Creo que el problema principal que todos tenemos, y del cual beben todas nuestras crisis existenciales, da igual cuando nos alcancen, es la falta de trascendencia. Es una frustración latente en una esquina del cerebro que aparece cuando menos te lo esperas, puede ser de vacaciones en un resort de lujo cuando desacostumbrado al tiempo libre te pones a pensar en tu vida, puede aparecer también cuando cumples años, cuando te abandona el tercer amor de tu vida, cuando has culminado con éxito un gran proyecto personal, pero una semana después cuando la euforia ha desparecido te sientes vacío de nuevo, o en pleno insomnio a las cuatro de la madrugada; y lo que sientes es frustración, anhelo, necesidad de legado, de significado vital.
Sería lógico pensar que allá afuera hay muchas formas de afrontar la vida y encontrar esa trascendencia, y por tanto la solución es fijarse un poco más en los demás; pero siempre me ha dado la impresión que la mayoría de la gente está obsesionada en promover una integración homogénea y grisácea de postulados y prioridades ya establecidos, es decir, ser una burda copia de los demás en una sociedad que no tiene en cuenta sus potencialidades personales. La paradoja es que luego desean diferenciarse en las cosas más superficiales, un proyecto de vida basado en presumir de sus compras compulsivas, su coche, su ropa o las caras vacaciones que realizan a lugares exóticos y cuya moda va permutando cada año. Mi reduccionismo, ¿está provocado porque la gente me aburre o porque me resulta demasiado esfuerzo salir de mi zona de confort? Quizás las dos cosas. El otro día quedé con un grupo de diez personas que conocí a través de un grupo de WhatsApp de actividades por Madrid, la tecnología ayudando a los ineptos sociales. No estuvo mal, pero tampoco creáis que mi risible y endeble atalaya es lo único que alimenta mi cinismo, lo cierto es que a mí edad es más complicado hacer amigos; claro que puedes encontrar gente afín que le emocionan las mismas cosas que tú consideras importantes, incluso que entiendan el estado anímico de mierda en que habitualmente estás, pero al final tiendo a que las cosas se disgreguen. Con las mujeres es diferente, el aliciente del sexo es lo único que logra superar mi tedio cortoplacista.
De hecho, la semana pasada conocí a una mujer gracias a una aplicación de ligoteo: un poco de charla, intercambio de teléfonos, de fotos, de opiniones. Todo muy aburrido. Pero ahí estaba la necesidad sexual pujando en mi interior, la imaginación forzando imágenes de los dos desnudos, sudando, esforzándonos por llegar al cisma, a esos segundos de placer en los cuales nada importa, al soma de la otredad. También hay que tener en cuenta la reafirmación personal: alguien aceptando tu cuerpo, tus taras físicas, tus fluidos. Antes era más complicado pero a la vez más satisfactorio, el romanticismo llenaba de trascendencia un acto físico de celo sempiterno; convertía un confuso acto de necesidad animal en algo más; hacía más fácil perpetuar nuestros genes, esclavizar nuestro futuro por un linaje genético aceptable, salir de nuestra isla de soledad para proyectar un plan socialmente aceptable.
Al final quedé con esa mujer. Vivía sola, cuarenta años, soltera desde hace año y medio, sin hijos, de belleza insulsa. Todas sus piezas mentales parecían correctas, aunque previsibles: un poco feminista, un poco de izquierdas -aunque no fue a votar en las últimas elecciones-, teleoperadora a pesar de haber estudiado una carrera de integración social, con un ligero rencor hacia los hombres que disimulaba presumiendo de ir al cine o de vacaciones sola. Las mierdas habituales. Como decía, todo este sobreesfuerzo era por pura necesidad sexual, algo en lo que también coincidimos porque después de algunas cervezas me invitó a su casa. Aunque acepté, creo que una parte de mí estaba más interesada en poder contar algo al día siguiente que en la experiencia en sí.
