martes, 17 de diciembre de 2019

Reseña: ‘Carta al padre’, de Franz Kafka

“No hace mucho me preguntaste por qué afirmo tenerte miedo. Como de costumbre, no supe qué responderte, en parte precisamente a causa de ese miedo que te tengo y en parte porque para explicarlo necesitaría tener presentes más factores de los que soy capaz de manejar al mismo tiempo cuando hablo. Esta respuesta que intento darte ahora por escrito será igualmente muy incompleta, porque también a la hora de escribir me atenazan el miedo y sus consecuencias, y porque las dimensiones del asunto van mucho más allá de lo que mi memoria y mi entendimiento son capaces de abarcar.”

En noviembre de 1919 Franz escribió esta extensa carta, una de las más famosas de la literatura, a su padre Hermann Kafka, quien nunca la llegaría a leer. Según Max Brod, que la publicó póstumamente en 1952, el escritor se la dio a su madre para que se la entregara a su padre, pero ella, tras leerla, se negó a hacerlo y se la devolvió. En ella, Kafka retrata y analiza la compleja relación que tuvo con su padre, con quien siempre tuvo una relación distante. Es fácil ver por qué: Franz era un hombre sensible, retraído, inseguro, creativo y vulnerable, mientras que Hermann era un hombre hecho a sí mismo, triunfador, fuerte, práctico, firme, severo y autoritario.

“Para ti el asunto siempre fue muy sencillo, al menos, por la forma en que hablaste de él delante de mí, e, indiscriminadamente, delante de muchos otros. Te parecía que era más o menos así: trabajaste duramente toda tu vida, sacrificaste todo por tus hijos, especialmente por mí, a raíz de lo cual yo he vivido <<como un rey>>, teniendo total libertad para estudiar lo que quisiera, sin motivos para preocuparme por mi subsistencia, es decir, sin preocupaciones en absoluto; no pedías que te agradeciera por eso, tú conoces <<la gratitud de los hijos>>, pero por lo menos esperabas alguna deferencia, alguna señal de simpatía; en cambio, yo me he ocultado desde siempre de ti, en mi habitación, entre mis libros, entre amigos locos, entre ideas extravagantes; nunca hablé abiertamente contigo, no estuve a tu lado en el templo, nunca te visité en Franzensbad, tampoco en otros aspectos tuve nunca un sentido de familia, nunca me ocupé ni del negocio ni de tus demás asuntos, te endilgué la fábrica y luego te abandoné, apoyé a Ottla en su capricho y mientras no movía un dedo por ti (no te traigo ni una entrada para el teatro), hago todo por los amigos. Si resumes tu juicio acerca de mí, resulta que no me reprochas nada realmente malvado o indecente (a excepción tal vez de mi última intención de casarme), sino frialdad, distancia, ingratitud. Y me lo reprochas como si la culpa fuera mía, como si hubiera podido cambiar todas las cosas con un movimiento de timón, mientras que tú no tendrías la menor culpa de lo sucedido, excepto la de haber sido demasiado bueno conmigo”.

En aquella época la educación era muy estricta y el padre además de su autoritarismo natural debía aplicar las normas de conducta que él mismo había vivido, por lo tanto Kafka describe un padre muy duro y cruel con él y también con el resto de la familia. Kafka considera ese choque de caracteres una batalla perdida, su narración tiene un constante tono de sumisión, de aceptación, de darse por vencido.

“De modo directo, recuerdo un solo acontecimiento de los primeros años; tal vez tú también lo recuerdes. Una vez, de noche, yo lloriqueaba sin cesar pidiendo agua, seguro que no por tener sed sino probablemente en parte para fastidiar, en parte para entretenerme. Después de que algunas fuertes amenazas no hicieran efecto, me sacaste de la cama, me llevaste a la terraza y me dejaste parado allí un rato en camisón ante la puerta cerrada. No quiero decir que eso haya estado mal, tal vez en ese momento no se hubiera podido recuperar la tranquilidad nocturna de otro modo, pero quiero usarlo para caracterizar tus recursos pedagógicos y su efecto sobre mí. Seguro que a partir de ese momento fui obediente, pero había sufrido un daño interior. Mi modo de ser jamás me permitió relacionar correctamente el hecho de pedir agua sin sentido, que era lógico para mí, con el hecho en extremo terrible de que me llevaran afuera. Aun años más tardes me hacía sufrir la idea atormentadora de que aquel hombre gigantesco, mi padre, la última instancia, podía venir y sacarme de la cama de noche casi sin motivo, para llevarme a la terraza y de que, por lo tanto, no era nadie para él. Eso sólo fue un pequeño comienzo entonces, pero esta sensación de insignificancia que me domina a menudo (una sensación que, sin embargo, en otro sentido es también noble y fructífera) proviene en gran medida de tu influencia. Hubiera necesitado algo de aliento, un poco de simpatía, que me abrieran un poco el camino; en cambio, me lo obstruías, sin duda con la buena intención de que yo transitara otro camino. Pero yo no servía para eso. Me alentabas, por ejemplo, cuando hacía el saludo militar o cuando marchaba, pero yo no era un futuro soldado, o me alentabas cuando podía comer mucho o acompañar incluso la comida con cerveza, o cuando podía imitarte cantando canciones que no entendía o repetir como un loro tus expresiones preferidas, pero nada de eso tenía que ver con mi futuro”.

Pero al leer con atención la prosa de Kafka nos deja ver entre líneas que ese padre cruel que describe no es más que una imagen en su cabeza, las acciones del padre parecen naturales -al menos en su época-, el problema es que Kafka se ve profundamente afectado por ellas. La carta describe varios períodos de su vida, desde su niñez, pasando por su juventud hasta la edad de treinta y seis años y en todo momento relata la influencia del padre en su vida, una vida sin escapatoria, donde sentía que no podía refugiarse en su idioma, ni en su religión, ni en sus hermanas y sólo le quedaba escribir y encerrarse en sí mismo.

“Ya he insinuado que con el hecho de escribir y todo lo que se relacione con ello he realizado pequeños intentos de independencia, intentos de fuga con poco éxito, que no me llevarán muy lejos según innumerables pruebas.”

Hacia el final de la carta se centra en el tema del matrimonio y las veces en que se comprometió, nos cuenta sus temores, miedos y lo que le provocaba la opinión de su padre al respecto. Resulta llamativo cómo Kafka se deja llevar por su neurosis y en esas últimas páginas se hace a sí mismo las mismas acusaciones implacables que le haría su padre, aceptando esa culpabilidad y cayendo en ese círculo tóxico de dependencia del cuál no sabe cómo escapar.

Una carta muy interesante para quien quiera conocer la biografía y pensamientos de este excepcional escritor. Quien quiera leerla puede descargar desde AQUÍ el ePub. También añado un enlace en descarga directa AQUÍ para la fantástica novela gráfica biográfica sobre el autor que realizó Robert Crumb y David Zane Mairowitz.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Reseña: ‘El elefante desaparece’, de Haruki Murakami

Haruki Murakami trabajó en este compendio de relatos entre los años 1980 y 1991, podría decirse que en este libro se encuentra la materia prima y el estilo de lo que serán sus obras más emblemáticas. Como muestra de lo anterior, el relato que da inicio al libro ‘El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes’ es el origen del primer capítulo de una de sus principales novelas: ‘Crónica del pájaro que da cuerda al mundo’, publicado en 1995. Es un verdadero borrador, donde juega con el misterio telefónico, los encuentros fortuitos, la revelación de un mundo nuevo al conocer a una chica mientras se busca a un gato perdido. Un mundo que tiene un movimiento limitado, que se detiene cada día, hasta que un pájaro lo vuelve a poner en movimiento al darle cuerda cada mañana. Dato curioso y un tanto al margen: en esta historia al gato lo llama ‘Noboru Watanabe”’’, nombre que también tendrá el novio de la hermana de otro personaje así como el cuidador del elefante que desaparece. Con la reiteración de ese nombre, Murakami homenajea a su amigo, un ilustrador que utilizaba dicho apelativo como apodo.

