El caso es que mi vida tampoco tenía demasiado sentido. Intentaba no
hacer nada, la inacción, solo me preocupaba robar el wifi a un vecino y seguir
yendo a la biblioteca a leer libros. Cioran, Fante, Carver, Schopenhauer, Kierkegaard.
Me gustaban sus voces, esa pequeña grabación mental de sus palabras. Me dejaban un extraño poso que mecía el tiempo sin acritud. Luego me liaba un porro, escanciaba un poco de
vino en la alfombra, y escribía.
Escribía sobre todo relatos enfermizos sobre mi vecina, violaciones,
conquistas románticas, sodomizaciones brutales. Ella era mi solución final, mi bula, mi redención.
Párrafos y párrafos enteros dedicados a ella, a su culo, su cuello, su piel, sus
ojos, su pelo, sus pies, su todo. Y
los días sucedían. Fumar. Beber. Comer. Cagar. Masturbarse. Dormir.
A veces Carlos interrumpía esa inercia anacoreta. Carlos era un dios
sin límites. Bebía y se drogaba como sino hubiera un mañana. Nadie nos podía
seguir el ritmo, siempre había un momento de la noche en que surgían las
excusas, el trabajo, los horarios, el cansancio, la falta de dinero, el local
cerrado. Con Carlos no sucedía eso, ibas a su casa, llena de mierda y fetiches
de fiestas pretéritas, y sabías que ese océano de locura siempre iba a estar ahí
intentando ahogarte, mostrando su devoción a la nada.
La última vez eran las seis de la tarde, y ahí estábamos,
esnifando un par de rayas de coca, la botella de vodka bailando entre nosotros
a palo seco, movimientos espasmódicos delante del televisor con la pantalla
rota -me declaro culpable-, las paredes acercándose poco a poco. En apenas una hora ya estábamos frenéticos,
gritando incoherencias, huyendo por las escaleras sin esperar al ascensor. Todo
se movía demasiado despacio.
Existía un local en Madrid donde ponían chupitos de absenta. No era
fácil acostumbrarte a ellos. Había de dos clases, supérieure de sesenta y cinco grados y el suisse de ochenta y cinco; el hada verde te despejaba de inmediato,
un puto puñetazo en el estomago. Siempre pedía la primera ronda con una sonrisa
de condescendencia, como un hombre de mundo que conocía perfectamente cual era
su límite. Cuatro. Con cuatro la noche era perfecta, continuaba sin daños
aparentes, podía seguir naufragando con algún chupito de tequila sumergido en la cerveza mientras
reía imbuido en las conversaciones más banales, disfrutando de la música más
inocua. Sabía que a partir del cuarto todo podía pasar, nunca nada bueno, siempre
el despertar magullado y solitario en un parque sin móvil, o en casa de Carlos, siendo recriminado por toda clase de infamias.
Naturalmente nunca, que yo recuerde, nunca, nunca, nunca, conseguí
salir de ese local sin haber pedido como mínimo seis.
Adoraba esa libertad, ese
romper con lo sensato, la zozobra de lo imprevisible, nadar contracorriente en
mitad de la noche llenos de adrenalina. Y sabía que existían otras formas de
sentirte vivo, masticadas e integradas en una alienación socialmente aceptada. Pero
lo nuestro era beber y drogarnos. Algo banal sin duda, pero esa forma de
protesta, esa arrogante indignación por obligarnos a vivir, nacer, existir, pensar, también requería mucho esfuerzo
por nuestra parte. Aunque fuera una vulgaridad egoísta, nos funcionaba. A veces
no resultaba tan divertido, a veces éramos expulsados de las discotecas por
disrupción del orden. No sé el motivo por el cual insistía en bajarme los
pantalones y enseñar mi polla. No era nada sexual. Lo digo en serio. Pero lo
hacía. Quería que conociera mundo. Luego había momentos de absoluto bajón,
cuando un váter y el vómito eran tus amantes, cuando en pleno invierno te
quitabas la ropa porque la droga te hacía perder la cabeza. O cuando simplemente
querías morir pero la cobardía te empujaba a hacerlo lentamente. Tal vez
teníamos demasiado tiempo para pensar, no veíamos sentido a las cosas grandes, la familia, la hipoteca, el
trabajo. Arbeit macht frei. No teníamos vocación para existir, ni para reivindicar
nuestra pútrida existencia solo por una nómina alta. Las colas nos agarrotaban.
Solo veíamos a nuestro alrededor gente esperando,
sin más sentido que el cordón roto de un zapato. Nuestra quimera existencial
era conseguir la siguiente copa y ligarnos a la camarera.
****
Ahora apenas trasnocho. He dejado de escribir. Tengo un trabajo
estable.
En la ventana de enfrente se escuchan gritos:
-
¡Eres un mierda,
ni siquiera eres capaz de encontrar un empleo, me das asco!
