Podría empezar con el tono decadente habitual, léase: “Dos botellas de vino. Una erección. Siempre hay alguien que sale perdiendo. A veces me siento como el guardián de un museo vacío que nadie visita, una metáfora inútil de mi alma.”
Podría hablar de la hojarasca ruidosa de mi barrio, adolescentes sonriendo presa de la inercia de su edad, disfrutando del presente puro donde aún no caben decepciones ni derrotas. Hace calor. Es primavera. Gónadas llenas de amor eterno, lencería, bragas, escotes, todo siendo apartado por dedos juguetones, tacto de promesas febriles, mientras los raperos sodomizan poesía sin que nadie pueda evitarlo.
Podría hablar de Ella. Aquella que magnetiza mis sueños con las palabras que oculta bajo su falda. Intento ofrecerle las mías, las más altaneras, las que insisten en saludar al público, para que las devore en el papel donde las dibujo y así no consiga terminar el dibujo con tiza de mi silueta en el suelo.
Te imagino intensa, ciclotímica, absurda, escribiendo cartas de suicidio ficticias, cada año con menos nombres que recordar en tu despedida. Te anhelo intentando fusilarme entre tus piernas mientras te beso lentamente un párpado con esa ternura que tanto rehúyes. Te pienso intentando desnudarte sin conseguirlo, a pesar de tener toda tu ropa despellejada por el suelo, atrapados en un cuadrilátero de cemento, sin ecos, solo pequeños suspiros de hilo de plata. Mi pequeña chica Murakami, adornada con ojos de lluvia que apenas me reflejan.
Pero siempre me queda el sudor de aquella noche, tu pelo jugando sobre mi vientre desnudo mientras rodeas el glande con tu lengua. Como cierras los labios despacio, muy despacio, metiéndotela en la boca. No quiero cerrar los ojos, arqueo el cuello para poder disfrutar de ese prodigio, ver tu cabeza meciéndose sobre mí, tus labios llegando a la base de mi verga atravesándote, sintiendo las contracciones de tu garganta en pequeñas ondas de placer y calor. Tu dedo ensalivado entrando en mí, la sorpresa, una ligera molestia, y luego el placer incólume. Y tú entrando más y más, aumentando el ritmo, mirándome excitada. Y hay una certeza de amor, de juego peligroso, cuando te bajas las bragas y te derramas sobre mi boca.
Y mi lengua te folla los dos orificios sin piedad, aun calientes e hinchados por la última sesión. Y juego con mi pulgar, con mi lengua, incluso con mi nariz respirando, transpirando tu excitación. Hasta que en algún momento del tiempo de descuento, sincronizo las embestidas en tu boca y en tu coño y nos corremos yo en ti, tú en mí.
Me interrumpo y leo por ahí algo sobre contar historias, sobre dejar en los bolsillos de la mente de otro parte de tu memoria, algunas de esas palabras que se gangrenan en tu cabeza a fuerza de no compartirlas, pedacitos de ti mismo que olvidas porque no tienes un espejo del pasado, al que consideres también tu presente, que te los recuerde. Pero no tengo muchas historias, recuerdo aquella noche que esnifamos cocaína marrón, recuerdo la decepción que supuso ver a Héroes Del Silencio en concierto por primera vez después de décadas escuchándolos, no por ellos, sino porque llegaba tarde y no me emocionaban, recuerdo tirar bolsas llenas de botellas vacías un miércoles, recuerdo a mi abuela gritando que la quería matar solo por pretender acostarla en su cama, recuerdo a mi perra morir en mis brazos porque no había ido al veterinario a tiempo, recuerdo descubrir a mi tío borracho una noche de madrugada y no entender cómo se podía llegar a eso, la recuerdo diciendo al entrar “hola casa”, pensar en sus rarezas y ahora echar esos detalles de menos, recuerdo coger la bicicleta en Barcelona e ir hasta la playa y quedarme allí, observando con una sonrisa, como si todo empezara de nuevo.
No es necesario ser tan decadente, también podría hablarte de libros eternos, libros que te abren la mente, que te incitan a escribir, que consiguen que tu existencia tenga singularidad, libros que se convierten en amigos, en amantes. Te podría hablar de música, de cómo tocar un bajo, de porque un grupo tiene que convencerte en directo, de la poesía de algunas letras, te hablaría de la importancia de la soledad, de escribir -que es hablar solo, despacito-, te hablaría de que hay que enamorarse al menos una vez y sufrir las consecuencias, que el sexo con amor es un ballet de los sentidos que no acaba cuando eyaculas, te hablaría de que guardases siempre una reserva de inocencia a la que mantenerte fiel, de que a veces, pensar en el suicidio, en una forma de regocijarte de la vida, que el pensamiento mayoritario siempre suele ser erroneo porque el único padre de la verdad es el tiempo. Pero son ripios fáciles, sabréis perdonadme.
Como último comentario añadir que a veces en la literatura, y por desgracia últimamente también en las calles, da la impresión de que la libertad existe, siempre y cuando no tengamos la soberbia de querer ponerla a prueba.
Supongo que entendéis a qué me refiero. Buenas noches.
Quizás sea leyenda que el bukkake empezó como castigo en el Japón feudal para las mujeres adulteras, a las cuales ataban en la plaza del pueblo para que los aldeanos eyacularan sobre ella. Creo que hay pocas cosas que tengan un significado intrínseco a pesar de su origen. Puedes ver una película pornográfica y observar como las escenas de sexo grupal acaban en corridas faciales sobre la protagonista. Simple, llano en su vulgaridad. Pero también puedes convertirlo en una expresión estética del exceso depurado. Sin contacto directo con la mujer, como una ofrenda a su belleza y pasividad, varios hombres descargan su semen sobre ella, convirtiéndola en una hermosa flor de loto –un fingimiento floral símbolo de la generación espontánea- un maquillaje de plata que crea un rostro de blanca castidad, negación definitiva del sexo reproductivo. Un placer estético sexual. Así transformamos la realidad a nuestro antojo, desligándonos muchas veces del tiempo presente, con inteligencia y estupidez a la vez, brindando solos en medio de ninguna parte mientras hacemos la llamada equivocada, alargando la mano hacia el vacío para solo encontrar el tacto desconsolado de la eyaculación entre las sombras mudas de nuestros anhelos. Naturalmente que quiero eso, a la chica romántica y delicada que sueña despierta mientras le hablo de literatura y trascendencia. Compartir y crear un pequeño universo que atenúe las caídas de la inercia del tiempo. Alguien que se ría conmigo bajo la lluvia mientras me coge de la mano, alguien que roce la pornografía mientras me mira de soslayo, alguien sin delirios, sin grandes enigmas, caos existenciales, fútiles paranoias, porque aunque soy un adicto a correr detrás de esas esfinges sin secretos, sin rumbo, estoy harto de deleitarme en ese juego preñado de derrota y distancias. Claro, insisto, que quiero desnudarte de ideales, hacerte el amor lentamente, horadar despacito tu alma para dejar salir todo ese amor de adolescente que ha quedado como poso amargo, como ese atardecer que cubrió todo de una luz roja desleída y que no fuiste capaz de compartir con nadie a pesar de estar rodeada de gente. La soledad es el ancla de mi locura, no hay energía más allá de la copa de vino y la resaca prospectiva, instrumentos que utilizo para no pensar en el fracaso de mi vida dedicada a la nada, absurda, estéril, desaprovechada, dominada por el miedo, incapaz de darme cuerda o pagar el precio de la madurez. Sólo quiero que me salves de mí mismo, ya intuyes que mis venas no tienen vocación de lobo solitario. Llévame a Paris, que suene Amélie de fondo mientras nos elegimos, finge conmigo, miénteme, hazme creer que todavía somos dos adolescentes que miran con una sonrisa al infinito porque creen que todo es verdad y que será para siempre. Bésame y huyamos juntos, ¿sabes nadar? I Can’t Hear You by The Dead Weather on Grooveshark
Llueve por la ventana. El
ruido del ordenador escancia el silencio, el escenario es un buen vino y
magulladuras en la pared por el impacto de un teléfono. Teclas gastadas,
anónimas, teclas llenas de impotencia, brazadas de soledad,
cuchillas incrementando la presión contra la piel hasta que cede, mero
accidente, como un ascensor estropeado, la angustia del claustrofóbico quedándose
sin aire, todos gimen pero nadie folla. Un paseo romántico por el cementerio,
todo tiñéndose de rojo oscuro, el dolor te hace revivir un infernal ciclo de sirenas
de ambulancia, suturas de urgencia, y monólogos de profesionales de la locura
golpeándote con sus consejos una y otra vez. De acuerdo, pulsemos más
dulcemente, seamos un fraude, cojamos una historia y eliminemos su sordidez,
veamos solo el lado bonito, no levantemos la alfombra, no miremos directamente
al espejo.
Nunca te enamores de un Escritor,
prefieren manipular la realidad en el teclado, en la ficción, nunca encontrarás
pasión fuera de allí, solo un vil despojo humano hediendo mediocridad. Son cobardes. Subliman. Se hacen pajas viendo videos de porno duro asiático y luego
hablan de historias de amor, de como ella
coge piedras en la playa y las guarda, como se masturba lentamente mirándole a
los ojos con ese amor eterno, vasto, intenso, enloquecedor que luego provoca
fotos quemadas y diarreas de nostalgia. Como nuestro protagonista, que sólo conoce coños ausentes y carentes de imaginación. Y todo
acaba en un orgasmo triste, convaleciente, buscando esos siete segundos de
inconsciencia hasta que la inercia universal te regurgite de nuevo, ¿qué hace ella todavía aquí? Puede que
haya algo más, pero él todavía no lo ha encontrado. Y sigue tecleando,
describiendo ese algo desconocido,
inaprensible, buceando entre clichés de princesitas y la necesidad de un
empotramiento bestial que se pudre en su garganta. Y nadie discrepa a pesar de
esa zona muerta, opaca, que rodea ambos conceptos.
El Escritor remonta la
botella, intenta despejarse de ese olor a hospital que se ha instalado en su
cerebro escribiendo sin destinatario, meciéndose en música de gente muerta, estrellando
poemas contra estos muros de ataúd, que son paletadas de tierra que ciegan su
cerebro, sin gasolina en el mechero, ¿solo…?
Hablemos de ella. De Irene. Pies de geisha y voz del sur, de talante callado, introspectivo, las gafas dan un toque intelectual a sus ojos castaños, tiene el pelo corto y no suele llevar sujetador. Su relación está más o menos consolidada, chico rubio de ojos
azules, arquitecto, tiene casa, tiene dinero, tiene un pene de tamaño medio. La
folla con pulcritud. Le insiste en irse a vivir con él, en tener una vida
normal, en buscarla un trabajo adecuado. Nuestro amigo arquitecto es perfecto. Pero
algo falla, alguna pieza no encaja, los demás le insinúan que quizá el problema
sea suyo, pero ella se percata de esos sutiles pero irritantes hilos/sogas que
controlan la vida de todos ellos desde arriba. Y siente que esa lucha que
mantienen no trata sobre quien es
ella, sino de cómo debe ser.
El tiempo acecha y ella
niega con la cabeza.
Entonces conoce a nuestro Escritor.
Nada importante, unas cartas, unas confidencias, unas palabras al teléfono. Pero
según van intimidando ella cada vez es más sincera, se muestra, dice lo que
piensa sin intentar agradar. Todo radica en una extraña sensación de empatía, como
si él pudiera leer las líneas de su corazón y aceptarlas sin más. Es tan
liberador que se deja llevar.
Al mes él se ofrece a
atornillarla al suelo y sodomizarla de todas las formas posibles, quiere hacer
de ella su reina y su puta. Le dice que está tan jodidamente loca que quiere
embestir su alma hasta que lágrimas de semen colapsen sus mejillas. Dice que
matará todos los monstruos que existen en su oscuridad, que llenará el vacío de
todos los secretos que le ha desvelado. Irene siente que todo es verdad y mentira
a la vez, y hunde un alambre muy, muy fino en su piel para recordar, para
poder besar cuando todo pase, la cicatriz con su nombre.
Deciden verse en persona,
en una cafetería bohemia del centro de Madrid. Es un día de lluvia, pero
ninguno viene con paraguas. Se ponen al final, en una mesa lejana. Él pide un
vodka, ella un café. Se miran fijamente, hay ruido en sus miradas. Se notan a
través de la ropa y las heridas, se hacen preguntas en silencio acercándose con
una lentitud que hubiera dolido a cualquiera. Él la roza y ella derrama el
café. Sale a la calle y mira al cielo asustada. El Escritor se acerca y mete la
mano entre sus piernas, jodiendo el espacio de su coño, abriendo su infinito, respirando
dentro de ella. Se besan. Cogen un taxi.
A él le encanta la mirada que tiene cuando le chupa la polla, el sonido que produce follarle la boca, golpearle la garganta, mientras su lengua se mueve alrededor suyo.
A ella le encanta
agarrarle del pelo mientras le come el coño, mientras succiona, lame, hiere,
besa, mientras hace espirales con su lengua, océanos de saliva que ahogan su
clítoris y la envilecen.
A él le gusta el modo en que
cambia su cara, se transforma, cuando se la mete lentamente por primera vez.
A ella le gusta meterle un
dedo en el culo justo cuando se corre y sentir sus gemidos, como los de una
animal, las contracciones de su polla mientras ella la aprieta más y más. Le
encanta esa mezcla de perversión y amor todo junto, todo mezclado, que suelta
en pequeños discursos entrecortados cuando la manda moverse más rápido o cuando
parece que quiere partirla en dos.
Así follan y así viven, el
Escritor y la Lectora, dos locos pidiendo fuego mientras el siseo del gas hace los coros entre las sombras.
Abajo, en la ciudad, la
venganza de Dios defeca en forma de precario y amorfo zoo de mierda ambulante,
monos con la locura pintada en sus rostros llenos de mediocridad. La ciudad
reposa, nunca muere, solo mueren tus sueños, tus estúpidos idealismos, donde eres
tú mismo quien encabeza el pelotón, quien da la orden de disparar. Cuando ella
intenta guardar las formas con su coño lleno de esperma ya es demasiado tarde,
solo buscas el fundido en negro de las pastillas, huir de esta pesadilla, de
las sobadas y vacuas metáforas sobre soledad y mutilación. Y te derrumbas.
Esta noche el Poeta, está
solo, no siente pasión por las palabras. Rescata la botella de vino y sube y
baja por su vertedero anímico, cantando canciones de miope nostalgia llenas de
lencería roja y desahucios de amor.
La ciudad da un respiro,
aún faltan horas para que amanezca. Un desierto de cemento y ladrillo, un
cementerio, como una vieja fotografía en blanco y negro con los bordes
desgastados. Capas de polvo sostenidas solo por el ruido lejano de algún coche.
Brinda de nuevo auspiciado por la música que palpita en sus venas, por las
conexiones que permiten estas palabras, por el vaticinio, el desconcierto, por
la falta de ese algo indescifrable.
Quizás simplemente aguarda la musa, la inspiración que le salve de languidecer,
quizá solo busca algo que le reconforte. Los demás piensan que es un
misántropo, pero solo es débil, frágil en sus sentimientos.
Cada noche reúne algo de
valor, utiliza la navaja y se despedaza el pecho. Saca su corazón y lo mira
fijamente. Lo muerde para sentir ese dolor inaudible más cercano, menos
alienado por el tópico. Y luego utiliza la sangre que sigue bombeando para
escribir. Pero no consigue expresar nunca lo que quiere, no hay alma, está
cerca, rozando esa sensualidad que siente, pero no llega a convertirla en
palabras, solo es una marisma abandonada. Cuando el fracaso es inapelable lo
vuelve a coser en su interior, un interior cada vez más grande y polvoriento.
Pero esta noche es
distinto. Ella aparece…Numen. Esta ahí, sentada
sobre el estercolero de sus sentimientos, con los pies desnudos manchados con
su sangre. Su piel es sueño, sus labios locura, su cuerpo pura poesía, con una
expresión de música sinfónica sinestésica de belleza inexplicable.
El Poeta esconde su
corazón, y hace que sus versos resbalen por su piel dominándola. Una oración de
lascivia que devora su cordura. Deseo febril, un disparo hormonal a bocajarro
que los embriaga por la necesidad de poseerse, follarse, aniquilarse en una
unión perpetua de almas y cuerpos.
En la ciudad los
habitantes arden, los versos del Poeta influenciados por la belleza de Numen
provocan la lascivia, la locura general. Cuerpos desnudos retozan en las calles.
Las esquinas emanan el olor a semen caliente, sudor y sexo. Todo el mundo se
ofrece con las piernas abiertas, o enhiestos, a los demás. Nadie va a trabajar,
en los colegios los profesores dilatan anos, practican felaciones. Pronto será
insuficiente, la histeria es colectiva, cuerpos desgastados, delirio furioso,
mentes perturbadas con un hambre voraz por el cuerpo. Almas desnudas y
espectros hacinados en descampados, consumidos por la labor de dar y recibir
placer. Sus cuerpos privados de flujo, saliva, lágrimas y sudor yacen
abandonados en cualquier parte de la ciudad con los genitales destrozados.