"Y me pregunto cuándo se rompió la aguja de mi brújula, cuándo me perdí en esta vida errante"

Las personas son mundos complejos, universos únicos, pero que, al unirse con otros, al interactuar entre ellos, forman nuevas realidades, a veces eternas, o de tan solo momentos. Los personajes de Murakami, viajan libremente por estas realidades que ellos mismo crean. En ‘Nuevo ataque a la panadería’, el simple hecho de sentir hambre a una hora en que no se puede conseguir alimento, pone en marcha un engranaje de modificación de la realidad, pasando de algo cotidiano a un acto que si bien es real, es completamente anormal para el contexto, como el asalto a un local de comida rápida. A Murakami le gusta ir revelando esos pliegues tan diversos de la realidad, tan finos que no detectamos por ir siempre sumidos en nuestras rutinas. En el cuento ‘Sobre el encuentro de un chica cien por cien perfecta en una mañana soleada del mes de abril’, lo deja claro, lo largo del título hace referencia al detalle, al momento y la circunstancia, a la consciencia plena del encuentro con una mujer que parece perfecta, a las características del día, al lugar, la fecha, todo. Son solo segundos, se cruzan, quizá ella ni lo notó, pero en él se comienza a generar una pequeña historia y se crea un mundo dentro de otro, a partir de una casualidad.

"Se cruzaron en mitad de la calle. El tenue destello de un recuerdo perdido iluminó por un instante sus corazones, que dieron un vuelco. Lo supieron"

Equilibrio, otro aspecto fundamental de la narrativa del autor japonés, esa constante descripción de actitudes ordinarias de la vida diaria, cocinar, fornicio, comer, beber, dormir, son la base del equilibrio en sus historias, que luego rompe en un ángulo inimaginable, lo que provoca una emoción inesperada en el lector. Este quiebre puede suceder en cualquier momento. Una vida puede dar un giro en ciento ochenta grados a partir de un pequeño detalle, como cuando uno de los personajes de ‘Lederhosen’ va a comprar un par de pantalones y entiende de golpe el absurdo de la existencia que ha llevado hasta ese momento, o el descubrimiento de un hábito pirómano en ‘Quemar graneros’. Pero el más significativo hecho de quiebre de esta recopilación de relatos ocurre en ‘Sueño’, donde una mujer al no poder volver a dormir, se pasa las noches en vela leyendo Ana Karenina, comiendo chocolate, y descubriendo que la vigilia constante ha mejorado su vida, ya que le ha revelado un mundo de vitalismo y libertad rejuvenecida nunca antes conocido por ella

"No es que me sienta vacía, simplemente me sorprende ser incapaz de distinguir entre ayer y anteayer por el hecho de llevar esta vida, que me ha tragado por completo"

En este universo tan personal tampoco existen divisiones claras entre el mundo de los sueños y la realidad. Lo onírico fácilmente se expande y engulle al soñador. Lo que pasa en los sueños no se queda allí. En ‘El enanito bailarín’, un ser atormenta a un hombre común por medio de diversas artimañas que le sugiere en sueños, pero que al hacerse realidad lo empujan a caer en una trampa mortal. Estos seres extraños, como salidos de una pesadilla, se reiteran en relatos como ‘El pequeño monstruo verde’ y ‘La gente de la televisión’, y tienen la particularidad de no ser notados por otros salvo por el protagonista del relato, aislando a los personajes en una burbuja fantástica dentro de un ambiente real. Lo interesante de estos relatos es averiguar si los personajes sabrán librarse o no del embrujo de la irrealidad.

“Hay diferentes tipos de soledad. Hay soledades trágicas que te descuartizan los nervios, y otras que no lo son pero que para conseguir conocerlas te tienes que dejar la piel”.

Pero definitivamente, de todos los aspectos que toca Murakami en esta serie de relatos, es lo situacional lo que le da vigor a este libro, ya que a través de lo que parecen ser experiencias personales logra profundizar en temas complejos con temáticas simples. En relatos como ‘Un barco lento a China’, ‘El último césped de la tarde’ y en ‘Silencio’, recupera el tono melancólico y nos lleva por los recuerdos lejanos de tiempos de instituto, de trabajos de media jornada en donde abundan los encuentros inolvidables y trascendentes entre personajes que nunca más volverán a verse, rescatando situaciones de superación personal, de resiliencia.

"Hay gente que carece de profundidad. Llevan una vida monótona, vacía. Por mucho que llamen la atención de los demás, por mucho que se muestren triunfantes, solo es una máscara tras la cual no hay nada".

El elefante desaparece’ es una recopilación de diecisiete relatos muy diversos, donde se puede apreciar todas las particularidades de la literatura del japonés. A pesar de que resulta algo irregular, la atmósfera y la esencia se mantiene a lo largo de todo el libro, al igual que el placer de disfrutar esa lectura que no requiere de grandes recursos literarios, ni complejidades estilísticas para dar ambiente y profundidad a las historias. Con Murakami tienes que llegar a un acuerdo con su realismo mágico, sus finales abiertos y ese lirismo onírico que, muchas veces, no encierra ningún tipo de mensaje, moraleja o incluso coherencia. Es normal que no le pueda gustar a todo mundo porque a veces da la sensación de estar ante simple escritura automática, un escritor ‘jardinero’ que planta una semilla argumental y se divierte dejándose llevar por lo que va creciendo y mostrándose. Quizás lo que salva a Murakami y le ha dado tanta fama es su estilo embriagador y poético que compensa esa espontaneidad literaria que no se molesta en pulir y que en ocasiones no funciona. En cualquier caso a estas alturas uno ya sabe lo que se va a encontrar, sería incoherente por mí parte pedirle a Tarantino que no dote a sus películas de momentos de ultraviolencia, al igual que sería absurdo pedirle a Murakami que busque en el diccionario el significado de ‘escaleta’. Como siempre dejo AQUÍ el ePub para quien quiera darle una oportunidad.

“De todos modos, la cosa podría empezar con un "érase una vez" y terminar con una pregunta: "una historia triste, ¿no te parece?"

viernes, 6 de diciembre de 2019

Reseña: ‘De qué hablo cuando hablo de escribir’, de Haruki Murakami

Murakami siempre me ha gustado, sobre todo en sus novelas cortas y cuentos, por su tono pausado y lirismo aséptico, por la musicalidad en su estilo y la forma zen con la que plasma la psique de sus personajes y su visión del mundo. 'De qué hablo cuando hablo de escribir' es un fascinante ensayo sobre el arte de escribir y su experiencia como escritor.

Quizás de todos los capítulos el primero es el más sorprendente porque parece querer denostar el arte de escribir novelas: “Tengo la impresión de que no hay otro trabajo tan indirecto y de escaso rendimiento como el de escribir novelas. Si uno es capaz de verbalizar con claridad un tema determinado, no tiene ninguna necesidad de empeñarse en el trabajo infinito de las paráfrasis. Expresado de un modo quizás extremo, se puede decir que los escritores son seres necesitados de algo innecesario […] Escribir una novela me parece, en esencia, un trabajo bastante torpe. Apenas hay nada que destaque por su inteligencia intrínseca, tan solo se trata de tocar y retocar frases hasta descubrir si funcionan o no, y para hacerlo no queda más remedio que encerrarse en una habitación […] En eso consiste escribir novelas, en afrontar un trabajo lento y sumamente fastidioso […] Pasados unos años hace falta una cualidad más grande y duradera que sustituya a la inteligencia, porque a la hora de escribir novelas no importa el rendimiento o la eficacia, sino el aguante. Escribir es pura perseverancia y resistencia apoyadas en un prolongado trabajo en solitario”.

