jueves, 31 de agosto de 2017

Así habló Zaratustra·. Friedrich Nietzsche

«En verdad les digo que el individuo es un río nauseabundo. Hay que ser un mar para poder recoger un río nauseabundo sin contaminarse»
“… las tres transformaciones del espíritu: el espíritu se convierte primero en un camello, el camello se vuelve león, y finalmente el león se vuelve niño …”
«De igual manera allí, recogí en el camino la palabra superhombre y la idea de que el hombre es un ente que debe ser rebasado; de que el hombre es puente, no fin, festejando su mediodía, y azar como camino de nuevos amaneceres»
“Amigo mío refúgiate en tu soledad. Te noto aturdido por el griterío de los grandes hombres y acribillado por los aguijones de los mediocres”.
“Lo único que alivia el dolor y aligera la vida es el crear; pero para llegar a crear hay que atravesar por crisis muy dolorosas y sufrir infinidad de transformaciones”.
“Cuando los sentidos están adormecidos, hay que hablarles con un lenguaje de rayos y truenos; pero la voz de la belleza habla en un tono bajo y dulce, pues sólo se insinúa a las almas despiertas”.

Iba a hacer una pequeña reseña sobre este libro, que he vuelto a leer recientemente, pero cuál será mi sorpresa cuando he encontrado esta ponencia de Dario Sztajnszrajber, maravillosa, y totalmente esclarecedora sobre los temas más importantes que trata la obra. Son dos horas pero se pasan en un suspiro a poco que te interesen estos temas. Muy recomendable.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Literatura Yonki: Diez Libros Sobre Drogas.

El almuerzo desnudo (1959), de William S. Burroughs. La novela narra las correrías y alucinaciones de Lee (alter ego de Burroughs) por Tánger, Estados Unidos, México... y su propia mente, donde transcurren los episodios más delirantes del libro, fruto de las alucinaciones que le provocaban todo tipo de estupefacientes, desde la heroína a la marihuana. Otra de sus confesiones sobre las drogas es Yonqui (1953), su primera novela escrita bajo el pseudónimo William Lee, en la que relata el inicio de su adicción.

Confesiones de un inglés comedor de opio (1822), de Thomas Quincey. Se trata de un estudio biográfico en la que el autor confiesa y explora su propia adicción al opio y los intentos por desengancharse. Describe los sórdidos ambientes de consumo y los efectos psicológicos que produce en sus recuerdos.

Réquiem por un sueño (1978), de Hubert Selby Jr. La novela desarrolla dos historias paralelas, por un lado, una madre obsesionada por adelgazar termina haciéndose dependiente de las anfetaminas recetadas por su médico. Por otro lado su hijo, junto a su pareja y un amigo, se hacen traficantes para ganar dinero fácil, pero terminan enganchados. Todos tienen un final trágico. La adaptación al cine fue dirigida por Darren Aronofsky y protagonizada por Ellen Burstyn, Jared Leto, Jennifer Connelly y Marlon Wayans.

Trainspotting (1993). El debut de Irvine Welsh es el retrato de unos jóvenes yonquis de los suburbios de Edimburgo que buscan refugio en la heroína para escapar de la realidad. También “Cola” tiene algo que ver.

Miedo y asco en las vegas (1971), de Hunter S. Thompson. Este es un caso de un periodista que viaja a Las Vegas con su acompañante y el maletero de un coche a rebosar de drogas. Los excesos de heroína y destrozos que dejan tras su paso son una explícita visión de la contracultura de los años 60 y la búsqueda del sueño americano.

Menos que cero (1985) de Breat Easton Ellis. Una narración en la que un estudiante se sumerge en la élite y glamour de Hollywood caracterizada por un consumo en exceso por parte de una juventud hedonista y desenfrenada.

Diario de un Rebelde (1996) de Jim Carroll, Autobiografía en la que el Caroll repasa sus años de adolescente cuando, para mejorar sus resultados como jugador de baloncesto (de ahí su título original “The Basketball Diaries”), comienza a consumir heroína y entra en un bucle de adicciones que le llevan a robar en comercios, a meterse en peleas callejeras o a ejercer la prostitución.

