Es Navidad. Las calles se adornan y se iluminan hasta la madrugada. Pistas
de hielo. Lotería y anuncios. Turrón. Mazapán. El árbol lleno de guirnaldas y
adornos. Mis horarios son extraños, trabajo los días más festivos del año, como
el veinticinco. También el uno y el seis de enero. Navidad es consumo. Es regalos.
Es idiotez. También provoca reuniones familiares y suicidios. Cenas de empresa
y pequeñas reuniones de pseudoamigos a los cuales no has visto en meses. Ayer
tuve una de esas. Fue divertida. Primero me llamaron asaltacunas y luego la
feminista del grupo se enzarzó conmigo por mis presuntas afirmaciones
misóginas. Puede que sea misógino, pero también soy pedante, encantador y tengo
sentido del humor. Las etiquetas son negativas cuando careces de sentido del
humor. Espero que también tenga esa pasión para oponerse a la aberración de la
nueva ley del aborto.
De hecho quería hablar de política, así nadie se podrá quejar que no
toco varios temas. Es curioso, no me agrada nada Zapatero, ahí le tenemos yendo
de televisión en televisión publicitando su libro, pero, ¿eso no era algo que
sólo hacían los famosillos en plan Belén Esteban? Supongo que el cargo de
presidente del gobierno hace tiempo que quedó denostado por su falta de
seriedad. Además él fue un presidente incompetente. Inepto. Sus discursos eran
lentos, cansinos, como si hablara a un público autista. Podríamos haber
sorteado la crisis mucho mejor si no la hubiera negado, si se hubiera atrevido
a decir la palabra en voz alta, si
hubiera intentado acabar con la burbuja inmobiliaria. Pero en vez de eso se
creía ministro de economía y salía a la palestra a hablar de cheques bebes, del
plan E -que fue un autentico desastre y acabó con el superávit- y demás
ocurrencias. Luego venía Solbes, tachaba las medidas de imposibles y al día
siguiente se remendaban. Así, todo muy de andar por casa, de opereta
socialista. Luego vino Alemania –BCE, FMI, CE- le obligó a tomar otra clase de medidas,
pero eso sí, nada contra los paraísos fiscales, ni subir los impuestos a las
grandes empresas, nada. Un socialista con una política económica neoliberal. España
es diferente, sin duda.
Luego llegan las elecciones del 2011, la gente hace el estúpido y deja
de votar, vota en blanco o mete rodajas de chorizo en sus papeletas. Vamos, la
ignorancia más supina, ¿es que todos desconocen que con nuestra ley electoral
la abstención y los votos en blanco penalizan a los partidos minoritarios –que necesitan
más votos en el computo global- pero premian a los grandes partidos que con los
mismos votos pueden conseguir más escaños?
Bien, tenemos el peor escenario posible, los nietos de los mandamases
de la dictadura con mayoría absoluta y con la cortina de humo de la crisis, patente
de corso para hacer lo que quieran. Pero yo, y perdonadme la ingenuidad,
pensaba que dentro de sus errores e incompetencias intrínsecas, intentarían
hacer lo mejor para España. Pero su falta de moralidad y escrúpulos ha sido
sorprendente. No han venido a gobernar para nosotros, no os dejéis engañar por
mentiras del estilo: “no quiero hacer
esto, es la realidad la que me obliga” o la sempiterna excusa: “es la herencia recibida”. No. Todo lo
que está haciendo Rajoy es premeditado. No se están dejando llevar por sus
ideales neoliberalistas. Están haciendo dinero a nuestra costa: privatizan la
sanidad porque luego, cuando acabe su mandato, les es indiferente si dentro de
dos o seis años, se irán a trabajar a los consejos de administración de las
empresas a las que están vendiendo los hospitales. Esto ya ha sucedido con los
consejeros de sanidad de Madrid. Salvan los bancos –se calcula que han dado
totalmente gratis, el préstamo con intereses ha resultado otra mentira, casi
100.000 millones de euros-, porque cuando abandonen la vida política irán a
trabajar allí.
La ley laboral, poner tasas en el poder judicial, las nuevas multas
por grabar los abusos de los antidisturbios, hacer ilegales los escraches… todo
para que puedan seguir sin que nadie les moleste. Y la ley del aborto y la
segregación en los colegios porque la conferencia episcopal les apoya. Como en
los buenos tiempos de la dictadura. Nada ha cambiado. No quieren escucharnos.