Escribir, para Murakami, comenzó respondiendo al imperativo de ‘desprenderse de todo lo innecesario, lo superfluo y simplificar’; y en esa sencillez encontró un estilo. A menudo le han dicho que su manera de escribir tiene un deje de traducción y admite que hay algo de cierto en ello. Su disciplina consiste en levantarse temprano, prepararse un termo de café y escribir diez páginas todos los días, tarde lo que tarde. Le resulta mucho más divertido escribir sin escaleta, sin saber muy bien hacia dónde van sus personajes, improvisando. El problema es que el texto se presta a muchas más contradicciones, a que haya capítulos enteros que tiene que descartar en las siguientes reescrituras porque no casan con el tono general de la historia y los personajes.


Después de varias reescrituras y pulir detalles descansa un mes. Pasado ese tiempo vuelve a reescribirlo por completo y cuando termina le da el manuscrito a su mujer para que opine. Ella hace sus recomendaciones y, aunque no esté de acuerdo, reescribe siempre las partes que ella ha señalado. Una vez hecho esto vuelve a pedirle que lea esas partes y sí sigue sin convencerla vuelve a reescribirlas. Sigue reescribiendo incluso después de entregar el texto a la editorial y recibir las primeras galeradas. Aunque parezca una compulsión descontrolada, porque en este punto hasta él ha debido de perder la cuenta de las veces que ha retocado el texto, no parece ser el único escritor que opina y trabaja de esa forma, Raymond Carver dijo en una entrevista: “Al fin he entendido que una novela se perfecciona después de releerla, de quitarle algunas comas y volver a leerla una vez más para poner las comas en el mismo sitio donde estaban”.

Nuestro querido escritor también aporta muchas otras orientaciones, que pueden interpretarse como consejos para los escritores en ciernes o pistas para entender su obra. “Todo aquel que aspira a escribir debería observar con atención a su alrededor, porque el mundo está plagado de piedras preciosas en bruto tan atractivas como misteriosas”. Es importante prestar atención a los consejos de los demás, así como asegurarse uno o dos lectores fijos que sean sinceros y constructivos. Cuando no se tiene ningún proyecto entre manos, traducir es un excelente ejercicio de escritura y también, según Murakami, hay que lograr que el cuerpo se convierta en un aliado, cosa que él ha conseguido corriendo maratones. Murakami habla también en otros capítulos de los premios literarios a los que considera ‘un torbellino insignificante’, sus estancias en el extranjero, la recepción de su obra en Estados Unidos y su renuencia a firmar libros, entre otras muchas cosas.

También parece adherirse a la idea de que los personajes tienen vida propia y el escritor está a su servicio. En uno de los capítulos cuenta cómo la obra que acabó convirtiéndose en ‘Los años de peregrinación del chico sin dolor’ iba a ser una novela corta, pero se alargó después de que un personaje secundario, ‘una atractiva mujer llamada Sara Kimoto’, le hiciera unas preguntas incómodas al protagonista. “Fue Sara ‒dice Murakami‒ quien modificó por completo el carácter, la escala y la estructura de la novela, y lo hizo en un segundo. El primer sorprendido fui yo”. Señala también las virtudes de confrontar caracteres distintos en la narración, no crear solo personajes con los que sienta empatía, una lección que aprendió cuando le recriminaron que en sus libros no aparecían ‘personajes malos’.

Haruki Murakami se considera una persona normal, con cierta habilidad para contar historias, pero no describe su vocación como un acto de heroísmo o sufrimiento. Entiende que el tiempo -y no la crítica literaria- decidirá si sus novelas merecen sobrevivir o hundirse en el olvido. “Me parece que si escribir no resulta divertido, no tiene ningún sentido hacerlo; escribir una novela es un proceso que debe surgir de manera natural.”. Al terminar de leer este ensayo te queda da la sensación de que Murakami no tiene grandes teorías sobre la escritura ni necesita tenerlas, dejándonos solo un libro de recuerdos y recomendaciones más que un análisis profundo sobre la teoría de escribir. En cualquier caso me ha resultado muy ameno y complementa muy bien a otros como ‘Mientras escribo’ de Stephen King, ‘El zen en el arte de escribir’ de Ray Bradbury o el maravilloso ‘Por qué escribo’ de George Orwell. Como siempre si alguien está interesando dejo enlace a su versión ePub AQUÍ.

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Con esta entrada ya he escrito las cien anuales que me había propuesto para el 2019. Llevo solo 94 libros este año, pero ha sido un 'annus horribilis' a nivel anímico y me conformo con leerme un par más antes de que acabe. Lo comento porque ahora me voy a dedicar a terminar una novela y lejos de esos consejos y comentarios tan maravillosos de Murakami para mí escribir no resulta siempre tan divertido, en muchas ocasiones es tedioso y frustrante, y creo que voy a necesitar todo mi tiempo libre para conseguirlo. O quizás no. Lo comento por si desaparezco de estos lares. En cualquier caso en mi cuenta de Twitter -parte derecha del blog- suelo divagar a menudo sobre series, películas y disquisiciones personales. Un saludo.

jueves, 5 de diciembre de 2019

La vida es azar en movimiento, la fatalidad es tan natural como la belleza y un millón de veces más justa. Los porqués son solo migas de afán falsas. Lo único real es el alud carnal, lo ajeno callando nuestra voz interior y provocando el fundido en negro.

A veces me preguntó para qué escribir. Y me contesto que no es solo por el desahogo, me gusta también la belleza estética que se consigue cuando alguna pizca de talento se combina arbitrariamente y me evade de esta vida que silba como un tren de mercancías, llena de frustración y despropósitos. Delante del teclado está todo bajo control, siempre hay una segunda oportunidad para enmendar las cosas, el «L'esprit de l'escalier» se convierte en virtud, puedes estar a la altura de tus expectativas, acercarte a esa mujer que tanto te gusta y abrirle tu corazón, expurgarte en voz alta y esperar que las taras y los dados trucados no ganen la partida esta vez… Recuerdo a Cioran totalmente enajenado y odioso por el prolongado insomnio confesarle a su madre que su vida era insoportable; y ella contestar en un arrebato de ira: “Si lo hubiera sabido, ¡habría abortado!”.


Reflexionando tiempo después sobre este incidente Cioran llegó a la conclusión de que su existencia era un simple accidente, por tanto, para qué tomárselo todo tan serio; así empezó a escribir, para injuriar la vida e injuriarse a sí mismo. Tal vez sea la respuesta, a fin de cuentas, ¿qué otra opción coherente nos queda como venganza por este dolor que nunca pedimos, que no sabemos soportar, más que injuriar a la vida y su sentido de todas las formas posibles a nuestro alcance?

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Rompámonos de espejos, quiero una flor que recuerde tu nombre, que guarde un luto de ambulancias y velatorios, que no muera de pie, que perfeccione su preñez y delate su perfume en pleno invierno. Un gato camina por el techo insultando mi último poema, me exige que traiga antidepresivos, dos máscaras y un manual de guerra al que le falten las últimas trescientas páginas. Sería inmoral leer el poema de forma literal, todo tiene su parte de ejercicio mental y sensibilidad dormida, como olas de caricias zozobrando tu embarcación de carne. Quiero follarte a besos, devorarte y silenciarte el pensamiento. Para entenderme tendrías que ver un hermoso amanecer y pensar en hemorragias y masacres improvisadas. Tengo demasiadas canas en mi perilla planificando orgasmos de gas. Nuestras piezas nunca encajaron, pero la última mirada azul que echaste sobre mis hombros sigue prisionera de un temblor de esperanza. Por eso todas las respuestas murieron de frío hace meses y ya solo quedan heridas de carmín fucsia y ataques de risa producidos por sombras que no sé dónde terminan. La hazaña grandilocuente de brindar con vino barato pensando siempre en ti. La siguiente hora ha tosido en la esquina, será la siguiente en morir, ¿Quién quiere torturarla conmigo?

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Reseña: Álbum ‘dont smile at me’, de Billie Eilish

Con solo trece años Billie Eilish compuso ‘Ocean Eyes’ junto a su hermano, el también músico y actor de ‘Glee’ Finneas O’Connell. La compusieron como un favor para una coreografía de su profesor de danza contemporánea, pero la canción fue ganando popularidad hasta el punto de que acumula, entre la original y sus remixes, cientos de millones de reproducciones en Spotify. A su precocidad ayuda haber estado rodeada de arte durante su infancia: sus padres son también músicos, desde los ocho está en el Los Angeles Children’s Chorus, a los once empezó a componer sus propias canciones y, un par de años después, empezó a interesarse por producirlas y a verse influenciada por gente como Tyler the Creator, Lana del Rey, Spooky Black o Aurora. Tras fichar por Interscope, tuvimos la primera muestra de todo esto en agosto de 2017: el EP ‘dont smile at me’, en el que se mezclan cosas como el trip-hop, el trap, las murder ballads, sintetizadores y autocoros, algún toque grunge y, por supuesto, mucho pop. Las dos primeras están presentes en la encargada de abrir el disco, la agresiva ‘COPYCAT’, que no es de lo mejor líricamente pero es una buena forma de introducir el ambiente del disco. Más interesante es la letra de ‘idontwannabeyouanymore’, donde con frases bastante duras alude a su propia depresión, de hecho el título ("no quiero ser tú… nunca más") va dirigida contra ella misma ("Don't be that way/ Fall apart twice a day/ Was I made from a broken mold?"). ‘my boy’ sigue una progresión interesante, con clara separación de sonido entre estrofas y estribillo, y con la frase: "Alright dude, go trip over a knife" de puente, una de las favoritas de los fans.

El single con el que se presenta este trabajo es ‘bellyache’, videoclip incluido, tiene una letra muy divertida que nos mete dentro de la mente de un psicópata (“My friends aren't far/ In the back of my car/ Lay their bodies/ Where's my mind/ Where's my mind"), todo ello sobre un guitarreo con base reggaetonera que culmina en esa mezcla de trap y electro-casi-dubstep del estribillo. ‘party favor’ es como una melodía de Regina Spektor a la que le hubiese puesto letra Lily Allen ("and I hate to do this on your birthday / happy birthday, by the way"), la intimista ‘hostage’ y ‘watch‘ (I'll sit and watch your car burn/ with the fire that you started in me) son también muy intensas. Y no podía faltar ‘ocean eyes‘, la canción de amor que fue su mayor éxito ("no fair, you really know how to make me cry / when you give me those ocean eyes"), hermosa y  melódica.

En definitiva, ‘dont smile at me’ tiene puntos altos y bajos, pero fue un EP que sirvió como excelente carta de presentación para la locura que llegaría un par de años después con su primer álbum ‘When We All Fall Asleep, Where Do We Go?’. Como curiosidad el título del EP se debe a la incomodidad que le produce que la gente le sonría por la calle como fórmula de cortesía, ella prefiere su 'resting bitch face'. Esto no se refleja, en cambio, en su relación con sus fans con los que se muestra extremadamente cercana.

En Billie Eilish percibo a una adolescente que transmite sus problemas como muchos otros lo han hecho antes, solo que desde la perspectiva de su generación. A Eilish le asfixia la ansiedad y el insomnio, se siente perdida como se sentía perdida la generación emo unos años atrás. Hay tristeza en muchas de sus canciones, pero también mucha rabia y desencanto; otras formas, otros sonidos, la misma sensación de estar luchando contra un mundo que no te entiende, con su parte de candidez y de teenage angst. Billie Eilish es la chica oscura de la clase y sus fans se identifican con ello, como hubo en los ochenta quien quería parecerse a Allison Reynolds del ‘El club de los cinco’, quien escuchaba durante horas a 'The Cure' en la soledad de su habitación y siempre vestía de negro (un servidor) o quien en los noventa quería vivir eternamente en una película de Tim Burton.

Lo cómodo sería fijarnos solo en su edad y desconfiar de la fama que ha conseguido en tan poco tiempo, pero si algo tengo claro después de escuchar sus discos con atención es que es un diamante en bruto con mucho talento. Puede que se eche a perder en unos años, como parece que le sucede a muchos artistas hoy en día, cuya fecha de caducidad está en cinco años y dos discos, o puede que su talento explote y evolucione a unos terrenos más complejos; lo que está claro es que, a día de hoy, su éxito es muy merecido. Larga vida a Billie Eilish.

PD: Seguiré haciendo puntualmente reseñas de álbumes que me vayan gustado, da igual si son modernos o de hace décadas; si alguien tiene alguna sugerencia la puede dejar en los comentarios; quizás coincidamos en gustos y me anime a complacerle.


viernes, 29 de noviembre de 2019

Reseña: Serie ‘Búscate la vida (Get a Life)’ + Temporadas Completas YouTube

‘Búscate la vida (Get a Life)’ es una ‘sitcom’ estrenada en 1990 que con tan sólo treinta y cinco episodios repartidos en dos gloriosas temporadas llenas de locura y surrealismo dejaron una impronta minoritaria pero irreemplazable en la adolescencia de toda una generación que no ha podido olvidar la entradilla de la serie donde un treintañero medio calvo con barba repartía con una sonrisa idiota los periódicos a sus vecinos montando en una bicicleta al ritmo del tema de R.E.M ‘Stand’ hasta chocar con un coche debido a la distracción provocada por una exuberante mujer que se agachaba a recoger el diario matinal recién arrojado al suelo por él.

Hablo, naturalmente, de su creador y máximo exponente: el actor, cómico y guionista Chris Elliott, que elaboró esta paródica ‘sitcom’ junto a su amigo y compañero en el ‘Late Night with David Letterman’ Adam Resnick. Juntos unieron sus fuerzas a David Mirkin, también guionista y a la postre productor de ‘Los Simpson’, para lograr colarle a la Fox una serie cuyo argumento ya era bastante delirante: Chris Peterson es un hombre de treinta y tres años algo idiota pero entrañable que vive todavía con sus padres, los cuales siempre van en bata (de hecho Bob Elliott era padre en la vida real del protagonista) y que se gana la vida siendo el repartidor de periódicos del barrio cuya cúspide laboral le ha convertido en jefe de tres chavales de diez años.

La vida de Chris podría definirse como la de un ‘loser’ feliz, inconsciente y satisfecho con su propia estupidez. ‘Búscate la vida’ era una perfecta parodia del síndrome de Peter Pan, donde un personaje estrambótico hacía las delicias de los telespectadores a los que acostumbró a un surrealismo revolucionario que sustentaba su entidad humorística en la imprevisibilidad de las situaciones y argumentos.

Durante la primera temporada, Chris aparecía en sus andanzas y desventuras junto a Larry Potter, su mejor amigo y confidente, que ejerce de conciencia y nudo con la realidad. Un personaje que funciona como antítesis de Chris, puesto que es un hombre enclaustrado en la etapa adulta, con dos hijos, una hipoteca que pagar, un trabajo absorbente y una mujer, Sharon, convertida en símbolo castrador y archienemiga de su amigo Chris.

Durante la segunda temporada, cuando la anarquía parecía ser el patrón del humor argumental, aparece el personaje de Gus Borden (Brian Doyle-Murray -hermano de Bill Murray-), el hombre que le alquila su garaje maloliente para emprender su falsa situación de soltero emancipado, un ex agente de la ley que fue expulsado del cuerpo por orinarse en un superior durante una borrachera y que para Chris es un idolatrado modelo a seguir pese a su condición de renegado sociópata. En esta temporada, y ya con la cancelación confirmada, el absurdo disparate de sus guiones alcanza sus mayores cuotas, consiguiendo una libertad creativa que pasa por encima de convencionalismos, deus ex machina y coherencia argumental.

