jueves, 29 de enero de 2015

Me siento el fracaso oxidado de todos los años que me quedan por vivir.

Me gustan más las heridas que la belleza, ¿eres lluvia, pasión, fabula o barbarie?

Nacemos para reproducirnos, no para ser felices, ¿arroparías a una grieta, le darías calor con tu cuerpo? No seas iluso: la empatía es la primera vía de contagio. Esclaviza mis rodillas y luego bésalas con tus palabras sucias. La tristeza es educada y se vive a mordiscos. Tus latidos son una vieja canción de guerra, pero te lo advierto: no me salpiques con tus excesos, solo somos polvo enredado en algún viento sentimental.

¿Antes de convertirte en Escombro ya tenías vocación de ruina, o sólo eres un sueño de Decadencia, una esfinge sin secreto, una Pirámide sin tumba?

Somos ratas en el laberinto recibiendo descargas. Castigos que destrozan nuestros frágiles huesos. Y dejamos de investigar, de buscar la salida. Las limitaciones de nuestro hogar, cárcel de huesos blancos, se convierte en nuestro premio. Somos educados en la contención y educamos a nuestros hijos en esa inmundicia. Generación tras generación. Y el científico se va. Se olvida de nosotros. Arriba ya no hay nadie. Ni siquiera Dios. Solo el frío. La nada más impersonal. Por eso tú, joven adolescente, rompe el bucle, resiste el aprendizaje del castigo y golpea las paredes del laberinto. No pares. No desistas. La libertad es algo hermoso…

¿Crees en el Amor?

El ser humano y sus comportamientos perversos. Esas parejas románticas imbuidas en su lucha de poder, lastradas por un concepto imposible que solo lleva a la toxicidad posesiva. Intentando domesticarse. Anularse. Domarse. Domeñarse. Tropezarse. Sufrirse. Atacándose como niños mimados buscando la oportunidad del odio. Sábanas de sal. El recuerdo del candor poco a poco enfriándose. Tras unos años solo queda un amor disecado, como flores artificiales en un cementerio. Ni siquiera manchan.

miércoles, 28 de enero de 2015

Mi vientre seco es una trinchera que tiembla en su charco de sangre.

Los muertos en vida son el porvenir. Y nos acuchillamos manchado el jardín y la ropa tendida del alma. Masacre de sexo. Lengua descarnada. Embrutecimiento. Mis piernas siempre están abiertas para ti, ¿te casarás conmigo, lo harás por mi carne? Ambos somos niños malditos y tarados. No hay tregua. Tenemos la boca llena de suciedad. Las manos rotas de masturbarnos. Acuchillados por el masoquismo de Sísifo. Nos corremos llorando, como monstruos abandonados en un cuento sádico.

Ayuno, ojeras, heridas en las rodillas. El mundo florece contra mis muslos y no sé desinfectarlo. Necesito nombrar la violencia. Alcohol contra la náusea y el fingimiento. Seca. Adicta a los muertos que me arropan y me señalan lo bello del mundo.

Tengo un coño suicida, de esos que mueren en fosa común sin flores ni fanfarrias. De esos que prefieren el ayuno antes que rezar a un dios eunuco. Maldita mi carne. Mi hambre. Mi gangrena. Mi infección. Mis canas. Restos de mis cabellos –mujer jungla- perdiéndose por el sumidero de mi memoria, hilos descosiendo las heridas para que fluyan pensamientos cargados de hiel. Cierra las ventanas. Baja las persianas. Escóndete en mis huecos. Ponte los guantes y escarba dentro de mi carne, busca algo que brille y mátalo. Seremos felices llenándonos de la suciedad del otro. Haz sonar los grilletes. Somos los malditos. El amor es un truco infalible para huir del miedo y el caos. Observa esa polilla explotar al tocar la bombilla, cómo sale humo de su cuerpo carbonizado. Ese olor es el naufragio de todos los actos de amor que juramos verdaderos. Tengo vocación de muerta. Acuna el frío que escapa de las grietas de mi cuerpo. Y luego mátame.

martes, 27 de enero de 2015

La muerte me escupe todo su amor en la boca.

Dolor de espalda. Resaca. Mente astillada. Demasiadas horas mutiladas en los grilletes del trabajo. Me gustaría gritar pero solo soy un telón azuloscurocasinegro ardiendo ante el público impasible. Un leproso existencial. El insomnio gruñe y me mastica. Me gustaría que la frase “escribo porque a veces necesito vivir” fuera verdad. Pero no es más una impostura, un fraude, debería haberme suicidado hace muchos daños pero siempre confundí los monstruos con las musas y eso me distrajo.

Me arden los ojos. Las preguntas revolotean mi cabeza como mirlos enloquecidos, ¿Quién va a ordenar el paréntesis entre tu frío y mi verano? ¿Para qué manchar nuestros territorios, explicar nuestra hambre de sexo, de violencia, de deseos aleatorios que culminan a kilómetros de distancia si tu ausencia rima con herida dentro de estos azulejos de papel? Oh, mi pobre máquina imperfecta de carne, encuentra tu mapa de caricias y arrodíllate ante mi metástasis. Déjame cantarte una canción de difuntos y convertir tu boca en un pozo de peonías secas, te poblaré con mi virus hasta el fantasma de tu extremaunción.

Ven a mi saliva en llamas, a los cuervos hambrientos de la noche, ¿cuánto pesa tu corazón, tiene vocación de cicatriz? No hay solución ni final feliz, solo la conversación mediocre de las masas sumergida en antidepresivos color mar. Dime mujer selva, ¿prefieres escuchar como tus huesos se quiebran lentamente mientras el amor se hace carne en tu interior, o eres de las que escupe el semen para no digerir ni un poquito de mis te quieros?

Conozco tu respuesta, por eso ven y sangra conmigo a todos nuestros hijos. Sangra a todos esos ángeles de alas castradas. Sálvalos con tu menstruación de este mundo negligente, cruel y roto. Cógeme de la mano y bailemos encima de tu aborto sanguinolento.

domingo, 25 de enero de 2015

¿He dicho en algún momento que haya salido de la autolesión? Simplemente he cambiado las reglas y el contexto por algo socialmente más aceptable.

Sentía frío e intenté abrocharte la risa. Pero tú me diste la espalda, ya tenías tu propia bufanda de piel y huesos rodeándote el corazón. Así eras tú: hermoso animal violento. Demente sequía. Puta y lisérgica gangrena. Querías violar a Dios, arrancar su alma fraudulenta y fotocopiarla en blanco y negro para luego distribuirla por cementerios y orfanatos. Y planeabas el asedio entre volutas de humo blanco, vino tinto y paredes con vocación de cuchillo. Por las noches jugábamos a preguntas y cicatrices: ¿Eres señuelo o decepción? ¿Cuál es tu dolor favorito? ¿Cuántas veces te cortaste pensando en mí? ¿Es tu coño la única lucidez de esta habitación? ¿Somos el ridículo infierno de una mosca follándose la nada?

Pero te fuiste. Los arboles golpeaban con sus ramas mis botellas. Todo estaba repleto de mierda. Había afonía y cada segundo se confabulaba con la muerte para parecer eterno. Tu recuerdo era una gotera de sangre desde el ático de mi neurosis. No me atrevía a mirarme los escombros en el espejo. Intenté disfrazarme de ciudad de papel, pero estaba claro que los abismos habían despertado en mi boca y ya no iban a parar. No quedaban muchas opciones: con una sonrisa salté y la gravedad dibujó mi menstruación con bastante talento sobre el asfalto.