Campos de fresas (1997) Jordi Sierra y Fabra. Otra historia sobre las drogas de diseño y las discotecas. En ella, una chica que se ha quedado en coma tras tomar éxtasis se debate entre la vida y la muerte en la cama de un hospital, mientras sus amigos tratan de averiguar la composición exacta de la droga para poder salvarla. Novela juvenil bastante discreta, estilo “Historias del Kronen”

Los Niños en la Estación Zoo (1978) Christiane F. La historia se basa en los relatos de la adolescente Christiane que, con trece años de edad, empieza a consumir hachís y LSD, para posteriormente experimentar con la heroína con su novio. Se vuelven adictos, y terminan ejerciendo la prostitución, cometiendo robos, etcétera. La película es bastante conocida, banda sonora David Bowie.

Azul casi transparente (1976) de Ryū Murakami. La novela se centra en un pequeño grupo de jóvenes amigos en la mitad de los años 1970. Viven en una ciudad japonesa donde se encuentra una base aérea estadounidense. La trama de la novela no se separa de una pegajosa cercanía al sexo en grupo, el abuso de drogas, la soledad, las alucinaciones, actos de sadismo y sexo violento y la soledad y la desesperanza que en los jóvenes personajes está todo el tiempo presente.

lunes, 28 de agosto de 2017

The Red Pill: el documental que el feminismo no quiere que veas.

The Red Pill es un documental estadounidense de 2016 dirigido por Cassie Jaye. La película explora el movimiento por los derechos de los hombres, y entrevista a varios líderes y seguidores del movimiento. Jaye, una feminista escéptica, a modo de videoblog inicia un viaje para investigar lo que ella cree que es un grupo de odio, sin embargo descubre que el movimiento no es como se lo esperaba y empieza a cuestionar sus propios puntos de vista sobre el género, el poder y el privilegio. También cubre varios temas relacionados con los hombres: altos niveles de suicidios, accidentes laborales, reclutamiento militar, falta de recursos para las víctimas masculinas de violencia doméstica y violación, divorcios y custodias infantiles, disparidades judiciales, escasez de fondos para los hombres, tolerancia social y misandria.

Del documental, la primera hora solo destacar cuando se habla de los problemas con los derechos de paternidad y custodia que tienen los hombres, y las injusticias que ocurren en los tribunales por pura falta de imparcialidad. Luego empieza la parte interesante, con datos curiosos como el hecho de que Erin Pizzey, la mujer que fundó el primer refugio femenino del mundo en 1971, sea vetada para dar conferencias, o hablar de su experiencia a cargo de esos refugios, solo por afirmar que las mujeres pueden llegar a ser tan violentas como los hombres. Datos de EEUU donde la violencia física en el ámbito doméstico en 2014 afectó a 5.4 millones de hombres y 4.7 millones de mujeres, ¿puede ser por tanto un problema estrictamente femenino? El modelo Duluth, la manipulación del lenguaje “No culpamos a los hombres, pero llamamos al origen del mal patriarcado”, diferentes condenas por los mismos crímenes, dualidad hombre-perpetrador de violencia, mujer-víctima, etcétera…

Al final lo que queda es la sensación de que son temas complejos y es que necesario informarse mucho para ir tejiendo una opinión real y no un dogma de fe. No vale, aunque sea cómodo, colgarte una etiqueta o un –ismo para actuar como un hooligan ideológico. Cuestionar el paradigma oficial no es malo ni peligrosos, para cualquiera debería de ser siempre enriquecedor poner a prueba tus ideas, opinar de forma diferente, dudar, equivocar y, por fin, aprender.

Como colofón añadir la brutal campaña de difamación contra la directora, con todo tipo de acciones para evitar que se pudiera acabar la película, para luego además boicotear todos los actos y proyecciones. No sabía que ahora ser feminista tuviera que ver con el fascismo intelectual. Lamentable. Y repito: criticar no es debilitar; quizás si se permitiera más crítica constructiva algunas –y algunos-, no darían tanta vergüenza ajena cada vez que abren la boca para soltar como loros las cuatro cosas mal leídas por internet.

Por si alguien le interesa, está en inglés con subtítulos:
Versión de menos resolución:

“No soy una activista. Soy una directora de cine. Una periodista. Pero yo era una feminista antes y con esta película se me cayó esta etiqueta. Sigo apoyando los derechos de la mujer, el empoderamiento de las niñas. Pero ya no tengo ninguna etiqueta”, insistió. El título “The red pill” (La píldora roja) hace referencia a la película “Matrix”, cuando el protagonista tiene que elegir entre tomar una píldora azul y seguir viviendo en el mundo de 'Alicia y las fantasías', o la píldora roja y afrontar la realidad. La autora escogió la roja.

sábado, 26 de agosto de 2017

Apostilla sobre la traducción de “La Montaña Mágica” de Isabel García Adánez.