Y en medio de todo ese caos el personaje de Chris Peterson, protagonista alopécico, fondón y llorón, que no se amedrentaba ante los desafíos y retos, accedía a cualquier proposición, por excéntrica que ésta pareciera, y actuaba de forma infantil e incoherente abstraído en su particular burbuja de fascinante estupidez. La serie de Elliott rehusaba la moralina, solo rendía pleitesía a la chorrada continua, las frases míticas, las situaciones improbables, los ‘gags’ gloriosos y el constante homenaje a la ciencia ficción en muchos de sus títulos y tramas. Varios episodios destacan como aquel en que se hace amigo de un alienígena desagradable y violento llamado V.O.M.I.T.ÓN. (Visitante de Otro Mundo que Impacta en la Tierra... Ocho Nabos), cuando trabaja como gigoló de una vieja bañada en perfume, de modelo de la agencia ‘El guapo’ para triunfar bajo el apodo de ‘Chispas’ o como actor teatral del espectáculo musical ‘Zoo sobre ruedas’, o aquel en el que viaja en el tiempo gracias a un mechón de pelo de Michael J Fox. Durante treinta y cinco episodios Chris tan pronto luchaba contra un novedoso repartidor de periódicos robotizado, se carteaba con una peligrosa reclusa que iba a visitarle, se fabricaba un submarino doméstico en la bañera familiar o estaba a punto de morir intoxicado junto a Borden por residuos nucleares. De hecho, como nota cómica adicional y quizás parodia por la anunciada cancelación de la serie, Chris fallecía al final de muchos capítulos, de múltiples formas, a cada cual más extravagante.

En España se estrenaría en Canal+ en 1992 y, posteriormente, en 1995. Una obra maestra irrepetible que pervive en la memoria de sus fans por su carácter anticonvencional y contracorriente. Dejo aquí una playlist de YouTube donde están los treinta y cinco capítulos en HD para disfrute de cualquier curioso o nostálgico.

jueves, 28 de noviembre de 2019

‘La camisa del hombre feliz’, de León Tolstoi

El ser humano siempre estará frustrado por algo. Si tiene hijos se quejará de la falta de tiempo, del poso de culpabilidad que provoca el hecho de no ser perfecto en su papel de progenitor, de que ha sacrificado una parte importante de su vida para criarlos dejándose a sí mismo de lado, etcétera. Y quien no tiene hijos y puede realizar viajes a otros países, darse caprichos y volcar todo su tiempo y energía en mejorar su carrera profesional se sentirá también frustrado porque creerá que una parte de su existencia es estéril sin un legado genético. En casi todos los contextos sucede lo mismo, cayendo en reduccionismo se podría decir que si tienes mucho tiempo libre es difícil que tengas dinero para disfrutarlo con cierta calidad, y al revés, si tienes mucho dinero normalmente es a causa de tu ambición y ética del trabajo, lo que implica falta de tiempo y grandes dosis de estrés y energía empleadas en mantener ese nivel adquisitivo. La clave es, naturalmente, el equilibrio estoico: hay que valorar primero lo que tienes y ya has conseguido. Por definición el deseo se frustra en su propia consecución, debemos ser capaces de encontrar el punto medio entre el conformismo resignado y el hecho de convertirnos en marionetas del deseo, el consumismo y la ambición desenfrenada. Y sobre todo percatarnos de que cada elección vital implica una pérdida, no podemos tenerlo todo, por tanto no caer en infantilismos improductivos, ser consecuentes y pragmáticos, ver el lado positivo de todas nuestras elecciones y hacernos responsables de ellas, incluso en el fracaso.

Las crisis existenciales siempre van a estar ahí, aunque suelen afectar más a la gente reflexiva, que tiene más tiempo para pensar y disfrutar -o padecer-, la soledad. La solución siempre es la misma: conseguir herramientas para dinamizar tu existencia, embarcarte en un proyecto que te apasione, creativo, que resulte divertido. Pero incluso en esto suele aparecer la frustración de no conseguir destacar ni monetizar tu trabajo, de no recibir el feedback y reconocimiento que consideras justo. Y aquí volvemos al equilibrio estoico: ni el solipsismo del creador aislado, ni traicionar tus ideales, dejándote vencer por el miedo a salir de la zona de confort, por conseguir un poco de éxito.

            Todo esto quería servir como introducción a un cuento breve de León Tolstoi: ‘La camisa del hombre feliz’, cuya sutil reflexión me parece muy apropiada en los tiempos actuales.

LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países.

Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.

El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció:
—Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.

Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los hijos.

Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
—¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?

Al enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:
—Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!

En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.

Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:
—¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
—Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz no tiene camisa.

FIN

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Reseña: Álbum ‘When We All Fall Asleep, Where Do We Go?’ de Billie Eilish

Uno de mis grandes defectos como melómano es que cuando escucho un nuevo álbum lo suelo hacer de forma superficial y las dos o tres canciones que me llaman la atención son las que incluyo en mis playlist aislándolas de la entidad del disco. Seguramente mucha gente hace esto hoy en día, vivimos en una sociedad histérica por la 'productividad', por escuchar muchas cosas y aprovechar el tiempo, en una época en la que el MP3 ya está superado y ahora escuchar Spotify en el móvil es algo habitual parece que nos hemos convertido en meros coleccionistas de singles. Pero el insomnio me está dando la oportunidad de pasarme las noches tumbado en la cama diseccionando algunos álbumes, escuchándolos con más paciencia; con esto me refiero a no hacer una escucha rápida, sino leer las letras, prestar atención a los detalles y -aunque esto ya es una cuestión personal- investigar un poco la vida del artista. Con Billie Eilish ha resultado muy esclarecedor porque no comprendía cómo una chica de diecisiete años podía haber sacado un disco de tanta calidad.

When We All Fall Asleep, Where Do We Go?’ fue grabado en la casa de su familia en Los Ángeles con la ayuda de su hermano mayor Finneas O'Connell, la mitad artística que complementa tanto en la producción como en la elaboración de letras y canciones; quizás esté más a la sombra, pero de no ser por él Billie Eilish no se habría convertido en lo que es ahora. Es un álbum de avant-pop lleno de intimidad e inmediatez donde Eilish establece el swing consciente del jazz en sus voz sobre ritmos de trap y sonidos de piano al estilo doo-wop; a lo que hay que añadir su gusto por su macabro -ella se encarga también de la estética y elaboración de todos sus videoclips-, y una estética femenina a la que no estamos acostumbrados, llevando siempre ropa muy holgada; esto último tiene una explicación sencilla: ha querido evitar en todo momento la hipersexualización de su cuerpo, taparlo y que solo nos centremos en su música. Añadir también que sufre del síndrome de Tourette -movimientos involuntarios de la cara, de los brazos, de los miembros o del tronco. Estos tics son frecuentes, repetitivos y rápidos-. También lleva sufriendo depresión toda la vida, diagnosticada a los doce años, y tiene ataques puntuales de ansiedad y parálisis del sueño. Sus padres son artistas, y nunca ha tenido una educación convencional, durante su infancia se encargó su madre dando más prioridad a los aspectos artísticos.

Yendo ya al disco, para mí las canciones más destacables son: ‘You Should See Me In a Crown’ inspirada por una frase de Moriarty del show de la BBC 'Sherlock'. El sonido de apertura es una grabación de los cuchillos de afilar de su padre, y luego se mantiene gracias a un destacable dubstep. La canción fue acompañada por un video animado por Takeshi Murakami, en el cual le brotan ocho patas a Eilish y destruye una ciudad. Como contraste más adelante nos encontramos con ‘Bury A Friend’, adoptando un pentámetro yámbico inquietante mientras repite "I wanna end me" sobre un ritmo casi silencioso de R&B, la letra es un diálogo autodestructivo entre ella y el monstruo que forma parte de sí misma. Luego llega la sinceridad sentimental teenager en la balada ‘When the Party's Over’ y en ‘Wish You Were Gay’, donde profesa su amor por un chico cuya falta de reciprocidad encuentra extraña: “Para salvar mi orgullo / Para darle una explicación a tu falta de interés / No soy tu tipo / Quizás no soy de la orientación sexual que prefieres". En ‘Xanny’ aboga en contra de las drogas, pero sin moralismos ni exageraciones, mera presentación: no se droga ni bebe y se siente aislada cuando sus amigos lo hacen. El final del álbum es una frase de tres canciones: “listen before i go, i love you, goodbye”. En ‘Listen before i go’ canta sobre alguien que ha decidido suicidarse y tiene prisa por despedirse y hacerlo. ‘I love you’ es delicada y honesta, interpretada con una tenue guitarra acústica a la que se suman tímidos coros y pianos, pone la voz de Billie en primer plano, mostrando la desnudez y extrañeza que siente la propia cantante ante un amor sin ambages. La interpretación acústica en directo es uno de los puntos culminantes de sus conciertos: Billie y Finneas transmiten la intimidad del momento cantando juntos sobre una cama que se va alzando, poco a poco, sobre el escenario. Finalmente ‘Goodbye’ es un simple collage con frases de sus canciones anteriores que funciona muy bien como cierre.

