viernes, 27 de enero de 2012

Abulia

Bienvenida a mis letras querida psiquiatra. Como me ha sugerido, y dado que en nuestras sesiones no conseguimos avanzar demasiado, voy a intentar hablar un poco de mí, de mis sensaciones por escrito. Espero que valore mi esfuerzo, mi recuperación me importa un bledo, de hecho no creo tener necesidad de ella, tengo asumida mis supuestas taras, lo que necesito es que tenga una oportunidad de entenderme.

A veces me mira con tristeza, supongo que es por su edad, es joven, vocacional todavía, no está cansada, no ve números ni nombres, se implica, proyecta. No cree que la solución sea simplemente medicar, drogar a un paciente y luego pasar al siguiente. Esconder tras antidepresivos un problema que cuesta esfuerzo resolver. También guardo la fútil esperanza de saber algo más de usted, un poco de bilateralidad. No veo cuadros familiares en su mesa, y por su acento se nota que no es de aquí. Su mesa posee ese extraño caos armonioso de la gente polivalente y emotiva. La verdad es que me gusta. Me gusta su tono de voz, me gusta cuando se toca el puente de las gafas cuando algo le disgusta, me gusta cuando cruza las piernas y balancea sutilmente el pie, me gusta porque no es pasiva, no se dedica a escuchar y fingir apuntar algo en su libreta mientras hace la lista mental de la compra.

Pero sí, tiene razón, vamos al tema, a la masturbación de interrogantes. Últimamente no puedo dormir. Me dedico solo a leer y a ver películas, tengo una vida parecida a Charles Crumb. Si, el hermano mayor del dibujante. Se suicidó. Hay un documental muy bueno producido por David Lynch. Un poco deprimente la verdad. Vi también el otro día, porque supongo que esto también trata de vivencias personales, la serie de anime “Aoki Densetsu Shoot”, ya sabe, shojo, triángulo amoroso adolescente, autorrealización personal a través de disciplina deportiva, muerte al estilo Touch, y grandes batallas. Recordé, viendo el último capítulo, que estuve durante un tiempo en un equipo de futbol, pero lo dejé, no me gustaba correr. Una metáfora de toda mi vida. Nunca me he esforzado por nada, ni siquiera por las mujeres, ¿miedo a perder, a sufrir? No sé si fue Oscar Wilde el que dijo “Mejor haber amado y haber perdido que no haber amado nunca” Da igual, teniendo en cuanta De Profundis y el final que tuvo cualquiera se fía de su opinión.

Aunque he de reconocer que hay una cosa en la que siempre me he esforzado.

Es difícil hablar sobre el alcohol o las drogas a mi edad. Cuanto eres un adolescente es más fácil ser condescendiente o displicente. Pero con mi edad cualquier defensa, alegato o pequeña crónica suena ridícula, estúpida, anacrónica. Como cuando una mujer mayor viste como una colegiala, hay cierto rechazo comprensible en esa imagen a priori poco elegante.

Lo llamativo es que tengo ejemplos muy cercanos. A. es cocainómano. A despecho de informaciones gubernamentales, hacerse adicto es complicado al menos que te hagas tu propio proveedor. Y también el de otros. Es cara, de mala calidad y requiere muchos años con grandes dosis. Luego sí, aparecen las paranoias, las manías persecutorias, algo de TOC, perdidas abismales de memoria. G. es alcohólico y encima lo mezclaba antes con su medicamento contra la esquizofrenia. Aún recuerdo cuando me lo encontré bebiendo solo de madrugada, una de esas botellas rancias de vino que se utilizan para cocinar. Fue como la escena de la naranja mecánica en al que el gordo empieza a hablar con su fusil.
Luego hay gente de mi edad, compañeros de viaje a los que parece que hayan golpeado con un bate de béisbol en la cabeza repetidas veces.

Todavía recuerdo a L. que debe de llevar más de veinte años fumando porros a diario y del cual llegué a pensar que padecía el Síndrome de Asperger. Y C. que siempre me dice lo mismo “Putas y juerga” Tiene un trabajo manual de más de diez horas al día, de viernes a sábado. Y ahí le tienes: sobreviviendo. Puto tarado, tengo que ir a verle algún día.

Pero no quiero aburrirla con ejemplos ajenos, lo que quería indicarle con esta introducción es que tuve constancia en su momento de la sordidez intrínseca. Y sin embargo, no me atraía el término medio, el disfrutar de las cosas con mesura. Quería llegar hasta el límite, hasta el final de la historia del Kronen. Los demás tenían su propia perspectiva, se miraban el ombligo en busca de ambiciones, sueños, ilusionados en proyectos de éxito. Aprender y adaptarse hasta conseguir una normalidad que te exima de juicios externos. Pero me hartaba que me vendieran su felicidad, una felicidad hueca e inexistente grabada en sus almas por la simple repetición de idearios.

Pienso ahora en tantos personajes femeninos luchando por esa normalidad, como la Señora Dalloway, o el amor del Gran Gatsby. La verdad es que no sé por qué hablo tanto de Irene Adler, la mayoría de las protagonistas literarias dejan mucho que desear…Madame Bovary, Anna Karenina, la viuda de Cinco Horas Con Mario, protagonistas del teatro de Lorca. Aunque como musas funcionáis perfectamente, estas líneas son la mejor prueba. Beatriz solo es especial como posibilidad.

Divago. Lo que quería decir es que hay otras personas que son más del tipo de Trainspotting, Fight Club. Gente que prefiere la no-vida, el no-movimiento, la no-elección. Mira por tu ventana, seguro que los identificas, son esos borrachuzos con pinta de mendigo que siempre recalan en una plaza o en un parque. Siempre por la mañana con sus dos o tres cervezas del supermercado. Malviviendo con alguna renta o porque viven en un piso de alquiler bajo. Siempre hay una mujer con la dentadura deteriorada entre ellos. Recuerdo que cuando vivía en Barcelona se reunían en el Parc De La Pegaso, detrás del Corte Ingles de la Meridiana. Observad a vuestro alrededor, no son invisibles aunque os esforcéis en ello.

¿Qué impulsa realmente a esas personas a despreciar su potencial, a afrontar las crisis existenciales desde un banquillo tan deprimente? ¿Falla algo en la química de su cerebro que les hace ver la decadencia como algo adictivo? ¿Cómo se sienten sin carisma, sin éxito, cuando pierden el respeto de su propia familia?

Al final la realidad es triste, no se trata de mártires de su propia libertad inventada, no se trata de la náusea o la falta de sentido: se trata de simple debilidad. Y al no asumir esa debilidad huimos. Escogemos una buena banda sonora, The End con Morrison, Ian Curtis, Velvet Underground, leemos los excesos de los famosos, de los malditos y buscamos ingenuamente eso. Putos retardados. La figura de Jim Morrison no sobrevive al leer su biografía, una víctima de sí mismo. Alguien guapo para las camisas y alguna portada. Pero en 1969 no era más que un pobre y gordo borracho bobalicón sin una pizca de talento.

Pero así somos, nos gusta la pistola apuntando a la cabeza mediocre del yonqui, nos gusta Chinaski, nos gusta esa mano temblorosa tirando la mitad del alcohol en la barra, no confiamos en la palabra Rosebud, somos como moscas de fruta a las que el conocimiento solo quita vitalidad. Sigues bebiendo porque odias la realidad, por inercia, por el vértigo cada vez más pronunciado por todo el tiempo perdido. Es curioso como en la antigüedad el ideal no era la sobriedad, sino la ebriedad sobria, que facultaba para gozar el entusiasmo sin incurrir en necedades. El abstemio era visto como alguien limitado que prefería no avergonzarse ante los demás porque no se veía capaz de controlarse.

Ahora es cuando tocaría, como catarsis personal de toda esta introspección, una especie de moralina que nos haga sentir mejor a los dos. Me temo que no. Llevo más de veinte años bebiendo, lustros impares donde bebía a diario. Épocas donde no sabía ni que día era y mantenía el ritmo gracias a las drogas. Ya no es así, pero el motivo no son las secuelas, no estoy ahora más preocupado que antes por mi salud o mi cerebro. No, realmente el cambio a una rutina más moderada ha sido provocado únicamente por las RESACAS. Son el puto infierno de Dante, no hay metáforas suficientes en toda la literatura para describir el horror del día siguiente, cuando sientes como se va pudriendo poco a poco tu cerebro mientras una colonia de indígenas toca con tambores un puto réquiem acelerado.

Supongo que con este texto he querido que entienda que soy perfectamente consciente de mi situación, que no hay dramas infantiles ni nadie me encerró en un armario. Tuve mis frustraciones personales y albergo inseguridades que aún no he superado, como usted, como todos. Pero no me dedico a hacerme cortes en los antebrazos, aunque me parezca otra opción perfectamente válida dicho sea de paso. Tampoco tengo una depresión o excesivos –de momento- deseos de suicidarme, aunque la vida me parezca un avance irremisible a la perdida de nuestra identidad. Solo asumo, como le he dicho antes, mi miedo, mi debilidad de la única forma que soy capaz. Sé que hay consecuencias. Me gustaría invitarla a cenar y hacerla feliz.

