
Acabo de llegar a casa. Cambio
de turno. Dinero. Dinero. Dinero. Seis horas de trabajo oligofrénico mal
pagado. Clientes sin educación. Mi masa encefálica resbalando por el teclado. Un
calor asfixiante en el exterior. He comprado seis cervezas Sputnik y he empezado
a masturbarme. Siempre estoy cachondo en verano. Pensaba que frisar los treinta
y cinco y la bebida aletargarían a la bestia púrpura. Pero lejos de ellos cada
vez quiero más. La pornografía más repulsiva, vídeos escalofriantes que
vulneran claramente la legalidad campan a sus anchas por mi disco duro. La red
es un inmenso Jabba el Hutt depravado. Escenas que al principio me causaban
estupor y repugnancia ahora me acarician la libido con vigencia. Bondage. Mujeres
cosificadas, simples agujeros de usar y tirar. Bofetadas. Cadenas. Mordazas. Violencia.
Mi polla arde y sigo más allá hasta que el amor que fecunda mis pelotas sale a
flote y mancha toda la ciudad provocando un estertor de insensibilidad en mi
garganta.
Luego he visto varios capítulos
de la serie “The Following”. Despierta sensaciones ambivalentes, una gran idea
no tan bien desarrollada. Pero necesito distraerme. Demasiado calor. Vuelvo a acariciar
mi entrepierna. Necesito algo más. Llamo a Helena. Es una groupie de Madrid, me
permite meterme en sus bragas sin horario fijo. Una pobre depresiva con un blog
homónimo que no sabe distinguir las píldoras blancas de las azules. Sonríe por
teléfono y una hora después llama a mi puerta. Tiene un nuevo tatuaje. Sus ojos
pierden ritmo. Demasiado hachís. Yo prefiero el alcohol, no seca totalmente mi
energía.
Me pone al día de su biografía.
Sus traumáticos exnovios. Sus padres. Sus proyectos. Incluso me habla de
política, de barricadas y guillotinas. Lugares comunes. Mis manos recorren su
cuerpo. Cierra los ojos y gime. La arrastro a la ducha. Hace demasiado calor. La
desnudo y manoseo sus pequeñas tetas. Deliciosa. Divina. Una furcia más a la
que penetrar. Me follo su garganta. Practico las imágenes. Idiosincrasias que denigran
y excitan a la vez. El agua me ayuda a lubricar su culo. Un dedo. Dos. Ella se
reclina. La abro poco a poco. Luego con más violencia de la deseada. Desfloremos
el egotismo. Viva el puro hedonismo. Sigo y sigo. Ella se masturba el clítoris.
Unos minutos después la fricción consigue el milagro. Por unos instantes desconectamos
del mundo. Nada importa. Ni el calor. Ni las facturas. Ni las frustraciones. Ni
la tristeza del fracaso cuando ya no eres joven. Hemos logrado tocar la
santidad, la transcendencia. Nuestros cuerpos se estremecen. El atardecer
chilla en nuestro interior, la bomba atómica cae sobre nosotros, pero somos
pájaros con alas de carne que ascienden sin límite hacía arriba, embriagados
por su danza de cortejo.
Solo dura unos segundos. La
saco. Cierro el agua y empiezo a secarme. Somos humanos de nuevo.
Charlamos un poco pero estoy
demasiado cansado para esforzarme. La futilidad me deprime. A la media hora se
ha ido. Ni siquiera me ha dejado su tanga como recuerdo. Quizás no esté
demasiado satisfecha. Quizás es más bonito adorar al borracho desde su cueva
rosa. Pero así es la realidad. Luego, con los dedos todavía manchados con su
olor, me he puesto a escribir esto. No deja de ser mi media hora diaria de
escritura de la que hablaba ayer. Una forma como otra cualquiera de glorificar el
desastre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario