jueves, 23 de noviembre de 2017

Reseña de la película “Liga de la Justicia” (Sin Spoilers)

A veces parece que existe cierta parcialidad a la hora de criticar las películas de Marvel y DC, como si Marvel siempre acertara y DC no supiera superar la sombra de Nolan ni encontrar la manera de agradar tanto a crítica como a público. Y es que para algunos Zack Snyder ha sido un desastre total, es un excelente director para la parte épica, sus escenas de acción a cámara lenta son increíbles, pero convertir a Superman en un nihilista intensito fue un error. Cuando de Batman Vs Superman lo mejor que se puede destacar es el Batman de Ben Affleck –o las cortas escenas de Wonder Woman-, es que algo falla.

Lo curioso de esta película es que aunque Zack Snyder la dejó prácticamente terminada, tuvo que dejar el proyecto debido al suicidio de su hija, siendo reemplazado por Joss Whedon (“Avengers”, “Buffy Cazavampiros”). Los cambios de Whedon, son bastante evidentes, ha querido dejar de lado la trama oscura y adulta que Snyder le quería dar a la película, por algunos toques más humorísticos (fórmula característica de Marvel), usando para ello al personaje de 'Barry Allen/The Flash', que desgrava tanta intensidad con sus comentarios irreverentes y situaciones hilarantes.

Por ello la película entra en una dinámica bastante interesante, si vemos a un personaje soltando diálogos intensos –y de pomposidad ridícula-con una puesta de sol de fondo, ahí tenemos a Snyder. Que de pronto hay cierta tensión sexual, o bromas, o situaciones de amante de los comics, con cameos, y varias escenas después de los créditos estilo Marvel, ahí tenemos a Whedon. Que la película se inicia con escenas estilo Watchmen explicando cómo ha quedado el mundo después de la muerte de Superman: Snyder. Que la película dura apenas dos horas y con un claro dinamismo para dar a todos los personajes su cuota de entidad, muy bien gestionado por ejemplo en la primera de los Vengadores: Whedon. Podría dar más ejemplos pero entraría en claros spoilers que algunos no se esperan. Pero he de añadir que a mí la película me ha ganado precisamente con la parte de Whedon y con esa maravillosa escena post créditos entre Flash y otro personaje…

Naturalmente todo esto tiene ciertos costes: el enemigo final –salido de Legend- tiene tan poco interés y resulta tan insustancial, que ni siquiera la espectacularidad de sus luchas le salvan de tener un final ridículo de serie b. Hay problemas de ritmo, y hay momentos en que el montaje te pasa abruptamente de la grandilocuencia a un par de burdos chistes, y eso no funciona a veces y te saca de la película. Sin embargo The Flash (Ezra Miller) y (Jason Momoa) funcionan muy bien. Miller ya demostró su talento en “Las ventajas de ser un marginado”, y Khal Drogo caracterizado como rey de Atlantis, sin camiseta, lleno de tatuajes y con una melena morena tiene escenas divertidas y macarras.

En resumen: la película es entretenida, no es brillante, pero es mucho mejor que Batman vs Superman y escuadrón Suicida –cosa que tampoco es muy difícil-. Un seis de media si vas con pocas expectativas.

domingo, 19 de noviembre de 2017

El dolor es un comienzo inevitable, y una oportunidad infinita. De hecho crecer es llevar la herida de un lugar a otro hasta hacerla inherente.

Hace décadas cuando aún era niño, vomité a Dios. Luego me quedé tiritando, con los muñones del alma especulando con la herida, el espejismo y la bomba. Ese espacio vacío lo ocupó la inteligencia. Dejé de mirar arriba y empecé a observar esos pasos de cebra interiores donde los poemas dejan su exquisita belleza justo antes de ser atropellados por el fanatismo y la prisa.

Ahora el tejado parece vacío, mis pensamientos se deslizan como cables eléctricos desgastados y sin voltaje, estatuas horizontales, manchas a contraluz, harapos, vestigios impúdicos de un fracaso por la ausencia de ambición. Observo el horizonte: se escucha llegar al invierno. Viene tarde, pero viene, como un esqueleto tambaleándose con su lenguaje secreto de viento y frío. 

