miércoles, 29 de agosto de 2018

Escritura automática (Diáspora 1)

Me propuse a principios de año escribir cien entradas en el blog para intentar reactivarlo y de esa forma motivarme y escribir más, pero está claro que empiezo a estar lejos de conseguirlo. Algunos dirían -y con razón-, que lo importante es la calidad y no la cantidad, pero con la cantidad de tiempo libre que tengo dos entradas a la semana no tendría que resultar tan complicado. En realidad suelo escribir todos los días, tengo un diario en World donde divago sobre lo divino y lo humano. Ser juntapalabras es bastante sencillo: un teclado (a ser posible mecánico, son una maravilla) y un ordenador. Recuerdo leer a Bukowski en su diario “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” como había comenzado a escribir con setenta años en un ordenador, y que estaba entusiasmado porque las palabras volaban. Ya no tenía que escribir todo dos veces (la segunda para corregir faltas, erratas, etcétera), ahora podía escribirlo todo de una sentada. Era maravilloso. Música clásica, vino, y la ardiente risa de los dioses iluminando su procesador de textos. Preconizaba un futuro en el cual se fabricaría algún tipo de chip que implantado en el cerebro pudiera transcribir directamente toda la madeja mental del escritor. Aunque claro, matizaba, eso resultaría útil sí había algo que mereciera la pena transcribir. Ese ha sido siempre el único problema.

A mí escribir, como leer, me reconcilia conmigo mismo, es como si al hacerlo estuviera dedicando mi tiempo a algo real, en vez de a la colección de asuntos intrascendentes, irrisorios y fastidiosos que componen la vida cotidiana. Incluso escribir sobre banalidades las transfigura sutilmente, como si iluminase el lado oculto de las cosas, una especie de lucidez ocasional, de petricor sin tormenta. Por eso en vez de tanta reseña, voy a intentar escribir más aquí, en un tono más íntimo.

Está siendo un mes jodido. Intrascendente. Inútil. Yermo. Noches calurosas de insomnio. De gastos absurdos. Me compré un monitor de treinta y dos pulgadas. No me sentí bien con esa compra, como si estuviera comprando un boleto para la fábrica de sonámbulos que me rodea habitualmente. Una capitulación al embrutecimiento, al soniquete de conformismo amodorrante. Todos queremos escapar. Algunos gastan dinero en tonterías que no necesitan y solo son felices en el momento de la compra -a veces ni siquiera entonces-, y luego pasan inmediatamente al siguiente objeto de deseo que convertir en ferviente necesidad. Incluso las vacaciones se han transformado en eso. Todo es escapismo. Pero es entendible: la vida, seamos francos, es un coñazo, demasiadas obligaciones, responsabilidades, malos rollos y frustraciones. Si alguien inventase una máquina de realidad virtual donde perder la conciencia durante unas horas, en plan soma, estaría media humanidad enganchada.

Ayer se me estropeó el eReader. Un Kobo Glo HD. Me habré leído con él más de doscientos cincuenta libros. Me lo regaló Tamara en noviembre del 2015. No he podido esperar a cobrar la nómina y me he comprado otro esta mañana con la tarjeta de crédito. En realidad es casi un acto de ahorro, la última compra en papel fueron dos ensayos, uno de cine y otro sobre videojuegos, y me gasté cincuenta euros en los dos. Mejor comprarlo cuanto antes. Venían unos cuantos libros descargados y uno de ellos era “El arte de no amargarse la vida” de Rafael Santandreu. Y a mí este tipo de libros de autoayuda tan básicos me parecen basura, pero como estaba apático le he dado una oportunidad. Y es una mierda, pero al menos es ameno y dicharachero. Y habla de Epicteto con la intención de alinear la psicología conductista con su filosofía. Y creo que ahí patina un poco. Pero para quien no lo haya leído será de gran ayuda. O sea que adelante.

