domingo, 23 de septiembre de 2018

Llorar. (23/30)

Llevo días con ganas de llorar. Es extraño, porque a lo largo de mi vida he tenido problemas, problemas graves, atroces incluso, pero nunca había sentido esta congoja, esta desconcertante tristeza. Resulta irónico recordar ahora a mí ex afirmando que yo no era capaz de llorar, que estaba muerto por dentro. Bromeaba sin pretender ser hiriente, pero en el fondo lo pensaba, a fin de cuentas ella se emocionaba fácilmente con películas, con libros, con la muerte de algún secundario en una serie mala. Yo siempre me mantenía circunspecto, serio, hierático. También lloró cuando quedó conmigo en una cafetería para decirme que ya no me quería como antes. Esas palabras me dejaron tocado, con el orgullo herido. Podría haberle explicado que las cosas cambian, que hay épocas de amor, serenidad y reciprocidad idealista, pero también de apego, dificultades y rutina insolidaria, pero que, a fin de cuentas, ese era el desgaste habitual que el tiempo ejerce sobre nuestro romanticismo. Siempre hay ciertas desilusiones cuando consigues hacer tangible el espejismo. Pero no dije nada, ¿para qué? Ella ya no me quería, las palabras se me agarrotaron en la garganta, nos despedimos y así acabó todo. Siempre tendré la duda, ¿ella esperaba una reacción más vehemente por mi parte, o se sintió aliviada cuando la relación terminó sin melodrama? Podría haber llorado en ese momento, y quizás así ella hubiera entendido sin necesidad de palabras que la seguía amando. Pero me reprimí, es lo que siempre hago.

            Estos días he reflexionado mucho sobre cuál es el motivo exacto por el que no me permito llorar. Al principio pensé que era porque no me gustaba mostrarme débil e indefenso ante los demás. Pero luego recordé a mi abuela. Siempre que íbamos a verla se mostraba encantadora durante toda la visita, pero luego, justo antes de irnos, aparecían esas lágrimas impúdicas, como si estuviéramos abandonándola miserablemente, embriagada por una esquizofrénica necesidad de atención, de provocar una escena y hacernos sentir mal. Y conmigo lo conseguía, cuando era un niño esas lágrimas siempre me dejaban angustiado, manipulado emocionalmente. Y hacía lo mismo en todas las reuniones familiares, en todas las fechas importantes como Navidad o mi cumpleaños… siempre esas lágrimas provocando malestar e incomodidad a todo el mundo. Llegó un momento en que estábamos tan hartos de esos numeritos que cuando empezaba seguíamos hablando y actuando como si no pasara nada, ignorándola.

Recuerdo una de las últimas veces, yo tenía quince años. Le había dado un pequeño ictus y nos preocupaba que pudiera repetirse, por eso me turnaba con mi madre para ir a su casa por las noches, ayudarla a cenar y acostarla. Recuerdo que estaba cenando con ella en el salón, en silencio, mirando sin mucho interés la televisión. Me sentía impaciente por salir de allí, y al terminar le dije que me iba y que se acostase ya. Nada más decirlo empezó a gritarme totalmente fuera de sí: me odiaba por ser tan mal nieto, sabía que todos, yo incluido, estábamos deseando que muriera para quedarnos con su dinero y sus joyas. Naturalmente lloraba, lloraba a mares, como si de alguna forma ella misma se creyera sus propias fabulaciones. Me quedé impertérrito hasta que su energía se agotó y dejó de gritar y llorar a la vez. Nos miramos fijamente, me levanté, cogí mi mochila y la dejé ahí. Justo cuando cerraba la puerta escuché como sollozaba quedamente. Agarré con fuerza el picaporte de su puerta y di un portazo. Siempre ganaba. Quizás por eso me resulta tan familiar esta angustia en el pecho, es la misma sensación de aquellos años, cuando la dejaba sola en su casa y desandaba el camino de vuelta, la misma soledad, el mismo abatimiento, como si algo importante estuviera roto pero no hubiera forma de arreglarlo.

Quizás tenga una depresión. O una vulgar crisis existencial. Cuando tienes cuarenta años sueles tener la sensación de llegar tarde a las cosas más valiosas. Es como estar atrapado en una habitación con demasiadas puertas cerradas. Como si ya hubieses tomado todas las decisiones importantes y solo quedase apechugar con los errores. Sin pasiones, solo un esfuerzo denodado por mantener cierta dignidad impostada y no dejarte caer. Para qué me digo a veces, para qué. Pero no quiero empezar a llorar, ni siquiera por puro desahogo. Sé que si empiezo no podré parar.

16 comentarios:

  1. Vaya... no sueles abrirnos así tu corazoncito contando cosas personales... Aunque es de agradecer :)

    No sé qué decirte, podría contarte mi propio trauma al respecto, pero eso sería bastante "pues yo más" y me parece de muy mal gusto jajajaja.

    Un abracito, querido poeta, y nada más.