No importa. Cierro los ojos, vuelvo a ese lugar que es patria del temblor, donde los charcos piden permiso a la lluvia, las flores tienen vocación de mortaja y los buitres se alimentan de lo que va muriendo en tu interior. Es duro conocer ese lugar, saber que el derrumbe siempre está ahí, esperando, como el picor de pierna amputada que despierta al niño todas las noches, esa ansiedad que fermenta en la oscuridad, paletada de tierra sobre los ojos. Por eso busqué refugio en tus besos.

Pero el tiempo ya había trazado la huella arrugada de la inercia y su látigo apagado. Debería hacer una montaña de recuerdos y pájaros muertos y luego quemarla, hacerla arder, aspirar el humo repleto de hambre. Pero no puedo hacerlo, no soy tú. Tú sabías que la herida siempre hace ruido, un ruido quebradizo, de grieta, de cuchilla contra la piel, de mantis durante el orgasmo, de inmortal muerte prolongada e irreversible. Tú te hiciste mujer en ella. Yo dejé que el tiempo me zarandease como un débil bosquejo que dudaba entre latir o apagarse. Al final tenías razón: las cicatrices demuestran que la piel perdona pero no olvida.

Charles Bukowski - John Dillinger y Le Chasseur Maudit

John Dillinger y Le Chasseur Maudit

Está mal, y no es lo acostumbrado. Pero no me importa.
Veo chicas y me acuerdo de pelos en el lavabo.
Veo chicas y me acuerdo de intestinos.
Y vejigas, y movimientos excretorios.

Está mal también que las campanillas de los heladeros, los bebés, las válvulas de motor, plagióstomos, palmeras, pasos en el corredor… todo me entusiasme con la fría calma de la tumba.
El único alivio es, quizás, saber que hubo otros hombres desesperados:
Dillinger, Rimbaud, Villon, Babyface Nelson, Séneca, Van Gogh.
O mujeres desesperadas: luchadoras, enfermeras, camareras, putas poetisas…
aunque sí creo que el crujir de los cubitos de hielo es importante,
o un ratón husmeando en una lata de cerveza vacía;
dos huecos vacíos mirándose mutuamente,
o el mar nocturno claveteado de manchados barcos, que te penetra la cautelosa membrana del cerebro con sus luces, con sus saladas luces, que te tocan y se marchan, en busca del amor más sólido de una tal India;
o conducir largas distancias sin razón, narcotizado a través de cristales bajados
que te rasgan y agitan la camisa como un pájaro asustado.

Y siempre el semáforo rojo, siempre rojo.
Fuego nocturno, y derrota, derrota…
Escorpiones, chatarra, fardos: ex empleos, ex mujeres, ex rostros, ex vidas.
Beethoven en su tumba más muerto que una remolacha;
carretillas rojas, sí, tal vez; o una carta del infierno firmada por el diablo;
o dos chicos buenos moliéndose a golpes mutuamente
en algún estadio barato lleno de estridente humo.

Pero la mayoría de las veces no me importa, aquí sentado, con la boca llena de dientes cariados, aquí sentado leyendo a Herrick y a Spencer, y a Marvell y a Hopkins y a Bronte (a Emily hoy); y escuchando El hada de mediodía de Dvorak o Le Chausser Maudit de Franck.

En realidad no me importa, y está mal: recibo cartas de un joven poeta (muy joven, parece) diciéndome que algún día se me reconocerá sin duda como uno de los grandes poetas mundiales.

¡Poeta!

Qué malversación: hoy he recorrido al sol las calles de esta ciudad,
sin ver nada, sin aprender nada, sin ser nada, y de regreso a mi habitación,
pasé junto a una vieja que sonreía con una horrible sonrisa; estaba ya muerta.

Y recuerdo cables en todos lados: cables de teléfono, cables eléctricos, cables para rostros eléctricos atrapados como peces de colores en el cristal y sonriendo; y los pájaros se habían ido; a ningún pájaro le gustan los cables, o la sonrisa de los cables.

Y cerré mi puerta (por fin), pero a través de la ventana era igual:
Ha sonado un claxon; alguien se ha reído, han tirado de la cadena
Y, entonces, cosa extraña, pensé en todos los caballos con números
Que se han esfumado frente al griterío; que se han esfumado como Sócrates, como Lorca, como Chatterton…

Supongo que nuestra muerte no importaba demasiado,
Salvo por una cuestión de eliminación, un problema, como tirar la basura
Y aunque he guardado las cartas del joven poeta
No me las creo
Pero, igual que hago con las palmeras enfermas y la puesta de sol, a veces las miro.

jueves, 16 de noviembre de 2017

David Trueba - Tierra de campos (Anagrama, 2017).

La última novela de David Trueba narra el viaje de Dani Mosca, un cantante que, un año después de la muerte de su padre, se propone cumplir su voluntad y traslada su féretro de Madrid a su pueblo natal. Tres, quizá cuatro, horas de coche que le permiten hacer un repaso a su vida desde la infancia. Una biografía que, en su caso, ha sido crecer sin un suelo, tanto como músico autodidacta, como de ser emocional en la eterna dicotomía de la idealización y la realidad, de la ciudad y el pueblo, la infidelidad y la lealtad, ser padre de familia o músico. Dani Mosca se crea a sí mismo a través del conflicto emocional con su padre, con una madre que el alzhéimer le arrebata muy joven, con las primeras amistades, la música como modo de ordenarse y con la atracción amorosa, epicentro y desequilibrio, droga, refugio y, al final, sonido de sirena de ambulancia a lo lejos, en propias palabras de su autor.

Todos los libros de Trueba están cortados por el mismo patrón: amistad, amor, conflicto generacional, sueños y fracasos existenciales. No hay mucho espacio para la épica, solo una realidad edulcorada, quizás infantilizada, y llena eso sí de grandes pinceladas de humor. También existe esa idealización de la amistad masculina: ahí donde fallan las relaciones sentimentales, siempre queda el hombro del amigo. Al estilo “Cuatro amigos” no falta la reflexión final: “Amigos nada más, el resto es selva. Caí en la cuenta de que la gente más valiosa en mi vida es la que me ha empujado a fabricar unos ideales, puede que ficticios, pero tan hermosos que da gusto jugar a que existen, apostar por ellos, cangar sobre ellos, soñar con ellos o echarlos rabiosamente de menos cuando se te han escapado y te va la vida en recuperarlos. ¿Por qué no? Ahí empieza todo”.

Hay otro momento en el libro donde el protagonista afirma que el pasado está posado sobre nosotros como el polvo sobre los muebles. Y de eso va la novela, una vez más, del pasado, de los recuerdos, de buscar la madurez cuando solo existe el futuro, de buscar la serenidad, incluso la reconciliación, cuando empieza a existir solo el pasado.

            El de Trueba es un estilo sencillo, sin grandes estridencias, primera persona del singular y sin diálogos, que párrafo a párrafo va desgranando pequeñas intimidades de los pocos personajes que pueblan sus páginas. Terreno cotidiano, sin cinismo ni pornografía sentimental. Se hace cómodo entrar en esa dinámica, en el rollo sectario de los músicos, los tópicos simplistas, la historia lenta a lo Nick Hornby en “Juliet, desnuda”, que te va ganando por la simple acumulación de anécdotas y páginas. Y quizás ahí está un poco el problema: cuatrocientas páginas dan para mucho, y no todo es bueno, quizás a algunos les resulte tedioso aventurarse más allá de la página cien. Pero para los que nos gustaron las novelas anteriores resulta una perfecta extensión de “Cuatro amigos” dentro de su contexto ochentero y musical. Entre lecturas más densas cumple con corrección su labor de entretener.

Novelas:
Abierto toda la noche (Anagrama, 1995).
Cuatro amigos (Anagrama, 1999).
Saber perder (Anagrama, 2008).
Madrid, 1987 (2013).
Blitz (Anagrama, 2015).
Tierra de campos (Anagrama, 2017).