Y después de dos horas de leer ya me siento un poquito más persona, incluso preparado para libros de verdad. Y enciendo el ordenador. Pero antes me viene a la mente una de mis ex. Y me río al recordar que ella, unos meses después de que yo creara este blog, abrió uno sobre este tipo de cosas: felicidad, autoayuda, frases de ánimo Paulo Coelho. Y me percato de que todos pasamos por las mismas encrucijadas, solo que tomamos direcciones diferentes para el mismo problema: ella escogió leerse estos libros y tragarse toda su pantomima, y yo caí en el agujero de la decadencia, el cinismo y el quietismo. También es cierto que ello me arrastró con los años a cierto intelectualismo literario, luego a la filosofía, y hoy, por fin, a la psicología conductista, esa intentona moderna para encontrar la felicidad. Busco su blog, para ver si sigue escribiendo, pero lo dejó en 2016. No tiene muchos comentarios ni seguidores. Me da por pensar en lo injusto que resulta la notoriedad en internet. Hay gente con talento sin apenas trascendencia, y otros dan con la clave para llamar la atención aunque su material sea basura, y logran ser famosillos. Resulta demasiado arbitrario, incluso aterrador, pero por otro lado es lógico que la mediocridad sea la constante, parece ser el único pegamento social que nos une; no alberguéis dudas al respecto, ¿acaso tenéis algún Mozart de vecino o compañero de trabajo?

Yo suelo tener más suerte, siempre que abro una red social (Blogger, Twitter, Ask) consigo seguidores enseguida; precisamente por eso prefiero tener ahora más anonimato, y por tanto más libertad. Ya he comentado varias veces que Twitter -la red de moda con permiso de Instagram y YouTube-, es propicia a los linchamientos y la autocensura. Lo ideal sería tener un videoblog, pero creo que se me iría demasiado la olla con según qué cosas. En esta época el teclado resulta mucho más acogedor e íntimo, pocos tienen la paciencia de leerse un texto largo; en realidad las entradas son como cartas que alguien deja caer en una calle transitada, casi todos pasando de largo, pisándola, con esa prisa absurda que te impide tener curiosidad… ¿quién se fija en ella, quién la cogerá y la leerá?. Solo los elegidos toman la pastilla azul.

sábado, 25 de agosto de 2018

Serie 'The 100' (Los 100), crítica de las dos primeras temporadas con ligerísimos spoilers.

Pocas series tienen un arranque tan poco cautivador como ‘The 100’ y luego, con el paso de los capítulos, generan tantas expectativas. Resulta muy interesante y sorprendente la transformación de lo que parecía ser una serie para adolescentes en la línea de ‘Los juegos del hambre’ y otras películas post apocalípticas similares (efectos especiales más bien cutres, personajes arquetípicos y giros de guion previsibles y maniqueos) en una narración adulta con personajes ricos en matices y bien desarrollados. Por eso lo primero de esta reseña es recomendar paciencia con ese peaje juvenil que tiene la serie en sus primeros tres capítulos, porque luego todo mejora y mucho.

Lo segundo que hay que decir es que, antes que una serie de ciencia ficción, ‘Los 100’ es una serie de supervivencia, y en esa temática es donde mejor se desenvuelve. La premisa argumental (una expedición formada por jóvenes delincuentes que regresa a la Tierra casi un siglo después de que fuera devastada por una guerra nuclear, aun sin saber si es habitable), plantea un arco narrativo idóneo para contar este tipo de historias. No deja de ser curioso que los que se creían el último refugio de la humanidad, aquellos privilegiados que pudieron escapar a esa Estación Espacial Internacional llamada El Arca, al volver se encuentren con que la Tierra ya no les pertenece, que son unos invasores porque, para su perplejidad, sí hubo supervivientes al holocausto nuclear, y éstos son ahora los verdaderos terrícolas. Estos nativos han retrocedido a una sociedad feudal, y su barbarie hace interesante el contraste con la gente del cielo y con los hombres de la montaña. A partir de ahí se desatan las animosidades entre unos y otros en sus luchas territoriales, y también dentro de cada uno de los clanes enfrentados.

El punto fuerte de ‘Los 100’ es el espectacular desarrollo de sus personajes y su marcado (y poco publicitado) toque feminista gracias a la sobreabundancia de mujeres fuertes entre los protagonistas. El clima hostil y belicoso es la excusa que obliga a esa rápida evolución, destacando Clarke (Eliza Taylor), Marcus Kane (Henry Ian Cusick), Bellamy (Bob Morley) y el cínico buscavidas John Murphy (Richard Harmon). Clarke es la gran protagonista, transformándose en una líder resolutiva, cruel e implacable que no duda en mancharse las manos de sangre en los momentos más críticos si es necesario. Justo lo contario que Bellamy, quien al principio pretende imponer en el campamento un liderazgo basado en una férrea disciplina marcial, pero posteriormente se va ablandando y asumiendo que Clarke es la verdadera líder. Entre Clarke y Bellamy hay una sutil atracción, que en los libros en los que está basada la serie (cuatro entregas escritos por Kass Morgan) termina en un noviazgo con visos de boda, pero que aquí se trata mucho mejor y es una inefable mezcla entre lealtad, atracción y liderazgo compartido.

La supervivencia en ‘The 100’ está vinculada a la toma de decisiones trascendentales que implican la salvación de unos y la aniquilación de otros. Casi siempre es Clarke quien tiene que enfrentarse a ellas, con el cruel mantra de que no hay liderazgo sin sacrificio, ni victoria sin pérdidas. La ‘suspensión de incredulidad’ del espectador consiste en perdonar tanta intensidad, tantos primeros planos con diálogos sobreactuados, tanta emoción contrapuesta en cada capítulo.

Podéis disfrutar de esta serie en Netflix (las primeras cuatro temporadas) o descargándolas de esta página web por Torrent en HD 720p: https://grantorrent.net Si tenéis alguna duda sobre cómo hacerlo podéis preguntarme en los comentarios.

martes, 21 de agosto de 2018

Reflexiones sobre cine.

El fin de semana volví a ver la película The Fast and the Furious (aquí titulada A todo Gas) y me percaté de que era una copia descarada de una película casi de culto de 1991 Le Llaman Bodhi, interpretada por Keanu Reeves y Patrick Swayze. En A Todo Gas el director Rob Cohen sustituye los aires new-age por la fascinación por la velocidad y la estética más macarra de las carreras de coches y el tuning. El nivel de destrozo apenas llega al del prólogo de cualquiera de las tres últimas películas de la saga y todo se concentra en las carreras, pero precisamente por eso en esta primera parte hay más tiempo para esbozar con un poco de calma a los personajes.

Es gracioso porque el guion de las dos películas es exactamente igual: banda de ladrones con una afición adrenalítica que se ha transformado en una extensión de su filosofía de vida (surf-tuning), un líder carismático (Bodhi llega a decir: “no me importa morir si es haciendo lo que me gusta”. Toretto: "Vivo de medio kilómetro en medio kilómetro, no me importa nada más. Durante esos 10 segundos... soy libre."), un agente infiltrado (Keanu Reeves, Paul Walker), la relación amorosa de este con alguien cercano al entorno de los delincuentes, el aspecto humano de los personajes (camaradería, familia, lealtad, competitividad), una redada a la gente equivocada, el golpe final que sale mal y, por supuesto, el final: en ambos el agente infiltrado sabe que la cárcel destrozará a su amigo (aunque sea un delincuente ha acabado respetando su forma de vida), y decide dejarlo escapar, cada uno a su manera: en Le llaman Bodhi le permite coger la Gran Ola, que es prácticamente un suicidio, en A Todo Gas le permite coger el coche de diez segundos que le debe y así escapar de la policía. Las claves dramáticas son las mismas en ambas películas.

Creo que me gustan porque muestran esa fraternidad masculina, tan normal en las películas de los ochenta (Cuenta conmigo, por ejemplo), y que ahora apenas aparece en el cine, y, siendo francos, con los años desaparece también de la vida real. Son tipos duros, no lloran, no muestran sus sentimientos. Pero hay gestos, confidencias que dejan caer como si no tuvieran importancia, que permiten crear vínculos de lealtad por pura afinidad vital. Vivir al filo, fuera de la alienación precaria y dudosa de la mayoría, vivir respetando esos vínculos, sin superficialidades, buscar la libertad a través de la adrenalina y la vida bohemia. En realidad es una filosofía infantil, síntoma de un síndrome enquistado de Peter Pan. Pero como hablamos de películas, suspensión de incredulidad, etcétera, dejadme disfrutar de ello mientras pueda.

***
Hace algunos días por fin me atreví a ver el remake que hicieron de Conan, el bárbaro (2013), y no me pareció tan horrible. A fin de cuentas hacer un remake o una continuación de un clásico es algo muy, muy complicado. Se lo comenté a un amigo, y este muy indignado me contestó que cómo me atrevía a decir que no estaba mal, si eran un autentico bodrio y un insulto a las originales. Empezamos a pensar si había alguna película que pudiera ser una excepción a la regla, es decir, segundas partes que fueran igual o incluso mejores que su predecesora.

