domingo, 20 de noviembre de 2016

Bárbara Butragueño - Casa Útero

El medio.

El medio es un lugar que desconozco.
Desconozco su paz, su pan, sus orillas pacientes,
el sonido aplacado del musgo que brota en su centro.

Desconozco la hiedra amarillenta
que florece con delicadeza del cuerpo
del que asume lo que le es dado
y no espera
ni canta
ni tiembla
ni es herido de muerte por la ínfima, leve exhalación
que se derrama del pecho retráctil y manso
del gorrión de la mañana.

Desconozco cómo fui a parar aquí.
Aquí, donde el pájaro de la indiferencia
canta uno a uno, suavemente,
los hallazgos
y, así,
crea el día.

Aquí, donde la turbieza es patria
y la patria: orfanato, desapego, bocanada insustancial.
Luchando por el llanto regular, el tacto regular,
la vida regular para que no duela, cadáver
de mí misma, cadáver
del fiero esfuerzo de no esperar,
del aquietamiento obligado, del amor dividido,
del miedo. Del miedo
a no ser bastante.
Del miedo a que no sea suficiente.
Porque, quizá, este país calcinado
sea lo único que mi cuerpo entiende por amor.
Quizá mi pecho no conozca más idioma
que el diluvio.

Terror a verme
perpetuamente obligada al punto medio
sólo para evitar la derrota,
el paisaje incendiado de la expectativa.

Merece, acaso, la pena
cercenarnos para sobrevivir,
hundir el alma en lo terrestre
y sentir a media voz, amar
a media voz, ganar
ya sólo a media voz
batiendo una victoria insípida entre las manos
cuando el último brillo de nuestra boca
intacta, perfecta, regular,
se apague con desdén y sin remedio.

Desde cuándo sobrevivir
se ha convertido
en algo tan importante.



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