Afirma Eilish que su disco está inspirado en las pesadillas, en la parálisis del sueño y en los sueños lúcidos, en ese mundo de nuestro subconsciente que existe entre el sueño y la vigilia, y si algo consigue la producción del álbum es evocar una sensación de ansiedad y desorientación que podríamos asociar a esos estados, en particular por el modo en que las canciones emplean la distorsión como parte de su tejido sonoro. Estamos ante un disco que ha conseguido llevar al pop masivo el nihilismo y pesimismo adolescente, rompiendo los límites entre géneros musicales, todo ello además con unas letras muy personales. Destacar también los silencios que existen en muchas canciones en una época donde parece que la única forma de destacar es con producciones de sonido anfetamínico -cosa de la que peca incluso Lana del Rey-, sin embargo aquí tenemos silencios, atemperación del volumen y una voz que en muchas canciones como en ‘When the party's over’ es un susurro casi sobrecogedor. En una entrevista leí que habían intentado que cada uno de los catorce temas fuera diferente y poder llegar así a más gente, quizás por eso aparte de los típicos fans adolescentes también hay gente de más edad fascinada con este álbum.

En una industria cronificada con boybands coreanas, ídolos pop hipersexualizadas sin talento y géneros como el rock o el heavy metal sin apenas representación, es de agradecer que alguien consiga sacarnos del sopor. Hacedme caso y dadle una oportunidad a este disco; podéis escucharlo entero en el último enlace de YouTube que he añadido más abajo.


viernes, 22 de noviembre de 2019

Reseña: ‘Sauce ciego, mujer dormida’, de Haruki Murakami

"Me considero esencialmente novelista, pero muchas personas me dicen que prefieren mis cuentos a mis novelas. Eso no me preocupa y no intento convencerlas de lo contrario. De hecho, me gusta que me lo digan. Mis cuentos son como sombras delicadas que he puesto en el mundo, huellas borrosas que han dejado mis pies. Recuerdo con exactitud dónde puse cada uno de ellos y cómo me sentí en aquel momento. Los cuentos son como postes que indican el camino para llegar a mi corazón, y me siento feliz, como escritor, de poder compartir estos sentimientos íntimos con mis lectores."

Siempre es complicado hacer una reseña sobre una antología de relatos, sobre todo porque es muy difícil que todos ellos mantengan un mismo nivel. En este caso, sin embargo, con sus altibajos inevitables, los veinticuatro cuentos incluidos en Sauce ciego, mujer dormida, se defienden juntos y por separado como una lectura plena y atractiva. Abarcan un amplio periodo de la producción de Haruki Murakami, desde 1983 hasta 2005, lo que permite hacerse una buena idea del devenir de su carrera literaria.

Todos los relatos, a pesar de su enorme variedad parecen partir de un hecho cotidiano, cercano, para de una forma absolutamente natural desgajarse de la realidad y caer en cierto realismo mágico. Un suceso enigmático, una decisión inesperada, algo que se sale fuera de lo común, cualquier pequeña cosa puede dar lugar a lo narrado. Los toques fantásticos que contienen muchos de ellos están asumidos como si no fueran extraordinarios, como si no debieran llamar la atención, sino aceptarse como una faceta más de la vida diaria de sus protagonistas. Muchos relatos ni siquiera tienen un final definido, sino que continúan su historia más allá de las páginas del libro.

El lector se encuentra ante auténticos retratos, fotografías en movimiento, tanto de personajes, como de motivaciones o sensaciones. De alguna manera se produce el encuentro con lo extraño, rompiendo la cotidianidad, pero en vez de tratar de aventurar una explicación al suceso, Murakami se hace eco del mismo -con un recurrente uso de la primera persona- con naturalidad, sin ofrecer respuestas, buscando que el lector se involucre y elucubre sus propias deducciones. En otras ocasiones parece que solo busca provocar o evocar una emoción, un sentimiento.

Un sutil hilo conductor entre muchos relatos es la reflexión a veces irónica, otras filosófica, sobre el propio acto creativo -la escritura principalmente-, pero también sobre otros ámbitos artísticos como la pintura o la música -el jazz que parece impregnar todas las páginas del libro, aunque tan sólo se mencione en unos pocos relatos-. Otros temas omnipresentes son la soledad, el dolor tanto físico como emocional, la pérdida de identidad, el poder de los sueños, la búsqueda del amor como única forma de restañar las heridas existenciales, o las infinitas posibilidades que ofrece el azar de cambiar radicalmente nuestra vida.

Si hay otro elemento prácticamente inherente a todos los cuentos es el surrealismo, desde lo humorístico (“Somorgujo”) hasta lo grotesco y visceral (“Cangrejo”). Se puede disfrutar en “La tía pobre” (una impresionante alegoría de lo que significa el acto creativo para uno mismo y para los demás), en “El mono de Shinagawa” (quizá uno de los más bellos relatos de la antología), en “La piedra de riñón que se desplaza día tras día” (el título ya es bastante explicito) o en “Conito” (donde los cuervos se convierten en descerebrados críticos)

Pero encontramos muchos temas o reflexiones más aparte de los ya mencionados. En “Hanalei Bay” nos muestra la manera tan simple en que se forman los mitos. En “El espejo” ofrece un ambiente de terror al enseñar cómo lo sobrenatural puede entrar sin aviso en la vida de uno de la manera más simple. Hay historias que se cuentan dentro de las historias, sin grandes consecuencias, como la que da título al volumen, “Sauce ciego, mujer dormida”; y en el lado opuesto “La chica del cumpleaños” muestra cómo ese mismo encuentro con lo extraño te aparta del habitual discurrir de tu vida, de forma que a pesar de seguir siendo la misma persona, ya eres alguien distinto. Todos los relatos tienen un toque poético, mayor o menor, pero siempre presente, un sentimiento evocador, una belleza intrínseca, una fuerte carga emotiva que tanto puede ser de esperanza (impresionante en su brevedad, “Un día perfecto para los canguros”) o de indefensión y repulsa (“Nausea, 1979”).

Dentro de la enorme variedad temática Murakami mantiene varias constantes, como el recurrente y ya comentado uso de la música, o la presencia del mar que convierte en muchos relatos en un protagonista más, con personalidad propia, desencadenante o testigo de los hechos; como en “El séptimo hombre”, donde la culpa impide la redención y el perdón. La mezcla es continua, el surrealismo siempre presente se hace ciencia ficción en “El hombre de hielo” (donde el protagonista es literalmente lo que sugiere el título) o el relato de viajes y búsqueda interior se transmuta en misterio en “Los gatos antropófagos” (donde lo extraño puede estar tanto fuera como dentro de uno mismo).

En Sauce ciego, mujer dormida la mayoría de los relatos son de una calidad excepcional y por eso es quizás uno de los libros más recomendables para introducirse en la cosmovisión literaria de Murakami. Como siempre os dejo el ePub (AQUÍ).

“Los sauces ciegos parecen pequeños, pero sus raíces son terriblemente profundas. Cuando llegan a determinada edad, dejan de crecer hacia arriba y empiezan a extenderse hacia abajo. Como si se nutrieran de las tinieblas”.

“El corazón de las personas es como un pozo muy profundo. Nadie sabe lo que hay en el fondo. Sólo podemos imaginárnoslo mirando la forma de las cosas que, de vez en cuando, suben a la superficie”.