Star Wars Episode V: The Empire Strikes Back (1980) Sí, el episodio IV es brutal, presentación de personajes, humor, acción, etcétera, pero aquí es donde el mito se asentó y agrandó hasta extremos insospechados. La mejor de la saga.
Terminator 2: El juicio final (1991) La primera está muy bien, pero James Cameron hace un trabajo impecable (y la banda sonora deja huella)
Aliens: El regreso (1986) También de James Cameron. Muchas más acción y brutalidad.
El caballero oscuro (2008) No solo de clásicos se vive, ¿hay dudas de que esta película es muchísimo mejor que Batman Begins (2005)? Una película brutal en todos los aspectos, desde el Joker de Heath Ledger, la ambientación, la música… todo.
El padrino. Parte II (1974) Otro clásico ineludible de Francis Ford Coppola
Indiana Jones y la última cruzada (1989) Aquí hay algo de trampa porque está es la tercera parte.
Antes del atardecer (2004) Una maravilla romántica, más adulta que su cursi y ñoña primera parte. Además tiene un final increíble que te deja con una sonrisa en la cara.
Clerks II (2006) Aquí sucede algo parecido, la primera tiene encanto, pero está es mucho más profunda, divertida e interesante.
Mad Max: Furia en la carretera (2015) Esta también tiene algo de trampa porque se trata, no de una secuela, sino de un reboot de: Mad Max. Salvajes de autopista. La película es impresionante.
Terroríficamente muertos (Evil Dead 2) (1987) Impresionante película de Sam Raimi, que ya solo por su cartel merecía la pena. Atención también a su tercera parte (mucho más humorística) Army of Darkness (Evil Dead 3), y al remake Posesión infernal (Evil Dead) (2013) del director Fede Álvarez.
Matrix Revolutions (2003) Otra maravilla audiovisual que aun se deja ver, con toques de filosofía que ampliaban y mejoran el concepto Matrix, pero que se destrozó con alevosía y mediocridad en la tercera parte.

Luego hay sagas de películas que están basadas en libros, y eso quizás no cuenta tanto como segunda parte, sino más bien como una extensión de la historia que se va dividiendo por entregas: El Señor de los Anillos, Harry Potter, Crepúsculo, Los Juegos del Hambre… y luego otras sagas tipo James Bond, o de superhéroes (Marvel DC), que son episódicas y no tienen la entidad propia de una segunda parte.

No quieres pertenecer a nadie, solo te permites ser piel demolida a besos, la tinta que se derrama transformando el dibujo, el orgasmo ruidoso que se posa sin pudor sobre la boca justo antes de convertirse en frío.

Me despierto con una erección, pensando en ti, en tus piernas jónicas desafiando la gravedad, en tu pelo precipitándose con la elegancia de una escena de salón, en mi lengua entrando y saliendo de tu coño húmedo, bailando un tango con tu clítoris, asfixiándome en la marejada dulce de tu orgasmo. Cierro los ojos al nuevo día. No quiero continuar. Mi existencia es parecida a un grifo que gotea, a una mosca de fruta que utiliza su corta existencia para dar vueltas y vueltas alrededor de una botella vacía. Tu eres mi belleza en el exilio. Deslizo la mano, me acaricio, la tengo demasiado dura, tirante, la enorme bestia ha despertado en forma de ariete hambriento. Mi imaginación baila un lenguaje de embestidas violentas, gritos y arañazos; intento penetrarte con todo mi cuerpo, con sadismo, engullendo, empalando, cosificando, amarrando tus pechos a mis manos como aceite hirviendo. Tu cara mezcla dolor y placer en cada acometida. Empiezo a morir en tu agujero, aumento la velocidad y me estrello con rabia. Me corro. Me corro. Me corro. Por un momento todo es hermoso, brillante y dulce. Dura poco. El brusco retroceso llena mis venas de sucia flaccidez.

Media hora después, el monstruo vuelve a despertar. Es algo enfermizo: enhiesta, enorme y sonrosada, anhelando fricción, ajena a todo, como una ciega tortuga que gira la cabeza buscando comida. Pero no deberías culparle: te echa tanto de menos que vive invencible en tu recuerdo.


