí, al parecer tampoco le gusta mi música, pero por lo demás Ok.

        No hay salvación para él, está condenado a la estupidez, quizás matarle sería una buena acción, como acabar con el sufrimiento de un animal atropellado. Pero no hay que ser soberbio, todos caemos alguna vez en las garras de paraísos perdidos, que disfrute de su amor de verano. Así podré escribir un poco más. Beber un poco más. Borrar el miedo, el ruido que hacen las mentiras, esas órbitas cementerio de idearios que no funcionan. Incógnitas, ¿es el odio fácil, el amor imposible y el sexo una estafa? ¿Es la belleza solo una fachada de carne inútil? Escribir es esforzarse en escuchar solo la voz del homicida, ese pájaro que corteja espejismos detrás de mis ojos, mientras intentas sobremorir entre el milagro y el castigo, entre los huecos eternos y la lealtad del viento.