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    1. No seas mala, ya sabes que el trato por estos lares es que todo siempre es ficción ja ja ja.
      Un abracito querida musa. Disfruta del domingo 😉

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  2. Has elegido mal momento para mostrarte con ganas de llorar ¡no llores por favor! precisamente ahora que hay tanto falso llorón...

    Un besito.

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    1. Es una entrada que quedará tapiada con el resto. Hay noches de soledad abstracta entre las uñas. Noches de sombras chinescas sin faro ni tormenta. Solo el viento pudriéndose en mi ventana. En esas noches tenemos vocación y excusa para todo xD
      Un beso.

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  3. Vaya...

    Hace años yo tampoco podía llorar. Y sí, cuando empiezas no puedes parar. Es como un parto, como quedarte con el dolor y abrirte a él. Y cuando se rompe el dique que lo contiene todo, viene la riada... Creo que es importante saber soltar, y creo que los hombres tenemos un problema con eso, con mantener externamente un cierto tipo de perfil que nos enseñaron de pequeños. Y yo digo ¡a la mierda con eso! La coraza del ego es nuestro medio para defendernos contra la vida; nuestra estrategia ante un mundo que no cumple nuestros deseos, ni nuestra voluntad; un mundo que nos hace daño... También es nuestra barrera para estar realmente vivos, y nuestra cárcel al final. Cuando se resquebraja surgen las lágrimas. Es imposible que el proceso se dé sin que surja ese tipo de llanto, que nada tiene que ver con el chantaje emocional. Así que te animo a que te quedes con todo ese dolor y te abras a él, e investigues lo que surge cuando se convierte en tu lugar de reposo. Todo eso tan denso, tan oscuro, tan horrible, es tan impermanente como todo lo demás. No hay nada que atrapar en ello tampoco, y es bastante asombroso, la verdad. Abandonar toda esperanza de que la vida sea diferente a lo que es en este mismo momento y abrirse a ella, es toda una aventura. Y dicen que la dicha (que no la felicidad) reside ahí, en vivir dejándose dañar sin poner tanta barrera, mientras uno sigue adelante haciendo lo que toca. Fácil de decir, difícil de hacer. Tarea al alcance unicamente de los más valientes que saben -cuando toca- atravesar el llanto. A mí no se me da demasiado bien, la verdad; pero a veces me dejo estar. Y casi siempre, mis momentos de apertura han venido precedidos de lágrimas... Un fenómeno bien conocido en ciertos ámbitos...

    A ciertas edades uno comienza a verlo todo muy distinto. Los valores cambian. Pero creo que es perfecto que sea así. A fin de cuentas todos necesitamos lo mismo a todas las edades, pero la percepción va variando. Tu abuela necesitaba lo mismo que necesitas tú, o necesito yo, o tu vecina, o cualquier persona con la que te cruces en la calle. Pero hay que ver cuánta torpeza nos adorna. A veces tengo la sensación de que somos como barcos que se cruzan un momento en el océano y apenas se tocan antes de continuar e imponerse la distancia. Una imagen frente a otra imagen; una coraza frente a otra coraza, incapaces de establecer contacto real, de tanto miedo que nos da estar vivos. El hecho de no dejarnos ser vulnerables tiene un coste, y es terrible. La propia defensa contra el dolor, causa un dolor mucho más agudo.
    La vida y sus jinetes del apocalipsis: la muerte, la soledad, el sinsentido. Aceptar lo inaceptable. Abrirse a lo que es, sin negociaciones. Salir de nosotros mismos, de nuestro pequeño y neurótico “yo”. Todo un reto al que siempre estamos llamados y que causa pavor. Existe un tipo de éxtasis vital al que sólo se llega atravesando el miedo. Experimentarlo -aunque sea un momento- lo cambia todo.

    Me ha encantado tu entrada. Un abrazo.

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    1. Otro fantástico comentario que complementa y mejora la entrada. Gracias por tu tiempo, como siempre.
      Entiendo y comparto todo lo que dices, incluso esa frase de que la propia defensa contra el dolor causa un dolor más agudo. Pero la teoría, tan hermosa y perfecta cuando se plasma en la página en blanco, no es tan fácil de llevar a la práctica. Reconozco cierta sinceridad en esta entrada, cierta incapacidad, no ya para emocionarme, porque naturalmente no hablo de eso, sino de llorar, de dejarme llevar, de mostrarte débil -constructo social para los hombres-, indefenso, vulnerable. También está lo de mi abuela claro, y que llevo actuando así demasiado tiempo. Todos podemos cambiar pero yo prefiero no hacerlo. Si algo queda claro de los flecos que dejo ver y reconozco es que soy muy cobarde. Es un pilar de mi carácter, no me gusta enfrentarme a la vida, a su dolor y responsabilidades. Siempre he salido huyendo, y al huir, para soportarlo, he tenido que llenar mi mente de ruido para sobrevivir al quietismo. Por eso todo lo que dices: “Aceptar lo inaceptable. Abrirse a lo que es, sin negociaciones. Salir de nosotros mismos, de nuestro pequeño y neurótico “yo”. Todo un reto al que siempre estamos llamados y que causa pavor. Existe un tipo de éxtasis vital al que sólo se llega atravesando el miedo. Experimentarlo -aunque sea un momento- lo cambia todo.” es algo que recomendaría encarecidamente a todo el mundo, pero que no creo que vaya a hacer nunca xD

