jueves, 28 de noviembre de 2013

Quizás la felicidad es el silencio del dolor porque la risa del mutilado aún necesita amor.

Quizás la felicidad es el silencio del dolor porque la risa del mutilado aún necesita amor. Knut Hamsun hablaba de ello pero fue Vallejo quien murió de hambre en Paris. Van Gogh rechazado por una puta. Rimbaud muriendo en África mutilado por la sífilis. Pound encerrado en el psiquiátrico. Sylvia Plath metiendo su cabeza en el horno. Pizarnik asqueada a los treinta y seis años. Hemingway haciendo un dibujo en la pared con sus sesos. Lorca asesinado en una cuneta. Burroughs disparando contra su mujer. Woolf y sus piedras. Kerouac y su resaca de diez años. Kafka y sus neurosis. In profundis de Oscar Wilde. Dickinson y su reclusión. Brontë y la tuberculosis.

El vomito. Gusanos negros bajo el colchón. Guardando en la boca un par de monedas sucias para Caronte. Notas agudas. Años de estudio que acaban en las fauces de alzheimer del contenedor. No hay calor detrás de las cortinas. Sólo definiciones erróneas. Y putas llenas de luto. Mujeres que dejan un rastro agridulce en el suelo de porcelana, te arrancan las pestañas y cosen tus heridas de deseo frustrado.

Hay lujuria en una bufanda que asciende e interrumpe el cielo gris plomizo. He visto muñecas con zapatos de tacón paseando su leyenda ante un pelotón de fusilamiento asustado. Gasas de azul etéreo, con voz de luciérnaga, convertidas de pronto en esquelas de pavesa.

Y ella, con su cuerpo de cuento, de poesía sin verso y columpio de luna. En su segura oscuridad de feto en la placenta. Sábanas rojas de horizonte infinito. Llega el hombre con su sonrisa falsa y sus uñas suicidas. Y lo rompe. Las letras haciendo táctil el pecado y robando su inocencia. Y ya sólo queda resolver sin carisma todos los conflictos existenciales que provoca la luz de la lampara. Intentando fingir que la vida nace en el reflejo de un espejo de latón. Sin alcohol. Ni cocaína. Sólo con la alevosía del bufón que intenta maquillar las secuelas. Pero que lo único que consigue es amoratar las fronteras de un deseo tan vano como un amor de verano. E intentamos bebernos la sed. Llenar nuestras heridas de esperma y flujos. Despojarnos de la ropa como si nos arrojáramos a un precipicio de madera para así poder sentir el vértigo de una pelusa inmortal y nihilista. Y cuando esas llaves mohosas rompen el himen literario nadie lo considera un crimen. Están acostumbrados a asesinar la virginidad con signos de puntuación mal elegidos. Sin sangre. Sin brillo. Vulgar penetración.

Por eso, como justo castigo, amanecimos convertidos en estatuas de sal y tinta.

Sálvese quien pueda by Vetusta Morla on Grooveshark

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