El libro de Thomas Mann “La montaña mágica” es muy recomendable, aunque sería justo también advertir que tienes que tener cierto bagaje cultural y entender qué intenta el autor con su obra para abarcar sus casi mil páginas sin desaliento. El propio autor la calificó de novela del tiempo, pero también se dedican muchas páginas a discutir sobre filosofía, la metafísica, el arte (muy especialmente la música), la política y los condicionantes sociales de la burguesía.

La primera traducción de la obra al español fue la realizada por el escritor Mario Verdaguer en 1934 para la editorial Apolo. Esta versión fue reeditada en muchas ocasiones y se difundió ampliamente por todos los países de lengua española. En 2005 se publicó una nueva traducción, a cargo de Isabel García Adánez, en la editorial Edhasa. Aunque reconoce la mayor facilidad de lectura de la nueva traducción para el lector moderno (al mismo tiempo que pormenoriza las omisiones en la traducción de Verdaguer), la germano hablante crítica literaria y profesora Claudia Kalász pone en duda si la tarea del traductor es traer el «autor al lenguaje del lector» y no el contrario.

Esto sucede también en muchos otros libros, en mayor o menor medida, como en la edición de Don Quijote de la Mancha de Andrés Trapiello, donde moderniza totalmente el lenguaje tomándose muchísimas licencias, o la edición española de los Ensayos de Michel de Montaigne, donde añaden párrafos y correcciones que no están ni siquiera en la última edición francesa. Supongo que siempre existirá el debate entre los puristas de la obra original y los que apoyan este tipo de atajos para atraer nuevos lectores. Por desgracia parece que hoy en día el único medio para ello es “suavizar” la obra, adaptarla a un lenguaje más asequible. Qué mejor retrato de la época actual que su servidumbre a la mediocridad.

Pero a lo que iba y me parece más importante: estaba yo tan feliz leyendo esa nueva traducción de Isabel García Adánez, tan glorificada y hecha a medida para los nuevos lectores, cuando a la mitad del libro me encuentro con un diálogo de diez páginas entre el protagonista y Clawdia Chauchat, conversación importantísima y que el lector lleva esperando desde varios capítulos atrás totalmente en francés, sin ningún nota a pie de página con la traducción. A pesar de que la traductora da por hecho que todos debemos de saber francés, he de fustigarme públicamente y reconocer que no es mi caso, por lo cual he tenido que conseguir la versión de Mario Verdaguer, que además de tener todo ese diálogo traducido cuenta con una pequeña introducción sobre Thomas Mann, y la transcripción de una charla que dio el propio autor sobre su libro en la universidad de Princeton en 1939.

En resumidas cuentas, si os gusta leer empezad a prestar atención también sobre quien es el traductor y las diversas ediciones del libro, porque si ya en poesía es demoledor ver como los traductores son incapaces de dejar su ego a un lado, en las novelas, incluso clásicas, parece que siguen junto a los editores con esa manía irredenta de marcar diferencias, dejar su marca, aunque sea en detrimento del producto final y, por supuesto, de los lectores.

viernes, 25 de agosto de 2017

Reseña: ‘Cartero’, de Charles Bukowski (1971)

Hablar de Charles Bukowski es hablar del movimiento literario estadounidense “realismo sucio” que surgió en la década de los 70 y que se caracteriza por representar fielmente la realidad —sobre todo en contextos urbanos—, y por no escatimar en las descripciones de los aspectos humanos más sórdidos; hay un cierto minimalismo y parquedad en las descripciones, el adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo, todo queda enfocado al diálogo y a la presentación de personajes decadentes y sin futuro. Como se ve poca o ninguna relación tiene con la generación beat, más allá de que también eran americanos, y que nació y murió con Allen Ginsberg, Jack Kerouac (1957) y Burroughs.