      Todos tenemos nuestros lastres, a veces los romantizamos, otra veces nos rendimos a su tiranía, en otras ocasiones nos conformamos con ignorarlos o con buscar a gente que los acepte por nosotros… sí, hay muchas formas de gestionar esos jinetes del apocalipsis. A mí me gustan los circunloquios del papel, ¿funciona? No exactamente, creo que consigo solo una tregua. Pero para mí ya es suficiente.

      Un abrazo muchacho, espero que disfrutes de la semana 😉

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  4. Vaya, vaya, qué modernos os veo...
    Aquello de que los hombres nunca lloran es cosa del pasado...jajajajaja
    jajayjaaa!!

    Os abrazaría ahora mismo y os daría sendos besitos en la frente....

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    1. ¿En la frente? Creo que es el lugar equivocado, aquí lo que necesitamos es un poco de lujuria para remontar el vuelo ja ja ja

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  5. Eres un tierno... ¿Cuarenta años, dices? ¡Vaya si tienes un mundo por delante para reír a carcajadas y verás que las lágrimas son necesarias, tanto como la risa!
    ¡Saludos! Y un abrazo. Pon tu cabeza en mi hombro y llora todo lo que quieras...

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    1. La literatura tiene ese punto de encapsular sensaciones, sentimientos puntuales, en una oda al dolor y al sufrimiento. Es como sacar afilar un cuchillo y convertirlo en poesía. Cuarenta años, eso me temo ja ja ja. Pero sí, tienes razón, la vida se trata de eso, de un cierto equilibrio de risas y a veces llanto. Pongo la cabeza en tu hombro, querido anónimo, las palabras amables siempre son bienvenidas. Un saludo, y un abrazo.

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  6. Y sucede que a uno un día lo abandonan sin esperarlo y es cuando empatiza con alguien de su pasado. Y se ve reflejado en esa persona. Sin sufrimiento no hay empatía, ni tampoco lágrimas que fluyan hacia afuera. Un saludo, Rorschach.

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    1. Cuantos anónimos veo por aquí, estáis cogiendo los malos hábitos de Curious Cat, con lo fácil que es ponerse un nick, ¿nadie tiene blog? Qué lástima. Y sí, tienes razón, a mí también me ha sucedido lo mismo, es el sufrimiento, como decía en la entrada anterior, el verdadero maestro vital. La empatía nace de la capacidad de ponerte en el lugar del otro, y muchas veces no tenemos ganas ni tiempo de hacerlo; pero cuando nos obligan a sufrir las mismas situaciones, ahí es cuando realmente entendemos su dolor. Es un buen aprendizaje, aunque resulte tan desagradable.
      Un saludo, querido anónimo.

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    2. Soy la persona que repitió el verbo "gustar" cinco veces en mi comentario... (qué horror al releerlo, :) es lo que sucede cuando se escribe rápido y sin pensar. Humm, un nick, lo pensaré, me es muy práctico lo de ser anonim@. Pues sí, he tenido algunos blogs, (de hecho te sigo desde hace años, de forma intermitente) al principio era un placer escribir, después se convirtió en algo tedioso, como algo "obligado" y lo dejaba para vivir mi vida plenamente. Cuando escribir comenzó a drenarme por dentro dejé mi último blog, realmente me siento mejor sin él soy más libre, además las palabras ya no fluyen como antaño. Me siento más a gusto leyendo, y comentando alguna vez, blogs ajenos; como el tuyo, Rorschach. Feliz día.

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    3. Siempre que animo a los demás a escribir, o a seguir haciéndolo, me siento un impostor porque a mí me cuesta mucho, y casi siempre lo dejo para lo último en mi escala de prioridades. Pero también te reconozco que mi vida es mejor cuando lo hago, esa frase que repito mucho de que me “reconcilia con mi existencia”. Prueba a escribir de cosas distintas, escribir es como leer, a veces nos cansamos de leer porque siempre estamos leyendo el mismo tipo de libros, pero luego cuando pasamos a otros géneros, como los ensayos, la poesía o el teatro, de pronto volvemos a disfrutar de la lectura como antaño. Quizás sea eso, por probar…
      Un abrazo.

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  7. Yo diría que se llama crisis de los cuarenta y que si el cuerpo te pide llorar lo hagas...hasta no poder más (y siempre se para), hazlo solo y así evitarás recordar lo que manipulan algunos las lágrimas.

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    1. Puede ser, aunque suene típico, supongo que evalúas tu vida y siempre hay huecos que son difíciles de justificar. O tal vez cuando me pongo triste cargo demasiado las tintas, por aquello de justificar la decadencia de su título 😉
      Un abrazo.

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