Fuegos artificiales en el
infierno: ha vuelto el mejor poeta de la ciudad. Me limpio la humildad con el
trapo sucio de la poesía. Disparo otoños a bocajarro. Vomito relojes para
derretir vuestros carámbanos de miedo. Os cuento secretos: el amor es un juego
violento que forma charcos donde niños traviesos juegan a mojarse sus alas de
arcilla. La literatura es una puta que finge orgasmos y que siempre nos anima a
apostar al caballo equivocado. Por eso debéis tener cuidado del poema y
alejaros de él: es el juguete roto del loco. Afilado como un cuchillo sin mango
y estrecho como una urna funeraria. El lugar donde el tiempo pierde el
equilibrio. Nunca es inocente aunque nos medique con su sabor a flor de niebla.
Cuando las luces se apagan
sé que mis advertencias han salvado muchas vidas. Pero me interesan más los
otros, lo que no se han resignado, los que todavía no han matado a su héroe
interior. Los que a pesar de todo se lanzarán en busca de quimeras y seguirán
escribiendo poemas de amor. Puede que sean víctimas de balas con falda que
besan el hueso y violan la carne. De jaulas de mimbre con nombre de varón y grapas
en el corazón. Pero algunos encontrarán su musa –o su muso- y ya no habrá
marcha atrás.
Hace tiempo era igual que
ellos: un pájaro sin nido que aún no había aprendido a volar. Pero tuve suerte
y la encontré. Fuimos muy felices. Reservábamos los fines de semana la suite
nupcial del manicomio y el resto del tiempo jugábamos a inventar palabras y
rimas en los columpios oxidados de los parques. No nos preocupaba que nos
vendieran caducada la esperanza porque yo contaba con su azul iluminándome por
las noches y ella se divertía arreglando mi puzzle de piezas rotas por el día.
Pero una noche ella se quitó con violencia su piel de plata y llamó al futuro:
nadie le contesto.
Y así fue como sus labios
se volvieron azules. Los vecinos vociferaron por las goteras de sangre. Pero
fue mi grito el que desconchó la piel de las paredes. Fue la danza
esquizofrénica de las cosas que no existen la que formó un mar de antorchas en
mi salón. Fue el chatarrero de metáforas quien vino a barrer todas las palabras
que no la dediqué. Fue el viento quien recogió todos los besos sin dueño y
deshilachó el garabato obsceno que aún escondían las sabanas.
Pero no quiero finales
tristes. La noche es un pozo de resurrección donde crecen las flores caídas de
nuestro intelecto. Adelante, os reconozco, seguidme, da igual si conspiráis
desde la página en blanco o brindando por la revolución en un bar de poetas. Yo
tampoco quiero ser un número al que han robado su tiempo, ni hacer la vida que me toca: salgamos fuera y aullemos juntos un
paraíso.
La Muerte observa estremecida
Como mis dedos trastabillan sobre el
teclado
Y es por ello que esconde todos los
cuchillos, que cierra todas las ventanas
Que se abrocha con nerviosismo el
cinturón de seguridad
Sabe que voy a intentar escribir un
poema Y que tal vez, esta vez, tenga éxito
Cuando ayer llegué del
trabajo cansado y hambriento, con esas persistentes voces en mi cabeza pidiendo
muerte, una gran matanza que incluyera a todos mis compañeros de trabajo y
parte del vecindario, me volqué en la búsqueda de algún entretenimiento, de
alguna serie que me salvara –al menos durante unas horas- del dislate general
en el que me muevo. Así di con la nueva serie de Guillermo del Toro: “The
Strain”. Soy demasiado crítico con todo, pero me tragué los tres primeros
episodios subtitulados con una mezcla de placer y extrañeza. Por un lado me
recuerdan a “Vinieron de dentro de...” dirigida por David Cronenberg, con toda
la trama de pandemia imposible de parar. Por otro lado los vampiros son un
calco del Nosferatu de Murnau: no brillan, no son atractivos y el proceso de
conversión es bastante salvaje –especial mención el final del tercer capítulo.
Todo lo demás es basura. Cualquier
atisbo de novedad o riesgo parece que es abortado antes de tiempo. Hay una visión
cortoplacista, esa mediocridad del que asume que no va a conseguir más éxitos y
alarga innecesariamente su obra. Lost, que inició una época de gloria para las
series, es un buen ejemplo: podría ver varias veces las tres primeras
temporadas pero a partir de ahí se convierte en un producto despreciable.
Dexter a partir de la quinta temporada. Homeland con dos primeras temporadas
magnificas se ha desinflado hasta la absoluta nada, y piensan seguir con ella. Héroes
y Fringe, los mayores fiascos en la historia de la televisión moderna. No he
logrado coger el punto a Mad Men ni a Masters Of Sex. Solo Breaking Bad lo ha
conseguido: no le sobra nada, quizás algún bajón de calidad en la tercera
temporada, pero no se han vendido. No le sobra ni un capítulo. Juego de Tronos,
añadiendo cosas desde el respeto por la obra original y el talento de los
actores. Quizás otras destacables son Californication –lo sé, es muy
subjetivo-, y doctor Who, un clásico de la ciencia ficción que en su etapa con
Steven Moffat está haciendo historia.
Pero el formato está
cambiando. Creo que American Horror Story es una buena idea: temporadas
autoconclusivas. De ahí viene también la magia de True Detective. O Black
Mirror, dos temporadas de tres capítulos totalmente indispensables. Otra serie
memorable es Sherlock: tres temporadas de tres capítulos. Esa es la idea, ¿por
qué alargar artificialmente las cosas, no sería mejor ir a por todas, un crescendo
hasta el estertor del talento? Pero claro, el dinero manda. También es la
mediocridad de un público cinéfago. No estoy en contra de ver la serie Spartacus
o la película “Yo, Frankenstein” siempre que luego haya también alternativas de
calidad.
Ya me he aburrido de
hablar de esto. Hace demasiado calor. Esto es horrible. He mirado mi cuenta en
el banco y todavía no me han ingresado la nómina. Seguiré con mi dieta de aire
y cerveza. El puto insomnio. La autodestrucción mostrando su pauta en la pared.
La palabra madurez como una plaga de langostas. Prefiero pensar en Poe, en
Berenice y sus dientes desparramándose por el suelo ante la mirada del loco. Prefiero
pensar en Peter Punk buscando el significado de la nada mientras desaparecen
las sirenas, los enanos, todos los pequeños héroes que daban brillo a nuestra
infancia.
La bebida es un suicidio tan lento que, desde tan cerca, parece una forma de escapar de nuestra ternura.
Hay que leer mucho para
dotar al exhibicionismo literario de cierta solvencia literaria, de otra forma
solo consigues crear máscaras de soberbia reduccionista. Tampoco te obsesiones
con la perfección: la perfección no existe, solo el camino. No te ahorques en
una camisa de fuerza que solo consigue crear un bonito collage de palabras sin
vida que ni siquiera sorprenden vistas desde cerca. La imperfección medida es
la capacidad para validar nuestra singularidad a la vez que retrasamos el
terrible momento de –como los hijos de Saturno- ser devorados por el
capitalismo alienante.
Otro día más. Dicen que la
literatura ayuda. Quizás. Pero aún no he descubierto el truco de magia. Si estoy
triste y me embadurno en esa tristeza lo único que consigo es aumentarla. Si estoy
cachondo y hablo de sexo, de mujeres viciosas que caen de rodillas ante mí, mi
frustración se centuplica, la soledad me escupe desde el espejo. Intento dejar
a un lado la humildad, los miedos, pero no veo la transcendencia, no veo el
sentido de un público al que ni yo mismo tiendo la mano. Todo es sublimación, sombras
chinescas bajo la guadaña de la muerte.
Hace demasiado calor por
las noches. El ruido en mi guetto de extrarradio comienza pronto. El paradigma
de la pobreza en un ventilador que mueve el aire caliente de un lado a otro. Llevo
semanas sin echar un polvo. Me despierto cansando, cachondo y enfebrecido. Empiezo
a masturbarme. Pienso en ella, en su sonrisa azul, en cómo me la chupaba de
rodillas con generosa dedicación. En la belleza de su coño dolorido. Follar solo
puede ser real cuando lo asumes como deporte de riesgo. Una ventana iluminaba
que nunca pide clemencia. Sudar. Desfallecer. Seguir. Recuerdo como se la metía
con dureza hasta el fondo. Su gesto de dolor. Y como su cuerpo se adaptaba a mí
y empezaba a moverse cada vez más deprisa. Así funcionamos. Tanto feminismo y al
final os excusáis llamando amor a la necesidad atávica de que os dominen y os
follen con violencia. Pero es normal: las medianías no producen estremecimiento,
no mellan la memoria. Fue una lástima que creciera esa zona muerta entre los
dos. Que cada vez me costara más correrme. Pero no pongamos etiquetas. Ahora no.
Sigo moviendo mi mano. Cada vez más con más fuerza. Más rápido. Sí, sí, SÍ ¡SÍ!
El milagro del amor transmutándose en cieno blanco, hijos no-natos muriendo en
un pañuelo de papel.
Intento dormir un poco más.
Pero hay demasiado ruido. Me levanto y me ducho. Después echo algo de comida a
las tortugas. Son unas supervivientes. Abro la nevera: nada de comida, solo
cervezas. Me pongo a ello. Me tumbo en la cama y escucho algo de música. The
Doors. Quizás sea un grupo sobrevalorado pero tienen algo especial, las letras,
la guitarra, la voz de Jim Morrison… te pueden sumir en un trance mitómano
inexorable. Miro en el cenicero: tengo suerte, aún queda medio porro de ayer. Sigo
a lo mío. No he cambiado mucho en los últimos quince años. Ahora vivo solo, pero
lo demás sigue igual: semanas sin follar, precariedad laboral, no sé dónde
estaré dentro de un mes… pero ahí afuera sí que han cambiado las cosas: hay más
hijos de putas. Están más organizados y son más despiadados. El miedo del rico
es lo único que nos salvaguardaba de las diferencias sociales, una democracia combativa
era lo único que nos permitía mantener un estado del bienestar. Hemos bajado la
guardia, nos han pillado con los pantalones bajados y lo han aprovechado, oh,
sí. Ha cambiado tanto nuestro discurso que ahora los mileuristas son los
triunfadores, ahora vivir bien es no pasar hambre. Bah.
Una escritora decía en una
entrevista para un gran medio de comunicación que la escritura confesional y/o automática
era el territorio de los vagos sin talento. Yo creo que si eres inteligente
cualquier forma de expresión consigue convertir la basura de la vida en arte. Bueno,
se me hace tarde. Ya estoy preparado para mi jornada laboral, es decir,
borracho. Espero que la literatura haya cubierto el barniz de odio que me
recubre y pueda superar mi jornada de trabajo sin cometer ningún asesinato y
posterior evisceración. Soy una persona tranquila, pero si tuviera la posibilidad
de pulsar el botón rojo del exterminio, del apocalipsis, lo haría con una gran
sonrisa. Supongo, al fin, que eso es para mí la literatura.
Gracias a mi tarjeta de
crédito he conseguido un remanso de paz económico que solo durará hasta
septiembre, fecha en que tendré que renunciar a mi vida de pájaro de alas de
barro y dedicar toda mi energía y devoción a un segundo trabajo. Que optimista
suena todo eso, conseguir otro trabajo en un país con un paro que afecta a más
del veinticinco por ciento de la población. Ayer se nos acercó una mujer del
turno de madrugada y se explayó sobre su miedo al futuro: nuestro trabajo en
Yoigo no es seguro, todas las semanas nos presionan más, está claro que hay que
buscarse otra cosa. Pero ella lleva doce años trabajando de teleoperadora, no
tiene más experiencia; ha intentado estudiar algo en varias ocasiones, tener un
plan B, pero la pereza y la dificultad añadida de simultanear horarios siempre
le han impedido terminar cualquier proyecto. Otra compañera, de cincuenta y
cinco años, va a empezar en septiembre un curso de FP de auxiliar de
laboratorio. Aquí y allá todos establecen ciertos protocolos de emergencia,
tienen alguna salida para cuando todo estalle. Sin embargo algo debe de andar
mal en mi cabeza cuando me da igual, cuando soy tan cortoplacista que mi única
preocupación es el siguiente minuto, el siguiente libro o serie, la siguiente
hora que termine con la jornada laboral. No sé de dónde viene la tara. Quizás
mi madre y su herencia de deudas que hipotecan mi futuro. Mi madre y su lejanía
a flor de pie a pesar de los postres del domingo. Mi padre ausente que me
convierte en un hijo no deseado. Mi abuela y su falta de litio. Ahora intento
arquear mi ego en soledad, sufragista de un laberinto donde busco el
significado y el significante en el sonido de las agujas del reloj. El teclado
no salva, pero absorbe el tiempo como una esponja de color blanco caoba. Escribir
todos los días tiene el mismo significado que masturbarse: es una balsa de ego.
Decía Batania que los poetas no pueden ni deben ser humildes. Yo añadiría, dado
que siempre he preferido la honestidad de la decadencia al concordato de la alegría,
que tienen que ser mártires, porque saben que su fracaso es seguro, que solo
son un ariete de viento, un escalón en una montaña infinita de heces con
destino a ninguna parte.
Mi interés por la
escritura siempre ha sido muy transversal, podríamos decir que soy más lector
que escritor. De esos que quieren ser escritores hasta que se dan cuenta que
hay que escribir demasiado para serlo. Gigantescas toneladas de palabras
orquestadas delante del teclado con esa visceralidad propia del insatisfecho,
del infeliz, del exhibicionista redundante, del feliz a ratos. Por eso llevar
más de tres años y medio con este blog es más mérito de otras que de mí. Seguramente
empecé a escribir por el desamparo de tiempo que me produjo la ruptura de una
relación de casi seis años. Mi ex quería a su lado alguien estable, que
quisiera tener hijos, que no viera la vida con una obsesión Peter Pan
cortoplacista. Y al poco de naufragar en este lodazal de letras tropecé con
otra catalana que me tuvo atrapada entre sus garras varios meses. Fue ridículo,
exultante y posiblemente algo necesario.
En cualquier caso ya mi
prosa se había cercado en torno a la decadencia, el desamor y el terreno sexual.
La notoriedad me fascinaba. Los blogs son un chollo sexual. Las mujeres
obscenamente superiores en casi todos los campos tienen la kryptonita en la
literatura, algo las remueve por dentro, generaciones de sufragistas quedan
sepultadas por el cliché romántico. Quise aprovecharlo, en ocasiones de forma
taimada, dado que mi vida sentimental se había encallecido en relaciones largas
de poca variedad sexual. Además era divertido: correos, llamadas a horas intempestivas,
vídeos y después de algún tiempo el viaje para friccionar la literatura y
realidad. Todos deberíamos de follar más, seríamos más felices, estaríamos
menos frustrados. Estamos rodeados de sacos de patatas –ellas- y de máquinas de
taladro sin imaginación –nosotros-, por eso un libro tan pésimo a nivel
literario como “50 sombras de Grey” ha vendido más de treinta millones de
ejemplares: no sabemos follar. Estamos reprimidos. Castrados.
Fue por esa época que me
interesé por el BDSM. Escribía sobre ello, me registraba en foros, hablaba con
sumisas, alucinaba con un mundillo en el que las fustas, los contratos de
sumisión, las humillaciones y ruptura de tabús era lo normal. Contacté durante
un par de meses con mucha gente. Recuerdo a un Amo en Madrid presumiendo de
cuadra, es decir, de tener a varias sumisas a su disposición. O la sumisa
esclava que estaba en proceso de animalización y tenía que comportase en su
casa como un perro: comer en el suelo, andar a cuatro patas, comunicarse por
ladridos. A mí me fascino por su nivel estético, por la inteligente psicología
de los roles de dominación, esa libertad del todo vale mientras sea sano,
seguro y consensuado. Pero poco a poco me fui decepcionando: como todas las
buenas ideas estaba ya podrido desde el principio, quizás porque la mayoría de
los Amos se limitaban a la idea de convertir a su sumisa en su puta y las
sumisas en obedecer y poco más. Un desastre a todos los niveles. Como el caso
de la chica efímera de Granada que durante un par de años confundió malos
tratos con BDSM. Hay que decir en favor del género femenino que tampoco deslumbraba
por su inteligencia, pero es un ejemplo de hasta dónde puede retorcerse una
buena idea.
