viernes, 28 de septiembre de 2012

La vida es un techo de once vigas.

Son las cuatro de la mañana. Insomnio. Hace frío. Llueve. Me gusta. La carencia de respeto hacía mi propia salud me empuja a salir a comprar unos cigarros a la gasolinera. No fumo, pero la idea de un cigarro consumiéndose lentamente, iluminando la habitación mientas suenan voces de gente muerta es irresistible. Llueve cada vez más fuerte pero el alcohol, el sueño aplazado, la soledad, la ingratitud sempiterna del teclado me transporta al limbo de la extenuante mediocridad del que no tiene nada que decir y demasiado tiempo para pensar.

Me gusta las subdivisiones, eres mía si te gusta mojarte bajo la lluvia antes que abrir el paraguas, si te gusta coger una botella de vino y dar una vuelta por el cementerio mientras se estrena el otoño. Quiero vivir, y lo hago a través de tu irrealidad pasional.

Todos guardamos monstruos dentro de. El mío abarca toda la habitación, como un virus, un tumor, un cáncer. La mutilación no es una opción, sería como quebrar un espejo. El camión de la basura sucede, y su ruido es la homilía de mi decadencia. Pero no, mañana empezará mi jornada laboral hasta la madrugada y no quiero legar para los siguientes tres días una entrada decadente, también me aburren. Podríamos decir que la metáfora de todo esto es que a veces entro en la ducha pensando en el suicidio y termino masturbándome.

Cosas interesantes del día de hoy. He terminado la segunda temporada de “Breaking Bad” Está muy bien. Me gustan los drogadictos. Me gustan las sorpresas. Me gusta el protagonista. Todo lento, y lento, y lento. Pero me agrada.

También me gusta el post de Marina, muchacha que acumula karma negativo por no comentarme. Hoy empieza la novena temporada de “Anatomía de Grey”, es una serie infumable pero también nacen flores en el estiércol, y en algún episodio se filtra algún diálogo o situación sorpresiva. Hoy la comparaba con los comics, soy un lector compulsivo de comics desde los ocho años. Quiero decir, ¿qué cojones me va a sorprender ahora de las historias de Batman, Superman, X-Men, etcétera? Nada. Pero estoy encariñado. Me gusta esa rutina mensual. Ojalá todos protegiéramos la rutina del amor. Me refiero a veinte años de tu vida dejando un post-it en la mesita de noche, dando un beso de buenas días por cariño y no por inercia, que cada vez que te suceda algo bueno, o malo, el primer impulso sea llamarle. Todo se pierde. La vida es demasiado larga y llena de vicisitudes. El amor es, simplemente, implicarte en los detalles. Si tienes dudas al respecto, observa.

Vivo en un pueblo del extrarradio de Madrid. Zona alta. Muchos parques. Gobernado por el PP. Tragedia. Otro momento destacable del día ha sido ir a dar en una de esas zonas verdes de comer a los patos. Con mi ex. Hay pocos hombres que estén a su altura, yo desde luego no soy uno de ellos. En cualquier caso es relajante. Debo añadir que hay plaga de conejos enanos, llevan sobreviviendo al invierno y a las redadas del ayuntamiento más de tres años. Es real.

Cambiando de tema mi economía es parecida a la de España, gasto más de lo que recaudo. Odio trabajar. Odio trabajar. Odio trabajar. Me gusta el ajedrez. De hecho ahora, mientras escribo, estoy perdiendo una partida contra la maquina en nivel cinco. Lo cual quiere decir que, básicamente, soy un fracasado en cualquier actividad que practico.

Y aquí, ante el jaque mate inminente, la habitación iluminada débilmente por el monitor y el sinsentido, solo puedo brindar por ti, por llegar hasta aquí, por leerme, por apreciarme por lo que sabes o crees apreciar entre líneas, por darme una excusa para, no sé, ¿escribir? ¿Mentir? ¿Carecer?

En cualquier caso, gracias.

Dirty Diana by Michael Jackson on Grooveshark

jueves, 27 de septiembre de 2012

Reflexión Propia.