La muerte sueña conmigo, baile de seducción barato
Pero sería más rápido que seguir oxidándome día tras día
Muros sin columpios, bayonetas de cemento
Manchas en el sofá buscando respuestas en el televisor
Suenan campanas de boda, ¿necesito una pistola?

Hago sonar mis grilletes antes de acostarme
Flores rojas sobre la nieve
Una sábana de polvo sobre mi mente
El filo del cuchillo sabe mucho de poesía

viernes, 17 de agosto de 2018

Noam Chomsky: Requiem for The American Dream

Requiem for The American Dream es un documental de innegable valor educativo para entender cómo funcionan los poderes que dominan el mundo globalizado actualmente: la arquitectura de sistema político democrático garantiza todas las facilidades para los propietarios de los medios de producción, quienes a su vez financian las campañas mediáticas a través de las cuales se ganan las elecciones. La acumulación de riqueza y la acumulación de poder son dos factores que van de la mano y que vuelven virtualmente imposible un equilibrio en la balanza entre "los poderosos" y la gente común, que carece de instrumentos reales para defender su modo de vida y su trabajo, alienado de por sí.

Con un lenguaje sencillo incluso anecdótico a ratos, el afamado intelectual Noam Chomsky logra llevarnos por los entresijos del sistema económico estadounidense para explicar cómo el sueño americano fue devaluándose progresivamente en pesadilla. El colapso financiero de 2009, al amparo del Estado que salvó a los banqueros del hundimiento con un agresivo programa de rescate, es sólo la más reciente y esperable consecuencia de la financiarización de la economía; pero definitivamente no se trata de un caso aislado, sino de un ejemplo contundente del correcto y normal funcionamiento del sistema: la crisis periódica y la administración del desastre le dan su razón de ser al Estado a la vez que mantienen a la población en un estado de conveniente y dócil precariedad.


jueves, 16 de agosto de 2018

Somos puzles mal cortados buscando afinidad, intentado desentrañar el misterio irracional, con la vana esperanza de ser la excepción, disfrutando del eco sexual, de la kamikaze reverberación de una fantasía irrealizable a largo plazo.

Suena “Historia Triste” de Eskorbuto (Una mañana muy temprano / de tus sueños despertarás / no lo sabrás, ese es tu día / vas a morir). Todo sigue igual, la sutil inercia de tu vida incapaz de crear algo real en mi tedio, el suicidio como una bengala marcando una pequeñísima salida de emergencia. Viviendo sin rencor ni pasión. La resaca como única certeza. Vaso vacío. Vaso lleno. Hay una cierta relación entre escribir y beber. No es imprescindible. Tampoco la música. Pero funciona de atrezo, como las palomitas en el cine. De pronto lo importante es la aparición inmisericorde de letras sobre la pantalla; más tarde, cuando el cansancio nos agarrota y la musa adicta a la absenta y al bondage nos abandona, tenemos la opción de publicar el vómito literario, justificación vital menos radical que pintar la pared con nuestra masa encefálica.

Vaso vacío. Vaso lleno. A veces también hay relación entre la escritura y el sexo. Tu recuerdo desbordando belleza sinuosa. Un relámpago tenue entre mis piernas. Esa lujuria absurda que te hace repetir viejos errores, imaginar cómo sería amarte durante quince minutos de intensa y profunda nostalgia. Y luego apagarnos. Como un interruptor. Como la pantalla del ordenador. Aniquilando así todas las ansiedades.

            Orson Welles durante el rodaje de su famosa película llamaba Rosebud al coño de su amante. A veces la vida es la perfecta metáfora de un atasco. Si tienes suerte te quedas atrapado con alguien que resulta ser una buena compañía, con momentos de sexo apasionado que empañan los cristales. Quizás tengas un accidente o te quedes sin gasolina. O pierdas la paciencia al ver que no te mueves y todo desemboque en un Día de furia que te haga salir del coche con un bate de beisbol. Quizás la radio no funcione o no suena la música adecuada. Tal vez haya un perro o unos niños en el asiento de atrás, o tengas la oportunidad de hablar durante un rato con el conductor de algún coche que se pone a tu altura. O quizás, en un gesto que muchos interpretarán como una huida pero que para ti supone el primer acto de libertad desde la infancia, te bajes del puto coche y avances caminando solo por el arcén.


La madrugada se convierte en un cementerio de elefantes
Que buscan un párrafo en blanco donde morir
Un vecino grita en sueños: “No somos ordenadores
La profundidad inequívoca de la frase no asusta a nadie

Estamos demasiado embutidos en nosotros mismos
Atrapados en una costra de tópicos que nos seca primero el cerebro y luego el alma
Hay que luchar. Hay que taladrar nuestras mesetas orgásmicas
Mandar esa carta. Hacer ese viaje
Perdonar. Recordar. Robar el timón
¿Tendremos todavía una oportunidad de caos?

El mendigo del Dharma ha desaparecido.

lunes, 13 de agosto de 2018

Crumb (1994) Terry Zwigof

Crumb es un documental de 1994 sobre el artista del cómic underground Robert Crumb y su familia. Dirigido por Terry Zwigoff y producido por Lynn O'Donnell y David Lynch, el documental fue muy elogiado, recibiendo además el gran premio del jurado y el premio a la mejor fotografía en el Festival de Cine de Sundance. Los cómics de Crumb se caracterizan por presentar a mujeres voluptuosas y enérgicas frente a hombres pequeñísimos e inseguros. En general su obra gráfica se sustenta en tres pilares: una continua obsesión sexual, el consumo de LSD y otras drogas y una angustia por vivir en un mundo que no comprende. Sus dos personajes más conocidos que se convirtieron además en iconos de la contracultura son Fritz the Cat y Mr. Natural.

"Si no dibujo un rato, me vuelvo loco. Me siento depresivo y suicida si no dibujo. Aunque a veces también me pasa cuando dibujo".

Su padre era un militar profesional, (había estado en la II Guerra Mundial y volvió algo trastocado) que maltrataba a sus hijos habitualmente. Ellos se refugiaron en el mundo de los cómics. Montaron a una edad muy temprana una especie de empresa en la que todos los papeles estaban asignados por Charles, el mayor. Hacía dibujar todo el tiempo a Robert y después vendía las tiras por el vecindario. A Max, el pequeño, le asignaron el papel de repartidor. Las hermanas hacían de secretarias y contables. Cada uno interactuaba en las viñetas del otro introduciendo sus propios personajes e historias. Crumb habla durante el documental de todo ello: de los malos tratos, de sus complejos adolescentes, de cómo se hizo adulto en un mundo de hombres que no le entendían, y de mujeres que jamás se fijaban en él. Explica que la obsesión por el dibujo fue su salvación, el ora et labora que le mantuvo más o menos cuerdo, y con el tiempo le convirtió en alguien famoso.

Sus dos hermanos, en cambio, no tuvieron la misma suerte. Maxon, el menor, malvive en un cuarto de hotel miserable en la Calle Seis, sin muebles, con una tabla de clavos en donde se sienta todos los días en posición de loto, mientras traga centímetro a centímetro, hora tras hora, una cinta de tela de tres metros de largo, hasta que la cinta le sale por el ano, momento en el que vuelve a empezar. Charles, casi cincuentón, vivía aislado en su casa, sin salir nunca a la calle y rodeado de gatos, de libros y de su madre. Con una manifiesta falta de higiene, desdentado y muy medicado. Menos de un año después (la película no se había estrenado todavía), Charles se suicidó. Los manifiestos problemas mentales de toda la familia tienen muchas reminiscencias con la película “El Desencanto” (documental sobre la familia Panero) y lo irreversiblemente nocivo de algunos lazos familiares.

El documental empezó la ronda de festivales y no paró de cosechar premios y generó un viraje en el mundillo del arte: Crumb pasó de anacrónico exabrupto de los ’60 a clásico. “Me mandaron de una patada a los museos”, afirmó entre risas. En el documental mostraba un maletín lleno de dibujos que iba a entregar a un coleccionista europeo a cambio de una casa de piedra de doscientos años en un pueblo de Francia, adonde había decidido irse a vivir. De hecho esa es su residencia actual.

“Cuando escucho música antigua es uno de los pocos momentos en que realmente tengo un poco de amor por la humanidad. Escuchas la mejor parte del alma de la gente común, tú sabes. Es su manera de expresar su conexión con la eternidad o como quieras llamarlo. La música moderna no tiene eso. Es una pérdida lamentable que la gente no pueda expresarse ya de esa manera”. Ésta es quizás la esencia del arte de Crumb, crear el escondite perfecto tras la profesión de dibujante para recluirse de un mundo que siempre había sido extraño y hostil.

domingo, 12 de agosto de 2018

¿Por qué crear es tan importante para el desarrollo personal y por qué apenas nadie lo hace?