Pero estoy seguro de que dejando aparte nuestra relación médico-paciente, se negaría. Esta es mi consecuencia, no tener a alguien como usted a mi lado. Perdidas. Pero elegir siempre es perder, elijas lo que elijas. Lo importante es no arrepentirse, ser consciente. Y si lo eres…adelante. Levanta esa copa. Esnifa esa mierda. Traga esas pastillas. Ábrete de piernas. Y por fin, enloquece totalmente.

Three Days by Jane's Addiction on Grooveshark

jueves, 26 de enero de 2012

Lo que no soporto de ti es tu incapacidad para funcionar en el mismo plano de existencia que los demás. Vete a la mierda.

Llevo dos meses escribiendo en una hoja, estilo calendario, que me ha hecho feliz del día. Normalmente es una canción, una película, terminar un libro, escribir un post aunque no reciba visitas, alguna reunión social en la que haya podido divagar sin llegar a ninguna conclusión. Son tonterías hedonistas. Me fijo ahora y en dos días está la palabra “felación” Si, joder, tengo un lenguaje muy moderado habitualmente, soy de los que dice cunnilingus en vez de “comida de coño” Secuelas de haber perdido la virginidad muy tarde. Mierda, “virginidad” ¿Veis? Soy un chaval tierno.

Volviendo a lo del calendario, tenemos un día la palabra “sobrevivir” Joder, ese día estaba de buen humor. Normalmente me río bastante, hecho escalofriante dado que siempre estoy solo. Bueno, volvamos al presente: lo más interesante del lunes fue leerme el libro Drive. No sé por qué lo apunte realmente, no tiene nada de especial. De hecho, resulta que a la protagonista en la película la matan en mitad de un párrafo, de forma anodina, sin mayor reacción. Cambio de párrafo, cambio de tema. Joder, parece que está escribiendo en un puto blog. Aparecen y desaparecen personajes en un suspiro. Todo lo demás igual. No sé. El guionista de la película se merece una felación de alguna groupie. No quiero ser pesado. O si.

El martes. Nada, ni siquiera apunte lo de escribir. Aunque me lo pase bien con el último post. Pero ya no es como antes. Tanta literatura. Y al final ¿qué? ¿Y la soledad?
Pero me vi The Crow en versión original. Joder, que gran película. Lo hice porque me compré una edición nueva que han sacado ahora del comic. En la introducción el autor explicaba de donde había nacido la idea. Resulta que no podía coger el coche y le pidió a su novia que viniera a buscarle. Antes de llegar la atropello un conductor borracho y la mato. Y nuestro dibujante/guionista se echó la culpa de todo. Lo pasó realmente mal. Y utilizó tiempo después el comic para exorcizar sus demonios. Luego en la película muere Brandon Lee. Joder, dos víctimas para consumar una obra.
Sinceramente el comic es una bazofia. Siento ser duro, pero sé reconocer el talento cuando lo veo, y en ese comic no hay nada. La película sin embargo es grandiosa, desde la música los personajes, la escenificación de ciudad gótica. Bueno, el director luego hizo “Dark City” con Jennifer Connelly una de mis actrices fetiche. Total, que me la vi en versión original. Joder, gana y todo. Luego han hecho tres partes más y una serie de televisión. Mierda.

Tenía un amigo que le encantaba la película, siempre estaba con la misma puta frase “los edificios arden, las personas mueren, pero el amor eterno es para siempre” O algo así.
Ahora, años después, no puedo juzgar si estuvo a la altura de esas convicciones. Yo seguro que no. Pero aquella noche de borrachera, hace ya algunos meses, donde me decía que él ya no se podía enamorar y por eso estaba siempre con alguien distinto me dio la impresión de que todavía seguía enamorado de su ex. Y lo suyo había acabado hacía tres años.

Lo de hoy ha sido hacer un ciclo de Kevin Smith. Concretamente, como soy un desordenado, he visto Mallrats la última. Para quien no lo sepa forma parte de una trilogía, primero “Clerks”, “Mallrats”, y “Persiguiendo a Amy”. Luego ha realizado más películas, pero con excepción de Clerks 2 y de “A Evening with Kevin Smith” una serie de charlas con preguntas en varias universidades, nada me ha emocionado.
Lo curioso es que las vi hace algunos años con mi ex, el típico peaje que pagas para que tu partenaire tenga más cosas en común contigo. Pero salvo Clerks 2, todas las demás pasaron sin pena ni gloria. Una cosa parecida a lo que sucedía con “antes del amanecer” y “antes del atardecer”, como si esa década de diferencia con los protagonistas marcara nuestra propia empatía. Bueno, realmente ella como estaba enamorada por aquel entonces y le fascinaba todo lo que sugería se vio la tercera sola.

Y ahora resulta que después de ver otra vez todas, me gustan especialmente las dos primeras, las de veinteañeros con protagonistas perdedores que se han acostumbrado a ello y son felices así, Peter Pans modernos y freaks que solo mantienen sus convicciones y orgullo porque tienen el amor de sus chicas. Una de ellas Brenda de Sensación de Vivir. Toma ya.
Y ahí les tenemos en la segunda luchando por eso, un amor adolescente rodeado de chistes culo-caca-pis. Divertido sin duda. Porque las chicas lo merecen, se adaptan a sus hobbies, a sus comics, a sus videojuegos, a sus taras, a su falta de ambición. Solo les piden, a fin de cuentas, cambiar por completo: madurar. Son dioses que quizá no las follen con la suficiente intensidad, chicos que hablan de cosas realmente extrañas y que no interesan a nadie, pero son SUS chicos a fin de cuentas. Puto Kevin proyectando sus ansiedades.

Ahora ya ha perdido un poco de vigencia claro, vas a una tienda de comics y está llena de mujeres que no solo compran manga sino que encima se atreven con el comic americano. Alguna incluso sabrá quién es Frank Miller, o John Byrne, o Alan Moore –si alguna conoce a los tres, por dios, que me envíe un mail privado. Y luego vas a GAME o a alguna feria de videojuegos o anime y allí están en los putos juegos sociales pero también jugando al Call Of Duty. El frikismo con las series e internet se ha devaluado, se ha democratizado. No lo lamento, simplemente me hubiera gustado no tener que explicarle a mi novia de aquel entonces una y otra vez porque era importante meter los comics en bolsas de plástico.

Ahora se ha perdido la magia, simplemente me los descargo de internet, no compro nada. Me dejo la vista en el ordenador y me los leo en inglés. Me gusta de todas formas pasearme por Madrid, tenemos mejores tiendas que en Barcelona, Norma es caca I`m sorry, y comentar los viejos tiempos.

No sé porque me ha venido un recuerdo, cuando hacíamos pellas en el instituto y nos íbamos a Arte 9, una tienda del centro que estaba al lado de un local de alterne y con putas en las esquinas. Eso sí que era interesante, con dinero en el bolsillo y sin saber si irte de putas o comprar las últimas novedades.

Yo siempre entraba en la tienda. Así me ha ido.

Clockwork by Still Corners on Grooveshark

miércoles, 25 de enero de 2012

El futuro de Rorschach

El día veinticuatro de diciembre por una serie de circunstancias que no creo que se vayan a repetir fui a una vidente, y completamente gratis –digo esto para salvaguardar un poco mi dignidad- me echó las cartas. Me adivinó el futuro. Me tomo el pelo. Cometió una tropelía con dinero ajeno. No sé.

De primeras todo lo que me dijo era bueno, yo claro, como era la primera vez que hacía algo parecido no abría la boca para nada. Me dejaba hacer y escuchaba simplemente. Que si tengo la línea de la vida muy larga –ya me gustaría tener otras cosas más largas- que sí soy muy inteligente y talentoso –joder, todo el mundo insiste, pero si fuera verdad no llevaría la vida que llevo- etcétera. Vamos, que no entiendo porque no me presento a su hija, porque a priori era el hombre perfecto, con la simiente de macho alfa totalmente desaprovechada.

Al caso, que saca una bajara española y empieza a hacer ruidos y murmurar. Y al cabo de un rato suelta “del presente, va a haber algo con una mujer casada” Mentira, la única que conozco es del trabajo, y solo ha habido un par de pegues, -lo siento Marina, no es parodia, es que me gustó  la expresión- y durmió un día en mi casa. Pero nada, nada de nada. Amigos. Y cada vez más, porque cuando abre la boca todo su exotismo oriental desaparece. La chica no es muy lista. Es buena gente, lo cual es una expresión tan dramática como “eres como un hermano para mí”. Bueno, entendedme, a veces habla y estoy en mi campo de espigas estilo “Diario de un rebelde” pero otras veces tengo que escuchar y escuchar. Son ocho horas. Y siempre sobre lo mismo. Insatisfacción. Vida entrampada. Joder, supongo que simplemente me aburre.
Bueno, que me voy del tema, además, ni siquiera está casada, vive en pecado con sus dos niños. Y tiene miedo a los penes grandes. Un desastre.

