Ottessa Moshfegh, escritora norteamericana de ascendencia croata e iraní, irrumpió en el panorama editorial gracias a Mi nombre era Eileen una obra deslumbrante y subversiva que alcanzó cierta notoriedad al quedar finalista del Man Booker Prize en 2016. En ‘Mi año de descanso y relajación’, tercera novela, su narrativa existencialista alcanza su máxima expresión a la hora de diseccionar el atípico universo femenino de sus protagonistas. La excusa argumental se centra en una joven neoyorquina de veintiséis años que abrumada por un permanente estado de apatía decide emprender un radical proceso de hibernación consistente en atrincherarse en su exclusivo apartamento del Upper East Side y atiborrarse de pastillas para dormir.
A través de este inusual tratamiento contra la realidad pretende alcanzar una regeneración tanto física como espiritual que le permita seguir adelante en un mundo que cada vez tiene menos sentido para ella. Sin embargo, lejos de la ansiada purificación, lo que provoca es un aparatoso declive físico y mental. Dotada de un irreverente sentido del humor en el que no cabe lugar para la corrección ni la compostura, la novela de Moshfegh funciona como una especie de diario en el que la protagonista relata todo tipo de experiencias: hilarantes episodios de sonambulismo, surrealistas sesiones de terapia con una doctora que le administra fármacos de forma indiscriminada, breves encontronazos dialécticos con su amiga Reva, uno de los pocos personajes secundarios cuyas taras son también muy notorias y, por último, un repaso a los recuerdos más tóxicos y traumáticos de su existencia que explican en parte porqué ha tomado esa decisión.
Moshfegh revolotea entorno a las necesidades afectivas y las contradicciones de la soledad mientras satiriza la vida moderna de una urbe como Manhattan y vierte bilis sobre los artistas iluminados y amantes del arte snobs, los locales de moda, las galerías y los gurús de la opinión y las tendencias. Reclama para sí la desgana y apatía vital que los millennials hípsters habían acabado adoptado como simple pose, elevándola al lugar romántico en el que debe estar: el del malditismo de una vida y un futuro demasiado inaceptables como para no pretender huir de ellos. Es una novela sobre la fragilidad de la vida, lo fútil y lo que nunca termina de irse, la vanidad contra la mediocridad.
No es una novela para todo el mundo, a la mayoría le resultará aburrida, sin embargo a mí me ha enganchado el tono tragicómico, ese fatuo intento de sobrevivir a la depresión, de soportar la pérdida, de dejar de sentir para poder volverse “inmune a los recuerdos dolorosos”, que culmina al final de la novela chocando sin remedio contra la cruel y dolorosa realidad. Es una de las pocas lecciones que siempre se suelen aprender con la edad: no hay atajos.
Dejo enlaces a los libros en formato ePub en el primer párrafo.
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