No les importa si existe el HAMBRE en España. Según Unicef uno de cada cuatro
niños está en peligro de malnutrición. El Banco de Alimentos va a repartir
comida en España a más de un millón y medio de personas. No les importa
cargarse la ley de dependencia y dejar a miles de personas totalmente desahuciadas.
Para que entendáis la catadura moral de la gentuza de la que hablo,
hace unos días antes del paripé de la subida de la luz -todo acordado, al final
subirá un 7% e incluso quedarán bien-, echaron abajo con su mayoría absoluta
una iniciativa de todos los demás grupos parlamentarios para que durante el
invierno no se cortase la luz a todas las familias que no pudieran pagar su
factura. ¿Por qué? Simplemente porque el oligopolio de las compañías eléctricas
funciona con la connivencia de los políticos que después de dejar su mandato van
a trabajar allí como consejeros. ¿Os suena de algo?
El resumen es que estamos en una dictadura de facto en la cual el PP
está privatizando nuestro estado del bienestar, no por necesidad, sino por puro
interés personal, por dinero, para seguir viviendo por encima de sus
posibilidades. Y volvemos a la diferencia de clases. A penalizar la cultura con
la subida del IVA, las tasas universidades, las becas Erasmus sin fondos y un
largo etcétera. Es la primera vez en la historia en la que una generación va a
vivir peor que sus padres. Es una vergüenza. Y ni siquiera es necesario, es
algo que están provocando a sabiendas de las terribles consecuencias que está
teniendo para la ciudadanía.
Por eso sí, disfrutemos de la compañía de nuestra familia y amigos.
Del espíritu navideño que impregna todo y que a veces, sin hipocresías, nos
hace ser mejores personas durante unos días. Pero luego, en enero, informaros,
seguid leyendo, formar asambleas ciudadanas, mirad a vuestro alrededor y moveos,
no os quedéis en el “me gusta” o el tweet indignado. No os adocenéis, no creáis
que esto que estamos viviendo es una democracia
real, no caigáis en la resignación, en la desafección. Es lo que quieren
provocar denostando a la democracia desde dentro. Estamos hablando de esos
políticos que han comprado un camión de agua valorado en más de medio millón de
euros para que los antidisturbios puedan “dispersar” a la gente en las
manifestaciones como en las peores dictaduras. Insisto, no olvidéis quienes son
esta gentuza que forma la cúpula del PP: nietos de fascistas, sí, esos señores
que cuando en 1936 perdieron las elecciones dieron un golpe de estado a la
República. Esos mismos señores que nunca han perdido perdón. España es el único
país del mundo en que los malos, los fascistas, ganaron. El único donde todavía
hay fosas comunes en las cunetas con los abuelos de los que realmente lucharon
por una democracia en este país. Pensad en ello.
El decadente sabe que la forma mata el espíritu. Por eso intento
eludir la tentación de escribir otra vez sobre abismos y columpios
agorafóbicos. Sobre paredes que resbalan como babosas en celo buscando la
carnaza de mi cerebro. Sobre esa parte de mí que fornica en un suelo de botellas rotas y niebla de hachís.
Pero tengo el tiempo verbal indeciso ¿Primera o tercera persona? Escribir es
un hallazgo solitario. Insomne. El público a veces entorpece. Trabas mentales. Pasan
los minutos. Una hora. La espera no da resultado: la página sigue emborronada. Nada
fluye. Nada fascina. Quizás sean las secuelas del exceso. De no querer ser
parte ni conjunto. Contenido o continente. De sólo aspirar al desconcierto. Al suicidio
antes que la alienación. Al camino de piedras que empieza en la nada masoquista
y termina en la futilidad de un cielo inmenso pero sin respuestas.
Y a pesar de
ello observo con náusea como la ignorancia se convierte en fe. La democracia en
dictadura. La inercia de corromper y negar. La carcajada ajena de hiena como
camino unidireccional. Y los ojos arden. Son violados por gaviotas de fondo
azul que caen como buitres sobre el asfalto de ideas neoliberalistas. Y las
hojas de otoño ríen y cantan villancicos. Aunque no haya comida ni árbol de
navidad.