Luego añade que me voy a reconciliar con una mujer del pasado. Aquí se emociona y el número va variando, pero finalmente lo dejamos en una y media. Casualmente me encontré con mi ex en la cabalgata de reyes. Bueno, lo de casualmente es un decir, porque es mi vecina. Pero como tampoco salgo mucho de casa y me pilló comprando una idiotez lo llamaremos casualidad. Pero de reconciliación nada, somos muy amables, pero siempre hay una cuenta atrás y como nos salgamos de ese tiempo establecido surgen aristas, y luego cae el cuarto círculo del infierno sobre nosotros. Pero la media hora escueta fue bien. Pero luego hubo un intercambio de mensajes con respecto a la custodia compartida de nuestro gato y a mí, ya ves que cosas, me dio por sincerarme en un mail sobre ciertas cuestiones del último año y medio. Para no creo que fuera buena idea. De hecho creí verla ayer por la calle, y digo creer porque fue como un fogonazo, como las líneas cinéticas en un comic, estaba levantando la mano para saludarla y ya la tenía a dos metros de distancia. Joder.
De las otras dos mujeres importantes en mi vida, pues por diferentes razones no creo que me llamen nunca. O sea que nada.

Luego me dijo que iba a tener GRANDES cambios en el trabajo. Y aquí el único cambio lo ha tenido mi coordinador que le han cambiado el horario y ya no le veo más. Que inquina nos teníamos. Por otra parte las chicas nuevas, por alguna extraña razón, en vez de pensar que si llevo libros al trabajo es porque quizás no soy demasiado responsable y paso de todo, han tenido la brillante idea de ponerme a hacer backoffice, responder mails y sms de clientes satisfechos –es un decir claro, hay un insulto/critica/petición de baja cada tres. Vaya, eso me gusta más, no es que sea un GRAN cambio, pero al menos un par de días la novedad es agradable. Aunque hubiera estado mejor que me despidieran como al resto de mi turno y me llamasen de algún tipo de servicio de ayuda para adictas al sexo. No sé, algo diferente, que me llenase de vocación, que diera sentido al paso del tiempo.

Y ahora viene la bomba, lo que ya casi me hace intentar estrangularla, me saca un dos de espadas y me dice que en dos días, dos semanas, pero seguramente serán dos meses pasarán dos cosas importantes. Aquí mete que es mi año, el año del dragón chino, y que del 23 al 29 de febrero voy a brillar como si fuera radiactivo. Pues a lo que iba, que de pronto voy a tener mucho dinero gracias a un pariente cercano, mi madre, muchísimo dinero. Y cada vez que baraja salen más oros, es como un croupier sacando seis ases en cada mano. Está totalmente entusiasmada, joder, a lo mejor ahora si me presenta a su hija “Mira, mira, si es que estas rodeado de oros”
Pero claro, me sale el cinismo y le indico que aunque se muera media familia, aquí lo único que vamos a heredar es deudas, o sea que es complicado.
Aquí se me enfurruña un poco y me saca las cartas del tarot, que son más grandes y con dibujos bastante amenazantes.
“Baraja, que aquí viene lo segunda cosa que va a marcar tu año”
Barajo. Y despliega.
“Mira, hay una mujer, sí, sí, una mujer trigueña, más joven que tú, y la relación va para largo ¿eh? Porque tienes la carta de la rueda de la fortuna, y la de la sacerdotisa y unas cuentas más”
“Pero a ver señora, no me venga con jodiendas, si yo apenas me relaciono, si solo voy al trabajo y luego no salgo de casa, y en el trabajo está todo descartado”
“Pues aquí veo que haces un viaje”
“Ah no, por ahí no paso, no me digas que encima no es de Madrid”
“Eso ya no lo puedo ver, solo sé que es rubia y más joven que tú, por la carta esta, mira, mira”
Sí bueno, lo único que veía era la carta gastada de una especie de sacerdotisa rubia, nada vestal, y joven. Estas interpretaciones literales…
“Bueno, ya hemos agotado el tiempo. Feliz Navidad”
“¿Ya? Mierda…”

Y poco más, mi amiguete pagó la broma y nos largamos de allí. Como ya he dicho nada de lo que iba a pasar en enero ha sucedido. Todo es interpretable, según los delirios de mi amigo todo está resultado a la perfección. Joder, lo del dinero vendría genial, mi madre siempre ha querido ir al concierto de Año Nuevo a Viena. No sé, se merece algún capricho. Es un estrés para ella creer que soy anoréxico –siempre que viene a verme, y lo hace a menudo, me trae comida e insiste en comer juntos- y luego siempre me esta preguntado por mis ex o si he conocido a alguien. Bueno, esto último ya lo va superando, ya sabe que lo de ser abuela es inviable. Su único hijo. Que decepción.

Pero lo de la mujer trigueña, eso es más preocupante. Claro diréis, después de haber estado llorando durante casi un año hablando de la soledad, el desamor y lo malas que son las mujeres contigo no intentes convencernos de que prefieres estar solo. No joder, tampoco es eso, además que todo es puro cachondeo, pero siguiendo la broma, vaya, que pereza. Ni el sexo compensa. Bueno, depende de con quién. Pero te acostumbras ¿eh? A llevar la vida que prefieras sin necesidad de explicaciones o juicios. Es que veo parejas a mí alrededor y no veas como está el ambiente. Casi tengo ganas de que llegue San Valentín para hacer un post de mutilaciones y risas.

En resumen: mujeres trigueñas –entre rubia y morena, del color del trigo- alejaos de mí, solo sabré follaros si sabéis deletrear Friedrich Nietzsche, y mi vida es como un guion de Kevin Smith. No os merezco, no jodáis al destino provocando un encuentro, Huid insensatas!

Cuckoo by Still Corners on Grooveshark

martes, 24 de enero de 2012

Doble post: un relato de romanticismo trasnochado...

La verdad es que antes de los sueños llevaba una vida monótona. Me levantaba, iba a la oficina, tupperware, siguiente turno, volvía en coche. Algo de atasco. Llegaba a casa, quizás necesitase ir al supermercado, a veces quedaba con alguna amiga, a veces algún polvo desangelado.  A veces me rebelaba contra mi vida y me preparaba una cena especial acompañada de un buen vino. Pero cocinar solo para mi me resultaba algo deprimente. Luego me metía en la cama con un libro o el portátil y al cabo de media hora ya estaba dormitando. El fin de semana…bueno, alguna actividad cultural de esas pretendidamente enriquecedoras, alguna visita familiar, pero el tiempo no daba demasiado de sí. También iba una vez cada dos semanas a mi psicóloga. Dos años de rutina. Sin un motivo aparente, quizá porque muchas en la oficina lo hacían, por hablar con alguien, por intentar descubrir algo interesante dentro de mi cabeza.

Hace dos meses tuve mi primer sueño. Estaba en un avión, había turbulencias. No estaba segura del destino ni de nada, pero lo aceptaba con tranquilidad, así son los sueños, como meterse en medio de una película, sigues por inercia. Hablaba con mi compañero de asiento, un hombre con un físico a priori poco afortunado, moreno, con gafas, pelo muy corto, barba y ojos de miope. Parecía más mayor de lo que delataba su conversación, con esos pantalones de pinza, los zapatos y ese jersey negro de cuello alto. La charla discurría animadamente. Me comentaba que el libro “Drive” no merecía la pena, que el director había hecho maravillas con el guión, que “Nada” de Jane Teller era un eructo nihilista. Me ofendía que fuera tan taxativo, el libro de Jane me había gustado, no pensaba que fuera solo para adolescentes. El movía las manos y sonreía, se veía que disfrutaba mucho de la discusión. Me dijo que había demasiados libros, que el tal Roald Dahl estaba sobrevalorado, que prefería releerse a Bukowski o a Cortázar.
Hubo un silencio cómodo y nos presentamos, se llamaba Carlos, como mi hermanastro. Me preguntó si era la primera vez que iba a New York y si había cogido ropa de abrigo, ahora en septiembre el tiempo no era muy estable. Ahí fue donde me di cuenta de todo, no tuve la necesidad de comprobarlo en el atrezzo en forma de periódicos que había repartido por todos los asientos. Jodido sueño retorcido. Pero seguí hablando, sin ansiedad, era la directora y la actriz principal. Sí, le conteste, había querido ir con alguien muy especial pero al final no pudo ser. Otro silencio cómodo.