Antes de que el mundillo
me aburriera tuve algunas experiencias con sumisas. Quedé con una ya madurita. Divorciada,
rubia, delgadísima, pechos firmes y recelosos que al igual que yo era nueva en
este mundillo. Se presentaba como sumisa pero ya poseía ese vértigo en la forma
de arquear las cejas de Ama dominadora. Fue una velada divertida. Cenar. Emborracharse.
Llegar a casa enlazando manos y lenguas. Sabía besar hasta que empezaba a
morder. En apenas unos segundos se quedó en ropa interior, dejándose los
tacones puestos, y avanzó como una pantera hacía mí. Estaba de caza. Oh, sí las
cosas pudieran fluir de esta manera siempre.
Íbamos un poco sobre seguro,
ya habíamos hablado sobre eso –podríamos decir que SOLO habíamos hablado de sexo-,
y ella sabía que la mejor forma de conquistarme era con una buena felación. Y ahí
estaba: borracha, disoluta, de rodillas, entregada al juego. Y todo se hizo
realidad: su saliva era ambrosía, desdoblaba la lengua a mi alrededor, garganta
profunda, mis cojones como bolas de Navidad siendo adoradas dentro y fuera de
su boca, sus manos acariciando mi espalda, bajando, las uñas hundiéndose en
cada arcada. Yo nunca me hubiera divorciado de alguien así. Y de pronto la sorpresa:
su dedo ensalivado entrando en mi trasero. Fue una sensación incomoda, pero
teniendo en cuenta que la totalidad de mi polla estaba en su boca no estaba en
posición de quejarme. La feladora profesional siguió y siguió. Yo sentía un hormigueo
en la base del estómago que iba bajando y llenándome de calor. En esos momentos
amaba a esa mujer. Y eso que ni siquiera sabía su nombre real. Pero no se
conformó con eso, me hizo girarme y mientras seguía masturbándome empezó a
hacerme un beso negro profundo, muy profundo. Su lengua entrando dentro de mí
de una forma que nunca había sentido antes.
Me sentía a punto de
reventar, mi polla palpitando justo al límite de la ruptura. Estaba tan
excitado no solo por las sensaciones nuevas, sino por el hecho de estar
haciendo algo nuevo e inesperado. Siguió así durante un buen rato. Pero yo
quería volver a sentir su boca, la desplacé y volví a ponerme como antes. Volví
a entrar en ella. Me masajeaba los huevos, seguía más abajo, presionaba,
multiplica las zonas de placer. Mi respiración se entrecortaba, me temblaban
las piernas, pero quería alargarlo todo lo posible. Unos segundos después me
corría con fuerza contra su garganta con un estertor animal. Fue, con
sinceridad, la mejor felación que he tenido el honor de disfrutar en mi vida.
Después de algo así todas las siguientes son en blanco y negro. Siempre falla
algo: la cara, la entrega, la sorpresa. Hay que guiar las manos, indicar el
ritmo, ni siquiera las palabras solucionan el contexto. Es como morir de éxito.
Ni siquiera el amor puede mejorar algo así.
La historia no acaba del
todo bien. Volvimos a quedar. Volvimos a hablar de BDSM. Volvimos a ir a mi
casa. Pero esta vez ella traía un consolador en el bolso. Como attrezzo o ayuda
me pareció adecuado. Nunca me he sentido intimidado: mi bestia púrpura –a pesar
de mi edad y el alcohol-, siempre se ha comportado con soltura hasta en las
peores situaciones –quizás hable de algunas de ellas más adelante. Pero mi globo
de ilusiones de niño pequeño estaba a punto de explotar. Después de la fricción
preliminar empezó a chupar el consolador. Pero en vez de darme el cetro de
poder rodeo mi cintura y lo hizo aterrizar con todo su fálico poderío en mi
culo. Y así, con una sonrisa equidistante, empezó a forzar la entrada. Tardé
unos segundos en salir de mi estupor y apartarlo de un manotazo. La cosa se enfrío
bastante porque según ella debía ayudarla a cumplir también sus fantasías. Quise
darle a entender que mi virginidad anal la tenía reservada para la mujer de mi
vida, que iba demasiado rápido. Me llamo reprimido, machirulo y muchas cosas
que todavía sigo buscando en el diccionario. Quise retornar a la fricción y
golpearla un poco con la fusta. Pero fue un total coitus interruptus.
Unos meses después, entre
un drama Blogger y otro, conseguí quedar con otra que, para más inri, tenía
incluso una autodenominada “caja de juguetes” que quería utilizar conmigo. Con argumentos
de virgen vestal conseguí eludir también el momento. Pero me di cuenta que el
BDSM era demasiado peligroso para un decadente mojigato como yo y decidí
dedicarme a mujeres más normales –risa histérica al final de este párrafo.
Pero aunque han pasado ya dos
años, hay noches en las que con ardor mitómano recuerdo esa felación, esa
lengua que llegó donde ninguna otra había llegado antes y que, generosa,
ardiente y exploradora merece de sobras este sentido homenaje.
¿Qué ofrezco? Nada Treinta monedas de plata La humildad falsa e innecesaria del poeta Una cartera vacía Pero puedes tocarme no soy un lugar común no soy un aburrido: “Mataré monstruos por ti” Joder, no yo quiero morir dentro de ti comerte el coño durante horas hasta que tu cuerpo me salpique con su arcoíris infinito.
¿Qué ofrezco? Nada Pero a veces, sin avisar, saco a mi héroe de madrugada Sé que le resulta difícil sobrevivir ahí abajo en mi interior bajo toneladas de miedo Y si estás atenta si sigues acunando mi sombra te sorprenderá lo hermoso que puede resultar su gorjeo lleno de vida, pasión y gloría Como si nadie le hubiera vencido todavía como si el mundo fuera un lugar mejor Como si, a fin de cuentas, el amor fuera todavía su lugar preferido del pensamiento.
No escribo porque hay
mucho ruido o demasiado silencio. Es demasiado tarde o demasiado pronto. No
escribo porque no se me ocurre ningún tema. Porque son demasiado personales y
no quiero hacer el ridículo. Porque nadie me lee, me comenta, me valora. No
escribo porque me lee demasiada gente y pienso demasiado cada línea. No escribo
porque me duele la cabeza, el corazón, los pies, la musa. Porque no tengo
habitación propia, he leído poco –eso sucede toda la vida- y los demás son
demasiado buenos. No escribo porque tengo la vista cansada, prefiero beber y
mirar al techo. No escribo porque internet me distrae, descargo una serie, una
película, me paso media hora leyendo los comentarios de un vídeo de YouTube. No
escribo porque mi pareja me quita tiempo. No escribo porque mi soltería me
deprime. No escribo porque estoy de vacaciones y hay que descansar. No escribo
porque tengo que madrugar mañana para ir al trabajo. No escribo porque estoy en
paro. No escribo porque en el Nuevo Testamento en ningún momento consta que Jesús se riera alguna vez. No escribo porque la moda es la poesía y me gusta la prosa. O al revés.
No escribo porque no me pagan por ello. O me pagan poco. O los aplausos ya no
son tan intensos como al principio. No escribo porque tengo que contestar los
comentarios de mi blog, devolver los fav de Twitter, chatear con gente en
Facebook, quedar con amigos escritores para hablar de literatura y sus secretos.