Pero ya no quiero palabras. Ni desolación. No quiero tsunamis de
sentimientos ciclotímicos a los que subir la falda y meter mano. Ahora mis
dedos de unicornio no se detienen ante los indecorosos tatuajes de una piel
taimada. No rinden pleitesía a esos amores que sólo saben mezclar ternura con
crueldad. Carcaj de ansiedades. No soy más sabio. Sólo más prudente.
Por eso te
insisto: no permitas que tu orgullo silencie un te quiero. Eres mi estupor
sempiterno de esperanza. Los puntos suspensivos de mi presente. El puerto donde
mi naufragio pierde el equilibrio y se convierte, contigo, en poesía.
Hoy he vuelto a casa paseando entre las calles vestidas de Navidad. Precioso.
Como esa gran hermandad de eunucos emocionales que arrugan su cartera en los
centros comerciales. Yo pertenezco a la secta de los decadentes y prefiero
pensar en tus bragas. En como se visten de lágrima de orgasmo cada vez que abro
las yemas de mis dedos a la vulgaridad. Soy una isla de manos frías naufragando
entre tus piernas. Tu boca hiede a sexo. Mis dedos te violan. Te asfixian
contra el colchón. Las sábanas nos rodean como una zanja oxidada. Sus luces
vomitan poesía cada vez que te nombro. La sangre cae junto al orgasmo. Busco algo
que sólo existe cuando soy lugar en el silencio que grita tu piel.
Siempre hablando de lo mismo. Utilizando las mismas palabras. Sin
sentido del humor. Mis letras tienen el mismo decoro que la voz del
sepulturero. El hachís me provoca sueño sin sueños. Como esa vida real que te
obliga a madrugar los domingos. Sólo podría salvarme la Belleza. Pero para ello tendría que inmolar mis heridas en el
papel. En el vértigo del himen escondido en los pantanos del pensamiento. Hacer
arder mi sangre con vino barato mientras los dioses ateos se jactan de su
despótico desdén.
No importa. La encrucijada de la página en blanco sólo es una curva de
puntos suspensivos. El telón baja. Fundido en negro.
Me ama. Me ansía. Me
quiere tanto que necesita destruirme poco a poco. Pero no importa. La mejor
forma de escribir es borracho, enamorado, drogado, asfixiado, con los dedos
llenos de sangre, saliva, flujos, semen, sudor. Mentalmente inestable. Pido
otra carta. Lanzo los dados trucados. Me masturbo con la grieta del río pálido. Con la promesa de. Al final
siempre se trata de sexo. De atraparla. Atraerla. De dominarla a través de mi
propia dominación. De placer. Tirándola del pelo. Buscando la arcada entre esos
bellos valles de azul límpido. ¿Para qué
sirve la literatura? Hay que matar la carne. Alzarla y golpearla contra la
pared. Atravesarla. Ir más allá. Cosificarnos. Elipsis anal. Negación. Abismos.
Cicatrices. Marcas. Mordiscos. Arañazos. Rompeolas en la piel. Destrucción. Los
ojos son accidentes ciegos. Me corro en tu garganta llena de aristas. Cambio
los puntos suspensivos de tu interior. Destrozo tus sinapsis. Bailo un vals de
humo blanco en tu corazón. Soy un jardín arañado por la lluvia de tu sudor. Me
deshago dentro de ti. Tu coño de niña rota esconde el poema más sucio. Lo busco
con mi lengua intentando abrirte del todo. Lloremos un par de orgasmos. Manchémonos
uno del otro. Rosal azul y cuervo negro en medio de una tormenta de pieles de
luz. Tierra empapada y dilatada frotándose en el cajón cerrado de un eco de
existencia pretérito.
Mascaras. Quimeras.
Segundos. Estupro. Academia. Invencible. Aquiles. Adicción. Aflicción.
Asesinato. Ágape. Eunuco. Emoción. Frío. Destemplanza. Anémona. Asequible.
Infierno blanco. Amor. Guerra. Senil. Futilidad. Espejo translucido. Es mentira
que el arte salva, sólo se enamora de una soledad elitista.
Hiedes a humo y desgarro.
La vida nos sumerge. Como una poesía de nudos y cepos. De quinielas de ombligo.
De bofetadas sin bragas. No eran rumores lo que leíste sobre mí. Todo surge sin
épica. Bregando con las limitaciones de un ladrón llamado romanticismo, pátina
estúpida, vetusta y esquizoide.
A veces he tenido deseos de mutilarme y
enviarte mi sexo ensangrentado con un lazo de regalo. Deshacerme del anhelo y
la pulsión. Y me imagino como aceptas encantada mi sumisión. Como acunas mis
cojones en tu pecho. Como coses unas alas de mosca a mi polla para enseñársela
a tus amigas. Naufrago a tu alrededor como una soga demasiado prieta en torno
al cuello azulado.
El hachís reblandeciéndome
el cerebro. Bukowski riéndose en las alturas de todos nosotros. Somos
pusilánimes. Ajenos al desdén de lo importante. Somos Dresde. Mujeres alemanas
violadas una y otra vez. Abriendo sus piernas a los vencedores. Desgarrando sus
rodillas. Recibiendo el cáliz ruso a horcajadas antes del fundido en negro de
los bombardeos.
Ropa interior desahuciada.
Dedos abriendo la carne. Dolor. Placer. Mentira. Posesión. Me intentas arañar
pero te aplasto con mi cuerpo. Mi polla entra y sale con dureza. Tus ojos
refulgen odio. Estoy a punto de correrme. La saco y vuelvo a deslizarla en tu
interior muy lentamente. Gimes y todo sigue su rumbo. Divago para alargarlo. Es
todo una idiotez. Fricción. Sangre inflamándolo todo. El orgasmo es la mentira.
Cuando llega todo se vuelve opaco y pierde su importancia. El orgasmo es la
empalación del romanticismo. Es la puta del año pasado. Es un disfraz de
rencor. Somos hormigas alienadas debajo de una lupa. Y la lupa se siente
poderosa ajena al niño. Y el niño juega ajeno a la vida del adulto. Y Dios observa
todo desde su celda acolchada. Su baba blanca es el universo tal y como lo
conocemos. Pero toda esa energía indiscernible y todopoderosa está totalmente
ida. Su cerebro es un cascarón vacío. Es la nada sin un nombre digno de
recordar. Un fantasma sin pasado. Una broma escatológica. Miedo a la otredad.
Y todo sigue. Y seguimos.
Pero tu orgasmo no llega. Y el mío es muerte.
Denostado. Cansado. Eterno semáforo en rojo en una avenida llena de
invierno emocional. Sin otoños. Destrozado y a la vez intacto. Como un dios
insolvente con el cerebro y los bolsillos llenos de polvo. Un hueco vacío
mirando con arrobo una flor ajada. Intento barrer la oscuridad. No lo consigo.
Y me siento culpable. Estoy dejando que el trabajo y los hombres grises con sus
ametralladoras ganen. Que mutilen lo poco –muy poco- que queda.
Alzo la botella de vino. Un trago largo. Duro. Ambrosía caliente y
barata despertando el espíritu y matando la forma. Sí. Ahora me siento algo
mejor. Aunque la página en blanco siga escupiéndome con desarraigo y las
paredes –finas como piel de párpado-, sigan odiándome. No. No puedo escapar de
los errores cometidos. No soy vital. Ni creativo. Ni siquiera trágico. No
engaño a nadie. Fracaso en buscar el deslumbrante relámpago de la palabra. El
rostro perdido de Baco. El poema que acabe con mi guerra interior. No me atrevo
a bailar descalzo el brindis de cristales rotos. Aunque hay cosas peores que
estar solo. Lo dijo Bukowski. Tiene que ser verdad. Pero no hay talento que
desovillar. Sólo grandes párrafos de sandeces personales que mueren bajo el
yugo del hacha de fuego del pudor.
Pero he de confesarlo: amo mi veneno. Subir tus escaleras rotas. Ser
una mosca atrapada en la telaraña azul de tu coño. El único lugar real que conozco. Aunque estrangule mi
corazón y luego mi polla. A fin de cuentas el amor es una rosa pugnando por
sobrevivir en el cementerio. Una trampa domesticada. Un reloj que, en las
mejores noches, parpadea y se retrasa.