A partir de ahí fue como si Carlos se fuera transformando, cada opinión, cada gesto, cada detalle le hacía más y más deseable. Y dos horas después -o quizás fueran solo dos minutos, la percepción del tiempo era imprecisa-, estábamos echando un polvo en los baños del avión. Expresión burda, porque en realidad todo fue muy tierno…extraño, morboso, imperfecto, incomodo, pero tierno. E intenso. Muy intenso. Cuando terminamos ya habían empezado los gritos en el avión. Parecía asustado, pero no sorprendido. Se escucharon golpes, un intenso sonido de descompresión. Quise despedirme pero solo me dio tiempo a darle un beso antes de que nos estrelláramos contra una de las Torres Gemelas.

Se lo conté a mi psicóloga pero no le dio demasiada importancia. Demasiados documentales. Demasiada ansiedad. Supongo que no fue culpa suya, nunca le había hablado de mi hermanastro.

Cuando tenía catorce años mi madre se volvió a casar. Nos mudamos a la casa de su marido y ahí fue cuando conocí a Carlos. Tenía dieciocho años y, aunque suene a tópico, no era como los demás. No era simplemente que escribiera poesía, no era que la visión de su exuberante cuerpo jugara con mis hormonas a su antojo, no era su mirada encantadora ayudándome, en su nuevo papel de hermano mayor, con el inglés. Era su forma de  existir, de moverse, sus extrañezas, las opiniones que dejaba caer sobre cosas que ni siquiera sabía que existían. Para mí la película que marcó mi adolescencia no fue Dirty Dancing, fue “Los amantes del círculo polar”.
Odiaba con intensidad a todas sus novias. Una tras otras desfilaban por casa, y luego apilaban sus mensajes en el contestador. Mensajes sin respuesta. No estaban a su altura. Nadie lo estaba.

Aún recuerdo vívidamente aquel fin de semana. Era domingo, me despertó de madrugada el ruido de la ducha, se había dejado la puerta entreabierta, quizás acababa de llegar de farra o simplemente tenía calor. Me apoye en el quicio de la puerta y le observé. Era la primera vez que veía a un hombre totalmente desnudo. Se estaba masturbando. Tuve que clavarme las uñas para no entrar ahí dentro y, no sé, devorarlo. Me temblaban las piernas, respiraba aceleradamente, casi gemía. Él siguió durante varios minutos, minutos eternos, deliciosos.
Luego me miro, o quizá solo fue mi imaginación. Nunca lo sabré. Me fui corriendo a mi habitación y nunca volvió a repetirse. A partir de ahí también estuvo conmigo por las noches, entre mis dedos.

Pasaron unos años, Carlos se fue a vivir al extranjero Se espació nuestro contacto. Tuve novios. Pero él siempre estaba ahí. Cuando cumplí dieciocho años me llamo y me dijo que me regalaría un viaje a New York, que él se encargaría de hacerme de guía turística y de lo que necesitara. Murió dos días después en un accidente de moto. Un accidente estúpido.

Lloré durante semanas, meses. Apenas comía, apenas vivía. Me regodeaba en ese dolor, un dolor tan punzante, tan extremo que al final mi familia estuvo a punto de internarme. Pasó más de medio año hasta que los antidepresivos empezaron a funcionar. Empecé a olvidar, a adaptarme, a cauterizar, a esconderle. Con otros cuerpos, otras drogas, otra vida.

Hasta que, quince años después, empezaron estos sueños. El primero fue ese. Luego han venido más, todos más o menos parecidos. El escenario cambia, puede ser un tren, un autobús, un edificio, una cafetería, siempre inmersos ya en una conversación. Sobre libros, películas, banalidades del día a día, anhelos. Siempre con esa sensación de ser desconocidos y amantes a la vez. Luego hay un gesto, quizá suyo, a veces mío y hacemos el amor como preámbulo de la muerte. Porque los sueños siempre terminan igual: un atentado, un accidente, un incendio, un terremoto, un tsunami…

El problema es que esos sueños tan intensos -amanezco totalmente encharcada y con agujetas-, empañan mi vida real, esa especie de show de Truman de baja audiencia. No tengo ganas de ir al trabajo, incluso lavarme los dientes es una tarea titánica. Como si vivir solo tuviera significado cuando sueño con él. Supongo que nadie me había susurrado antes en catalán que mataría monstruos por mí, supongo que nadie me había recordado antes tan genuinamente al Carlos de mi adolescencia. Pero tengo miedo, porque alguno de los dos sueña al otro, algunos de los dos no es real, e incluso si lo fuéramos y pudiéramos vernos en persona ¿Qué sucedería? ¿Por qué siempre todo termina en accidentes mortales, era una metáfora freudiana sobre el orgasmo?

El solo hecho de reflexionar sobre ello me convencía aún más de que me estaba volviendo loca. Solo son sueños, literatura onírica. Sublimación de esa necesidad de afecto, del vacío que produjo la muerte de Carlos. De las decepciones, de la soledad. Tengo treinta años, joder, debo de ser más racional, mantener la compostura. Pedir ayuda. Tomar algún tipo de sedante que me haga dormir normalmente. No puedo dejarme llevar por mis fantasías, comprar un billete de avión y presentarte en Barcelona a una cita con alguien con el que sueñas. Es absurdo.

En eso estoy pensando mientras paseo inquieta a las once de la noche por la plaza de Sant Felip Neri. En si el conjunto de suéter rojo y falda de cuero negra me favorece con el maquillaje escogido. En que todo esto es una estupidez. En sí realmente vendrá alguien o solo van a intentar atracarme un par de ingleses borrachos. En que la plaza tiene una magia especial y, aunque sea sola, ya solo por estar aquí ha merecido la pena el viaje. En que si el sexo es así en la realidad he estado perdiendo el tiempo durante muchos, muchos años. En que…

De pronto, el sonido de unos pasos a su espalda interrumpe sus reflexiones. Sea quien sea se acerca a ella decididamente. Está muy nerviosa, no se atreve a girarse.

-“¿Irene…?"

Tristeza by Ivan y Amaro Ferreiro + La china Patiño on Grooveshark

jueves, 19 de enero de 2012

Nos separan quinientos kilómetros aunque te recuerde con dieciocho centímetros. Podríamos estar mejor si tú estuvieras encima y yo debajo.

No importan los nombres. Soy alguien que solo puede escribir en silencio. Pero sin música me siento solo, y el talento, o las ideas, a veces no escriben réquiems sobre el teclado.

Buscaba en la palabra siempre esa seguridad que no me daban tus gestos. Pero si no te engaña con sus gemidos no lo hará con la intensidad de sus palabras. Es asombroso lo que la belleza de una mujer cambia un paisaje. Ella es el mar, una maravillosa metáfora literaria que dibujo mientras recuerdo la orilla que yacía entre tus muslos. A veces me sentía como un paraguas roto del color de tus ojos mientras estallaba, de lejos, la tormenta. Eras como un amor platónico con sexo. Pero sé que te decepcionaba. Esa palabra tan fea. Y en la comisura de los labios te nacía el deseo de que yo no fuera yo y fuera otro.

Y entonces siempre pensaba que no me sería difícil encontrar tus pechos, tu culo, incluso tu coño en otras. Pero tu cerebro, maldita sea, con el no tenía esperanza; tampoco con la sensación de tus uñas en mi espalda y tus dientes en mis labios, cuando me dejaba morir entre tus piernas con miedo a la vida que había más allá de tu piel. Pero incluso ahí, la nostalgia ya gemía con la lluvia canciones de desamor en los tejados. Me hubiera gustado escribir sobre tu espalda, respetando las pausas de tus lunares, que te quería tanto que a veces se me olvidaba follarte y solo sabía hacerte el amor mirándote a los ojos.

Que pronto me olvidaste. Semanas. Sudor entre sabanas de motel con alguien que simplemente era una tregua. O quizá fuera alguien importante. O quizá nadie es importante para ti al menos que te rechace.
Yo, mientras tanto, intentaba amputarme las partes que te pertenecían, deshacerme de ellas con el simple e ingenuo gesto de romper una foto u olvidar una canción. El dolor no era divertido sino estabas a mi lado.

Ahora, meses después, me he acostumbrado a las pulsiones depresivas de mis muñecas. Marco en el calendario tu cumpleaños y pienso en Lorca fusilado como encarnación de un día sin ti, un poema sin dueño. El misterio de una ventana iluminada de madrugada convertido en el punto y aparte de una hoja en blanco. No te dejé marca porque realmente la nada solo se puede convertir en nada.

Pero siempre recuerdo tu nombre cuando bebo, con la intensidad de unos puntos suspensivos anónimos y también, por qué no decirlo, crueles.

Brown Bag by Ivan Boogaloo Joe Jones on Grooveshark

martes, 17 de enero de 2012

Un pequeño texto que surge de mi natural carácter alegre.

