Nuestro comportamiento es tan autolítico como creativo. Somos esfinges sin secreto buscando respuestas que no existen. Quizás por eso permanecemos tranquilos en medio de la oscuridad, nuestros cuerpos estrechándose entre las sábanas, tentando la suerte del superviviente, abrasándose en las zonas de contacto, tanteando la posibilidad remota. Recorro tu espalda muy despacio, transmitiéndote un poco de locura y malas intenciones. Me fascinan tus ojos, ese vértigo de kilómetros de profundidad, ese interior cálido y peligroso, ese accidente de color y densidad. Ojos que me arrasan en silencio, que desean atravesar todo mi ser, que me tientan con obscenidades aún desconocidas.
Mi boca desciende hacia tu coño pagano, esa doble curvatura de incitación y humedad, vértigo inaprensible en plena excitación. Su sabor provoca en mí la sensación de flotar de nuevo en líquido amniótico, libre de toda realidad y dolor. Es un coño preñado de lluvia y absolutos, con ecos de mar y densidades de laberinto emocional. Mi polla se adentra en él, y cada centímetro de nuestra piel húmeda y sensible transmite al unísono una sinfonía de colapso.
Sensación de dominio. Sensación de sumisión. Intercambio de perspectivas. Miradas perdidas aunque coincidentes. Palabras obscenas transformadas en cánticos. Miedo controlado. Confianza ciega. Vientres abiertos en canal con un hacha sentimental. Cerebros arrancados de raíz tirando del nervio óptico enamorado. Ingravidez. Misticismo sin afección ni culpa. Dolor radiante sin prejuicio ni vergüenza. Los restos de timidez son el requisito indispensable para la entrega. Vulnerabilidad. El grado adecuado de violencia. El egoísmo derrotado ante nuestra naturaleza hedonista. Azotes que mañana serán excelsas marcas amoratadas. Dedos sumándose a la profanación de tu corazoño. Rostros enrojecidos. Sonrisas vesánicas. Ósculos mostrando la profundidad del secreto que compartimos.
Y llega la victoria, la eclosión, algo rasgándose al filo de la inconsciencia gracias a nuestra cruel voluptuosidad. Llega el estallido inverso, la intuición de inmortalidad, la vida desfilando veloz en apenas unos segundos. Llega el orgasmo de visceralidad suicida, la carne abierta en combustión espontánea, el corazón rozando la anoxia. Pero lo más peligroso, lo que me desarma, es ver aparecer tu sonrisa justo después de correrte. Y es entonces cuando quedo perdido, a tu merced, porque esa sonrisa ilumina y justifica por sí sola toda mi existencia.
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm... ¡Bienvenidos al tobogán del deleite y las palabras obscenas! Un verdadero placer deslizarse por estas letras sinuosas e intensas... Mmmmmmmm... jajajaja. ¡Qué bien follar así, paladear de esas maneras! Creo que en los finales debería haber un poco de necesidad inconclusa, de agonía del deseo no satisfecho que te haga continuar a rastras. Siempre debería existir una petición de clemencia. Un “no puedo más, ¡mátame ya!” Es la oscuridad del deseo lo que nos atrae como a polillas; esa luminosa oscuridad. Nunca cumple lo que promete, pero puede ser tan intenso que sin cumplir lo alcance, si se sostiene y se deja libre volar, sin reparos ni trabas, perdiéndose en sus juegos. Soltar (soltarse) y morir, para resucitar de nuevo. El deseo, que puede hacer que pierdas la cabeza y, si te domina, acabes muy mal; pero que es el mejor combustible si se controla. El camino del exceso y la sabiduría que se oculta a los ojos de aquellos que no lo saben cabalgar. Su combustión es semejante a la del hidrógeno, y así de violenta. A fin de cuentas para llegar a la luna es el único medio del que disponemos... (La luna, qué estupenda metáfora...).
ResponderEliminarEl último giro del final ha sido perfecto por inesperado. Oh, el amor que aparece y campa a sus anchas tras la contienda jajaja. Es perfecto, sí. Sexo que desemboca en amor; amor que desemboca en sexo. Cuerpo y mente, energía interna y emoción, nunca estuvieron separados. Enhorabuena. Un escrito sencillamente fantástico.
Gracias muchacho. Ya sabes: el decadente se lanza al camino del exceso, a la parte erótica del reclamo hormonal y la escritura automática, con esa temida predisposición también para la bella pedantería. A fin de cuentas, ¿cuántas veces hemos descrito un coito, un polvo? Desde lo sórdido, lo extemporáneo, lo romántico empalagoso, la versión femenina (puta, virgen, esposa, amante, joven, madura), y la masculina, más física, tosca, menos lírica. Qué curioso que un tema tan básico de lugar a tantas formas y perspectivas. ¿quizás el sexo sin amor es algo demasiado mundano, quizás el amor sin sexo es demasiado idealista y naif? Algo hay ahí que nos obsesiona, un misterio inescrutable en forma de posesión atávica, algo que conmueve nuestro cerebro reptiliano. Y nos resistimos con poesía, intelectualizando pura animalidad e instinto. El orgasmo es muerte, es final. Y ahí las mujeres se yerguen como entes poderosos, nos absorben dentro de ellas, nos someten, pueden disfrutar de nosotros durante horas. Los hombres intentamos en vano someter esa eterna hambre femenina, tantas veces subyugada por el patriarcado, por el tabú, por el pobre conocimiento de su sexualidad. A veces nos da miedo, porque la mujer es poder, vida, orgasmo sin decaimiento. Y nosotros somos un desierto parco y miedoso.
EliminarEspero que todo te vaya bien. Yo estoy un poco mejor, me mantengo ocupado, veo series basura que me enternecen. Incluso me estoy planteando comprarme una consola y evadirme totalmente. Si a un decadente le ofreces evasión o victoria, ten por seguro que, tan poco acostumbrado a ganar, empezará a buscar al topo de Kafka en el subsuelo de su mente aterida por el frio y la soledad ja ja ja. Me pongo intensito y me hago gracia a mí mismo, no puedo evitarlo 😉
Cuídate muchacho, disfruta del amor y el zen. Reverencia.