En 1850 Schopenhauer concluye los Parerga y Paralipomena, obra en la que ha trabajado durante los últimos seis años. Se trata de "escritos secundarios" y "cosas pendientes", o, como él mismo dice, "pensamientos dispersos, aunque sistemáticamente ordenados, sobre diversos temas". Entre ellos se encuentran los Aforismos sobre la sabiduría del vivir, libro al que me voy a referir ahora, y seguramente el que más influyó en la difusión y popularidad que alcanzó a posteriori su filosofía.
El libro consta de dos partes diferenciadas, en la primera Schopenhauer divide los elementos principales que influyen en la felicidad humana en tres apartados, lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa, para a continuación dedicarle un capítulo a cada uno de los mismos. En la segunda parte escoge cincuenta y tres máximas, o pensamientos, que considera los más importantes de la sabiduría de todos los tiempos y los va desarrollando con desigual extensión, agrupándolos en distintos apartados, generales, concernientes a la conducta con nosotros mismos, nuestra conducta con los demás, nuestra conducta en relación con el mundo y con el destino y finalmente un apéndice con el tema de las diferencias entre las edades de la vida.
El pensador alemán es defensor de la tesis de que el grueso de la sociedad es banal, hipócrita, superficial y estólida. Es, pues, en la soledad donde «se muestra lo que cada uno lleva en su interior»; de forma que «el hombre talentoso puebla y vivifica con sus pensamientos hasta el entorno más estéril». Schopenhauer defiende el retiro y el cultivo del pensamiento como la actividad más fructífera para una vida feliz, ya que así el hombre se asegura una continua fuente de alegrías. «No cabe esperar mucho de los demás», sostiene al cabo, «y, en general, de fuera, en ningún sentido.» Para ese hombre “autosuficiente” los placeres pueden provenir del conocimiento, frente a los actos que apelan a la voluntad; es decir, a la parte más física e inmediata. Por eso a las personas cultivadas, preocupadas por el saber, les es más sencillo mantener un estado de felicidad constante, mientras que el común de los hombres, afanados en la persecución de placeres efímeros e inmediatos, suele caer en la angustia y la abulia.
«Como regla suprema de toda sabiduría de la vida considero el principio enunciado de pasada por Aristóteles en la Ética a Nicómaco: “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor”. […] Su verdad se basa en que todo placer y toda felicidad son de naturaleza negativa, mientras que el dolor es de naturaleza positiva. […] Cuando todo el cuerpo está sano y en buen estado, con excepción de una pequeña herida o un punto doloroso, aquella salud del conjunto no aparece ya en la conciencia sino que la atención se dirige constantemente al dolor de la parte lesionada y desaparece la sensación vital de bienestar. […]
Por consiguiente, quien quiera obtener el resultado de su vida desde el punto de vista de la felicidad tendrá que hacer la cuenta, no según las alegrías que ha disfrutado, sino según los males a los que se ha sustraído. De hecho, la búsqueda de la felicidad ha de comenzar por enseñar que su mismo nombre es un eufemismo y que por “vivir feliz” sólo se puede entender “vivir menos infeliz”, es decir, de manera soportable. En efecto, la vida no existe realmente para ser disfrutada sino para superarla, para despacharla. […] En consecuencia, tiene la más feliz fortuna aquel que pasa su vida sin excesivos dolores espirituales ni corporales, y no aquel a quien le caen en suerte las más vivas alegrías o los mayores placeres. […]
Pues los placeres son y siguen siendo negativos: la idea de que hacen feliz es una ilusión que alberga la envidia para su propio castigo. En cambio, los dolores son positivamente sentidos: de ahí que su ausencia sea la medida de la felicidad en la vida. Si a un estado indoloro se añade además la ausencia de aburrimiento, se alcanza en esencia la felicidad terrenal: pues lo demás son quimeras. […] El necio persigue los placeres de la vida y se ve defraudado: el sabio evita los males».
Los aforismos se abren con la siguiente cita de Chamfort: “La felicidad no es cosa fácil: es muy difícil encontrarla en nosotros, e imposible encontrarla en otra parte.” A continuación haré una pequeña selección de frases y aforismos, quizás de esta forma os animéis a leerlo:
I
En el mundo no cabe otra cosa sino la elección entre soledad o vulgaridad.
II
La soledad concede al hombre dotado de grandes cualidades intelectuales una doble ventaja: primero, le proporciona la posibilidad de estar consigo mismo; y, segundo, la de no estar con los demás.