No escribo porque siempre he querido ser escritor, pero no contaba que hubiera
que escribir tanto para conseguirlo…
Todos utilizamos excusas
para cubrir nuestra indolencia, nuestra falta de determinación, nuestra procrastinación,
¿cuál es tu excusa de los sábados?
Aristocracia. Plutocracia.
Oligarquía. Dictadura. Despotismo. Son otras formas de referirse a la
democracia -en minúscula y cursiva- en España. Hoy veía en un programa de televisión como una mujer de
Castellón informada de que Carlos Fabra ha robado y espoliado durante años,
afirmaba que le volvería a votar de nuevo si pudiera presentarse a las
elecciones. No hay peor insulto para la ciudadanía que decir: “son los
políticos que merecemos”.
Qué sé yo de escribir
cuando la escritura me cuesta tanto y la vocación es inexistente, ¿por qué esa
idea absurda de escribir todos los días? Quizás busco el significado y el
significante de las horas. Alguien enciende la luz de la cocina y yo intento escabullirme,
huir, antes de que me pise de forma despiadada. La calidad de los escritos
decae. A veces es inexistente. La musa trastabilla y desde el suelo veo sus
bragas rosas. Están sucias y adornadas con esquirlas de hielo. Pero así suceden
las cosas. Soy la ausencia del padre. El alcohólico solitario. El adicto a la
cobardía. El rabo de lagartija que fenece al sol. La pirotecnia sin cielo. Una
fábrica de quimeras abandonada. El que pulsa el botón rojo antes de la
explosión. Las ruinas a la luz del candelabro. Un revolver que ha perdido la fe
en las balas. Soy uno de los soldados que se negaron a seguir a Alejando Magno
más allá del rio Ganges. El que divide todo en dos: conmigo o feliz. Poesía o
amor. Salieri o el precario equilibrio de un clítoris sobrio. Y así me va, con
este sempiterno aroma de jueves eterno, de caballos de sal, de pájaros azules
quejándose por el exceso de poetas y la falta de poesía.
El secreto de que esté
actualizando tan a menudo es que las vacaciones me han dejado arruinado. Lo único
que puedo hacer es quedarme delante del teclado bebiendo después del trabajo e
intentar reducir el tiempo al mínimo. Cada vez me gusta más el aislamiento. Y
mi opinión de las mujeres se acerca cada vez más a una certeza misógina. Voy a
intentar hablar de poesía. Como he quietado la opción de comentarios me evito
el escarnio y explicar que solo son apreciaciones personales sin
intencionalidad de sentar cátedra. Procedamos.
Según el barómetro de hábitos
de lectura España sigue a la cola europea, uno de cada tres españoles no lee
nada y la media de libros leídos al año es once. Casi todo lo que se lee está
relacionado con best-seller, trabajos de carrera o instituto y en menor medida
periódicos, comics y lectura digital. A la poesía apenas se le dedica un
paupérrimo 1% del total. ¿Cuál es el motivo? Normalmente relacionamos la poesía
con un lenguaje complejo, abstruso, demasiado simbolista y excluyente.
Intentamos comprar algún poemario y nos encontramos con clásicos mil veces
reeditados y los dos o tres autores que forman parte del monopolio editorial
desde hace décadas siguen con sus temas lánguidos y desenfocados, ajenos a las
cosas reales de nuestra realidad cotidiana.
Cuando descubrí que
Bukowski también escribía poesía me quedé anonadado, ¿su prosa poética de bares
y putas también se podía considerar poesía? Pues sí, tenía los mismos elementos
que el poema: actitud lírica, objeto, tema, pero sin los elementos formales
como la métrica y la rima. Investigué un poco y leí “El Spleen de París,” de Baudelaire, “Una
temporada en el infierno” de Rimbaud, “Hojas de hierba” de Walt Whitman –verso
libre, parecido a la prosa poética pero conservando la disposición tipográfica del
verso, “Aullido” de Allen Ginsberg. Todo ello me llevo a la poesía vanguardista
de E. E. Cummings, a Nicanor Parra, a Cesar Vallejo y Roberto Juarroz, Por mi
afición a la música leí también a Leonard Cohen y Jim Morrison. Lo que descubrí
es que muchos poetas habían desviado su atención de la métrica y buscaban un
nuevo estilo que les permitiera volcar sus obsesiones sin constreñir tanto el
lenguaje. Ya se encargaría algún crítico más adelante de buscar la etiqueta de
género, esa no era su preocupación. Y así nace el realismo sucio de Bukowski. Panero
sumergiéndose en la locura. El feminismo, la falta de libertad de
la mujer o el aborto como temas que son tratados por primera vez por Sylvia
Plath y Anne Sexton. Alejandra Pizarnik y sus poemas de cuatro líneas grabados
en piedra. Emily Dickinson y la muerte.
Después de un tiempo quise
leer a autores contemporáneos y busqué en las estanterías de las bibliotecas. Pero
solo encontraba recopilaciones de Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Joan
Margarit, Benedetti… ¿dónde estaba la poesía de los jóvenes, las nuevas voces? Por
suerte a través de antologías y blogs, poco a poco, fue conociendo a Roger
Wolfe, Karmelo C. Iribarren, David González, Batania... Gente con enorme
talento que abre en canal la poesía y escribe sobre cosas que suceden en un
contexto cercano. Poesía social, confesional, política. Sin caer en la
chabacanería pero tampoco en el oscurantismo de las metáforas innecesariamente
floridas.
Pero como ya he comentado
en la anterior entrada las editoriales underground promueven la endogamia. Al
final son los propios poetas los que se leen unos a otros. Volvemos a ese 1%
que no sirve para nada. Por eso hay que obligar al ego a dar un paso atrás, seguir
promoviendo antologías aunque tú no participes, sacar las jam Sessions de los
bares y hacer los recitales directamente en la calle. Borrar clichés y explicar
que la poesía no es solo la que nos han dado en el colegio, no tiene por qué
estar limitada por unas reglas de métrica, por eufemismos. Si quieres hablar de
sexo hazlo sin cortapisas. Si en España vivimos una dictadura denúncialo. De la
forma que necesites.
Hoy en día, con tan poco
tiempo libre, la poesía podría convertirse en un vehículo perfecto de renovar
la literatura. En un viaje en metro te puedes leer varios poemas, pero sería
imposible leerte una novela –bueno, quizás en el metro de Madrid sí, pero eso
es otra historia. Pero todavía creemos que la buena poesía es la que no se
entiende. La que utiliza un lenguaje elitista e inaccesible. Y no tiene que ser
así. La poesía no reduce su belleza si el grito desesperado no rima. Y si lo
hace, que lo haga, pero como las óperas de Mozart para la plebe: una
manifestación de belleza para todos los públicos.
Entonces el problema cual
es, ¿hay que educar al público? En parte sí, pero el lenguaje es comunicación,
no podemos recitar desde un púlpito elevado y desdeñar a los que no saben
desentrañar nuestro mensaje. La poesía ha fallado por ambos lados. Y las editoriales
han apostado por el público más cómodo y conservador porque no nos ven capaces
de nada más. Pero el negocio está ahí, latente. Hay muchas editoriales pequeñas
que apuestan casi todo su catálogo a la poesía por encima de la narrativa. Y
dejando aparte la calidad de cada uno, cosa que ya he criticado, sus pequeñas
tiradas se acaban vendiendo.
