
Alguien aúlla. Busco en el bolsillo mi tarjeta de baile. El toque de
queda. El perro salvaje. Las espitas de gas luchando por un poco de
protagonismo. La pared derrumbándose como nieve, como el primer castillo de
arena que se abandona en la infancia. Sigo bebiendo. Necesidad calamitosa que
resta energía aunque llene de artificiosa euforia mis dedos. Y así la página se
convierte en un espejo afilado por el que te deslizas sin pudor buscando la
honestidad de la fiebre. Abrir nuevos blogs. Cerrarlos. Como si fuera Hansel
dejando un reguero de migas de tinta. Un camino ya transitado durante los
últimos tres años por putas efímeras sin talento y advenedizos. Niñas lunáticas
que se escondían debajo de la mesa y saboreaban la sangre de las victimas del
psicópata, ¿quién resiste, dónde están los demás? Apenas quedan musas erigiendo sus baluartes, sus atalayas de letras y tinta rosa.
Volvamos a esa habitación. Quiero enamorar al escorpión que escondes
dentro de tus iris azules. Quiero follarte escuchando Black Sabbath. Mis
monstruos son delirios agorafóbicos pero harías bien en hacerles caso. Quieren
lamer la miel de tu clítoris. Tender un puente entre tu pudor y mi necesidad. Ahogarse
en tus flujos. Llamarte asesina y curar tu anorgasmia. Quieren cambiar tus
mensajes anodinos de fertilidad existencial por un fuego de letras blancas. Tejer un nuevo color para tu mascara. Buscar una ecuación de letras que
resuelva los muros de hormigón que flotan en tu cabeza.
Convencerte
para que dejes de una vez
esa estúpida
vocación
de herida.
Convencerte
para que dejes de una vez
esa estúpida
vocación
de herida.
Y no sirve que sólo abras tus piernas: el vértigo es abrirme también tu
mente, ¿comprendes? Todo o Nada. Así funciona. No hay otra manera.