Porque la sociedad, el Estado, la educación, el consumismo… todo nos empuja al embrutecimiento, a no pensar nada por nosotros mismos y que nuestras acciones sean uniformes y homogéneas. Yo creo que la creación, o cualquier actividad artística que te permita expresarte, provoca un encuentro contigo mismo, aislarte durante un rato de todo ese rodillo mental. Y aunque sea sutil es la diferencia entre sobrevivir o vivir con cierta intensidad, lucidez o trascendencia, busca la palabra que más te guste. Apenas nadie lo hace porque, como diría cierto filósofo coreano, hemos pasado de la sociedad del ser a la del tener, y ahora de la del tener a la del aparentar… cualquier cosa en la que no puedas destacar fácilmente o que no puedas monetizar parece no tener mucho sentido, y olvidamos los versos de Machado “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, que implican que lo importante es mantener la pasión, como explica en otros versos suyos: "En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón.”


En un relato de Charles Bukowski aparece el siguiente diálogo:
-¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
-No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
-¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. Quieres decir que están muertas?
-Sí.

Desde un punto artístico es posible que tenga razón. Tenemos cada día una media de dos horas de ocio puro, de tiempo que podemos dedicarnos solo a nosotros (la cifra puede variar para cada uno, naturalmente, pero si te pones a pensar todo el tiempo que pierdes en el trabajo, obligaciones sociales y familiares, transporte, colas, preparar comida, limpiar, etcétera, tampoco creas que sube mucho), y es el modo en que empleas ese tiempo el que te define. Entiendo que hay gente que prefiere ser feliz y no complicarse la vida, no frustrarse intentando embarcarse en la tarea (titánica) de escribir un libro o tocar la guitarra con cierto virtuosismo, pero creo que no somos nuestro trabajo, ni nuestra cuenta bancaria, ni nuestras conquistas sexuales y/o sentimentales... creo que nuestra singularidad depende mucho más de factores internos que externos.

           Pero da mucha pereza, el ahorro energético del cerebro tiende más a la zona de confort y las rutinas preestablecidas, que a la novedad, la revisión y el aprendizaje continuo. Por ello nos conformamos con cierto trasunto de singularidad basada en el consumismo, en eludir el agravio comparativo y en el escapismo especializado. La publicidad pone el baremo intelectual de su audiencia en lo más bajo y convierte la idiocracia en el nuevo canon universal. Mozart no existiría en la sociedad actual, su potencialidad hubiera quedado eclipsada por esa conjura tácita de necios y mediocres en la que destacar demasiado supone una ofensa. La actividad artística en este contexto es una herramienta de supervivencia, el equivalente a un spray de pimienta en una ciudad llena de delincuentes. Puede que sea una guerra perdida, pero la victoria moral no te la puede arrebatar nadie.

sábado, 11 de agosto de 2018

- Y píntese el contorno del ojo en negro, le dará una mirada inquietante, algo trágico siempre gusta - ¿No le parece que soy bastante trágica así? No hace falta exagerar.

La lucidez es un pájaro con las alas a punto de caducar. Recuerdo mi adolescencia, buscando en vano el manual de instrucciones, todos a mi alrededor intentaban disimular su caos gritándose unos a otros: “Sí, adelante, no seas idiota, la vida es sencilla, solo hay que seguir adelante, continuar…” Y, sin estar del todo convencidos, nos abandonábamos a lo frenético, buscando algún sueño que no pudiera ser asesinado. Pero la única certeza que encontramos fueron noches de pornografía barata y efímera, en las que ni siquiera eras capaz de emborracharte del todo, como si tu cuerpo solo temblase de emoción para acotar la tristeza. Y al final de aquellas madrugadas, en plena soledad, solo los valientes nos atrevíamos a enfrentarnos al espejo y recrearnos en la vulgaridad de la carne derramada, de esa genética arbitraria y circunstancial, tan ajena a lo épico como la mansedumbre de una moqueta sucia. Ahora, años después, ni siquiera queda rastro de ese falso ímpetu en las venas, ninguna oración o trascendencia más allá del alud de una inútil salida de emergencia demorándose sobre un cuerpo al que no le queda, ni siquiera, un eco de tormenta.