Para terminar quería
recomendaros –si sois de Madrid- un par de librerías-café donde podéis comprar
algunos de estos libros mientras tomáis una cerveza: “Diablos azules” en Calle
Apodaca, 28004 Madrid y “El dinosaurio todavía estaba allí” Calle Lavapiés, 8,
28012 Madrid
Y algunos libros de poesía
que me parecen indispensables:
Leopoldo María Panero -
Poesía Completa /1970-2000)
Charles Bukowski - El Amor
Es Un Perro Del Infierno
Anne Sexton - Vive O Muere
Sylvia Plath - Antología
Poética
Batania Neorrabioso - La
Poesía Ha Vuelto Y Yo No Tengo La Culpa
Karmelo C. Iribarren - La
Ciudad (Antología 1985-2008)
David González - El Amor
Ya No Es Contemporáneo (Poemas Y Relatos 1997-2004)
Allen Ginsberg - Aullido
Alejandra Pizarnik -
Extracción De La Piedra De La Locura
Emily Dickinson - Poemas A
La Muerte
Charles Bukowski - Poemas
De La Última Noche De La Tierra
Roberto Juarroz - Poesía
Vertical
Princesa Inca - La Mujer precipicio
23 Pandoras - Poesía
Alternativa Española
"Para aquellos que creen en Dios, la mayoría de las grandes preguntas están resueltas. Para aquellos de nosotros que no aceptamos la formula divina, las grandes respuestas no permanecen escritas sobre piedra. Somos flexibles. Nos ajustamos a las nuevas condiciones y descubrimientos. Somos flexibles. Yo soy mi propio dios. Estamos aquí para olvidar las enseñanzas de la iglesia, el estado y nuestro sistema educacional. Estamos aquí para beber cerveza. Estamos aquí para acabar con la guerra. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir nuestras vidas tan bien que la muerte tiemble al llevársenos."
Demasiado calor para
dormir. Poco recomendable con resaca. Me acerco a Correos y la humanidad me
espanta. Quiero comprarme un libro, leer, desfallecer entre tinta e ideas bien
perfiladas. Pero no tengo dinero. Es cruel que la bebida sea muchísimo más
barata que los libros, seguramente hay más alcohólicos que lectores. Las bibliotecas
existen, pero también el fetichismo de poseer, subrayar y doblar las páginas. Bah.
Todo infunde tedio. Nada puede salvarte. La vida social también tiene su
precio. Al final prefiero mi cerveza fría. Sé que beber a estas horas no es lo
más conveniente, pero hace tiempo que me aleje de toda potencialidad. Terminé la
primera temporada de “The Following” y no, no, no. Me gusta la idea de un
ejército de locos, tengo una entrada referida a eso. Y hay personajes interesantes.
Pero el protagonista tiene el carisma de un cactus, y a partir del quinto
episodio la calidad cae bajo mínimos. Un desastre. Si has conseguido desplegar
una buena idea no la maltrates, no la alargues, ten algo de respeto hacia tu
obra. A veces parece que los guionistas solo son capaces de realizar un buen
episodio piloto, es la zanahoria para su público. Luego un par de pinceladas. Y
finalmente la nada creativa más absoluta. Joder. No. Deberían de tener un poco
más de consideración hacia nuestro tiempo libre. Dadnos algo que nos estimule. Aparte
de la lejana “True Detective” y quizás solo la primera parte, solo los
documentales me motivan.
Y no es que me crea un
exigente intelectual gafapasta que solo ve las películas en versión original,
no por favor, lo único que pido es no aburrirme. Seguro que para muchos puntear –técnica referida a adelantar
trozos redundantes e innecesarios de las películas/series cuando las disfrutas
en casa-, le parece una abominación, pero a ver, si es que son monótonas, predecibles,
si es que la mayor parte de las películas son campañas de marketing y una hora
de efectos especiales y guion cliché. Y parece que vamos a peor: Noé del
director de Réquiem Por un sueño, el Luchador, Cisne negro, es una gran bazofia
sin sentido. Transcendence una
oportunidad perdida. Se hacen películas lacrimógenas y tramposas en vez de
intentar aprovechar las dotes de actriz de Dakota Fanning. Al final uno se
rinde y va a ver a Tom Cruise en su enésima película de acción. Ha sucedido con
“Ocho apellidos vascos” no es que la película sea buena, es que el cine español
es un erial subvencionado sin criterio por el estado donde campan a sus anchas
el humor gañán de Torrente y unos pseudoactores de pacotilla que han vivido sus
mejores momentos luciendo palmito en televisión. Y claro, aparte de Nacho
Vigalondo y algún otro director, no hay lugar para la sorpresa.
Y la literatura. Venga hombre.
Ya está bien. Se publica sin control, parece que prima llenar una cuota que la
propia calidad del catálogo. Excepto Anagrama que es un ejemplo a seguir. El entorno
underground de las pequeñas editoriales es demasiado endogámico. Vas a las
librerías-café que hay en Madrid y conoces a todos. Así no hay forma de crear
un contexto de crítica real si al lado de un autor más o menos decente está el
libro de su novia, el de su amigo de la infancia y también el del vecino, que un
día se apuntó a una jam session de poesía y se dio cuenta de lo fácil que es
ligar si dices que eres poeta. Que sí, que nuestra madre nos dijo que éramos un
copito de nieve maravilloso y único. Pero era nuestra madre. Y una tirada de
cien ejemplares en una editorial online no te convierte en escritor. El tener
un poemario de ochenta páginas no te convierte en Sylvia Plath, varios millones
de chicas con el síndrome premenstrual o que les ha dejado el novio hacen lo
mismo en Twitter, hablan del desamor, de frías sábanas, de masturbación nostálgica,
de idearios que quedaron obsoletos con el disparo en la sien de Werther. Tatuajes
de Amelie que dan arcadas. Pero oye, es Twitter, gratis, sin más ínfulas que un
fav.
Si realmente te gusta
escribir y no es una cuestión de simple masturbación del ego ve a por la
autoedición. Trescientos euros por ochenta copias de tu libro. Vende tu libro
al precio de imprenta y no borres el material de tu blog o red social. No te
integres en los círculos literarios kitsch de la capital. Lee y escribe todos
los días. No debería de importante el contador de visitas, más bien la
satisfacción inherente en el hecho de escribir. Lee a Kafka y Pessoa pero no
admires su biografía. Tómatelo con calma: el talento no es una suma de
esfuerzos artificiales, es más bien la sana y entrañable costumbre de inventar
una vocación y que solo se la crean los demás.
Cada uno con sus
obsesiones. El problema de las relaciones es que suelen ser decepcionantes. Te enamoras
de un ideal, de un hueco con nombre de mujer, de una veleidad misteriosa. Y al
final cuando todo es desvelado, cuando ya solo es carne manchada de carmín,
inicias una rutina llamada apego. Los niveles de oxitocina y dopamina se
moderan y todo sigue su rumbo. Luego queda engordar delante del televisor hasta
que te atragantes con las canas de su coño. O el odio. O la nostalgia. O vete
tú a saber qué. Así una y otra vez hasta que ya es demasiado tarde para comprar
más boletos en la feria y una joven y desquiciada combinación de tu ADN te
obliga a sentar la cabeza y aturdirte en las obligaciones sempiternas de la
paternidad. Espero que al menos, al principio, fuera un buen polvo.
Acabo de llegar a casa. Cambio
de turno. Dinero. Dinero. Dinero. Seis horas de trabajo oligofrénico mal
pagado. Clientes sin educación. Mi masa encefálica resbalando por el teclado. Un
calor asfixiante en el exterior. He comprado seis cervezas Sputnik y he empezado
a masturbarme. Siempre estoy cachondo en verano. Pensaba que frisar los treinta
y cinco y la bebida aletargarían a la bestia púrpura. Pero lejos de ellos cada
vez quiero más. La pornografía más repulsiva, vídeos escalofriantes que
vulneran claramente la legalidad campan a sus anchas por mi disco duro. La red
es un inmenso Jabba el Hutt depravado. Escenas que al principio me causaban
estupor y repugnancia ahora me acarician la libido con vigencia. Bondage. Mujeres
cosificadas, simples agujeros de usar y tirar. Bofetadas. Cadenas. Mordazas. Violencia.
Mi polla arde y sigo más allá hasta que el amor que fecunda mis pelotas sale a
flote y mancha toda la ciudad provocando un estertor de insensibilidad en mi
garganta.