Cartero se publicó en 1971 y nos relata, a través del álter ego Henry Chinaski, sus vivencias lo largo de casi dos décadas de vida, desde 1952 cuando comienza a trabajar como cartero, hasta su renuncia definitiva en 1969. Lo interesante de este libro no es solo la parte autobiográfica, o el estilo en primera persona honesto y visceral, sino también la crítica brutal al sueño americano, como levanta las alfombras y señala el alienamiento de los trabajadores, el sadismo de los jefes, el fracaso de las relaciones humanas, el lugar cosificado y limitado de la mujer en la década de los cincuenta. Esto lo seguirá haciendo en su poesía y en sus siguientes novelas “Factotum” y “Mujeres”, pero aquí lo hace con más… humor, de forma más irreverente, fresca, con capítulos mucho más cortos y directos. Supongo que también me gusta porque es una etapa de su vida muy interesante, desde la convivencia con Jane, el amor de su vida, cuando está a punto de morir por una ulcera sangrante causada por su alcoholismo con solo treinta seis años, como sobrevive y empieza su obsesión por los hipódromos  las apuestas, pero también cómo después de diez años de sequía vuelve a escribir, no solo relatos, sino poesía, que es lo que al final le hará famoso, al menos en Estados Unidos. Convierte la resaca y la decadencia en arte, resulta casi hiriente esa tosca zafiedad con la que muestra el mundo. Hay quien dice que usa un lenguaje simple, llano, sin segundas lecturas. Pero se olvidan de que pocos habían hablado hasta entonces de esos temas con tanta lucidez y nitidez, y que su revolución poética continúa hoy en día. Para mí su catarsis literaria es análoga a otras rupturas literarias, como la de Emily Brontë con “Cumbres borrascosas” en plena época victoriana. Hay que entender y valorar las obras literarias en su contexto temporal, no hacerse el intelectual y mostrar prejuicios que solo retratan la propia ignorancia.

La novela termina… y sí, esto es un SPOILER, aunque realmente poco importante…. con su propia génesis: John Martin un admirador de la poesía de Bukowski monta una editorial y le ofrece un cheque de cien dólares mensuales de por vida para que deje su trabajo de cartero y pueda así escribir a tiempo completo. Bukowski se lo piensa durante un par de semanas y finalmente acepta. Después de presentar su dimisión y dar una fiesta brutal de tres días con todos sus amigos se levanta resacoso, se da una ducha y se sienta delante del teclado. De pronto le invade el nerviosismo, está asustado. ¿Y si acaba de cometer una locura, y si no vende suficiente, y si la editorial de John se va a pique y el cheque desaparece, que hará él después, con cincuenta años, de qué va a vivir? Tiene que pasar una pensión a su hija, la poesía apenas da dinero. Mientras piensa en ello su casero le deja una bolsa con fruta y huevos en la puerta. Parece que no es el único que está preocupado.

Entonces una idea se le cruza por la cabeza. Sonríe, se sirve una copa de vino barato y empieza a escribir. Tres semanas después llama a John y le pide que pase por su casa. Cuando llega le entrega el manuscrito de una novela y le dice: “Adelante, publícala, las novelas suelen dar más dinero que la poesía, vamos a intentarlo.”

Un año después se publicó y fue un éxito absoluto. Bukowski, después de vivir en la indigencia durante décadas, a los cincuenta y un años empezaba a acariciar el éxito...

Reseñas de otras novelas de Charles Bukowski:
Cartero (1971)
Factótum (1975)
Mujeres (1978)
Hollywood (1989)

jueves, 24 de agosto de 2017

Un pequeño hilillo de sangre florecía, como la sombra impertinente de Dios sobre el asfalto. Alguien avisó a una ambulancia. Alguien aprovechó para robarle la cartera.

Es una noche calurosa de verano. Mi barrio apesta a ruido, a humanidad de guetto: gritos, risas, portazos, coches con la música demasiado alta pasando demasiado rápido, niños que no pueden dormir, como perros sin dueño ladrando su histeria. La precariedad nítida a los sentidos, como las flores de nieve para Hans Castorp. Mientras dilapido la segunda cerveza de la noche pienso en Susana, esa compañera que al verme alicaído en el trabajo me ha abrazado al despedirnos. Fue la misma que dijo que mis textos transpiraban misoginia. Yo le hablé de un pertinente homenaje a Bukowski, pero no volvimos juntos a mi casa. Las mujeres, bueno, cada uno tiene sus creencias, yo comparto aquello de que son demasiado volátiles, que la mayoría primero se muestras cálidas, como una catedral de carne en tu honor, para luego, cuando ya te han atrapado entre sus piernas, despedazar tu yo más profundo, ansiosas por convertirte en lo que necesitan. Mi única fortaleza es huir, mantenerme alejado; pero, ¿cómo hacerlo? Están en todas partes, contoneándose como un diapasón cachondo. Intentando eludirlas solo consigo obsesionarme más con ese reino estrecho y húmedo, ese perfecto ataúd de carne donde la Naturaleza exige que volquemos ríos blancos de fertilidad hedionda.