El amor platónico en el fondo es puro egoísmo, adoración hacía tus propios sentimientos. Porque el amor por definición es sexual, es buscar la unión, el encuentro, la piel, la entrega, la acción de vasos comunicantes. No es una zona muerta que existe sin existir, ni un callejón sin salida lleno de palabras, no son llamadas sin cobertura, o suspiros a su espalda. Eso es un pastiche, un placebo, es admirar lo que no conoces y por tanto nunca decepciona. Es otra forma de estancamiento, de impotencia vital.

Incluso el amor platónico hacia personajes de ficción, literarios, es más digno, más coherente; cuando acariciamos un libro, cuando aprendemos párrafos enteros y compartimos nuestro entusiasmo con los demás intentando transmitirles ese pulso de ser vivo que anida entre sus páginas, estamos rindiendo un homenaje al autor, al amor generoso que despliega su talento y que nos permite anidar dentro de sus pensamientos.

Pero si el objeto amoroso está cerca, al alcance de tu mano, si es un vecino, o es una persona con la que podrías estar riendo en este momento con solo coger el coche, a cinco o diez paradas de metro, no hay excusa. ¿El miedo? ¿Miedo a qué? ¿A perderle, al rechazo? No es de tu propiedad, no es de nadie.
En realidad no le amas, no con la fuerza suficiente, porque entonces notarías ese magnetismo, notarías esa fuerza que hace que todo pierda sentido y necesites estar ahí, no perder el tiempo, hacerle tuyo. Eso sí es amor; el miedo y el dolor son indisociables, lo demás, aséptico y edulcorado, es un simple capricho, un niño tonto que llora porque se ha caído del columpio.

Lo que me lleva a pensar en otro tema: la fe. Hay gente que dice tenerla, como un atrezzo del alma. A veces viene de serie, ayudado por la familia y el escenario religioso de cada país. A otros les sobreviene después de un accidente, o una desgracia, como si se cruzará con ellos y les hiciera la zancadilla. ¿Por qué sucede esto con algunas personas y con otras no?

En mi caso también hubo bautizo, comunión, crucifijo en la pared, incluso niño Jesús de escayola. Pero nada, me volví un cínico, un escéptico. Y no hablo solo del rechazo natural que me produce la iglesia católica, hablo de una completa desafección hacía la religión.
Supongo que en algún momento necesitaba un abrazo, una explicación, compañía. Y la realidad empírica era la simple soledad. Sin más. Una soledad en la cual me veía incapaz de demostrar la inexistencia de un demiurgo o dios creador, pero en la que tampoco podía aceptar que la única explicación o respuesta a mis dudas existenciales fuera “Plan Divino” o “Todo se explicará después” ¿Después de qué? ¿De la muerte? Que fácil, que sencillo. Infierno. Cielo. Dios. Orden. Culpa. Mandamientos. Todo concertado para neutralizar los miedos, las perdidas, la falta de sentido.

Pero no, no, no, prefería naufragar en mis pequeños soliloquios, golpearme contra las puertas una y otra vez hasta dar con la adecuada, ir avanzando poco a poco en busca de una identidad, aunque las respuestas que hubiera detrás fueran vulgares y crueles. Supongo que en el fondo les tenía envidia, tan campechanos y sonrientes saliendo de la iglesia. La envidia, lejos de ser un sentimiento tan ruin y mezquino, no deja de ser una admiración mal digerida.

La falta de fe da libertad, pero al igual que la inteligencia, no implica felicidad, al revés. Con esto no digo que ser religioso sea fácil, seguramente en muchos casos esa única respuesta debe de resultar agotadora e insuficiente, dejando aparte la represión sexual. Los ateos -aunque yo particularmente me considero nihilista-, corren el riesgo de caer en la inacción, es duro darse cuenta de que no eres un escogido de los dioses, que tu muerte tiene la importancia de una bombilla fundida, que el amor es solo un síntoma evolutivo, una reacción química, el estro permanente que nos permite seguir perpetuando la especie, que tenemos la piel demasiado fina para pensar en la justicia real o los estragos del tiempo. Y así, ad eternum.

Dicho lo cual, voy a seguir bebiendo. La noche es joven. Joder. Me gusta el frío.

