La
última novela de David Trueba narra el viaje de Dani Mosca, un cantante que, un
año después de la muerte de su padre, se propone cumplir su voluntad y traslada
su féretro de Madrid a su pueblo natal. Tres, quizá cuatro, horas de coche que
le permiten hacer un repaso a su vida desde la infancia. Una biografía que, en
su caso, ha sido crecer sin un suelo, tanto como músico autodidacta, como de
ser emocional en la eterna dicotomía de la idealización y la realidad, de la
ciudad y el pueblo, la infidelidad y la lealtad, ser padre de familia o músico.
Dani Mosca se crea a sí mismo a través del conflicto emocional con su padre,
con una madre que el alzhéimer le arrebata muy joven, con las primeras amistades,
la música como modo de ordenarse y con la atracción amorosa, epicentro y
desequilibrio, droga, refugio y, al final, sonido de sirena de ambulancia a lo
lejos, en propias palabras de su autor.
Todos
los libros de Trueba están cortados por el mismo patrón: amistad, amor,
conflicto generacional, sueños y fracasos existenciales. No hay mucho espacio
para la épica, solo una realidad edulcorada, quizás infantilizada, y llena eso
sí de grandes pinceladas de humor. También existe esa idealización de la
amistad masculina: ahí donde fallan las relaciones sentimentales, siempre queda
el hombro del amigo. Al estilo “Cuatro amigos” no falta la reflexión final: “Amigos nada más, el resto es selva. Caí en
la cuenta de que la gente más valiosa en mi vida es la que me ha empujado a
fabricar unos ideales, puede que ficticios, pero tan hermosos que da gusto
jugar a que existen, apostar por ellos, cangar sobre ellos, soñar con ellos o
echarlos rabiosamente de menos cuando se te han escapado y te va la vida en
recuperarlos. ¿Por qué no? Ahí empieza todo”.
Hay
otro momento en el libro donde el protagonista afirma que el pasado está posado
sobre nosotros como el polvo sobre los muebles. Y de eso va la novela, una vez
más, del pasado, de los recuerdos, de buscar la madurez cuando solo existe el futuro,
de buscar la serenidad, incluso la reconciliación, cuando empieza a existir
solo el pasado.
El de Trueba es un estilo sencillo, sin grandes estridencias,
primera persona del singular y sin diálogos, que párrafo a párrafo va
desgranando pequeñas intimidades de los pocos personajes que pueblan sus
páginas. Terreno cotidiano, sin cinismo ni pornografía sentimental. Se hace
cómodo entrar en esa dinámica, en el rollo sectario de los músicos, los tópicos
simplistas, la historia lenta a lo Nick Hornby en “Juliet, desnuda”, que te va
ganando por la simple acumulación de anécdotas y páginas. Y quizás ahí está un
poco el problema: cuatrocientas páginas dan para mucho, y no todo es bueno, quizás
a algunos les resulte tedioso aventurarse más allá de la página cien. Pero para
los que nos gustaron las novelas anteriores resulta una perfecta extensión de “Cuatro
amigos” dentro de su contexto ochentero y musical. Entre lecturas más densas
cumple con corrección su labor de entretener.
Novelas:
Abierto toda la noche
(Anagrama, 1995).
Cuatro amigos (Anagrama,
1999).
Saber perder (Anagrama,
2008).
Madrid, 1987 (2013).
Blitz (Anagrama, 2015).
Tierra de campos
(Anagrama, 2017).
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