viernes, 20 de abril de 2018

Charles Bukowski – ¿Así que quieres ser escritor?

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leérselo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

jueves, 19 de abril de 2018

El azar, como los sentimientos, es una obra de arte que se decapita a cada instante.

Estoy nervioso, ya noto el petricor acercándose, reclamando el cielo. Voy a la cocina a por un vaso de agua y me trago otra pastilla. Después de la operación el neurocirujano me aseguró que tenía mucha suerte de seguir vivo, pero que había sido un éxito y no notaría cambios. Sin embargo mi percepción de las cosas ha cambiado, ahora todo va demasiado rápido, me siento lento, obtuso, como si mi mente estuviera inmersa en el fango y le costase funcionar. Me tumbo con cuidado en la cama y te acaricio el pelo. Si no fuera por ti no hubiera podido superar los primeros meses. Otra mujer quizás no hubiera aguantado tanto, pero tú has estado siempre ahí. Por eso prefiero no despertarte, debo superar esta tormenta yo solo, demostrarte que lo estoy consiguiendo, que podemos superarlo. Vislumbro un relámpago, cuento los segundos… uno, dos, cinco, diez… la tenemos casi encima. Ya noto como empieza la migraña. Si solo fuera eso podría soportarlo, pero luego llega ese ruido dentro de mi cabeza, una especie de pitido, como un dial mal sintonizado. Me pongo los cascos del iPod e intento taparlo subiendo el volumen al máximo, pero es imposible, sigue ahí, progresando como un topo dentro de mi cerebro.

Maldito accidente. Las imágenes vuelven: todos riendo, la tormenta, ese rayo cayendo cerca de nosotros, perder el control del coche, masa encefálica sobre el salpicadero, el olor a quemado de los cuerpos… Sigo vivo gracias a una placa de metal en la sien. Pero el dolor siempre está ahí, un dolor frío, apelmazado, azul metálico. Por la noche, en sueños, me rasco esa parte de la cabeza y siempre amanezco con la almohada manchada de sangre. Los médicos dicen que es un dolor psicosomático, que la operación salió bien, que no hay ninguna razón para mis síntomas. Pero sé lo que siento. Y cuando hay tormenta todo se agrava. El pitido resulta tan enloquecedor que me entran deseos de quitarme esta puta placa y meter mis dedos en mi cerebro, hurgar en la herida, escarbar hasta que no quede nada.

Me levanto de nuevo y tomo dos pastillas más. Llevo demasiadas pero no me importa. El pitido es como un hierro al rojo vivo atravesando mi cerebro de lado a lado. Dos truenos más, la tormenta está justo encima de mí. Me siento como si no hubiera conseguido salir de ese coche, y siguiera allí, sangrando, con la mente rota, esperando la muerte mientras la lluvia repiquetea a mí alrededor. El dolor aumenta, un sabor agrio sube por mi garganta, la náusea me agarrota. No puedo más, no lo soporto, empiezo a golpear la pared con los puños, con la insana idea de distraer al dolor con dolor. Noto como alguien intenta sujetarme, pero un filtro rojo se acomoda delante de mis ojos y el mundo dobla su bolsillo y me esconde dentro. El pitido lo cubre todo, no puedo luchar contra él. Escucho gritos de fondo pero estoy en otro lugar. Aprieto, golpeo, hasta que el estertor se convierte en silencio.

Me despierto de golpe. La tormenta ha pasado, se filtran los primeros rayos de sol a través de la cortina. Siento el peso de tu cuerpo sobre la cama y te recuerdo ayer, justo aquí, cuando entre risas me pedías mudarnos a un desierto: “Allí nunca llueve –me decías-, pero nuestro amor jamás se secará”. Cierro los ojos y empiezo a llorar.

viernes, 13 de abril de 2018

Ana Pérez Cañamares

SÓLO LA POESÍA ME REDIME
Sólo la poesía me redime.
Y la poesía es el agua
que me da un desconocido
como en una parábola.
Es el paciente que curará
al que se creyó médico.
La frontera del beso
que no eres tú pero
en el que tú te das.

La poesía es la flor del cactus.
Son mis ojos abriéndose al día
cuando me trae tu presencia
que vuelve ella misma y otra.
El abismo al que los números
se asoman conteniendo el vértigo.
Eso que comienza cuando acaba
el poema y que no es el poema
pero el poema precipitó.

