
También me dices que no quiere arrastrar a nadie a tus cambios de
humor, a tu locura, a esas noches etílicas llenas de lagunas donde acabas
echando un mal polvo entre dos coches, no sólo por la necesidad de sentirse
deseada, sino también por esa ansiedad por mezclar tu cuerpo, tu piel, tu olor…
como si así consiguieras dejar de ser, olvidarte de ti misma perdiéndote en la
otredad. Y huyes de los “buenos” chicos, de los planes de verano, de ese
maldito invento llamado romanticismo. El conflicto mecido por la negación. De
todas formas el miedo, que es en realidad lo que nos atenaza a los dos, también
nos llena de respeto: no intentamos cambiarnos, tenemos claro que somos unos
indigentes emocionales, que no sabemos comportarnos de otra manera.
Sin embargo esta noche parece distinta. Nos lo estamos tomando con
calma, no hemos ido directamente a la cama, de hecho estamos en la cocina,
preparando la cena, hablando de banalidades. Te has puesto un piercing en el
pezón derecho. Me cuentas que el primer día fue un infierno, pero que ahora te
alegras de haberlo hecho porque lo notas más sensible. Cosas de esas. Al rato
pones un plato enorme de pasta en mi lado y una escueta ensalada en el tuyo. Ninguno
de los dos parece tener mucho apetito. Sigues hablando, de vez en cuando me
preguntas que pienso. Apuro la copa. Me sirvo otra. La botella de vodka se está
consumiendo demasiado deprisa. Te respondo que pensaba en la palabra bucólico,
en que parece que nadie sabe usarla correctamente, como si sólo fuera apreciada
por la estética que otorga a la frase en vez de por su significado real. Pero no
soy sincero, mi mente está llena de ideas extrañas, ahora nos veo a los dos en
una bañera llena de agua caliente, con un par de cuchillas, haciéndonos cortes
en los antebrazos. Un poco de dolor y muerte. No tiene mucho sentido todo lo
demás: comer, cagar, trabajar, ir de un lado para otro; incluso follar está
demasiado sobredimensionado, estamos atrapados por el instinto, como el salmón
del Pacifico, nadando contracorriente para desovar y morir. El dolor también es
una forma de placer, un diferente punto de vista, otra forma de duelo ante la
falta de significado de la vida. Pero esos pensamientos son lugares comunes,
papel mojado. Guijarros en la corriente de tiempo.
Nos quedamos en silencio. Thom Yorke de fondo. No es un silencio incómodo,
hemos conseguido crear algo de intimidad. Te observo. Noto un calambre. Tengo
ganas de lamerte. De quemarme. Quiero convertirme en tu piercing, atravesar tu
carne y quedarme enquistado en ella, como un virus, una infección que hay que limpiar.
O amputar. En otras palabras: estoy cachondo. Y es normal, a pesar de tus idioteces
(oh, sí) tienes un cuerpo magnifico.
Tengo treinta y cinco, nos separa más de una década, quizás por eso soy capaz
de apreciar más tu juventud, tu coño prieto, esos pezones llenos de sadismo, tu
culo virgen. La botella de vodka yace vacía en medio de la mesa. El último
brindis es como un aullido, un gong golpeado por un mazo, sinapsis
chisporroteando, colapsando en eléctrica excitación.
Me levanto y empiezo a manosear con cierto desprecio tus pechos. Tengo
ganas de golpear nuestros cuerpos. Mi polla resurge entre la neblina del
alcohol. Te llevo a la cama y te quito el sujetador. Sí, me gusta tu mirada
preñada de ansiedad, esa indecencia en el fondo de tus ojos. Me siento a un
lado de la cama y te hago una indicación. Te resistes. Me pone furioso. El presente
bosteza: necesitas una lección. Te cojo del pelo y te tumbo sobre mí. Bajo con
rudeza tus pantalones y te inmovilizo con una mano. Acaricio tu precioso culo. Ninguna
palabra. La mano rígida desciende. Un azote. Gimes. El calor se extiende. Te
acaricio. La mano aumenta el recorrido y vuelve a caer con fuerza. Dos veces.
El sonido nos excita. Te muerdo el culo. Vuelves a gemir. Te ordeno silencio.
Aparto el tanga, recorro con mis dedos tu coño: estás mojada. Tres azotes y ya
estás entregada. Jodida enferma. Subo la mano, sigo azotándote. Uno. Dos. Tres.
Cinco. Diez. El culo rojo. Lo acaricio. Un dedo resbala dentro de ti. Bien.
Bien. Bien… Me suplicas que te meta
otro. “¿Eres mía?” “Sí, soy tuya” Palabras atávicas de
posesividad mal vistas en una sociedad patriarcal de hipócritas y reprimidos.
Te quito el resto de la ropa. Te cubres con un gesto. Aparto tu mano y
te miro con dureza. Separas las piernas. Buena chica. Me gusta tenerte así, me
gusta mirarte, me excita esa mezcla de timidez y ansiedad. Mi cuerpo te
acaricia con su peso, presiono y entro lentamente. Coño prieto. Este es el
mejor momento. Avanzo lentamente. Poco a poco. Centímetro a centímetro. Mi
polla palpita de emoción. Tu cuerpo reacciona, empieza a acogerme. Tus manos
recorren mi espalda, empujan mi culo para que te penetre totalmente. Eso es lo
que te gusta, no el típico vaivén dentro-fuera, lo que necesitas es sentirme
dentro presionando contra ti, intentando atravesarte. Me empiezo a mover.
