
Qué sé yo de escribir
cuando la escritura me cuesta tanto y la vocación es inexistente, ¿por qué esa
idea absurda de escribir todos los días? Quizás busco el significado y el
significante de las horas. Alguien enciende la luz de la cocina y yo intento escabullirme,
huir, antes de que me pise de forma despiadada. La calidad de los escritos
decae. A veces es inexistente. La musa trastabilla y desde el suelo veo sus
bragas rosas. Están sucias y adornadas con esquirlas de hielo. Pero así suceden
las cosas. Soy la ausencia del padre. El alcohólico solitario. El adicto a la
cobardía. El rabo de lagartija que fenece al sol. La pirotecnia sin cielo. Una
fábrica de quimeras abandonada. El que pulsa el botón rojo antes de la
explosión. Las ruinas a la luz del candelabro. Un revolver que ha perdido la fe
en las balas. Soy uno de los soldados que se negaron a seguir a Alejando Magno
más allá del rio Ganges. El que divide todo en dos: conmigo o feliz. Poesía o
amor. Salieri o el precario equilibrio de un clítoris sobrio. Y así me va, con
este sempiterno aroma de jueves eterno, de caballos de sal, de pájaros azules
quejándose por el exceso de poetas y la falta de poesía.
Se acabó el tiempo.
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