Tengo por el blog pululando esta entrada sobre películas y series donde dejo patente mi fascinación los vampiros, de hecho aunque True Blood tuvo una primera temporada soporífera no desistí y seguí viéndola. Pero con CV sucedió algo extraño, cuando en 2011 sacaron la primera temporada recuerdo ver el primer capítulo y descartarla inmediatamente: Stefan, su protagonista, me parecía anodino y sin carisma, y supongo que no tenía ganas de ver un remake de Crepúsculo en formato serie. Es cierto que algunas personas a lo largo de estos años me hablaron de ella, del personaje de Damon, y me recomendaron verla, pero tenía mis prejuicios perfectamente engrasados y pasé del asunto. Hasta que, en noviembre del año pasado, aburrido y apático, me bajé algunos capítulos de Legacies sin saber qué era (un spin-off de The Originals, que a su vez es una serie derivada de CV) y me hicieron gracia. Una amiga me sugirió entonces que viera The Originals porque tenía una temática más adulta y, además de dejarme sus cinco temporadas, me deslizó la primera de CV en plan: “Oye, tú dale una oportunidad, total, lo que te sobra ahora es tiempo”. Y fue así como volví a verme el primer capítulo, y aunque las sensaciones fueron las mismas que la primera vez decidí ver algunos más. Recuerdo que fue justo cuando llegué al sexto cuando la serie me sorprendió por primera vez. Ya se vislumbraba el carisma de Damon en los anteriores, pero fue en este dónde Ian Somerhalder empieza a explotar a su personaje, convirtiéndole en un Lestat retorcido, romántico, cruel y carismático. La escena del baile con Vicky con “Enjoy The Silence” de Anberlin de fondo, en la que termina matándola para convertirla en vampiro por puro aburrimiento es genial. Ahí empieza a alternarse la historia cursi y almibarada con pinceladas de sadismo, gore, cliffhanger casi en cada capítulo, y esa urgencia característica de la serie por abrir y cerrar tramas llevándose por delante a unos cuantos personajes secundarios (y principales) en el proceso. Lo que terminó de engancharme fue otra sorpresa que dejó en evidencia mi ingenuidad: en el episodio 19, Damon baila con Elena, una escena romántica con Within Temptation de fondo (se cuida mucho la banda sonora) y es ahí cuando te das cuenta de que existe un triángulo amoroso que será el leitmotiv de las siguientes temporadas. A partir de la segunda temporada la serie va a más, se hace mucho más oscura y violenta, se amplía su mitología, conocemos a la familia Original de vampiros (de ahí nace el spin-off), hay brujas, hombres lobos, fantasmas, mediums… todo un universo coral lleno de misterios, con villanos carismáticos y llenos de matices que se presentan al principio y final de cada temporada, como Klaus y Katherine (uno de mis personajes favoritos).
Naturalmente en ocho temporadas hay espacio para altibajos. Yo diría que las segunda y la tercera son las mejores, la cuarta ya presentaba problemas y subtramas cansinas, pero también algunos de los mejores arcos argumentales. La quinta es la más floja, con tramas sin sentido (¡¿científicos experimentado con vampiros?!) pero Katherine tiene un mayor protagonismo, con algunos de los mejores episodios de la serie, y los problemas de Damon-Elena salvan la temporada. La sexta empieza muy floja pero poco a poco mejora. Kai es uno de los mejores villanos que ha dado la serie, y las nuevas sinergias que se crean entre los personajes (además de las subramas como los Herejes) mejoran el cómputo global. Me advirtieron de que la séptima era el principio de la decadencia, entre otras cosas por la ausencia de uno de los protagonistas, sin embargo, los guionistas supieron dar un paso adelante, se atrevieron a cambiar el status quo, la dinámica de serie, y mostrar las consecuencias en dos líneas temporales diferentes; hay ideas estrafalarias, pero es un reset que llenó de frescura la serie cuando más lo necesitaba. En contrapartida la octava es basura, y aunque quedé muy satisfecho con el final, el último capítulo no logra salvar una temporada repetitiva y nada interesante. Es extraño el terrible bajón de calidad que tuvo teniendo en cuenta que los guionistas ya sabían que iba a ser la última, pero, ¿deberíamos de perder el buen recuerdo de una serie de 171 capítulos por sus últimos dieciséis? No, eso sería absurdo y estúpido.
Cuando algo me gusta soy obsesivo y por eso me leí los libros en los que, teóricamente, se basa. Como curiosidad salieron bastante antes que los de Crepúsculo, entre 1991 y 1992. Esta primera tetralogía se deja leer porque es la introducción de personajes y toda la trama de Katherine Pierce, y son muy, muy cortitos, menos de doscientas páginas, pero lo gracioso es que los personajes no tienen mucha relación con la serie: Elena es rubia, y su personalidad es más parecida a Caroline que a la tímida y apocada Elena de la serie, además en la serie le añaden un hermano adolescente que no existe en los libros; Damon apenas aparece en los dos primeros y la trama se reduce a abrir la tumba donde yace Katherine, y a un Klaus plano y sin personalidad que aparece en las dos últimas páginas del tercer libro. Resulta evidente que los guionistas de la serie metieron los libros en una bolsa de basura y los tiraron al contenedor sin prestarles demasiada atención. El problema para los jóvenes e ingenuos lectores es que L. J. Smith ha querido aprovecharse del auge de la serie para seguir publicando más libros y, por desgracia, en veinte años no ha mejorado su estilo, de hecho se podría afirmar que ha empeorado. Me leí su primera trilogía sobre Damon (2009-2011), pero era tan insustancial, aburrida y lamentable que la terminé solo por pura cabezonería, fascinado por tener en mis manos mil quinientas páginas de absoluta mediocridad, fraude literario, descontrol de tramas y una ausencia flagrante de talento. Resulta sorprendente que después de pergeñar semejante despropósito haya escrito dos trilogías más, además de una versión de los diarios de Stefan que va ya por su sexto volumen. Ah, los misterios de la novela juvenil y sus sagas infinitas.
Creo que una buena forma de medir la calidad de un producto audiovisual es su capacidad para emocionar. Crónicas Vampíricas puede que no sea la mejor serie del mundo, de hecho, si no te gustan los vampiros ni la cursilería romántica adolescente es posible que te parezca atroz y aburrida. Pero a mí me ha emocionado en muchos, muchos momentos, y creo que en conjunto es una serie fabulosa, vibrante, valiente en sus giros de guión, con esa generosa urgencia por terminar tramas, empezar nuevas y crear un universo expandido a través de más y más personajes secundarios, con sus continuos cliffhanger y con unos guionistas que, sobre todo en la 2 y 3 temporada, alcanzaron cuotas de creatividad muy altas. Por tanto, mi más sentido homenaje y gratitud bloguera a Julie Plec (directora y productora), Nina Dobrev (Elena Gilbert y Katherine Pierce), Ian Somerhalder (un maravilloso Damon Salvatore), Paul Wesley (Stefan Salvatore), Katerina Graham (Bonnie Bennett) y Matthew Davis (Alaric Saltzman) por acompañarme durante estos últimos cuatro meses y ayudarme a lidiar con mi sempiterna apatía.
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