
Vivimos rodeados de cuerpos sin misterio, (en)seres sin amor, pero nosotros somos diferentes, y para justificar mis palabras me sirvo en tu plato como una ensalada de carne. Tus cubiertos de empatía diseccionan mi polla –metáfora- mientras miras hacia otro lado. Tropiezo con tu aliento de mármol y me echo a llorar. Alguien se queja de que rompo el ambiente. Me echan a la calle. Nadie se ha fijado en mis zapatos nuevos.
Pinchazos azules en el bulevar muerto, mujeres verano de cuerpos cimbreantes componen la escena. La noche, ese oscuro animal hambriento, trepa hacia mí. La náusea, otra etapa más del temor a perderte. Mi corazón seco y el mar gritándome como un animal herido. Las venas estallan y brotan enjambres de gusanos brillantes bajo la luna, horribles, voraces. Dejan mi cuerpo vacío, como un puente roto lleno de emociones petrificadas, como una rayuela de tiza humana. Pero a veces necesitamos algo en nuestro interior que se ría de los imponderables, que nos permita sobrevivir una noche más. Será un bonito accidente, como sucede con todas las veleidades que tienen forma de esfinge sin secreto.
Vuelvo a ti. La Naturaleza dictando órdenes, tus manos dibujando el orgasmo invisible que ejecuta tu mirada. Próxima e inaccesible. Tus sentimientos son sutiles dédalos sin salida donde el Minotauro es tu voluntad desnuda, como un arabesco de saliva trenzado en olas de efímera ternura. No importa, hazme arder, no dejes nada: estoy enamorado de nuestra enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario