sábado, 24 de agosto de 2019

Escribo para construir un edificio de palabras tan alto que tenga tiempo de olvidarme de mí mismo durante la caída.

Borracho a las dos de la madrugada. Dedos de harapo sobre el teclado, destellos neuronales perdiendo el equilibrio al borde del vaso, un fantasma paseando por el jardín salvaje. Ya empiezo a notar las habitaciones rotas de la resaca, la gotera de sangre zozobrando en mi tejado existencial, la pólvora ardiendo en el corazón del pájaro azul, la vida real preparando para mañana su cruel emboscada.

Voy a la cocina a por la segunda botella de vino. Al sentarme de nuevo frente al teclado el ordenador hace un ruido extraño y se apaga, la oscuridad me ilumina con su pesimismo. Hasta las máquinas se rinden con un estertor de cansancio, vivimos en medio de un naufragio pragmático, entre la náusea y la violencia del abandono. Por eso el arte resulta tan incómodo: provoca el fetichismo de los requiems, el vértigo lúcido, un apetito suicida ante el harapiento placer efervescente del exabrupto poético. Buscamos el exilio interior para, de alguna manera, convertir la melancolía en un cuchillo con el que rasgar la página en blanco y así arrojar, en un gesto de perversidad y candidez romántica, el reloj contra el suelo.

Observo por la ventana de mi habitación las sábanas tendidas de mis vecinos, como se cogen de la mano formando figuras de tiza. En medio de esta soledad, ¿hay algo que importe? ¿Qué sentido tiene la nostalgia que sienten mis cicatrices por tu cuerpo? Ya no quieres mancharte conmigo, compartir tu frío, parafrasear en medio de la fricción a Clementine y Joel. Ahora, perdida la belleza, ¿qué nos queda? Apenas un mapa de caricias borroso, canciones pasando hambre en las manos equivocadas.

Me tumbo en la cama y cierro los ojos. Tu recuerdo sigue golpeándome. Me dejo llevar e imagino mis dedos acariciando de nuevo tus interiores, susurrándote obscenidades al oído hasta que pierdes el control de tu carne escarchada; me imagino rasgando tu ropa y follándote como si estuviera profanando una iglesia, tu coño brillando como una tormenta en mitad del océano.

             Unos minutos después el placer me sacude con su latido afilado e intenso; el orgasmo que lleva tu nombre y tiene vocación de genocida se empieza a secar sobre las sábanas. Por desgracia, hasta las pasiones desubicadas tienen fecha de caducidad.

4 comentarios:

  1. Siempre me ha gustado como escribes la "decadencia", lo incómodo de la soledad o de los monstruos que nos habitan o nos rodean...

    Y aunque casi extintos en esta plataforma, ¡aún resistimos!

    Saludos

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    1. Gracias por pasarte por aquí 😉 Sí, resistimos, aun quedamos unos pocos locos escribiendo por aquí; menos mal. La decadencia… sí, tengo alguna entrada de ese tipo, pero también escribo de política, reseñas de libros, series, un poco de todo. La variedad para no aburrirme de mi mismo, quizás ahí radica mi truco para mantener un poco de motivación xD. Un enorme abrazo bella dama.

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  2. Ufff que fuerte !! la vida es una emboscada cada día pero a pesar de todo vale la pena vivirla ..Y así con los recuerdo grabados en la piel y en el alma mejor. Un beso y gracias por visitarme y volver a encontrarnos.

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    1. La vida tiene sus éxtasis y sus abismos, lo importante es mantenerse estoico y frugal ante ambos. Gracias por pasarte por aquí, ¡Un abrazo! 😉

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