Pero no dura mucho. Numen
una noche deja de amar al Poeta. Hay amores que se sacian...se derriten...caducan por agotamiento. Numen se convierte en alguien voluble, caprichosa,
maniática, soberbia. Una pura contradicción frígida en esencia. Ni el más
endulzado de los poemas puede incendiar su corazón, convertido ya en un
invierno emocional. El Poeta enloquece totalmente.
La ciudad vuelve poco a
poco a la normalidad, las mujeres siguen fingiendo orgasmos, los solteros
siguen masturbándose con los mismos videos de mierda, la gente sigue pagando
por la sordidez de media hora o la de toda una vida previo contrato matrimonial,
todo es efímero en el cerebro de una mosca de fruta. Nadie habla de esa semana,
simplemente se restaura la rutina, insatisfechos o no, y se sigue adelante,
respetando el precepto kafkiano, dejando las explicaciones o el mando a otros.
Pero el Poeta no puede
olvidar, se siente desesperado, sabe que ha perdido algo importante. Por eso,
una noche como esta, mientras observa la glacial mirada de su musa, se quita la
camisa, se abre el pecho y saca su corazón de nuevo. Lo mira fijamente y lo
lleva a la cocina. Allí lo cuece con su propia sangre y se lo da para cenar.
Numen primero lo observa con desconfianza, lo prueba lentamente y ya, con
ansia, lo devora totalmente. Poco a poco va recobrando la luminosidad en la
mirada, su piel vuelve a reflejar la luna menguante. Vuelve a ser Ella.
Los ojos del Poeta se
inundan de lágrimas al contemplarla y cuando, minutos después, muere en sus
brazos, sonríe satisfecho: al fin ha conseguido expresar de forma tangible lo
que sentía.
Hola
a todos, me presento: me llamo Sumi. Antes de nada
agradecerle a Rorschach que me haya dado la oportunidad de utilizar su blog
para encontrar a mi futuro Amo. Siempre he sentido esta necesidad de sumisión,
de buscar el placer en el dolor. Desde el primigenio azote al nacer, pasando
por esos dibujos animados donde aparecía la heroína atada, o gatos y coyotes
sufriendo las más diversas torturas en manos de sus némesis, recuperándose y
yendo a por más, para mí todo eso fue una epifanía sexual.
Ahora,
con el clítoris ya maduro, busco mi Shangri-La en una relación 24/7 con un amo
poderoso, que tenga saldo en el móvil, paciencia y televisión por cable.
Mi
vida es complacer y ser buena. Lo juro. Jamás, jamás, me portaré mal. He
aprendido mucho de mis errores…sé que no debo morder con tanta fuerza en el
cuello, porque luego acabo limpiando la habitación llena de sangre y nadie me
ayuda, se quedan ahí tirados, inmóviles, mirándome con ojos vidriosos.
Pero
a lo que íbamos, siempre diré Sí a todos tus órdenes: dormida, con mordaza,
debajo del agua, en medio de las arcadas que provoca tu pene horadándome la
garganta…
Sé
que querrás atarme y te juro que no me resistiré. Te aconsejo que comiences por
las piernas porque a veces mi rebeldía, en un intento pueril de menoscabar tu
sacrosanta autoridad, me empuja a golpear tus testículos con mis zapatos de
tacón de aguja.
Los
azotes, ¡claro!, aunque recuerdo a un Amo que acabo con la fusta introducida
totalmente en su ano. En el hospital no paraban de hacerle fotos. No sé qué fue
de él, desapareció de la ciudad. A veces se me olvida la palabra de seguridad,
pero no te preocupes, mientras tú te acuerdes de la tuya no pasará nada grave.
Sé
que también, mi querido Amo, querrás disfrutar de tus ínfulas de artista
dibujando con cera preciosos dibujos sobre mi espalda y mi culo. Intentaré, te
lo prometo, no volcarla accidentalmente sobre tu cara como me ha sucedido en
otras ocasiones. De todas formas aquel Amo estaba muy atractivo con esas
quemaduras en la cara.
Tendré
cuidado con mis dientes cuando tenga tu precioso pene en la boca. En serio, no
sé qué paso la última vez, quizá un ataque epiléptico, sino hubiera seguido
masticando quizá hubiéramos podido salvar la relación. Una tragedia.
Prometo
dejar el tema de las reliquias, no sé, leía tanto sobre idealizar al Amo,
reverenciarle como un Dios, que construí un altar en el dormitorio con sus
fotos y un trocito pequeño de su cuerpo. Luego me di cuenta que necesita un
altar en todas partes, en la cocina, el coche, el trabajo, el bolso, el…
No
sé porque lloraba tanto, Él debía de estar en todas partes, ser omnisciente, no
tengo la culpa si hubiera tantos altares y tan poca carne disponible.
(Entre
nosotros no creo que fuera tan buen Amo…)
Rorschach
me comenta que ahora, con la crisis, hay muchas sumisas en paro, que debería de
hacer hincapié en mi currículo.
Mi
nombre es Sumisa Para Siempre, pero
tú, mi futuro Amo, me puedes llamar Sumi.
Soy
pequeña y manejable, no como demasiado y tampoco gasto mucha luz. Vivo donde
quieras, dado que mi ciudad eres tú. He sido educada en los mejores internados
del Opus, a los que debo mis filias más brutales.
Experiencia:
MI
primer Amo importante fue a distancia. Todo muy bonito hasta que nos vimos en
persona. Sus mentiras siempre estaban unidas al número quince: quince años más
viejo de lo que me había dicho, quince centímetros menos de altura –era más
bajo que yo- y, además, una niña de quince años con su pareja vainilla. También
quince centímetros menos de pene cuando se lo rebane en nuestra pasional despedida
en los baños de la estación de autobuses, a quince minutos de lárgame para
siempre de su puta ciudad.