Podría preguntarte pero sería una torpeza, sé que lo quieres todo: el
desasimiento, el te quiero mientras
te follo fuerte y duro, la palabra sórdida… la ira la pones tú, atrapándome
entre tus piernas, arañándome la espalda, mordiéndome el labio hasta que sangra.
Me gusta follarte con los tacones puestos. Te hago incorporarte y
ponerte de espaldas contra la pared, arqueando tu culo frente a mí, abriéndote
con los dedos. Te da vergüenza pero me obedeces. Separo más tus piernas, me
gusta verte tan abierta. Coloco tus manos en la pared y te empiezo a masturbar.
Pero no puedo resistir más. Empellón. Embestida. Mi polla abriéndose paso de
nuevo, mis manos ebrias rodeando tus pechos, golpeando tu clítoris, desvirgando
tu mente.
Estamos así cinco, diez minutos. Pero me canso. La saco y me tumbo en
la cama. Tienes escrúpulos, tuerces el gesto, pero te cojo del largo pelo
pelirrojo y te obligo a bajar la cabeza hasta mi polla. Y es ahí cuando el
mundo para de girar: tu cabeza bombeando sobre mí, tu mano acariciando mis
cojones… Bella imagen, hemos transformado la trampa mortal de la naturaleza en
simple placer hedonista, en comunicación y arte en movimiento. Gimo con fuerza
eyaculando la ponzoña blanca en tu boca. Sonríes, el semen huye por la comisura
de tus labios. Aprietas mis huevos, mantienes la postura. Y luego, como una
bella princesita, me das un beso profundo para compartirme.
Y pensando que quizás nuestra derrota nos haría invencibles -a pesar
incluso de nosotros mismos-, me rendí a la belleza implícita de este réquiem de
sentimientos y cerré los ojos.
Es evidente que no necesitan fastidiarlo con romanticismo...
ResponderEliminarComo siempre, fantástico ;D
Besos abisales
Ja, ja. No sé, creo que algo está naciendo entre ellos. Quizás sólo sea cuestión de tiempo. Ya veremos ;)
EliminarGracias por el comentario. Besos decadentes.
!Hola,rorsch!
ResponderEliminarEs magnifica la manera q tienes de describir y narrar esos momentos de pura lascivia.No solo levantas la libido,si no tambien el alma.
Me gusta lo de la belleza implicita.Un relato fascinante.
Muchos besitos.
Gracias por pasarte por aquí. Sí, creo que los poetas lo que intentan es encontrar esa belleza implícita en todo, desde los gestos más banales hasta la exaltación de cuerpos febriles. En mi caso el truco es excitarme con lo que escribo. O recordar ;)
EliminarBesos!
Llevo bastante tiempo sin entrar por aquí, años, pero por lo que veo no has perdido ni tu calidad ni tu toque. Me ha encantado el texto aunque en el fondo la chica sea una zorra sin corazón que poco tiene en común con el chico sentimental y tierno. Un saludo y que sigas escribiendo siempre tan bien compañero.
ResponderEliminarReconozco que es bueno tomarse algún descanso entre entrada y entrada, siempre los mismos temas, la decadencia, etcétera, pero, ¿años? xD Bueno, me alegra no haber perdido el toque, que en el fondo es lo más importante: un estilo propio.
EliminarEspero que te vayan bien las cosas. Un abrazo.
Pd: No creo que sea una zorra sin corazón. El miedo, que es un muro muy alto a veces.
Me gusta esa forma en la que narras, esa forma en que nos pones, me pones...
ResponderEliminarUn placer..
Tu placer es mi placer. Intento que mis dedos follen con el teclado, visceral, pero poético. Besos compulsivos.
EliminarEl tiempo se detiene en ese momento en que ambos se dejan arrastrar por la pasión.
ResponderEliminarLa intensidad de tus relatos hace que los renglones se sientan muy cerca.
Un verdadero placer volver a disfrutar de tus palabras.
Besos.
Lunna.
Me alegra que me leas, y que lo disfrutes. Atraviesa este blog un momento de cierta extrañeza con los lectores, pocos comentarios, cierta lejanía, cada comentario es una caricia en mi pobre corazón decadente…xD
EliminarBesos bella dama ;)
Sueña genial, sí.
ResponderEliminarMe encanta Billy Idol.
Besos poeta.
Quizás en tu caso sería con Miles Davis, ¿no? Todavía me acuerdo...xD
EliminarGracias por comentarme a pesar de tu estado de humor el jueves, eres grande ;)
Besos musa.
La escena es tensión absoluta y se mantiene al nivel máximo hasta el final, te felicito.
ResponderEliminarUna buena escapada.
Besos, escritor.
Es difícil plasmar en un texto el desasimiento que provoca el sexo. Es una de mis obsesiones, supongo. Gracias por el comentario.
EliminarBesos de sábado, ¿primaveral? Aquí al menos sí ;)
Por mi tierra un sábado nada primaveral, aunque este "microclima" que creas en el blog sube algún grado la temperatura, y eso se agradece.
EliminarBesos :*
Te vas a enamorar...
ResponderEliminarJa, ja. No, espero que no. Esas cosas solo provocan dolor y pintadas de sangre en la pared ;)
EliminarBesos pequeña princesa.
Ay el amor! No eres tú quien dice que cuando llega no tienes opción a elegir??
EliminarBesos, querido poeta.
1,2,3, en ese vaivén que revientan los sentidos, erotizas mis ojos verdes hasta tornarlos oscuros...Besos
ResponderEliminarVaya, vaya, una mujer cuyos ojos verdes oscurece el deseo, me encantaría verlos en pleno orgasmo, como si estuviera atravesando un arrecife de coral. Besos concupiscentes.
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