miércoles, 6 de agosto de 2014

Mis manos hablan, tu corazón destruye.

Se me cae la cordura al suelo. Tan poco tiempo para dedicar a mi lupanar lírico. Las cervezas calientes, la nómina gastada. Quiero ser un pájaro y al final me quedo en jaula de huesos. Quiero escribir pero solo consigo manchar las paredes con mi visión reduccionista de las cosas. Atado a la nada de un viejo presente. Con esa falta de energía vital, de pasión. Conozco a más libros que personas. No tengo paciencia. Lo importante es el segundo siguiente, pero ¿y si no hay segundo siguiente? ¿Qué sucede cuando el minuto, la hora, el día, la semana, toda tu vida está en manos de otros, cuándo toda tu energía está agotada antes de llegar a casa? No soy capaz de enfrentarme con entereza al trabajo de ocho horas. Pero necesito trabajar más tiempo para conseguir más dinero y pagar facturas, comer, hacer frente a los pagos de mi tarjeta de crédito. Otros lo hacen. Lo llaman madurez. Responsabilidad. El mal menor. La cruda realidad. Ya tendrás tiempo de pensar en la revolución y la poesía el fin de semana. Aunque también es posible que la frustración y la mezquindad propia y ajena terminen matando también esas horas.

La máquina de carne capitalista. No nos equivoquemos: fue hace menos de un siglo, en 1919, cuando después de una huelga general en la que participaron más de cien mil personas y que paralizo la economía durante 44 días, se consiguió imponer la jornada de ocho horas en España. Las condiciones antes no estaban regularizadas con el lastre de una revolución industrial tardía. Ahora son los movimientos neoliberalistas quienes nos adoctrinan para pensar que es normal necesitar dos trabajos para sobrevivir.

En el programa político de Podemos hay ideas que se tachan de impresentables e irreales porque no explican cómo van a conseguir implementarlas. Pero hay cierta frescura. Por ejemplo: hablan de reducir la jornada laboral a 35 horas. No es mala idea pero los agoreros hablan de Francia, de que allí se implantó durante diez años y no funcionó. Analizando lo sucedido el problema fue hacerlo de forma unilateral en un mercado mundial: al final perdieron competitividad. También se comprobó que al reducir una hora diaria la jornada no menoscababa demasiado la productividad por lo que no se conseguía producir más empleo.

Lo que habría que hacer es limitarlo a 32 horas, trabajar cuatro días a la semana en vez de cinco e intentar implantar el sistema en varios países a la vez. Varios economistas han afirmado que de adoptarse esta medida en España se crearía de forma inmediata y directa cerca de cuatro millones de puestos de trabajo sin que ello provocara sobreproducción puesto que el total de horas trabajadas serían la misma. Pero, ¿quién se encargaría de mantener el salario y pagar los costes sociales de todos los empleados? Pues la respuesta es sencilla: las administraciones públicas que compensarían con creces el coste mencionado con el ahorro de prestaciones y subsidios de desempleo, con el aumento de las cotizaciones en la Seguridad Social, el aumento del consumo interno y los ingresos de impuestos indirectos y directos, la supresión de parte de la economía sumergida y el freno a la deslocalización de las empresas al aumentar la productividad del trabajador. Todo llegaría a equilibrarse y además todos viviéramos mucho mejor al tener más tiempo de ocio y conciliación familiar.

No es una idea disparatada. Bertrand Russell en 1932 propuso la jornada de cuatro horas; Keynes en 1930 predijo que en cien años, a partir de entonces, estaríamos trabajando tres horas diarias; André Gorz en 1980 calculó que, para el año 2001, deberíamos tener una jornada de cuatro horas diarias y, más recientemente, Jacques Gouverneur  propuso la reducción de la jornada como una de las políticas alternativas para salir de la actual crisis mundial. Es posible hacerlo, pero NO quieren. La codicia y la estupidez humana condena a la mayor parte de la sociedad del “primer mundo” a ser esclavos de facto de una minoría cada vez más rica. Nos hemos vuelto unos ignorantes de la historia, en menos de un siglo hemos olvidado que hay que seguir en las barricadas, que hay que luchar para corregir las desigualdades sociales, que hay que meter miedo al enemigo. Yo no quiero vivir la vida que me toca, prefiero ser Ahab y perseguir la página en blanco, salir a la calle y quemar conciencias… ¿y tú?

Where I End and You Begin. by Radiohead on Grooveshark

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