Realmente no pedía tanto. Que me quisieras con cierto equilibrio, gritarte mis orgasmos mientras te corrías dentro de mí, que escribieras sin resaca sobre nuestras huellas mojadas, esas que hacían el amor al salir de la ducha, que me llamaras puta entre las sabanas, porque esa palabra en tu boca significaba vida.

Y porque era verdad: era tu puta, me vendía por veinte besos, cinco abrazos, una cena con tu voz, un te quiero en cada ausencia y mi imagen idealizada en las orillas de tus ojos. Quería que me hicieras llegar tarde al trabajo, ser tu poema, tener una versión pequeñita de ti jugando en el salón…que hicieras de mi boca una trinchera mientras hacías malabares con mi coño.

No pudo ser. Quizás con una talla más de pecho y un cruce de piernas más ensayado... Pero tu sonrisa de deshilachó demasiado pronto, y ahora, en este martes hostil, mis orgasmos se deslizan por mis piernas manchadas de soledad y se pierden por el desagüe. Dibujo tu nombre entre dos cubitos de hielo que se deshacen despacio en el vaso vacío. 

Fuimos un par de latidos desordenados, como pintar un corazón deforme en una postal que es más una despedida que una nostalgia compartida.
Escucho la lluvia de fondo y es como secarme las lágrimas con un pañuelo manchado con tu semen.

****
Y realmente no sé qué más añadir. No tengo muy claro de que escribir hoy, pero necesito hacerlo, sin escaramuzas añadidas de infelicidad, solo para ahuyentar el tiempo con el ruido del teclado. Como decía Cioran, una sensación tiene que caer muy bajo para convertirse en idea. Vamos allá.

Podría hablar del talento. El talento es una pausa de trascendencia que te emociona, también es algo que atisbas, no comprendes y finalmente olvidas al segundo siguiente. Pero siempre existe esa pausa, un instante de inercia bloqueada que pincha tu cauterizada sensibilidad. Luego tu bagaje y cultura pueden hacerte entender el porqué de esa emoción. Es una sorpresa, es leer un poemario totalmente aburrido y de pronto notar el pulso acelerado, un extraño placer, envidia, ganas de compartirlo, de agotarte releyéndolo una y otra vez. Si queréis una explicación más de ciencias, el autor ha conseguido pasar de A a C sin pasar por B, siendo B lo máximo que pueden llegar los demás con su esfuerzo. Y eso se nota. El talento es una espada de Damocles muy cruel que hace que el tiempo, el esfuerzo, la dedicación no sirvan para nada. Solo para cubrirnos totalmente de mierda aburrida –cine, literatura, música- tapando los pocos rayos de esperanza, de sorpresa que nos puedan llegar por casualidad.

Luego también sucede algo curioso, a veces hacemos como el protagonista de “El Túnel” de Ernesto Sábato, y ponemos una prueba, casi como una llamada de socorro desde la soledad de la pista. Lanzamos una bola, mediocre normalmente, con nuestro nombre, nuestro sello particular. Y nos quedamos esperando una reacción. Con cautela, sin dejar mostrar la emoción de la posibilidad de una respuesta a la altura de nuestras expectativas. Porque a fin de cuentas el arte es comunicación, y es lo que esperamos desde el principio, primero saber comunicarnos con nosotros mismos y a partir de ahí con los demás, sean quienes sean.

De todas formas otra cosa que me obsesiona después de haber visto azuloscurocasinegro es el tema del éxito. En la película, al menos la interpretación que hago, los personajes no pueden ser felices porque se empeñas en cosas imposibles, no son conscientes de sus limitaciones, y como resolución hacen pequeños cambios para que todo siga igual. Dicho así suena un poco desesperanzador. Te adaptas, pero no a tus sueños sino a la realidad. El protagonista tiene la autoestima por los suelos y decide dejar la relación que tiene con su vecina, con la que siempre se siente de prestado, que no está a la altura, por otra chica que simplemente le necesita.

Con el trabajo le sucede algo parecido, simplemente sigue de portero, pero esta vez lo elige, intenta ver las cosas positivas que le reporta aunque sigue buscando tímidamente otra cosa. Ya lo decían en Fight Club, somos la mierda cantante y danzante del mundo ¿nos conformamos con llevar una vida mediocre, ese es el secreto de la felicidad, como el hombre feliz de Oscar Wilde?

Luego otro tema es el tiempo, ¿qué es perder el tiempo? ¿No hacer cosas? ¿Qué tipo de cosas? ¿Quién dictamina que actividades o que proyectos vitales son los más adecuados para no tener una crisis existencial en el futuro por el acoso del tic tac? ¿Dónde está el manual de uso que da sentido real a nuestras acciones?

No encuentro deseable buscarlo en el trabajo. Hablo del noventa por ciento de los trabajos que terminan siendo un fin en vez de un medio por el tiempo y dedicación que exigen. Dejando aparte el efecto que causa una rutina de más de diez años en tu cerebro. Que conste que entiendo el reto, la responsabilidad, intentar ser el mejor y la satisfacción personal al conseguirlo. Pero para mí la implicación es aborrecible, una entrada en Auschwitz. Pero claro, soy el tipo que tiene un blog titulado Decadencia.

Tampoco considero que resida en la familia. Es una experiencia vital –no necesariamente indispensable-, una pequeña capitulación a la voluntad de la especie, de la naturaleza, que no nos debería impedir continuar con normalidad con nuestras vidas. Pero la realidad es que muchas veces tenemos que asumir sacrificios a veces intolerables que nos lastran durante décadas.

Tampoco en la fe, joder, eso ya sería demasiado sencillo. Demos a una entidad toda la responsabilidad, todas las respuestas, toda la náusea. No, si alguno cree en Dios -sobre todo si es el judeocristiano- que deje de leerme.

¿Entonces?

Creo que la vida es una búsqueda de uno mismo. Y ni siquiera para aceptarnos, darnos la mano y sonreír ante el espejo. Necesitamos conocer cuáles son las limitaciones de nuestra propia celda mental –a través de proyectos, fracasos, experiencias-, para luego saber qué podemos aceptar de nosotros mismos y qué queremos moldear. Pequeños cambios que provocan que la celda sea un poco más espaciosa, más interesante, quizá que la vista o las visitas sean diferentes. Y es ese cambio de perspectiva, una vez superado el miedo inicial, lo que nos permite tomar nuestras decisiones con cierta libertad, sin imposiciones desde fuera. Y eso es lo que puede dar relevancia y sentido a nuestras acciones.

Ya no eres un número más, un robot sin consecuencias que acompaña a los demás borregos hacia la nada. Puede que te frustre no tener éxito, o puede que seas feliz con poco y llevando una vida ajena, pero la única felicidad real nace de desarrollar esa libertad personal, lo cual no tiene que ver con ser egoísta o irresponsable con la gente que te rodea, solo con ser consciente de ti mismo y jugar en consecuencia. Un juego infernal. Pero ya estamos en medio de la partida y, al igual que en la literatura, sólo competimos contra nosotros mismos. Los demás son extras en una narración en primera persona.

Si decides estar en medio de la tragedia o bajar el telón antes de tiempo, eso siempre será cosa tuya. Pero primero. Observa de cerca, sin compañía ni imposturas, los barrotes de tu cárcel… ¿es eso realmente lo que Tú quieres?

Three Hours by Jason Parker Quartet on Grooveshark

viernes, 13 de enero de 2012

Como hacer un post –ficción- en siete minutos.

Tarde de viernes noche. Local relativamente escondido. Evento de citas. Dos grupos de solteros. Encuentros de siete minutos. Personas que no saben o no tienen tiempo de conocer a su futura pareja. Un gong que dicta sentencia y te alerta cuando tienes que levantarte y ocupar la mesa de al lado.

Chico lastrado. Vestido de negro. Cara de estar ya un poco harto de todo esto. Ha pedido una copa de vino porque la botella no podía ser. Mujer de la quinta mesa. Guapa. Madura. Hastiada también.

