En ‘Imperio Final’ seguimos el papel que desempeña la aparentemente desamparada Vin, una superviviente de las calles que ha acabado formando parte de una banda de delincuentes y que pertenece a un pueblo campesino esclavizado por la nobleza conocido como los skaa. La acompañaremos durante casi setecientas páginas mientras descubre sus poderes alománticos y toma parte en una conspiración para acabar con el terrible Lord Legislador, una suerte de divinidad que gobierna desde hace siglos todo el mundo conocido utilizando a los misteriosos y siniestros inquisidores, figuras con clavos en lugar de ojos cuyo control de esta alomancia parece sobrehumano.
Kelsie, un nacido de la bruma, es decir alguien capaz de dominar las diez ramas de la alomancia frente a los brumosos que solo pueden practicar una de ellas, ha decidido liberar a los skaa y de paso acabar con este Lord Legislador, para lo que no dudará en entrenar a Vin y enseñarle todo lo que sabe. No obstante, sus planes son un poco más descabellados de lo que deja entrever en un principio.
Kelsie, un nacido de la bruma, es decir alguien capaz de dominar las diez ramas de la alomancia frente a los brumosos que solo pueden practicar una de ellas, ha decidido liberar a los skaa y de paso acabar con este Lord Legislador, para lo que no dudará en entrenar a Vin y enseñarle todo lo que sabe. No obstante, sus planes son un poco más descabellados de lo que deja entrever en un principio.
La trama a priori parece simple e infantil: una serie de personajes de escasa importancia se revela contra una gran figura de poder y con el sistema que le rodea. Se trata de una fórmula que ya ha repetido en varias ocasiones y que forma parte de títulos como ‘El aliento de los dioses’ o la novela juvenil ‘Steelhearth’. Sin embargo, para enriquecer toda esta historia y este universo ha desarrollado uno de los sistemas de magia más interesantes que ha visto la fantasía moderna: la alomancia es la verdadera protagonista de toda la saga, una suerte de alquimia corporal que los brumosos y los nacidos de la bruma pueden realizar ingiriendo y después quemando ciertos metales en el interior de sus cuerpos para obtener poderes como manipular las emociones, empujar y atraer metales o potenciar sus capacidades físicas, entre otras. Lo divertido como lector es ir aprendiendo cómo funciona este curioso recurso que Sanderson explota hasta sus últimas consecuencias, y que le permite escribir algunas de las escenas de acción más brillantes dentro del género.
De hecho en ‘Imperio Final’ todo parece haber sido pensado para resultar grandioso sin perder credibilidad. Incluso se permite el lujo de incluir un epílogo en el que, a la manera de la novela policiaca, ata los posibles flecos sueltos y aclara ciertas licencias creativas. Probablemente ‘Nacidos de la Bruma’ sea una de las mejores obras para adentrarse en el trabajo de Brandon Sanderson, no solo por el claro ejemplo arquetípico de su obra, sino también por las opciones que abre a nuevas lecturas a través del resto de la saga y secuelas.
En cuanto al lenguaje, más que pulido resulta sencillo, efectista. A lo largo de toda la obra su estilo funciona como una mera herramienta que sacrifica su calidad a favor de la espectacularidad de la trama. Con Sanderson no tenemos nada de la emotiva prosa épica de otros escritores como Patrick Rothfuss, ni una voz propia, cínica y refrescante como la de Joe Abercrombie, ni veremos una trama retorcida, brillante y plagada de giros inesperados a lo George R.R. Martin, pero tendremos escenas y situaciones tan espectaculares y vistosas que no tendremos que esforzarnos demasiado para mantener la atención y visualizar en todo momento lo que ocurre. Ya es a gusto de cada cual opinar -con cierto cinismo- que eso explica su éxito comercial, y que parte de su talento se difumina al limitarse a crear un artificio espectacular y refulgente pero que esconde cierta vacuidad y linealidad.
¿Mi opinión? Brandon Sanderson es a la fantasía épica lo que la saga Fast & Furious o Misión Imposible a las películas de acción: no son obras de arte pero cumplen sobradamente su cometido de entretener. Ya elegirá el lector otro momento para leer a Thomas Mann o Dostoievski. O tal vez no.
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