miércoles, 17 de octubre de 2018

Crítica de la serie de Netflix 'Maniac'

Llegué a esta miniserie (diez capítulos y sin segunda temporada) con unas expectativas bastante altas, no sólo porque las primeras imágenes que se filtraban era muy inquietantes y llamativas, sino por los responsables del proyecto: Cary Joji Fukunaga y Patrick Somerville, el primero, guionista de la última adaptación de IT al cine y director de True Detective -la inigualable primera temporada-; el segundo, guionista de The Leftovers, una serie de culto. La historia también tenía mucho potencial, y más aún los actores: Emma Stone interpreta a la Annie Landsberg, una joven drogodependiente trastornada por su pasado y adicta a un fármaco que testan en un laboratorio. Por otro lado tenemos a Jonah Hill interpretando a un hombre con rasgos psicóticos que es extorsionado por su familia, culpable de muchas de sus obsesiones, para librar a su hermano de un escándalo judicial. Los dos se deciden a participar en el ensayo clínico de una empresa farmacéutica. El tratamiento, creado por James Mantleray (Justin Theroux se marca la mejor escena de presentación de un personaje en toda la serie), promete que, si se toma una secuencia de pastillas durante tres días, puede arreglar cualquier problema de la mente humana y “erradicar todas las formas innecesarias e ineficientes del dolor humano”.

Una vez entramos en las instalaciones donde permanecerán durante tres días, los episodios se dedican a mostrarnos el subconsciente de los dos protagonistas a través de experiencias generadas por una inteligencia artificial (que tiene personalidad, emociones, y empieza a resultar un problema según avanza la serie) en la que vemos a los personajes asumiendo otras identidades. Siete de los diez capítulos de Maniac relatan esos viajes mentales, con giros propios del surrealismo, cada uno con una estética y género distinto: en plan James Bond, El señor de los anillos, América profunda en un homenaje a los hermanos Cohen… la serie es una mezcla rica, ecléctica e innegable de varios títulos y autores: Eternal Sunshine of the Spotless Mind, de Michel Gondry, un poco de la esencia distópica retro de Blade Runner, “Her” de Spike Jonze o "I'm here" o en "Moon" de Duncan Jones.

Quizás el problema es la desconexión y la falta de calidad de algunos de esos capítulos; no se sabe aprovechar los códigos de las representaciones oníricas y se sienten impersonales, más como una serie de sketches. Da la sensación de que los guionistas quieren abarcar demasiadas cosas pero no acaban de encontrar el tono, y se queda en un ejercicio curioso y estéticamente encomiable, pero muchas veces superficial a nivel de guion.

Sin embargo, a pesar de dejar al espectador descolocado con su humor, sus situaciones absurdas y extravagantes y sus abruptos vaivenes de calidad, es una propuesta diferente, y eso siempre es de agradecer. Naturalmente Black Mirror (por poner un ejemplo) es muy superior, pero mientras llega una nueva dosis no está mal disfrutar de Emma Stone, su interpretación es potente y conmovedora, y es impresionante la expresividad de sus ojos en los primeros planos. En definitiva, no es la mejor obra de Cary Fukunaga, pero sí es, probablemente, la más personal; y aunque no es una serie para todo el mundo, sin duda es una de las más interesantes de Netflix en lo que va de año. Ah, y tiene escena postcréditos.

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