miércoles, 28 de octubre de 2015

La rutina muchas veces se convierte en el hábito de renunciar a pensar.

Medriocre viene del latín «mediōcris, que significa 'medio', 'moderado', 'ordinario', 'indiferente'. Con esta definición casi todo es mediocre. Aunque también se aplica a una persona que no es demasiado inteligente, que no destaca por ninguna cualidad ni capacidad en lo que realiza. Leí hace tiempo que ese significado servía de contraposición al concepto de hombre idealista. El mediocre no tiene capacidad para usar su imaginación y forjar ideales para luchar por un futuro mejor. Por eso acepta la rutina, los prejuicios, forma parte del rebaño sin cuestionar nada. Es dócil, maleable, ignorante, carente de personalidad, incluso opuesto a la solidaridad. Como su vida se transforma en algo acomodaticio se convierte en alguien vil, cobarde y escéptico. No acepta ideas que no sean las tradicionales, las que ha recibido desde siempre. Debido a la envidia se enfrenta al idealismo, ya que sabe que su existencia depende de que un idealista no sea reconocido y no se coloque por encima de él.

Creo que todos coincidiremos en que hay mucha gente así a nuestro alrededor. Y aunque está claro que la mayoría no tiene el potencial genético para convertirse en un único y hermoso copo de nieve –genio, héroe, santo-, tampoco hay que eludir la sutil conspiración por parte del estado para convertirnos en ciudadanos mediocres. La educación es basura, se basa en memorizar como monos de feria durante años hasta el colapso del título universitario que solo sirve para limpiarse el culo. Solo internet ha democratizado la cultura. El capitalismo te mueve en otra dirección: consumir para superar la frustración y ansiedad que te causa un trabajo que te roba más de nueve horas al día. No se fomenta la lectura, ni la memoria histórica reciente, ni el interés por la política. Nos condenan a la ignorancia. Pan y circo. Futbol y cerveza. En cualquier caso, sí, estamos rodeados de mediocres. Posiblemente yo también sea uno de ellos, la única diferencia es que todavía puedo señalar los barrotes.

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En el artículo original, del cual pocos periodistas han sabido recoger todos los matices tirando como siempre por la desinformación y el titular sensacionalista, se indica que no habría “ninguna evidencia definitiva” de que la carne roja sea cancerígena. Los estudios en busca de una correlación entre el desarrollo de un determinado tipo de tumor y algunos hábitos alimentarios son muy complejos, y dentro del mismo grupo de expertos que trabajó en el informe de la OMS no hubo un acuerdo. Fue la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, parte de la OMS) la que ha introducido a la carne roja no procesada dentro de la lista de sustancias "probablemente cancerígenas", pero para entender exactamente a qué se dedica esta agencia añado una cita del profesor David Phillips, de Cancer Research UK, miembro de la IARC:

"La IARC se ocupa de la identificación de los riesgos, no a evaluar los riesgos. Esto significa que a la IARC no le importa en qué medida algo puede promover el desarrollo de un único cáncer, solo si lo promueve o no. Por ejemplo, pensemos en las cáscaras plátano: pueden causar accidentes, pero en realidad esto no sucede muy a menudo, además, el tipo de daño causado por pisar una cáscara por lo general no es comparable al causado por un accidente de tráfico. Sin embargo, en un sistema de identificación de peligros como el de la IARC, 'piel de plátano' y 'accidente de tráfico' terminarían en la misma categoría, ya que técnicamente pueden causar accidentes".

Al final, como siempre sucede en España, nos dedicamos más a hacer debates planos sobre pros y contra del vegetarianismo –que cada uno haga lo que le dé la gana-, y nos olvidamos de informarnos correctamente.

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La vida sentimental en general es una mierda. Es difícil encontrar a alguien que te cuide, respete, folle bien y además no tenga un lado oscuro que sacar en los peores momentos. Creo que ya he leído algún mensaje tuyo de antes. Mi consejo es que lo dejes. A fin de cuentas no me vas a hacer caso. Pero si tienes dudas es porque ya sabes la verdad, esa vocecita llamada instinto te dice que eso no tiene futuro, que lo único que puede suceder es que empeore. Es jodido. Las relaciones son una inversión brutal de tiempo, energía y confianza. Y uno se embarca en ellas a ciegas, sin saber quién es la otra persona que tiene enfrente. Me refiero a sus sutilezas, a cómo reacciona bajo presión, que sucederá cuando ya tenga suficiente confianza para dejar de esforzarse en mostrar su mejor imagen, cuando tengáis problemas y alguno tenga que ceder. A veces nos enamoramos de esos primeros meses, de la sensación de perfección química, de cierta esperanza Disney de encontrar la persona adecuada. Luego resulta que las mejores relaciones no son demasiado intensas, son más bien como un fin de semana de sofá y manta, algo clásico, divertido, de bajo calado, seguro. Como un libro de Murakami: el sexo y la muerte pasan de forma transversal porque la intensidad de su literatura se basa más en cierta sensación de ternura, de sabiduría zen, de calma entre párrafos.

Todos somos un problema, un puzzle de caos despeinado buscando alguien que nos solucione. Estás acostumbrada al ciclo de bronca-polvo intenso. Pero también mereces y te puedes acostumbrar a lo otro. En el fondo no sabemos cambiar. Solo cambian nuestras prioridades. Nuestras mentiras. Oh, sí. Yo no soy más sabio, solo me he equivocado más veces. Pero sabes que tengo razón.

Ya me contarás.

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