Ahora tocaría un poco de narración erótica, pero fue un polvo bastante aburrido. Estoy acostumbrado a follar fuerte y duro, que escrito así parece que me creo Christian Grey y no salgo de casa sin mi fusta y las esposas a juego, pero no encuentro otra forma de resumirlo. Ella, sin embargo, tendía más a un romanticismo de misionero silencioso, una gestión más suave y lenta, con besitos en el lóbulo de la oreja. Lo molesto de la falta de afinidad sexual es que sueles descubrirlo cuando ya estás desnudo encima de la otra persona.
Recuerdo que hace años leía el blog de una chica que estaba obsesionada con tener pareja, escribía bastante bien y contaba con pelos y señales todas sus frustrantes aventurillas sentimentales. Escribía casi a diario, y un día tuvimos una pequeña discusión porque le dije que escribir de forma compulsiva era un síntoma claro de insatisfacción, o al menos una de las causas más evidentes. Ella, naturalmente, lo negó, pero unos meses después conoció a alguien especial -además de forma muy romántica y apasionante, en mitad de una viaje que se había organizado sola por EEUU-, y fue dejando progresivamente de escribir. A ver, seamos sensatos, ¿quién tiene tiempo para recordar todas las banalidades cotidianas del día, cuando estás demasiado ocupada siendo feliz? Recuerdo que antes de encontrar el amor escribió una frase entre el pesimismo y la broma indulgente: “Tengo miedo de acabar vieja y sola, morir y convertirme en comida para mis perros”. Seguramente no era su intención pero guardaba reminiscencias con la película ‘Soylent Green’. A mí no me preocupa demasiado, creo que al final lo de tener pareja es solo una distracción, algo que tiene la potencialidad de ser positivo o negativo en tu vida, depende de a quién escojas, pero que no puede, a medio y largo plazo, solucionar el problema que planteaba al principio: la falta de trascendencia. Y no, los hijos no cuentan, son solo otra distracción necesaria para la perpetuación de la especie, pero de un esclavismo brutal y adocenado.
Pero sí, la falta de trascendencia, de pudor existencial, la incapacidad de dotar a nuestra vida de significado real, ese es el mayor problema, eso es lo que nos rechina, eso es lo sentimos cuando conseguimos aquello que nos venden como felicidad y nos damos cuenta que ha sido solo una burda distracción que nos frustra aún más. Pasan los años y nos convertimos en sonámbulos, olvidamos nuestros sueños y pasiones, nos reducimos y rendimos, nos adaptamos al ‘sálvese quien pueda’ de una sociedad que nos obliga a sobrevivir y vivir al día, desalentando nuestro interés en asuntos de improductiva metafísica. Pero aun así, en nuestro fuero interno, como decía al principio, la intrascendencia nos alcanza y nos condena. Nos hace infelices. Nos mata lentamente. Nos convierte en comida de perro.
Vaya, cuanta intensidad, tendréis que perdonarme, me he
dejado llevar. No me hagáis caso, estamos vivos, ¡muy vivos!, con un montón de
cosas importantes por hacer en este jueves vulgar de principios de agosto. De
hecho, voy a dar ejemplo, dejaré de escribir y limpiaré el arenero de mi gata; parece el lugar más razonable -entre la mierda- para empezar a buscar un poco de mi perdida trascendencia.
Enhorabuena por el post. La maldita jungla de asfalto que nos lleva inoperoantes entre pequeños logros personales que son intranscendentes al día siguiente. No hay nada de trascendencia en los sueños, ese es el gran engaño. Soñar es gratis, pero no es productivo.
ResponderEliminarPuedes desempeñar un rol en la jungla que te va arrinconando y reduciendo, pero no podemos lamentarnos tratando de imaginar otra realidad distinta. La mayoría de las veces pienso que la trascendencia es una lucha contra uno mismo.
Saludos.
