Los blogs han masificado
el concepto de la escritura, somos pioneros de las letras, armados como los
Beatles con un par de amplificadores y tres acordes. Bueno, de acuerdo, nadie
viajará a Hamburgo. Odio a los Sex Pistols. Y me encantaba Nirvana. Pero
démonos un voto de confianza y creamos esperanzados que hay cierto talento
efímero en estos reductos de lobo estepario, a pesar de que un blog personal no
tiene que regirse por un libro de estilo, simplemente contar con un ordenador y
la búsqueda de catarsis. Porque todo empieza normalmente así. Una de las
primeras personas con las que intimé estaba enamorada de un informático. Él
desaparece y hay muchos suspiros y lamentaciones. Cobardía. Su entorno esta
emponzoñado por la repetición y decide desahogarse en un blog. Un año y medio
después todo culmina en un par de polvos, desilusión y muchas lágrimas. Y
finalmente, superado con otro, el blog cierra. Ya no tiene sentido.
La gente espera que la escritura
provoque cambios por si sola, cuando ese dialogo interior debería de ser más
intuitivo y habitual. No hace falta ponerte una peluca y llamarte Norman Bates
para cuestionarte tus problemas con las mujeres en voz alta. Quizá, es verdad,
sirve para aclarar tus ideas, un listado de pensamientos, pero aparte de mover
el culo fuera de tu habitación no hay otra cosa que funcione. El parlamento con
tu público, cuna de vanidad, tampoco ayuda, por poner un ejemplo cercano hay
blogs de mujeres casadas e infieles que cuentan con pelos y señales sus
aventurillas y la gente que atraen, después de cierto filtro bienintencionado,
es de su misma calaña. Todos dándose palmaditas en la espalda sin pensar en el
marido, que a fin de cuentas también debe tener derecho a estar con alguien que
le respete y no le mienta. Pero eso tampoco tiene importancia, era una opinión
sin acritud.
Lo importante como decía
es la diversión, en mi caso divagar. Podría crear, por ejemplo, un personaje
que estuviera contento de vivir en España -cosa compleja a priori-, porque aquí al igual que en Alemania
no hay una ley que prohíba explícitamente el bestialismo/zoofilia. Sería mejor, pensaría en
primera persona, vivir en Japón, Hungría, quizá México por el idioma. También
es legal en más de treinta estados de Estados Unidos. Hay dibujos de Brahma
copulando con osos. Quizá mi personaje tuviera una granja y mientras se
beneficia a sus hermosas gallinas su mujer, pulcra y limpia le descubre y
escandalizada huye con las dos niñas. La cuestión es explicar cómo se ha
casado. Pero no sé si mis amables
lectoras están preparadas para descripciones pormenorizadas de las vivencias en
el establo de nuestro protagonista.
La insatisfacción personal
por la falta de autorrealización empeora con la edad. Puedes intentar eludirla
ocupando tu tiempo y tu mente en actividades alienantes. Pero siempre está ahí,
es algo de lo que no puedes huir. Quizá ya, con el paso del tiempo, heridas y
derrotas asumidas, nos resignamos a la oportunidad perdida. Las cosas son así.
Y punto. Descubrimos un final agrio, lento. Es la diferencia entre –no soy
feliz- y –soy infeliz. El matiz es del tamaño de una sanguijuela en los huevos,
como salir de copas con tus amigos sin saber al volver a casa si lo has pasado
bien o no…o quedarte en casa como un alcohólico conformista machacándotela
viendo pornografía.
Es la perdida de la
juventud, y no me refiero solo a la edad, que hay mucho viejo prematuro
llorando por las esquinas por cualquier estupidez, dejándose esquilmar la vida
por cualquier arpía, por cualquier situación denigrante. Hay muchas hogueras
del alma cerca de la orilla. Olas de acontecimientos.
La soledad, como iba
diciendo, es muy mala. Mi blog empezó un seis de enero –no el 25 de noviembre-
cuando tuve mi primera seguidora, es decir, cuando empecé a leer otros blogs y permití
que el mío apareciera en las búsquedas de Blogger. En ese momento quería
deshacerme del recuerdo de dos mujeres, que luego fueron tres. No lo he
conseguido claro. Hay una concretamente con la que siempre acabo haciendo el
imbécil desde hace un año. Un año lectores, que se dice pronto. Un año para
todo tipo de desplantes, conversaciones insustanciales, promesas que no valen
nada -como diría Ferreiro-, y una completa y absoluta inanidad, ¿Y saben qué?
Que sigo pensando en ella. Todos los días, un ratito. A veces bien. A veces
mal. Sé que no me haría feliz, sé que es una obsesión trascendiendo el capricho,
sé que es una cuestión de inseguridad, de falta de vida social, sé que si
tuviera la oportunidad de estar con ella me aburriría. Sé tantas cosas que
luego en la práctica no sirven de nada, ¿de qué sirve razonar si luego en mitad
de la noche le mando un mensaje –que nunca responde- o la llamo para
preguntarla mil y una tonterías? ¿Nos gustan los retos? ¿Estaré enamorado?
Sí claro...de la nada, del vacío,
del lado oscuro de la luna ¡Qué alguien me salve! ¡Por favor!
Bromeo, esas cosas no suceden.
Mis hogueras ya están apagadas y no he dejado ningún caballo de Troya detrás.
Divertimento. Huida. Solaz.
Y como suelo decir, aunque llego tarde a la vida, prefiero no
retrasarme más de media hora en mi habitual cita social de los viernes.