Jaime Gil de Biedma
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Cesare Pavese
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 
—esta muerte que nos acompaña 
de la mañana a la noche, insomne, 
sorda, como un viejo remordimiento 
o.un vicio absurdo. Tus ojos 
serán una palabra hueca, 
un grito ahogado, un silencio. 
Así los ves cada mañana 
cuando a solas te inclinas
 hacia el espejo. Oh querida esperanza, 
ese día también sabremos 
que eres la vida y la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como mirar en el espejo
asomarse un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Nos hundiremos en el remolino, mudos.

viernes, 3 de agosto de 2018

Reseña de "Perdida (Gone girl)", de Gillian Flynn

<<¿Qué estás pensando, Amy? ¿Qué es lo que sientes? ¿Quién eres? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro? ¿Qué nos haremos?>>

La historia a priori puede parecer algo tópica: en un caluroso día de verano, Amy y Nick se disponen a celebrar su quinto aniversario de bodas en North Carthage, a orillas del río Mississippi. Pero Amy desaparece esa misma mañana sin dejar rastro. A medida que la investigación policial avanza las sospechas recaen sobre Nick. Sin embargo, Nick insiste en su inocencia. Es cierto que se muestra extrañamente evasivo y frío, pero ¿es un asesino?

La novela está narrada en primera persona desde dos puntos de vista totalmente opuestos. Por un lado el de Nick, el marido sospechoso, el que nos va detallando cómo era su relación con su adorada esposa, desde los inicios, cuando Amy era la encantadora, risueña, feliz, brillante y deliciosa mujer a la que amaba con locura (¡la Asombrosa Amy!), hasta que se convierte en una mujer amargada, cínica, punzante, indescifrable y sumamente inconformista. Y por otro lado contamos también con el punto de vista de Amy, con fragmentos de su diario personal, que comienza el mismo día en el que su mirada se cruza por vez primera con la de Nick, siete años atrás.

Es cierto que el libro arranca a una velocidad bastante pausada, sin prisas, arrojando información relevante en pequeñas dosis y centrándose exclusivamente en presentarte a los personajes, Amy y Nick, solamente ellos dos, los personajes secundarios son meros peones, rígidos arquetipos que solo funcionan como complemento de los principales. Todo tiene su razón de ser, y la historia no llegaría a su punto álgido sin esa primera parte tan necesaria y sumamente importante, cuya tensión va in crescendo. Porque cuando alcanzas la segunda parte de la novela (página 303) y ya creíamos conocer toda la verdad acerca de lo sucedido aquel día, Gillian Flynn nos hace ser conscientes de lo fácil que resulta manipularnos, dejándonos totalmente descolocados. «Perdida» también funciona como una crítica contra los medios de comunicación y la influencia que ejercen sobre la opinión pública.

Esta novela es una disección del matrimonio, un juego malsano (hay reminiscencias de Elfriede Jelineke, y de “Secretos de un matrimonio” de Ingmar Bergman) entre dos personajes complejos y perfectamente desarrollados, cada uno con su propio lastre de egotismo, egoísmo, dependencias emocionales y taras mentales. Un libro brillante, adictivo, emocionante, cautivador, sorprendente y catastróficamente romántico. Después de todo, como diría Lisbeth Salander: “No hay inocentes, solo distintos grados de responsabilidad”. Su adaptación cinematográfica a cargo de David Fincher, es de una fidelidad y calidad abrumadora, por lo que si no queréis leeros la novela (herejes) la película es una buena alternativa.

<<- Eres una puta loca disciplinada, mezquina, egoísta y manipuladora….
-Y tú eres un hombre -digo yo-. Un hombre vulgar, perezoso, aburrido y cobarde al que le aterran las mujeres. Sin mí, eso es lo que habrías seguido siendo, ad náuseam. Pero yo te convertí en algo. Estando conmigo fuiste mejor hombre de lo que lo habías sido nunca. Y lo sabes. La única temporada de tu vida en la que te sentiste a gusto contigo mismo fue fingiendo ser alguien que a mi me podría gustar. ¿Sin mí? Solo eres tu padre.
-No digas eso -dice Nick cerrando los puños.>>