Últimamente estoy muy cansado. El insomnio. El stress. La falta de talento. La falta de una musa. La falta de trascendencia. La falta de futuro. Cierta nostalgia mal entendida. La falta de sentido. Decía Camus: “Perder la propia vida es una nimiedad, pero perder el sentido de la vida, ver cómo desaparece nuestra lógica, es insoportable. Es imposible vivir una vida sin sentido". Imposible no es, puede resultar difícil, desesperante y cruel, pero no imposible. El ser humano se acostumbra a todo. Vivimos padeciendo limitaciones propias y ajenas. Vivimos en el humus de la mediocridad. Vivimos con la imagen tranquilizadora del suicidio. Vivimos con los pies fríos. Vivimos dentro de canciones, libros y personajes de ficción, y esa infantil idealización de la realidad no nos prepara para relacionarnos con personas incapaces de emocionarse más allá del hedonismo más trivial. Esa es la herida. Esa es la bestia que ladra desde el fondo de nuestros anhelos. Nos masturbamos en soledad, compulsivamente, dejándonos el recuerdo en carne viva. Suspiramos y luego olvidamos. Buscamos la perdida euforia adolescente. Leemos libros de autoayuda. Y nada de eso evita que canibalicen nuestros sentimientos y los transformen en algo que evitamos mirar en el espejo. El hueco, la hoja en blanco, el invierno cancelado, el réquiem perfecto, el desorden febril de una ausencia, el hambre, el sabor metálico de la boca nada más despertar, el aullido. Nos escondemos en excesos para no exponer nuestros pedazos, nos burlamos de las cicatrices como táctica disuasoria. Pero no hablemos de heridas, hagámoslo de fracturas: son más feroces, más definitivas, menos evidentes. La fractura es la ceremonia del adiós. Es una frontera inútil. Es más tiempo para desgastarnos y magullarnos. Es un escenario donde el público tolera nuestra tristeza siempre y cuando no perdamos nuestra impostura de río congelado. Recordad: el amor está condenado a la muerte, como todo lo humano, no importa si lo transformamos en un campo de batalla o en una señal de auxilio.
Es bonita tu entrada de hoy, aunque no hayas hecho reseña de ningún libro en concreto y solamente de aspectos de la vida
ResponderEliminarBesos.
Mi blog es un barco a la deriva en el inmenso mar de mi inapetencia literaria, pero cuando surge el antiguo rostro del decadente hay que aprovecharlo, no podemos sobrevivir por aquí solo con reseñas, ja, ja, ja. ¡Un abrazo!
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ResponderEliminarHe leído con interés tu comentario y tus poemas, te agradezco que te hayas tomado la molestia de compartirlos conmigo. Tu frase de “Puedes protestar lo que quieras, pero lo cierto es que el amor de Dios está sobre ti, no lo rechaces.”, me ha resultado muy llamativa; no creo que nunca vaya a recuperar la fe, mi ateísmo o nihilismo existencial -llámalo como quieras-, es una de las pocas cosas que de las que me suelo congratular en soledad. Las respuestas filosóficas -concretamente las que vienen del estoicismo y el existencialismo-, pueden parecer inútiles e incluso mezquinas ante la fe en un poder supremo al que debemos la vida y que contiene todas las respuestas y anhelos, pero en mi fuero interno, aunque me cause infelicidad, prefiero seguir pensando que estamos solos y que nuestra trascendencia depende solo de nosotros, la vida como oportunidad, la muerte como final total de todo. Temas complejos. Te has convertido al cristianismo, has conseguido cierta paz, orden en tu caos interno, enhorabuena. Para mí, insisto, sería como una rendición, no podría aceptarlo nunca. Cuídate.
EliminarMe está gustando la temática de las entradas. Empiezo a entender la razón del nombre Roschach Kovacs. Se parece al personaje de Watchmen. Y la visión del mundo de estas entradas, están en consonancia con él. Saludos, enhorabuena por el post.
ResponderEliminarHola de nuevo. Sí, exacto, mi idea al comienzo del blog era, de alguna forma, mostrar el desconcertante nihilismo extremo de Rorschach, uno de mis personajes favoritos de ficción. Supongo que se me fue de las manos, quizás la escritura ha sacado más oscuridad a la luz de la necesaria. La decadencia, el descreimiento, el esclavismo asalariado, la frialdad de una mujer cuando deja de estar enamorada y te conviertes a sus ojos en un mueble insidioso del que necesita deshacerse, la soledad, la decrepitud de cumplir cuarenta años sin un atisbo de trascendencia, la falta de sentido de todo, la necesidad de escribir, de buscar algo más de un día que es una repetición monótona del día anterior, de la semana anterior, del año anterior. Todo eso te golpea, y, sin embargo, no es el quietismo lo que vence, lo que sale a la luz, sino una especie de rebeldía, el canto del fracasado que se desliza entre los muros de su prisión.
EliminarUn saludo.