III
La sociabilidad es una de las inclinaciones más peligrosas, y hasta perversas, puesto que nos pone en contacto con seres cuya inmensa mayoría es moralmente mala e intelectualmente estúpida, o se halla trastornada. El insociable es un hombre que no necesita de ellos.
IV
Ningún dinero perdemos con tanta ventaja como el que nos timan, pues con él, al menos, compramos nuestra prudencia futura.
V
Mientras somos jóvenes, dígasenos lo que se quiera, creemos que la vida va a durar siempre, y desperdiciamos el tiempo. Pero cuanto mayores somos, más económicos nos volvemos con nuestro tiempo, pues, al llegar la vejez, cada día vivido produce una sensación semejante a la que experimenta el condenado a muerte con cada paso dado hacia el cadalso.
VI
Lo más importante para el bienestar del hombre, incluso para todo el estilo de vida que adopte, es aquello que existe o sucede en su fuero interno. De ello dependen directamente su satisfacción y su desdicha más profundas, que no son, en primera instancia, otra cosa que el resultado inmediato de sus sentimientos, su voluntad y sus pensamientos.
VII
Que lo subjetivo es siempre mucho más importante para nuestra felicidad y nuestro gozo que lo objetivo, es algo que se comprueba en todas las cosas. […] Lo que cada uno es para sí mismo, lo que lo acompaña en su soledad y nadie le puede proporcionar o arrebatar es obviamente mucho más importante para él que el resto de sus cualidades o lo que los demás puedan pensar de él.
VIII
Lo primero y más esencial para nuestra felicidad es aquello que somos, o sea, nuestra personalidad. (…) Lo único que está en nuestras manos es sacar el mayor provecho posible de la personalidad recibida, cultivando las tendencias que le son afines y procurando adquirir el tipo de educación que se adapta a ella, evitando cualquier otra y, por consiguiente, eligiendo el estatus, la ocupación, el estilo de vida que mejor se correspondan con ella.
IX
El aburrimiento procede de la indigencia y vaciedad de espíritu. […] El dolor y el aburrimiento son los dos mayores enemigos de la felicidad humana. Al respecto cabe observar que cuanto más conseguimos sustraernos a uno de ellos, más nos acercamos al otro, y viceversa; por lo que nuestra vida representa en el fondo un movimiento de oscilación más o menos rápido entre ambos.
X
Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores. […]Nueve décimas partes de nuestra felicidad se basan exclusivamente en nuestra salud.
XI
La torpeza espiritual está continuamente ligada a un embotamiento de la sensibilidad y a una débil excitabilidad. Dicha torpeza es, a su vez, lo que da lugar a ese vacío interior estampado en innumerables rostros, que se manifiesta además a través de una atención desmesurada hacia todo cuanto ocurre en el mundo exterior, por más nimio que sea, y que, como auténtica fuente del aburrimiento que es, siempre está al acecho de estímulos externos que puedan agitar el espíritu y el ánimo. (…) Este vacío interior es la causa principal de la afición a las reuniones sociales, a los entretenimientos, a los placeres y lujos de todo tipo, que conduce a muchos al derroche y luego a la miseria. Contra esta miseria no hay mejor escudo que la riqueza interior, la del espíritu.
XII
Cuanto más sea lo que tiene alguien en su interior, tanto menos requerirá de fuera y, por consiguiente, tanto menos significarán los otros para él. De ahí que la eminencia del espíritu conduzca a la misantropía. […] En la soledad, donde uno se ve remitido a su yo, es donde se muestra lo que cada uno lleva en su interior.
XIII
En la edad avanzada, entonces más que nunca, lo importante es lo que cada uno tiene en sí mismo. Nada, en efecto, resistirá mejor el paso del tiempo. Además, es la única fuente de felicidad verdaderamente estable. En el fondo, el mundo no tiene mucho que ofrecernos: está lleno de miseria y dolor, y a quienes logran escapar de estos males los acecha en cada esquina el aburrimiento. Además, por regla general, la maldad y la estupidez son las que dictan la pauta. El destino es cruel, y los hombres, miserables.
XIV
Es una gran torpeza perder en lo interno para ganar en lo externo, es decir, sacrificar parcial o totalmente la tranquilidad, la independencia y el ocio de uno mismo en aras del brillo, el rango, el lujo, los títulos o los honores. […] La gente ordinaria se dedica únicamente a emplear el tiempo; quien tiene algún talento, en cambio, a utilizarlo.