Luego
tuve un Amo romántico. Le pedía que me sodomizase, que me tirara del pelo
mientras me insultaba y me escupía a la cara. Pero él simplemente colocaba la
fusta en un florero con flores resecas y se ponía a escuchar la banda sonora de
Amélie. A veces me preparaba una cena romántica y yo, para romper la rutina, me
masturbaba con las velas. Pero él reaccionaba indignado, echándose las manos a
la cabeza y encerrándose en su habitación. Aquello no podía funcionar. La única
vez que se me humedeció el coño fue cuando, accidentalmente, quemé su biblioteca
y alzando su voz meliflua casi me pega. Pero nada más. Lo abandoné ahí, entre
cenizas.
Tuve
una crisis de penes y conseguí una Ama. He de reconocer que nadie me ha comido
el coño mejor que Ella. No sé qué sucedió: un día amaneció ahogada en su bañera.
Mi
último Amo fue el de las reliquias. Con él afine mis idiomas, domino el francés
y el griego profundamente.
También
sirvo de mesa y puedo gatear y chupar a la vez.
Es
una lástima que el señor Rorschach este siempre borracho lloriqueando por sus
ex, puse una cámara en su ducha y bueno, entre nosotras, tiene una buena fusta
entre las piernas. Pero nada, esto es lo que hay. Si alguno se decide solo
tiene que mandar un mail aquí
reportando su edad, población, experiencia y juguetes más usados.
Estoy
deseando encontrar un buen Amo y poder demostrarle lo especial que soy…
Hoy me siento triste. Coincide
con unos de mis días para escribir. Solo escribo, por razones de diversa índole,
de martes a jueves. Soledad, tétanos y vino con el sabor a sangre ceniza
del Shangri-La que se divisa al final de cada botella. Humor de fracasado, no
espero que lo entendáis.
La gente aplaude, ríe, se
inclina ante un becerro de oro de convencionalismos sociales, yo sigo
masturbando la Herida/Rayuela rodeado de confetis de condones, yonqui de una decadencia
que me impide olvidar su número.
Recuerdo a mis mujeres, como una bolsa de plástico
de supermercado, buscando algo de viento para convertirse en nube. Así era mi
amor por ti. Descubriste la caja donde escondía las últimas reservas de romanticismo
y te cebaste con ella, un mero divertimento de niña caprichosa. Siempre serás
el mar como perfecto preludio del primer beso, aunque las canciones que
anclaste a tu recuerdo me ataquen a traición y humedezcan mi alma. Mi niña
caprichosa, te amé, me cuesta reconocerlo, incluso ahora. Y por eso te odio.
Pero solo un ratito. Eres tan especial que intento siempre eludirte porque la
luz de tu recuerdo siempre me hace daño. Ojala leas esto. Y luego lo olvides.
Solo tiene importancia cuando es correspondido. Lo sé. Aprendí esa lección...mi querida Amélie catalana.
También te recuerdo a ti,
entiendo ahora, quizá demasiado tarde, que cuanto más fuerte era tu portazo,
más intenso era tu amor. Una vez me echaste en cara que nunca te dediqué
ninguna poesía. Y tienes razón, me acostumbraste demasiado mal, no me costó
encontrar tu amor, tu dedicación, tu forma de aceptarme. Ahora ando perdido,
incapaz de entender que las cosas no sean más fáciles y rápidas, que las demás
no vean lo que tú viste inmediatamente. Echo de menos tu inteligencia, tu ingenio,
tu fuerza. A veces tengo deseos de bajar a la calle, llamar a tu puerta y
abrazarte. Y pedirte perdón, y violar tus labios. Pero mereces que no sea egoísta
y te deje en paz, que me olvides. Haz tu vida, cree en el amor, busca el brillo
y las mariposas. Quizá yo también vuelva a tener suerte, y si no es así,
maldita sea, no hay conmiseración, lo tendré merecido. Aun sigues siendo la
medida con la que estimo al resto de mujeres. Fui un ingrato. Lo siento. Tus amantes
me envidian y yo envidio su tiempo. Cosas de la vida.
Luego estás tú, una simple
puta. Te incluyo sin merecerlo como un adolescente al que han tomado un pelo y
tarda demasiado en entenderlo. Me querías ladrándote los tobillos, y estuve así
mucho tiempo. Eres tan estúpida y limitada, tan mezquina en tus mentiras, un trozo
de carne incapaz ya de cambiar. Te maldigo con látex roto y moralina de vida
fracasada. Te deseo lo peor. Y a su vez te doy las gracias por no darme una
oportunidad. Tu sola existencia me hace entender la suerte que he tenido
conociendo a otras mujeres. Tu sola ausencia ya es una virtud, como el hueco
que deja un cáncer cuando lo amputan.
Y por último tú, mi
dulce sumisa, sin juegos en común, como si hubiéramos comenzado en la casilla
equivocada. Te llamaría ahora para decirte obscenidades al oído, pero sin
romanticismo me siento extraño, quiero amar, quiero existir fuera de mi piel y sentir
ese algo indefectible, sentir como mi confianza se transforma en afinidad a
pesar de los lugares comunes de mis palabras, gastadas ya por el tiempo.
Pero conozco la sensación,
estuve ahí, no fue solo mi imaginación. Empiezas a hablar y de pronto han
pasado seis, siete horas, y no entiendes nada. No es solo simple química, es un
paso más allá, es como si esa persona al otro lado del teléfono te conociera
mucho mejor que tus padres, tu vecino o ese alguien con quien llevas
conviviendo más de cinco años. Y sonríes, lloras, te lamentas. Y escribes su
nombre en vapor de cristal como si tuvieras doce años y hubieras descubierto el
amor por primera vez en la nuca de una compañera de clase.
Así funciona. Nada racional.