Rorschach: Hola, según tu etiqueta eres Ana.
Ana: Correcto, ¿qué tal la experiencia?
Rorschach:  Pues una mierda. Son los típicos regalos que te hacen y que solo sirven para… Bueno: para nada.
Ana: Vaya, no es tener una buena predisposición, ¿en que trabajas?
Rorschach: Trabajo en un sex-shop. Tenía experiencia en un videoclub y me pareció que era necesario ampliar horizontes.
Ana: Vaya, es es diferente.
Rorschach: Soy teleoperador pero me pareció llamativo decirlo, ya sabes: el novio de Amélie trabajaba en un sitio así. Pero supongo que su atractivo le permitía seguir manteniendo la impostura de romántico y maravilloso.
Ana: Amélie me parece una película sobrevalorada. Ni siquiera me acuerdo de ella, ¿qué edad tienes?
Rorschach: Treinta y cuatro.
Ana: Deberías de escoger mejor la ropa, pareces más mayor. Aunque ha sido abrir la boca y darme cuenta de que no lo eras tanto. De todas formas no me interesas, no eres mi tipo.
Rorschach: Vaya, eso quizás ha sido brusco, el juego de todo esto es enterarme de tu rechazo mañana cuando vea que no me has señalado en la lista. Cruel y clasista, buena combinación.
Ana: Soy clara, no lo veo un defecto, ¿para qué disimular siquiera cinco minutos más sino va a llevarnos a nada? Y clasista lo justo, alguien que no tiene un trabajo decente a los treinta y cuatro me parece un fracasado, o peor aún, alguien que no sabe siquiera hacia dónde dirigir su vida. A pesar de la crisis. ¿Has estudiado algo?
Rorschach: No, nunca he terminado nada.
Ana: ¿Ves? Detecto a la gente como tú rápidamente.
Rorschach: Joder, tampoco he venido para que publiques mi biografía. Además, ¿tu trabajo sirve para algo?
Ana: ¿A qué te refieres?
Rorschach: Puedo equivocarme, pero suenas al típico cliché de mujer sin niños que ha sacrificado su vida sentimental en pos del éxito profesional. Y ahora, cerca de la madurez, afronta el reto de encontrar al padre de sus hijos como un encargo más. Por eso pregunto ¿es vocacional tu trabajo?
Ana: Es un puesto de responsabilidad, no exactamente vocacional, pero me hace sentir bien al final de la jornada. Y es mucho dinero.
Rorschach: Dinero, responsabilidad. Nada que ver con mis intereses. Yo estoy en una especie de ONG para idiotas, idiotas que no saben que es Internet, idiotas incapaces de memorizar un número de cuatro dígitos, idiotas que se sienten solos a las dos de la madrugada y llaman por tonterías para, al menos durante unos minutos, poder hablar con alguien. Un bien social. Salvo vidas. Aunque entiendo a Skynet: somos basura.
Ana: ¿Skynet, te refieres a Terminator 2? No quiero herir tus sentimientos, pero tienes pocas opciones de ligar con mujeres de más de veinte años con esas justificaciones.
Rorschach: Vaya forma de desanimarme, además ¿qué ofreces tú? ¿Un clítoris enorme, te gusta el sexo anal? Deberías de saber que a veces las mujeres como tú, con su trabajo maravilloso, su saber estar, sus planes tan metódicos, no nos intimidan como os gusta recrear en vuestra cabeza: nos dan pereza. Buscamos cómplices, no contrincantes.
Ana: Te he dejado de escuchar a partir de “clítoris enorme”, menos mal que sólo queda un minuto.
Rorschach: Bueno, siempre puedo volver a mis cintas de pornografía hermafrodita. No te apures, seguro que encuentras a alguien con talento que sepa sacar las telarañas a tu coño.
Ana: Siempre te pones desagradable cuando bebes, no has cambiado nada en cuatro años. Nunca me gustó como me follabas, quiero que lo tengas claro: ese fue el único motivo por el que te dejé.
Rorschach: Vaya, vaya, ya estas sacando las uñas mi querida ex. Me encanta cuando haces eso, veo que todavía te provoco alguna emoción.
Ana: Asco.
Rorschach: No es un mal comienzo. De todas formas tú nunca has creído en las casualidades: esto es una serendipia. Da mala suerte no dejarse llevar por ellas. Te invito a cenar.
Ana: 

Suena el gong. Todo el mundo se incorpora para cambiar de mesa. Ellos siguen quietos, mirándose fijamente.

Ana: (Suspiro) Sólo una cena, ¿de acuerdo? No te hagas ilusiones. Ponernos al día. Y como vuelvas a ponerte grosero me largo, ¿está claro?
Rorschach hace ese gesto tan suyo –y que a su pesar a Ana le resulta tan encantador-, se levanta y le ayuda a colocarse el abrigo.

Esta noche van a echar un polvo de los épicos. Una segunda despedida.

Clubbed to Death (Kurayamino variation) by Rob Dougan on Grooveshark

miércoles, 11 de enero de 2012

La escritura, como el amor, es una mentira muy bonita. Te tomas un par de copas, te dejas llevar, y encapsulas unos sentimientos que solo son una verdad temporal.

La gente que conozco no piensa en el suicidio, el convencionalismo es su semáforo en verde, opinan que es cosa de adolescentes, de parias depresivos que no han sido capaces de enfrentarse a la vida con valentía, adictos a grandes tragedias. Para ellos, al menos que hayan sufrido alguna experiencia cercana, la muerte es solo un concepto, algo intangible, casi irreal, que les suele pillar desprevenidos. Por eso viven el presente como una inercia inducida, sin luchar realmente, postergando. A mí no me asusta la palabra, es como un retazo de libertad en medio de la locura que nos abduce y que todo el mundo considera normal. La normalidad del borrego. Cuando la sensación de esclavitud me ahoga con su náusea, aparece como unas enormes letras de neón SUICIDIO y todo se relaja, adquiero el control. Un botón de pánico, una toalla en medio de la lona, una puerta trasera, una carta de despido que llevas en tu bolsillo todos los días al trabajo basura. Solo necesitamos eso, rodeados de tanta maquina esforzándose en nuestra total y absoluta alienación, un guiño alcohólico que sirva para violar la idiosincrasia habitual, un gesto obsceno ante las puertas del infierno.


Me da cierto pudor releer algunos post del año pasado, desbordan histrionismo, aunque sean sinceros. Antes no había tantos problemas, unas cartas, fotos desenfocadas, algún fetiche como una entrada de cine o alguna camisa o regalo de cumpleaños. Todo cabía en una caja que podías esconder en cualquier lugar. Ahora toda tu relación sentimental está digitalizada, en el fondo puedes borrarla con la misma parsimonia, pero los nostálgicos, pobres victimas de sí mismos, naufragan buceando en ese pasado. Miles de fotos, sms, mails, post, redes sociales en común, logs de conversaciones en el chat. Videos, ya no con la videocámara de formato engorroso, con el propio móvil. Naturalmente con el repuesto adecuado esto no sucede, hay demasiada inercia en el sexo, los problemas, la vida en común. A fin de cuentas la añoranza se alimenta de la desesperación –sutil o no- de la soledad –sea o no en compañía. Pero como sucedía con El extranjero de Camus, la evocación episódica de su vida le permitía ahogar la desesperación de la cárcel y la falta de libertad. Así de poderosa es la mente.

También es curioso el efecto del tiempo. Lees un buen libro, lo entiendes pero, ¿cómo explicar el sexo, el desamor, la falta de libertad, la muerte con el arte si tú mismo no has padecido de primera mano esas experiencias? Por eso con el tiempo ciertos libros se te rebelan distintos, totalmente conmovedores, como si en tu primera lectura hubieras pasado por encima sin apenas tocarlos. Ahora te cambian, te producen dolor, queman. Al final lo que queda, aparte de la inteligencia del escritor en la recreación del personaje, es la empatía ante sus conflictos internos, ante el dilema del escenario, da igual si este es ciencia ficción o de un realismo sórdido y repugnante.

La música como banda sonora de pedazos de tu vida, canciones que te entristecen y que buscas de forma masoquista cuando te acuerdas de su ausencia. Que te alegran, que cuentan tu historia con sus letras. Letras que no significan nada y luego significan todo. Prohibidas, recurrentes.
Con la recreación digital perfecta de tu pasado sentimental sucede lo mismo. Quizás con el tiempo, desde una perspectiva más objetiva, te das cuenta de que fuiste injusto, un cabrón despiadado. Y aunque el amor no deja de ser egoísmo narcisista, el sufrimiento es lo que realmente humaniza. Y darte cuenta de tus errores.

No hay que convertirse en el protagonista de “Días Extraños” que, gracias a la tecnología, revive una y otra vez los mejores recuerdos grabados de su última relación, incapaz así de olvidarla, de desenamorarse. El olvido es necesario, una forma de supervivencia. Si nunca olvidásemos nos volveríamos locos. Es la forma que tiene el cerebro de adaptase, de poder ilusionarse de nuevo, de creer que esta vez será especial, diferente.
Ahora, con más experiencia y menos prepotencia, mido mis palabras cuando alguien me habla de su vida sentimental, no justifico ni juzgo, considero que normalmente hay mucha idiotez intrínseca en su forma de afrontar las cosas, pero puedo llegar a comprender como han llegado ahí.

Entiendo que alguien conserve la foto de un antiguo amor en la mesilla de noche si cree que ella es su Irene Adler y prefiera seguir solo. Entiendo que alguien mantenga una relación sin futuro con un hombre casado, o el hecho de permanecer junto a alguien que está enamorada de otro y solo te toma como amigo. Mil ejemplos. Es un dolor masoquista, vívido, real. Estúpido también. Luego miras a tu alrededor y hay personas que se ha follado a cien mujeres y siguen insatisfechos, o que solo han tenido una relación, o que no se han enamorado nunca, o que se enamoran siempre. Gente que con treinta y cuatro años se dan cuenta que no saben convivir con una mujer, o quizá no saben vivir en general, sin oferta de futuro. A veces ellos también se enamoran, pero la cosa suele durar poco y el egoísmo y las ganas de independencia ganan la partida. Al final hay mucha gente que suspira por algo que les va a hacer infelices a medio plazo. A él y a ella. Lo saben porque ya lo han intentado. Pero a pesar de ello siguen esperando el milagro -como diría Cohen. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar, a fin de cuentas, ese extraño chispazo de endorfinas en el cerebro, la soledad terrible de cada uno? ¿Quiénes somos para juzgar a esa mujer que se enamora en el primer polvo porque solo necesita una palabra amable, sentirse especial dos o tres horas para dejarse llevar?

¿Es una trampa mortal el romanticismo en la época digital? No, el cinismo avanza al ritmo de la tecnología, de la promiscuidad. Pero de todas formas creo que es adecuado ofrendar un pequeño homenaje sin lágrimas y con una media sonrisa, a esas dos o tres personas que, de alguna forma, han conseguido tocarte, influenciarte, hacerte brillar durante algún tiempo. Forman parte de nuestro bagaje y no sería justo simplemente borrarles, colocarles un número como si fueran un lastre. Pero solo de vez en cuando, sin abusar de sentimentalismos.

La vida es una canción, una poesía que se tambalea hacia un final impreciso pero inevitable. Como cantar “Tú eres de mis sueños la medida” mientras dibujo tu nombre con orina en la pared. Todo vale, menos gemir en soledad con ese sonido que hace la vida cuando no tiene energía para seguir, menos llenar los agujeros existenciales con una puta biblia, menos venderte o dejar que te pisoteen. La mierda se acumula a nuestro alrededor, estamos en un escenario infernal lleno de mentiras y amores desquiciados, de pequeños bastardos que intentan penetrar tu alma penetrando tu cuerpo con torpeza. ¿Y las malas noticias? Tranquila: sólo acabo de empezar, déjame quitarme el regusto a fracaso con otra copa.

Waiting For The Miracle by Leonard Cohen on Grooveshark

lunes, 9 de enero de 2012

Me hago solos en tu honor y no siento nada.

Hay algo pudriéndose en mi cabeza, un zumbido inmisericorde. Es una resaca de las jodidas, de las que abren los diques de la depresión, es ahora cuando más nostalgia siento de compañía femenina. Pero en vez de eso solo tengo soledad. Y resentimiento. No busco salvación en la poesía, soy un monstruo sin dignidad, me dejo llevar por el asco hurgando en la basura. Es eso o la navaja.

Enciendo el ordenador e introduzco la película que he comprado por internet. Material ilegal, material que conlleva denuncias y condena social. Material que viola las filias normales y va más allá. Un suicidio de la sensibilidad orquestada a golpe de cadera y ultraviolencia. No soy nuevo en esto, naturalmente, he sido coleccionista durante años del hardcore alemán más brutal, también de las tristes depravaciones japonesas con jovencitas. Pero esto es diferente, esta película supone el cenit, la degradación del espectador cómplice, el no retorno. Estoy tan excitado como un chaval de catorce años ante su primer coño.

Me bajo los pantalones y me pongo a ello. Todo comienza. Es mejor de lo que esperaba, hay muchos gritos desde el principio. Ralentizo mi mano, no quiero acabar demasiado pronto.

Recuerdo a esa chica de la Fnac del viernes, hablando de poesía  y de libros. No sé si estaba flirteando, soy un zoquete para las señales femeninas. Debería de haberle dado mi número de teléfono para tenerlo claro. El rechazo digo. La no intencionalidad. Lo peor de la vida son las incógnitas, el conocimiento no te hace más feliz, pero si tiendes a vivir en el pasado ayuda un poco. Le di la dirección del blog sin decirle que era mío. Torpezas concatenadas.

La película manda. Salen más secundarios, animales incluso. El campo. Bajo un poco más el volumen, mi polla no tiene dudas, pero mi mente todavía está intentando procesar la información, saturada por las imágenes. Tantas posibilidades en cuerpos tan limitados. Hay cosas que no sabía que podían hacerse, creo que eso deja secuelas, esa chica no podrá volver a tener sexo normal en su vida. Me doy cuenta que yo tampoco, llevo ya demasiado tiempo en soledad con esta depravación haciéndose un hueco en mi neurastenia. El sexo normal me aburre, la imagen de una mujer empapando mis sábanas con sus flujos me resulta aburrida, vulgar incluso, no me provoca ni una débil palpitación. Estoy acostumbrado a las atrocidades, a la cosificación, dentro de poco mi única vida sexual dependerá de prostitutas transexuales o del turismo sexual.

Pero necesito huir de esta soledad, necesito desconectar de alguna manera, necesito dar un sentido a algo. Me doy asco, pero como el alacrán que odia su alacranidad pero la necesita para acabar consigo mismo, debo utilizar el asco para eyacular asco, para sobrevivir un días más. Para levantarme, ducharme, vestirme, comer, lavarme los dientes, trabajar. Eludiendo el poco sentido de todo esto. El poco no: la absoluta falta de sentido.

Hay un cambio de escenario, carnicería, cadenas, argollas, fustas, el rollo snuff movie tiende al infinito. Y esa chica es menor y no parece que haya firmado ningún contrato, simplemente esta aterrorizada. Y esa sangre es real. Mierda, me podrían detener por eso. Sigo moviendo frenéticamente la mano.

Ahora se suceden escenas de temática transexual fetichista. Dejan a alguien moribundo en un rincón ahogándose en su vomito después de una larguísima escena de garganta profunda. No consigo correrme. La resaca se transforma en migraña, debería de salir de esta habitación. Pero ahora lo irreal es lo otro, lo que está afuera. Me empiezo a asustar, hay demasiado material homosexual implícito y es ahí donde mi polla no flaquea, donde tengo que reducir mi ímpetu. Justo cuando empiezo a creer que soy gay aparece una nínfula con coletas y dos enormes perros centuplicando mi excitación. De acuerdo, no hay problema, solo estoy terriblemente enfermo.

Hay demasiados preliminares con los perros, pero quiero ver la escena entera. Descanso un poco. No voy a ir a trabajar. No quiero ver a nadie, no quiero permanecer, solo quiero desasirme de mí mismo. Algo tintinea al lado de mi pie. Una puta botella de vino blanco. Me agacho y bebo un trago justo cuando una de las nínfulas es sodomizada. Bien. Algo de sincronismo. La película manda.

Dejando aparte el sexo, la relación se mantiene como una forma de masturbación ególatra. Uno se refleja en los ojos de la otra persona, existe en ese reflejo, en la réplica, en sus palabras que te definen aunque sean insultos. Te aíslas en esa isla sin soledad sintiendo que existes porque alguien te personaliza dentro de la masa pronunciando tu nombre con cariño. Esa es la sensación que al final se echa de menos, no irse a Londres, no es Gary Cooper haciendo lo correcto, no es una letra de Extremoduro. El virus del romanticismo es el que se encarga de dar fecha de caducidad a este espejismo sutil.

Sigo masturbándome pero ahora tengo miedo a correrme, las escenas son cada vez más violentas y el orgasmo marcará mi próxima filia sexual. La película está dividida de forma episódica y aunque al principio no encontraba el nexo, parece que es el viaje delirante de una de las protagonistas, la única que va sobreviviendo a cada escena. En las primeras secuencias era una niña, y ahora ya es toda una mujer que mira a la cámara con unos ojos verdes eternos y desafiantes. Hay una sensación Proustiana de recreación de un puzzle que luego te dará una imagen totalmente diferente a la suma de sus piezas. Le he quitado totalmente el sonido, pero tiene subtítulos y no puedo evitar leer su nombre alguna vez. Es el nombre que odio y que se repite en mi entorno continuamente, otra prueba de determinismo. Hay mujeres que deberían de presentarse con ese nombre. “Hola soy (…) y vengo a joderte la vida” y tú, antes de terminar la frase, ya estarías asumiendo el sufrimiento de los próximos seis meses. O lo que durase.

