
Salgo al exterior. Alfombras
de hojarasca, trinos de pájaros enloquecidos y charcos de tiza. Al llegar a
casa veo síntomas de enfermedad rondando entumecidos por los recovecos de luna
llena que dejaste descansando en el poema. Estoy agotado, los ojos secos, ensordecido
por los grilletes. Las manchas de mi pared me miran con amor, tengo hambre,
¿qué escribí anoche? No lo sé, ahora mis palabras tienen vocación de fuego, se
borran porque creen que la exposición es una dictadura. Quizás el escritor es
un acróbata sin margen de error. Miro abajo. Sí, escribo para construir un
edificio de palabras tan alto que tenga tiempo de olvidarme de mí mismo durante
la caída. Es el final, mi tristeza se ha puesto sus tacones, su carmín favorito
y ha besado a la Muerte en las muñecas. Estoy preparado: lanzadme vuestras
piedras.