Con la cuarta cerveza no sé si sentirme como un pájaro en una tierra de gatos hambrientos, o levantarme y emular a Travis Bickle delante del espejo. Creo que estoy deprimido, lo cual, como diagnóstico, ya es un avance. La depresión, la pandemia del siglo XXI, agotamiento, malestar psíquico que hace que todo parezca una mierda, esa abulia que se mantiene día tras día, emponzoñándolo todo. Si fuera una mujer podría llorar un rato antes de acostarme y achacarlo al síndrome premenstrual, sin embargo, atrapado en mi rol de género, lo único que se me ocurre es masturbarme y acostarme lo antes posible. Bajo un poco el volumen de la playlist de música clásica y abro un par de páginas de pornografía hardcore.

Estoy seleccionando varios vídeos, a cada cual más depravado, cuando suena el timbre de la puerta. Miro la hora: 02:45 de la madrugada, ¿quién cojones se atreve a llamar a estas horas? Espero unos segundos, quizás se hayan equivocado. Pero siguen llamando con insistencia. Roto el embrujo de mi soledad me levanto y abro la puerta, y, como un perfecto deux ex machine, aparece en el umbral mi querida Carla, con esa sonrisa desquiciada de colegiala inocente y perdida. La observo en el umbral: carmín espeso, ojos extraviados, falda corta acompañado de un destello de braga roja, dos coletas de pelo rubio lacio. Con un gesto señala la botella de Absolut Vodka que lleva en la mano, me da un beso largo con lengua y entra en mi casa.

Carla… nos conocimos a través de internet, en un chat de BDSM. Antes era muy aficionado a eso, conectarme por las noches, contar historias a ras del teclado, quizás alguna llamada de teléfono subida de tono. Con ella fue todo distinto, más rápido, más fluido. Los dos vivíamos en Madrid, y cuando nos decidimos a quedar en persona ya sabíamos cómo iba a terminar la noche. Después de varias semanas quedando me juró que sus traumas adolescentes no le impedirían mantener una cierta lealtad en nuestra relación. Esa fue la etiqueta que eligió para identificar lo que quería conmigo. Todo iba demasiado rápido, y aun así, a pesar de la diferencia de edad, de las alarmas sonando en el costado derecho de mi cerebro, bajé la guardia. Claro que sabía que solo éramos follamantes, que la obsolescencia sentimental caería sobre nosotros y que pronto se aburriría de estar con un tipo que prefería pasar los fines de semana en casa rodeado de libros y alcohol antes que salir al exterior.

          Pero la lógica quedó obnubilada por su cuerpo de avispa tatuado, por su bolso de Poe, por esos veintitrés años de vitalidad y su forma de beber, bailar, follar, hablar, reír, moverse, en definitiva: de vivir. Pero todo tiene un final, y cuando un año más tarde le monté un número de adolescente inepto, tragicómico, en un bar, porque había descubierto que se estaba follando a otro, ella, con total displicencia, me dijo que lo sentía pero que la vida seguía y bla, bla, bla… la falta de empatía en un discurso de ruptura es como la música de ascensor, algo desagradable, manido y vulgar, que te desarma nada más empezar.

Y sin embargo aquí la tengo de nuevo en mi habitación, tres meses después, bebiendo a morro de la botella, seguramente puesta de pastillas, o de algo que la tiene aceleradísima, mirando sin disimulo a su alrededor, quizás buscando cambios. Rachmaninoff suena muy bajito de fondo. Todavía no hemos cruzado ninguna palabra. Antes también era así, forma parte de nuestro juego, la idiosincrasia habitual. Alarga la mano y me ofrece la botella de vodka. Dudo durante unos segundos, pero el gesto parece la pequeña y tonta coartada de algo que ya quedó decidido cuando abrí la puerta. Cojo la botella, le doy un buen trago, y luego, muy despacio, me bajo los pantalones y los calzoncillos, y escancio un poco sobre mi polla. Sus ojos vibran, cae de rodillas delante de mí y masajeándome con ternura los cojones se la mete casi entera en la boca. La agarro del pelo para sentir su garganta al ritmo adecuado. La racionalidad se esfuma, solo queda el placer puro, la crisálida de la nada. Después de un raro la aparto, le bajo la falta y las bragas, y, disfrutando del momento, me arrodillo a orar entre sus piernas. Siempre me ha encantado el milagro intrínseco de un coño, cómo se humedece cuando mis dedos acarician su contorno y mi lengua se introduce en él, penetrando ese espacio, bosquejando su clítoris, jugando, zambulléndome una y otra vez; hay algo sagrado en poseer a una mujer así, como si durante unos minutos consiguieras equilibrar la entropía que te rodea.

Sigo masturbándola con la lengua hasta que se corre entre gemidos entrecortados. Ahora me toca a mí. Le doy la vuelta y se la meto con dureza. Es como estar dentro de las entrañas de una flor azul, sórdido y delicado a la vez. Me doy cuenta, resentido, que todavía la echo de menos, y empiezo a insultarla y a follármela cada vez con más saña. Ella lo disfruta, me obliga a cambiar de postura y me empieza a montar, sus uñas en mi espalda son la mejor marca de empoderamiento femenino. Hay una corriente de rencor animal entre nosotros, como si necesitásemos desquitarnos por algo. Algún vecino ingrato golpea la pared, quizás quejándose del ruido. Levanto a Carla y la empotro contra esa misma pared. Sus piernas acarician el vacío, el mundo gira cada vez más deprisa, nuestros gemidos son gritos de poesía, nuestro placer ecos de conquista y muerte. Lo vamos a conseguir… sí… ¡sí!... ¡SÍ! Su coño empieza a contraerse, Carla me muerde el labio y el sabor metálico de la sangre se mezcla con su saliva. Nos corremos como salvajes en una fiesta pagana, implosionando en la voladura incontrolada de su coño. Después de un par de embestidas nos desplomamos sobre la cama.

Al rato giro la cabeza y la contemplo: sigue ahí, respirando lentamente, muy quieta, con los ojos cerrados, lo mejor de mí secándose en su interior. La guerra ha terminado. Y sin moverme, observo expectante su cuerpo endiosado, sintiéndome como una pared enamorada, contando los segundos antes de que su mirada me derribe por completo.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Juana Rivas.

Recapitulemos: A pesar de que Arcuri fue condenado en 2009 por provocarle lesiones a Rivas, esta decidió volver con él y ambos montaron un hotel rural en una isla italiana. En 2016, sin embargo, la mujer decidió irse. Cogió a sus hijos y se escondió en su pueblo (Maracena, Granada). Él denunció los hechos y una sentencia del Juzgado de Primera Instancia número 3 de la capital andaluza le obligó a entregar los niños al padre.

 Ella, sin embargo, optó por no acudir al punto de encuentro y decide huir. Y se mantiene durante casi un mes en paradero desconocido –excepto para sus abogados, asesores, familiares, vecinos del pueblo, amigos, etcétera… vamos, todo el mundo menos la guardia civil-, con los hijos secuestrados. Mientras tanto envía dos instancias al Tribunal Constitucional, las dos rechazadas, peticiones directas a Rajoy, altos cargos del tribunal, etcétera. Ahora después de “entregarse” es finalmente puesta en libertad provisional por el juzgado de guardia, una situación anómala, dado que le permite estar con sus hijos al tiempo que el Juzgado número 2 la investiga por secuestrarlos.

Hay otros testimonios que se salen de la línea de quitar la presunción de inocencia al exmarido, como La carta de la primera pareja del exmarido de Juana donde indica que convivió diez años con él, que es un pacifista, con una madre feminista, y que ha seguido en contacto con él y nunca observó nada extraño en su convivencia con Juana. O los equipos psicosociales de los juzgados de Familia que han hablado con los niños –no olvidemos que uno de ellos tiene once años-, que aseguran en su informe que no muestran ningún tipo de stress con la idea de seguir viviendo con su padre y seguir con la vida que llevaban hasta ahora en ItaliaEn su fallo de abril, la sala de la Audiencia cree que, con la denuncia, Juana Rivas buscaba "el presumible propósito de eludir la aplicación de la norma". Era la vía para parar la devolución de unos hijos a la que era su casa. Luego vino la recogida de firmas y la resurrección de la sentencia de 2009. Lo de la recogida de firmas también es escandaloso, la realizó con Vanessa Skewes, la mujer que aparece en varias fotos el año pasado, exigiendo más protección para los hijos de los maltratadores, y que impulsó la campaña de Change.org, denunciando malos tratos de su ex marido y que un juzgado de Alicante había entregado sus dos hijos menores de edad a un padre maltratador. El tiempo ha demostrado que todo fue un gran montaje, Vanessa Skewes es una mentirosa que ha inventado cada denuncia y acusación, ¿por qué esta información no ha tenido tanta relevancia en los medios de comunicación?

