viernes, 1 de noviembre de 2019

Reseña: ‘La Náusea’, de Jean-Paul Sartre (1938)

“Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción […] Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros: cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros.”

El novelista y filósofo francés Jean-Paul Sartre escribió ‘La náusea’ cuando tenía 26 años, en 1931, aunque su versión definitiva no se publicó hasta 1938. Esta novela clave en la literatura universal y exponente del pensamiento existencialista, está escrita en forma de diario. El protagonista, Antoine Roquentin, es un treintañero que percibe la existencia del ser humano como absurda en un mundo en el que nada tiene sentido y con el que no puede conectar. Tras haberse cansado de viajar, Roquentin vive de las rentas en una ciudad de provincias en la que no ocurre demasiado y trabaja minuciosamente en una obra sobre la vida de un aristócrata del siglo XVIII. Día a día se va perdiendo más en una espiral infinita de preguntas para las que no encuentra respuesta sobre los más diversos temas, desde las relaciones humanas, hasta la muerte y la rebelión. De esta forma Roquentin comienza a sentir extraños síntomas que lo hacen sentirse asqueado, él lo llama: la náusea.

“En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. Ya está. La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme. Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. El mío, no. Ni siquiera puedo decidir si es lindo o feo. Pienso que es feo, porque me lo han dicho. Pero no me sorprende. En el fondo, a mí mismo me choca que puedan atribuirle cualidades de ese tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de tierra o a un bloque de piedra.”

La náusea se va intensificando, hasta el punto en que descubre que el pasado no tiene sentido. Empieza a creer que los recuerdos son solo una excusa para sentir que no se ha vivido en vano, y que el mérito de olvidarlos intensifica su vida, le da una sensación única de aventura, ya que solo ese instante importa, pero a la vez, siente el vértigo de que no hay nada más adelante y no hubo nada más atrás, es solo el ahora, la existencia vacía. Eso lo llena de angustia, a tal punto de compararse con la vegetación y los objetos. Ellos al carecer de lenguaje no pueden pensar ni decidir sobre su vida, únicamente los seres humanos tenemos esa capacidad y cuando la ejercemos utilizamos nuestra conciencia y solo así podemos, por lo tanto, existir. Al existir definimos la esencia de nuestro ser porque esta se forma por nuestros actos, lo que hagamos o dejemos de hacer determinará quiénes somos, es decir nuestra esencia. La esencia, entonces, se construye, no nacemos con ella. Pero aunque tengamos el conocimiento, este no es eterno, no trasciende, solo lo hace existencia. Es todo lo que hay, afloramos de la nada, somos brotes aleatorios de vida que no respondemos a ningún plan ni proyecto. Podemos existir como también no existir, no tenemos causa, somos contingentes.

“Aquel momento fue extraordinario. Yo estaba allí, inmóvil y helado, sumido en un éxtasis horrible. Pero en el seno mismo de ese éxtasis, acababa de aparecer algo nuevo: yo comprendía la Náusea, la poseía. A decir verdad, no me formulaba mis descubrimientos. Pero creo que ahora me sería fácil expresarlos con palabras. Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que algunos han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí mismo. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, y en consecuencia, la arbitrariedad perfecta. Todo es arbitrario, veleidoso: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar […]; eso es la Náusea.”

Para llegar a estas conclusiones filosóficas Sartre no se molesta en crear una historia interesante o entretenida, sino más bien degradativa: es un proceso de descomposición. El personaje va perdiendo poco a poco lo único que lo protege contra La náusea: el amor de una mujer, sus vínculos sociales y el proyecto de su libro. Es un novela filosófica, más que literaria, que Sartre formula de forma inteligente, concepto a concepto, hasta llegar a una devastadora conclusión.

“…para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara. Pero hay que escoger: o vivir o contar. Cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos […] El pasado es un lujo de propietario.”

¿Encuentra Sartre alguna forma de aliviar este malestar terrible? Una de las posibilidades que la novela explora es la idea del conocimiento como tabla salvadora, idea que aparece personificada en el personaje del ‘Autodidacto’, un personaje absurdo que se ha propuesto leer todos y cada uno de los libros que hay en la biblioteca en riguroso orden alfabético, independientemente de la materia del libro y, lo que es más triste, de si le interesa o no. Es una sátira clara, y se muestra claramente cuando este mismo personaje es expulsado para siempre de la biblioteca por intentar acariciar a un muchacho adolescente.

¿Y el amor? ¿Acaso aquí hay un bálsamo para el dolor de vivir? Me temo que tampoco. Anny, antigua pareja de Roquentin, irrumpe hacia el final de la novela simplemente para confirmar que no hay posibilidad de refugio en el otro, que tampoco a través de las relaciones personales se puede encontrar significado o trascendencia. Pero hay esperanza, en los últimos párrafos se esboza tímidamente la posibilidad de que el arte -y la escritura concretamente para el protagonista- pueda ser, en cierto modo un paliativo para el problema de la náusea existencial.

La lectura de esta novela puede resultar árida y deparar pocas satisfacciones inmediatas al lector, pero vale la pena insistir y atravesar el denso velo de las palabras, quizás así lleguemos a la misma epifanía que sugiere Roquentin en uno de los pasajes más memorables de la novela: la Náusea soy yo.

“Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad. Me dejé ir hacia atrás y cerré los párpados. Pero las imágenes, en seguida vigilantes, saltaron y vinieron a colmar de existencias mis ojos cerrados: la existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar.[…] Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las que probé se han soltado y ya no puedo imaginar otras... Solo y libre. Pero esta libertad se parece un poco a la muerte.”

2 comentarios:

  1. https://disidentia.com/masoquismo-moralizante/

    https://disidentia.com/category/obsesiones/infantilismo/


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    1. Gracias por el vídeo que me enviaste y por los enlaces al blog, últimamente no tengo demasiado tiempo pero intentaré echarles un vistazo en cuanto pueda. Bienvenido por estos lares, un saludo.

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