“En la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona. Seguro que muchos mueren sin haberla encontrado jamás”.

 “El miedo existe. Eso es indudable. Se nos muestra bajo distintas formas y, a veces, domina nuestras vidas. Pero lo más temible de todo es dar la espalda a ese miedo y cerrar los ojos. Actuando de esa manera acabamos cediéndole a algo lo más valioso que hay en nuestro interior”.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Reseña: ‘American Psycho’, de Bret Easton Ellis (1991)

Patrick Bateman tiene veintisiete años. Es considerado un triunfador. Estudió en Harvard. Le gusta leer biografías sobre asesinos en serie. Se despierta temprano cada día. Tiene citas de negocios con gente importante. Ha encontrado una rata saliendo del váter; ha logrado atraparla, ahora piensa en introducírsela a su próxima víctima por la vagina. Hace sus dos horas de ejercicio; casi siempre va a un gimnasio exclusivo, que le cuesta miles de dólares al año. Suele llevar una navaja, una hoja de afeitar o un cuchillo consigo; con una hoja afilada le sacó los ojos a un mendigo (¿o puede que fuese con las manos? ¿O con las dos cosas?), lo que es seguro es que le cortó las patas al perro del vagabundo con una. Suele alquilar películas en VHS, sus preferidas mezclan necrofilia y desmembramientos; le excitan. Patrick defiende la mejora de la capa de ozono y suele discutir sobre qué agua mineral es mejor, qué combina con un traje, qué restaurante está de moda o la música de Genesis y Whitney Houston. A Patrick le gusta torturar y matar a mujeres, vagabundos y animales. Le encanta describir la vestimenta propia y ajena como reflejo del escalafón social. Tiene alucinaciones. Detesta la comida frita. Ha intentado comerse a una de sus víctimas; ha guisado su cabeza para arrancarle la piel, pero no sabe si lo ha hecho bien; todavía tiene el sabor del trozo de pezón que le arrancó de un mordisco. Trabaja en P & P. Ha obligado a dos prostitutas a mantener relaciones sexuales; luego ha usado una percha con ellas y les ha dejado una serie de hematomas y heridas que han hecho que salgan huyendo. Es parte de Wall Street y Wall Street es parte de él. Ha obligado a otra de sus novias a abortar y, como recompensa, le ha regalado unos juguetes de bebé. Piensa que el mundo no es real y que solo él lo es. El héroe de Patrick es Donald Trump. Algún día espera conseguir una reserva en el restaurante Dorsia. Nadie atrapará jamás a Patrick. Su secretaria está enamorada de él. Mataría a todos los negros, los pobres, las mujeres, los homosexuales… mataría a todos. Tiene amigos o, mejor dicho, conocidos; hay cientos como él en Wall Street, es demasiado rico y todos se parecen. Patrick, a veces, ha considerado confesar todo y escapar o acabar con su pesadilla. Nadie le creerá; nadie le escucha cuando habla de matar y, si alguno lo hace, saben que es una broma del simpático Pat. La cárcel de Patrick es la libertad. Patrick Bateman es un psicópata americano de finales de los ochenta. Y está orgulloso de ello.

Publicada en 1991, American Psycho fue la novela que dio a conocer al escritor Bret Easton Ellis, símbolo de la Generación X y un provocador nato. Trajo cierta polémica por sus nauseabundas y perturbadoras escenas cuando, entre la metáfora y la pura realidad, realiza un análisis de las altas élites, de la perversión del dinero y de cómo el poder degenera al ser humano. Con un ritmo lento, que va volviéndose progresivamente tan disperso como el propio pensamiento de Bateman, American Psycho es un canto hacia la maldad, hacia la decadencia y sobre cómo tras lo aparentemente hermoso se puede esconder lo más siniestro del ser humano.

Una vez leída la novela muchos se preguntan: ¿es, en realidad, Patrick Bateman un asesino en serie? ¿Por qué intenta confesar y nadie parece escucharle? ¿Por qué escapa de la policía sin problemas? Es un debate interesante al que se puede añadir otra incógnita: ¿quién es realmente Patrick Bateman y por qué le confunden siempre con otros yuppies de Wall Street? ¿Existe? Y otra interpretación interesante es la que sostiene que Bateman es un psicópata y que el resto de los personajes, aunque lo sepan, no les importa: es guapo, rico y exitoso, ¿cómo va a ser un asesino? Y si lo es, ¿qué más da? Todo el mundo tiene sus defectos, ¿no es cierto?

«La vida era un lienzo en blanco, un cliché, un serial. Me sentía moribundo, al borde del frenesí. Mis ansias nocturnas de sangre llenaron mis días y tuve que dejar la ciudad. Mi máscara de cordura amenazaba con desaparecer».

“El intelecto no es la cura. La justicia ha muerto. Miedo, recriminación, inocencia, simpatía, culpabilidad, fracaso, dolor, eran cosas, emociones, que ya nadie sentía de verdad. La reflexión es inútil, el mundo no tiene sentido. Lo único que permanece es el mal. Dios ya no está vivo. No se puede confiar en el amor. Superficie, superficie, superficie era lo único en lo que se encontraba un significado…, en esta civilización tal y como yo la veía, colosal y mellada…”

“Lo único que no me aburría, o no demasiado, era el muchísimo dinero que ganaba Tim Price, la única emoción clara que identificaba en mi interior, si se exceptuaba la codicia y, probablemente, un desagrado absoluto. Yo tenía todas las características de los seres humanos —carne, sangre, piel, pelo-, pero mi despersonalización era tan intensa, se había hecho tan profunda, que la capacidad habitual para sentir compasión había quedado erradicada, víctima de un lento y decidido borrado. Me limitaba a imitar la realidad, tenía un tosco parecido con un ser humano y solo me funcionaba un oscuro rincón del cerebro. Estaba pasando algo horrible y sin embargo no conseguía imaginar por qué -no lo podía determinar con claridad-. Lo único que me tranquilizaba era el sonido del hielo al echarlo en un vaso de J&B.”

“Hay una idea de Patrick Bateman, una especie de abstracción, pero no hay un yo auténtico, sólo una entidad, algo ilusorio, y aunque yo pueda disimular mi fría mirada y tú puedas estrecharme la mano y notar que su carne aprieta la tuya y puede que hasta puedas considerar que nuestros estilos de vida son parecidos: sencillamente, yo no estoy aquí. Me resulta difícil tener sentido en un determinado nivel. Mi yo es algo fabricado, una aberración. Soy un ser humano contingente. Mi personalidad es imprecisa y está sin formar, mi inhumanidad es profunda y persistente. Mi conciencia, mi piedad, mis esperanzas desaparecieron hace tiempo (probablemente en Harvard), si es que existieron alguna vez. No hay más barrera que cruzar. Todo lo que tengo en común con el incontrolado y el loco, el depravado y el malvado, todas las mutilaciones que he practicado y mi absoluta indiferencia hacia ellas, ahora lo he sobrepasado. Con todo, todavía me aferro a una sencilla y triste verdad: nadie está a salvo, nadie se ha redimido. Sin embargo, yo soy inocente. Debe asegurarse que cada modelo de conducta humana tiene cierta validez. ¿Es el mal algo que uno es? ¿Es algo que uno hace? Mi dolor es constante e intenso y no espero que haya un mundo mejor para nadie. De hecho quiero que mi dolor les sea infligido a otros. No quiero que nadie escape. Pero incluso después de admitir esto —y yo lo admito, incontables veces, en todos y cada uno de los actos que he cometido— y de encarar estas verdades, no hay catarsis. No consigo un conocimiento más profundo de mí mismo, no se puede extraer ninguna comprensión nueva de nada de lo que digo. No hay razón para que te cuente nada de esto. Esta confesión no significa nada…”

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Cuando en la soledad intervienen las ruinas del ego, esta se convierte en enemigo, en campo estéril, en fracaso, en dolor.

El mañana es una entelequia, una ficción, lo importante es la pulsión presente, el vodka barato que sirven con displicencia en este bar del extrarradio y que fulmino con rapidez. Miro a mi alrededor: apenas somos seis personas, extranjeros de su propia vida, como yo, intentando olvidar la disincronía de su existencia. Ninguna mujer, obviamente. Pido otra copa y me avisan que será la última, van a cerrar en diez minutos. Acepto la condena y me concentro en saborear el veneno. Mi trinchera no exige preguntas ni consignas, solo emborracharme, confundir la belleza con la verdad mientras pienso en pájaros cruzando entre los muertos y posándose en las ramas de mi corazón; dejar abierta la jaula unas horas, dejar salir la angustia, el desasosiego, el clamor del absurdo, el hambre, la insatisfacción, el tedio, el aullido del animal herido, enfrentarse a todo ello con una sonrisa desesperada, justo antes de cerrar la jaula de nuevo y arrojarlo de nuevo a su oscuridad.

            Cuando me echan son casi las dos de la madrugada. A pesar del frío resulta agradable pasear de noche cuando la resaca aún no existe y las sensaciones están amortiguadas. Llevo unos minutos andando cuando en unos soportables observo a un par de vagabundos con sus ropas de abrigo agujereadas y sus cartones durmiendo en el suelo. Me acerco a ellos y me quedo un rato mirando, ¿qué es lo que me separa de ellos, más de dos años en paro, una depresión, ningún apoyo familiar, una adicción fuera de control? ¿qué pasará en la siguiente crisis, cuánta gente acabará en pleno invierno durmiendo en la calle? De pronto el timbre del teléfono interrumpe mis reflexiones, uno de los mendigos se incorpora y me mira cabreado. Saco el móvil un poco abochornado y me alejo pidiendo disculpas. Antes de mirar la pantalla me prometo a mí mismo que si es ella no se lo cogeré, pero no puedo evitar la desilusión cuando reconozco el número de un compañero del trabajo. Lo apago.

Recuerdo nuestro último polvo, nuestra ira recíproca, sin preliminares ni romanticismo, sexo vertical, tus gritos y gemidos, cómo me tirabas del pelo y cosificabas mientras te penetraba con dureza. Los dos disfrutando de una tregua antes del final, sin querer verbalizarlo, desfondando la poca pasión que aún nos lastraba. A pesar de mi orgullo un mes después te llamé, sin ningún plan, siguiendo un impulso de irreflexiva necesidad. Pero tú te mostraste fría, desapasionada, casi anónima. Fue horrible sentir tu voz tan ajena.


Cuando comenzamos a salir querías entender mi fascinación por Bukowski, y te relataba cómo se paseaba por habitaciones de hotel barato alcoholizado y en calzoncillos, clavándose trozos de vidrio en los pies, gritando que era un genio y que solo él lo sabía, cómo se dedicaba a follar con putas y a enamorarse de ellas, te contaba que gracias a la escritura consiguió seguir vivo sin volverse loco hasta lograr la fama ya con cincuenta años. Después de horas hablando hacíamos el amor y te susurraba mientras acariciaba tu cuerpo: “De tu piel nacen poemas”; y tú, citando a Marguerite Duras, contestabas: “Te amaré hasta mi muerte. Intentaré no morir demasiado pronto. Eso es todo lo que tengo que hacer...”.

Sigo caminando y veo más adelante, en una marquesina, a una pareja de adolescentes que se abrazan mientras esperan el autobús. Cuando llego a su altura me fijo un poco más: están cogidos de la mano, se miran con confianza, los sueños todavía intactos. Tengo ganas de gritarles que el amor es una gran mentira, una fiebre ridícula que todos debemos de pasar para que llegue el frío y cínico descreimiento. Pero solo un idiota haría algo así, que disfruten de su ingenuidad, ahora es su momento. Supongo que solo el dolor funciona como coartada.

No quiero volver a casa, necesito más alcohol. Pienso en coger un taxi e ir hasta el ‘Segundo Jazz’, cierran a las cuatro y no suele haber mucha gente, las jam sessions son cojonudas y el camarero atiende con una sobriedad edificante. Parece un buen plan, pero llevo media hora paseando y no ha pasado ningún taxi, ¿dónde habrá una parada? Sigo andando y busco alguna calle principal, el viento se cuela entre las costillas rotas de mi gabán, la noche resulta cada vez más vulgar e inhóspita. Al doblar la esquina una mujer envuelta en un impermeable azul, un pedazo de cielo azul bajo la débil llovizna, se cruza conmigo, sacando música del asfalto con sus tacones. Estoy tentado en decirle algo, preguntarle a dónde va, pero no quiero molestarla. Madrid a estas horas de la noche parece un enorme y oscuro almacén abandonado, empieza a llover con más intensidad. Me paro debajo de un portal y me rindo; estoy cansado, quiero volver a casa, aunque mi casa solo sea una paradoja poética.

Tardo casi media hora en volver. Mi gata me recibe entre maullidos enfadados, le doy algunas golosinas para calmarla, pongo la estufa en mi habitación, me seco el pelo y me escondo en la cama. Me noto el cuerpo destemplado, es posible que mañana me levante enfermo. Cierro los ojos e intento dormir. Pero como siempre me sucede desde hace seis meses, a pesar del alcohol y el cansancio, el insomnio me impide descansar. Entiendo a Cioran cuando hablaba del suicidio con tanta parsimonia después de llevar insomne más de tres años. Lo peor es no poder parar de pensar, de recordar, de enlazar ideas que quizás no tienen demasiado sentido pero que, en estos momentos de duermevela, parecen de una lucidez incuestionable. Me da por recordar la conversación telefónica que tuve la semana pasada con Manolo, hace meses que no le veo, ni siquiera hemos podido quedar para mi cumpleaños, desde que trabaja en una fábrica desmantelando paneles de monitores y televisores, un trabajo muy físico, termina tan cansado que entre semana solo se dedica a trabajar y dormir; y el sábado, cuando ya empieza a recuperarse, se pasa el día con su familia, viendo la televisión o jugando a la consola, no le apetece ni siquiera salir de casa. Es brutal el cambio, hace unos años se iba al Retiro a cantar y tocar la guitarra, estaba obsesionado con sus maquetas y con sacar nuevas canciones, siempre llevaba una pequeña libreta donde apuntaba estrofas, metáforas. ¿Cómo conserva la gente normal la capacidad de levantarse por las mañanas y continuar con una rutina adocenante? Nos comportamos como si la vida se redujera a esquivar los sueños que antes lo eran todo, a sobrevivir de cualquier manera, aunque eso implique olvidarnos de nosotros mismos. Hemos sido domesticados, narcotizados ante el panegírico social, obsesionados con morir con el disfraz y la máscara impolutos.

Sísifo provocó el enfado de los dioses y como castigo fue condenado a perder la vista y empujar para siempre un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle; así indefinidamente. Es una perfecta metáfora de la completa inutilidad de la vida. Pero Camus no promovía el quietismo o la pasividad ante el absurdo, nos obligaba a aceptarlo como la menos mala de las alternativas –un salto de fe religioso sería la otra- y a seguir adelante con el eterno enfrentamiento; como consuelo afirmaba que Sísifo, mientras el peñasco terminaba de caer, disfrutaba en la cima de unos breves instantes de libertad.

Pero por encima de toda esta filosofía barata, de este salto al vacío del vacío de dios, lo que me duele es la nostalgia de tu recuerdo, cuando tenía la respuesta a todas las grandes preguntas, aquí, a mi lado, en el sonido de tu respiración, dentro de esa mirada que sigue perdurando en las cenizas de todo lo demás. Por eso permíteme, ahora que me has echado totalmente de tu vida y nunca leerás estas palabras, que reconozca a pesar mío lo mucho que te echo de menos. Ha pasado demasiado tiempo, pero tus poemas siempre seguirán vivos en mi interior.

Un poema desde el frío de la distancia
Sobre ti, sobre mí
Sobre esos condones caducados del cajón
Que son mucho más sabios que cualquier poeta
Escribiendo sobre alquimias sentimentales