          Juana podría perfectamente haber tramitado su divorcio en Italia y haber denunciado allí los presuntos maltratos de su marido. Hubiera obtenido la custodia de los hijos sin problema, pero eso sí, en Italia. Y creo que este es el matiz que no se tiene en cuenta. Esta señora lo que no quiere es quedarse en Italia, quiere tener la custodia de sus hijos en España, pero eso no es posible si se aplica la ley establecida, solo puede obtenerla si el padre es un peligro para ellos, es decir un maltratador. Para ello se instrumentaliza una condena del 2009 fruto de una denuncia cruzada debido a una pelea en la que los dos fueron agresores y agredidos a la vez. Según Francesco Arcuri aceptó la sentencia de malos tratos para poder seguir viendo a su hijo, y por ese mismo motivo retiró su propia denuncia. Hay que añadir que Juana quebró la orden de alejamiento apenas dos meses después, y que, cuatro años más tarde, después de otra pareja, ella se fue a la isla de Carloforte, en Cerdeña, donde vivió con él y tuvo su segundo hijo. Pero resulta que en el caso actual Juana no aporta ninguna evidencia de maltrato en su convivencia en Italia. Es más, uno de los testigos de esos “malos tratos”, un tal Stefano según la denuncia puesta en España por Juana el año pasado, niega esa versión y se posiciona a favor de Francesco.

Demasiadas cosas extrañas para mantener este circo de posverdad mediático que tanto gusta a los progres despistados y a las feministas de red social, que ya solo por ser mujer lanzan su lobby sin pensar que quizás están pinchando hueso intentando fabricar otra mártir del heteropatriarcado. Pero España es diferente, si fuera un hombre el protagonista de esta triste historia, aparecería en la noticia de sucesos de violencia machista que no falta nunca a la hora de comer, pero aquí parece que nos encanta ver a esa madre llorosa que grita proteger a sus hijos a la puerta del juzgado, sin que nos atenace la sospecha de que las cosas no sean tan sencillas y que, quizás, solo quizás, estemos ante otro uso espurio de la violencia de género.

martes, 22 de agosto de 2017

“No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor si no lo hago.” Paul Auster.

Los rasgos definitorios de las sociedades actuales suelen ser: hedonismo, ausencia de valores enfocados al largo plazo, subversión y tergiversación de la función del sexo y las relaciones de pareja, infantilismo, inseguridad, infidelidad, rechazo y pérdida de los roles tradicionales del hombre y la mujer, desesperanza, cinismo, y la lenta asunción de que la juventud se esfumó sin haber sabido ni podido sintonizar con nada mínimamente elevado que le dé sentido a la vida. No caeré en la trampa, ni siquiera de forma inconsciente, de querer situarme en un plano aparte. Abjuro del tiempo y de la sociedad que me ha tocado vivir, pero asumiendo que he participado, aunque sea pasivamente, de los roles y características cuyo regurgitante diagnostico he señalado como causas de su decadencia.
 

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Dios ha sido asesinado por la falta de fe, la fuerza de la filosofía, la ciencia y la razón. Sin embargo ha sido el capitalismo el que ha creado los nuevos dioses: el consumismo, los centros comerciales, las estadísticas de las redes sociales. Aun siendo ateo no puedo eludir el hecho de que las catedrales tienen cierta belleza intrínseca, un alma arquitectónica, de que no ha sido todo en vano.

El amor también suele ser asesinado por la falta de interés, o si lo prefieres por la falta de fe de alguno de los dos. Pero al capitalismo tampoco le gusta el dolor, y cuando llega la ruptura todos te animan a pasar página, a apuntarte a Tinder, buscar el repuesto, no perder el tiempo con nostalgias o suspiros, ¿para qué glorificar catedrales de carne que ya quedan en el pasado, para que seguir conservando poemas o dedicatorias? Romper. Quemar. Olvidar.