No abres tu libreta y empieza a apuntar cosas en favor y en contra. Lo hice con
mi ex, y el solo hecho de hacerlo me dio la respuesta. Es una putada, porque si
pudiéramos elegir en quien depositar eso
seriamos felices. Y Schopenhauer, la edad, el sexo, el cinismo, la soledad de
una vida vacía, la racionalización…al final nada de eso importa. No es magia,
pero hay algo inexplicable que
te impulsa a ir en contra de ti mismo, algo que te hace sacar billetes de avión
para otro país, algo que te hace besar a quien no tiene nada que ver
contigo. De pronto dices “te quiero” y no es un formalismo. Lo sientes. Y sientes
el miedo. Porque te pueden hacer mucho daño. Pero mientras tanto, da igual. Y
no lo entiendes. Y quizás por eso, porque te dejas llevar, consigues algo que
buscas inconscientemente sin darte cuenta.
Y cuando es correspondido,
bueno…solo por eso merece la pena vivir. Cada segundo. Nunca lo dudes.
Me llamo Lucilio y he
buceado en un día de mierda. Siempre me ha gustado comprar libros, como si
cierta enjundia intelectual fuera intrínseca en su compra. Pero últimamente me
siento perezoso para leer. Acumulo novedades mientras releo viejos clásicos -para mí- que
suenan bien cuando me emborracho. Y me emborracho a menudo. Sobre todo de noche.
Escancio más vino rancio mientras espero una llamada que no se va a producir. Y
el tiempo, esa vieja puta, cumple su cometido. Hubo una oportunidad, un resquicio
en esa verdad efímera que contiene la ficción de una broma, pero las dudas, la
no-importancia de algo inexistente han impedido el milagro. Que no es tal. Todo
es falso, barniz, solo hay que intentar disimular después del orgasmo. Y a
veces disimulamos tanto tiempo que la inercia nos empuja en la misma dirección.
Escribo, que es como vomitar pulcramente en el baño, y a veces cometo el error
de mirarme en el espejo. La imagen bosquejada fluye entre lo aborrecible y lo
tedioso, oscuras bolsas de depresión debajo de unos ojos de rata, la cara floja
y desgastada, disgustada por pertenecerme, nariz sin nariz y luego, por fin,
esas cejas hirsutas dominándolo todo desde arriba.
Quizá tendría que cambiar
de trabajo, de recuerdos, de vida. De momento he cambiado de compañía de
internet. Era una mujer, Paola, he conseguido sacarle una sonrisa no-comercial,
o eso me ha hecho creer. Luego he bajado a los subterráneos. Madrid arde como
un tronco podrido lleno de termitas, resplandor sonoro de jardín de infancia
lleno de niños cocainómanos. Esta ciudad apesta como un prostíbulo por la
mañana. Los gorriones no vuelan, caen muertos en brazos paralíticos mientras
los arboles barren el cielo con sus escobas marrones.
No hay mucho más. Al
llegar a casa he sido atacado a traición por una televisión encendida. Estaba a
un volumen insidioso y el mando a distancia había huido. Soy muy sensible, y
una sobreexposición a este engendro audiovisual más de dos minutos podría
hacerme caer en una espiral de violencia y locura que terminaría con mis
vecinos muertos y mi cabeza golpeando unas paredes acolchadas. Hay que evitarlo,
la última vez solo fueron familiares, pero ahora ya no queda espacio en el congelador para más carne. Toda mi iniciativa se difumina cuando aparece Ella en pantalla: un glorioso
vértigo de feminidad embutido en un escueto vestido azul, ofreciéndome amor y compañía
por unos míseros datos bancarios. Su pelo largo incendia el aire como azogue y converge
hasta un culo que es una oración en sí mismo, una puta metáfora religiosa. La
naturaleza es traicionera. Estoy tecleando el penúltimo dígito cuando, víctima de una extraña paradoja capitalista, me cortan la luz por impago. Estoy a salvo de mí
mismo. Observo como la luz de la farola se filtra por la persiana formando una
esvástica en mi cabeza. Dos moscas follan en el aire. Quizá la solución no sea
volver a las sensaciones uterinas a través de una vagina. Aunque el Amor
sea la respuesta, es el sexo quien plantea las preguntas más interesantes.
Las voces de mi cabeza me
distraen con sus aforismos de arcada, triunvirato de emociones degradadas,
profilácticos y Bloody Mary sin tabasco. La mente me empieza a colgar de una
forma extraña cuando aparece mi amiga Muerte –vestida de conejita Playboy- y
empieza a darme conversación:
Muerte: Eres un mamporrero
del teclado, no sé cómo te atreves a decir que Thomas Mann consideraba el
aburrimiento arte.
Lucilio: Me resulta
tan tedioso como el típico reencuentro entre amantes: “¿Me has echado de menos?
–Sí -¿Por qué? –Por las pequeñas cosas -¿Cuáles? –Ahora no recuerdo ninguna”
Muerte: Me gusta más las
frases de Bogart con Lauren Bacall: “Creo que me he enamorado de usted”
Lucilio: “Cuidado. A estas
horas de la noche no abofeteo demasiado bien”
Muerte: Creo que ya has
fallado usando esta idea antes.
Lucilio:A veces fracasar
es un éxito cuando eliges el momento adecuado para hacerlo.
La parca agita un dedo con obscenidad y desaparece.
Maldita puta. Me subo las
mantas al cuello. Mi falta de ideas ilumina débilmente el teclado con su luz
cenicienta mientras espero a que el tiempo, en su particular trasiego de
manecillas, se despida de mí como dos enamorados de estación, de esos que
tributan el poco amor que sienten a clichés parisinos pero que, al menos, no
echan la vista atrás cuando el tren los separa.
Sigo aquí, atada,
esperándole. A veces me pregunto porque soy sumisa, que es lo que provoca esta
pulsión, porque necesito tener un Amo para sentirme completa; no es solo un rol,
hay algo más en mi interior, como una vocación que limita y concreta mi forma
de sentir, de vivir. En una doble
penetración, cuando te corres, ¿Qué polla te enamora?