La migraña está alcanzando cotas desconocidas de dolor, cada vez me cuesta más concentrarme en las imágenes. El vino blanco ya solo es un recuerdo y una nausea sube y baja por mi garganta. No puedo moverme, estoy atrapado delante del ordenador, en esta habitación a oscuras. Quiero salir, pero la película manda. El teléfono no para de sonar. Seguramente del trabajo. Un retazo en mi memoria me avisa de que hace meses que me despidieron. Pero lo ignoro. Estoy seguro de que son ellos, a pesar de ese desconchón en la pared que hice cuando lance el móvil contra la pared y lo destrocé. La película manda. Ahora la protagonista, frisando los treinta, está siendo violada violentamente mientras una cola de hombres de enormes falos espera su turno. Ella ríe, llora, gime. Mi pene está en carne viva, como su vulva, en algún momento he debido de eyacular sangre, pero no paro, ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Recuerdo la última vez que fui feliz, estaba en Santiago de Compostela, por la noche de fiesta, habíamos comprado un gramo, en el coche sonaba Radiohead, el álbum de siempre. La noche se abría de piernas para nosotros, me sentía joven, trabajo, planes, una casa. Solo quería divertirme, la risa estallaba en mi cara sin excusas. Íbamos con Manolo, nos reíamos de sus historias de drogas, justificando su uso en su misma existencia natural. Fuimos a un prostíbulo, cambiamos drogas por cuerpos. De pronto, serían las tres de la mañana, me sentí terriblemente solo. Llamé a esa chica. Ella me cogió el teléfono. Llevábamos cuatro años sin hablar. Y me sonrió con su voz. No necesitaba más. Quizá debí coger el coche en ese momento, hacer un viaje de seis horas y meterme en su cama. Y decirle que no, que todo era mentira, que lo empezaba a sospechar, que me salvara, sobre todo de mí mismo. Pero no hice nada. No sucedió nada. Madrid siguió sin banda sonora y después de dos silencios colgué.

Siento como si la habitación palpitase, es algo extraño, como si me rodease un dolor ajeno, difuminado. Pero la sed es auténtica, propia, una sed horrible de desierto. No puedo moverme, la película manda. Esta escena me suena, ¿ha vuelto a empezar? Unos enanos deformes están follándose a la protagonista, ahora embarazada. ¿Quién será el padre? Cada vez está más avejentada, ¿Cuánto tiempo llevo encerrado aquí?  Parece su biografía. Rompe aguas pero la escena continua. Una voz en off subtitulada reflexiona sobre la crucifixión del tiempo. La horrible sensación de no haber aprovechado tu vida cuando, ya mayor, no te quedan esperanzas, solo recuerdos. Alguien replica que siempre sentiremos eso, que cualquier decisión es una limitación en sí misma, que son crisis existenciales irremisibles. El niño recién nacido cae en un charco de semen, sangre y vísceras. Al final la locura es no saber, no arriesgarte, no haberte declarado, no agotar las cosas hasta el final, no dejarte llevar alguna vez por los impulsos. Ella siempre lo hacía, victima implacable de sus caprichos egoístas, pero vivir es sufrir, ¿Qué importaban los demás, quemándose lentamente en su intensidad?

Llega el final de la película, como un déjà vu. Estoy deshidratado, tiritando, el olor a vómito y suciedad noquea la atmosfera. No importa, la película manda.
Ahí está el cuerpo de ella, en la cama, sola. ¿Qué debe sentir ahora, cree que su vida ha merecido la pena, cree que el simple ejercicio del placer da sentido a algo? Sabe que se muere, como el protagonista de Muerte en Venecia.  Sigue siendo hermosa -las cicatrices pueden ser hermosas-, nada ha conseguido mancillarla. Suena la música perfecta, como un poema de Poe.

Me colapsa la tristeza, el tiempo pierde continuidad y se resume en su imagen congelada en la pantalla. Pero ya es demasiado tarde para la reconciliación, el asco sigue dentro de mí.

Aparecen los créditos y, casi como un acto de misericordia, el fundido en negro de mi muerte.

A Real Hero by College feat Electric Youth on Grooveshark

viernes, 6 de enero de 2012

En 1969 dejé las mujeres y la bebida. Fueron los peores veinte minutos de mi vida.

El primer párrafo siempre es difícil. Sobre todo cuando solo queda vino blanco y no sé cómo reciclar mis desechos mentales sin que nos resulte aburrido a todos. Es una noche sin regalos, con el insomnio en las cuencas de los ojos. Y es un post importante, el número doscientos. Pero siempre tardo demasiado, repasando, intentando no repetir las palabras... Sería un traductor horrible, siempre buscando sinónimos, impidiendo que el escritor use el cebo de la repetición para llamar la atención sobre algo. Siempre borrando, dos mil palabras se transforman en la mitad. La mitad en la mitad. Como si así pudiera perdonar la mediocridad haciéndola más breve, como notas a pie de página que no se responsabilizan de lo de arriba. Y luego el problema con las comas, con el “yo” que detesto, con los adverbios en las conversaciones. Supongo que cada uno tiene sus manías, pero la sensación final es de cierta culpabilidad por violar a la espontaneidad con tanta alevosía. 

Podría hablar de la cabalgata de reyes, de ciertas mujeres que solo funcionan como posibilidad. Pero al final acabaría hablando de soledad. La soledad es el olvido del tiempo, un Día de la Marmota al revés, la sensación de que estar vivo es el precio de algo que nunca quisiste comprar. Intentar atravesar la fría y dura costra mental para solo encontrarte el vacío de un zombi obsesionado con idioteces. Ni siquiera la tregua de ilusión que supone un billete de lotería –que incluso premiado no cambiaría lo esencial- puede provocar algo de cadencia al golpeteo de estos dedos agarrotados sobre el teclado.

Pensaba en Henry Darger, escribiendo un libro de más de quince mil páginas durante treinta años. Solo, aislado, yendo a la iglesia cinco veces al día. También era ilustrador, acuarelas de niñas con pene siendo torturadas por soldados complementaban su inmenso libro. Un libro con dos finales. Lo del pene en niñas no se lo toméis a mal, era virgen, no había visto a ninguna mujer desnuda. Obsesivo religioso. Y basurero. Creo que se llama arte marginal. Un exponente.
También recuerdo a William Schmidt, quiso explotar una mina de oro, el problema es que estaba a más de treinta kilómetros de un núcleo habitado. Se le ocurrió la genial idea de hacer un túnel con dinamita, atravesar la montaña, y así ahorrarse los continuos viajes por el peligroso desfiladero. Al final esta empresa se convirtió en una obsesión que le consumió durante treinta y ocho años. A pesar, añado, de que el ferrocarril finalmente empezó a cubrir esa ruta. Vidas dedicadas a algo...

El problema de Drive es que la protagonista me recordaba a ella; los clips en la cabeza, la mirada, la forma de la cara. Y en la tragedia.

Poneos en situación: se aman. Aun no lo han mostrado explícitamente por una serie de circunstancias pero está claro que es así. De pronto entran en el ascensor. Hay un matón dentro, ha sido enviado posiblemente para matarlos. Él se percata y en vez de seguir estereotipos, de hacer cualquier heroicidad, desplaza lentamente su mano para protegerla a su espalda, se gira y mientras suena una música perfecta, mientras los gestos se ralentizan, mientas la iluminación cambia…la besa. Y es uno de los besos más románticos y trágicos del cine, porque es un momento que los dos han anhelado con silencios, con miradas, con pequeños gestos durante toda la película, y aunque ella se entrega totalmente para él es diferente, para él es una despedida. Después de un momento eterno se separan, ella todavía sin poder desprenderse de su mirada. Y justo ahí la realidad nos golpea: el matón empieza a moverse y él reacciona matándolo de forma brutal. Ella le mira horrorizada y desaparece. No solo es una despedida, es la disolución de la imagen que tenía de él, el fin de cualquier oportunidad aunque salgan con vida de todo esto. Han creado magia, algo especial, y se ha reducido a cenizas en apenas unos instantes. Eso es talento, trascender la irrealidad del cine y conseguir que te emocione.

Me voy a acostar ya, sólo hay canciones de suicidio, ganas de beber y masturbarme. También ganas de romperte las bragas y arrodillarme entre tus muslos de nuevo. Transformar tus jadeos en música. Lamerte al principio despacio, en espiral, luego con ansiedad, hambre, sed, locura, como si tu clítoris se estuviera asfixiando. Humedecerte con mi aliento, aplastarme contra tu sexo y regodearme en él, la simple táctica –o estrategia- de dar sentido a mis días con tus orgasmos.

Porque reconozco que suelo escribir sobre ti. También sobre mujeres que no existen –y sobre algunas que no deberían de existir. Porque brillas, y aunque también eres atractiva -aunque eso no deje de ser un canon publicitario, carne ubicada en el lugar correcto-, lo importante es que tu brillo es capaz de transformar folios en blanco en poesía, de retorcer la banda sonora de mis sentimientos con el sonido de esos tacones que siempre –desgraciadamente- escucho alejándose de mí. Siempre fuiste mi otoño antes de dormir, y por eso hay una sombra mía en el centro de París, para que cuando vayas sin buscarme no te deje echarme de menos.

Como diría Oliveira “La soledad es esperarte”, ese bucle de paraísos perdidos en el que me conformo con atar tu ropa interior, como vino aguado, a mi alma.

Sail to the Moon. by Radiohead on Grooveshark