La poesía es el amor
que carga los insultos
a quienes la niegan.
Y más cosas que me callo
a medias por pudor
a medias por torpeza
para que la poesía empiece
ahora.


LAS POETAS NO SOMOS MALDITAS
somos desgraciadas
                         fallidas, putas
depresivas, castas
                            anoréxicas
suicidas, locas
                            alcohólicas
tan fácilmente ignoradas.

Nosotras no somos malditas
que suena heroico, romántico
señala a un rebelde, un elegido.

Nosotras no somos malditas
ni tampoco podemos ser benditas.

Nosotras somos la excepción
                     de  la excepción
y todas las categorías
                     pasan de largo
o se nos quedan cortas.


DE REGRESO A NOSOTROS
Estabas allí esperándome
con una herida tan ancha
que parecía una risa

me deslumbraba tu grieta
bajo el maquillaje mi llaga
se retorcía como cauce seco

no digo que no mintiéramos
ni que no hubiera disfraces

pero la cicatriz nos la mostramos
como el pasaporte en una frontera.


MI EDUCACIÓN
Mi educación:
no desees nada demasiado
no te vanaglories ante nadie
-mucho menos de ser feliz-
no sueñes sueños imposibles
-tampoco sueñes la posibilidad-
no rías demasiado alto
no enfades a los dioses
-no creas en ellos ni en sus premios
aunque estarán ahí para castigarte-
no llores delante de los otros
-la tristeza es otra forma de ser presuntuoso-
no te aferres pero no te sueltes del todo del pasado
no te emborraches sin sufrir por la resaca
no te menosprecies
esperando compasión
no luches
todo está perdido desde siempre.

Y ahora sal al mundo, sustente, sé un ejemplo.

sábado, 7 de abril de 2018

¿Cuánta mediocridad soporta una existencia antes de estallar el pánico de la intranscendencia, de la grosería, de llamar a los buitres del escapismo para que beban la sangre de nuestra yerma carne?

Los recuerdos son escombros que resbalan como un perfume viejo, como esa tristeza que reza salvaje al dios menor de la melancolía. Y es entonces cuando tu mente, ese desierto con forma de puzzle mal cortado, te plantea la duda y la derrota. Qué ternura levantarse irritado, plantarse ante el espejo y pugnar por la desobediencia ante el ideal vencido y la sordera, como si la vida no fuera ensuciarse una y otra vez hasta negar todo.

Y se despierta de nuevo el hambre, la reverberación de saliva y añoranza, los sentimientos irracionales llenos de insolencia y esperanza. Como un columpio solitario que se balancea levemente por el viento, esperando, quizás, un poco de vida, de euforia infantil.

Y el premio es la Náusea, de cuya fragilidad solo te desprendes ahorcando tu cuerpo contra el suelo, para que el dolor se convierta en norma, en migración de manos vacías.

Por eso nada me diferencia de la cicatriz de un animal herido que echa de menos el líquido amniótico, de un charco en medio de la tormenta. Por eso el escritor calla todo menos el naufragio y devora su verdad hasta dejarla moribunda. A fin de cuentas, con la guerra ya perdida, ¿tiene otra forma de tolerar su vida?

jueves, 5 de abril de 2018

Marta Sanz – La lección de anatomía

“Una mujer se queda desnuda para que los demás la miren. La midan. Su cuerpo es el texto en el que se ha escrito su biografía. La mano derecha es más grande que la izquierda porque es la mano con que la mujer agarra, escribe, acaricia, desencaja la tapa de los botes de legumbres. Antes, a la mujer su abuela le da unos azotazos en el culo. Va al colegio y se forja un pequeño corazón competitivo. Nada como si fuera un besugo. Ama desesperadamente a su madre y la salva de morir en un ridículo incendio. Canta desgañitándose Pájaro Chogüí y se hace amiga de muchas niñas y mujeres, y del niño más gamberro de octavo de egebé. Desprecia a las asistentas y va cada noche a los cines de verano. Para seducir se aprieta las carnes ridículamente como si su cuerpo fuera el de otra persona. Bebe, fuma, se pone mala y tiene miedo de sus alumnos. Se manifiesta. Se casa. Trabaja de ocho a ocho. Miente y dice la verdad. Como casi todo el mundo. Cumple cuarenta años. Se queda quieta. Reclama el derecho a dejar de complacer. El derecho a la lentitud.”

Hay ciertos escritores que, en un momento dado de su madurez, son capaces de reflexionar y de descubrir esos momentos del pasado en los que, bajo una apariencia cotidiana e inocente, se hallan las claves de su personalidad, de su forma de sentir y de entender el mundo. Esos escritores convierten su biografía en una novela en la que pueden ser narradores omniscientes, pues poseen la información que les faltaba en el pasado. Y esto es lo que aparentemente (siempre quedará la duda de si es una biografía brutalmente honesta o algo totalmente inventado) ha conseguido Marta Sanz en este libro, centrándose –con extraordinaria atención y detalle- en ciertos episodios aparentemente nimios de su infancia, adolescencia y juventud. Sin embargo no es una novela de aprendizaje con golpes de efecto, con la autora disfrazada de niña ingenua; es más bien una introspección reflexiva narrada desde la experiencia, un ejercicio de racionalización y comprensión de lo que en su momento se vivió de forma natural e inconsciente. La autora lo consigue con un estilo sobrio y poderoso, muy persuasivo, alejado de toda retórica y lleno de expresividad, con imágenes de gran poder plástico (como cuando describe el desnudo de una tía suya, sumergida en la bañera de casa: «El pelo del pubis flota como el musgo. Es un animal que se esponja y sube hacia la superficie para coger aire»); tiene un oído infalible para evocar el lenguaje oral, para sintetizar en una frase el carácter de un personaje; capaz de convertir lo cotidiano en extraordinario, de dotarlo de un valor paradigmático que trasciende la anécdota personal.

Además el conjunto de secundarios que se asoman por sus páginas deslumbran por su naturalidad, por la sensación de verdad que transmiten: tías que llegan de visita a su casa de Benidorm, un primo favorito que patina en una pista de hielo y desaprueba los amores de la protagonista, compañeros del instituto emocionados porque van de excursión a Almería, la madre de una amiga que regenta una tienda, unos adolescentes que hablan por la noche bajo su ventana, profesores… Otros personajes tienen un mayor desarrollo, como el de la madre; pero el que más destaca por su complejidad es la propia protagonista y narradora de la novela: su inteligencia y capacidad de racionalizar sus sentimientos no siempre la llevan a ser coherente. A menudo se autoimpone, de forma casi enfermiza, complacer a personas que en realidad le importan poco o cuya actitud desaprueba; en otros momentos vive como si estuviera jugando, como si la realidad fuera algo ajeno y convencional, pero al tiempo se toma el juego tan en serio que puede llegar a sufrir. Existe cierto contrate a la hora de narrar sus inquietudes, con una atención detallada y obsesiva a la hora de analizar sus amistades, la relación con su madre, la competitividad o a las relaciones de dependencia o de poder… y unos apuntes llanos y pudorosos con referencia a la sexualidad, o sus inquietudes religiosas y existenciales.

Para terminar decir que es una novela muy femenina, la narración se basa fundamentalmente en su relación con otras mujeres: con su madre, la abuela Juanita, sus tías, sus maestras, sus amigas. Las figuras masculinas (el padre, su novio juvenil, su marido) pasan fugazmente por sus páginas y se mantienen en un segundo plano. Es obvio que el título de la obra no es casual, como el cuadro de Rembrandt en el que se disecciona un cadáver, la autora ha atomizado y analizado su propia vida, y lo ha conseguido a través de una prosa certera, realista y vívida. El libro ha resulta ser una sorpresa agradable.

lunes, 2 de abril de 2018

Arthur Schopenhauer - Aforismos sobre el arte de vivir

En 1850 Schopenhauer concluye los Parerga y Paralipomena, obra en la que ha trabajado durante los últimos seis años. Se trata de "escritos secundarios" y "cosas pendientes", o, como él mismo dice, "pensamientos dispersos, aunque sistemáticamente ordenados, sobre diversos temas". Entre ellos se encuentran los Aforismos sobre la sabiduría del vivir, libro al que me voy a referir ahora, y seguramente el que más influyó en la difusión y popularidad que alcanzó a posteriori su filosofía.

           El libro consta de dos partes diferenciadas, en la primera Schopenhauer divide los elementos principales que influyen en la felicidad humana en tres apartados, lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa, para a continuación dedicarle un capítulo a cada uno de los mismos. En la segunda parte escoge cincuenta y tres máximas, o pensamientos, que considera los más importantes de la sabiduría de todos los tiempos y los va desarrollando con desigual extensión, agrupándolos en distintos apartados, generales, concernientes a la conducta con nosotros mismos, nuestra conducta con los demás, nuestra conducta en relación con el mundo y con el destino y finalmente un apéndice con el tema de las diferencias entre las edades de la vida.

El pensador alemán es defensor de la tesis de que el grueso de la sociedad es banal, hipócrita, superficial y estólida. Es, pues, en la soledad donde «se muestra lo que cada uno lleva en su interior»; de forma que «el hombre talentoso puebla y vivifica con sus pensamientos hasta el entorno más estéril». Schopenhauer defiende el retiro y el cultivo del pensamiento como la actividad más fructífera para una vida feliz, ya que así el hombre se asegura una continua fuente de alegrías. «No cabe esperar mucho de los demás», sostiene al cabo, «y, en general, de fuera, en ningún sentido.» Para ese hombre “autosuficiente” los placeres pueden provenir del conocimiento, frente a los actos que apelan a la voluntad; es decir, a la parte más física e inmediata. Por eso a las personas cultivadas, preocupadas por el saber, les es más sencillo mantener un estado de felicidad constante, mientras que el común de los hombres, afanados en la persecución de placeres efímeros e inmediatos, suele caer en la angustia y la abulia.

«Como regla suprema de toda sabiduría de la vida considero el principio enunciado de pasada por Aristóteles en la Ética a Nicómaco: “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor”. […] Su verdad se basa en que todo placer y toda felicidad son de naturaleza negativa, mientras que el dolor es de naturaleza positiva. […] Cuando todo el cuerpo está sano y en buen estado, con excepción de una pequeña herida o un punto doloroso, aquella salud del conjunto no aparece ya en la conciencia sino que la atención se dirige constantemente al dolor de la parte lesionada y desaparece la sensación vital de bienestar. […]

Por consiguiente, quien quiera obtener el resultado de su vida desde el punto de vista de la felicidad tendrá que hacer la cuenta, no según las alegrías que ha disfrutado, sino según los males a los que se ha sustraído. De hecho, la búsqueda de la felicidad ha de comenzar por enseñar que su mismo nombre es un eufemismo y que por “vivir feliz” sólo se puede entender “vivir menos infeliz”, es decir, de manera soportable. En efecto, la vida no existe realmente para ser disfrutada sino para superarla, para despacharla. […] En consecuencia, tiene la más feliz fortuna aquel que pasa su vida sin excesivos dolores espirituales ni corporales, y no aquel a quien le caen en suerte las más vivas alegrías o los mayores placeres. […]

Pues los placeres son y siguen siendo negativos: la idea de que hacen feliz es una ilusión que alberga la envidia para su propio castigo. En cambio, los dolores son positivamente sentidos: de ahí que su ausencia sea la medida de la felicidad en la vida. Si a un estado indoloro se añade además la ausencia de aburrimiento, se alcanza en esencia la felicidad terrenal: pues lo demás son quimeras. […] El necio persigue los placeres de la vida y se ve defraudado: el sabio evita los males».

Los aforismos se abren con la siguiente cita de Chamfort: “La felicidad no es cosa fácil: es muy difícil encontrarla en nosotros, e imposible encontrarla en otra parte.” A continuación haré una pequeña selección de frases y aforismos, quizás de esta forma os animéis a leerlo:

