El martes que quise morir recordé cuando decías que solo eras capaz de correrte conmigo. Nos compenetrábamos tan bien que ya ni siquiera perdíamos el tiempo odiando a la humanidad.
El martes que quise morir te recordé en aquella habitación, el culo y los muslos llenos de moratones, riéndonos juntos, con el abrigo de nuestro amor puesto, ajenos, sonrientes, amparados, llenos de un viento de incertidumbre que no conseguía tumbarnos.
El martes que quise morir recordé que la poesía nos hacía jugar juntos, nos alimentaba, calmaba las cicatrices de tu piel, te hacía más procaz y osada. Mi poesía todavía te humedecía y seducía, mis palabras tenían un eco en un interior, tu insomnio era la nostalgia de mi compañía.
El martes que quise morir te recordé en toda tu esencia: la niña-mujer, la musa-poeta, el pájaro hastiado, el arcoíris azul, la imagen desenfocada, el museo de lluvia. Ahora entiendo que no sabías huir de tus muertos, siempre estaban detrás, como calambres en tu pecho.
El martes que quise morir entendí que al robarte la inocencia preferiste nombrarte Herida ante el espejo opaco del futuro. Y que al conocerme solo entreabriste un poco tu alma vieja; era solo cuestión de tiempo que volvieras a la anorgasmia vital, a la periferia de los versos de Pizarnik, a seguir tiritando las cosas que nunca gritabas en la flor quebrada de tu mirada azul.
El martes que quise morir me compadecí de mis venas llenas de deseos inconclusos, de la afónica letanía en que se convertía este echarte de menos y del orgullo, torpe y lúcido, que me impedía volver a llamarte.
Precioso.
ResponderEliminarTe tomas un par de copas de vino, te emocionas y luego pasan estas cosas ja ja ja. ¡Un abrazo bella dama! 😉
EliminarWow! precioso texto... me ha encantado visitarte y encontrarme con esto. Un saludo.
ResponderEliminarGracias a ti por visitarme, ¿qué sería de un texto sin lectores? ¿Qué sería de la tristeza sin su aullido de bala perdida?
EliminarUn saludo 😉