Hace tiempo by Héroes del Silencio on Grooveshark

lunes, 24 de septiembre de 2012

Interludio poético antes de la última copa.

Te gustaba Amélie, el cielo que se reflejaba en los charcos, las fotos en blanco y negro, las canciones tristes,
los cigarros que morían lentamente entre los dedos, esa espera, esa pequeña zozobra mirando al infinito.
Sin embargo no te gustaba pertenecer a nadie, no querías perderte en esos laberintos emocionales que esconden un tú dentro de un yo.
Solo querías ser una piel efímera, habitada un rato a golpes de besos, abrazos o tinta derramada.

Por eso, sin apenas conocerme, deseabas ya mi voz, mi polla, manchar mis labios de tu amor caprichoso.
Y yo, sin poder evitarlo, te regalaba sempiternos, dibujaba con tus flujos mi locura, tu placer,
me Inmolaba todas las noches en tu boca, tus labios, tus pestañas, entre tus piernas

Y cuando me abandonaste, como una mentira aprendida, como se abandona un final demasiado realista,
solo quedo nieve, nieve secándose en el cenicero, como una cicatriz de hojarasca.
Los bares, se convirtieron entonces en mi única salida.

Y es curioso, porque a veces, al final de la copa, me encuentro el amor desangrado. El amor.
Y todavía, con gesto cínico me susurra: “Es la muerte o yo, mejor herido que dormido”
Maldito cabrón. Díselo a su recuerdo, que nunca se va. Díselo a la lluvia.

One Last Goodbye by Anathema on Grooveshark

viernes, 21 de septiembre de 2012

Transmutación en una tuerca.

Aquella época fue muy extraña, me gustaba estar solo, la gente me resultaba hostil, me embargaba una combinación letal de fobia social y altanería espiritual, todo me producía un gran esfuerzo. No entendía nada, no entendía las colas, sus conversaciones, no entendía a las mujeres embarazadas ni las horas extras. Volvía borracho por la mañana, quizás un martes, y veía sus caras derrotadas nada más levantarse, como si la mugre existencial cubriera su cuerpo, como si ese tiempo, la mitad de su vida, hubiera sido vendida en un mero trámite. Piezas de domino cayendo. La transmutación en una tuerca. Yogures caducados que permanecen en la nevera ocupando espacio. Desangrándose poco a poco sin atreverse a pedir la guillotina. Centros comerciales como nuevas catedrales al dios del capitalismo.

El caso es que mi vida tampoco tenía demasiado sentido. Intentaba no hacer nada, la inacción, solo me preocupaba robar el wifi a un vecino y seguir yendo a la biblioteca a leer libros. Cioran, Fante, Carver, Schopenhauer, Kierkegaard. Me gustaban sus voces, esa pequeña grabación mental de sus palabras. Me dejaban un extraño poso que mecía el tiempo sin acritud. Luego me liaba un porro, escanciaba un poco de vino en la alfombra, y escribía.

Escribía sobre todo relatos enfermizos sobre mi vecina, violaciones, conquistas románticas, sodomizaciones brutales. Ella era mi solución final, mi bula, mi redención. Párrafos y párrafos enteros dedicados a ella, a su culo, su cuello, su piel, sus ojos, su pelo, sus pies, su todo. Y los días sucedían. Fumar. Beber. Comer. Cagar. Masturbarse. Dormir.

A veces Carlos interrumpía esa inercia anacoreta. Carlos era un dios sin límites. Bebía y se drogaba como sino hubiera un mañana. Nadie nos podía seguir el ritmo, siempre había un momento de la noche en que surgían las excusas, el trabajo, los horarios, el cansancio, la falta de dinero, el local cerrado. Con Carlos no sucedía eso, ibas a su casa, llena de mierda y fetiches de fiestas pretéritas, y sabías que ese océano de locura siempre iba a estar ahí intentando ahogarte, mostrando su devoción a la nada.

La última vez eran las seis de la tarde, y ahí estábamos, esnifando un par de rayas de coca, la botella de vodka bailando entre nosotros a palo seco, movimientos espasmódicos delante del televisor con la pantalla rota -me declaro culpable-, las paredes acercándose poco a poco. En apenas una hora ya estábamos frenéticos, gritando incoherencias, huyendo por las escaleras sin esperar al ascensor. Todo se movía demasiado despacio.

Existía un local en Madrid donde ponían chupitos de absenta. No era fácil acostumbrarte a ellos. Había de dos clases, supérieure de sesenta y cinco grados y el suisse de ochenta y cinco; el hada verde te despejaba de inmediato, un puto puñetazo en el estomago. Siempre pedía la primera ronda con una sonrisa de condescendencia, como un hombre de mundo que conocía perfectamente cual era su límite. Cuatro. Con cuatro la noche era perfecta, continuaba sin daños aparentes, podía seguir naufragando con algún chupito de tequila sumergido en la cerveza mientras reía imbuido en las conversaciones más banales, disfrutando de la música más inocua. Sabía que a partir del cuarto todo podía pasar, nunca nada bueno, siempre el despertar magullado y solitario en un parque sin móvil, o en casa de Carlos, siendo recriminado por toda clase de infamias.

Naturalmente nunca, que yo recuerde, nunca, nunca, nunca, conseguí salir de ese local sin haber pedido como mínimo seis.

Adoraba esa libertad, ese romper con lo sensato, la zozobra de lo imprevisible, nadar contracorriente en mitad de la noche llenos de adrenalina. Y sabía que existían otras formas de sentirte vivo, masticadas e integradas en una alienación socialmente aceptada. Pero lo nuestro era beber y drogarnos. Algo banal sin duda, pero esa forma de protesta, esa arrogante indignación por obligarnos a vivir, nacer, existir, pensar, también requería mucho esfuerzo por nuestra parte. Aunque fuera una vulgaridad egoísta, nos funcionaba. A veces no resultaba tan divertido, a veces éramos expulsados de las discotecas por disrupción del orden. No sé el motivo por el cual insistía en bajarme los pantalones y enseñar mi polla. No era nada sexual. Lo digo en serio. Pero lo hacía. Quería que conociera mundo. Luego había momentos de absoluto bajón, cuando un váter y el vómito eran tus amantes, cuando en pleno invierno te quitabas la ropa porque la droga te hacía perder la cabeza. O cuando simplemente querías morir pero la cobardía te empujaba a hacerlo lentamente. Tal vez teníamos demasiado tiempo para pensar, no veíamos sentido a las cosas grandes, la familia, la hipoteca, el trabajo. Arbeit macht frei. No teníamos vocación para existir, ni para reivindicar nuestra pútrida existencia solo por una nómina alta. Las colas nos agarrotaban. Solo veíamos a nuestro alrededor gente esperando, sin más sentido que el cordón roto de un zapato. Nuestra quimera existencial era conseguir la siguiente copa y ligarnos a la camarera.

****
Ahora apenas trasnocho. He dejado de escribir. Tengo un trabajo estable.

En la ventana de enfrente se escuchan gritos:
-         ¡Eres un mierda, ni siquiera eres capaz de encontrar un empleo, me das asco!
-         ¡¿Cómo eres capaz de decirme eso?! ¡Puta!
Las sirenas se acercan inmisericordes. Todo sigue girando a pesar nuestro.

Alzo la copa sin llegar, evidentemente, a ninguna conclusión. Solo puedo hacer una cosa que tenga algo de sentido.

Me la saco y empiezo a masturbarme pensando en ella, con violencia, con dureza, delineando la esperanza en su cuerpo, ese cuerpo bello, ansioso, que ondea como una sinfonía en un océano de silencio. Saliva ardiente envolviéndome, juntos somos un puto universo implosionando al borde del abismo.

Me corro como un dios demoniaco sobre esta puta bola achatada de mierda, sobre las calles, las plazas, la ciudad, inundándolo todo con mi propia profecía de color blanco.
Y por un momento, soy feliz.

Ricochet by Anekdoten on Grooveshark

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Lo importante es coger aire y gritar. Que te escuchen o no es accesorio, un accidente.