-
¡¿Cómo eres
capaz de decirme eso?! ¡Puta!
Las sirenas se acercan inmisericordes. Todo sigue girando a pesar
nuestro.
Alzo la copa sin llegar, evidentemente, a ninguna conclusión. Solo puedo
hacer una cosa que tenga algo de sentido.
Me la saco y empiezo a masturbarme pensando en ella, con violencia,
con dureza, delineando la esperanza en su cuerpo, ese cuerpo bello, ansioso,
que ondea como una sinfonía en un océano de silencio. Saliva ardiente
envolviéndome, juntos somos un puto universo implosionando al borde del abismo.
Me corro como un dios demoniaco sobre esta puta bola achatada de
mierda, sobre las calles, las plazas, la ciudad, inundándolo todo con mi propia
profecía de color blanco.
Y por un momento, soy feliz.
Un saludo desde Suecia!
ResponderEliminarUffff Rorschach!!!!!!
ResponderEliminarNo sé por dónde pillarlo, teniendo en cuenta la hora en que lo escribiste e imagino que el trasfondo del protagonista es su inconformismo, su desapego de la sociedad, su aburrimiento de todo lo establecido como "normal", viviendo su vida de una forma demasiado brutal.
No sé...quizás es muy fuerte para mi, ese tipo de vida, viviendo a mil por hora, sin pensar en nada más.
Te vuelvo a dejar mi aprecio y un beso, querido amigo!!
Absolutamente decadente
ResponderEliminarJoder. Yo odio las colas, siempre las he odiado. Me da miedo la gente.
ResponderEliminarRecuerdo aquella sensación de libertad, y también recuerdo querer morir cada mañana (puta resaca, putos convencionalismos).
Me gusta. Sobre todo el puto universo implosionando. Me gusta leerte por la mañana. Eres como un buen mañanero. Por un momento yo también soy feliz.
Besos querido tornillo (nunca serás tuerca, y no dejes de escribir, coño).
Tirar los yogures caducados, el pan que florece, las manzanas podridas, el tape con restos de comida,..
ResponderEliminarPor algo se empieza...
*Aquellas noches viven hoy el resultado en tu forma de eXcribir.
Demasiado consciente en tus pérdidas de memoria, demasiado asfalto en elevación de realidad y esa versión de Creep tenía demasiada espalda y demasiadas ganas de llorar.
ResponderEliminarTe propongo una amnesia de jersey de cuello alto hecho con nana de verdad, una sopa de letras para el invierno y la alternativa a todas las vecinas del mundo. Cuídate definitivamente. (como definición)
http://www.youtube.com/watch?v=05OpUIN5qcc
Esto me recuerda a William Borroughs. Muy, pero que muy bueno.
ResponderEliminarMe gusta la imagen de Masaccio con la expulsión de Adán y Eva del paraíso. La narración es emocionante y muy daliana, me recuerda por un lado "El gran masturbador" y por otro a "La joven autosodomizada por su propia castudad". Ese exhibicionismo del protagonista mostrando su pene al mundo es como una provocación a la castidad de toda la sociedad tan vestida de puritanismo. Tu estilo engancha, es puro surrealismo sucio (no te veo realista como lo es Hank). Atrevimiento, surrealismo y deshinibición, me gusta Rors.
ResponderEliminarBesos
Muy decadente como no xD Transformas algo horrendo en belleza, eso resulta interesante. Un abrazo!
ResponderEliminarDuro, bestial, me impresiona esa sensación asfixiante de paredes que parecen querer aplastarte. Bajar, reptar por el subsuelo, degenerar parece fácil, tentador, aunque para exorcizarse no existen tantas oportunidades por que ¿por donde se empieza la escalada ascendente para dejar ese agujero?. El relato no tiene desperdicio, te has superado Rorschach, logradísimo.
ResponderEliminarBesos de sorbos agridulces.
Me parece que estamos un poco nublados y amenaza tormenta.
ResponderEliminarVisceral. Remueve las entrañas.
ResponderEliminarLa decadencia, el inconformismo, el vivir rápido del protagonista como si no hubiera un mañana.
Muy fuerte.
un abrazo.
Me parece bien, cada uno se debe de buscar la felicidad como más le plazca a uno.
EliminarSi a ti eso te hace feliz, pues sinceramente me parece estupendo.
Saludos. Por lo menos ya tienes un trabajo estable, en lo demás yo no me meto.
Escribes bien. Supongo que llegará algun día en que te sentirás bien con los demás y no necesitarás tantas sustancias.
Qué fue de Carlos?
ResponderEliminarMurió.
EliminarMuy muy muy decadente.
ResponderEliminarY discrepo, no has dejado de escribir.
vaya, parece que hubiésemos salido de fiesta por ahí en algún lugar perdido entre las páginas...
ResponderEliminar