Luego he visto varios capítulos
de la serie “The Following”. Despierta sensaciones ambivalentes, una gran idea
no tan bien desarrollada. Pero necesito distraerme. Demasiado calor. Vuelvo a acariciar
mi entrepierna. Necesito algo más. Llamo a Helena. Es una groupie de Madrid, me
permite meterme en sus bragas sin horario fijo. Una pobre depresiva con un blog
homónimo que no sabe distinguir las píldoras blancas de las azules. Sonríe por
teléfono y una hora después llama a mi puerta. Tiene un nuevo tatuaje. Sus ojos
pierden ritmo. Demasiado hachís. Yo prefiero el alcohol, no seca totalmente mi
energía.
Me pone al día de su biografía.
Sus traumáticos exnovios. Sus padres. Sus proyectos. Incluso me habla de
política, de barricadas y guillotinas. Lugares comunes. Mis manos recorren su
cuerpo. Cierra los ojos y gime. La arrastro a la ducha. Hace demasiado calor. La
desnudo y manoseo sus pequeñas tetas. Deliciosa. Divina. Una furcia más a la
que penetrar. Me follo su garganta. Practico las imágenes. Idiosincrasias que denigran
y excitan a la vez. El agua me ayuda a lubricar su culo. Un dedo. Dos. Ella se
reclina. La abro poco a poco. Luego con más violencia de la deseada. Desfloremos
el egotismo. Viva el puro hedonismo. Sigo y sigo. Ella se masturba el clítoris.
Unos minutos después la fricción consigue el milagro. Por unos instantes desconectamos
del mundo. Nada importa. Ni el calor. Ni las facturas. Ni las frustraciones. Ni
la tristeza del fracaso cuando ya no eres joven. Hemos logrado tocar la
santidad, la transcendencia. Nuestros cuerpos se estremecen. El atardecer
chilla en nuestro interior, la bomba atómica cae sobre nosotros, pero somos
pájaros con alas de carne que ascienden sin límite hacía arriba, embriagados
por su danza de cortejo.
Solo dura unos segundos. La
saco. Cierro el agua y empiezo a secarme. Somos humanos de nuevo.
Charlamos un poco pero estoy
demasiado cansado para esforzarme. La futilidad me deprime. A la media hora se
ha ido. Ni siquiera me ha dejado su tanga como recuerdo. Quizás no esté
demasiado satisfecha. Quizás es más bonito adorar al borracho desde su cueva
rosa. Pero así es la realidad. Luego, con los dedos todavía manchados con su
olor, me he puesto a escribir esto. No deja de ser mi media hora diaria de
escritura de la que hablaba ayer. Una forma como otra cualquiera de glorificar el
desastre.
No sé por qué últimamente
escribo sobre metaliteratura, no creo saber más sobre estos temas que
cualquiera que haya actualizado su blog más de un año. Quizás reflexionar sobre
el acto mismo de leer y escribir sea una consecuencia de mi falta de vocación. Y
que es más fácil orquestar una entrada así que un relato sobre como un
decadente se folla brutalmente a una groupie de Madrid durante una calurosa
noche de verano. De todas formas resulta un poco estúpido, es como si fuera a
comprar una barra de pan y el panadero en vez de atenderme empezara a hablarme
de marcas de levadura y harinas, del tiempo de la fermentación y amasado. Yo quiero
pan, no quiero explicaciones, no necesito que me desvele ningún secreto. Además
los lectores pagamos con algo más valioso que el dinero: nuestro escaso tiempo
libre. Pero soy presa de mis incoherencias y voy a enfangarme de nuevo en estos
temas. Mi excusa son diez cervezas de calidad media y media botella de vino que
ahora mismo es mi única amiga de confianza. Subamos la música.
Creo que el escritor sin ínfulas
solo se enfrenta a dos problemas: crearse una rutina y esquivar el bloqueo que
produce la página en blanco. Lo primero resulta fácil: escribe como mínimo media
hora todos los días. Da igual si es en Twitter, un diario personal, no importa
si lo haces en los trayectos de metro en una libreta o a actualizando tu blog a
través del móvil. Es indiferente que uses ese tiempo para contestar mails,
comentarios de un blog ajeno o para editar tu biografía de una página de
contactos. Lo importante es acostumbrarte al teclado, ordenar tus ideas antes de
lanzarte, estructurar, ampliar tu vocabulario. Quizás media hora parezca poco,
pero lo importante es la rutina, si cada vez te resulta más fácil, más
divertido, las noches se alargarán sin que tengas que obligarte a nada.
El siguiente problema es
sobre qué escribir. Bukowski cogía un par de cervezas y divagaba
sobre su idiosincrasia personal. Observaba el mundo desde su misantropía elegiaca
y disfrutaba de la prosa poética porque podía dejase llevar sin planes ni
apuntes. Bien. Es cierto que de ahí se desprende un lenguaje muy básico, sin
revisión, intentando decir cosas complejas de forma simple. Pero también es más
divertido porque no requiere tanto esfuerzo. Lo prefiero a esos párrafos que
son como bloques de piedra que tienes que dinamitar leyéndolos una y otra vez,
golpeándolos con el diccionario hasta que se produce una brecha de
entendimiento. Como si los hubieran escrito de pie sufriendo con cada metáfora.
Todo vale, que conste, pero lo ideal sería un punto medio: no caer en la
simpleza del discurso vacío y gañan, pero tampoco es esa pseudo intelectualidad
absurda y eunuca que juega al escondite con el lenguaje volviéndolo artificiosamente
enrevesado e incomprensible.
De todas formas el tema es
sencillo: coge algo que te fascine, alguna materia que domines y vuélcalo en el
teclado. Un ejemplo fácil sería Stephen King con sus novelas de terror. También
puedes fijarte en tu propia biblioteca para averiguarlo, ¿cuál es el género
predominante? ¿La ciencia ficción, la literatura romántica, la erótica? Empieza
por ahí, por algo conocido, escribe algo que te gustaría leer y busca tu propio
estilo. También puedes lanzarte a lo más básico y cercano: uno mismo. Se tiende
a lo confesional incluso en la ficción. El desamor. La frustración. La alienación.
El día a día. La muerte del padre. Del héroe interior. Cualquier cosa vale. Me gustaban
los blogs al principio, pequeñas ventanas al universo particular de completos
desconocidos envueltos en una catarsis exhibicionista. Al final cualquier
menudencia es importante si consigues público. Nos leemos con avidez envueltos
en la endogamia. Puedes echar un vistazo al pasado. O reescribir el presente
desde un súper yo literario.
Todo depende de tu nivel
de exigencia. Hay quienes prefieren que su estilo sea más literario y complejo
y por ello necesitan dedicar muchas más horas a corregir, a desligarse de los
lugares comunes. No quieren perder el tiempo. Tienen planes, vocación y
ambición. Quieren publicar un libro. Escribir es algo necesario en sus vidas. En
su caso no necesitan un tema, solo pulir su flâneur interior y observar el
mundo con curiosidad de cirujano.
Escribir es un placer
solitario. Adelante. Adelante. Adelante. No importa si nos repetimos o nos
plagiamos a nosotros mismos. Siempre será mejor que no escribir. Que la cuota no
aleje demasiado la diversión. Los temas siempre estarán ahí. Incluso podemos
hablar de la NO necesidad de tema. De escribir dos o tres líneas mezclando
simbolismo con masturbación. De grabar un vídeo en el que escribes, en el que
recitas, en el que la complejidad personal se vuelve mundana.
Recuerda que lo importante
no es el aplauso del público, lo único trascendental es no aburrirte a ti
mismo, conservarte siempre como tu mejor y más exigente lector.
Decía Bukowski en un libro
de entrevistas que he tenido que leer en inglés porque la traducción me
espantaba, que le asustaba terminar el día sin haber escrito nada. El viejo
indecente tenía claro que las horas muertas podían matar tu mente antes de
tiempo. Yo soy incapaz de mostrar semejante pasión. Estampo la tercera cerveza
contra la pared y abro la siguiente sin más planes que bostezar delante del
espejo de la página en blanco. Aunque quizás sea una liturgia: necesito armarme
a través del alcoholismo misántropo de cierta irrealidad para cubrir la futilidad
sempiterna de cualquier acto creativo. No creo que al final del túnel encuentre
algún tipo de bilateralidad o solidaridad en el arte, no creo que nada pueda
maquillar las heridas de mi mente, pero bueno, quizás todo sea más fácil si soy
capaz de abstraerme y verlo todo desde más lejos.
Tengo la espalda llena de
escarcha y despuntes de piel rota. Mis vacaciones han tenido un halo de
fracaso. La ropa interior llena de arena, la boca ahogada por la sal y la
ausencia de libido. La cartera vacía y llena de charcos. En el fondo nada
importa. A veces eres el mayordomo. A veces el comediante. A veces gastas más
energía en lamer la piel ajena que en correr en la dirección correcta. Supongo que
todos entendéis de que estoy hablando. Me esfuerzo mucho para que sea así en
cada uno de los párrafos. Nótese el sarcasmo. Es difícil substraerse del público.
Pero más difícil resulta no tenerlo. El demiurgo quiere ojos pero no voces. Quiere
manos acariciándose por debajo de las bragas. Pero no quiere mensajes de
WhatsApp de madrugada. Bueno, no divaguemos tanto todavía.
La vida sucede ahí afuera.
Los palestinos son asesinados sin que nadie haga nada. Los sionistas niegan que
tanto la Toráh como el Talmud prohíben al pueblo judío formar un Estado -un
país propio- o forzar el fin del exilio, y han colonizado Palestina bajo el
auspicio del Reino Unido y luego de EEUU. Todo gira en torno a la coacción y el
asesinato. Y nadie hace nada porque a fin de cuentas les vendemos armamento,
les compramos petróleo. No todo es tan sencillo, pero no puede haber
equidistancia: hay demasiados muertos. Pero nadie hará nada, así es el agujero
en el que vivimos.
En España se aprueba una
ley electoral en Castilla La Mancha que damnifica a los partidos pequeños, el
pucherazo es tan brutal que se podría dar el absurdo de que el PP sea la
segunda fuerza en número de votos, pero consiga una mayoría absoluta en escaños
incluso si logra apenas el 35% de las papeletas. Es la primera vez en la
historia democrática española que un estatuto autonómico se cambia
unilateralmente y sin consenso, solo con los votos del PP. Y esto es solo una
prueba: si nadie hace nada y no provoca un gran escándalo lo llevarán al resto
de comunidades, o como mínimo aprobarán que no haya coaliciones y que solo los
que obtengan más votos puedan conseguir la alcaldía. Si no puedes ganar cambia
las reglas. Pucherazo preventivo. Quedan diez meses para las elecciones municipales
y hay mucho miedo a Podemos. Así funciona España.
Hoy se conoce la noticia
de que después de recurrir a ayudas públicas -más de 13.000 millones de euros-,
Catalunya Banc ha sido adquirida por BBVA por solo 1.187 millones. La cifra oscila entre los 11.500 y los 12.000 millones de euros que regalamos a los mismos bancos que desahucian a las familias
de sus casas. La cifra es equivalente a los recortes del Gobierno en educación,
sanidad y dependencia, según consta en el Programa Nacional de Reformas
remitido a Bruselas. Pero a pesar de que la realidad es nauseabunda tenemos la obligación de informarnos, de usar el voto útil, de ir a las barricadas, de saber que sucede. No podemos estar ajenos a los errores de nuestra época.
El verano es un sopor de rejas de lana
Como una golondrina sin sombrero
Incapaz de volar.
El mendigo de mi barrio
Siempre me señala con su
dedo tuerto
Y me grita: “En mi derrota mando yo”
Como si los demás solo
fuéramos
Expertos en taxidermia
El decorado de corcho y
alfileres
De su poesía
Tiene razón el viejo sabio
No todos pueden adorar las pelusas
De sus bolsillos rotos
Como si fueran reinas destronadas
Por eso le doy unas monedas:
"A esta ronda invito yo" le digo
El cabrón se ríe y me guiña un ojo
Agarra las monedas con sus manos negras
Y se aleja rumbo al supermercado
Las calles gritan
Y nadie parece darse cuenta de ello.
Los siguientes escritores
fueron alcohólicos: William Burroughs. Malcolm Lowry. Truman Capote. Cinco
Premios Nobel americanos: Sinclair Lewis, Eugene O’Neill, William Faulkner,
Ernest Hemingway y John Steinbeck. Jack London. F. S. Fitzgerald. Thomas Wolfe.
Dashiell Hammett. Tennessee Williams. Raymond Chandler. Carson McCullers. John
Cheever. Truman Capote. Raymond Carver. Robert Lowell. Li Po. Dostoievski. Graham
Greene. Allen Ginsberg. Marguerite Duras. Jack Kerouac. Edgar Allan Poe. Joseph
Roth. Dylan Thomas. Hunter S. Thompson. Anne Sexton. Arthur Rimbaud. Ray
Bradbury. John O'Brien. James Joyce. Samuel Beckett. Baudelaire. Verlaine.
Thomas de Quincey. Lope de Vega. Francisco de Quevedo. Y por supuesto: Charles
Bukowski, el cual decía: " Beber es
algo emocional. Te sacude frente a la estandarización de la vida de todos los
días, te lleva fuera de eso que es lo mismo siempre. Tira de tu cuerpo y de tu
mente y los arroja contra la pared. Tengo la impresión de que beber es una
forma del suicido en la que se te permite regresar a la vida y comenzar de
nuevo al día siguiente. Es como matarte a ti mismo y después renacer. Creo que
he vivido diez o quince mil vidas ahora”
La lista es muchísimo más
larga, pero he preferido poner sólo a los que he leído y me gustan. Es evidente
que hay una relación entre la escritura y el alcohol. Hemingway con su famosa
frase: “Escribe borracho, corrige sobrio” veía en el alcohol una manera de
expandir el material artístico del artista dándole una libertad creativa nueva
y sin limitaciones. Los motivos son muy claro: escribir requiere imaginación,
confianza en uno mismo, concentración y grandes dosis de exhibicionismo. El
alcohol te ayuda en todo eso: las primeras horas te hace más sociable,
despierta cierto delirio amable, desinhibe progresivamente tu mente y te
relaja.
Con esta entrada no
pretendo hacer apología del alcoholismo. El alcoholismo es una lacra que puede
echar a perder el cerebro de un genio. Pero tampoco seamos hipócritas: hay
muchos canceres para el alma. Y con esto no digo que haya que elegir el menos
malo. Pero peor sería para mí creer en Dios –que es parecido a regalar tu
cerebro-, o ser un votante del PP –que es lo más parecido a no tener cerebro.
El alcohol es legal. El alcoholismo social es aceptado sin cortapisas. Y es
lento, te consume muy despacio, puede llevarte décadas alcanzar la mente de un
forofo del fútbol. En el fondo es una forma de ser coherente: no estás
satisfecho con la realidad que te rodea, no tienes cojones para cambiarla, te
gustaría quitarte de en medio pero no demasiado rápido. Adelante pues. Vamos
allá. Ir en dirección contraria a lo marcado, sabotearte, puede abrir nuevas
vías. Y delante del teclado también.
El problema es que la
gente lo entiende al revés. Lee a Bukowski y dice: “Ok, lo que tengo que hacer
es beber mucho, follar con putas y luego escribirlo” No. No funciona así. Lo
que tienes que hacer es tener la necesidad de escribir lo que sucede a tu
alrededor porque la náusea es demasiado poderosa. Lo que tienes que hacer es
intentar vivir de forma diferente para escribir de forma diferente. El hecho de
que fuera alcohólico era anterior, otra capa de certeza. A mí me gustaba beber
con quince años. Ahora tengo treinta y cinco y sigo bebiendo. Bebo cuando
escribo. Bebo cuando escucho música. Bebo cuando macero mi sensibilidad con la
pornografía más brutal. Es cuestión de mezclar placeres y ver qué sucede. Beber
ayuda en esos primeros treinta minutos en los que tanto cuesta enfrentarse al
teclado. Desinhibe y te hace olvidar las grandes preguntas. Porque el primer
problema que tiene alguien que quiere encontrar la verdad -su verdad-
escribiendo no es la indolencia o la falta de ideas, lo peor es la FUTILIDAD del
acto en sí. Porque, ¿para qué sirve cualquier cosa que hagas? Para nada. Somos
polvo de estrellas con forma de mierda. La inmortalidad no existe. Naces.
Comes. Cagas. Trabajas. Follas. Te reproduces. Y mueres. Y durante el proceso
esa singularidad de conciencia, ese poso de transcendencia que te ha sido
concedido, va poco a poco perdiendo su brillo y su dignidad. O quizás no.
Quizás exista la reencarnación. Pero no creo en ello. No creo en nada. Ni
siquiera creo en mí mismo. ¿Veis? A esto me refería con el exhibicionismo del
borracho. De todas formas sigo
pensando que es más digna la ventana iluminada de madrugada del borracho
disciplinado que intenta evadirse en esa guerra sin cesar con el teclado, que
el fanático del fútbol que llora por Brasil y su equipo de mierda. Que todos
esos mal llamados ciudadanos a los cuales no les interesan la política y no
salen de sus casas para votar. Odio la estupidez humana. Todo se reduce a trabajar.
Sacrificios. Tiempo muerto. Matan tu tiempo allá afuera. Una hora tras otra. Y
al final quedas reducido a una pulpa sin alma. A la otredad de un número. El
neoliberalismo mata a gente todos los días en nuestro país, acostumbra a los
niños a la malnutrición. Pero la gente sigue cogiendo el metro para ir a su
trabajo sin quejas, su tiempo vendido a los hombres grises. El miedo lo domina
todo. Por eso el alcoholismo de tres días a la semana, de beber hoy hasta que
amanezca porque mañana no trabajo me despierta cierta condescendencia afín. Ama, ama y ensancha el alma. El
arte es el único salvador del ser humano. Mi sangre es vino. Y soy el héroe de
mi propia mierda.
Hablaba tangencialmente en
la anterior entrada sobre escribir todos los días. Escribir es vivir dos veces
y corregir algunos matices. Desmenuzar. Un puzzle de palabras con demasiadas
soluciones en la que naufragas sin ni siquiera conocer las fronteras. Hay que
pagar un tributo para poder disfrutarlo. La primera media hora es horrible. No
sabes de qué escribir. No sabes cómo. Y tu cerebro conspira para que abandones.
El ser humano es indolente por naturaleza, su inercia es embrutecerse. Quizás
es una forma de sobrevivir, los suicidas piensan demasiado. No lo sé. El caso
es que escribir todos los días allana el camino. Crea una rutina. Una pauta. Y
eso está bien. Interiorizar las reglas de ortografía y gramática. Que la musa
se baje las bragas mientras estás delante del monitor. Obsesionarte un poquito.
El talento lo único que indica es la rapidez con la que mejoras. Pero no puedes
mejorar sin tragar un poco de bilis antes.
También depende de tus
aspiraciones. Si quieres ser escritor, si participas en esas fastuosas Jam
Sessions de poesía en Madrid, las redes sociales son un escaparate de tu obra, te
editas tus propios libros, o mejor, editoriales underground sacan pequeñas
tiradas de tu libro, pues sí, adelante, todo el mundo merece un par de groupies
que se solidaricen con tus cuitas. El problema de fondo es un listón de calidad
muy bajo. Que conste que lo digo como LECTOR. He comprado muchos libros a
través de esas pequeñas editoriales, y aunque es cierto que he disfrutado de
obras muy originales, de un estilo de poesía –prosa poética mejor dicho-, que
pensaba que no existía en España, que hay algunos narradores formidables que
veneran el realismo sucio, al final la impresión no ha sido del todo
satisfactoria. Es demasiado fácil publicar. A veces da la sensación de que
necesitan llenar su catálogo con cualquier autor novel que se conforme con
ciento cincuenta ejemplares en su primera edición. A veces, salvando las
distancias, me recuerda a los blogs: encuentras varios que tienen un toque
diferente, sus autores escriben de forma visceral, abrasiva, diferente, tienen
estilo propio y se defienden muy bien. Otros son tan autobiográficos que tienes
ganas de salir a buscarlos e invitarles a una cerveza. Con el tiempo de todos
ellos te quedas con dos o tres. El impulso de escribir, del desamor, la efímera
inspiración deja todo desértico. Naturalmente todos los demás son basura. Viva
la libertad de expresión, pero nunca podrás escribir nada que merezca la pena.
Así es el mercado editorial. Te puedes encariñar con dos o tres artistas, pero,
¿dónde está el talento? Conste que todo lo que acabo de escribir vale para
muchas de las novedades que se ven en las estanterías del Corte Inglés.
Me desvío del tema. En
casos así, sí, escribe todos los días, publica, sigue adelante. Pero lo más
importante es que leas. Lee mucho. Cosas de todo tipo, desde ensayos, poesía,
novela decimonónica, autores rusos, franceses, alemanes… todo. Si alguien que
tiene ínfulas de escritor afirma que no tiene tiempo para leer a los demás,
eliminadlo: es imposible que escriba nada decente. Recuerdo que una vez tuve
una relación tumultuosa con una filóloga de polvo mediocre. En algún momento me
animó a escribir algo juntos, pero la contesté que no me sentiría preparado
hasta que no hubiera leído mil libros. Si alguien considera que es una cifra
excesiva, pues lo mismo: sigue con tu blog, pero por favor, no contribuyas al
mar de mierda editorial. Leer y escribir son la misma cosa. Si no amas una no
puedes hacer la otra.
Naturalmente todo esto no
tiene sentido si ya tienes vocación, si prefieres quedarte los sábados por la
noche escribiendo antes que salir de botellón con tus amigos. Si cuando te está
abandonado la zorrita elitista de turno en tu fuero interno estás buscando las
palabras adecuadas para describir el sentimiento de pérdida. Si te encantan los
diarios personales. Si querías ser escritor antes de los veinte. Emborracharte
como Bukowski. Hacer el camino como Kerouac. Hacerte esclavista como Rimbaud…
bueno, quizás esto no.
En cualquier caso sí, las
ventajas son claras. Pero yo no lo hago. Y me gustaría explicar el motivo. No
es sólo por pura indolencia. No es sólo porque no tenga ambición, ni vocación,
ni inspiración todos los días. No es sólo porque, a fin de cuentas, me resulte
el esfuerzo fútil y absurdo. Es por algo más sutil. Yo creo que hay una
relación entre el sexo y la escritura: estás cachondo, quieres echar un polvo,
esperas al fin de semana, conoces a una virgen vestal, la apabullas y
finalmente llega el fornicio. Hay imaginación, trazos a lo Van Gogh en la forma
de tocarla, de usarla, de tomarla. Y finalmente el cenit con un hermoso corazón
de semen en su cara. Si echarás otro a la media hora, o al día siguiente, sería
diferente. No habría la misma pasión. Habría ciertas repeticiones, la
espontaneidad desaparecería. Empezaría a notarse el ejercicio gimnástico de
fondo. No siempre, puedes haber sufrido una carestía de sexo y quieres
aprovechar. Pero necesitas algunos días de descanso para volver al polvo épico.
Con la escritura sucede lo mismo. Si eres un buen escritor, si realmente
vuelcas tu vómito y te dejas llevar, al acabar el texto estás agotado. Las
metáforas te han consumido. La obsesión por buscar las palabras adecuadas, el
final, la música, todo hace que te sientas alegre pero vacío. Necesitas
recargarte. Necesitas vivir. Recoger experiencias. Leer algo. Alejarte. Puedes
escribir más cosas. Recordar viejas experiencias. Pero ya no será igual, hay
que empujar, hay que sangrar, hay que escribir de pie. Hay que corregir. El
vómito se provoca y tarda en llegar. No es tan divertido. Y si no te diviertes,
¿para qué coño acaricias el teclado?
Dejemos la impostura y las demostraciones de talento artificial para las actrices porno.