Quizás lo único cierto de todo esto es que el amor odia a los
contables. Por eso cuando estoy contigo olvido mis matemáticas y siempre me
pareces infinita. E incluso a veces, cometiendo un exceso, un poco mía.
Somos un eco. Un chiste. Un eclipse. Sonámbulos jugando al escondite
inglés. Asesinos impenitentes que aprovechan su libertad condicional para
volver al lugar del crimen. Y ese lugar es un abismo de silencio con forma de
cama. Buscamos en el reencuentro una inmortalidad efímera que es simple narcisismo,
no amor. No nos damos cuenta que sólo somos espejos de piel. Y al
canibalizarnos el trofeo se inmola sin expiación.
El vaso gime y cae el nudo de sabanas. Todo se cubre de rojo. Quizás
sea la coartada para enfrentarnos al pasillo sin ventanas. Me acaricias con tu
lengua. Abres despacio las piernas. Como si así pudiéramos llenar de pelusas
las marcas de tus antebrazos y acallar sus gritos de lucidez suicida.
La almohada recoge el perfecto rasguño de unos besos fósiles. Hay
ansiedad por esculpir violencia ebria en tu cuerpo. Por cambiar ternura por
pornografía y rubricarla con enjambres de sangre blanca. No hables: es más
lírico dejar caer tu ropa sobre el asfalto de mi deseo, engañar a los sentidos
con la ficción de una jaula sin barrotes.
Te follo –penetrar en un verbo inepto- hasta que revientan tus
costuras y el frío de tu interior inunda la habitación. No me importa, estoy
acostumbrado. Los dos bregamos buscando algo honesto que no esté ensuciado por
la bilis de la abstinencia y el cinismo.
Orgasmo. Ninguno pierde el equilibrio. Ha sido
un razonable desastre. Adiós.
Nick Drake de fondo. El polvo masturbando el aire en su caída. Sólo me
mantendré despierto una hora. Luego la muerte del sueño sin sueño. Bajar la mano. Ajustar la
herida. El sonido monocorde del teclado. El frío erosiona mi cuerpo. Sucede
dentro y fuera. El hachís intenta combatir la página en blanco. Los bueyes
descansan. La botella de vino acuna mi escaso talento. Quiero ser árbol. Pero sin la obligación de morir de pie.
Dios es un deforme sin carisma. Como la estampa de un dibujo animado. Un gánster
que marca las cartas y fuma ufano un gran puro. Un pequeño gusano que repta por
tu piel y se alimenta de tu decrepitud y tu dolor. Un impotente que odia el
sexo y desgarra tu clítoris. Disfruta cada momento de frigidez insolvente. Ríe
ante cada perdida, mutilación y olvido. Es jodidamente malvado. Reparte sus
dones y luego los arranca con la crueldad de un niño psicópata. Intentamos
desesperados saltar y eludirle, pero sólo conseguimos formar su huella dactilar
en el asfalto. Dios es un violador. Una mastectomía de urgencia. Un
apocalipsis de pus en celo. Es decadencia. Es prosa poética.
Y Dios, en caso de existir,
a quien más odiaría de toda su creación sería al Poeta. En él cebaría todo su
desdén, asco y crueldad. Porque el Poeta habla de cosas que existen y no
existen a la vez. Como los violines de mar. El poeta utiliza aristas de puntos
suspensivos para curar la herida. Su cama huele a cueva y regazo. Tiene mirada
de luciérnaga y flor dormida. El poeta sigue la ropa tirada en el suelo de su
musa dibujando con tiza el camino hacía su cuerpo. Sus labios besan hemorragias
y abismos. Toca el piano en el burdel y habla de amor con los ojos abiertos. El
poeta es hermoso como una iglesia en llamas. E incompleto como un puñal de
plumas.
El poeta, en definitiva, es un hombre de viento que aún no sabe volar.
Y por eso escucha los secretos de las piedras. Porque las piedras hablan, nunca
están en silencio. Los demás lo hemos olvidado, como hemos olvidado desde la
infancia todas las cosas importantes que nos rodean. Pero el poeta las mira a
los ojos, escucha sus ruegos y las dedica sus primeras cartas de amor. Y ellas
se alimentan de su poesía. Y brillan. Por eso, cuando el poeta está distraído,
se meten en su ropa –como pequeños secretos-, y se vuelven más y más pesadas.