Me llama la atención que tengamos esa ansiedad por acortar los plazos, por llamar error a una historia que, por lógica, tiene un principio y un final, y no por valorar lo que hemos vivido. Se habla de relaciones tóxicas y dependencia emocional, y parece que viramos hacia la ingratitud, a demoler los recuerdos, a no querer visitar catedrales, aunque hayamos disfrutado de su belleza durante años, simplemente porque las sentimos vacías, ajenas, sin percatarnos de que siguen conservando su belleza, justamente a pesar nuestro.

lunes, 21 de agosto de 2017

Los disfraces también cansan. Revolución, crisis o colapso; no hay demasiadas opciones.

Como señaló Einstein, todos deberíamos contar con la libertad de permitir que nuestro propio orden y estructura se manifiesten naturalmente, y de pasar nuestros días según deseemos. No suele ser agradable trabajar para otras personas, pero estar enloquecidamente ocupados todo el día no solo es malo para nosotros mismos, sino que además nos impide descubrir el ser humano que podríamos ser.


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Podemos rastrear las raíces de nuestra obsesión actual con el trabajo y la eficacia a la equivocada idea luterana de que la pobreza es producto de la holgazanería, en lugar de pensarla como resultado de complejas circunstancias socioeconómicas. Sin una base sociológica la holgazanería se consideró un mal. Y eso con el paso de los siglos nos ha hecho relacionamos de forma tóxica con el tiempo. Cuando más eficientes somos, mayor es la presión de producir: se trata de un ciclo sin fin, que deriva de nuestra creencia de que el tiempo jamás debe perderse. No obstante, el tiempo perdido no es un valor absoluto como la masa. Solo es posible perder tiempo en relación con un contexto u objetivo. Mientras el intelectual lee un libro, pierde tiempo en relación con su objetivo de ir a una tienda a comprar algo antes de pasar a recoger a sus hijos. En rigor, siempre se pierde tiempo desde alguna perspectiva.

Sin embargo la concepción científica del cerebro es incompatible con la concepción luterana o cristiana del hombre y con la ética del trabajo. Científicos como Buzáki y Raichle estiman que alrededor del noventa por ciento de la energía del cerebro se destina a sostener la actividad basal, lo que significa que, sin importar qué tarea se realice, el cerebro en descanso representa la mayoría del consumo energético total cerebral. Esta actividad intrínseca del cerebro parece violar de algún modo la segunda ley de la termodinámica que establece que, libradas a sí mismas, las cosas en general tienden a desordenarse y perder calor: es lo que se denomina entropía. Este es el motivo –por poner un ejemplo tonto-, por el que el desorden de la cocina aumenta cuanto más tiempo se pasa sin ordenarla y limpiarla. Sin embargo, gracias a esa red neural que se establece en el cerebro cuando estamos totalmente desocupados, parece que “los platos se lavan solos”. El cerebro jamás se entrega al ocio; en rigor, es probable que trabaje más cuando no estamos haciendo nada. Y solo cuando permitimos que el cerebro repose se abre el sistema para que sea posible aprovechar los mecanismos de no linealidad y aleatoriedad y amplifica la tendencia natural del cerebro a combinar percepciones y recuerdos y convertirlos en conceptos nuevos: creatividad y reflexión autoconsciente.

***
Rompieron sus alas y siguió volando.

No les creas cuando afirman que tu placer es pecado
Tu cuerpo puede ser jaula de polvo
Si permites que los barrotes se alimenten de ignorancia
El equilibrio es aprender a escuchar el silencio
El equilibrio es encontrar belleza en las ruinas, ciudades en los escombros

Hazme caso: tus huesos no quieren carne
Ni infancias de tristezas enquistadas
No llames trauma al simple hecho de vivir
No llames trauma al simple hecho de ser humana.

***
Comprendí entonces que escribir, más que transmitir un conocimiento, es acceder a un conocimiento. El acto de escribir nos permite aprehender una realidad que hasta el momento se nos presentaba en forma incompleta, velada, fugitiva o caótica. Muchas cosas las conocemos o las comprendemos sólo cuando las escribimos. Porque escribir es escrutar en nosotros mismos y en el mundo con un instrumento muchas más riguroso que el pensamiento invisible: el pensamiento gráfico, visual, reversible e implacable de los signos alfabéticos.