No va a ser un texto brillante. Lo cual me alegra, porque implica que tengo cierta libertad. El hecho de saber que no te lee mucha gente permite ciertos descalabros lingüísticos, te permite aburrir al personal contando cosas que a priori no interesan a nadie, pero que por alguna extraña razón necesitas exorcizar a través de palabras, sintaxis y demás zarandadas.


Por ejemplo, hoy en el trabajo me he sentido como un fracasado, lo cual es contradictorio, porque tener trabajo en España es casi milagroso. Luego me he comprado -hace un momento- un par de botellas de vino y me he puesto a beber. Y a escuchar música. Miles Davis. Chopin. Joy Division. Kasabian. The Doors. Ya sabéis, más de lo mismo.

Leía el otro día que el talento está sobrevalorado, que todo el mundo puede hacer cualquier cosa si le dedica el tiempo suficiente. Con el amor, las relaciones, también sucede algo parecido. Es difícil encontrar el equilibrio emocional entre dos individuos, dos islas, dos pieles, dos pequeñas obsesiones irresolubles.

Miro el reloj, destejiendo realidades en el calendario, como besos sin vocación paralizados en un vals helado e incomprendido de color gris inerte. Las persianas permanecen bajadas para no distraerme con la esperanza mientras busco palabras que expresen el tiempo perdido, el inconformismo en forma de deseo, el aislamiento.

Claro que echo de menos el amor, unas manos que busquen mi cara y no mi erección. No quiero muñecas de plástico desbrozando un deseo fugaz, no quiero ser la sombra de un pájaro muerto que fornica en unos ojos opacos. Recuerdo esa frase de Salinger "Qué terrible es gritar te amo y que la otra persona en el otro extremo grite ¿qué?"

Quizás por eso hoy he vuelto a hablar con ella. Me gusta, no solo físicamente, me atrae su idiosincrasia personal, su forma de pensar. El amor es frívolo. Y aunque no estoy enamorado -demasiadas cicatrices-, me gusta verbalizarlo en esta efímera inmortalidad. Por eso me jode ser solo un capullo, un idiota que observa desde lejos como su belleza se marchita por la falta de besos. 

Las palabras deshilachan conceptos, pero no penetran. 

Hazme un hueco esta noche, una excepción, una pequeña tregua a la realidad. Ámame, déjame residir en los pliegues de tu coño unos minutos, dedícame un orgasmo, fóllame, puéblame, enférmame, parasítame, devórame, despedázame, contempla mi desnudez congestionada de sentimientos, incapaz de seguir con la impostura, ofréceme tu culo mientras besas mi voz, consigue que la vida tenga algo de sentido entre tanta arbitrariedad y mezquindad.

Miénteme y dime que me amas.

Camins by Sopa de Cabra on Grooveshark

viernes, 14 de septiembre de 2012

Animalidad besando el teclado.

Ella

Mi coño te imagina en la estación esperándome, vestido ya de otoño, con un libro en la mano, observando a ratos el andén vacío con displicencia, despreocupado, con el móvil en silencio. Siempre desaliñado, con la ropa arrugada, sin afeitar. Pero la voz, tu voz. Es tu voz lo que me altera, lo que me consume, lo que me provoca la impresión de llegar tarde, media vida tarde, a nuestra primera cita.

Mi coño sigue imaginándote, como me besas y me metes mano, como desgarras mi ropa interior y entras en mi, me follas, azotas mis pechos, mi culo, como me tiras del pelo, me pellizcas los pezones con tu aliento de vino mientras suena nuestra música. Te imagino empotrándome contra la pared mientras te muerdo, te muerdo, te muerdo. Y tú te corres, me dejas embarazada. Y todo da igual, porque vengo a eso, a sentir pasión, a que te vacíes, me puebles, a empeñar una y otra vez tu sudor, tu ansia, hasta que me ames, hasta que tu polla se endurezca con solo pensar mi nombre. Soy una tabula rasa sin bragas que necesita tus palabras.

Él

Ya estamos en mi casa. Enciendo la cámara de vídeo, nuestra relación hasta ahora ha sido a través de una webcam, estás acostumbrada. Me gusta grabarte en estos momentos en los que eres tú misma, pasional, desatada.

No necesitas preliminares, te quitas el vestido y empiezas a chuparme la polla mientras me acaricias los cojones. Me gusta acunar tus pechos, apretarlos. Te arqueo la boca, me gusta verte de rodillas mientras te deslizas abajo, más abajo, hasta que cubres mi polla completamente. Siento tu garganta, el calor, la saliva rodeándome completamente. La sacas brillante mientras sonríes como una mantis religiosa. Ya me tienes. Soy tuyo.

Me cabalgas abriéndote una y otra vez, subiendo hasta el límite para luego empalarte decididamente con un gemido. Gimes como si llevaras años reprimida, como si cada vez que te penetraras fuera la primera.
Creo que te corres, aun no distingo tus orgasmos. Me pides, me suplicas, que te folle el culo. Me gustaría estar dentro de tu cabeza ahora mismo. Los flujos descienden lubricándolo pero prefiero follarlo primero con la lengua. La cámara sigue grabando, ¿sientes romanticismo en el sonido de mis cojones golpeándote, en ese dolor placentero cuando aumento el ritmo sin avisar?

Tiro con suavidad del vello de tu pubis mientras te agarro la cintura con la otra mano; me gritas que me amas, el escenario alzándose sobre el mundo, altar hedonista de carne; y solo puedo intentar, embestida tras embestida, buscar ese amor en el fondo de tu culo. Y cuando los tambores de tus contracciones anuncian un nuevo orgasmo, por fin el amor fluye de mis cojones directo hacía ti, golpeándote como un poema, como un enorme océano de amor que derrumba sus olas sobre ti y deja tus agujeros encharcados de espuma.

**
Todo nace del deseo, de una urna funeraria que me hace brindar por la vida, nace de la animalidad besando el teclado, de estar cachondo, solo y loco, de tu extraña nostalgia que avanza de noche y me mortifica.

Porque al final, lo más importante, la pregunta esencial siempre es: “¿quieres follarme?”

caliente by murfila on Grooveshark

jueves, 6 de septiembre de 2012

El misógino.

Mi casera es una puta, pero no ayuda a nuestra precaria relación que pague siempre el alquiler con retraso. Pensará en ello cuando dentro de un par de meses tenga que renovarme. Pero de todas formas no es un problema inmediato, no tanto como mi polla roja y pantagruélica reflejada sobre las imágenes de índole sexual que se muestran en mi nuevo monitor de veintitrés pulgadas. Kafka hubiera sido feliz gracias a internet, con todas esas miles de páginas llenas de filias fermentando la excentricidad sexual, librándole de su represión. Kleenex limpiando los rastros de conciencia, sin charla post coital, todo tan cercano y lejano a la vez, confinando la experiencia a un mando de distancia que baje el volumen de los gemidos.

Esta noche no es suficiente, tengo ganas de algo real, caliente. Podría irme de putas, pero no me gusta esa comedia rancia, falsa, gastada, orquestada. No me importa tanto el cuerpo como la cadencia, esas pequeñas singularidades en cada orgasmo, la delectación en la forma de mover los dedos, las caderas, de morderse el labio; me gusta esa sensación de inocencia mancillada tras una pequeña humillación o provocación, la lucha, el baile de mascaras. En el BDSM han entendido que la única manera de mantener la pasión es la esclavitud del Amo, porque la sumisa exige su atención, sus azotes, todo su tiempo, y el sexo difumina las jornadas de trabajo en mensajes eróticos, en fotos con los pantalones bajados en los baños de la empresa, en peticiones escandalosas que ella niega con la cabeza mientras se encharca inevitablemente. El Amo se obsesiona con su poder “Tócate” “Espérame de rodillas con la boca abierta”, pero para la sumisa todo es un atrezzo a su servicio.

No todo son filias, pero no confundas romanticismo con estupidez, demuestra tu amor con orgasmos. No te escandalices si tu novia aparece con un arnés y un pequeño consolador, o si tu novio aparece con una mascara de gas y quiere grabar como te viola el culo, o si ella quiere tener una pequeña vivencia lésbica fisting. Necesitamos sentirnos deseados, mantener la tensión sexual, seguir jugando, el amor no te hace el coño más sensible, es el deseo, someter y dejarte someter, la experiencia, dibujar arabescos con tus flujos, ¿de verdad es posible estar media vida con un simple y aburrido mete-saca? Pero tranquilos, tenemos muchas excusas que, poco a poco, nos someterán al adocenamiento, a una rutina sin cambios de postura, elige la tuya: religión, mojigatería, familia, niños, responsabilidades, convencionalismo social. Todo.