Siento el calor de su
semen en el cuello, collar de perlas, es así como lo llaman, reciclando su
recuerdo, deslizándose por mis pechos. La sesión suele acaba así…
Pero empieza conmigo,
postrada a sus pies, suplicando seguir siendo usada, humillada, azotada,
anillada, amordazada…Me tumbo de espaldas a él, desnuda, acariciando el collar
que llevo, símbolo de entrega y propiedad, mientras él elige con cuidado los
juguetes perversos que va a usar conmigo.
Soy su puta, su cómplice,
su Perra.
Cuerdas y caricias. Espero
asustada, excitada, cediendo el control. La fusta hace su trabajo. Fuerte. Hilillos
de saliva resbalan por mi mordaza, esta bola roja que abrazan mis labios. Otro
latigazo, el ciclo sigue. Hace un cruzado con las cuerdas sobre mis pechos,
ajustando los nudos, tensando, aprisionando los pezones, la carne entre mis
piernas. Inmovilizada. Ciega. Indefensa.
La fusta provoca
crepúsculos sobre mi piel. Algo helado recorre lentamente mi clítoris. Mi
cuerpo se tensa. Espinas de Sumisa, laureles de Amo.
Me quita la mordaza.
Recoge con su polla toda la saliva que boqueo y me la introduce en la boca. Me
folla la boca. Asfixia erótica. No hay palabra de seguridad, no hay límite para
mi entrega. Me retuerce los pezones, me la saca y me besa brutalmente. Me quita
la venda. Me siento bella, viciosa, la hermosura gotea entre mis piernas.
Un pequeño bofetón.
Sonrío. Otro. Estamos progresando. Soy suya. Sometida, esclava, disfrutando con
ello.
Le noto dentro de mí, no puedo
hablar ni quejarme, son las reglas de la sesión.
Me folla como una máquina,
rápido, duro, su polla entra y sale con violencia, me pellizca el clítoris. Dolor.
Placer. Ahogo mis gemidos, me muerdo los labios hasta que siento la sangre. Me corro.
La saca y me la mete por
el culo. No puedo evitarlo y pego un chillido. Mi Amo se enfada. Me da un par
de azotes con la mano abierta. Lagrimas saladas pero dulces recorren mi rostro.
Me sigue sodomizando sin apenas preparación. Dolor, y sin embargo un
indefinible Placer. Coge un dildo y me ordena que lo chupe. Luego me lo introduce
en la vagina. Me hace llegar al límite, noto la fina y delgada capa de piel y
carne que separa los dos orificios a punto de romperse. No puedo contenerme y
grito cuando me vuelvo a correr. Mi Amo me sigue usando y después de un par de
embestidas noto como se corre dentro de mí.
Soy feliz si mi Amo está
satisfecho. Pero hay una sombra en su mirada. Me quita las cuerdas y me
advierte que esto no ha terminado. Pone la cadena a mi collar y me lleva, arrastrándome
detrás de él, hacía el salón. Me dice que me he portado mal, que tiene
demasiada paciencia conmigo, que va a exhibirme a otros Amos. Pone la webcam.
Delante hay un hombre, no me inspira nada. Mi Amo delega. El Otro me obliga a
abrirme ante él. Estoy irritada pero obedezco. Me meto el puño como me pide, le
enseño los hematomas de mis pechos, todo cosas vulgares y aburridas, hay
demasiada frialdad. Miro a mi Amo suplicante hasta que él, por fin, decide que
es suficiente y corta la transmisión.
Sigue con la sesión, me
ata a la cama, abriéndome las piernas al límite. Coge la fusta y golpea mi
sexo, la esclavitud del escozor, la humillación de esta perra que no es capaz
de controlar su deseo. Solo Él, mi Dueño, es capaz de llevarme a este estado,
se acuclilla entre mis piernas y lame mi clítoris a la vez que lo pincha con
una tira de chinchetas, las sensaciones contradictorias de aspereza, dolor y
placer me mojan como una perra en celo y me corro otra vez gritando su nombre.
Me abandona y sale de casa.
No sé cuándo volverá. Me siento dolorida, agarrotada en esta piel quemada,
dilatada hasta la extenuación. Pero sé que es por mí bien, me está adiestrando,
domando mi mente, ahondando en la satisfacción que siento al complacerlo, al convertirme
en una mejor esclava. Consiguiendo que el placer que los dos sentimos en mi
sufrimiento, con mi humillación, sea cada vez mejor. Le debo tanto…
Escucho sus pasos en la
entrada. Ha vuelto. Mi Dueño. Mi Dios.
Es de noche ya sobre la loma norte del extrarradio. Mi vecina sexagenaria sigue viendo la vida pasar desde su ventana, como un inmisericorde pájaro azul, con los ojos llenos de sueños rotos, agujeros negros de asco y odio. A veces se apodera de mí un
sentimiento de rechazo, tengo ganas de salir y gritarle “No estás muerta, aun tienes tiempo” Pero si no puedo hacer nada por mí, ¿qué extraña soberbia me impulsa a pensar que puedo hacer algo por ella?
A veces
me imagino en su entierro, dándole a sus hijos el pésame
mientras reconozco entre lágrimas que era importante para mí. Nunca hemos cruzado una palabra, aparte de los convencionalismos vecinales, pero forma parte de mi paisaje. En fin, todos acabaremos muertos. Pura matemática, nada nuevo. Sólo queda decidir como trasegar con la espera. Santifico ese aplazamiento con un vino rancio y poco burgués. Casi tengo decidido cual es el mes más propicio para tomar la iniciativa cuando interrumpe mis meditaciones el grosero ruido del móvil.
Carla: Tú, hijo de puta, estoy harta de tus
borracheras, desisto, ya tuve bastante con mi padre.
Rorschach: Vamos, por favor, no es para tanto. Ven un rato, te
leeré algo. Estoy ocupado con un libro precioso pero triste. Sólo tienes que
evitar los prejuicios, como emocionarte con una película sin saber
que es de Isabel Coixet.
