jueves, 28 de noviembre de 2019

‘La camisa del hombre feliz’, de León Tolstoi

El ser humano siempre estará frustrado por algo. Si tiene hijos se quejará de la falta de tiempo, del poso de culpabilidad que provoca el hecho de no ser perfecto en su papel de progenitor, de que ha sacrificado una parte importante de su vida para criarlos dejándose a sí mismo de lado, etcétera. Y quien no tiene hijos y puede realizar viajes a otros países, darse caprichos y volcar todo su tiempo y energía en mejorar su carrera profesional se sentirá también frustrado porque creerá que una parte de su existencia es estéril sin un legado genético. En casi todos los contextos sucede lo mismo, cayendo en reduccionismo se podría decir que si tienes mucho tiempo libre es difícil que tengas dinero para disfrutarlo con cierta calidad, y al revés, si tienes mucho dinero normalmente es a causa de tu ambición y ética del trabajo, lo que implica falta de tiempo y grandes dosis de estrés y energía empleadas en mantener ese nivel adquisitivo. La clave es, naturalmente, el equilibrio estoico: hay que valorar primero lo que tienes y ya has conseguido. Por definición el deseo se frustra en su propia consecución, debemos ser capaces de encontrar el punto medio entre el conformismo resignado y el hecho de convertirnos en marionetas del deseo, el consumismo y la ambición desenfrenada. Y sobre todo percatarnos de que cada elección vital implica una pérdida, no podemos tenerlo todo, por tanto no caer en infantilismos improductivos, ser consecuentes y pragmáticos, ver el lado positivo de todas nuestras elecciones y hacernos responsables de ellas, incluso en el fracaso.

Las crisis existenciales siempre van a estar ahí, aunque suelen afectar más a la gente reflexiva, que tiene más tiempo para pensar y disfrutar -o padecer-, la soledad. La solución siempre es la misma: conseguir herramientas para dinamizar tu existencia, embarcarte en un proyecto que te apasione, creativo, que resulte divertido. Pero incluso en esto suele aparecer la frustración de no conseguir destacar ni monetizar tu trabajo, de no recibir el feedback y reconocimiento que consideras justo. Y aquí volvemos al equilibrio estoico: ni el solipsismo del creador aislado, ni traicionar tus ideales, dejándote vencer por el miedo a salir de la zona de confort, por conseguir un poco de éxito.

            Todo esto quería servir como introducción a un cuento breve de León Tolstoi: ‘La camisa del hombre feliz’, cuya sutil reflexión me parece muy apropiada en los tiempos actuales.

LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países.

Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.

El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció:
—Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.

Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los hijos.

Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
—¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?

Al enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:
—Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!

En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.

Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:
—¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
—Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz no tiene camisa.

FIN

5 comentarios:

  1. Una moraleja muy bien traída. Pero los genios de la escritura son los primeros que lo saben... que la vida es más casual y caótica de lo que nos atrevemos a aceptar. El autor de ese bonito cuento tuvo una vida bastante desastrosa... con lo cual podemos llegar a pensar que de pensamientos somos infinitamente mejores que de hechos. Yo creo que nadie puede controlar su vida.

    Me encanta que estés tan activo poniendo al día tu maravilloso blog.

    Besos.

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    1. Como curiosidad la primera vez que leí este cuento fue una versión de Oscar Wilde. Tenía unos once años, y no sé quién me regalo un recopilatorio en un formato muy pequeño, un libro rojo de letra minúscula, con todos los cuentos de Wilde, y uno de ellos era este. Naturalmente su estilo era más ampuloso, explicaba las vicisitudes para buscar la camisa del hombre feliz, como iba a otros reinos, solicitaba la camisa a gente rica, reyes, comerciantes, casanovas laureados, etcétera; al final el rey enfermo muere en la cama. Todos sus cuentos son bastante tristes, incluso crueles.
      Dicho lo cual, la vida de Oscar Wilde tampoco es que terminase precisamente bien.
      Que mejor momento que ahora, en pleno Black Friday para subrayar la moraleja del cuento, que no es otra que ir en contra de este capitalismo tan consumista, y de valorar todo lo que tienes y no desear más cosas cuando, seguramente, son innecesarias e inútiles para tu propia felicidad. Cuanto menos tienes menos necesitas.
      Los estoicos no intentaban controlar su vida, querían la serenidad, controlar sus pasiones, y para ello empleaban la psicología conductista, para que los problemas y golpes de mala suerte no les afectasen tanto. Aunque te doy la razón en que a veces la teoría no se suele corresponder con la práctica.

      Gracias 😉 Intento llegar antes de que acabe el año a las cien entradas anuales, ya sabes, mis pequeñas fijaciones personales. Un abrazo querida lectora, sin tus comentarios esto no sería lo mismo.

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  2. Imposible perseguir la felicidad, a veces viene, unas veces se queda y otras se va, e pregunto hasta que punto los humanos con la fuerza de voluntad, podemos hacer realidad ése anhelo.

    Besos.

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    1. Para mí la moraleja del cuento es que una de las formas más sencillas de ser feliz, o al menos lograr cierta serenidad del alma, es controlar nuestros deseos, concentrarnos en las cosas que ya hemos conseguido, que nos rodean, y no perder la energía anhelando cosas que no dependen de nosotros y que, seguramente, van a costarnos demasiado esfuerzo y energía conseguir. Una vida plácida, sin caer en la resignación mezquina, teniendo claro que nuestras prioridades y deseos solo deben depender de nosotros mismos, no de lo que poseemos, nuestro status quo o lo que la sociedad dicte. Pero es solo mi interpretación.
      Un abrazo.

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  3. Para mí, lo mejor para estar bien ( estar feliz) es vivir si exigencias, ni personales ni externas, vivir en armonía con quienes nos rodean además del medio ambiente, el malestar comienza cuando se vive pendiente de todo y de todos, si no tengo el remedio, si no construyó simplemente no exijo, es complicado porque hoy nadie da nada por nada, el capitalismo ha envilecido a los seres humanos con sus honrosas excepciones, incluso padres frustrados por haber elegido mal descargan su ira en lo que supuestamente debiera ser el fruto del amor, en fin es un tema largo e interminable, hoy la mayoría de los seres humanos viven para si mismos, no les importa pasar sobre quien sea para conseguir lo que su ignorancia les dice que es la felicidad y por conseguirla emplean y aplican aquello de, el fin justifica los medios aunque de su familia se trate. Es mi humilde opinión

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