De todas formas hay demasiada neurótica frígida enamorada del concepto del amor, como un virus estomacal estancado en un ascensor que ni sube ni baja. Luego, irónicamente, entregan su cuerpo a cualquier vertedero de palabras y exudan nostalgia hasta de un desgarro anal.

Divago. Como iba diciendo esta noche estoy poseído por la necesidad extemporánea de follar con alguien de cierta afinidad; quizás sea producto de la sensación sempiterna de suicidio que se produce en septiembre, equinoccio de otoño, a dos meses exactos de mi cumpleaños que marcará esa horrible cifra de treinta y cinco. Me observo y, descontando la monstruosidad que ensancha mis calzoncillos en este momento, conservo todavía algún detalle encantador, soy alto y delgado, de sonrisa perfecta y mandíbula de macho alfa. Con ropa limpia, un buen afeitado y el coche que no tengo, quizás podría tener alguna oportunidad con alguna borracha a partir de las cinco de la mañana.

Pienso en Lenore. Es alguien especial, una especialista en coger tu corazón, acunarlo con palabras bonitas, y luego, cuando menos te lo esperas, estrellarlo contra la pared. Mi último recuerdo es verla haciendo fotos del destrozo, ofrendando la situación al arte. Es de Madrid. También la asocio a una conversación sobre su padre. Había fallecido cuando solo tenía diez años. Ella le adoraba de forma patológica. Quizás fuera por su lejanía, siempre serio, adusto, hierático. Dos meses después entró en su despacho y encendió su portátil, su madre quería formatearlo porque nadie sabía la contraseña, pero Lenore había conseguido un programa y pudo desencriptarla. Realmente no quería espiarlo, solo quería conocerle, concretarle. Y sus deseos se hicieron realidad. Ahí, en una carpeta privada con el nombre “Fuente Santa” encontró vídeos de su admirado padre vestido con unas diminutas braguitas rojas –sospechosamente familiares-, siendo follado por un transexual.

La llamo. Breve conversación. Esta sola, ha disecado al último en su habitual taxidermia de sentimientos. Le digo que voy a verla, que estoy borracho, cachondo y suicida. Me pide que lleve papel higiénico.

Llego a su piso. Zona alta. Dúplex. Cámara de seguridad en la puerta. Pitido. Entro. Jardín. Salón. Ahí está, tumbada en un sillón, bebiendo cerveza, solo lleva unas bragas negras. Ni siquiera me saluda. Me siento a su lado. Está viendo un vídeo suyo. Una suspensión, veo las marcas de los ganchos en su espalda desnuda y tatuada. Sigue siendo oscura como un cuervo, hermosa en la inmolación de su carne. La elevan al ritmo de la música. Cronemberg estaría orgulloso. Diez minutos después el vídeo termina. Se gira y me observa por primera vez.

Lenore: “Pégame una hostia. Sí, no me mires así puta nenaza, es la única forma de mojarme, ¿no has venido a eso?”
Asco y morbo en su voz.
Le doy un par de bofetadas. Sonríe, una sonrisa llena de paz y amor. Así funcionamos los seres humanos, buscando la energía en cualquier parte, en algo transcendente, épico o enfermizo, cualquier cosa que nos permita elevarnos un poco por encima de la mierda mientras la sociedad nos dilata el culo con el puño.

Lenore se transforma en una boca que me rodea, me engulle, una enorme mantis religiosa que succiona mis últimas reservas de vida. Es un buen orgasmo, mezcla de asfixia, placer y arcada. Recuerdo una carta que me mandó; era un barrizal patológico de amor exacerbado, goce sexual como negación de identidad, instrumentalización del sacrificio. Me ama en su inacción, en su miedo, en su incapacidad, en su mano extendida hacía mí, en las tormentas que supuran de sus silencios. Y aun así, no es bastante, la vida nunca es bastante, no puedes gritar al viento, todo requiere un esfuerzo excesivo si se ven siempre las costuras. Quizás por eso la abandono dando un portazo. Grandilocuencia. Vacío. Espesor. Muerte.

Paso por el puente de los suicidas. Un chino me vende un par de botes de cerveza.

No hay redención.

Waiting for the Night by Depeche Mode on Grooveshark

martes, 4 de septiembre de 2012

Mario.

La noche sigue, tu imagen me acompaña; te envío fotos de nubes para que sueñes con la libertad, como si pudieras sentir el mar en una caracola y no entre tus piernas; ya es septiembre, nos reímos de nuestra tristeza, excitados pero impotentes. La gente duerme a estás horas, ventanas heladas, irisadas en rutinas, voces amortiguadas por una almohada y un consolador sin pilas. Beber como forma de suicidio y desprecio. Nabokov requiere esfuerzo, y también lamerse las costuras, o ver como las manos se besan sentadas al borde de tu piel de astillas.

Estoy loco; me debato entre la misoginia y la adoración. Entre la puta pidiendo fuego en la esquina y el vodka frío mezclándose con zumo de naranja; entre una erección que apunta a la nada y esa extraña necesidad patología de soledad y muerte. Doce mil neuronas mueren diariamente mientras busco palabras que te encharquen, te inflamen, te exciten y provoquen tus contracciones

Nada tiene sentido. Me gustaría llorar, me gustaría que me acunaras entre tus brazos, que me mintieras, que me dieras amor, cordura, una razón, me gustaría matar a todos y disfrutar de la soledad de nuestros cuerpos a la pútrida luz de esta noche eterna. Estoy cachondo. Ejecutamos el baile. Vibro en un extraño gatillazo ad eternum mientras te como el coño, bebo tus flujos horadando tus emociones con mis dedos. Me hablas de tu vida, de tu matrimonio, me dices que solo disfrutas sola, que a veces nos destruimos en relaciones insatisfactorias porque no pedimos nada a la vida, sobreviviendo simplemente, que a veces me leías y no sabías porque daba tanta importancia al sexo, no sabías que era sentir varios orgasmos con una polla, no sabías que las palabras podían arquearte sobre la mesa y mojarte sin tocarte, no sabías que todo eso era posible, dejarse llevar, una noche sin horario, mi polla en tu boca, arcada, sentirte como una puta y disfrutarlo; se me pone dura cuando gimes, casi sin querer, cuando dices “joder, joder” como si tu cuerpo, tu piel, supiera más del lenguaje, como si todavía estuvieras buscando la manera de decir que quieres sentirme dentro, muy adentro. Te gusta, te asusta; y me dices que tu culo es mio, que te sodomice, y es tu entrega lo que me la pone dura, por eso empujo mis palabras dentro de ti, las mismas que te ponen cachonda, que hacen que fluyan sentimientos, como un terremoto hormonal. Geosminas, el petricor de tu coño, sudor, almizcle, besos que atarán este recuerdo a tu nostalgia.

Intento desconectar, me excito ante la idea de correrme dentro de ti, de ser el siguiente, de que me pidas que te enseñe, de jugar con nuestros cuerpos, de aceptarnos, autoestima reverberando en los ojos, en las manos, en el deseo del otro, como si empezáramos a existir a partir del tacto. Y en la literatura tu pelo cosquillea por mi espalda, me montas, me chupas, me lames, nos corremos, me abrazas, te atrapo bajo mi cuerpo y sigo penetrándote. Y percibimos eso que tú has sentido una vez, también en Madrid, y que yo quizás no he sentido nunca: el desasimiento total, el placer llenando el cuerpo, fluyendo, ahogando al propio yo, un sentimiento atávico que nos une al menos durante una noche.

Pero prefiero la decadencia; me abro las venas y dejo fluir la sangre, mejor así, un dolor suave pero conocido, sin culpa, sin esperanza, solo una nota a pie de página en otra noche sin sentido.

It's No Good by Depeche Mode on Grooveshark