miércoles, 6 de julio de 2022

Tímido e inconcluso poeta, marioneta consciente que confunde ternura con humedad afónica, cumplir años con sustituir un corazón de fuego por uno de piedra.

Son las tres de la madrugada, otra noche de amargura y alcohol barato. El nudo de mi pensamiento es que todo ha salido mal en mi vida, pero el problema real es que tengo que seguir, y seguir, y seguir, y por desgracia hace tiempo que me invade una desesperanza resentida. Por eso, cuando el impertinente timbre del móvil rompe el silencio, solo una ligera curiosidad malsana me mueve a buscarlo entre mi ropa. Sin embargo, no puedo evitar pegar un respingo cuando reconozco el número de teléfono: Helena. Meses sin saber de ella y ahora, de pronto, ahí está, solo tengo que aceptar la llamada y su voz entrará de nuevo en mi vida. El Übermensch ha muerto, ¿acaso puedo resistirme?

Helena: Qué tal Rorschach… solo quería decirte que estoy cansada de cruzarme con pollas sin talento. Mi coño es incapaz de soportar más decepciones, creo que mi única opción es volverme lesbiana y adicta a la masturbación.
Rorschach: Me encantan tus frases preparadas, pero tu única adicción es llenar vacíos existenciales con desgarros vaginales. Tu cinismo no conseguirá embaucarme esta vez.
Helena: A mí me encanta tu refinamiento. Quiero que descubramos juntos hasta donde alcanza mi deseo, he descubierto una parte oscura que solo puedo sacar contigo, quiero que me domines, que saques la furcia que hay en mí, la puta que quiere comerte la polla de rodillas, lamerte los huevos, apretarte dentro de ella, la golfa que necesita tu semen deslizándose por su cara, la que quiere llorar de placer atada a la cama y perder el miedo dejando que tortures su cuerpo con tus perversiones.
Rorschach: Me gusta vivir el presente, querida Helena, pero tú ya no vives aquí, te largaste de esta apestosa ciudad dejándome solo con mi locura. Eres desleal y caprichosa, ¿y pretendes ahora que bailemos juntos en el jardín en llamas de tu lujuria?
Helena: Acepta mi videollamada, bastardo, me voy a abrir para ti, voy a jadear para ti, voy a ser tu maldito juguete sexual…
Rorschach: Sucia meretriz… -me tiemblan las manos cuando acepto su solicitud, y unos segundos después veo a Helena masturbándose con furia en mi pantalla-. Ahora entiendo el plan maestro de las élites: a la mierda la intelectualidad digital, solo queremos utilizar la tecnología para darnos nuestro chute de endorfinas diario.
Helena: Olvida tus putas paranoias nihilistas y sácate la polla. No enfoques tu cara, necesito ver cómo te masturbas.
 
        Todo resulta demasiado morboso: coloco el móvil a la distancia adecuada y empiezo a tocarme con lentitud. Helena coge un consolador enorme, quizás uno de los que le regalé cuando vivía conmigo en Madrid, lo pone al máximo de vibración y empieza a follarse con violencia.
Helena: ¿Quieres que gima tu nombre? ¿Qué necesitas?
Rorschach: Me alegra que, a pesar de cosificarme, me des algo de iniciativa -le contesto con calma, aunque siento mi polla a punto de estallar-. Miénteme, dime que me quieres, que amarme era demasiado doloroso para ti y por eso te fuiste.

        Entorna los ojos, se frota el clítoris con desesperación mientras hace desaparecer entero el consolador dentro de ella, mientras gime mi nombre con un placer turbio y doloroso. La lasciva imagen se emborrona en mi cerebro, es un frenesí, una obra de arte incendiándose lentamente. De repente, como si la atravesase un témpano de hierro fundido, arquea la espalda hasta el infinito y exhala un largo suspiro.
Rorschach: Maldita puta, no he terminado, sigue, sigue hasta que te sangren los dedos. Ella, obediente, se acerca aún más a la cámara y se pone a cuatro patas; su cuerpo es un abismo de lubricidad resucitado, un acto de vudú esclavista. Juguetea con su saliva y, con una sonrisa condescendiente, se mete el pulgar en el culo y comienza a masturbarse de nuevo.
Helena: Me encantaría estar ahí -me dice entre gemidos-. Joder, me encantaba cuando te descontrolabas, me rompías la ropa y me violabas contra el suelo. Nunca me he sentido más degradada y excitada a la vez. Lo que más echo de menos es cuando me agarrabas la cabeza y me obligabas a lamerte el culo y luego me ahogabas con tu polla hasta que sentía que me iba a desmayar.

Rorschach: No te pongas romántica, fuiste tú quien huyó, quien no pudo seguir a mi lado. Quizás fue lo mejor: solo éramos dos cuerpos chocando en la oscuridad, sin redención ni salida. Ahora solo intento cubrir el agujero de desesperanza que has dejado en mi interior.

Helena: Mierda, sigue hablando, cómo me excitas, cabrón -cierra los ojos y su mano desaparece entera en su interior-, te siento tan dentro de mí, llenándome totalmente, me encanta el dolor que me provocas…
Rorschach: Bienvenida al sexo de Huxley, a la ausencia de ideales, al semen caliente y espeso sobre tu rostro granulado, al andamiaje de mentiras, al cadáver de la nada…
Empieza a gemir cada vez más fuerte, hasta que su squirting, con una hermosa parábola, baña el objetivo de la cámara del móvil enturbiando la imagen.
Rorschach: Sin darte cuentas has conseguido crear una metáfora pornográfica de aquella frase sobre las lágrimas en la lluvia que dijo Roy Batty en Blade Runner.
Helena: 
Me ha encantado, poeta -me contesta con voz agotada-, pero mañana tengo que madrugar. Au revoir.

        Su imagen desaparece y la oscuridad vuelve a reinar en la habitación. Miro el reloj: son las cuatro de la mañana. Me tumbo en la cama y, durante unos segundos, dudo de si realmente he estado hablando con ella o solo ha sucedido en mi cabeza. En cualquier caso, ¿qué más da? La metáfora de mi decadencia es esta insalubre falta de pasión en forma de polla flácida; ni siquiera un orgasmo podría salvarme. Aunque, ¿acaso tuve alguna vez fe en mi propia salvación? Au revoir, bella dama.

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