Gracias a ti por pasarte por aquí y leerme. La trascendencia es una lucha contra una sociedad que nos moldea en un capitalismo alienante, que prioriza la productividad, la competitividad, el aislamiento. Con las cartas marcadas y las prioridades decididas de antemano es difícil cambiar tu forma de pensar y dar más importancia, por ejemplo, a tocar un instrumento musical que a seguir ganando dinero haciendo horas extra. Veo a mucha gente machacando su salud por conseguir dinero. Veo mucha hipotecando su tiempo, con tarjetas de crédito, con la subscripción Premium de Amazon, o las visitas al Primark cada vez que se sienten deprimidos, y ahí está la clave, ¿por qué siempre nos sentimos deprimidos, cansados, insatisfechos? No sé si la trascendencia es como dices “Una lucha contra uno mismo”, pero tengo la creencia -ingenua u optimista, eso ya lo dejo a tu criterio-, de que deben de existir otras formas de gestionar nuestra existencia que no dependan tanto del exterior, y sí de cultivar nuestro interior. La filosofía ayuda a encontrar otras formas de satisfacción personal, pero para ello hay primero que rebelarse ante el statu quo que nos han impuesto.
EliminarUn saludo.
Nos están convenciendo de que somos seres líquidos,contingentes,sustituibles por otro clon igual que nosotros que no aporta singularidad. En general molesta lo específico porque hace inservible el procedimiento general y requiere el trabajo de la consideración particular. Preferimos islas de segregación donde aparcar lo anómalo o simplemente raro o distinto.
ResponderEliminarEn mi opinión trascendencia no es ser portada del periódico aunque determinados delincuentes optan por el delito precisamente para eso, sino ser significativos, distintos, peculiares en nuestra vida normal y escribir es un camino hacia ello aunque solo nos lean diez seguidores.
Hay una secta de un tipo llamado escrivá que propuso la santidad en la vida ordinaria. Es una secta en muchos casos tan perniciosa que apuesta por la abstinencia en lugar de por el polvo salvaje (ni siquiera por el misionero) pero hay que reconocer que esa idea de reivindicación de la excelencia en la normalidad resulta altamente atractiva, joder si me tienes que echar un misionero echalo pero al menos que te recuerden como el misionero que me hizo encoger los meñiques y robo el estomago por segundos, no como el polvo más aburrido del mundo.
Textos como este tuyo,me reconcilia con el mundo del post en este misionerismo blogueril en el que estoy inmerso por culpa de mi desidia.
Mil abrazos
El ansia de notoriedad es un mal vicio, como la masturbación para un católico, algo que anhelas pero te esfuerzas en esconder; gracias por la lectura, el comentario y la mención 😉
EliminarYo también me veo abocado continuamente a la desidia; de hecho suelo caer en mi particular versión del misionerismo blogueril (que sería reescribir post antiguos o regurgitar viejas ideas). Hace años descubrí que no se puede esperar a tener ganas de escribir o una gran idea para actualizar el blog -contexto literario bastante condescendiente con cualquier aportación-, la única manera es mantener una rutina diaria, ser exigente contigo mismo y ponerte delante de la página en blanco hasta que surja algo. Es desalentador pensar que casi siempre los primeros diez minutos delante del teclado los gastas buscando excusas para hacer otra cosa xD Luego ya sí, parece que tu cerebro se rinde y piensa: “Vale, no nos podemos librar de esta situación, vamos a elucubrar cualquier cosa rápido para poder pasar a otro tipo de actividad menos cansada”. Así de jodido es mantener esta afición. Creo que solo se salvan los obsesivos, aquellos que necesitan pasar todo por escrito y pretenden -ingenuos-, dedicarse a ello, o tienen una energía inagotable para todas sus aficiones. Aunque como decía Paul Auster -frase que reinterpreto hasta la extenuación-: “Escribir no me ha especialmente feliz, pero mis días son peores si no lo hago”.
En cuanto al tema de la trascendencia, ya sabes que soy muy fan de los ensayos, y cada vez que cae uno en mis manos -filosofía, historia, economía, social, política-, sobre estos temas los devoro y luego los vuelco en mis reflexiones. Ahora estoy con este libro, por si te interesa: https://www.epublibre.org/libro/detalle/49381
Y nada, gracias por tu reflexión, disfruta de tus vacaciones, y luego intenta actualizar más a menudo, ya sabes que te leo siempre, aunque sea un cabrón desidioso con los comentarios. Pero tampoco te quites méritos: tienes tres blogs, eso no está al alcance de todo el mundo, ¡Un abrazo!