Carla: ¿No entiendes nada? Eres el hombre Sin: sin ambición, sin talento, sin
oportunidades. Sólo sabes hablar, hablar, y hablar. Prefieres hablar a joder, prefieres
beber a joder. Tengo mis necesidades,
¡Qué te jodan!
Cuelga.
El amor es así, sufrimiento, felicidad, miedo. Un terrible
dolor de huevos. Como masturbarte con un jarrón de cristal, nunca sabes cuándo
va a romperse y destrozarte el pene. Pero mientras tanto es un placer sórdido,
nadie apaga la luz.
Bebo directamente de la botella. A su salud. Seguro que encuentra a un triunfador que le dé su ración de polla
inmortal. Se lo merece, colecciona Barbies, alguien así, que no ha salido de su
más tierna infancia pero sabe chuparla durante más de diez minutos, se merece
la felicidad. Brindo por ese primer mes maravilloso, hasta que revele su
naturaleza de arpía y comience el infierno para los dos.
Cojo otro libro, es de una mujer de Valencia. Prosa estancada, comida de perros. Parece una divorciada con ganas de recuperar lo
irrecuperable. El tiempo perdido solo es capaz de sublimarlo Proust, aunque lo
haga de forma aburrida. No puedo tirarlo a la basura, es una imagen mental
desagradable, se lo regalo a mi vecino con síndrome de Down. Asumo que lo utilizará
para limpiarse el culo, consiguiendo dar a la literatura, por fin, un uso práctico.
Compruebo el correo sin emoción. No hay mensajes. Ninguna mujer quiere sacrificar su misterio conmigo. Diantres, un público inteligente. Aunque sé que ahí afuera, en algún lugar, existe Irene Adler. Por eso, cuando suena la canción equivocada, la melancolía abre sus fauces con saña: “Escribo sobre ti desde hace mucho, incluso antes de conocerte. Y si no te veo aquí, te veré en mis sueños....”
De pronto aparece Bruce Willis
disfrazado de conejo. Estas pequeñas epifanías representan una de las secuelas de la procrastinación del fin...
Bruce Willis Disfrazado De Conejo: “¡Yippy ka hey, hijo de puta!”
Rorschach: Um, ¿por
qué llevas ese estúpido disfraz de conejo?
Bruce Willis: ¿Por qué llevas ese estúpido disfraz de hombre?
Rorschach: ¿Puedes
dejarme seguir buscando fotos raras de sexo sucio que nunca –creo- practicaré?
Bruce Willis: “Y recordé aquel viejo chiste. El tipo va al
psiquiatra y dice 'doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina' y
el doctor responde 'pues ¿por qué no lo mete en un manicomio?' y el tipo le dice
'lo haría, pero necesito los huevos"pues eso es más o menos lo que pienso
sobre las relaciones humanas ¿sabe? son totalmente irracionales, y locas, y
absurdas; pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría
necesitamos los huevos.”
Rorschach: No por
favor, no parafrasees a Woody Allen, háblame de Amelie, de Iñigo Montoya,
incluso de Taxi Driver con su "You talkin' to me? You talkin' to me?" delante del espejo, pero no la fastidiemos antes de tiempo.
Bruce Willis:“¿Alguna vez has
repasado todos los momentos con una persona una y otra vez buscando los
primeros signos de que algo va mal? Sólo hay dos opciones: que es un ser humano
malvado y desprovisto de emoción o que es un robot»
Rorschach: Tienes una obsesión por las películas románticas. Prefiero
cosas tipo Gattaca: “Doce dedos, o uno, lo importante es cómo tocas…” Irene: “Esa
pieza solo podía tocarse con doce…”
Bruce Willis:“Me encantó bailar contigo…” Fundido en negro.
Rorschach: Estás
haciendo el idiota, la poesía en el cine son los silencios inteligentes.
Suena el móvil, quizá sea ella otra vez. Dejo
que lo coja él, que reciba la bala por mí. Mientras tanto me desnudo, apago la luz y me meto en la cama. He sobrevivido a la metástasis de otro día. Victoria pírrica. Pero al menos puedo cerrar los ojos y poner banda sonora a los créditos.
Me dice que le gustaría
follarse a Hitler. Asiento sin inmutarme, una mera provocación. No es nadie a
quien tener en cuenta, ese cigarrillo que sostiene, manchado de carmín, tiene más
humanidad que ella. Sólo es una cara redonda donde sobresale un ápice de nariz
y unos ojos llanos, simples, carentes de todo. Un sujetador cogido por un
imperdible y un coño teñido de blanco, muerto y acribillado, importado
directamente desde el infierno. Una tristeza enferma donde la vida solo es
comer, joder y cagar. Una búsqueda metafísica de carteras grandes y pollas
inmortales.
Le chupo el labio
superior, del coño, del alma, cadencia de golpes de cadera, risa de mutilados,
dentro y fuera, una y otra vez, hundiéndome en sus genitales –asfixia erótica-,
esparciendo mis cenizas en su culo, ese pozo de nostalgia que me deglute y desgarra.
Hay una especie de talento torpe en todo esto, como el gusano de la manzana débilmente
iluminado por la lámpara hecha con el escroto de su anterior amante.
Mi semen no busca Ítaca, solo
es un globo lechoso estrellándose sin trascendencia en su cara. Descansamos.
Somos zánganos, moviéndonos
por pura estupidez y miedo animal en este tañido-sueño. Decido abandonarla, es
mejor la resaca (solo) que el manicomio (a su lado). Una vida simple y no
demasiado dolorosa, donde pueda tapar las cosas malas con el ruido habitual de la rutina, masturbando mi cerebro
con gente muerta, creyéndome un genio antes de caer, trasegando con
la indiferencia de un febrero que ya no existe, pero que aun se retuerce como el
rabo cortado de una lagartija muerta.