I
En el mundo no cabe otra cosa sino la elección entre soledad o vulgaridad.
II
La soledad concede al hombre dotado de grandes cualidades intelectuales una doble ventaja: primero, le proporciona la posibilidad de estar consigo mismo; y, segundo, la de no estar con los demás.
III
La sociabilidad es una de las inclinaciones más peligrosas, y hasta perversas, puesto que nos pone en contacto con seres cuya inmensa mayoría es moralmente mala e intelectualmente estúpida, o se halla trastornada. El insociable es un hombre que no necesita de ellos.
IV
Ningún dinero perdemos con tanta ventaja como el que nos timan, pues con él, al menos, compramos nuestra prudencia futura.
V
Mientras somos jóvenes, dígasenos lo que se quiera, creemos que la vida va a durar siempre, y desperdiciamos el tiempo. Pero cuanto mayores somos, más económicos nos volvemos con nuestro tiempo, pues, al llegar la vejez, cada día vivido produce una sensación semejante a la que experimenta el condenado a muerte con cada paso dado hacia el cadalso.
VI
Lo más importante para el bienestar del hombre, incluso para todo el estilo de vida que adopte, es aquello que existe o sucede en su fuero interno. De ello dependen directamente su satisfacción y su desdicha más profundas, que no son, en primera instancia, otra cosa que el resultado inmediato de sus sentimientos, su voluntad y sus pensamientos.
VII
Que lo subjetivo es siempre mucho más importante para nuestra felicidad y nuestro gozo que lo objetivo, es algo que se comprueba en todas las cosas. […] Lo que cada uno es para sí mismo, lo que lo acompaña en su soledad y nadie le puede proporcionar o arrebatar es obviamente mucho más importante para él que el resto de sus cualidades o lo que los demás puedan pensar de él.
VIII
Lo primero y más esencial para nuestra felicidad es aquello que somos, o sea, nuestra personalidad. (…) Lo único que está en nuestras manos es sacar el mayor provecho posible de la personalidad recibida, cultivando las tendencias que le son afines y procurando adquirir el tipo de educación que se adapta a ella, evitando cualquier otra y, por consiguiente, eligiendo el estatus, la ocupación, el estilo de vida que mejor se correspondan con ella.
IX
El aburrimiento procede de la indigencia y vaciedad de espíritu. […] El dolor y el aburrimiento son los dos mayores enemigos de la felicidad humana. Al respecto cabe observar que cuanto más conseguimos sustraernos a uno de ellos, más nos acercamos al otro, y viceversa; por lo que nuestra vida representa en el fondo un movimiento de oscilación más o menos rápido entre ambos.
X
 Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores. […]Nueve décimas partes de nuestra felicidad se basan exclusivamente en nuestra salud.
XI
La torpeza espiritual está continuamente ligada a un embotamiento de la sensibilidad y a una débil excitabilidad. Dicha torpeza es, a su vez, lo que da lugar a ese vacío interior estampado en innumerables rostros, que se manifiesta además a través de una atención desmesurada hacia todo cuanto ocurre en el mundo exterior, por más nimio que sea, y que, como auténtica fuente del aburrimiento que es, siempre está al acecho de estímulos externos que puedan agitar el espíritu y el ánimo. (…) Este vacío interior es la causa principal de la afición a las reuniones sociales, a los entretenimientos, a los placeres y lujos de todo tipo, que conduce a muchos al derroche y luego a la miseria. Contra esta miseria no hay mejor escudo que la riqueza interior, la del espíritu.
XII
Cuanto más sea lo que tiene alguien en su interior, tanto menos requerirá de fuera y, por consiguiente, tanto menos significarán los otros para él. De ahí que la eminencia del espíritu conduzca a la misantropía. […] En la soledad, donde uno se ve remitido a su yo, es donde se muestra lo que cada uno lleva en su interior.
XIII
En la edad avanzada, entonces más que nunca, lo importante es lo que cada uno tiene en sí mismo. Nada, en efecto, resistirá mejor el paso del tiempo. Además, es la única fuente de felicidad verdaderamente estable. En el fondo, el mundo no tiene mucho que ofrecernos: está lleno de miseria y dolor, y a quienes logran escapar de estos males los acecha en cada esquina el aburrimiento. Además, por regla general, la maldad y la estupidez son las que dictan la pauta. El destino es cruel, y los hombres, miserables.
XIV
Es una gran torpeza perder en lo interno para ganar en lo externo, es decir, sacrificar parcial o totalmente la tranquilidad, la independencia y el ocio de uno mismo en aras del brillo, el rango, el lujo, los títulos o los honores. […] La gente ordinaria se dedica únicamente a emplear el tiempo; quien tiene algún talento, en cambio, a utilizarlo.