
- Ja, ja, ja, pensábamos que no venías ya –me coge el cubata y le da un sorbo-, anda ven, estamos en ese rincón.
Al aproximarme entiendo su alegría al verme: el grupo lo conforman Edgar, María y Verónica. Seguramente se han pasado la última hora hablando del trabajo. Esta gente no sabe desconectar, siempre cotilleando sobre los demás o actuando como típicos padefos: mucha queja poca acción.
- Hola a todos, ¿qué tal la jornada? Me ha dicho Sonia que había miles de llamadas en espera…
- Hombre el que faltaba –Edgar me estrecha la mano, las otras me dan un beso y siguen hablando entre ellas- ha sido un día divertido, una lástima que te lo hayas perdido porque…
- Bueno, bueno –hago un gesto con la mano libre interrumpiéndole- ya no estás allí, ¡vamos a divertirnos!
Cojo a Sonia de la cintura y nos vamos a la pista de baile. Mi cerebro hace un amago e intento difuminar la realidad a través de mis mejores movimientos espasmódicos, estoy en el zoo y quiero mi ración de cacahuetes. Tres cubatas después ya solo quedamos Sonia y yo. Salimos un momento a la calle para que se fume un cigarro. Aprovecho la coyuntura y le pido otro. No sé por qué pero me gusta fumar cuando estoy bebido. Ella me observa con atención, los ojos miel achispados:
- A ti no te gusta mucho nuestro trabajo, ¿no?
- Bueno –doy una calada y disfruto unos instantes del cáncer de pulmón- El trabajo es el “Mal”, la felicidad está en la libertad, y libertad es independencia. Es difícil equilibrar esto en una sociedad que solo te permite cierta independencia trabajando, que es un acto que, por pura definición, roba tu libertad. La solución es hacer que el golpe sea lo menos doloroso posible, pero, ¿cómo puede una persona ser feliz, sentirse libre y realizada, si tiene que estar ocho horas al día en una cadena de montaje despiezando pollos o cogiendo llamadas? Eso solo crea psicópatas y suicidas. Es la sociedad capitalista, con su mejor arma, la publicidad, la que nos lava el cerebro y alimenta nuestras ansias de posesión, transformando a las personas en seres consumistas de ansias inagotables. Tiempo o dinero. Bukowski decía: “no he podido ir a trabajar / porque no podía / dejar de vivir”. Trabajando un número razonable de horas, que no te hagan mirar el reloj deseando la muerte, y recibiendo una cantidad razonable de dinero, se podría crear una sociedad de personas más realizadas, una sociedad más justa e igualitaria y no la puta montaña rusa de desequilibrios en la que nos zambullimos cada día.
- Joder, ja, ja, ja –se ríe divertida- es lo que me gusta de ti. Cualquier otra persona me hubiera dicho que sí, o que no, pero tú de pronto me sueltas todo ese discurso del que no entiendo ni la mitad –se acerca a mí y apoya la cabeza en mi hombro- joder tío, la próxima vez tenemos que salir los dos solos, ¿no crees?
Asiento mientras doy otra calada. No quiero estropear el momento. La miro un momento y luego cierro los ojos y disfruto de la sensación de desasimiento. Sonia podría ser… no sé, tal vez un buen paliativo. Es lo que es, no engaña a nadie. Y eso me gusta. Ya estoy cansado de relaciones complejas, de luchas de poder, de excusas, de planes a largo plazo. Ahora solo quiero vivir al día. Disfrutarlo. Desear y ser deseado. La química de los cuerpos provocando un exceso que me permita olvidar durante unas horas que, ahí atrás, sigue el accidente.
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